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1. La diferencia étnica
1.1. Árabes
Los árabes constituyeron la aristocracia siguiendo el modelo omeya. El carácter
hegemónico del grupo hace que acapare las mejores tierras que pasan a ser cultivadas
muchas veces por los mismos colonos y siervos que las trabajaban bajo el señor visigodo.
Los árabes constituyen un grupo aristocrático dedicado a la administración, al comercio
y a la explotación de grandes propiedades. Su peculiaridad es su carácter cerrado,
vulnerando las prescripciones coránicas. Una minoría tiende a cerrarse con objeto de
defender su hegemonía fomentando la cohesión entre sus miembros defendiendo juntos
su carácter dominante frente a las pretensiones de otros musulmanes, especialmente los
beréberes. La supremacía del elemento árabe se acentuara durante los gobiernos de Abd
al-Rahman II y al-Hakam II.
1.2. Beréberes
En su expansión por el norte de África, Yfriquya se convirtió en centro de reclutamiento
de beréberes islamizados que desde entonces formarán el grueso de los contingentes
militares enviados al reino visigodo. El desigual reparto del botín y el asentamiento
territorial que se les asigna en las zonas despobladas y montañosas sobre todo de la
Meseta Norte, rumiaran una creciente animadversión hacia los árabes por la marginación
y, también porque después de convertirse, su situación económica tampoco había
mejorado ya que estaban obligados a pagar el jarach, una contribución territorial que, en
principio solo tenían que abonar los no creyentes. El movimiento de protesta se había
transformado en algo mucho más importante debido a la penetración entre los beréberes
de la doctrina jarichí, que defendía que, el poder político debía de ser el resultado de una
elección por parte de la propia comunidad y no deposito hereditario. Las medidas de
represión tomadas en varios lugares provocaron la rebelión de los beréberes
norteafricanos que se apoderaron de Tánger, mientras que en al-Andalus marcharon sobre
Córdoba en donde derrotaron a los árabes, mientras desde Damasco se enviaba un fuerte
contingente para reprimir la insurrección en el norte de África. No tardaron en imponerse
a los rebeldes que en gran número emigraron al territorio norteafricano dejando al-
Andalus sumida en la anarquía. Los que se quedaron se sometieron al clientelaje de los
árabes poderosos en la seguridad de que en esta situación, por lo menos, no pagarían el
impuesto. Muchas veces participarán en las revueltas.
1.3. Muladíes
Habitantes de la Península que se convirtieron a la nueva religión. La situación de los
muladíes era muy similar a la de los bereberes equiparándose con aquéllos a la hora de
llevar a cabo movimientos de rebeldía en demanda de esa igualdad de derechos.
Entre los hispanos convertidos al Islam hay que diferenciar dos grupos. Por un lado, la
aristocracia cuyos miembros quedaron bajo el dominio musulmán. Tras la conversión,
mantuvieron su situación socioeconómica. La aristocracia árabe relajó su carácter cerrado
cuando se trataba de otros sectores de alto rango de la población. A finales del califato no
existirán apenas diferencias entre la aristocracia de origen árabe y la de procedencia
hispana, formando un frente común para anular los esfuerzos de los bereberes y los
eslavos.
No todos los nobles hispanos tras la conversión se alinearon junto a la aristocracia árabe
y, en las zonas alejadas de Córdoba y con escasa población árabe, dirigieron
sublevaciones en las que se mezcla el deseo de independencia y el de igualarse a los
árabes. Sin duda el caso más representativo de lo dicho lo constituyen los Banu Qasi,
familia que arranca de la conversión del conde visigodo. Sus descendientes mantuvieron
el gobierno de la Marca Superior hasta el tiempo de Abd al-Rahman III en que se produce
la disgregación familiar, yendo varios de sus miembros a Córdoba para integrarse en el
ejército califal, mientras que otros retornaron a la confesión cristiana.
Las conversiones fueron mucho más numerosas en las zonas rurales que en las urbanas,
debido fundamentalmente a que, los campesinos salían ganando con la conversión al dejar
de pagar el impuesto territorial. Por el contrario en las ciudades el número de
conversiones fue menor debido a la supremacía numérica de los mozárabes, pero la
instalación de la aristocracia árabe y la emigración constante de campesinos convertidos
al Islam, decrecía la importancia del elemento mozárabe que pasó a quedar en minoría,
aunque no por ello dejó de tener importancia a causa de su nivel cultural. Si bien, la mayor
acentuación islámica que adquiere al-Andalus bajo Abd al-Rahman II derivará en una
supresión de la tolerancia.
Los movimientos de protesta protagonizados por la comunidad muladí fueron frecuentes.
1.3 La diferenciación religiosa
Las prescripciones coránicas imponían el respeto hacia aquellas comunidades cuyas
religiones eran monoteístas, anteriores al Islam y que poseían una parte de la verdad
revelada, adquiriendo la denominación de “protegidos” (dimmíes).
Pero esta protección implicaba y establecía una desigualdad perpetua, porque el dimmí
no era ciudadano del Islam, ni podía participar en el mismo régimen político y fiscal de
los creyentes. Existían barriadas separadas en muchas ciudades, e impuestos clásicos, uno
de carácter territorial (jarach) y otro personal (chizya) cuyo importe cariaba según las
fortunas. El musulmán estaba por principio exento de estas obligaciones.
1.3.1 Los mozárabes
En los primeros años de la ocupación musulmana los mozárabes constituyen una amplia
mayoría de la población, pero su número estuvo en continua disminución. La conversión
al Islam que permite la incorporación íntegra, siendo la conversión a la nueva religión
una salida a la que difícilmente podían resistirse.
La comunidad mozárabe conserva sus propias autoridades; al frente de cada comunidad
local se hallaba un qumis, que representaba a la comunidad ante las autoridades
musulmanas y tenía sus propios recaudadores de impuestos y jueces. También se
conservó la estructura religiosa, así como los obispados. También se mantuvo la
celebración de sínodos y concilios. Los miembros más influyentes de la comunidad serán
utilizados por los emires y califas que los nombran para ocupar cargos como la jefatura
de la guardia palatina.
La reacción más extrema, la llamada Cuestión Mozárabe, pues entre los ulemas también
había preocupación porque ciertas influencias de origen cristiano provocaban
desviaciones peligrosas en los musulmanes, por lo que juzgaban muy conveniente
eliminar la convivencia de ambos credos.
En la comunidad mozárabe se apreciaba un aumento de la utilización de la lengua y
escritura árabe, acompañada de una tendencia cada vez más acusada hacia la conversión.
Para frenar este proceso, se ideó un sistema destinado a romper la comunicación entre
mozárabes y musulmanes y crear un aislamiento. Fue por entonces cuando comenzaron
a preparar un movimiento de resistencia: el martirio voluntario.
Varias decenas de mozárabes se presentaron dispuestos a sufrir el castigo ante la
desesperación de los dirigentes musulmanes, que no podían dejar pasar los insultos
porque se quebrantaría su autoridad, pero tampoco querían convertirse en verdugos
crueles. Abd al-Rahman II trató de atajar el problema pidiendo al arzobispo de Sevilla
que convocara un sínodo. Este sínodo declaró ilícito el martirio voluntario, pero esta
decisión fue rechazada por los mozárabes, y los martirios voluntarios continuaron.
