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Davidson Jennifer
Scales I
~1 ~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I
ANTHONY ALONGI
Y
JENNIFER
SCALES Y EL
FUEGO
ANCESTRAL
JENNIFER SCALES 1
~2 ~
Para las hijas:
Índice
ARGUMENTO.....................................................................5
Prólogo..............................................................................
Prólogo..............................................................................6
6
Capítulo 1.........................................................................
1.........................................................................7
7
Capítulo 2.......................................................................
2.......................................................................19
19
Capítulo 3.......................................................................
3.......................................................................28
28
Capítulo 4.......................................................................
4.......................................................................37
37
Capítulo 5.......................................................................
5.......................................................................48
48
Capítulo 6.......................................................................
6.......................................................................61
61
Capítulo 7.......................................................................
7.......................................................................76
76
Capítulo 8.......................................................................
8.......................................................................86
86
Capítulo 9.......................................................................
9.......................................................................99
99
Capítulo 10...................................................................
10...................................................................110
110
Capítulo 11...................................................................
11...................................................................119
119
Capítulo 12...................................................................
12...................................................................125
125
Capítulo 13...................................................................
13...................................................................134
134
Capítulo 14...................................................................
14...................................................................142
142
Capítulo 15...................................................................
15...................................................................153
153
Capítulo 16....................................................................
16....................................................................161
161
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ARGUMENTO
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Prólogo
La Ruina de Eveningstar
En el día en que Jennifer Scales cumplió cinco años, su familia se vio forzada a mudarse.
Fue la mañana en que su tranquila ciudad a orillas de río; Eveningstar, Minnesota murió de
una muerte horrible.
Jennifer recordaba sólo la luz tenue del alba contra su ventana, a su madre despertándola,
y vaqueros y una sudadera encontrando su camino a través de su cansado cuerpo mientras la
cabeza se le caía contra el pecho.
Si pensaba más duramente, podía recordar caminar a través de los frescos y marrones
bosques de detrás de su casa hasta que alcanzaron el río Mississippi, entrando en un plano y
resbaladizo bote que se hundió un poco con su peso, y temblando en los firmes brazos de su
madre mientras la voz de su padre la tranquilizaba calmadamente.
Y si relajaba su mente, cosa que no sería capaz de hacer hasta que fuera algo mayor, podía
recordar estar de pie en un risco más allá del otro lado del río, viendo desde una distancia
segura como su ciudad natal se quemaba bajo la luna creciente. Escuchó el rugido de bestias...
¿dinosaurios?... los aullidos de lobos y el chillido de cosas desconocidas.
La mañana del 18 de septiembre, esas cosas habían arrasado Eveningstar. Nadie de más
allá de sus fronteras trató alguna vez de apagar los incendios, o sepultar a aquellos que
murieron allí, o siquiera informar del incidente.
Nadie fue allí. Nadie lo recordaba. Eveningstar, Minnesota, fundada por inmigrantes
escandinavos e incorporado al país más de cien años atrás, reducido a cenizas y eliminado de
la existencia.
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Capítulo 1
La pirueta
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Winoka era una ciudad donde el otoño quería durar más, pero se encontraba a sí
misma excluida del legendario invierno de Minnesota. Como muchos suburbios,
tenía nuevos vecindarios de clase media construidos sobre viejas granjas y dentro de
pequeños bosques. La casa de los Scales, en el 9691 de Pine Street East, estaba en uno
de esos vecindarios ligeramente forestados, donde cada casa tenía un garaje para tres
coches, paredes de piedra cubiertas de hiedra, y una canasta de baloncesto móvil en
el borde de un césped esmeradamente cortado. Parecía increíblemente típico. Jennifer
nunca había podido entender porque eso la molestaba.
La noche del campeonato, sin embargo, no estaba pensando en la casa. Estaba
pensando en sus amigas. Quería que su madre pensara en ellas también.
—¡Se volvieron locas! ¡Actuaban como si me hubieran brotado alas!
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1
Lo mein es un plato chino basado en fideos de trigo fritos y mezclados durante poco tiempo. Este
a menudo contiene verduras y algún tipo de la carne o mariscos, por lo general carne de vaca, pollo,
cerdo o camarón. Lo mein son fideos suaves mientras su contraparte chow mein son fideos crujientes.
(N. de la T.).
2
La Compañía de Sopas Campbell, es un productor conocido americano de sopas enlatadas y
productos relacionados. Los productos Campbell son vendidos en 120 países alrededor del mundo.
Esta tiene sede en Camden, Nueva Jersey. (N. de la T.).
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destacaba, y las vetas plateadas que acababan de aparecer en su cabello rubio este
año definitivamente destacaban.
El cabello realmente la molestaba. Aunque su padre señalaba que el color
emergente combinaba con sus ojos, ella no podía soportar que su cabello hubiese
comenzado a volverse... gris viejecita... antes de haber cumplido siquiera catorce
años. Primero había intentado teñirlo, pero las vetas plateadas nunca parecían
aguantar el color. Luego considero las pelucas, pero se sintió ridícula la primera vez
que se probó una en la tienda... y por supuesto, sabía que una peluca nunca
funcionaria en el campo de fútbol. Actualmente, simplemente usaba sombreros
siempre que podía. Aunque siempre parecían escabullirse mechones de plata de los
bordes del sombrero.
A veces, cuando se miraba en el espejo, Jennifer pensaba que parecía una versión
mayor de su madre.
El aroma del pollo al limón alejó pensamientos incómodos, y empezó a comer.
—Tu padre viene a casa esta noche —manifestó Elizabeth entre mordiscos de lo
mein.
—¿De veras? —La mención de su padre irritó a Jennifer—. Parece pronto.
—Han pasado cinco días —señaló su madre.
—Como un mecanismo de relojería, supongo.
—Tal vez podrías mostrarle ese nuevo truco de fútbol.
Jennifer dejó que el tenedor cayera ruidosamente.
—Si hubiera querido verlo, habría venido al partido.
—Sabes que va cuando puede.
—Sé que va de viaje de negocios a alguna parte, una o dos veces al mes, y nunca sé
cuándo va a estar allí o no.
—Ese es su trabajo.
—Yo creía que ser mi padre también era su trabajo. Era el partido del campeonato.
—No tuvo elección.
—Claro que la tuvo. Cada vez que va a un nuevo viaje, tiene que mover sus
propios pies y subir a un avión.
Hubo una pausa.
—Eso no es así.
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Para cuando Jonathan Scales llegó a casa esa noche, su hija se había sumergido en
sus bocetos al carboncillo. Pilas de blanquecinos borradores en blanco y negro de
ángeles, dragones y hadas ensuciaban el suelo de la habitación de Jennifer. Cuando él
abrió la puerta, empujó algunos a un lado.
—Eh, campeona. ¿Una tormenta de dibujos? ¿Qué tal el partido?
Jennifer fijó sus ojos en los de él.
—Para ser alguien que afirma ser mi padre, haces una increíble imitación de
alguien que no sabe nada de nadie más de por aquí.
Jonathan suspiró y cerró la puerta.
****
Más tarde esa noche, Jennifer y su madre estaban hablando sobre las sobras.
Ambas estaban sonriendo ésta vez, pero de repente Jennifer cambió. Pudo sentir su
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piel moviéndose, y su cara estirarse. Echando una mirada a sus manos, vio el dorso de
las mismas volverse azul, y las uñas crecer rápidamente y volverse más gruesas.
Cuando miro de nuevo hacia arriba, su madre la estaba mirando fijamente... no con
sorpresa o miedo, sino con tranquilo odio. Los rasgos de la mujer mayor eran oscuros
y horribles. Su enemigo mortal.
Con reflejos de relámpago, Jennifer se lanzó sobre la mesa de la cocina, abrió las
mandíbulas y le arrancó limpiamente la cabeza a su madre con un chasquido
sangriento.
Entonces se despertó.
****
—Así que tal vez podrías explicar por qué hiciste eso —dijo su padre. Estaban
todos en la cocina a la mañana siguiente. Sábado, tomando el desayuno. Un frío
viento otoñal soplaba a través de la ventana entreabierta sobre el fregadero.
Jennifer no había dicho una palabra en toda la mañana. Miraba fijamente a su
madre, que estaba sentada exactamente donde había estado durante la cena, en su
sueño. Elizabeth no se parecía a la visión de odio y peligro del sueño. En cambio,
estaba pálida, con su cabello hecho un torturado desastre.
Jennifer echó una mirada a sus manos.
Aún rosadas. Y las uñas aún eran cortas.
Intentó calmarse. Su pesadilla no significaba nada, aparte de algo de culpa.
Hablando de eso.
—¿Jennifer? —La irritación de su padre captó su atención.
—Lo siento —ofreció amablemente a su madre—. Me dejé llevar por mi mal genio
anoche.
No había rabia en los ojos de Elizabeth, sólo una especie de vacía tristeza que
tensó las arrugas de edad bajo sus cejas. Jennifer sintió un nudo apretado en el fondo
de su garganta. Se mordió la lengua nerviosamente.
—En serio, mamá… lo siento.
Los ojos de su madre no cambiaron.
—Deberías mostrarle a tu padre como ganaste el partido ayer.
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—Al poste —dijo el padre de Jennifer con una sonrisa—. Cerca, pero no en la
meta. Inténtalo de nuevo.
Esto era una tontería. Jennifer miró a su madre buscando ayuda. Nada por ahí.
—Bien. Sigue lanzándolas, tan rápido como quieras. Patearé todo el tazón de
naranjas de Florida contra el televisor si eso es lo que quieres.
—Sí, lo harás. Asegúrate de darles a todas.
Otra naranja surcó el aire. Jennifer vio como venía un poco más rápido que la
primera, y a su izquierda. Rápidamente se ajustó y se lanzó al aire otra vez.
En mitad del salto, vio para su molestia que su padre había lanzado otra naranja
después de la primera. Completó la patada y aterrizó, luego se lanzó dos pasos
adelante para encontrar este nuevo objetivo. Desde la sala, pudo oír el estruendo del
vidrio cuando el primer misil encontró su objetivo.
Sin distraerse, giró hacia arriba para el segundo y... vio una tercera naranja, la cual
su padre aparentemente había lanzado detrás de la segunda. Capullo, siseó para sí
misma, y resolvió lanzar la segunda naranja a otra pieza diferente de costoso equipo
de entretenimiento. El equipo estéreo estaría bien. Con un porrazo limpio su largo pie
lanzó el cohete cítrico navegando más alto que el último.
Aterrizó con suficiente tiempo para ajustarse al tercero, el cual era más bajo y
cercano a su posición original. Probándome, supuso, y por lo tanto se decidió por la
lámpara de la mesita a la izquierda del sofá en la sala.
Un momento después, estaba de vuelta sobre sus pies. La sala estaba hecha un
desastre... una lámpara destrozada, la pantalla numérica del amplificador del estéreo
rajada, y con un televisor que necesitaba desesperadamente un nuevo tubo catódico.
Un empalagoso olor a naranjas llenaba el aire.
Jennifer inspeccionó la devastación con satisfacción, y luego miró a sus padres.
Tenían unas caras de lo más extrañas.
—¿Qué? —preguntó un poco de mal humor—. Dijisteis que pateara las
condenadas naranjas, así que las pateé. Lamento haber golpeado las otras cosas, pero
¿a qué venía eso de lanzar tres naranjas una tras otra así?
—Tu padre tiró tres naranjas… —admitió su madre, en un tono muy lento y
mesurado.
Jennifer miró a su padre. Jonathan Scales no dijo una palabra. Casi nunca le había
visto así de asustado, no así, no desde que ella había perseguido un balón a la calle
poniéndose delante de un coche cuando tenía ocho años.
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Su madre continuó.
—…pero no las tiró de una en una. Las lanzó todas al mismo tiempo.
Todos se miraron fijamente durante unos segundos. Cuando su padre finalmente
dijo algo, no era para nada lo que Jennifer esperaba.
—Viene más rápido de lo que pensábamos —susurró, más para sí mismo que para
los demás.
*****
3
Fase lunar que tiene su orto (salida del astro en el horizonte) por el Este a las 12 del mediodía, su
cenit se produce a las 6 de la tarde y su ocaso a las 12 de la medianoche. La parte luminosa de la Luna
durante esta fase tiene la forma de un círculo partido justo a la mitad (semicírculo). (N. de la T.).
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—Era “Jenny” cuando tenía seis años. Ahora estoy en secundaria y prefiero
“Jennifer”. ¿Y no tengo que ser rara? ¿No está todo el mundo diciendo que soy un
fenómeno, que tomo esteroides o lo que sea?
Susan bajó la mirada a la calle.
—Oye, Jen, tengo que irme. ¿Vienes o no?
—Sí, claro, justo después de que me meta mis píldoras y me pinche.
—Vale. Me largo de aquí —Sin siquiera mirar atrás, Susan se deslizó rápidamente
por el enrejado y desapareció.
Jennifer bullía de rabia mientras miraba fijamente por la ventana abierta durante
un momento, luego se levantó y la cerró de golpe. Cruzó la habitación, abrió la
puerta de un tirón, y gritó escaleras abajo a sus susurrantes padres.
—¡No tomo drogas!
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Capítulo 2
Mariposas gritando
Las siguientes fueron unas semanas miserables. Aunque sus padres la liberaron de
su habitación después de una hora ese mismo día, no dijeron mucho sobre naranjas,
o drogas, o lo que fuera que se estaba... acercando... ni de nada más. Su padre pareció
querer decir algo en varias ocasiones, pero en el último momento sólo suspiraba y
mascullaba algo sobre cómo siempre estaba disponible si ella necesitaba a alguien
que escuchara.
Por supuesto, se marchó a otro viaje durante cinco días.
Entretanto, Jennifer continuaba teniendo sueños perturbadores. En algunos, era un
dinosaurio que atacaba a sus padres. En otros, era un ángel ahogándose entre las
nubes. En otros más, era una pitón en la oscuridad, enroscada alrededor de la rama
de un árbol y esperando a caer sobre sus amigos.
Todo eso era demasiado inquietante para compartirlo. Así que simplemente
vagaba por la casa, esperando a que sus padres dijeran algo, y deseando que no lo
hicieran. Y mientras Susan y el resto del equipo de fútbol, aunque no eran
desagradables con ella, tampoco eran exactamente amigables. Arreglar relaciones
llevaba su tiempo.
Después de dos semanas tras el día de las naranjas, irrumpió valientemente a
través de las puertas delanteras del todavía aterrador instituto y casi tropezó con
Edward Blacktooh. Y sonrió por primera vez en lo que parecía un año.
Eddie, su vecino de la puerta de al lado, le recordaba a un gorrión. Tenía la piel
pálida y profundos tonos marrones en el cabello y los ojos, y su nariz se arqueaba
como un pico suave de ave. Una sonrisa ladeada y traviesa honró su cara cuando él y
Jennifer se reconocieron el uno al otro.
—¡Eddie! —gritó, deleitada—. ¡Has vuelto!
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—¡Jenny! —sonrió él. Sabía que ella odiaba ese apodo—. La estrella del fútbol que
controla la escuela. ¿No te han saltado a décimo curso aún?
—Difícilmente —se ruborizó—. ¿Qué tal Inglaterra?
