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La Iniciación Cristiana es el camino del Amor que lleva a la Unión con la Divinidad
Interna y su primer grado es el Bautismo. Para comprender el misterio del Bautismo
debemos releer los primeros versículos del Capítulo III del Evangelio de San Juan, que
dicen:
1. “Y había un hombre de los Fariseos que se llamaba Nicodemo, príncipe de los
Judíos [el intelecto].
2. Este vino a Jesús de noche, y díijole: Rabbí, sabemos que has venido de Dios por
maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no fuere Dios con
él.
3. Respondió Jesús, y díjole: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere otra
vez, no puede ver el reino de Dios.
4. Dícele Nicodemo: ¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo?, ¿puede entrar
otra vez en el vientre de su madre, y nacer?
5. Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de Agua y del
Espíritu [Santo], no puede entrar en el reino de Dios [Interno]”.
Cristo alude, en la última frase, al dominio de los elementales del Agua y del Fuego
en el hombre, como principio de la Iniciación Cristiana.
Ya dijimos que los elementales del agua necesarios para la vida del hombre son los
que, en él, constituyen el cuerpo de los deseos y es preciso dominarlos para la
purificación. De modo que el símbolo externo del Bautismo nos indica la necesidad de la
purificación interna de nuestros deseos y pasiones, lo que puede realizarse en cualquier
lugar del mundo y en cualquier momento.
Aunque el propio sacerdote obre inconscientemente, cuando unge la parte superior de la
cabeza, la frente, el pecho, etc., con aceite antes de derramar el agua que limpia, nos da
a entender que por medio de los Santos Óleos y del magnetismo puro de sus dedos,
facilita a veces el movimiento de los centros magnéticos que comienzan a girar porque
todo es movimiento, y se abren para recibir el agua bautismal de la purificación.
Asimismo, cuando el neófito comienza a adquirir la pureza interior por medio del Bautismo
esotérico, se abren sus Centros Magnéticos de Poder para recibir al Espíritu Santo.
Una vez dominados los elementales inferiores del fuego y del agua, del instinto
y de los deseos por medio del triunfo del pensamiento sobre la Tentación que incita a
servirse de los poderes en beneficio propio o para adquirir, fama, gloria, etc., la Fuerza del
Espíritu Santo Universal irradia Luz Divina al aspirante, tal como un foco eléctrico irradia
y comunica luz a todo y a todos los que están en su radio de acción. Basta su presencia
para resolver todos los problemas de los hombres. Es pobre, pero puede dar riquezas a
los demás; es humilde, más irradia gloria; es silencioso, pero inspira las ideas más
sublimes y constructivas. Tal es la Transfiguración, proceso del Espíritu que ilumina al
Cuerpo, Templo del aspirante, y rasga todos los velos para que la Luz Interna ilumine todo
el ser.
Es el Cristo Radiante que se manifiesta desde el corazón, es la Luz del Mundo.
Anatómicamente, la médula espinal se divide en tres secciones que dan instrucciones a
los nervios motores, sensoriales y simpáticos. Cuando el aspirante domina la Tentación,
el fuego Espiritual sube en forma repentina desde el cordón espinal hasta llegar al
cerebro, de modo incomprensible para la mayoría de la gente, y ese fuego depura las
substancias groseras de los tres cuerpos inferiores del hombre: el físico, el pasional o
vital y el mental, para comenzar el proceso de regeneración o Transfiguración.
Cada religión y cada escuela tiene su iniciación propia y todas van a dar en un punto
único, pues tales iniciaciones son mero símbolo de una realidad interna y nunca debe
confundirse alegoría con Verdad. Existe, en el fondo de toda religión, la verdadera
Iniciación, y a ella debe dirigir el aspirante toda su atención y pensamientos.