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[Subcapítulo]

La revolución de las escaleras


[Texto]
Antes de que las escaleras amarillas pintaran de felicidad y esperanza los arenales y
cerros de la periferia de Lima, las poblaciones menos favorecidas económicamente se
enfrentaban a la pobreza, la marginación social y la injusticia. Los asentamientos
humanos eran —y siguen siendo, pero ahora con menos frecuencia— por varios años los
más marginados y olvidados por las autoridades de nuestra la capital.

Es a partir de los años 40 que empiezan las grandes migraciones del campo hacia ciudad,
provenientes de distintos pueblos de la sierra. Hombres y mujeres que huían de la
pobreza en busca de nuevas oportunidades en las metrópolis de la costa peruana,
cambiando para siempre el rostro del Perú. Especialmente Lima, que pasó de un millón
de habitantes a los más de 9 millones en la actualidad.
Pero es en los años 70 cuando se inicia una masiva, incontrolada e histórica migración
hacia la capital. Además de la falta de oportunidades, la violencia interna que desató el
grupo armado y maoísta Sendero Luminoso incrementó la población urbana, así como la
población periférica, creándose nuevos distritos a partir de la formación de barriadas
precarias (rebautizadas como ‘pueblos jóvenes’ por el expresidente Fernando Belaunde
Terry y luego como ‘asentamientos humanos’ por el expresidente Juan Velasco Alvarado)
alrededor de la ciudad.
Las primeros en habitarlas eran inmigrantes de la sierra sur y central del país, que
encontraron un nuevo hogar en los Conos Norte (Comas e Independencia), Sur (Villa
María del Triunfo y San Juan de Miraflores) y Este (El Agustino, Ate Vitarte y Manchay), lo
que originó en la capital un desborde urbano de inimaginables consecuencias.
No obstante, un gran número de los inmigrantes no contaban con los recursos
económicos para vivir de manera digna en Lima; esto los obligó a buscar la forma de
poder vivir allí de acuerdo a sus posibilidades. Criaron a sus hijos entre las piedras y la
arena, y ellos crecieron con sed y hambre de progreso.

Es a partir de esta iniciativa — de buscar un lugar para establecerse— que nace Villa el
Salvador, un lugar donde sus pobladores lograron forjar su futuro y que, hoy en día, es
uno de los distritos más pujantes de Lima. El estado se comprometió a darles servicios
básicos (agua, desagüe y luz eléctrica) a condición de que no siguieran invadiendo los
terrenos. No obstante, el Estado no cumplió y se inició un conflicto entre ambas partes
que dio como consecuencia un violento enfrentamientos que terminó siendo batalla
campal.
Eleuteria Mendieta “Antes de tener nuestras escaleras era una desgracia subir y bajar del
cerro. Cuando llovía caminábamos sobre barro. Tanto así que nuestros niños iban a sus
colegios con sus zapatitos bien lustraditos y regresaban a casa totalmente sucios, llenos
de tierra y suciedad. Las escaleras nos han beneficiado un montón.”

Desde que los cerros acogieron a sus nuevos huéspedes, ellos acostumbraron a sus pies
a convivir con la arena, a hundirse en ella las veces que sea necesario para vincularse
con la distante civilización. A vivir con la piedra abraza al frío. Sin derecho a soñar o a
creer en un destino diferente.

“Nos sentimos feliz y contentos porque ya no tenemos ese problema de caernos. Subir
nuestros bultos y paquetes ahora es más fácil. Ya no nos sostenemos de las piedras.”

Un día cualquiera del año 2000, la creatividad y solidaridad se pusieron de acuerdo,


motivamos por la inteligencia y visión de un hombre habitualmente callado pero
con exitosas experiencias en gestión pública y privada. Luis Castañeda Lossio, hoy
alcalde de Lima, que entonces estaba fuera de la política y aún no abrigaba ningún
proyecto de candidatura al cargo tuvo una visión clara: hacer las escaleras
solidarias, las vías expresas para los descalzos. Es decir caminos dignos para los
más necesitados. Una de las dirigentes que se beneficiaron con la primera escalera
lo recuerda como si hubiera sido ayer.

Pero un nuevo amanecer surgió para los miles de habitantes que vivían en las alturas de
la capital allá por los años 2002.

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Bello Horizonte representa a los asentamientos humanos que rodean a la capital del Perú.
Con habitantes que luchan por sus títulos de propiedad, que caminan por calles sin
asfaltar, que son víctimas de traficantes de terrenos, que no tienen un trabajo estable y
son el grupo ideal para la demagogia electoral.

viviendo en estos cerros de las zonas periféricas de Lima, sin los más mínimos servicios y
exponiendo sus vidas para trepar todos los días como cabras en el monte.