Normalmente Eddie empezaba el curso con todos los demás, pero este año su
familia había insistido en llevarle a unas extrañas vacaciones de un mes de duración
en Inglaterra. Eddie le había dicho a Jennifer antes de salir que visitarían iglesias
antiguas, museos, fortalezas, y otros puntos horrorosamente aburridos que se
suponía eran de interés. Aparentemente, podía trazar a sus ancestros varios siglos
atrás hasta algún barón que vivía en un castillo no muy lejos de Gales.
—El castillo era bastante interesante. Todo lo demás fue tolerable. Pasamos un
buen rato... Mamá y papá incluso sonrieron una o dos veces. ¿Qué tal la batalla? —
Eddie siempre estaba hablando con metáforas militares: ¿Qué tal la batalla? ¿Quién
va ganando la guerra? ¡Qué asombrosa hazaña!
—La batalla va mal —masculló ella mientras él le cogía el paso—. Va bastante mal.
—Oh, no dejes que la gente como ella te hunda —Jennifer le miró. Camiseta
marrón y vaqueros azules. Mocasines marrones. Su cabello color barro le caía sobre
los ojos y él se lo echó hacia atrás con un movimiento rápido de la cabeza. Y por
primera vez, Jennifer notó una débil fragancia a aftershave. Edward Blacktooth era
confiable, estaba allí cuando le necesitabas, menos cuando no lo hacías. Era... Eddie.
—¿Gente como quién?
Él inhaló un poco y después habló rápidamente.
—No tengo nada contra Susan. Los tres hemos sido colegas desde primero. Pero
he oído lo de esa pirueta, y obviamente está celosa. Las dos habéis sido las dueñas
del campo de fútbol desde hace mucho. El año que viene, cuando ambas intentéis
entrar en el equipo titular, ella tendrá que empezar desde el principio otra vez... pero
quizás tú no. Ella lo ve y no le gusta.
Jennifer no respondió al momento. Eddie presionó.
—Es su problema, Jen. Tendrá que tratar con él ella misma.
Ella asintió con la cabeza e intentó sonreír. Cierto, Eddie podía ser un poco snob...
había sacado eso de sus padres, a quienes no les gustaba nadie... y Susan era más
profunda de lo que Eddie le concedía. Pero ahora mismo, a Jennifer no le importaba.
Sabía por qué él decía esas cosas.
—Gracias, Eddie.
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—De nada. Te veo en el gimnasio —le dio un golpe casual en el hombro y dio un
giro rápido a la izquierda. Jennifer le observó marchar durante un largo rato,
después empezó a caminar hacia clase.
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Luego sonaría la campana y todos lo olvidarían. Excepto el chico nuevo, que nunca
en su vida se sentiría más solo y sin amigos.
Jennifer observó, preguntándose si debía intervenir. Bob se reservaba sus peores
trastadas para los chicos, y generalmente ignoraba a las chicas a menos que tuviese la
impresión de que hacer un comentario crudo sobre pechos o funciones corporales
fuera a arrancar unas risas a sus amigos. Cualquier otro día, no habría dudado en
hablar... pero hoy, no estaba segura de necesitar el agravio adicional, sólo para
ayudar a un chico nuevo que podría acabar siendo otro capullo.
No tuvo tiempo de resolver la cuestión. Skip alzó la pierna para pasar sobre la
pierna de Bob, y entonces... justo cuando la pierna del chico mayor se alzaba... saltó
directamente en el aire, esquivando la rodilla de Bob por al menos 15 centímetros. Al
mismo tiempo, balanceó su pesado libro de texto, golpeando a Bob en un costado de
la cabeza tan fuerte, que toda la clase levantó la mirada ante el sonido.
Pero para entonces, Skip se había deslizado en el asiento detrás de Jennifer, y Bob
aullaba como una morsa. Todo había ocurrido tan rápido, que estaba segura de que
nadie más lo había visto. Jennifer se quedó mirando fijamente, con la boca abierta de
deleite.
La oreja de Bob estaba de un rojo furioso y ya se estaba hinchando. Bob giró la
cabeza y escupió a Skip las palabras:
—¡Estás muerto, Francis!
Skip se giró en su asiento... ojos, cabeza, y cuerpo entero... para enfrentarse al otro
chico. Jen estaba impresionada por lo tranquilo que parecía el chico nuevo.
—No he visto lo que ocurrió —replicó el nuevo.
La señora Graf, por supuesto, se lo había perdido todo. Estaba sacando una pila de
largos marcos de madera de un estante bajo tras el escritorio.
—Hoy, clase, empezaremos nuestra unidad de insectos. Comenzaremos con la
familia de los Lepidópteros... más comúnmente conocidos como mariposas y polillas.
Lepidóptero significa, literalmente, "alas escamosas".
Jennifer se animó un poco ante eso. Alas escamosas... eso sonaba bastante guay. Y
siempre había pensado que los insectos eran fascinantes. Cuando era pequeña, había
cogido libélulas, saltamontes y mariposas con las manos desnudas y mirado sus
cabezas a través de una lupa. Habían tenido una expresión de lo más dulce.
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Tristemente, la señora Graf podía volver soso incluso el tema más interesante. En
diez minutos Jennifer había pasado de un perspicaz interés a un absoluto
aburrimiento. A su lado, Bob había inclinado la cabeza y empezado a roncar.
Ella se despertó del todo cuando la señora Graf abrió los marcos y empezó a sacar
especímenes.
—Por supuesto —dijo la profesora—, no hay nada como ver a estas criaturas de
cerca para captar totalmente su belleza, complejidad y elegancia.
Pequeñas tarjetas se abrieron paso desde la parte delantera de la clase hacia atrás.
—Tocad suavemente —se les informó.
Sujeta en el centro de la primera tarjeta amarilla de 7 por 12 centímetros había una
preciosa mariposa monarca. Sus espirales negro-anaranjadas estaban estiradas contra
el papel, y su cuerpo estaba medio descompuesto.
Los alfileres de metal clavados a través de sus suaves alas escamosas le parecieron
increíblemente crueles a Jennifer. Haciendo una mueca, lanzó la tarjeta a su espalda.
—¡Vale, eh, calma! —masculló el chico nuevo mientras intentaba atrapar el torpe
misil—. Vamos a ver… umm… comida.
Ella se permitió una risita ante el comentario y ante su propia remilgada reacción,
aunque su estómago se tensara de náuseas. ¿O era empatía? ¿Por qué demonios le
importarían tanto unos estúpidos bichos en tarjetas?
Otra tarjeta llegó... una mariposa rojo óxido, con cuatro puntos azul brillante en las
esquinas de las alas. Marcas negras, amarillas y blancas marcaban los puntos.
Dio la vuelta a la tarjeta. En la parte de atrás, a lápiz, estaban escritas las palabras:
Mariposa Pavo Real. Inachis io. Irlanda. Uno de los alfileres marcaba el lazo alto de la P.
Jennifer hizo de nuevo una mueca, y volvió a girar la tarjeta para mirar a la pobre
cosa.
Las cuatro marcas azuladas le devolvieron la mirada, como ojos sin párpados.
Jennifer hizo una pausa. Había algo espeluznante en esto. No sabría decir qué. Era
un instinto, o una advertencia de peligro...
Un pinchazo agudo en su hombro derecho la sobresaltó. ¡Ataque! Su mano
izquierda salió disparada y agarró... el dedo del chico nuevo.
—Oye —masculló Skip con una sonrisa ladeada—. Tranquila, campeona. Sólo me
preguntaba si podía echar un vistazo a la siguiente. Y, umm, ¿tal vez recuperar mi
dedo?
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Jennifer se relajó, le dedicó una sonrisa fácil, le soltó el dedo, y ofreció la mariposa
pavo real.
—Lo siento. No me pinches.
—Lo siento. Buenos reflejos.
Jennifer sintió un enrojecimiento alrededor de las orejas.
—Gracias.
La letra a lápiz del dorso de la siguiente tarjeta señalaba Cola de Espada Cinco
Barras. Pathysa antiphates. Singapur. La Cola de Espada era elegante, con rayas negras
y verdes pintadas a lo largo de sus alas, acentuadas por marcas amarillas y blancas
en mitad de las mismas. Sorprendentemente, gritaba.
—¡Jesús! —chilló Jennifer, dejando caer a la mariposa aullante en su regazo. Esto
hizo que el chirrido empeorase. Saltó precipitadamente de su silla, dejando caer la
tarjeta al suelo, y retrocediendo varios pasos.
—¡Señorita Scales! —la señora Graf fijó en ella sus ojos atónitos—. ¿De qué va
esto?
Jennifer volvió a mirar a la mariposa. Las alas tiraban en vano contra los alfileres.
Dejó de gritar lo suficiente para jadear buscando aliento, pero después empezó de
nuevo.
Las miradas de sus compañeros y la señorita Graf le proporcionaron más
información de la que deseaba. Señaló a la Cola de Espada aullante.
—¿Nadie más oye eso?
La señorita Graf suspiró.
—Los de noveno nunca son tan divertidos como ellos creen. Señorita Scales, por
favor, vuelva a su asiento.
Bob Jarkmand se rió a carcajadas. Jennifer no estaba segura de si se reía de ella, o
con ella. Parecía por las sonrisas afectadas en otros pupitres que la mayor parte de la
clase creía que estaba gastando una broma. Sonrió ansiosamente, aceptando la
alabanza por interrumpir el tedio de un día de escuela, y se sentó.
Otro pinchazo en su hombro.
—Umm, si estás segura de que eso está muerto, ¿podrías pasármelo?
Jennifer se oyó a sí misma sisear. Este chico era simpáticamente raro, tal vez, pero
también un poco pesado. ¿Y no le había dicho que dejara de pincharla?
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—Dame un segundo.
Se inclinó y recogió la tarjeta. La mariposa estaba sollozando ahora.
Era horrible. Jennifer se sentía como si fuera conspiradora en un complot para
hacer daño a esa cosa. Se giró hacia las ventanas altas de la clase... cerradas contra la
fría mañana de otoño... que proporcionaban una vista de las granjas cercanas. Deseó
saltar de su silla, abrir de un tirón una de las ventanas, arrancar los alfileres de la
tarjeta, y liberar a la criatura.
La voz de Skip tras ella interrumpió sus pensamientos.
—Umm...
—Un minuto —ahora estaba segura de que este chico la irritaba. ¡Una pena que
Bob no se las hubiera arreglado para atormentar al ágil pesado!
Los repiques de dolor y pena de la mariposa seguían. Jennifer volvió a mirar a las
ventanas de la clase. ¿En qué estaba pensando? Todo el mundo se reiría de ella. ¿Y de
qué serviría de todos modos? A pesar de lo que sus oídos le decían, esa mariposa
estaba muerta. Y no iba a volver de la muerte y perseguirla como un bichito
fantasma.
No había ningún clamor proveniente de su sueño de muerte, ni súplica de
venganza, ni familiares que se preocupara de sí vivía o moría.
Pleck.
Apareció un punto en una de las ventanas. Jennifer entrecerró la mirada para
divisar la forma. Un bicho bastante grande se había lanzado sobre el cristal y se había
estrellado contra el mismo.
Pleck. Pleck.
Dos puntos más aparecieron, cerca del primero. Jennifer pudo divisar alas largas y
transparentes entre los restos. Estaba oscureciendo fuera.
Pleck-pleck. Pleck-pleck-pleck. Pleck-pleck.
Como definidas gotas de lluvia, más cuerpos pequeños y lisos se lanzaron contra
las sombrías ventanas. Libélulas, veía ahora Jennifer. Por debajo del ritmo, podía
captar un zumbido bajo y excitado.
—Umm, ¿señorita Graf? —una de las chicas que estaba cerca de la ventana había
reparado en los bichos también.
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Jennifer sabía que era mejor no sacar el tema con sus padres. Pero en el momento
en que llegó a casa de la escuela, descubrió que era inútil ocultar nada.
—He oído lo de las libélulas —dijo su padre cuando se acercaba a la mesa de la
cocina donde él y su madre estaban sentados.
—Bien, gracias, ¿y tú?
—Jennifer, creo que tenemos que hablar. Antes de salir para mí viaje esta noche.
—Porque sí, padre, mi día ha sido agradable. ¿Y el tuyo?
—Ahora, Jennifer.
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—¡Paaapaaá! —estampó su pie contra el suelo—. No quiero hablar de eso. Fue una
panda de estúpidas libélulas. Esta noche, en las noticias, dirán que fue un tornado. O
un globo meteorológico. ¿Quién sabe? ¿A quién le importa?
—No queremos hablar de las libélulas. Queremos hablar de ti, y de los cambios
que se avecinan.
—Tienes que estar bromeando. Ni siquiera tú puedes ser tan despistado. Aprendí
todo eso en tercero. Tengo mis libros. Navego por internet. Chico ama a chica, chica
ama...
—Oh, por amor de Dios, Jennifer, cállate —siseó Elizabeth.
Miró fijamente a su madre. Elizabeth Georges-Scales se estaba sujetando la cabeza
con las manos. Corrían lágrimas por las mejillas de la doctora. Jennifer sintió
lágrimas inundar sus propios ojos. Si no lo supiera bien, habría pensado que alguien
había muerto.
—¿Qué... qué pasa?
—Siéntate, campeona. —Su padre apartó una silla con la pierna—. No hay forma
fácil de pasar por esto.
Dos horas después, sollozando sobre su almohada en su propia habitación,
Jennifer tenía que estar de acuerdo al menos con eso. Ya nada sería fácil, en absoluto,
ya no.
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Capítulo 3
Luna creciente
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en punto. Era viernes por la noche, sus amigos seguramente estaban en el centro
comercial, y ella estaba aquí en su cuarto, enfurruñada y provocándose pesadillas.
—Basta —masculló. Saltó fuera de la cama, alisó las arrugas de su ropa, y se
dirigió a la puerta. Entonces se detuvo. ¿La dejarían salir sus padres?
Por si acaso usó la ventana. Un soplo de viento fresco revolvió su cabello rubio de
mechones plateados cuando levantó la ventana y la mosquitera. Una hábil maniobra
la sacó fuera y bajó precipitadamente por el enrejado. No hizo ningún ruido.
Veinte minutos más tarde, trotaba hacia la plaza del centro. Los grupos de coches
en el aparcamiento, las marcas genéricas de los escaparates, y los grupos de
adolescentes despreocupados gritando y riéndose la hicieron sentirse normal de
nuevo. Relajó los hombros y desaceleró hasta ir al paso.
Ridículos, pensó sobre sus padres. Demencial. Se les ha ido la pinza. O sólo están
embarullándome la cabeza. Alguna técnica que aprenderían en una revista de padres.
Débilmente se preguntó qué lección estaban intentando enseñarle haciéndola
sentirse tan miserable, pero una voz conocida rompió sus pensamientos.
—¡Jenny!
Eddie se paseaba por la acera de la entrada al centro comercial. A su lado, para
sorpresa de Jennifer, estaba Skip.
—Oye, Eddie. ¿Qué estás…?
—Patrullando en busca de chicas calientes. ¡Eh, encontramos una! —Eddie pareció
avergonzado por su propia broma pesada—. Jenny, ¿ya conoces a Skip? Es nuevo en
la ciudad.
—Ajá. —Saludó con la cabeza brevemente a Skip—. Estamos juntos en ciencias
con la señora Graf… ¡Hola!
—¡Hola a ti también, Jenny!
—Es Jennifer. —Le salió más frío de lo que pretendía.
Skip esbozó una sonrisita.
—Qué susceptible eres, Jenny.
