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Los tres novelistas más significativos del periodo son Torrente Ballester, Cela y Delibes (de estos dos
últimos nos ocuparemos al final de este tema).
Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999) alcanzó al gran público con la serie televisiva inspirada en su
trilogía “Los gozos y las sombras”, aunque su obra maestra sería “La saga/fuga de J.B”, que es al
mismo tiempo novela fantástica, sátira, parodia y experimento literario. En sus últimos años escribió
una literatura más convencional, como “Filomeno a mi pesar”, o “Crónica del rey pasmado”.
Alrededor de 1950, la inmigración del campo a la ciudad y la consolidación de una clase media
burguesa, originaron los primeros conflictos de clase y el nacimiento de una mala conciencia entre
universitarios acomodados, que se expresó en forma de solidaridad con los desfavorecidos y, en lo
literario, en una narrativa de compromiso social que adoptó dos formas: el neorrealismo y el realismo
crítico.
El primero dio testimonio solidario con toda forma de alienación o sufrimiento humanos. Importa lo
que se dice y no cómo se dice, mediante una prosa sencilla con predominio del diálogo. La representan
Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite, Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute, etc.
El segundo movimiento tiene intencionalidad política y convierte a la novela en un documento
acusatorio. Emplea técnicas objetivistas, utiliza tipos sociales (el campesino, el minero…) y suele ser
muy maniquea. Destacan Juan Goytisolo, Armando López Salinas, Jesús López Pacheco, Alfonso
Grosso, etc.
Con el tiempo, todos estos escritores pasaron de practicar un realismo testimonial a cultivar una novela
antirrealista en sus muy diferentes variantes: la fantasía (Martín Gaite), el juego vanguardista con el
lenguaje y las estructuras (Fernández Santos) o la invención de mundos fabulosos (Sánchez Ferlosio,
Ana María Matute).
La novela de los sesenta rechazó el realismo testimonial por ser políticamente ingenuo (los problemas
no se resolvían por reflejarlos en novelas), y por estéticamente fraudulento (la revolución del escritor
es la revolución en la escritura).
A partir del 62, la experimentación estructural y lingüística se compagina con el compromiso cívico o
la crítica social, como ejemplifican Martín Santos (“Tiempo de silencio”), Juan Goytisolo (“Señas de
identidad”, “Reivindicación del conde don Julián”), o Juan Benet (“Volverás a Región”,
“Herrumbrosas lanzas”).
A continuación, trataremos con algún detenimiento a dos de los más grandes novelistas españoles, que
ocuparon con su obra prácticamente todo el periodo estudiado.
En 1951 publica su obra maestra “La colmena”, un libro de denuncia social en el que se entrecruzan
múltiples historias con técnica objetivista. Luego se aleja de lo social y se acerca al relato intimista e
incluso a lo experimental en “La catira” (1955).
Tras un largo paréntesis, reaparecerá con “San Camilo 1936”, denso monólogo experimental de
personaje colectivo, tan desolado y pesimista como su siguiente novela, “Oficio de tinieblas 5” (1973),
su libro más subversivo en el plano formal.
En su etapa última, alterna el tema de su tierra con la audacia formal, en “Mazurca para dos muertos”
(1983) o en novelas desiguales como “Cristo versus Arizona”, para rematar con “Madera de boj”
(1999), plena demostración de la calidad poética de su prosa.
F/ MIGUEL DELIBES
M. Delibes (1920-2010), desde su primer libro, “La sombra del ciprés es alargada” 1947), se
caracteriza por una obra de gran coherencia en defensa del hombre y la naturaleza, contra el
dogmatismo, la explotación, la opresión y el desarraigo.
Sus temas constantes son el enfrentamiento rural/urbano, la infancia, la muerte y la alienación; y a
partir de “El camino” (1950) su estilo se hizo sencillo, preciso y de sintaxis escueta y gran riqueza
léxica.
Delibes define la novela como “un hombre, una pasión, un paisaje”, y así lo ejemplifica en la trilogía
del campo (“El camino”, “Las ratas” y “Los santos inocentes”), o en la de la ciudad (“Mi idolatrado
hijo Sisí”, “La hoja roja”, y “El príncipe destronado”).
Con la renovación formal de los sesenta, Delibes explora nuevos caminos sin mermar su contenido
crítico, en “Cinco horas con Mario” (1966), y en 1969 sorprendió con “Parábola de un náufrago”,
novela alegórica de carácter experimental.
Finalmente, en dos de sus extensas novelas finales, Delibes demostró una gran amplitud de registros:
“Madera de héroe” 91989) y “El hereje” (1998).
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