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Parcial I

Acto icónico es un concepto que ubica a la imagen como actor potencial. Así, le da la
capacidad de desempeñar un papel activo en la interacción con el observador, atribuyéndole
una fuerza interna latente, fuerza que en sí misma la imagen contiene. Ahora, así como un
discurso requiere de oyentes, la imagen manifiesta su fuerza en los efectos que provoca en el
espectador. Es decir, solo cuando es observada o tocada (así como cuando el hablante es
escuchado), es que su fuerza se exterioriza. Esto no quiere decir, sin embargo, que sea la
acción de los usuarios lo que induce a la imagen a comunicar, lo que le da su fuerza, pues
esta ya estaba contenida en la imagen antes de la acción del espectador. La filosofía, por su
parte, cuenta con una tradición de “abstinencia icónica”, lo que podría interpretarse como un
cierto desprecio hacia dicha fuerza, como un ignorar del acto icónico; en ella el lenguaje tiene
un papel principal y a su corrección se atribuye la solución de muchos de los problemas
filosóficos por excelencia. Bredekamp manifiesta, en cambio, que su texto no opone la
imagen al lenguaje, pues aquellas no enfrentan a este “con el fin de debilitarlo, sino para
imponerle aquel auto refuerzo que solo puede lograrse por una prueba de confirmación”. En
otras palabras, una comprensión más amplia del concepto de imagen, y por lo tanto del de
acto icónico, no haría sino contribuir a las pesquisas filosóficas. Quisiera utilizar la definición
del acto icónico, a la que se llega por medio de un quehacer filosófico, para plantear una
respuesta a la pregunta de cómo la imagen puede convertirse, una vez comprendida, en una
herramienta que contribuya tanto a la filosofía como el lenguaje mismo.

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