Se miraron durante unos segundos. Ninguno de los dos se echó atrás.
—De cualquier forma —interrumpió Eddie—, Skip y yo estamos en una misión de
búsqueda de un helado antes de que mi padre venga a recogernos. ¿Quieres unirte a
nosotros, Jenny… ee… fer?
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Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
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—Si te vienen a buscar pronto, podemos ir sin ti —añadió Skip. Había un rastro de
desafío en su voz y en sus ojos, casi como si estuviera retando a Jennifer a abandonar
su paseo.
—Estaba dando una vuelta. Tengo toda la noche. —Se adelantó un par de pasos,
justo hasta quedar cara a cara con Skip—. Me encantará ir contigo, Eddie.
—Mejor nos movemos a paso ligero —dijo Eddie echando un vistazo a su reloj.
El puesto de helados estaba al otro lado del centro comercial. Caminaron por
fuera, con Eddie entre Skip y Jennifer hablando todo el rato. Parecía ajeno al hecho de
que sus dos amigos se fulminaban con la mirada el uno al otro. Tras unos pocos
minutos, Jennifer descubrió que prefería la visión de la despejada y brillante luna
plateada en el cielo occidental.
Pidieron rápidamente y luego trotaron de vuelta, sosteniendo cautelosamente sus
conos demasiado llenos, hacia la entrada del centro comercial donde el padre de
Eddie debía encontrarse con ellos.
De hecho Hank Blacktooth ya estaba allí en su polvorienta camioneta color café,
con el motor en ralentí. El señor Blacktooth era una visión de un futuro Eddie... si
Eddie estaba predestinado a volverse más gordo, más peludo, y más furioso. Miraba
a Eddie mientras los tres chicos se acercaban a la puerta del pasajero.
—Llegas tarde.
Eddie levantó su reloj.
—Dijiste a las seis treinta…
—Eso fue hace tres minutos. —El señor Blacktooth alzó su ancha muñeca. El
austero reloj digital marcaba las 18:33.
Eddie suspiró. Skip los miró a ambos con una pregunta en el rostro, pero Jennifer
conocía al padre de Eddie demasiado bien como para hacer otra cosa que no fuera
mantener la mirada fija en el horizonte.
—¿Podemos acercar a Jenny a casa también?
—Sólo tengo sitio en la cabina para tres. Tendrá que viajar en la parte de atrás.
Jennifer abrió la boca para decir que prefería caminar, pero Eddie la detuvo.
—Ostras, papá, muestra un poco de caballerosidad. No tiene que hacerse así. Yo
subiré a la parte trasera. Ella y Skip pueden viajar delante.
Sin otra palabra, Eddie se hizo a un lado y pegó un salto para subirse a la parte
trasera de la camioneta.
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para el hospital.
—Bravo, todavía es enfermera, ¿verdad?
—Todavía es médico, en realidad. Jefe de cirugía.
Jennifer quiso hacer la corrección amablemente, pero la mirada rápida de
Blacktooth le hizo tragar saliva.
—La gente de la iglesia todavía pregunta por ella.
—¿Después de todos éstos años? —Jennifer trató de sonar suave, pero
interiormente ardía. Su madre había intentado convertirse en un miembro activo de
la iglesia local al principio de trasladarse a Winoka, pero algunos cotilleos crueles
sobre su marido y otra mujer la había desterrado en menos de un año. Como los
rumores comenzaron al poco tiempo de que los Blacktooth empezaran su ataque
contra Jennifer, ésta sospechó siempre mucho de ellos.
—¿Ella y tu padre todavía se llevan bien?
Jennifer sólo apretó los dientes. Al principio, para contenerse. Pero de repente, lo
hizo por otra razón totalmente distinta: un dolor terrible se disparó subiéndole por la
columna vertebral y le atravesó la mandíbula.
—¡Aaay!
Skip se sobresaltó.
—¿Estás bien?
Así como así, el dolor había cesado. Jennifer se frotó la nuca.
—Eso creo. ¿Hemos pasado sobre algo?
El señor Blacktooth masculló algo, irritado.
Otra llamarada de dolor se arremolinó en su caja torácica. Se llevó las manos
rápidamente a los costados.
—¡Gaaagh!
Los ojos de Skip se agrandaron.
—¡Señor Blacktooth, creo que se está poniendo enferma!
Hasta éste momento, Jennifer se había olvidado completamente de la conversación
con sus padres esa tarde. Encontrarse a Eddie y Skip, comprar helados, y encontrarse
con el señor Blacktooth, había hecho que todo pareciera muy normal durante un rato.
Pero la realidad de su situación cayó del golpe sobre ella.
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resentimiento.
—¿Qué pasa, no puedes ver mis ojos de monstruo resplandeciendo en la
oscuridad?
Elizabeth se giró otra vez.
—Oh, sí. Ahora puedo. Son bellos. Plateados, querida. ¿Cómo te sientes?
—Soy un dragón, madre. Me siento como un fenómeno. No, más que un
fenómeno. Un monstruo.
Su madre no contestó de inmediato.
—No te sentirás como un monstruo para siempre.
Jennifer siseó. Sonó muy peligroso, lo cual sólo consiguió enfadarla más.
—Me siento así ahora.
No hubo respuesta.
—¿Adónde vamos?
—A casa del abuelo Crawford.
Eso tenía sentido. El padre de su padre tenía un tranquilo y aislado lugar en el
lago.
Es más, a ella le gustaba el abuelo Crawford. Cada Navidad, venía al sur del
estado con un montón de regalos, en su mayor parte libros. Siempre se saltaba el
discurso habitual de “qué grande estás, cuánto has crecido”. Cada verano, ella iba de
visita a su granja durante una semana. Adoraba relajarse en su enorme salón,
rodeada de estanterías llenas de libros hasta arriba, y se encontró recordando con
cariño como se sentaba en su regazo como una chiquilla y oía las historias más
escandalosas. Incluso ahora, podía describir sus centelleantes ojos grises...
—Oh —eso la trajo de vuelta al presente—. ¿Él, también?
—Bueno, por supuesto. Después de todo, tu padre…
—¿Dónde está papá?
Su madre señaló con la cabeza hacia la derecha del monovolumen. Jennifer miró
por la ventanilla. Ni a siete metros del coche, una sombra oscura y alada se elevó. Les
mantenía el paso con facilidad a lo largo del borde de la carretera.
La cabeza del reptil se giró hacia ellas, y Jennifer vio el gris que cubría los ojos
plateados de su padre.
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Capítulo 4
La nueva mujer dragón
Crawford Thomas Scales era un hombre que había hecho fortuna con una forma
de agricultura y un rancho poco normales. Su hacienda tenía una expansión de
cientos de acres, la mayoría eran tierras de labranza y colinas arboladas que
rodeaban un generoso lago. Un desmoronado muro de piedra se extendía varias
millas alrededor de su propiedad, más una señal que una auténtica barrera contra los
intrusos. Pero de todas formas el abuelo Crawford no se encontraba con muchos
intrusos, puesto que ningún extraño se atrevía a dar los primeros pasos dentro de su
propiedad sin una escolta adecuada.
Una única abertura en el extremo sur del muro permitía el paso de una larga y
serpenteante entrada de gravilla. A cada lado de la entrada, y abriéndose paso a lo
largo del interior de la mayor parte del muro, se aglomeraban unas colmenas de
aspecto extraño. Estas colmenas contenían abejas de un tamaño y un carácter
extraordinarios. Nunca volaban más allá de los confines de la propiedad de su
dueño... pero atacaban sin piedad a cualquier extraño que fuese lo suficientemente
idiota para entrar. Peor aún, parecían insensibles al tiempo, y permanecían activas
incluso durante el invierno más duro de Minnesota.
Más allá de las colmenas existía una franja, una tupida docena de acres, de flores
silvestres. Ni una de las flores era igual... Jennifer nunca había podido averiguar
cómo había hecho crecer su abuelo tal diversidad de increíbles flores silvestres... pues
cada una de ellas era un monumento diminuto y único a la naturaleza. Estas flores
estaban ahí primordialmente en beneficio de las abejas, pero el abuelo Crawford a
veces recogía algunas para venderlas en las floristerías locales.
Tras las flores estaban los pastos, con caballos a un lado del camino y ovejas al
otro. Jennifer no disfrutaba montando a caballo pero tenía que admitir que su abuelo
seleccionaba, reproducía y criaba unos animales extraordinarios. Había dos o tres
que le gustaban especialmente: negros caballos árabes con marcas blancas en el
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hocico.
Las ovejas, por otro lado, eran demasiado numerosas y vivían demasiado poco
para preocupase por ellas, había cientos, libres para vagar por las suavemente
inclinadas colinas.
Entre los pastos y el modesto bosque que rodeaba el lago y la cabaña del abuelo
Crawford descansaba una pequeña franja de pradera desatendida. Encinas, negros
nogales, arces rojos, y píceas noruegas se agrupaban en sus bordes, dando paso a un
prado en la parte norte. La cabaña se asentaba al fondo del prado, en el extremo del
extenso lago.
La llamaban la “cabaña” pero era mucho mayor que una cabaña normal, con
capacidad para casi una docena de invitados. Era enorme. El abuelo Crawford había
construido el lugar él mismo, hacía cuarenta años, haciendo ampliaciones cada diez.
El primer piso estaba revestido de piedra, cubría casi dieciséis mil metros cuadrados,
y conectaba con cada edificio: el garaje, el cobertizo, una despensa, y hasta un
granero. La planta superior hecha de madera, destinada a la vivienda, no era muy
grande, y estaba orientada hacia el norte en dirección al lago.
Jennifer observó por la ventana aquel paisaje durante algún tiempo antes de
comprender que veía en la oscuridad, en color, con total claridad. Visión nocturna...
como un monstruo. Aquel ambiente le era tan familiar, y a la vez tan completamente
diferente cuando lo veía con aquellos ojos.
Su madre hizo girar el monovolumen fuera del camino de entrada y condujo con
cautela alrededor de la punta este de la cabaña hasta que pudieron ver la parte norte.
La entrada al granero ya estaba abierta, y se metieron dentro. Jennifer recordó la
distribución de la casa y que siempre había pensado lo extraño que era que todo
estuviese unido entre sí por enormes puertas batientes. El extremo más alejado del
granero podía conducir a un gran vestíbulo posterior, y luego a la cocina, y más allá a
una enorme sala de estar. La sala de estar daba a un patio orientando al norte a
través de una puerta doble batiente, a un pasto de poca altura, y más allá el lago.
Ahora tenía perfecto sentido, pensó cuando su madre detuvo el coche y se bajó,
que el abuelo Crawford tuviese un sitio para vivir tan grande, con una entrada como
aquella. Podía prever que las habitaciones de tamaño normal, las puertas de tamaño
normal, y los porches de tamaño normal simplemente no eran una opción para los
días que estaban por venir.
Elizabeth levantó la puerta trasera del monovolumen y esperó.
Jennifer le devolvió la mirada.
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—¿Qué?
—Tienes que salir ahora, a menos que quieras pasarte toda la semana en el
maletero.
—Vale… —Jennifer observó con cautela sus piernas. No tenía ni idea de cómo
hacerlo. Evaluó con la mirada a su madre, de arriba abajo—. ¿Supongo que no
podrías llevarme en brazos otra vez, verdad?
—Pesas unos cuarenta y cinco kilos más que hace dos horas —estimó su madre—.
No eres exactamente portátil. ¿Has pensado en ponerte a dieta?
—Qué momento más adecuado para chistes de gordos, madre. Después de todo,
tan sólo acabo de cumplir catorce y me he metamorfoseado en una iguana gigante.
—En realidad —gritó Jonathan desde el extremo más alejado del granero, donde
estaba metiendo la garra en una profunda ranura justo bajo la estructura de la puerta
doble—, es más águila que iguana. Al igual que los dinosaurios, nosotros los
hombres dragón tenemos más en común genéticamente con los pájaros que con los
reptiles. De hecho, tu madre ya ha buscado información sobre el tema. A medida que
vayas desarrollando tus capacidades más parecidas a las de un raptor, verás lo que
quiero decir…
—Y las primeras palabras de mi padre llegaron en forma de sermón biológico —
refunfuñó Jennifer—. Se ve que yo he cambiado, pero vosotros dos seguís tan
despistados como siempre. —Intentó salir majestuosamente del maletero del
monovolumen con la garra de su ala derecha, pero calculó mal la distribución del
peso y acabó tumbada con el rabo sobre la cabeza en un manto de heno. Los caballos
bufaron a ambos lados del establo; burlones, estaba segura.
Jonathan suspiró y su garra dio con la palanca oculta que buscaba, las puertas que
daban a la cabaña se abrieron hacia dentro de la manera apropiada. Las luces del
vestíbulo posterior se encendieron automáticamente, y Jennifer le echó un buen
vistazo a su padre por primera vez.
Lo primero que le llamó la atención fueron los tres cuernos delgados que le
perforaban la parte posterior de la cabeza. Brillaban plateados, como sus ojos.
Tímidamente, Jennifer se llevó la mano hacia atrás y palpó su propio cráneo... sí,
pudo sentir las tres puntas colocadas de manera pareja también allí.
Pero a diferencia de su hija, Jonathan Scales no tenía un cuerno en la nariz. Y había
otras diferencias.
Mientras que su color era un azul oscuro y eléctrico, el de su padre tenía un matiz
más profundo y casi purpúreo. Su espalda y sus alas estaban cruzadas por rayas
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negras, y su estómago era más azul que su espalda. Las alas de él eran mucho más
largas en proporción con su cuerpo que las suyas, y sus brazos en el extremo de las
alas eran mucho más delgados. Y mientras la cola de Jennifer tenía dos puntas en el
extremo, la de su padre estaba rematada por una punta esbelta. En conjunto, la
constitución de su padre era más ligera que la suya… y era más delgado, notó
Jennifer con algo de auto desprecio.
—Liz, ¿por qué no entras? No parece que papá tenga ningún invitado por aquí
durante este ciclo. Quizás haya dejado algún mensaje. Yo me quedaré en el granero y
ayudaré a Jennifer con sus nuevas habilidades motoras.
—¿El abuelo Crawford no está? —Jennifer, desde su desgarbada posición en el
suelo, se sintió decepcionada y curiosa. Si el abuelo también era un hombre dragón,
¿no debería estar en forma de dragón en este momento? Si así era, ¿no era su casa el
mejor lugar donde estar? Y si no, ¿cuándo volvería? ¿Y de qué iba todo aquello de
invitados y ciclos? Ella había estado en aquella cabaña muchas veces, pero nunca
había visto ningún invitado a excepción de ella misma y sus padres.
—Probablemente haya ido al lago. Regresará más tarde. Levántate si puedes —
dijo Jonathan Scales, ignorando el mohín de su hija. Alzó las alas, empujó
suavemente la puerta de entrada con una de sus patas posteriores, y flotó hasta el
heno cerca de Jennifer. Elizabeth entró.
Jennifer se retorció en el suelo. Tirada como estaba de espaldas, levantarse no era
fácil. Se removió, no fue a ninguna parte, y gimió.
—Esto es tan embarazoso.
—Pliega tus alas y rueda —le sugirió su padre.
Así lo hizo, y pronto estuvo sobre sus cuatro patas, sus patas traseras empujaron
su gordo trasero más alto que nunca en sus catorce años, y las garras de sus alas se
sujetaron al suelo sin resultado. Tenía el hocico en la tierra. Todo lo que podía ver era
el heno a dos pasos frente a ella.