Muhammad I heredó de su padre este grave problema y decidió emplear una política de
intransigencia. La decisión de que los mozárabes tenían que convertirse al Islam o
abandonar los cargos que ocupaban en la administración, provocó la conversión de
muchos que querían conservarlos y la emigración de otros hacia el norte, sumado a la
disolución del movimiento de los martirios voluntarios, provocó el fracaso de sus
objetivos y la merma de la comunidad mozárabe.
1.3.2 Los judíos
Estaban sometidos a las mismas normas que los cristianos, pero la colaboración que
prestaron a la invasión musulmana, y el papel económico que desempeñaban, les
permitieron gozar de un lugar privilegiado.
Se agrupaban en comunidades independientes, y contaban con sus propias autoridades.
Se dedicaron al comercio, artesanía y medicina, teniendo algunos una holgada situación
económica.
2. LA ECONOMIA EN AL-ANDALUS.
La economía
La economía andalusí estaba íntimamente unida al mundo de las ciudades y al desarrollo
de actividades comerciales e industriales. Córdoba era el gran centro comercial de al-
Andalus y junto a ella Sevilla, Málaga y Almería protagonizaban la actividad mercantil
marítima. El desarrollo agrícola, caso de Valencia y Murcia.
El modo de vida urbano supone la existencia de grupos especializados que terminan
diferenciándose socialmente. Cada agrupación artesanal tenía lugares fijos de fabricación
y venta en una calle determinada, o en el zoco o mercado permanente o periódico, donde
salían a la venta una gran variedad de productos. Al lado de las tiendas de los vendedores
privados, situaban sus puestos las mezquitas y el Estado, que se reservaba en exclusiva la
venta de seda cruda o en rama y productos de lujo.
En este recinto de gran actividad económica y social desempeñaba su cometido el
almotacén, que indicaba los lugares que debían ocupar las corporaciones, regulaba los
pesos y medidas, fijaba los precios, y castigaba las infracciones. También acumulaba
otras funciones como la conservación y limpieza de las calles, y se informaba de la
situación de las edificaciones mandando derribar las que se encontraban en ruina.
2.1 Agricultura
Existencia de una agricultura próspera en cuyo desarrollo los musulmanes apenas sí
innovaron, aunque sí perfeccionaron las técnicas conocidas, sobre todo las referentes a la
captación y almacenamiento de agua.
La agricultura era la actividad que ocupaba a la mayor parte de la población. El tipo de
cultivo, secano o regadío, caracterizándose el primero por grandes latifundios y población
concentrada, mientras que en las zonas de regadío la población se dispersaba y las
propiedades eran medianas o pequeñas.
La mayor parte de la superficie cultivada correspondía a tierras de secano. El cultivo
cerealístico seguía el sistema de rotación bienal en el que tras un año de siembra se dejaba
la tierra en barbecho al año siguiente. El cereal más abundante era el trigo, base de la
alimentación. En al-Andalus hubo frecuentemente un déficit de cereales y fue necesario
recurrir a la importación del norte de África.
La higuera tuvo un extraordinario desarrollo, lo mismo que la vid y el olivo. La
producción de aceite en al-Andalus era grande, y parte de ella se dedicaba a la
exportación.
Además de los productos destinados a la alimentación en al-Andalus se cultivaba una
gran variedad de plantas colorantes aromáticas, textiles y medicinales. La morera se
extiende y dará soporte a la cría de gusanos de seda, producto andalusí que alcanzó gran
fama.
2.2 Ganadería
El peso de esta fuente de riqueza era menor que el de la agricultura, aunque también tenía
importancia tanto en la alimentación y vestido como en el transporte.
El ganado más difundido era el ovino. Su carne era de la más utilizada en la alimentación.
En época califal pudo practicarse una cierta trashumancia que le permitiría aprovechar
mejor otras zonas de pasto. Menor difusión tuvo el ganado caprino. El cerdo seguía
criándose en al-Andalus pese a las prohibiciones coránicas.
En al-Andalus no era muy importante el tráfico carretero y por ello los animales de carga
tenían gran importancia. La mula estaba muy difundida. No obstante animal más utilizado
era el asno, imprescindible en toda familia. El caballo, sobre todo destinado a la guerra
era utilizado por la aristocracia. Cría de palomas como alimento y para su utilización
como correo.
2.3 Industria y artesanía
La producción de papel alcanzaba gran calidad y se exportaba a los mercados italianos.
La industria textil fue una de las más importantes, no solo por el consumo interior sino
también por su exportación. La industria textil de lujo más apreciada era la de la seda que
se concentraba en los talleres palatinos.
La orfebrería alcanzó fama. Esta industria se desarrolló a imitación de Oriente. La
alfarería estaba muy difundida en al-Andalus y su consumo era local. Introducción de
desodorante y fragancias. La fabricación de armas tuvo en Toledo un centro de gran
renombre.
2.4 Minería
Se extraía oro, plata, cobre y plomo. La sal se obtenía tanto de minas de sal gema como
de salinas. Gracias a ella se desarrolló una importante industria de salazones de atún
dedicada a la exportación. El mármol se extraía de las canteras de Sierra Morena.
También existía una gran actividad vinculada a las piedras semipreciosas.
2.5 Otras actividades
El trabajo de la madera fue muy importante en la construcción, minería y astilleros. La
pesca marítima y fluvial ocupaba a un importante sector de la población, aunque el
pescado no se consumía en al-Andalus de modo frecuente. La caza se practicaba tanto en
su vertiente alimenticia como lúdica.
2.6 Comercio
El comercio tenía gran intensidad en al-Andalus. Había un comercio local que era
realizado por los propios campesinos que acudían a la ciudad para vender sus productos
a intermediarios, que la comercializan en los zocos.
Además de al consumo interno, la producción agrícola y urbana se destinaba al comercio
de exportación que permite obtener los productos y la mano de obra que al-Andalus no
tenía. El transporte se hacía preferentemente por vía terrestre. Las vías fluviales no tenían
importancia, mientras que las rutas marítimas afectan sobre todo al comercio
internacional.
De Europa llegaban pieles, madera, metales, armas y esclavos a cambio de algunos
productos de lujo. El comercio más importante era el de los esclavos. El comercio
esclavista se realizaba por mercaderes judíos.
Al-Andalus era deficitaria en bosques. Por eso, la madera se adquiría en Europa y llegaba
por mar a los astilleros importaba al-Andalus eran los objetos de adorno, joyas orientales
y libros.
Desde al-Andalus se exportaba seda. También se exportaban los excedentes.
Este comercio se benefició sobre todo de la existencia de una moneda estable. El sistema
monetario andalusí tiene dos unidades distintas, una moneda de oro, dinar, acuñado por
Abd al-Rahman III, y otra moneda de plata, dírhem. El cambio oficial en al-Andalus fue
de 17 dirhems por dinar.
Muy ligada a la actividad comercial estaba la preocupación de las autoridades por fijar
un sistema de pesos y medidas. La medida de longitud por excelencia era el codo.