DESGRABACIÓN DE VIDEO

Cuando a la arena, el cemento y a la piedra se le añade ingenio, creatividad y corazón se


pueden transformar vida, vender ilusiones y reconocer a aquellos que han convivido por
años con la indiferencia. Ha transcurrido una década desde que un sueño empezó: la
fantasía de pintar de colores y esperanza las zonas más pobres de la capital peruana.

Así lo simple y lo práctico confabularon en los lugares de mayor necesidad, brindando


calidad de vida solidaridad y respeto a la dignidad.

En los años 70 se inició una masiva e incontrolada migración hacia Lima, provenientes de
las distintas regiones serranas, selváticas y costeñas del país. Los conflictos sociales,
principalmente, y la búsqueda de nuevas oportunidades originaron en la capital un
desborde urbano de inimaginables consecuencias.

Cuarenta años después, otrora centro del poder virreinal en América Latina creció de dos
millones de habitantes a cerca de ocho, cuya casi tercera parte se asienta en los
cinturones marginales donde el arenal combina dos relieves y dos estatus sociales.
Aquellos que viven en el llano y puedes obtener distintos servicios de agua, luz y
transporte. Y los que viven en los cerros, sin ubicación, ni dirección clara y menos aún
privilegios. Hábitat alternativo de los más pobres.

Eleuteria Mendieta “Antes de tener nuestras escaleras era una desgracia subir y bajar del
cerro. Cuando llovía caminábamos sobre barro. Tanto así que nuestros niños iban a sus
colegios con sus zapatitos bien lustraditos y regresaban a casa totalmente sucios, llenos
de tierra y suciedad. Las escaleras nos han beneficiado un montón.”

Desde que los cerros acogieron a sus nuevos huéspedes, ellos acostumbraron a sus pies
a convivir con la arena, a hundirse en ella las veces que sea necesario para vincularse
con la distante civilización. A vivir con la piedra abraza al frío. Sin derecho a soñar o a
creer en un destino diferente.

“Nos sentimos feliz y contentos porque ya no tenemos ese problema de caernos. Subir
nuestros bultos y paquetes ahora es más fácil. Ya no nos sostenemos de las piedras.”

Un día cualquiera del año 2000, la creatividad y solidaridad se pusieron de acuerdo,


motivamos por la inteligencia y visión de un hombre habitualmente callado pero
con exitosas experiencias en gestión pública y privada. Luis Castañeda Lossio, hoy
alcalde de Lima, que entonces estaba fuera de la política y aún no abrigaba ningún
proyecto de candidatura al cargo tuvo una visión clara: hacer las escaleras
solidarias, las vías expresas para los descalzos. Es decir caminos dignos para los
más necesitados. Una de las dirigentes que se beneficiaron con la primera escalera
lo recuerda como si hubiera sido ayer.
“En ese tiempo que llegué subía como si tuviera cuatro patas. Tenía miedo de subirá mi
casa.”
“Durante las temporadas de calor estos lugares eran secos y al estar secas las personas
se resbalaban y se caían. Ahora podemos subir y bajar como si estuvieran en nuestras
casas.”

Así las escaleras de piedra y concreto, con pasamanos de madera cobraron vida y como
para hacerlas muchas más queridas no fue necesario todo del Estado peruano. Estas
fueron fruto del trabajo de los propios habitantes. La visión de Luis Castañeda Lossio
contempló principalmente a un grupo de gente valiosa cercana a él, que compró el mismo
sueño, haciendo en equipo lo necesario para brindar herramientas a los pobladores, el
apoyo técnico y conseguir donaciones.
“Las escaleras no solo mejoraron la calidad de vida, sino también el desarrollo económico
de los pobladores. A raíz de estos el valor de los terrenos han incrementado y algunas
familias ya han puesto una tiendita. Sin duda, fue lo mejor que nos ha pasado.”
Al final de sus dos primeras gestiones, se construyeron 3000 escaleras que equivalen a
tanto kilómetros, siete veces la misma distancia que hay entre el Centro de Lima y Ancón.
Más de tres millones de peruanos beneficiados y 200 000 metros de escalones realizados
en total. Escaleras amarillas que pintan de felicidad los arenales y que albergan en sus
gradas y descansos, sentimientos de progreso, porvenir, redención, esperanza,
reconciliación y unión. Las escaleras le enseñan al mundo entero que cuanta hay
creatividad e inventiva se puede enfrentar a la pobreza, la marginación social y la
injusticia. Y es que cuando existe un hombre creativo con capacidad de soñar, se puede
lograr una revolución social como esta.

Con Solidaridad el sol sale para todos.


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DURANTE EL PA, CONOCIDO COMO PAS
Alrededor de 600 losas deportivas construidas en toda la primera y segunda gestión.
Resaltar el uso del color amarillo. “Tienen el color amarillo porque responden a una norma
técnica del Ministerio de Transporte. Es un color reflectivo y es un color que permite a los
ciudadanos que viven en estos lugares que puedan identificar fácilmente los peldaños en
las noches.” Cesar Medina.
Entrevista con Vlademir Villegas

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