—La humillación no acaba nunca, ¿verdad?
—Apóyate un poco en las garras delanteras, para despegar la cabeza del suelo…
así…
Aquello estaba mejor. Ahora Jennifer se encontraba agazapada como un gato listo
para saltar. Estaba segura de que no podría moverse, pero se sentía de algún modo
serena mientras permaneciese recta.
—Caminar no es el punto fuerte de un dragón —explicó Jonathan—. Hasta los
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dragones pateadores prefieren galopar y saltar a caminar sin más. Pero tú tendrás
que aprender a dar un pasito o dos antes de poder siquiera pensar en volar.
Él la guió a través de lo básico. Jennifer aprendió con rapidez que las criaturas de
cuatro patas tenían más independencia de movimiento de piernas que los bípedos
como los humanos. Descubrió que tenía que mantener sus patas traseras medio
pasadas por delante de las delanteras, y debía usar un método de arañar-y-tirar con
sus alas de murciélago para llegar a algo. Progresar no fue fácil. Aún hacía pucheros,
y su padre parecía determinado a ignorarlos. Así que siguió hablando más y más, y
ella diciendo menos y menos, y pronto la lección de caminar fue un casi
ininterrumpido chorro de palabras provenientes del dragón mayor.
—Dobla la pierna un poco más, eso es, mantén las alas más cerca del cuerpo o sólo
irás en zigzag. No, más, así, ahora araña y empuja, ¡no está nada mal para ser el
primer día! No, mira, te caes porque no levantas la cabeza… Guau, eso tuvo que
doler…
—¡Basta, ha sido suficiente! —anunció ella, después de quizás diez minutos—. Ya
puedo al menos entrar e ir a la cama.
Se le hundió el corazón cuando recordó su tamaño. ¿Cómo iba a caber por la
puerta la habitación, y mucho menos en una cama?
Jonathan no parecía preocupado por eso.
—Sí, claro. Hay mucho que aprender. Pero hay una o dos cosas que repasaremos
mañana.
—Como quieras —gruñó ella. Arañó y empujó para abrirse paso por el granero,
luego sorteó delicadamente los tres anchos escalones de madera… y entonces casi
cruza de una voltereta las puertas al pisarse la punta del ala con una de las patas
traseras.
—¡Aaaaargh!
*****
El abuelo Crawford había dejado sólo dos palabras como mensaje: Crecent Valley.
Las letras estaban garabateadas con carboncillo; una gran parte de éste había sido
abandonado de la sala, cerca del papel donde había escrito. Ninguno de sus padres le
dijo a Jennifer qué era Crecent Valley o cuando esperaban que volviese su abuelo... y
le recordaron que dormir era probablemente una buena idea.
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Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
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La sala era, como recordaba Jennifer, bastante espaciosa. Los sofás afelpados y las
sillas ya estaban contra las paredes, las cuales estaban repletas de estantes de roble
llenos de libros encuadernados en cuero. Los títulos diversos de estos últimos
siempre habían fascinado a Jennifer. La cabeza atrofiada, Cría de avispones, Trazar mapas
Cuadridimensionales y más. Algunos de ellos, tales como Draco madrugador atrapa al
pájaro 4 y Formas que nunca cambian, tomaban ahora un nuevo significado.
Replegando con cuidado las garras para no arañar los suelos de madera o rasgar
los muebles, se acercó con cautela a una de las estanterías de libros que siempre
había sido la favorita de Jennifer y su abuelo. Sintió una lágrima en sus plateados y
extraños ojos cuando recordó el tema de las fantásticas historias que él mejor
contaba: dragones.
Bueno, obvio, pensó ahora.
Allí estaban todos: clásicos modernos como El Hobbit, varios cuentos del Dragón
Chino Nü Wa, y versiones para niños de obras más complejas como la historia de San
Jorge y el Dragón, y Beowulf.
Había un libro colocado encima de los demás, un volumen descomunal y plano
encuadernado en cuero con los bordes profundamente desgastados. Jennifer alargó
una garra alada y agarró la encuadernación. El título estaba escrito en letras doradas:
Anatomía de Grayheart.
Jennifer no solía decirlo abiertamente o tan a menudo como antes, pero admiraba
el trabajo de su madre como doctora. Sabía que la biología era su área favorita de
todas las ciencias, aunque sólo había comenzado su propio curso en el instituto en
ella. Trabajar con cosas vivas, entender qué las hacía moverse o respirar y ver, era
absolutamente fascinante para ella. Y Anatomía de Grayheart representaba el cruce de
aquel interés y el amor por los dragones que el abuelo Crawford ponía en sus
historias.
Era el diario de un explorador del siglo dieciocho en América del Norte quien se
había encontrado con el cuerpo de un dragón muerto recientemente, lo había
diseccionado, y lo había estudiado. Las capas de piel, los órganos, la estructura ósea...
todo estaba exquisita e ilustradamente detallado. Usaba el estudio incisivo de la
anatomía de la criatura para suponer cómo había vivido, dormido, luchado, e
incluso, cómo se había enamorado.
Las páginas eran lo suficientemente grandes y gruesas para que Jennifer pudiera
pasarlas, si dejaba el libro en el suelo. Así lo hizo, mientras las lágrimas seguían
4
Juego de palabras con el refrán: it’s the early bird that catches the worm (es el pájaro madrugador
el que atrapa la lombriz) que equivale a nuestro “al que madruga Dios le ayuda”.
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Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
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manando. Aquello no era un examen ficticio de un cuerpo falso. Aquello era ella, o
algo muy parecido a ella. Cada músculo arrancado para ser analizado, cada cámara
del corazón superior e inferior abierta para descubrir…
¿Corazón inferior y superior? El pensamiento la dejó helada.
Colocó una garra sobre la parte izquierda del pecho.
Tu-tun, tu-tun.
Entonces dejó que la garra se deslizara poco a poco hacia abajo y hacia el costado
derecho, cerca de donde estaría su apéndice si fuese una chica humana.
Da-da-tun, da-da-tun.
Tras todo el dolor de la metamorfosis, ver su nuevo cuerpo por primera vez,
observar a su padre, intentar caminar, y todo lo demás, con esto la golpeó por fin el
impacto completo de lo que le había pasado.
—De acuerdo, al cuerno con dormir —les dijo a sus padres, que estaban
desenrollando unas enormes alfombras orientales al otro lado de la habitación—.
Tengo preguntas, y quiero respuestas.
Se pararon en seco, dragón y mujer, luego parpadearon y asintieron al unísono.
—Primera pregunta. ¿Por qué esperasteis hasta hoy para contármelo? ¡No es justo!
No he tenido tiempo…
—Tienes razón, Jennifer. No es justo. Lo sentimos.
Se quedó anonada ante la rápida disculpa de su padre.
—Pero no sabíamos que iba a pasar tan rápidamente. Creímos que quedaban años.
La mayoría de los hombres dragón no experimentan su primer cambio hasta más
tarde... a los dieciséis o diecisiete años, como muy jóvenes. Entonces vimos lo rápida
y fuerte que estaba siendo tu conversión, pero creímos que aún nos quedarían unos
pocos meses. Las libélulas en la escuela fueron una sorpresa absoluta... como
descubrirás, ese tipo de cosas es una habilidad practicada por los dragones más
viejos.
—En cuanto lo hiciste, supimos que teníamos que contártelo todo para que
estuvieses preparada. Y eso hicimos. Pero aun hoy no estábamos seguros de si te
convertirías este ciclo lunar, el próximo, o incluso dentro de un año.
—¿Entonces qué hago así, dos años antes?
—No estamos seguros —Jonathan suspiró—. Probablemente es porque tu madre
no es una mujer dragón. Tú eres un híbrido. Eso seguramente te habrá afectado.
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Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
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Jennifer se encogió.
—A ver, dejemos esto claro. No sólo soy una anomalía entre la gente, ¿soy una friki
entre los dragones?
—Honestamente, Jonathan —siseó su madre—. ¿Un híbrido? El perro es un híbrido.
¿Podríamos usar un lenguaje menos insultante? —Se giró desesperada hacia Jennifer
—. Por favor, no lo veas de esa forma. Sé que esto es duro, pero…
—¡CÁLLATE, MADRE, TÚ NO LO SABES. ES IMPOSIBLE QUE TE PONGAS EN
MI LUGAR!
Los tres se quedaron en silencio durante un rato. Entonces Jennifer expuso su
siguiente pregunta.
—Papá, tú y yo parecemos diferentes. ¿Eso también es porque soy una friki?
Él hizo una pausa y se rascó detrás de su cuerno central, claramente retrasando la
respuesta.
—Pareces tener algunas características inusuales.
—Tomaré eso como un sí. Siguiente pregunta: ¿quién está cuidando a Phoebe?
—Llamé a los Blacktooth con el móvil de camino —dijo su madre en voz baja—.
Eddie se pasará y dará de comer al perro hasta que volvamos.
—¿Voy a estar así durante un par de días?
—Cuatro o cinco.
—Entonces me gustaría que Phoebe estuviese aquí conmigo.
—Cariño, el perro…
—La quiero aquí conmigo —Jennifer se agazapó y se hizo una bola. Creía que sus
padres al menos entenderían aquello.
—Vale —concedió Elizabeth—. Mañana por la mañana iré a buscarla.
—Bien —Jennifer estiró el cuello—. ¿Saben los Blacktooth... Eddie... lo de los
dragones?
—No —contestó rápidamente su padre—. Como podrás imaginar, Jennifer, mucha
gente se sorprendería si supiesen la verdad. Y tenemos algunos enemigos de los que
te enterarás más tarde. No quedan muchos de nuestra raza. Los que sobrevivieron a
Eveningstar se han escondido desde entonces. Los conocerás cuando estés
preparada.
—Eveningstar —los recuerdos de la mañana de su quinto cumpleaños volvieron a
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granja cuando la luna está en su fase media, descubrirás que hay un mundo muy
diferente cuando estas fases se suceden. Esto es un refugio, uno de los pocos que
quedan, donde podemos mantenernos lejos de ojos enemigos y entrometidos.
—¿Y yo me volveré así, cada media luna, durante cinco días, como tú?
—Más bien sí. Hay pequeñas diferencias de un hombre dragón a otro. Durante los
días de luna creciente en los que ésta se dirige al primer cuarto, y el menguante en
una luna nueva, nuestros cuerpos sienten una intensa presión para cambiar. Pasarás
al menos cuatro días en ese estado, pero la mayoría de los hombres dragón necesitan
cinco. Pero dure lo que dure, sucede en ambas fases, siempre.
Jennifer se estampó el ala contra la frente cuando la asaltó otro pensamiento.
—Esto seguirá pasando, ¡dos veces al mes! ¡Voy a perderme la escuela! Mis amigos
van a descubrirlo, quizás Eddie no lo sepa, pero lo que él y Skip vieron la otra
noche…
—No vieron nada —dijo Elizabeth—. Cuando hablé con el señor Blacktooth por
teléfono estaba bastante seguro de que estabas drogada. Por supuesto, le aseguré que
no. La historia que usaremos con la gente como los Blacktooth, la escuela, y el resto
será que estás seriamente enferma. Algo crónico, y quizás hasta incurable.
—Encantador. Sabes, ya puedo oír y sentir el aire silbando mientras mis amigos
me abandonan.
—Confía un poco en tus amigos, Jennifer. No son tan superficiales. Entenderán tu
ausencia y te apoyarán cuando estés ahí. Nos guardaremos para nosotros el nombre
de tu “clínica” para evitar visitas, y estableceremos un plan a largo plazo antes de
que termine el año escolar.
—¿Largo plazo? ¿Quieres decir que tenemos que mudarnos?
—Sí, probablemente. Lo siento, campeona, pero una mujer dragón en edad escolar
presenta muchas oportunidades de que la descubran, o peor, de que la hieran o
maten.
La cara de Jennifer se puso blanca.
—Nunca volveré al instituto. Nunca iré a un baile, ni jugaré en el equipo titular de
fútbol.
Elizabeth se adelantó un paso.
—Te perderás esas experiencias. Pero harás y verás cosas que nadie más puede.
Cosas que yo nunca veré. Tú misma lo dijiste; nunca podré ponerme en tu lugar.
Nadie puede.
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Capítulo 5
Ovejas, abejas, y peces
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lo que lo había visto anoche. Los árboles del abuelo Crawford eran hermosos en esta
época del año, cada color que una hoja pudiera tener alguna vez ahora desplegado...
púrpura, dorado, naranja, marrón, amarillo, y testarudo verde. Unos pocos tonos
menos brillantes continuaban alrededor del lago. El propio lago estaba en calma, con
olas dispersas subiendo y desapareciendo rápidamente sobre el agua clara.
La casa estaba en silencio. Curiosa, deambuló a cuatro patas por las habitaciones
hasta que llegó al granero. El monovolumen había desaparecido.
Con un breve acceso de pánico, Jennifer se abrió paso arañando rápidamente a
través del granero. Empujó las grandes puertas y se asomó fuera. No había nadie allí.
—¿Mamá? ¿Papá? —Intentó no parecer alarmada mientras correteaba torpemente
alrededor de la esquina noreste y trepaba al patio. Había una razón para que se
hubieran ido, se dijo a sí misma. Sólo mamá podía conducir el coche, así que debía
haber ido a algún recado.
Entonces pensó en la noche anterior. Por supuesto, había ido a buscar a Phoebe.
Jennifer lo había exigido. Volvería pronto con el perro.
Eso dejaba a su padre...
—¡Cuidado!
Jennifer miró arriba justo a tiempo para agacharse lejos de una enorme y peluda
bola que caía como una bomba hacia su cráneo.
Pensó brevemente en las arañas gigantes de su sueño, pero cuando el misil
aterrizó se tranquilizó, aunque sólo un poco.
Era una oveja, una de las del abuelo Crawford. Su lana enredada chorreaba
sangre, y sus cuartos traseros parecían rotos. Balaba despavorida.
—¡Papá! —A Jennifer no le parecía en absoluto divertido.
Él aterrizó en el porche junto a la oveja y balanceó una garra hacia la garganta de
la misma.
—Lo siento, no te vi hasta que ya la había dejado caer.
—¿Qué estás haciendo maltratando ovejas de todos modos? —Estaba bastante
segura de que podía adivinar la respuesta y empezó a sentirse enferma—. El abuelo
va a cabrearse de veras contigo.
—Creo que sabes bien que no lo hará. ¿Por qué crees que se hace con más ovejas
de las que puede criar cada año? No puede vivir sólo de miel, y le gustan demasiado
sus caballos para comérselos.
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comestible, y cortar la carne en trozos manejables. Tenía un tío por parte de madre
que solía tratar carne de venado para cazadores, así que había visto este tipo de cosas
antes. No era del todo agradable, pero se parecía más al trabajo de un carnicero que
al de una bestia.
Con diez pulcros pedazos de carne yaciendo sobre el porche, levantó la mirada
hacia su padre con algo que se aproximaba al orgullo.
—Excelente. Ahora a cocinarlos.
El abuelo Grawford tenía una enorme parrilla al final del porche... era de tres
veces el tamaño de la mayoría de las parrillas. Jonathan metió una garra alada bajo la
rejilla, removió los carbones de abajo, y luego disparó una bola de llamas por la fosa
nasal. Los carbones comenzaron a arder inmediatamente.