3. EL CALIFATO DE CORDOBA: ABD AL-RAHMAN III Y AL-HAKAM II
2. El Califato de Abdarrahmán III (929-961)
2.1 Sumisión de las fronteras
En al-Andalus existen tres áreas fronterizas, llamadas Marcas, con límites geográficos
imprecisos: Marca Superior (Zaragoza), Marca Media (Toledo; luego Medinaceli) y
Marca Inferior (Mérida). Allí la situación política es muy inestable.
La primera de las campañas del califa contra los territorios aún insumisos se realiza en
929. Abdarrahmán III decide atacar el poder de los Banu Marwan, señores de Badajoz.
Sale de Córdoba y acampa su ejército ante aquella ciudad. Se producen escaramuzas ante
la ciudad sin lograr vencer la resistencia de la plaza, a la que pone cerco. Luego, se dirige
a Mérida, donde renueva en el cargo al gobernador, tras lo que vuelve a Badajoz y, desde
allí, marcha con el grueso del ejército a plazas cercanas a la costa atlántica dominadas por
el rebelde Jalaf ben Bakr.
Ante la posibilidad de perderlo todo, Jalaf pide perdón, y excusa su independencia, que
justifica por la lejanía del territorio respecto a la sede del poder central. Abdarrahmán III
acepta su arrepentimiento y regresa a Córdoba, mientras prosigue el asedio a Badajoz,
que termina con la rendición de la ciudad en 930. El califa termina con el dominio de los
Banu Marwan.
Solo le queda al califa por someter a su autoridad los territorios de las Marcas fronterizas.
Decide atacar Toledo. El asedio se prolonga por la resistencia de sus habitantes, pero
acaba ocupando la ciudad en 932. El califa les concede la paz y reconstruye su urbe.
Ya solo quedaba por asegurar la Marca Superior, campo de lucha entre los diferentes
señores locales de la zona. El califa logra apaciguar los ánimos y arrancarles el
compromiso de mandar dinero a Córdoba. Pero años después, con motivo de la campaña
de Osma, se niegan a participar en ella, lo que provoca la reacción de Abdarrahmán III
sometiendo algunas plazas. No onstante, en 935, se apartan de nuevo del califa. Y éste
decide emprender el asedio de Zaragoza.
La rendición de la ciudad se complica sobremanera por el apoyo que recibe del rey leonés,
a quien Abdarrahmán III trata de neutralizar con la firma de treguas, y, sobre todo, por la
actitud del visir, el cual, como descendiente de los omeyas de Damasco, pretende ahora
reivindicar la dirección del Califato cordobés con la ayuda de los poderes locales de la
Marca. Abdarrahmán III lo destituye. Finalmente Zaragoza se rinde. El acuerdo pactado
obliga al califa a abandonar el dominio directo de la ciudad, que deja, momentáneamente,
en manos de sus gobernadores, con la obligación de restituírselo más adelante con
carácter vitalicio.
Con la conquista en 939 de Santarem, el califa concluye la campaña en las Marcas.
2.2 Política norteafricana
La situación política cambia con la llegada de los fatimíes. Después de someter Ifriqiya,
intentan controlar el Magreb occidental, entrando así en conflicto con los omeyas de al-
Andalus.
Para contener el poder alcanzado por los fatimíes, aliados de Umar ben Hafsún, y la
entrada de toda propaganda ideológica, consigue dominar Algeciras, incrementando el
número de navíos.
La política norteafricana del emir carece de continuidad por culpa de los ataques
cristianos y la sedición interna del país. Tampoco los fatimíes logran proyectarse del todo
en el Magreb, encontrando resistencias. Estos fracasos favorecieron al soberano omeya,
quien, en 927 obtiene Melilla. En 931 consigue la rendición de Ceuta. El dominio de esta
plaza le permite dominar las dos orillas del mar.
En 951 conquistan la importante plaza de Tánger. La influencia de Abdarrahmán III se
extiende desde Argel hasta el atlántico. No obstante, ese dominio nunca llega a
consolidarse del todo. Los fatimíes lanzan una ofensiva en 958 y ocupan buena parte del
Magreb occidental. Los omeyas continúan en poder de Tánger y Ceuta. Ese dominio a
fines de su reinado queda reducido a su mínima expresión.
2.3 Relaciones diplomáticas
Las relaciones con el mundo franco se producen en 940, cuando varios soberanos
cristianos se asocian al objeto de conseguir un salvoconducto que permitiera el tráfico de
viajeros y mercancías por el Mediterráneo occidental.
La aparición de los fatimíes, enemigos de Bizancio, facilita las relaciones entre Córdoba
y Constantinopla. El califa también mantendrá relaciones con Otón I si bien en principio
no son cordiales.
2.4 Aceifas contra los cristianos
La situación política presenta novedades importantes. El soberano omeya controla buena
parte del territorio de al-Andalus, es califa, y domina el Estrecho de Gibraltar. Igualmente,
es otro el panorama existente en León y Navarra. Inestabilidad política en el reino de
León: la tensión persiste hasta la entronización de Ramiro II. En Navarra, crisis por el
poder resuelta con la intervención de Toda, la reina madre.
Todo ese cúmulo de circunstancias favorece al soberano omeya, preparando en 934 la
llamada “Campaña de Osma” donde invoca la guerra santa.
Esta aceifa se concibe para atacar a los cristianos de la Frontera media, aunque
Abdarrahmán III marcha primero contra los rebeldes musulmanes de la Marca superior.
Después entra sin oposición en el reino de Navarra. Toda, le pide la paz, invocando
vínculos consanguíneos. Firman un pacto donde Toda presta completa sumisión al califa,
y rompe con los restantes príncipes cristianos.
Luego, el califa continúa su avance hacia las tierras de Álava y de Castilla. Aquí saquea
Burgos para adentrarse en León enfrentándose con éxito a las tropas de Ramiro II.
Finalmente regresa triunfante a Córdoba.
En lo sucesivo, el califa centra toda su atención en conseguir el dominio sobre Zaragoza,
y para ello obtiene la neutralidad de Ramiro II. En 937, Toda rompe unilateralmente el
pacto suscrito, y apoya la rebelión del gobernador de Zaragoza, que termina por someterse
al califa. Éste le envía un cuerpo de caballería venciendo a los navarros y obteniendo un
gran botín.
En 939 el califa decide emprender una aceifa contra el reino de León. Aquí se enfrenta
durante varios días a las tropas de Ramiro II, Fernán González y de la reina Toda. Al
final, una parte de la aristocracia árabe se retira en desbandada, lo que propicia la
aniquilación parcial del contingente omeya. Desde entonces el califa deja de participar
personalmente en las aceifas.
El soberano omeya ordena a todos los gobernadores de las Marcas enviar escuadrones
contra los cristianos alcanzando sucesivas victorias. En al-Andalus, se intensifica el
proceso de profesionalización del ejército omeya, dando a partir de entonces una mayor
cabida a las tropas mercenarias. El lado cristiano, aumenta el prestigio del rey Ramiro II.
El reino de León amplía su extensión territorial, mientras Fernán González hace lo propio.
