A lo largo de la historia, el consumo de todo tipo de sustancias para
modificar la percepción, la conducta, la productividad y el razonamiento, ha sido una constante en donde convergen tanto la búsqueda de una experiencia espiritual o de contacto con la divinidad, como modificar el rendimiento laboral y físico, facilitar las relaciones interpersonales, propiciar ambientes recreativos y de expresión personal, hasta la misma trasgresión contra el poder dominante, como una forma de rebelión. El objetivo de este primer capítulo es hacer una revisión histórica sobre el uso de las sustancias y qué papel han desempeñado en algunas culturas. Como se mencionó anteriormente, desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha consumido una gran variedad de sustancias para modificar la manera en que percibe el mundo que le rodea, desde entrar en contacto con la divinidad o para curar los males que le aquejaban, hasta evadirse de la realidad debido a una problemática psíquica o social. En las culturas ancestrales, a estas sustancias se les otorgó un valor “sagrado” dentro de las sociedades, es decir, que poseían propiedades especiales y por lo mismo, se utilizaban para un fin específico, que era “abrir una vía de comunicación con la divinidad. Estas sustancias, principalmente obtenidas de plantas (hierbas, hongos, flores, etcétera), sólo podían ser consumidas por un sector específico de la población, que por lo general eran los sacerdotes o los médicos y/o curanderos, en ocasiones los gobernantes y muy rara vez, el individuo común y corriente, de hecho, sólo en caso de que algún mal le aquejare le era permitido consumir alguna de estas plantas, de lo contrario era severamente castigado. Escohotado (1998) nos comenta que dentro de los milenarios usos medicinales, se han encontrado vestigios que se remontan a 5000 años A.C. en la antigua Babilonia, en donde hay referencias al uso del láudano y del opio con fines anestésicos. En Egipto, de igual manera se desarrolló toda una “pharmacopea” en donde se incluían tanto medicinas como venenos, para ellos, la teología y la medicina estaban íntimamente relacionadas, por no decir que eran prácticamente lo mismo. Más adelante, en la cultura Griega, se comienza a separar de lo espiritual, pero se relaciona lo psíquico con lo físico, en donde, para Hipócrates, los estados de ánimo como la melancolía, la frenitis, la manía y el delirio, eran formas de en que se exaltaban las sensibilidades y eran causadas por los humores (flema, bilis negra y amarilla) y estas se podían regular a través del uso de ciertas plantas que en ocasiones curaban y otras mataban. De igual manera, Teofrasto hace mención de el fenómeno de tolerancia al relatar que las plantas con el uso, van perdiendo sus efectos en la persona: “Las virtudes de todas las drogas van haciéndose más débiles para quienes se acostumbran a ellas, hasta hacerse completamente ineficaces en algunos casos”. (Escohotado, 1998). Solís y Robledo (2009) nos hacen referencia a lo señalado por Evans y Hofmann (2000) respecto al uso de la mariguana, relatando que: “…una tradición India sostiene que los dioses obsequiaron a la humanidad el cáñamo para que pudieran obtener deleite, valor y deseos sexuales potenciados. La cannabis brotó cuando el néctar o amrita, bebida de los dioses, goteó desde los cielos.” De igual manera, también se han encontrado evidencias del uso de la mariguana en el siglo VII a.C. en la cultura celta, quienes la usaban para hacer cuerdas, velas y estopa, extendiéndose desde Austria hasta las Islas Británicas. Los griegos la consideraban una “planta de poder” junto con el beleño y la mandrágora, la bebían hervida y mezclada con vino y mirra con fines recreativos dentro de las clases acomodadas (Escohotado, 1999). Cabe señalar que para muchas culturas, el uso de la cannabis no era sólo con fines recreativos, ya que se utilizaba también para la fabricación de textiles o cuerdas, es decir, poseía un lugar multifuncional dentro de la sociedad y la economía en varias culturas, como en España (Solís y Robledo, 2009). En la Edad Media fue severamente perseguido y castigado el uso de plantas, ya que se asociaba a rituales demoníacos y quienes preparaban y utilizaban ungüentos y pomadas, muchas veces hechas a partir de opio o cáñamo, se les acusaba de brujería.
Cruz (2001) nos menciona que en la cultura Azteca se castigaba con la
muerte a quien fuera sorprendido en la calle en estado de ebriedad, ya sea haciendo escándalo o incluso en estado de semi-inconciencia. Este castigo se llevaba a cabo a garrotazos, como una forma de castigo ejemplar, aunque cabe aclarar que hacia los hijos o parientes de gente importante se tenía la consideración de hacerlo a solas, sin embargo, el castigo se llevaba a cabo sin importar el rango en la escala social. Textualmente Bernardino de Sahagún dice: “Si parecía un mancebo borracho públicamente o si le topaban con el vino, o se le veía caído en la calle o iba cantando, o estaba acompañado con los otros borrachos, éste tal, si era macegual castigábanle dándole de palos hasta matarle, o le daban garrote delante de todos los mancebos juntados, para que tomasen ejemplo y miedo de no emborracharse; y si era el noble el que se emborrachaba, dándole garrotes en secreto” (Roman, Molina y Sánchez, 1984; En Cruz, 2001). Al darse la conquista y subsecuentemente la Colonia, esta Ley se derogó, puesto que se consideraba demasiado cruel, como consecuencia, los índices de alcoholismo entre los indígenas se elevaron y finalmente se tuvo que tomar una medida que controlara la bebida y se implantaron castigos a partir de las regulaciones de la Santa Inquisición, es decir, se trajo de regreso un método coercitivo para controlar el consumo.
Así como estos ejemplos, se pueden encontrar muchísimos en la literatura,
en donde se habla de un “acostrumbramiento” a las diversas sustancias, sin embargo, llama la atención que no se habla de adicción antes de 1913, así como de un abuso masivo a partir del periodo entre guerras (Escohotado, 1998), en donde se da una escasez de opiáceos.