—Muy bien. Pon esos trozos ahí, y baja la cubierta. A partir de aquí, es como una
barbacoa.
—Genial —Jennifer no pudo ocultar una sonrisa—. ¿No se supone que hay
kétchup en el frigorífico?
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más frío aquí. Con ojos desorbitados captó toda la extensión de la granja del abuelo
Crawford. Ahí estaban las colmenas en el sur, el muro más allá, y si giraba un poco
podía ver las ovejas corriendo ante la visión de su silueta en el cielo, y más allá de
ellas los árboles, y la casa, y el lago...
—¡SIGUE ALETEANDO O PERDERÁS ALTURA! —La voz de su padre a su lado
la sobresaltó, y dio un salto torpe. Inmediatamente cayó tres metros.
—¡Jesús, papá! —Recuperó la compostura y fulminó con la mirada su forma
revoloteante. Las lecciones no solicitadas en tierra eran simplemente aburridas. ¡Pero
a esta altitud, eran peligrosas!
Después de unos cuantos minutos de aletear, empezó a captar la cuestión de ganar
y perder altitud. Sus alas se estaban cansando, sin embargo, y bajó la mirada al suelo
a la vez con anhelo y miedo.
Su padre pareció leerle la mente.
—Como cualquier piloto te dirá —gritó—, aterrizar es fácil. Aterrizar bien es difícil.
Apunta de nuevo al trampolín, e intenta perder altitud unos pocos metros cada vez.
Cuando comenzó a descender, encontró que relajar y volver a extender las alas era
incluso más duro que aletearlas continuamente. Era como caer poco a poco en un
helicóptero tembloroso, y su estómago se revolvió una o dos veces después de una
bajada particularmente inclinada.
Mirando abajo, podía ver el trampolín muy lejos, casi entre sus garras traseras.
Ajustó un poco a la izquierda y se dirigió a por el centro.
El pesado silbido entre los árboles del norte debería haberla advertido de lo que se
avecinaba, pero ni Jennifer ni su padre notaron el súbito viento de costado hasta que
fue demasiado tarde. Sintió como un empujón en su espalda. En una fracción de
segundo perdió la postura y el equilibrio, y se encontró cayendo con los pies por
delante en un ángulo agudo hacia el suelo. Las flores se alzaban rápidamente para
saludarla.
—¡Inclina las alas! —oyó gritar a su padre.
Se inclinó hacia adelante presa del pánico y se niveló con el suelo, pasando
rozando con la barriga las flores silvestres más altas y las cañas de las hierbas. Fue
como su primera experiencia con una bici de niña... estaba moviéndose rápido, con
los músculos congelados, y no tenía ni idea de cómo parar.
Pasó el campo de flores silvestres hasta el campo de las abejas, acercándose más y
más al suelo. Dejar caer una pierna para intentar frenarse era inconcebible; Jennifer
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Durante el resto del día, trabajaron en volar y aterrizar. La única interrupción fue
el almuerzo.
Elizabeth hizo dos recipientes de macarrones con queso ligeramente pasados, y
luego se quedó con ellos durante la tarde para observar los progresos de su hija.
Para cuando el sol estuvo bajo en el cielo, Jennifer se sentía medianamente cómoda
despegando y aterrizando en un campo abierto. Se aventuró tan alto como a unos
treinta y cinco metros una vez, pero perdió el valor cuando comprendió que estaba
sobrevolando pinos espinosos. Dos águilas doradas inusualmente grandes se
abalanzaron junto a su oreja y la convencieron de buscar suelo firme. Ya era
suficiente... decidió mientras aterrizaba sin tropezar por primera vez para aplauso de
su madre y alabanza de su padre... por ahora.
—¡Excelente! —Celebró su padre—. Tienes un auténtico don para esto, campeona.
Tu abuelo tuvo que trabajar conmigo al menos tres días. Finalmente perdió la
paciencia, me subió al tejado de la cabaña, y me empujó hacia el lago. Hablando de lo
cual...
Extendió las alas y abandonó el suelo con una patada, alzando el vuelo. Jennifer
reparó en su postura perfecta y sin esfuerzo con una pequeña punzada de celos.
Luchó por seguirle arriba, mientras su madre empezaba a trotar de vuelta a la
cabaña.
—Tengo que atrapar la cena —explicó Jonathan—. Tú deberías sólo observar esta
parte, creo. No tiene sentido que te mojes aún.
Giraron hacia el norte y dejaron que sus alas se extendieran mientras bordeaban el
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lago. Jennifer intentó no pensar en el hecho de que aterrizar aquí sería imposible, y
en que la línea de árboles de la orilla era difícilmente mejor terreno para ello. En vez
de eso, se concentró en seguir a su padre mientras éste subía en amplios círculos.
Veinte, treinta, cuarenta metros... Jennifer captó un pequeño viento de costado pero
movió las alas rápidamente para compensar... sesenta metros, ciento veinte, y
Jonathan seguía subiendo.
Jennifer mantuvo la cabeza alta. Sabía que la distante vista del agua y los árboles
de abajo la aterraría. Estaban subiendo más alto de lo que nunca había estado fuera
de un avión.
Cuando alcanzaron los ciento cincuenta metros, su padre giró la cabeza.
—Lo primero que tienes que hacer es seguir las sombras. Despeja tu mente y
mantén los ojos en el agua.
Él bajó la mirada, y Jennifer hizo a regañadientes lo mismo. La puesta de sol
lanzaba una luz accidentada sobre la superficie del lago, y al principio no pudo ver
mucho más. Pero dejando que sus ojos se relajaran, descubrió que podía a la vez
ignorar la altitud y ver pequeñas formas bajo el agua.
—Sobrevuelas y esperas hasta que se acercan a la superficie —oyó que su padre
continuaba—. Luego te zambulles. Vale, recuerda, sólo observa por ahora.
Un instante después, su padre se dejó caer con los pies por delante y abajo y las
alas extendidas hacia atrás a su espalda. A Jennifer le pareció un enorme halcón color
índigo.
Segundos después, justo antes de que se zambullera en el lago, interrumpió su
propia caída con un furioso golpe de alas, atravesando el agua con ambos cuartos
traseros, y extrayendo dos formas plateadas. Se alzó de nuevo, rodeando el lago
hacia la costa, y dejando caer el pescado en una enorme caja de plástico que su
esposa había sacado al patio. Luego volvió a subir en círculos para encontrarse con
Jennifer.
—Papá, nunca seré capaz de hacer eso. ¡Ha sido una locura!
—Lo harás al final de la semana. Mañana, si tenemos tiempo.
Sin esperar un argumento, se zambulló de nuevo, esta vez de cara y con las alas
plegadas alrededor del tronco y la cola. Jennifer casi gritó cuando vio su cabeza
golpear el agua, seguida de su cuerpo con una salpicadura sorprendentemente
pequeña. Sobrevoló ansiosamente. ¿Era la sombra de su padre lo que veía? Sí, por
supuesto; dejaba escapar una corriente de burbujas y atravesaba el agua. Era mucho
más rápido bajo el agua de lo que ella había esperado.
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Unos segundos después, él emergió del lago, esta vez con una forma reluciente
más grande en la boca. Jennifer conocía al dedillo su pez; podía decir incluso a esta
distancia que era una perca. Éste siguió a las truchas en el depósito de plástico.
—Necesitaré coger una docena más de esos —jadeó su padre al reunirse con ella
—. Debería llevar sólo unos minutos. Pero tú podrías bajar un poco más, si eso te
hace sentir más cómoda. Seré tan rápido como pueda.
Y se fue de nuevo. Mientras él pescaba, el par de águilas que Jennifer había visto
antes volaba en un círculo apretado en el extremo opuesto del lago, lanzando
ocasionalmente una mirada aguda a este depredador aún mayor. Ella observó a su
padre con algo que se aproximaba a una sensación de fracaso... él estaba haciendo
todo el trabajo, mientras ella sólo se quedaba allí mirando. Nunca le había gustado
esa sensación, ni siquiera cuando era niña. Siempre habían pescado juntos cuando
venían al lago del abuelo Crawford. Tenía su propia caña, carrete y cebo; el abuelo
incluso tenía una caja especial de pesca para ella en su garaje. Coger su propio
pescado siempre era especial, y no había necesitado ayuda para preparar su tanza o
colocar su anzuelo desde hacía años.
Esto, por otro lado, se parecía mucho a cuando su padre la rodeaba con sus brazos
para guiar la caña, mientras mantenía una mano en la de ella sobre el carrete para
asegurarse de que éste no corriera demasiado rápido o demasiado lento. La
fastidiaba.
No parece tan difícil, se convenció a sí misma cuando su padre salía con su sexto o
séptimo pez. Y si lo hago mal, ¿qué pasa? Me mojaré un poco. No es para tanto.
Jennifer fijó sus ojos en la superficie del lago, un poco más lejos de donde su padre
había perturbado las aguas. No mucho después, los encontró: tres figuras esbeltas,
zigzagueando justo bajo la superficie del lago. Dejó caer los pies, empujó las alas
hacia arriba...
.... y empezó a gritar.
Como la más alocada de las olas, la zambullida fue más aterradora de
experimentar que de observar. Al principio, Jennifer estaba segura de que estaba
haciendo algo mal. Entonces habló una voz en la parte de atrás de su mente. Mantén
la cabeza baja. Ojos sobre el pescado.
Vio las tres formas diseminarse ante la sensación de la sombra sobre ellas...
demonios, había llegado hasta ellos desde el oeste, como una idiota. No había
marcha atrás ahora. Mientras dos de las formas saltaban en direcciones opuestas, una
salió disparada justo hacia adelante. Escogió a esa, e inclinó las alas de forma que la
zambullida se volvió menos pronunciada.
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Garras fuera...
Vio sus garras traseras flexionarse mientras se extendía delante de ella. Su
aproximación a la superficie fue perfecta, el pez estaba justo bajo ella, se inclinó hacia
atrás, atrás...
¡Alas! ¡Despliega las alas, tonta! ¡Afloja! ¡Te vas a pasar!
Perdió de vista el pez cuando éste desapareció bajo su cuerpo casi bocabajo. Un
aleo desesperado de las alas rompió su equilibrio, y luchó por evitar hundirse bajo el
agua. Funcionó, en cierto modo... frenó un poco, el pez intentó escabullirse, y ella
metió la pata trasera en el agua sin pensar. Sus garras atravesaron carne y escamas, y
sintió un breve estremecimiento de victoria.
Desafortunadamente, todavía se estaba moviendo, y se percató de que no tenía ni
idea de cómo parar. En su espalda, con las alas desplegadas como enormes frenos de
aire, Jennifer hizo lo único que se le ocurrió... giró las alas hacia adelante y empezó a
aletear.
Si hubiera sido más rápida, o hubiera estado a unos cuantos metros sobre el agua,
podría haber funcionado. Pero en vez de ello, la nueva postura la hizo girar, y rebotó
a través de la superficie del lago como un canto rodado. Unas cuantas salpicaduras
terminaron en una enorme bomba, y luego estaba flotando de espaldas sobre la
superficie, un poco aturdida...
... y con el pez todavía retorciéndose, empalado en el último dedo de su garra
trasera.
Alzó la cabeza y descubrió a su padre, que estaba navegando hacia ella.
—¡TENGO EL PEZ! —aulló—. ¡TENGO EL PEZ!
Con un vigoroso tirón, el pez se liberó de su garra y cayó al agua con una ligera
salpicadura.
—¡Aaaaaaargh! —Plegó inmediatamente las alas contra su cuerpo, rodó sobre el
agua, y se zambulló.
¡Vuelve aquí, resbaladizo, estúpido, agujereado, inútil excusa de pez! Era difícil para
Jennifer no tomarse la escapada del bribón como algo personal. Hacía dos segundos,
había parecido una tonta que se las había arreglado para atrapar un pez. Ahora, a
menos que volviera a capturarlo, parecería sólo una tonta.
Ahí estaba... una forma ondeante y reluciente adelante, goteando sangre que
escapaba de las heridas punzantes de ambos lados. Sabía que sería bastante fácil
cogerlo en la superficie cuando muriera en no mucho rato, pero esa no era la
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cuestión.
Oyó una enorme salpicadura cerca, y vio la forma de su padre entrar en el agua.
Oh, no, no lo harás, Papá. No me ayudarás con este. ¡Este pez es mío!
Con ese último pensamiento, dejó escapar un siseo furioso. Para su gran sorpresa,
una cascada de llamas escapó de sus mandíbulas y se abalanzó hacia su presa,
hirviendo el agua a su paso. La tempestad se abatió sobre el pez y Jennifer lo perdió
de vista por un instante.
Entonces, después de que murieran las llamas y el agua se enfriara, vio al pez
flotando gentilmente hacia la superficie, más bien muerto.
Lo siguió hacia arriba. Cuando su cabeza irrumpió en el frío aire otoñal, oyó algo
grande atravesando el agua a corta distancia... ¿y riendo?
El pez muerto flotaba gentilmente cerca del cuerno de su nariz. Estaba
chamuscado, pinchado, y la mitad de él había desaparecido. Era patético. Era
hermoso.
Más tarde esa noche, con su padre todavía riéndose ahogadamente, su madre
soltando risitas, el risotto hirviendo a fuego lento, y el resto del pescado asándose,
Jennifer todavía creía que ella había atrapado el mejor de todo el lote.
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Capítulo 6
Regresión
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—¡Espera a que comiencen tus lecciones! —siguió—. ¡Tienes mucho que aprender,
y lo harás! ¡Y te llevaremos a Crescent Valley!
—Calma, papá —interrumpió Jonathan con algo de alarma—. No está ni de cerca
lista para Crescent Valley aún. Tiene un largo camino por delante. Y si no recuerdo
mal, a mí no me dejaste entrar en Crescent Valley hasta que cumplí dieciséis.
—Tú eras un idiota —Crawford hizo un guiño.
—Ya he aprendido mucho, abuelo... a volar, a respirar fuego, a atrapar ovejas,
¡incluso a pescar! —Su propia excitación le sonaba extraña, como si fuera una niña de
cinco años que acababa de terminar de leer su primer libro por sí misma.
—¡Maravilloso! —rió él—. Lamento habérmelo perdido.
No importaba no haberle visto antes en esta forma... su voz, sus modales, todo en
él era exactamente como lo recordaba. Casi deseó preguntarle si le leería una historia,
para poder acurrucarse en su regazo.
—He hecho salsa de espagueti —ofreció Elizabeth justo dentro de las puertas del
patio—. No te preocupes, papá, es vuestra receta familiar.
—Eso no es ninguna garantía —masculló Crawford a Jennifer—. Muy bien
entonces —dijo más alto—. ¡Sácala, daremos cuenta de ella!
Jennifer tenía que admitir que una de las mejores cosas de ser un dragón era el
descarte absoluto de todos los modales convencionales. Su madre trajo tres grandes
cuencos y los colocó simplemente en el porche. Cada dragón se colocó junto al
cuenco más cercano y metió la cabeza en él. Sus sorbidos y gorgoteos eran casi
cómicos, pero Jennifer estaba demasiado atrapada por el aroma de la salsa para que
le importara.
—¡No está nada mal, Lagartija! —eructó Crawford. El apodo hizo bufar a Jennifer.
No había oído ese antes—. ¿Estás segura de que mi hijo no ayudó?