En 940, Abdarrahmán III proyecta una nueva aceifa contra el reino de Léon. Decide
hacerla solo con sus servidores y mercenarios, sin recurrir, como era costumbre, a levas
de voluntarios. No obstante, esta campaña no llega a realizarse, porque antes de salir
recibe en Córdoba a un mensajero de Ramiro II que le solicita la firma de treguas, a lo
cual se inclina el califa. Se deciden fortificar algunas plazas de la Marca media.
Abdarrahmán III asegura la frontera establecida en torno al río Duero al disponer la
construcción del recinto amurallado de Medinaceli. Desde entonces, la plaza sustituye a
Toledo como capital de la Marca media.
Ramiro II muere en 951, tras abdicar en su primogénito Ordoño III. A partir de entonces,
el reino de León conoce un periodo de conflictos dinásticos. Fernán González aprovecha
la ocasión para hacer hereditario en su linaje el condado de Castilla; y Abdarrahmán III
envía expediciones contra los gallegos y castellanos. Ordoño III saquea Lisboa. A
continuación, solicita negociar con el califa y concierta treguas. También Fernán
González establece la paz.
Al morir Ordoño III, el trono pasa a Sancho I. Su negativa a mantener el pacto, provoca
la reacción del califa. Mientras tanto, la nobleza gallega, apoyada por Fernán González,
reconoce como rey a Ordoño IV. Expulsado de León, Sancho I se traslada a Navarra, al
amparo de su abuela Toda, la cual solicita la ayuda del califa cordobés. Abdarrahmán III
envía entonces a Pamplona a un hábil diplomático y reputado médico que cura al monarca
destronado de la obesidad, pudiendo en adelante montar a caballo. Por deseo del califa,
Toda, su hijo García Sánchez y el propio Sancho I, viajan a Córdoba para concluir la
negociación. Abdarrahmán III se compromete a ayudar a Sancho I a recuperar el trono;
Sancho se compromete a entregarle diez castillos fronterizos, próximos al río Duero; y el
rey navarro combatir al conde castellano. Sancho vence a Fernán González y se hace
nuevamente con el trono. Abdarrahmán III muere en 961.
3. El Califato de Al-Hakam II (961-976)
Su gobierno tiene un carácter menos personalista. Procura delegar el poder en personas
de confianza, mientras él se dedica al estudio.
3.1 Al-Hakam y los reinos cristianos
Nada más acceder al Califato intenta resolver la espinosa cuestión planteada por el
incumplimiento del acuerdo establecido entre Abdarrahmán III y los reyes cristianos.
Sancho I se niega a entregarle las diez plazas fuertes de la línea del Duero y García
Sánchez I a Fernán González. Para complicar aún más la situación, Urraca, hija del
monarca navarro, libera al conde castellano, con quien se casa y huye a Burgos, mientras
el conde saquea los territorios limítrofes de los musulmanes.
Ordoño IV se traslada a Medinaceli y desde allí a Córdoba, donde es recibido oficialmente
por Al-Hakam II. Al-Hakam II decide ayudarle militarmente a recuperar el reino de León.
Ordoño IV, en cambio, se compromete a mantener en lo sucesivo la paz con los
andalusíes.
Sin embargo, el acuerdo no llega a cumplirse, porque Sancho I, envía a Córdoba una
embajada que reconoce la autoridad del califa y asegura el cumplimiento del pacto origen
de la discordia. Al-Hakam II anula entonces su compromiso con Ordoño IV, que muere
en el olvido. Al conocer la suerte de su adversario, Sancho I se retracta y establece una
alianza con el conde de Castilla, el rey navarro y los condes de Barcelona. Al-Hakam
lanza una amplia ofensiva de la que sale victorioso.
A los reyes y condes cristianos solos les queda tras la derrota pedir el restablecimiento de
treguas. La muerte inesperada en 966 de Sancho I produce incertidumbre en el reino, pues
el trono recae en un menor, su hijo Ramiro III.
Años más tarde, fallecen García Sánchez y Fernán González. Sus respectivos hijos y
sucesores Sancho Garcés II y García Fernández acatan la autoridad del califa.
Esa paz se rompe en 974, porque el conde castellano, aprovechando que el grueso del
ejército califal de las Marcas superior y media se encuentra combatiendo en el norte de
áfrica. García Fernández busca la alianza de leoneses y navarros. Y con ellos emprende
el asedio del estratégico e imponente castillo de Gormaz, del que salen derrotados.
3.2 El Magreb
El dominio omeya en el Magreb decrece en los últimos años del reinado de Abdarrahmán
III, como consecuencia de las victoriosas campañas del fatimí. La soberanía omeya se
mantiene aún sobre Ceuta y Tánger.
El nuevo califa se limita a seguir con las relaciones diplomáticas con los jefes de las
tribus. Refuerza la flota andalusí y fortifica la costa de Almería.
Ordena la construcción de una nueva ciudad (El Cairo), convertida, años después en
capital permanente del Califato fatimí. El traslado de los fatimíes a Egipto modifica
sustancialmente la situación en el Magreb, cuyo gobierno encarga a la tribu de los
sinhacha. Al-Hakam II, por su parte, envía dinero al jefe zanata que éste utiliza para
reclutar un ejército y atacar a los bereberes sinhachas. El encuentro militar resulta
desastroso para los aliados del califa omeya, pero no decisivo.
La situación en el Magreb se complica al rebelarse el príncipe idrisí contra la autoridad
omeya en la región del Estrecho. Al-Hakam II no está dispuesto a tolerar la insumisión.
El numeroso ejército reunido para la ocasión y la ayuda de contingentes indígenas
bastaron para ir reduciendo la resistencia del príncipe idrisí. Mientras tanto, el ejército
regular de ocupación permanece en tierras magrebíes, lo cual resulta económicamente
muy gravoso para el Estado. Al-Hakam II decide su regreso al país, siendo sustituido en
sus funciones por tropas reclutadas en el Magreb.
3.3 Incursiones normandas
El Califato de Al-Hakam II conoce también la presencia de navíos normandos en el
Algarbe. Sin embargo, los desembarcos y saqueos de ahora causan menos desastres que
los realizados en el siglo IX. Varios factores: el número de barcos invasores fue menor;
el Estado omeya es mucho más centralista y fuerte, y la marina más potente.
El fenómeno almorávide había nacido en los años treinta como movimiento de pureza
religioso religiosa de la mano de un asceta. Abd Allah ibn Yasin, derivando pronto hacia
una fraternidad religiosa de ascetas guerreros. Ibn Yasin y Yahya ibn Umar comenzaron
la expansión por el Sahara a mediados de siglo, y más tarde un hermano de Yahya, Abu
Bakr, conquistó el actual territorio de Marruecos entre 1056 y 1084. Pero fue su sobrino,
Yusuf ibn Tasufin (1062-1106) el que levantó el gran imperio con sede en Marraquech.
