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fechas más o menos determinadas que lo sitúen temporalmente. No es más -según el autor-
que una verdadera rémora que deforma nuestra comprensión del pasado, nuestra visión del pre-
sente y nuestra previsión del futuro. Es una obra que será indispensable para cualquier especialis-
ta que se quiera preocupar de la discusión en torno al Humanismo o al Renacimiento y muy Útil
para cualquier lector que quiera dar con las claves adecuadas para entender ese complejo período
que va de finales del siglo XV y recorre todo el XVI, renunciando de una buena vez a todos los
lugares comunes en función de los cuales corrientemente se ha interpretado.
JosÉ LUISWIDOW
LIRA
Lepanto, la historia oculta (Lépante, 1 ’Histoire étoufiee), Jean Dumont, Versión española de
Mónica Ruiz Bremón. Ediciones Encuentro, Madrid, 1999, 215 páginas.
Jean Dumont es un historiador francés que ha sido dado a conocer a los lectores de lengua
española por Ediciones Encuentro: anteriormente, en su colección “Ensayos”, había publicado,
del mismo, La Iglesia ante el reto de la historia (L’Eglise au risque de l’histoire), 1987, y, con
una muy mala traducción del título, El amanecer de los derechos del hombre (La vrai controverse
de Valladolid), 1997. La primera de estas dos obras se divide en dos partes, cuyos respectivos
subtítulos son: La Zglesia, ¿mal histórico? (capítulo primero: “La Iglesia, ¿destructora del Impe-
rio romano y de la cultura antigua?”; capítulo segundo: “La Iglesia, ¿vehículo del ‘mal roma-
no’?’; capítulo tercero: “La Iglesia, ¿opresora de los indios de América?”), y La Iglesia, imaes-
tra de intolerancia? (capítulo primero: “La tolerancia católica y las inquisiciones francesas”;
capítulo segundo: “Las guerras de religión”; capítulo tercero: “La inquisición española”). La
segunda obra es una muy fiel exposición de lo que fue la controversia que, realizada por orden del
emperador Carlos, enfrentó en el Colegio San Gregorio de Valladolid, en 1550 y 1551, a fray
Bartolomé de Las Casas, O.P. con el doctor Ginés de Sepúlveda, sobre la legitimidad de la con-
quista llevada a cabo por España en tierras de indios.
En esta tercera obra, de la cual ahora nos ocupamos, encara Dumont la actitud y las posicio-
nes asumidas por Francia respecto de las guerras sostenidas por las demás naciones de Europa,
particularmente España, los Estados Pontificios, Venecia y el Imperio, contra los turcos, que
amenazaban de manera inmediata y directa, principalmente por sus desembarcos en Italia y por la
conquista de Hungría, la misma subsistencia de la Europa cristiana.
En una primera parte, destinada a relatar los hechos, refiere las acciones de Francisco I que,
de acuerdo a una constante manifestada en ellas mismas, manifiestan la intención de este rey de
aliarse con los turcos para lograr el dominio de Europa occidental: en 1519 alienta la sublevación
de los moriscos de Granada; en 1524 envía a Túnez un embajador para solicitar a los turcos
berberiscos que “susciten problemas al emperador en el reino de Nápoles”; después de la derrota
de Pavía, otra embajada, esta vez dirigida al mismo Solimán el Magnífico, le ruega “que empren-
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da una expedición por tierra y por mar para liberar” al rey de Francia, entonces prisionero en la
torre de los Lujanes de Madrid; otra embajada, enviada a los reinos de Europa oriental, procura
que éstos se aparten de la resistencia común contra los turcos que encabeza el Emperador, propó-
sito que, si bien fracasa en Polonia, tiene éxito en Transilvania, lo cual facilita a Solimán la
decisiva victoria de Mohacs.
La alianza de Francia con los turcos se afianza cada vez más, culminando con el tratado, o
capitulación, de febrero de 1536, que comprende una alianza militar secreta: en septiembre de
ese año Barbarroja, llevando en su nave capitana al embajador francés, saquea e incendia los
pueblos de Calabria. En el año siguiente, lo que da pruebas de la alianza no es sólo la presencia
del embajador francés, sino de la misma flota francesa, la cual, al mando del barón de Saint-
Blancard, se une a las naves de Barbarroja para asolar las islas venecianas, para sitiar Otranto y
saquear La Puglia. En 1543la flota turca descansa en Marsella después de haber saqueado Regio:
allí Barbarroja recibe de Francisco I una “espada de honor”, y desde allí zarpa, junto con la
escuadra francesa dirigida por Paulino de la Garde, para atacar Niza, que entonces era saboyana.
Luego entrega Francisco I a Barbarroja, como puerto de refugio, Tolón, desde el cual éste ataca
las ciudades de las costas mediterráneas de España.
¿Cuál es la causa de esta política constante de Francisco I de favorecer a los turcos a costa de
las otras naciones de la Europa aún cristiana? Dumont señala como principal causa el rencor y
resentimiento de Francisco I por el hecho de haber sido elegido Carlos, y no él, emperador del
Sacro Imperio. A lo cual se agregó la humillante derrota de Pavía y la aún más humillante prisión
en Madrid. Que sean éstas las causas u otras que desconozcamos, no cambian la realidad de los
hechos, en los cuales es claro y persistente el propósito de producir daño a la Cristiandad median-
te la alianza con los turcos, Que el objetivo propio de Francisco I no sea éste, sino el de debilitar
a la Casa de Austria y el de restablecer a Francia en Italia, es otra cosa: el efecto de la política
francesa es aquél, es decir, es una traición formal a la Cristiandad.
La política francesa de alianza con el turco y de hostilidad a la Casa de Austria continúa con
los sucesores de Francisco I, con la excepción de los Últimos años del reinado de Enrique 11. Pero,
muerto éste, la reasume Carlos IX, y se llega así a los días en que el Papa Pi0 V llama a la Cruzada
y se prepara Lepanto. Es éste el punto central sobre el cual se enEoca la exposición de Dumont: su
propósito es explicar por qué fue Francia la única nación católica de Europa que no atendió al
llamado del Papa y que estuvo ausente en el triunfo de Lepanto.
En la segunda parte del libro el autor trata acerca de las justificaciones que se han dado en
Francia de su política turca o pro-islámica, tanto en el orden de los mismos políticos y gobernan-
tes cuanto en el de los historiadores. Analiza la carencia de fundamento real del propósito, enun-
ciado como tal desde Francisco I, de defenderse de la Casa de Austria, por la simple razón de que
ésta nunca tuvo intenciones hostiles que directamente apuntaran a Francia: hubo guerra Única-
mente cuando ésta buscó restablecerse en Italia, o cuando apoyó la subversión en Flandes, o
cuando defendió política y militarmente a la Reforma. Por último, en la tercera parte, el autor
considera cuáles son las consecuencias posteriores, para la misma Francia, de esta constante pro-
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