Elizabeth se colocó con su propio cuenco de pasta y salsa en la única silla del
porche. Su sonrisa traicionó diversión e irritación.
—Puedo seguir la receta perfectamente. También puedo hacer muchas otras cosas,
todas las cuales son bastante más importantes que cocinar comidas perfectas para tu
hijo de forma regular.
Crawford alzó sus mandíbulas cubiertas de salsa del cuenco. Para Jennifer, se
parecía un poco a un dinosaurio levantando la cabeza de una presa reciente para
mirar a un retador.
—Vamos, vamos, doctora, no hay necesitad de ponerse picajosa. No quería decir
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eso.
Hubo silencio por un rato. Jonathan alzó la cabeza de su propio cuenco y les lanzó
a ambos miradas de advertencia. Confusa, Jennifer dejó de masticar y permitió que
algunos fideos colgaran de su boca. Nunca había notado este tipo de tensión entre su
madre y su abuelo antes.
Finalmente su madre se encogió de hombros.
—Da igual. Tu hijo cocina bastante bien, así que no importa. No nos moriremos de
hambre pronto.
Esto pareció romper la tensión. Todo el mundo comenzó a comer de nuevo, así
que Jennifer siguió con ello. Estaba a punto de lamer los últimos trazos de salsa de su
cuenco todavía caliente cuando empezaron los temblores.
—Papá... —No podía controlar sus garras, sus alas, su cuerpo entero. Temblaba del
hocico a la cola, dio varios pasos atrás cuando sintió que sus entrañas se retorcían.
Era una sensación ligeramente diferente al primer cambio, pero lo bastante similar
para que Jennifer se asustara. Sabía lo que se avecinaba... su espina dorsal, su piel,
sus dientes, todo empezaría a doler de nuevo.
Pero hacía cinco días, había estado sola. Esta vez, su familia estaba presente y lista.
—Está bien, Jennifer —la consoló la voz de su madre—. No dolerá mucho esta vez.
Puse algo en tu salsa para aliviar el dolor.
—¿Algo en su salsa? —oyó preguntar a su abuelo. Su voz sonaba desaprobadora,
pero podrían haber sido los ecos en su cabeza. Su visión comenzó a nublarse.
Oyó a su padre, a lo lejos.
—No hablamos exactamente de esto, Liz...
—Órdenes del médico —replicó su madre, aun más lejos.
Las voces continuaron, pero Jennifer no podía ya distinguir lo que estaban
diciendo. Sus entrañas todavía estaban deslizándose y frotándose unas contra otras.
Podía sentir los mismos cambios perturbadores en su columna y su cráneo, solo que
esta vez a la inversa... y para nada con el mismo dolor, sólo una incomodidad
medianamente suave.
—¿Qué pusiste en la salsa, mamá? —Su voz parecía diminuta y a millas de
distancia a sus propios oídos—. ¿Morfiiii...?
Sintió su cuerpo derrumbarse cuando la morfina, o lo que fuera, hizo efecto del
todo. A través de los borrones ante sus ojos, vio las formas de su abuelo y su padre,
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El viaje a casa fue tranquilo y sin incidentes. Phoebe se acurrucó junto a Jennifer
en el asiento de atrás del monovolumen durante la mayor parte del viaje, lamiéndole
ocasionalmente la oreja. De vez en cuando, uno u otro de sus padres le preguntaban
cómo se sentía, o si había disfrutado viendo de nuevo al abuelo (lo había hecho,
aunque la forma humana del mismo, esa mañana, le había recordado lo viejo que
realmente era), o si todavía tenía deberes que hacer.
Jennifer respondía a todo con las menos palabras posibles. Los gruñidos sin
compromiso eran sus favoritos. Sabía que esos volvían locos a su madre y su padre,
pero no le importaba. ¿Quién va a tener una conversación normal después de algo como lo
de esta semana pasada?, se preguntaba a sí misma. No se le ocurrió nada.
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explicar su ausencia a Skip, aunque sus padres habían inventado una elaborada
historia de trágica enfermedad. Pero Skip no la presionó demasiado.
—Dime, ¿te sientes bien? La señora Graf nos dijo que estabas enferma.
—Sí, enferma —refunfuñó ella. Intentó cambiar de tema—. Nunca antes te había
visto en el autobús. ¿La casa de tu familia está por aquí?
Él se removió incómodo en su asiento.
—Mi tía se la vendió a mi padre, sí. Desde que mamá murió...
El incómodo silencio se extendió ante ellos un rato. Jennifer no quería hablar de su
enfermedad, y estaba claro que Skip no quería hablar de su madre muerta.
Finalmente, Jennifer tomó un profundo aliento.
—¿Has visto a Eddie últimamente?
Eso funcionó bien. Skip se lanzó a una serie de tópicos extendiéndose desde cómo
él y Eddie había pasado todos los fines de semana, hasta cuantos deberes les habían
puesto en la clase de la señora Graf y si Jennifer podría ponerse al día alguna vez.
Pero Jennifer descubrió mientras escuchaba que no le importaba mucho si se ponía
al día, o si se quedaba más atrás aún, o incluso si se graduaba en el Instituto Winoka.
Con cada palabra de Skip que le pasaba a través de un oído y le salía por el otro,
sentía más y más que ir a la escuela ya no tenía sentido.
Sabía leer y escribir. Sabía más matemáticas que algunos universitarios. La historia
nunca le había interesado. ¿Y la ciencia? Su admiración por la carrera de su madre
seguía siendo eso... admiración, bordeada por los límites muy reales enmarcados de
una chica de catorce años... crónica y terminalmente enferma. ¿Entonces por qué
estaba aquí? ¿De qué podía servirle la escuela a una criatura como ella?
Pasándose la mano por el cabello, sintió disgusto al tocar las hebras canosas. Por
cada momento que había pasado odiando su cuerpo de dragón la semana anterior,
odiaba éste más. Esta cosa bípeda había llegado a parecer mal de algún modo. ¿Y
cómo podía odiarlo, cuando sólo había sido dragón durante unos días, pero había
caminado sobre dos miserables y pálidas piernas toda su vida?
Skip no parecía notar su falta de atención. De hecho, seguía hablándole cuando el
autobús finalmente alcanzó la escuela y se bajaron todos. Aparentemente, se tomaba
su silencio o el ocasional contacto visual como aprobación tácita. Cuando Jennifer
bajó del autobús, casi tropezó por la tensión nerviosa que los escalones provocaron
en su cuerpo. Ahogó una risa desesperada. ¡La estrella atleta de su clase, y a duras
penas podía mantenerse en pie en su propia piel!
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Marchó a través del primer par de clases en medio de una neblina. Una vez pasó
junto a Susan en el pasillo, pero su amiga pareció sentirse incómoda hasta por
mirarla. Jennifer suponía que probablemente fuera lo mejor.
En la clase no habló, sin importar cuánto intentaran persuadirla sus profesores.
Cuando la señora Graf intentó hacer un drama de ello en ciencias, Jennifer fijó sus
vidriosos ojos grises desafiantes en ella. La señora Graf devolvió una mirada
desdeñosa por la rudeza, pero dejó en paz a Jennifer el resto de la hora.
La campana sonó y la clase salió. Una vez más Jennifer cayó en medio de una
corriente de pensamientos amargos, rota de repente por la voz de Bob Jarkmand.
—¿Qué te pasa, “Escamas”? Pareces cabreada. ¿Tienes problemas femeninos?
Problemas femeninos. Ovulación. Reproducción. La breve interrupción de Bob hizo
pensar de nuevo a Jennifer. ¿Qué clase de críos tendría ella, dentro de unos años?
Antes siempre había parecido raro adivinar, pero ahora cada pensamiento que tenía
le revolvía el estómago. Por supuesto, pensar en sexo y niños...
—Miradla, está totalmente colocada por sus problemas femeninos. Apuesto que
eso es lo que té pasa cuando pierdes la virginidad y empiezas a pendonear por la
escuela...
Además de eso. No había forma de que ella hiciera pasar a un hijo suyo por esto.
No, lo siento, todo el mundo fuera del tren genético, se acabó el trayecto. Disfrutaría
de su vida como lagarta ermitaña soltera.
—¡No le hables así, capullo!
Eso interrumpió su tren de pensamientos. Skip se había plantado a unos cuantos
centímetros de Bob. Los estudiantes cercanos se habían detenido todos a mirar. Bob
no era mucho más alto que Skip, pero era más ancho de espaldas. Al contrario que la
última vez que habían chocado, aquí no había ningún profesor o sillas de clase que se
interpusieran entre ellos.
Que dulce, pensó Jennifer observando el desafío directo de Skip. Suicida, pero dulce.
Le ofreció una sonrisa adusta, pero él estaba demasiado ocupado mirando al chico
mayor.
—Ni siquiera le hables —continuó Skip—. Ni siquiera la mires.
—¿Por qué, Francis? ¿Eres su novio del día? Menuda suerte. “Escamas” parece el
tipo de chica a la que le gusta rondar por ahí. Apuesto a que estará con algún otro
mañana —Bob se adelantó, dejando a Skip completamente a su sombra—. De hecho,
sé que así será. Porque tú estarás en el hospital.
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—¡No me importa decir que estoy sorprendido! De acuerdo con sus informes,
Jennifer nunca antes había tenido ningún tipo de problema disciplinario en el
instituto. —El director del Instituto Winoka, el señor Mouton, estaba sentado tras su
escritorio después de estrechar las manos de Jonathan y Elizabeth, y de haberles
indicado que tomaran dos sillas de vinilo delante de él. Jennifer se mordía la lengua
en una incómoda silla de fibra de vidrio a un lado.
—Señor Mutton —empezó Jonathan.
—Es Mooo-TONE, si no le importa. Debo añadir, señor y señora Scales, que es un
placer conocerles a ambos. Aunque las circunstancias podrían ser mejores, por
supuesto. Como nuevo director aquí, he estado intentando conocer a los padres antes
de que haya un problema. Desearía poder haberlo hecho en este caso. Mi asistente
me dice que tuvo problemas para encontrar un hueco en el que el señor Scales
estuviera disponible...
Jennifer lanzó una mirada acusadora a su padre, y luego una triunfante a su
madre. ¡JA!
—Normalmente estoy de viaje —explicó Jonathan lentamente—. Elizabeth está
más en contacto con las escuelas de Jennifer, por norma general.
—Mmm.
—Ambos estamos muy interesados en la educación de Jennifer, señor Mouton,
Pero los horarios a veces...
—No ha perjudicado su desempeño académico —interrumpió cordialmente el
director—. Al menos aún no. Pero estos años son normalmente el punto en el que las
reglas cambian, señor y señora Scales.
Elizabeth se removió incómoda en su silla. Jonathan captó la señal.
—Mi esposa asiste a cada reunión de padres y profesores, partidos de fútbol, y
ferias de arte. Y yo acudo a tales eventos cuando puedo. Siempre hemos apoyado a
Jennifer...
—Sí, por supuesto, por supuesto. —Era una concesión y un descarte al mismo
tiempo. El señor Mouton revolvió algunos papeles y sacó un archivo. Era bastante
delgado, pero estudió las escasas páginas como si estuviera examinando un
diccionario—. No es inusual en estos casos, señor y señora Scales, que un niño
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sobreactúe en ausencia de sus padres. Dice usted que pasa mucho tiempo en la
carretera. Jennifer podría haber estado llamando su atención.
—O podría haber increpado al matón del colegio por su atroz comportamiento.
Jennifer casi se cae de la silla. ¡Su madre había dicho eso! Elizabeth parecía no sólo
conocer a Bob Jarkmand ya, se estaba poniendo de su lado... ¡de su lado!
Las mejillas del director enrojecieron.
—Puede que sea así, señora Scales...
—Es doctora Georges-Scales, si no le importa. ¿Por qué no está el gamberro aquí
respondiendo a preguntas? —Elizabeth recorrió con la mirada la oficina del director,
esperando obviamente ver al chico más grande del instituto Winoka colgado junto a
los diplomas y premios que revestían la pared.
—El "gamberro" como lo ha llamado, está en la enfermería, masticando trozos de
hielo en un intento de bajar la hinchazón —dijo Mouton fríamente—. No importa lo
que Robert dijera a Jennifer, la violencia no es la respuesta.
—Ahórrese sus perogrulladas. Veo las consecuencias de la violencia cada día, y
conozco al tipo de personas que la producen. Entiendo que este Robert no sólo estaba
diciendo a mi hija que era una puta, sino que también amenazaba a uno de sus
amigos. ¿Ha hablado con ese testigo?
—Aún no —admitió el señor Mouton. Jennifer podía ver por la expresión de su
madre que ella ya sabía la respuesta. Skip había pillado a sus padres de camino a la
oficina del director entonces, y les había contado todo. Se saltó la clase para acechar
fuera de la oficina y hablar con ellos. Jennifer sonrió para sí misma. ¡Caballero de
brillante armadura, ciertamente!
El señor Mouton captó la sonrisa y se giró hacia ella.
—Esto no es cuestión de risa, señorita Scales.
Jennifer no dejó caer las comisuras de la boca.
—No puedo evitar encontrarlo divertido.
—Mejor estate callada, querida —exclamó Elizabeth. La cálida relación madre-hija
se disipó instantáneamente.
—¿Por qué debería quedarme callada? —exclamó ella en respuesta—. Estáis todos
hablando de mí. De mí vida. De cómo yo estoy atrapada aquí en esta escuela sin
sentido sin ninguna razón en absoluto.
Elizabeht ignoró el discurso.
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Capítulo 7
La granja en luna creciente
—Nunca habría pensado eso de ti, Jennifer —dijo su padre, una vez en el coche y
de camino a casa—, pero o no eres tan lista como siempre hemos pensado, o te da
igual si tu familia vive o muere.
—¡Oh, vamos, papá! Mouton es un idiota, y sólo me estaba divirtiendo un poco.
—¡Esto no es un juego! —Estaba gritando al espejo retrovisor—. Hay enemigos...
seres de los que nunca has oído hablar... enemigos que me cortarían la cabeza en el
mismo instante en que supieran lo que soy. La tuya también.
—Eso no suena tan mal —dijo ella haciendo pucheros—. De todos modos odio
vivir así. —Asomándose a la ventana del asiento trasero, divisó un carnero negro
vestido con traje de chaqueta, sujetando con las pezuñas a una oveja rubia flaca y
huesuda con un vestido de estampado floral. Un trío de corderos lanudos entraban y
salían de su camino por la acera. Se restregó los ojos, pero las formas animales
estaban todavía allí cuando miró de nuevo… esto empeoraba.
Su padre seguía.
—Esperábamos que pudieras asistir a la escuela algunos días, antes de sacarte por
"razones médicas”. Faltar a clase la semana pasada, volver por un día, y desaparecer
de la noche a la mañana otra vez parecerá sospechoso. Y encima de eso, ¡encima!,
pegas un puñetazo a un chico enorme como Bob Jarkmand. ¡Puede que se lo
mereciera, pero un combate de boxeo en el pasillo es apenas compatible con el cuento
de que tienes una enfermedad crónica y debilitante!
—Tal vez podáis decir que sólo estoy mentalmente enferma —se burló ella—.
¡Tengo la impresión de que me estoy volviendo loca de todas maneras!
La expresión de su padre en el espejo retrovisor se suavizó, pero sólo ligeramente.
—Por supuesto que no estás loca, Jennifer. Estamos tratando de que no te resulte
demasiado duro...