La petición formal de ayuda fue cursada por al-Mutámid de Sevilla y sus aliados, al-
Mutawakil de Badajoz y Abd Allah de Granada. El compromiso de Yusuf consistía en
hacer la guerra santa contra los cristianos, pero el caudillo bereber tuvo que prometer
respeto a la independencia de las taifas. El desembarco de unos 12.000 caballeros se hizo
en Algeciras en julio de 1086 a los que se unieron tropas de apoyo andalusíes hasta llegar
a los 20.000. El objetivo principal: recuperar el reino de Toledo.
Alfonso VI fue imprudente al subestimar la capacidad de los almorávides y temerario al
tratar de buscar una victoria rápida con la que cortar en seco la interrupción del pago de
las parias. El encuentro se produjo el 23/10/1086 en la comarca de al-Zallaqa (dehesa de
Sagrajas), cerca del Guadiana. La imprudente ofensiva cristiana quedó desbaratada por el
movimiento envolvente de los almorávides. Alfonso VI se refugió en Toledo esperando
que esta ciudad fuera atacada, pero Yusuf regresó al norte de Africa sin intención de
involucrarse más. Esta pronta retirada permitió a Alfonso proseguir con el control de los
territorios que consideraba de influencia y dominio propio y recibió de nuevo las parias.
Este fácil retorno a la normalidad explica la segunda venida de Yusuf.
La segunda campaña tuvo lugar en 1088, respondiendo a una demanda de auxilio desde
las taifas de Sevilla y Granada debido al hostigamiento en la región murciana de García
Jiménez. Sitiaron Aledo para, finalmente, regresar al Magreb sin resultados.
De este momento data la nueva y definitiva ruptura del Cid con Alfonso VI, debido a su
ausencia de la campaña de Aledo. El Cid pronto comienza a desplegar su capacidad
militar y política, convirtiéndose en la práctica en un poder autónomo en Levante y
cuenca del Ebro.
En estos años, se endurecen las críticas contra la legitimidad de los reyes de taifas, a los
que se les acusa de imponer impuestos ilegales y otras transgresiones contra la ley
coránica, además de recurrir a los reyes cristianos para defender sus propias
conveniencias. En claro contraste, están los dictámenes de aquellos que alaban y califican
de defensor de la fe a Yusuf: la justificación doctrinal para llevar a cabo la anexión de los
taifas estaba preparada.
La tercera campaña de Yusuf (1090-1091) tenía unos objetivos distintos: aunque se
mantenía el deseo de asaltar Toledo (1090) se proponía además el sometimiento de los
taifas, que se consiguió escalonadamente hasta que sólo quedo en pie el de Zaragoza y
Albarracín.
Las pérdidas territoriales de Alfonso VI no fueron importantes. Pero la desaparición de
las parias fue un fracaso irreparable para su política y de grandes consecuencias. Además
el esfuerzo militar que ahora tenía que afrontar era mayor y por esto tuvo que solicitar un
tributo extraordinario para afrontar los gastos de la amenaza almorávide.
Alfonso VI decidió reanudar en 1092 y 1093 la ofensiva militar aprovechando la ausencia
de Yusuf y atacó los dos sectores más extremos de la frontera con el Imperio almorávide,
la zona levantina y la actual Extremadura. En la primera con pocos resultados y, en la
segunda, reforzó la alianza con al-Mutawakil de Badajoz, que le entregó Santarén, Lisboa
y Sintra. Pero también en este frente las cosas salieron mal: la ofensiva almorávide de
1094 no pudo ser contenida y las operaciones militares culminaron con la anexión plena
de la taifa de Badajoz, de modo que la frontera del Tajo retrocedió en la zona portuguesa.
Musa y Tariq fueron llamados para rendir cuentas a Damasco, y Musa, sin tener facultad
para ello, nombró a su hijo gobernador (walí) de al-Andalus, cuyo gobierno estuvo
orientado al afianzamiento del dominio musulmán, para lo que era esencial disponer de
nuevos contingentes humanos que provinieron del Magreb y a los que había que pagar
sus servicios o conceder tierras a cambio, lo que obligó a una redistribución de los
ingresos estatales, sumándose a las contribuciones de la población indígena (yizya y
jaray) el diezmo (‘usr) que se impuso a la población musulmana, siendo éste uno de los
motivos de malestar de los árabes que desembocaría en el asesinato de Abd al-Aziz (716).
Previamente, reanudó la actividad militar dirigiéndose a la zona galaico-portuguesa y
Cataluña, saqueando o sometiendo desde Lisboa a Orense y desde Tarragona hasta
Gerona.
5. La dependencia de Ifriquiya.
Los rápidos avances de los musulmanes ponen de manifiesto que los encuentros militares
fueron escasos y que la población indígena se sometió mediante el sistema de
capitulaciones, lo que permite hacer una primera división en el nuevo mapa político-
administrativo: de un lado estaría la zona ocupada por las armas y, de otro, la zona
sometida mediante pacto. Esta última se divide en los que en un principio opusieron
resistencia y al final capitularon, y los que no opusieron resistencia desde el principio.
Esta diferencia de comportamientos genera dos tipos de pactos. A los primeros se les
exigió la sumisión total al Islam (sulh) y a los segundos se les respetó su autoridad política
(‘ahd) pero, en ambos casos, a los cristianos se les respetó su vida y creencias religiosas
a cambio de pagar un impuesto personal en metálico (yizya), más la contribución
territorial en especie (jaray).
El pacto llamado ‘ahd fue el más generalizado (Ecija, Sevilla, Mérida etc) y permitió la
permanencia de la población indígena en sus tierras; no obstante, la huida de ciertos
nobles hispano-visigodos que no se acogieron a las capitulaciones, más las tierras
pertenecientes a la corona, pusieron a disposición de los conquistadores un importante
número de propiedades. Sólo se repartieron las tierras abandonadas o conquistadas por
las armas, sin que quede claro si se reservó o no la parte del Estado. Lo cierto es que la
voluntad de los califas no siempre fue respetada y esa fue una de las causas de que los
gobernadores de Ifriqiya se esforzaran en retenerla bajo su mandato o recuperarla. Con
este propósito se produce la llegada de al-Hurr. Una de sus misiones fue la de comprobar
los derechos de propiedad o títulos de los musulmanes y proceder a quintear lo que no se
había repartido.
Con las nuevas oleadas de combatientes de origen árabe, comenzará a nivelarse la
importancia del elemento árabe frente al bereber. Con el walí al-Samh vinieron 20.000
hombres y su establecimiento provocó un conflicto ante el fracaso de su política
expansiva hacia las Galias lo que le obligó a asentarlos en tierras del Estado, acortando
los desequilibrios entre árabes y beréberes y e iniciando el proceso de conversión de la
aristocracia guerrera en nobleza territorial.
El establecimiento de los 10.000 sirios llegados con Baly plantea el mismo problema,
solucionándolo Abu-l-Jattar acantonándolos en yunds, consiguiéndose con estas medidas
que participen en los tributos con las rentas agrarias. (jaray).
En cuanto al lugar de los asentamientos, los beréberes se asentaron en las altas tierras de
la meseta, en los flancos de las sierras y en los sistemas ibérico y penibético, formando
pequeñas unidades de poblamiento autónomo basadas en la propiedad comunal y en el
gobierno asambleario. Los árabes escogieron la ocupación individual de las tierras,
poniendo sus miras en las grandes propiedades privadas sujetas a tributación aunque este
modelo coexistió con la propiedad comunal.