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—No me digas.
—¡... pero tienes que usar la cabeza!
Ella inhaló por la nariz y se enjugó las lágrimas a tiempo de ver una vaca Jersey
conduciendo un monovolumen junto a ellos. Varios cerditos color melocotón estaban
situados en los asientos traseros.
—Lo siento. No consigo captar del todo los detalles de haber dejado de ser dragón
a otra vez humana por primera vez.
Elizabeth interrumpió.
—Ser adolescente mientras esto ocurre no puede ser fácil. Pero entendamos tu
dolor o no, tienes que escuchar a tu padre. Está intentando decirte que hay códigos
de comportamiento. Cuando rompes esos códigos, nos pones en peligro a todos. Así
que tienes que madurar.
La vía por la que se internaba su madre en esta conversación enfureció a Jennifer.
Fulminó con la mirada las cabezas de sus padres.
—¡En otras palabras, esto es una función de vodevil, yo soy vuestro títere, y ambos
estáis molestos porque no me muevo y hablo de la forma indicada por el brazo que
desde arriba dirige mis movimientos!
****
No prestaron la más mínima atención a esa última metáfora, reflexionó más tarde
Jennifer en la quietud de su cuarto. Sus pósteres de bandas, equipos de fútbol y
películas de fantasía estaban hechos trizas en el suelo. Estaba bosquejando un
interminable rebaño de ovejas con su lápiz de carbón vegetal, directamente en la
descolorida pared rosa. A espaldas de estos, surgía una oscura sombra alada.
—¿Jennifer?
No se dio la vuelta.
—Entra, Susan. Skip y Eddie pueden entrar, también. Asegúrate de que saben que
no deben poner peso en la parte superior del enrejado.
—¿Qué estás haciendo? —Susan sonó preocupada mientras los chicos trepaban
sobre el alféizar detrás de ella.
—Quién mantiene abierta su ventana en noviem... ¡Ey! —La voz de Eddie parecía
aún más preocupada que la de Susan, pero intentaba bromear—. ¿No te ejecutarán
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tus padres por hacer eso? Mi padre me pilló con lápices de colores en la pared
cuando tenía cuatro años, y todavía puedo recordar la corte marcial.
Jennifer todavía no se daba la vuelta.
—No me castigarán. No pasaré demasiado tiempo en este cuarto, de todos modos.
Y sabía que vendríais, por eso dejé abierta la ventana. Por favor ciérrala, Skip.
Oyó la ventana cerrarse, a continuación la voz tentativa de Susan. Era difícil
prestar atención: podía oler a comida. ¿Una presa? Su sentido común arrojó ese
pensamiento a un lado.
Susan estaba diciendo que Skip les había contado a ella y a Eddie lo que había
sucedido con Bob Jarkmand, y que Bob había tenido que ir al hospital, y que toda la
escuela hablaba. De eso, y de que tal vez Jennifer no regresara a la escuela, porque
había sido expulsada...
—Eso no es cierto —la interrumpió Jennifer.
Susan hizo una pausa.
—¿No? ¿Entonces qué ocurrió?
—No me han expulsado. Estoy… —Era tan duro mentir a sus amigos así—. No
quiero hablar de eso.
—Skip oyó que tal vez estabas realmente enferma, lo cual tiene sentido —ofreció
Eddie—. Quiero decir, por la forma en que saltaste de la camioneta de mi padre la
semana pasada. Si no quieres hablar de ello, estupendo. Pero por favor no te sientas
sola. Estamos aquí si nos necesitas.
Jennifer extendió la mano detrás de ella y agarró la rodilla de Eddie cuando él se
puso en cuclillas a su lado.
—Gracias, Eddie.
Todos exhalaron con un poquito de alivio antes de que ella continuase.
—Pero siento que estoy sola, incluso entre amigos. Al menos por ahora. Podéis
quedaros si queréis. Poned música, sentíos como en casa. Caray, coged un
carboncillo si queréis. Pero no hablaré demasiado.
—No llego a comprenderlo —dijo Susan, ignorando lo que Jennifer acaba de decir
—. ¡El campeonato no fue hace tanto! Jugaste de maravilla. ¡Aquella pirueta! Y luego
le pegas a Bob en el pasillo... pareces tan fuerte. ¿Cómo puedes estar enferma?
Jennifer se levantó y comenzó a esbozar árboles a lo lejos, a distancia de las ovejas.
Nada de refugio para las pobres ovejitas.
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excusa.
Deseó con toda su alma llamarla, eso empeoraría las cosas. ¿Cómo se sentiría
Susan si descubría que Jennifer y su familia estaban usando una enfermedad como
coartada?
No tenía importancia. Esto era inevitable. Los perdería. No a todos de inmediato,
sino uno a uno...
—¡Susan! —Eddie salió precipitadamente del cuarto en forma de garañón
plateado—. Jennifer, la traeré de vuelta. ¡Susan!
Se oyó ruido de pasos en escaleras, y voces amortiguadas, Susan gritando, y luego
las voces de sus padres también. Susan gritando otra vez y una puerta cerrándose de
golpe. Después se hizo el silencio.
Ella esperó un momento.
—Skip, si vas a quedarte, coge un carboncillo.
—Vale.
Vio por el rabillo del ojo, cómo él se agachaba y cogía un carboncillo, y como
estiraba la otra mano para terminar de arrancar de los pósteres destrozados de la
pared.
—¿Más ovejas u alguna otra cosa?
—Otra cosa —dijo ella, trémula. En su sueño despierta, lo vio otra vez como la
flacucha criatura-oveja del autobús. Hizo todo lo que pudo para no mirarle
directamente mientras él recorría la pared con sus apéndices faltos de gracia—.
Definitivamente cualquier otra cosa, ahora. No me importa qué.
*****
Jennifer dejó de comer al día siguiente. Desde la reunión con el señor Mouton, se
sentía demasiado depredadora... se encontró deseando ardientemente más comida
de la cuenta y sintiéndose culpable porque todo el mundo a su alrededor pareciera
tomar la forma, oler, o llamarse como un sabroso bocado. Por supuesto, no comer
solo empeoró las cosas, y antes de que acabara la semana, Jennifer veía comida en los
lugares más insospechados... fideos en el lavabo del cuarto de baño, galletas
azucaradas colgando de las ventanas, y un pez nadando alrededor de la ropa sucia
esparcida por su habitación.
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Apenas abandonó su cuarto durante tres semanas, dejando que su madre le trajera
comida que no comería... intentó con un poquito de sopa de pollo una vez, y la
escupió cuando le supo a sangre... y se conformaba con sorber agua y mordisquear
pan. Cubrió sus paredes de dibujos a carboncillo... rebaños de ovejas cazadas por
manadas de ángeles vengativos y (donde Skip había inyectado su vena artística) un
par de mariposas negras, sin rostro. Él había dejado bastante espacio rosa de la pared
que se revelaba a través de las alas y eso hacía que se parecieran un poco a esa Cola
de Espada a la que Jennifer había oído gritar en la clase de la señora Graf semanas...
años atrás, parecía ahora.
Skip y Eddie venían a verla cada par de de días después de la escuela, algunas
veces juntos, algunas veces por separado. Invariablemente le subían la comida que
los padres de Jennifer esperaban que comiera si le era ofrecida por manos diferentes,
y luego se la comían ellos mismos cuando la táctica no surtía efecto.
La mayoría de las veces, aparecían con sus extrañas formas... Eddie como un
hermoso garañón plateado con manchas color café, y Skip como una oveja
excesivamente alta y flaca. Ninguna de las dos distorsiones era reconfortante para
Jennifer, así que habitualmente les daba la espalda, quejándose de que necesitaba
descansar los ojos, y les dejaba hablar del instituto (aburrido), de Bob Jarkmand (que
se estaba recuperando), e incluso de las chicas que consideraban monas (con algunas
risitas).
Si el tema era lo suficientemente mundano, hacía una pregunta o dos,
simplemente para que siguieran hablando. Después de todo, aun si se marchaban
algún día como Susan, todavía no estaba preparada para perder a todo el mundo de
inmediato. Y quizá tras suficiente conversación, insistía un rincón de la mente de
Jennifer, pudiera encontrar algún modo de contarles la verdad después de todo.
Pero las cosas nunca fueron bien en esas semanas después de que Susan se fuera.
Cada vez que Eddie o Skip dirigían la conversación hacía ella o su enfermedad,
Jennifer se tensaba y sacudía su cabeza. Ellos sabían entonces que era el momento de
cambiar de tema.
Una mañana temprano, horas antes de la salida del sol, alguien a quien apenas
había visto durante las dos semanas pasadas la despertó: su padre.
—Nos vamos —dijo simplemente.
—¿Adónde?
—A la granja del abuelo. Vístete.
La idea de ir a la granja durante una luna creciente fue suficiente como para avivar
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—No has traído bastante ropa, pero tu madre puede subirte más, dentro de una
semana poco más o menos.
—¿Cuánto tiempo nos quedaremos aquí?
—Algún tiempo. Tu madre y yo decidimos…
—¿Mamá y tú decidisteis?
—... que es simplemente demasiado peligroso dejarte vagar por Winoka, donde
podrías cometer un error…
—¿Qué quieres decir con eso de cometer un error?
—... y más allá de eso, estamos preocupados por tu salud, ya que no has estado
comiendo.
—¡Yo puedo decidir lo que como y cuando!
—De cualquier manera, tendrás que quedarte hasta que...
—¿Hasta que qué? ¿Hasta que alguien de verdad busque mi comodidad en mí
propio futuro?
—... hasta que te habitúes y te sientas cómoda con quién eres ahora.
Ella le siguió a través del granero y el pasillo que conectaba con el resto del
edificio.
—¡Cómoda con quien soy! ¡Nunca voy a sentirme cómoda con quién soy! Odio no
parecerme a ti o al abuelo. Odio la forma en que veo y huelo cosas. Odio como esto
hace que tenga que mentir a mis amigos. Y odio lo mucho que duele. —Se derrumbó
en un sillón del cuarto de estar. Su padre hizo una pausa en la puerta de la cocina lo
suficiente larga como para mirarla.
—Por eso necesitas este tiempo. Confía en mí, Jennifer.
—No puedo confiar en quien ha estado mintiéndome durante catorce años —gritó
ella. Una vez que lo hubo soltado no se arrepintió. Sintió que le gustaba demasiado la
verdad.
Él le clavó la mirada pero no contestó. En lugar de eso, entró en la cocina.
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El cambio sucedió menos de una hora después, y aunque Jennifer odió admitirlo,
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su padre tenía razón. No dolió tanto como la primera vez. Sus entrañas todavía se
retorcían incómodamente, y su columna vertebral aún se retorcía más allá de lo que
jamás hubiera creído posible, pero había poco dolor en sus mandíbulas, garras, o
extremidades.
Con menos dolor y menos miedo, Jennifer pudo observar su transformación más
claramente. La parte más interesante, se dijo a sí misma mientras apretaba los dientes
a través de los modestos dolores, era el despliegue de las alas. Una vaina explotó de
sus omóplatos y se envolvió a sí misma alrededor de sus brazos y torso. De él salió
girando un fino material que se alargó desde sus muñecas escamosas hasta su
reluciente abdomen. Luego los codos se inclinaron hacia atrás con un sonido
enfermizo, aunque ella no lo sintió como mucho más que un crujir de nudillos.
Con todo, no podía decidir qué había sido más problemático: el primer cambio
hacía semanas, cuando estaba aterrorizada y apenas había podido ver nada; o este,
dónde sabía qué ocurría y serenamente podía observar la forma del dragón borrar
todo rastro de su cuerpo humano.
Cuando el tono azul brillante cubrió su piel y un resbaladizo cuerno comenzó a
asomar de su alargado hocico, finalmente decidió que tanto daba una cosa que otra.
Su padre entró desde la cocina cuando ambos hubieron cambiado... le había
proporcionado algo de privacidad, a petición de ella... y la examinaba con una
sonrisa que no llegaba a sus ojos de plata. El hiriente comentario que Jennifer había
hecho antes aparentemente había hecho mella en él.
—La luna lleva en cuarto menguante al menos un día. Los demás llegarán pronto.
Espera aquí.
—¿Qué? ¿Te vas?
Sus ojos plateados refulgieron con un tinte helado.
—No finjas sentirte desilusionada.
Jennifer nunca había experimentado amargura de su propio padre, y esto la
sorprendió. Le hacía parecer bastante más joven... o quizá a ella misma bastante más
mayor. Una oleada de culpabilidad enrojeció sus mejillas.
—Lo siento, me he estado mostrando difícil.
—No lo lamentes —la interrumpió él, sosteniéndole la mirada—. Tienes derecho a
sentirte así. Pero creo que te estoy haciendo más daño que bien. Tu abuelo será mejor
tutor para ti.
—¿Dónde irás? Quiero decir, eres un dragón, papá. ¿No deberías quedarte aquí, al
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El amanecer llegó una hora más tarde, y todavía no había señal de nadie más. El
silencio y el perfume cubierto de rocío del amanecer llenaban el crispado aire de
octubre. Jennifer se acurrucó en el porche y esperó, mirando por encima del cuerno
de su nariz, atenta a cualquier señal de alguien y preguntándose si debería cazar algo
que comer por sí misma… cuando repentinamente el desayuno llegó a ella.
Al menos media docena de las ovejas del abuelo, lejos de su prado, venían
corriendo entre los árboles rodeando la esquina noreste de la cabaña. Parecían
aterrorizadas.
El sonido de pies galopantes surgió justo después, y antes que Jennifer pudiera
reaccionar tres enormes formas de color aceitunado irrumpieron alrededor de la
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misma esquina en encarnizada persecución. Los tres dragones... pues eran dragones,
aunque de ninguna clase que Jennifer hubiera visto antes... lanzaban rugidos
tempestuosos que prácticamente la tiraron del porche. Entonces, como un rayo,
redoblaron sus pasos y volvieron a la carga tras su presa.
—Hola ¿quiénes sois...? —comenzó, pero su voz se perdió entre el horrible
estrépito. ¿Estaba viendo formas animales otra vez, o esto era real?
Era real, decidió, y una auténtica cacería ya que estábamos. Los antebrazos de los
depredadores eran gruesos y firmes, y el escaso tejido que conectaba estas
extremidades con sus cuerpos parecía más decorativo que útil. Desde luego estaban
mucho más cómodos en el suelo que Jennifer. No podía imaginarse estos enormes y
voluminosos cuerpos dando vueltas alrededor de un lago lleno de peces como su
padre, o buceando graciosamente hasta el fondo de nada.
Pero fueron sus enrojecidos ojos violentos los que realmente captaron su atención.
Tres pares de estrechos puntos rojos corrían a gran velocidad hacia su presa,
completamente concentrados. Si las ovejas hubieran sido gacelas, no habrían salido
ganando, de eso Jennifer estaba segura.
Uno atrapó a una oveja rezagada. Con un rápido movimiento de la cabeza, se
agachó bajo la barriga del animal y corneó su caja torácica con el cuerno de la nariz.
La oveja saltó en el aire y se desplomó sin vida.
Ew. Jennifer hizo una mueca. Con la garra de un ala toqueteó el cuerno de su
propia nariz tentativamente.