Estos sistemas de organización social y explotación de la tierra convivieron con los
tradicionales hispano-visigodos, pues las grandes propiedades privadas continuaron en
manos de los potentes, witizanos o no, que pactaron; mientras que el resto siguió bajo
control de quienes las cultivaban, agrupados en pequeñas comunidades y sometidos al
pago de un impuesto global fijado por el Estado.
8. La nueva estructura social de al-Andalus.
Con la integración musulmana, nace una más compleja estructura social debida a las
variaciones étnicas, religiosas, jurídicas y de costumbres.
Dentro del grupo dominante (la umma), compleja étnicamente, hay que destacar a los
árabes, distinguiendo entre los baladíes (que vinieron con Musa) y los sirios (con Baly).
Población heterogénea dividida en tribus y clanes que se aglutina en torno a dos grandes
partidos: el yemení y el qaysí. Frente a éstos, se encuentran los beréberes (llegaron con
Tariq), mayoritarios, y la sociedad hispano-visigoda conversa motivada por el deseo de
salvaguardar sus intereses personales y gozar del principio de igualdad de los
musulmanes. Fueron llamados nuevos musulmanes y sus descendientes muladíes y con
el tiempo fueron arabizándose como consecuencia de los frecuentes matrimonios mixtos.
Esta complejidad étnica y cultural se amplia con los dimmíes que integran la población
hispana, dividida a su vez en otras comunidades, los mozárabes (religión cristiana) y los
judíos. Pertenecientes a la llamada “gente del Libro” pudieron conservar su religión y
fueron muy numerosos en las ciudades.
Pese a la igualdad social de la umma, el hecho de pertenecer a un linaje árabe equivalía a
ostentar un título nobiliario e iba acompañado de la posesión de grandes dominios
territoriales y de una elevada posición social.
La sociedad que surge daba muestras de una división en clases. Entre los libres se
distinguen: la nobleza (jassa), los notables (a’yan) y la masa popular (amma). La primera
se divide en nobleza de sangre (especialmente los del clan quraysí, del que procedía
Mahoma) y funcional (altas jefaturas administrativas, palaciegas y militares). La jassa no
era una casta cerrada, se incorporaron algunas beréberes y hasta libertos.
Debajo se sitúa una clase social intermedia que actúa como representante de la amma. La
forman en los centros urbanos un importante número de ricos comerciantes, funcionarios
medios, poderosos terratenientes, letrados etc. El grueso lo constituyen los conversos de
origen hispano-visigodo.
La amma la constituye el proletariado urbano y rural. Hay beréberes, muladíes,
mozárabes y judíos. A ellos se les suma los libertos.
Aquellos esclavos que no consiguen la libertad permanecen como meras propiedades.
El grupo más numeroso de la población libre era el de los mozárabes, que podían practicar
su religión y que fueron arabizándose con la adopción de la lengua árabe e imitando sus
costumbres. Se regían por el derecho visigodo. Gozaron de plena autonomía en su
desarrollo interno, eligiendo a sus autoridades bajo la supervisión de los walíes que debían
darles su aprobación. A la cabeza de estas comunidades cristianas se hallaba un conde
que era el encargado de entregar la recaudación de los tributos. Existía una juez de esa
comunidad (censor), encargado de aplicar los principios y reglas del Fuero Juzgo, y en
los casos entre miembros de la umma y mozárabes un qadí (juez musulmán) que aplica
el derecho musulmán.
Este grupo se encuentra en el medio rural manteniendo las diferenciaciones extremas
heredadas entre potentes y humiliores. En el medio urbano se insertan en las diferentes
capas sociales llegando a ocupar cargos relevantes en la administración, diplomacia y
ejército.
1. Introducción.
Los dos primeros emires son los responsables de la creación de un nuevo Estado para lo
que necesitaron alcanzar cuatro objetivos prioritarios:
-Creación de una amplia base social de apoyo al régimen
-Prudencia política en materia religiosa
-Organización de un potente ejército
-Represión de los núcleos cristianos de resistencia.
Doble origen: las propias fuerzas internas y el régimen carolingio que empezó a responder
con contundencia las iniciativas ofensivas del emirato.
Internas: intentonas restauradoras del antiguo valiato; agitadores desestabilizadores
abbasíes; y a los siempre descontentos beréberes.
Externas: presiones del régimen carolingio relacionados siempre con los movimientos
anticordobeses de las autoridades de la Marca Superior. De ahí la intervención de
Carlomagno en 778 en connivencia con Suleymán, gobernador de Zaragoza. El rey franco
quería crear una zona de influencia protectora entre los Pirineos y el Ebro. Obtuvo la
sumisión de los vascones y sitió Zaragoza, pero una revuelta en Sajonia lo hizo regresar.
Todos estos elementos chocaron con la implacable firmeza del emir. Dos revueltas
ilustran este panorama inconformista: la Jornada del Foso (797) que puso fin a una
importante rebelión toledana, y la Jornada del Arrabal de Córdoba (818)
La Jornada del Foso: los notables de Toledo, ciudad sometida al emir pero beneficiaria
de un cierto grado de autonomía, se resistían a admitir la autoridad de Al-Hakam; resolvió
éste atraerlos al castillo del gobernador Amrú, muladí de su confianza, con la excusa de
que le rindiesen homenaje con ocasión de su nombramiento; una vez en el castillo son
decapitados uno a uno, en número de cuatrocientos, contándose entre ellos el obispo
Elipando, siendo sus cuerpos arrojados a un foso.
La Jornada del Arrabal de Córdoba: el descontento se centra en el Arrabal de Secunda,
residencia no sólo de la plebe sino de algunos notables y alfaquíes malequíes. El origen
se sitúa en una gabela extraordinaria que el emir encargó recaudar a Rabi, un conde
mozárabe, jefe de su guardia personal. Poco después estalló la revuelta por un motivo
ocasional, y hubo una intentona de asalto al palacio emiral. La respuesta fue la matanza
y saqueo del arrabal convertido en tierra de labranza. 300 notables fueron crucificados.
Abd al-Rahmán II heredó un reino cruelmente pacificado por su antecesor. Adoptará dos
medidas tendentes a incrementar sus bases de apoyo. La primera condenar a muerte a
Rabi. La segunda ordenar la destrucción el mercado de vinos del arrabal de Secunda,
piedra de escándalo para los rigoristas alfaquíes.
La política de defensa es prioritaria para legitimar el centralismo del régimen. Existe una
política de impuso a la marina como cobertura de defensa costera, sobre todo a raíz de la
incursión vikinga de 844. Fracasadas tentativas de desembarco en Asturias y Galicia
llevaron a los vikingos a bordear la costa atlántica hasta desembarcar en Lisboa y,
después, remontar el Guadalquivir y saquear Sevilla. A.Rahmán consiguió provocar un
enfrentamiento en campo abierto en Tablada en 844 y fue un rotundo éxito del régimen
omeya.
El emirato, consciente de las carencias de su sistema defensivo, se aplicó de inmediato a
su solución: amurallamiento de Sevilla, puestos fortificados en la costa atlántica,
potenciación de la flota y construcción de astilleros y atarazanas como los de Sevilla.
No contamos con datos objetivos que nos permitan pensar en un endurecimiento del
régimen omeya con respecto a los sectores religiosos no islámicos de al-Andalus durante
el reinado de Abd al-Rahmán II. En cualquier caso, la marginación que afectaba a los
mozárabes derivaban más de su origen étnico que de su credo religioso, de ahí que la
compartieran con musulmanes de origen hispánico o norteafricano. Por otro lado, el
segundo hecho constatable es la continuidad, bajo su reinado, de la vida religiosa cristiana
bajo coordenadas de absoluta normalidad hasta el estallido del mozarabismo radical.
¿Cómo explicar esta eclosión?
La primera razón es la creciente islamización que fundamentó y justificó, según el modelo
abbasí, la progresiva centralización del régimen. Esto pudo contribuir a exasperar la
sensibilidad recelosa que, fruto del prejuicio e ignorancia mutua, presidía en buena
medida las relaciones entre ambas comunidades.
La segunda razón, es que trascurrido un siglo de la invasión, la población hispano-
visigoda comenzó a sentir de forma clara los psicológicos efectos de la pérdida de España
y ello facilitó el incremento de la oposición indigenista. Tanto muladíes como mozárabes
compartían una herencia común, y ambos se vieron postergados por un régimen político
que arabizaba sus estructuras.
La tercera razón, la peculiaridad del Cristianismo hispánico. La Iglesia peninsular sufrió
un proceso de aislamiento respecto a la Iglesia latino-occidental que favoreció otro tipo
de conexiones que empezaron a ligar, culturalmente, a la comunidad cristiana peninsular
con el Cristianismo oriental, sometido igualmente al Islam. Estas conexiones pudieron
alimentar una cierta conciencia de persecución. Por último, el hecho de que la Iglesia
hispana una vida de cierta normalidad no dejaría de sorprender a quienes querían hacer
de la práctica religiosa un ejercicio de incontaminada pureza. Para ellos, el pragmatismo
pudo ser interpretado como entreguismo, y frente a él sólo cabía la respuesta radical.
Esta respuesta toma forma a través de dos individualidades: Eulogio y Alvaro de Córdoba.
Los acontecimientos se precipitaron a partir de la condena a muerte de dos personas por
blasfemos. En menos de dos meses se produce el martirio de once cristianos, decapitados
o crucificados por blasfemar voluntariamente contra el Profeta de Alá. Bajo el carisma de
san Eulogio el movimiento iba ganando adeptos y las ejecuciones se fueron
multiplicando.
Abd al-Rahmán convocó un concilio en la capital en 852 en el que solicitó de los obispos
una clara postura de desaprobación frente a la práctica del martirio. Pero el concilio no lo
hizo, no deteniéndose por el momento la acción de los exaltados.
La capitulación de Toledo tuvo efectos negativos en esta resistencia mozárabe. Aún así,
su atonía era ya perceptible debido al endurecimiento de la política gubernamental y al
desgaste que estos movimientos de vocación radial conllevan. Los martirios son cada vez
menos numerosos hasta la ejecución de Eulogio, que provoca la práctica desaparición del
movimiento.
Fue tras la desaparición de Musa en 862, cuando el emir se decidió a reiniciar las
campañas de castigo, en especial contra la región oriental de la monarquía asturiana. Se
caracterizaron por su extrema dureza.
Los atrevidos avances de la repoblación cristiana exigían una contundente respuesta. La
campaña de 865 tendría una especial significación. De resultas de ella, todos los condados
de la Marca Oriental (excepto el de la más vieja Castilla) fueron arrasados, la frontera
asturiana retrocedió sensiblemente hacia el norte.
La segunda parte del reinado de Muhámmad I hasta la muerte de Abd Allah en 912
contempla la ruina y destrucción del emirato. Se suceden múltiples rebeliones, intentos
de secesión y golpes internos.
Los muladíes son quizás los más insistentes agitadores. Los de Toledo reprodujeron
tensiones y los Banu Qasi del Ebro, descendientes del Tercer Rey de España, hicieron lo
propio en el valle del Ebro. Pero, sin duda, los ejemplos más característicos son los de
Ibn Marwan al-Chilliqi en Mérida y Umar Ben Hafsún en Bobastro.
Ibn Marwan se proclamó independiente en Mérida en 868, que finalmente tuvo que
abandonar y refugiarse en el reino asturiano. Aunque en 884 logra hacerse con Badajoz
y su territorio meridional, manteniéndose independiente hasta la instauración del califato.
Hafsún se hizo fuerte en Bobastro donde mantuvo su autoridad sobre una importante zona
de Andalucía, llegando a convertirse al cristianismo en 899. El problema lo heredaría el
califato.
Con el debilitamiento del poder central surgen por doquier señoríos autónomos (taisyl)
que siguen conservando ciertos vínculos con el emir de Córdoba, entre ellos, el derivado
de la necesidad de legitimar su autoridad de hecho. El gobierno central accede a estas
peticiones mediante la entrega de un tributo más o menos nominal, y registrando lo que
detentan como una concesión; a veces, incluso, los señores de los taisyl son nombrados
gobernadores de la región que dominan. Se trata, pues, de la legitimación a posteriori y
vitalicia del asalto previo a la parcela de poder correspondiente.
PREGUNTAS CORTAS:
- A partir del 1008 comienza en al-Andalus la fitna o crisis final y su consecuencia fue
la desintegración en 1031 del Califato de Córdoba en una serie de entidades locales
independientes, las llamadas taifas.
- Políticamente las taifas eran débiles, pero tenían una gran riqueza cultural. Las
principales eran: Toledo, Zaragoza, Badajoz, Sevilla, Granada y Valencia.
- Las taifas estaban sometidas a los reinos cristianos, a los que debían pagar “parias” ()
y que suponían una auténtica sangría para las haciendas taifales. Por otra parte, estos
ingresos permitieron a los reinos cristianos la acumulación de los primeros capitales
y el fortalecimiento de su estructura militar.
- Sancho reinaba sobre un territorio heterogéneo que iba desde el Sobrarbe y Ribagorza
hasta el recién conquistado reino de León (en el 1034), pero tras un breve intento, su
proyecto político peninsular no tuvo continuidad.
- Sancho III, al que el abad Oliba llamara rex ibericus, hace testamento en el 1032,
repartiendo los diferentes territorios que componían su reino entre sus hijos. El
primogénito García Sánchez III, recibía el núcleo patrimonial, el reino de Pamplona.
Las demás tierras, conseguidas por conquista, acuerdo matrimonial o herencia las
repartió entre sus otros hijos varones:
Ramiro (era el mayor de sus hijos, pero ilegítimo) recibió el viejo condado de Aragón
(pero acrecentado).
- En el 1037 Bermudo III intentó reconquistar estas tierras cedidas a su hermana, pero
fue derrotado por Fernando en la batalla de Tamarón (oeste de Burgos), muriendo en
el campo de batalla.
- Sancha (esposa del conde de Castilla) se convierte en heredera del reino de León, por
lo que por derecho Fernando tomó posesión del mismo, siendo coronado rey de León
el 22 de junio de 1038, y asumiendo el título imperial. Se consuma la primera unión
entre León y Castilla al pasar el reino de León a formar parte de las posesiones
patrimoniales de Fernando I, es decir, de Castilla que comienza así a cobrar
protagonismo.
4. EL El dilatado reinado de Alfonso III cubre la última y más brillante etapa de la historia de
esta época. Fue ente todo un príncipe guerrero y extremadamente hábil en sus gestiones
diplomáticas. Fue el último de los reyes astures, y encarna la figura del monarca-caudillo y
el centralismo político. Lo que en todo momento procuró el rey fue mantener dentro de la
órbita de su autoridad sus estados, sin que pueda atribuirse a reacción contra ese férreo
centralismo.
A la muerte de Ordoño I los magnates del reino eligen para sucederle a su primogénito,
Alfonso. Se verá enfrentado a la subversión nobiliaria y el separatismo regionalista.
Afianzado ya en el trono tiene que reprimir un levantamiento de los vascones.
Pacificado el reino, Alfonso puede lanzarse a una política expansionista, contando con
las favorables circunstancias que le brindaba el caos interno de Al-Andalus. Dos son los
escenarios geográficos de las campañas militares:
Galicia y Portugal: en esta zona tiene un gran protagonismo Ibn Marwan, quien
se hará fuerte en Mérida y ocupará Badajoz, solicitando el apoyo de Alfonso III.
Sera derrotado por Muhammad y huirá al reino ovetense. Pacificada Asturias se
decide contener la expansión cristiana. Hacia el año 880, toda Galicia y el tercio
norte del actual Portugal estaban bajo la autoridad del monarca asturiano.
Alfonso tiene que hacer frente a un levantamiento de sus hermanos Froila, Odoario y
Vermudo.
La considerable expansión del reino planteó al rey un doble problema militar y
socioeconómico de defender las comarcas conquistadas, mediante la construcción o
restauración de castillos o plazas fuertes, y atender a la colonización de las semidesérticas
tierras del valle del Duero. La forma jurídica fue la pressura, consistente en la ocupación
de tierra cuya propiedad se adquiría por la consiguiente roturación para hacerla
económicamente productiva.
La repoblación se hace con colonos venidos del norte y mozárabes venidos de la España
musulmana. AL lado de la repoblación oficial llevada a cabo por el rey y los condes,
habrá otra particular.
Destacan tres hechos fundamentales al final de su reinado:
El ataque fallido a Zamora, le permite consolidar la frontera del Duero.
Ordoño Galicia
Ordoño repudia a su esposa gallega y se casa con Sancha, hija de Sancho Garcés. Pero
ese mismo año muere y le sucede en el trono su hermano Fruela II (910-925), cuando
solo había transcurrido un año de su reinado muere y provoca una oscura crisis sucesoria.
Cuando Abdarrahmán III reinicia las aceifas contra los cristianos, su situación política
presenta novedades:
Controla buena parte del territorio de Al-Andalus, que le proporciona los
impuestos.
Es califa, reafirmación de autoridad.
Durante 1076 también llevó a cabo esfuerzos para la repoblación del valle del Duero,
prestando especial importancia a Sepúlveda, punto de partida para otras plazas más
al sur.
Una de las razones que se barajan para el destierro del Cid, fue una inoportuna
expedición militar llevada a cabo por éste en tierras de Toledo, cuando Alfonso VI
estaba dando los primeros pasos para la anexión de esta ciudad, comprometiendo sus
objetivos; fue mal acogida por el rey.
En 1075 había muerto al-Mamún, rey taifa de Toledo. Le sucedió su hijo, el débil al-
Qádir- pronto se desataron las envidias de las taifas vecinas.
En 1079 fue al-Mutawakkil, rey taifa de Badajoz, quien trato de ocupar el territorio
toledano, tuvo que acudir Alfonso VI en ayuda de su vasallo toledano.
En 1083 Alfonso Vi se plantó ante Sevilla, y poco después llegó a Tarifa, donde
simbólicamente se introdujo en su caballo en el mar, para ejemplificar su dominio en
la península
En este contexto hay que situar la primera solicitud de ayuda a los musulmanes del
norte de África, formada por al-Mutámid de Sevilla al caudillo almorávide Yusuf
ben Tashfín, que se encontraba ultimando la conquista del Magreb. Pero Yusuf
decidió no distraerse en España.
En este contexto de alarma se produjo una nueva petición de ayuda a los almorávides.
Yusuf, que acababa de conquistar Ceuta en 1089, y era dueño del norte de África,
pasó a España en 1086, y conjuntamente con algunos reyes de Taifas, derroto a
Alfonso VI en Sagrajas ese mismo año.
Se iniciaba una segunda etapa unificada de al-Andalus y una nueva versión del
equilibrio cristiano-musulmán.
Durante el largo periodo de paz, los castellanos pudieron recuperarse de las derrotas y los
reinos cristianos olvidar sus rencillas. En Castilla, sólo las órdenes militares mantuvieron
la actividad militar en la frontera.
Con la extinción de las treguas en 1211, los castellanos tomaron la iniciativa. El propio
Alfonso VIII se dirigió hacia Játiva, llegando hasta el Mediterráneo. El éxito de los
ataques llevó al califa a enviar un ejército contra Castilla que tomó Salvatierra, en el
corazón de las tierras conquistadas por los musulmanes tras la batalla de Alarcos.
Para 1212, Castilla preparaba un gran ejército para derrotar a los musulmanes. El papa
otorgó a la empresa privilegios de Cruzada. El ejército cristiano estaba dividido en 3
cuerpos; castellano, aragonés y francés. La vanguardia francesa tomó el castillo de
Malagón. Posteriormente se dirigieron hacia Calatrava, que capituló. Quedó en poder de
la orden de Calatrava. Días más tarde, los cruzados extrapeninsulares se retiraron a su
tierra. A pesar de esto, los cristianos siguieron su avance tomando los castillos de Alarcos,
Caracuel, Benavente y Piedrabuena. En Alarcos, se les unión Sancho VII con 200
caballeros navarros.
Por su parte, los almohades habían concentrado en Sevilla tropas andalusíes y magrebíes.
A comienzos del verano se dirigieron a tierras jienenses donde acamparon en la llanura
de las Navas de Tolosa. La batalla se produjo el 16 de Agosto decidiéndose del lado
cristiano. Todos los reinos peninsulares se beneficiaron de la campaña de las Navas, pero
sobre todo Castilla fue la gran triunfadora. La frontera castellano-andalusí se restableció
en la línea de Sierra Morena, e incluso avanzó con la ocupación de fronteras al sur de la
cordillera. Para los almohades, la derrota fue el comienzo de su descomposición.
13. EL REINADO DE ALFONSO II: ORGANZIACON DEL REINO Y PROGRAMA POLITICO. (2)
15. APLICACIÓN DEL PACTO DE UNION ENTRE URRACA I Y ALFONSO I EL BATALLADOR. (2)
17. LA ADOPCION DEL TITULO CALIFAL POR ABD AL-RAHMAN III. (2)