Los otros dos dragones casi se habían acabado sus ovejas cuando dos esbeltos
cuerpos azules sobrevolaron los árboles cercanos y descendieron rápidamente. Sus
escamas eran casi exactamente del mismo tono que las de Jennifer, pero sus enormes
alas tenían patrones de naranja, rosado y amarillo que le recordaban más a una
mariposa que a un dragón.
Con una risa animosa, los recién llegados mecieron sus colas y golpearon a cada
uno de los dragones verdes con las puntas. Se armó la gorda, y hubo gritos de
protesta y más risa. Los dragones azules intentaron hacerse con la oveja
superviviente, pero los dragones verdes no tenían pensado permitírselo.
—¡Oye, Catherine! —uno de los voladores soltó una risita con ojos relucientes y
dorados—. ¿Qué pasa? ¿No has aprendido a volar aún?
—Acércate y repíteme eso —fue la respuesta en tono afable—. Te tendré a ti para
desayunar en lugar de esto.
—¡Vas a pasar hambre hoy! ¡Estas ovejas son nuestras!
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Mientras ambos grupos se perseguían de acá para allá, Jennifer creyó ver moverse
una sombra al borde de los árboles. Parecía un montículo de suciedad y maleza que
no estaba segura de que hubiera estado allí antes. Clavando directamente los ojos en
él, comprendió que tenía ojos... ojos plateados. Estaban fijos mirando a la oveja, y a
los dragones que la perseguían.
Parecían hambrientos, y para nada amistosos.
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Capítulo 8
La leyenda del Fuego Ancestral
Jennifer alzó la cabeza, sin saber qué era aquel misterioso montículo con ojos o si
debía avisar a los demás... pero antes incluso de que pudiera articular palabra, el
montículo atacó. Cuando la distraída oveja pasaba trotando a su lado, su mandíbula
se ensancho, agarró a aquella cosa suave por el cuello, y la retorció.
—¡Acechador! —gritó uno de los dragones azules, pero aún se estaba riendo—.
¡Alerta Acechador! ¡Muller intenta robarnos nuestra comida!
Esto consiguió que todos trabajaran en equipo. Pero antes de que ningún dragón
verde o azul llegara al lugar del ataque, el recién llegado ya había vuelto a
desaparecer, envolviendo su piel sombría alrededor de la presa entre la maleza
espinosa.
—¡Sal, Muller! —rugieron todos a la vez, balanceando ligeramente las ramas—.
Muéstrate, ¡y a la oveja! O quemaremos el bosque entero buscándote.
—No lo haréis —gritó Jennifer de repente, saltando sobre la barandilla del porche
y aterrizando (bastante elegantemente, se felicitó a sí misma) en el césped no muy
lejos de los demás. Todos se sobresaltaron un poco por su interrupción, pero
rápidamente sonrieron al ver quién era.
—Eres la nieta de Crawford, ¿verdad? —dijo uno de los dragones de piel
aceitunada.
—Así es. Soy Jennifer Scales. ¿Quién eres tú, y por qué persigues nuestras ovejas
alrededor de nuestro granero y amenazas con quemar nuestro bosque?
El dragón extendió la garra de su ala.
—Catherine Brandfire. Lo de quemar el bosque no era más que una broma...
conocemos las reglas de por aquí.
Jennifer estrechó reticentemente la garra que le ofrecía.
—Está bien. ¿Y qué pasa con la oveja?
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—¿Qué, quieres una? Únete a la caza. ¡Pero eso significara que dos de nosotros se
marcharan hambrientos, en lugar de uno solo! —dijo esto último para todo el grupo,
y hubo algunas risitas.
—¿Cómo es que no te había visto antes por aquí?
Catherine se encogió de hombros.
—Bueno, soy bastante nueva. Cumplí los dieciséis hace unas pocas semanas. Pero
los otros llevan viniendo por aquí desde hace años. Algunos nos aburrimos a la hora
de la comida... ¡abatir una presa es muy fácil, a no ser que tengas algo de
competición!
Un dragón azul, que aun planeaba sobre sus cabezas, las interrumpió.
—¿Quieres un reto, Catherine? ¡Espera a las cazas oream de Crescent Valley!
—¡Espera un momento! ¿Venís aquí en cada luna creciente? ¿Y conocéis a mi
abuelo?
—¡Sería difícil no conocerlo! —Esto vino de una mata de plantas con ojos
plateados, que emergió de entre la maleza y rápidamente cambio de color y textura
para revelar una forma de dragón. No era diferente de su propio padre o abuelo:
color morado oscuro, con una frente huesuda que terminaba en una cresta negra—.
Todo el mundo conoce al Anciano Scales, y a su hijo, Jonathan.
No sonrió, sino que había respeto en su voz.
Jennifer se preguntó ociosamente que significaría ser un Anciano, pero había algo
más que la molestaba en aquel momento.
—¿Y cómo es que nunca os había visto antes a ninguno de vosotros?
Un dragón azul con un matiz rosado en el dorso de las alas se posó
cuidadosamente cerca de ella.
—Apostaría a que no has venido por aquí durante la luna creciente.
—No... supongo que no. No hasta hace unas pocas semanas.
En realidad nunca había prestado atención a las fases lunares antes de esta locura.
¿Porque tendría que haberlo hecho? Le gustaba el cielo nocturno como a cualquier
otra persona, pero no era astrónoma.
—Crawford hizo que nos marcháramos la ultima vez, antes de que llegaras. Tu
familia pensó que así te sería más fácil. ¡Me alegro de conocerte al fin, Jennifer! Soy
Alex Rosespan. Llevo siendo un arrojador los últimos seis años, y mi hermano,
Patrick, también lo es desde hace un par de meses. Si no fuera por tu abuelo, Patrick
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Para cuando empezó la hora del desayuno, Jennifer había contado no menos de
treinta y dos dragones diferentes corriendo por los pastos de su abuelo, o
moviéndose furtivamente a través de los árboles, o navegando sobre el lago con
tranquilos aleteos. Había pateadores como Catherine, todos con matices verdes y
largos cuerpos, ojos rojos tras diferentes números de cuernos nasales, y unos pocos
de camino a las alas; arrojadores como Alex, con pequeños cuerpos azul brillante,
ojos dorados y patrones brillantes bajo sus anchas alas; y acechadores como su padre
y su abuelo, morados y negros en su mayoría, con cuernos y crestas en la cima de sus
cabezas, y pocas veces se los veía por como sus escamas cambiaban de textura y color
a voluntad.
Era extraño, ver su segunda casa llena de criaturas completamente extrañas. Pero
cuanto más pensaba en ello, más se daba cuenta de que todo aquello que le resultaba
familiar estaba cambiando... la gente allá en su casa, sus amigos, su familia, ella, todo.
Había oveja en el menú, por supuesto, y Jennifer se tomó su tiempo para capturar
y preparar la suya. Eso la hizo sentir como si estuviera encajando, y tenía que admitir
que cuanto más veía a estos otros dragones, más le gustaba la idea. Además,
comprendió mientras los veía cazar que no había probado comida sólida en días, y
eso parecía estúpido en retrospectiva. ¿En que había estado pensando?
Los dragones formaban un escándalo cuando se reunían. No era capaz de
reconocer el género o la edad de ninguno, aunque si sus padres estaban en lo cierto,
todos debían de ser un par de años mayores que ella. Los arrojadores se mezclaban
con los pateadores, y los pateadores con los acechadores... a ninguno parecía
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importarle demasiado quién era quién, y ningún dragón estaba sólo. Incluso Jennifer,
que estaba intentando quedarse atrás y observar a los demás sobre los pedazos de
oveja salpicados de ketchup, se encontró riéndose de los chistes que escuchaba, y
devolviendo una sonrisa a aquellos que pasaban ante ella por el porche.
—¡Hora de una historia! —gritó uno de los arrojadores después de que la mayoría
hubiera terminado de comer—. ¿Dónde está el viejo Crawford? ¡Papá-Craw,
cuéntanos una historia!
—¡Estoy aquí mismo! Pero, ¿cómo es que nunca nadie escribe las cosas cuando las
cuento, así no tendríais que andar molestándome? —La voz de su abuelo era
escandalosamente alta, e hizo reír a los demás—. Muy bien, una historia. Es nuestra
tradición después de todo, especialmente cuando hay nuevos dragones entre
nosotros. Así es como los nuestros transmiten las historias... rodeados de comida, y
bajo la luna creciente. No usamos bibliotecas o archivos... mi salón tiene más ficción
que hechos, me temo, pero os contare una historia que algunos consideran cierta y
otros no.
"Hubo un tiempo, hace siglos, en que las personas aceptaban a los dragones, se
adaptaban a su presencia, e incluso los reconocían como parte del mundo. Las
civilizaciones creían que los dragones daban suerte, controlaban el tiempo, o incluso
la vida y la muerte. Los humanos cambiaban sus cosechas, sus tácticas de batalla, y
con quien se casarían, todo por el caprichoso susurro de una lengua bífida.
"Por aquel entonces, existía una fuerza que mantenía la vitalidad de los dragones.
No se sabe mucho de ella, solo su nombre: el Fuego Ancestral.
—¿Qué, quieres decir algo así como una enorme chimenea? —La interrupción
provino de un arrojador de voz joven que se sentaba junto a Alex. Los patrones de
sus alas eran similares, por lo que Jennifer supuso que se trataba de Patrick, el
hermano de Alex—. ¡¿Es una historia sobre una estúpida chimenea?!
La propia nieta de Crawford, y los más experimentados hombres dragón reunidos,
sabían lo poco que le gustaban al anciano las interrupciones en mitad de una historia.
Pero él descartó el comentario, sonrió, y continuó.
—Fuera el tipo de máquina que fuera, llenaba cavernas enteras con sus bramidos y
gruñidos, y sumía bosques enteros en brillantes llamas azules y verdes. Pero aquellas
llamas hacían crecer los árboles en lugar de consumirlos. Hace unos miles de años
más o menos, el Fuego Ancestral construyó un refugio mágico para los hombres
dragón, cubriendo Crescent Valley con olmos de luna apropiados para nuestra
especie.
Varios de los dragones asintieron en reconocimiento. Esto estaba volviendo loca a
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Jennifer... ¿Qué demonios era eso de Crescent Valley? ¿Y ahora olmos de luna? Aun
así sabía que era mejor no interrumpir a su abuelo.
—Una noche, una tribu de hombres araña se arrastró hasta el interior de Crescent
Valley. Habían oído hablar del poder del Fuego Ancestral, y lo querían. Usando
brujería, tejieron sus redes sobre las defensas del Fuego, envenenaron su
funcionamiento y robaron sus secretos. Pero mientras intentaban huir, el Fuego se
accionó con un último esfuerzo, despertando a los dragones y llevándolos a la lucha.
“Ningún hombre araña salió de allí con vida. Pero la maquinaria del Fuego
Ancestral estaba irrecuperablemente dañada. Su luz se atenuó, sus rugidos se
silenciaron, y poco después de aquello, se perdió.
—¿Se perdió? —otra vez Patrick.
Crawford, molesto por esta segunda interrupción, saltó:
—¡Sí, perdido, chico! Como en "nunca volvió a encontrarse".
—¿Y cómo es que nadie se limitó a ir a la misma cueva en la que estaba y
buscarlo? Tal vez nosotros podríamos repararlo.
—Eres un jovencito brillante —dijo el anciano sin parecer querer decirlo en
realidad—. ¡No dudo de que posees un mapa con la verdadera localización del Fuego
Ancestral, y una pala y un pico, y suficiente pegamento, y conoces exactamente el
modo de repararlo!
Jennifer estaba disfrutando de la regañina... nadie perdía la paciencia como su
abuelo en mitad de una historia... pero una pregunta más básica la impulsó.
—Hum, abuelo… ¿qué es un hombre araña? Quiero decir, hombres dragón,
hombres araña… ¿cuántos hombres-cosas existen, por cierto?
Él volvió la cabeza hacia ella, pero su expresión estaba más calmada.
—Ah, lo siento, Niffer. He contado estas historias tantas y tantas veces que ya no
sé quien ha escuchado cuales. Bueno, veamos… hombres araña… sí, creo que sé
cómo explicarlo. Seguidme, todos.
Fue un paseo corto hasta la orilla del lago, donde Crawford abrió una gran caja de
madera que había allí. Jennifer siempre había pensado que contenía aparejos de
pesca o chalecos salvavidas, por lo que se sorprendió cuando él sacó algunos tazones
de cerámica y pequeñas bolsas de plástico cuyo contenido ella no pudo identificar.
—Diferentes dragones responderían a Jennifer de diferentes maneras —dijo al
tiempo que cogía un tazón con un rápido movimiento de su garra y lo sumergía en el
lago—. Yo responderé así: En realidad hay un único tipo de “hombres-cosas”, como
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salada caliente.
—¡Argghhhh! —chilló, dejando caer el tazón.
Su abuelo suspiró mientras estudiaba las semillas que había a sus pies.
—Sí, bueno, aun así, la tradición es importante. Estoy seguro de que habéis
captado la idea.
—Lo siento —se disculpó Jennifer.
Él le guiñó un ojo y continúo.
—Volviendo a lo de los hombres araña, proceden del pasado profundo, como
nosotros y nuestras tradiciones. "Cincuenta veces hace cincuenta años", decimos los
dragones cuando queremos decir hace tanto que nadie sabe cuando fue. Y por aquel
entonces, de acuerdo con la leyenda, solo había un grupo de gente capaz de cambiar
de forma. Eran los mutautem y sus hazañas influyeron en la mitología de Grecia,
América Central, Asia Oriental, y Noruega: personas, que fueron confundidas con
dioses, por su capacidad de pasar de una forma a otra. Cada mutauta podía
transformarse en cualquier cosa viva... peces, pájaros, osos, dragones, insectos,
incluso árboles... pero la copia no era más que una triste imitación.
"Fue así, hasta que llego la Primera Generación. Eran los primeros cincuenta hijos
de la más poderosa mutauta, una mujer llamada Allucina, que podía transformase en
pura luz. Cada uno de los hijos de Allucina podía adoptar una forma diferente... una
única forma, pero más exacta y elegante que las de sus antepasados. Estaba Brígida,
la mayor y la primera dragona perfecta; y Bruce, la primera araña perfecta. Y Bardou
el lobo, Bubul el pájaro cantor, Bennu el águila, Bian el monstruo marino, y muchos
otros cuyos nombres se han perdido.
Jennifer intentó imaginarse cómo sería cuando los llamaran a la hora de la cena
con todos aquellos nombres que empezaban con B, pero se guardó el pensamiento
para sí misma.
—La última en nacer fue Bárbara, que no tomo otra forma más que su forma
humana. Había bastantes tensiones entre muchos de los niños... en parte porque
había cincuenta de ellos, y el estrés era natural. Pero entre Brígida y Bruce, la primera
y el segundo en nacer, había algo más profundo que simple aversión. La dragona
estaba orgullosa de volar al aire libre y lanzar risotadas de llamas. Miraba
despectivamente a su hermano araña y su preferencia por las grietas tranquilas y por
tejer telarañas. A cambio, Bruce pensaba que su hermana era arrogante y estúpida, y
estaba preocupado por su temeridad. El miedo y la desconfianza que sentían
mutuamente pronto se convirtieron en odio. Como niños que eran, se gastaban
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bestias desconocidas…
—Pero, ¿por qué no contraatacamos? —preguntó Catherine—. ¡Debemos ser más
fuertes que ellos! Quiero decir, ¡podemos volar! ¡Podemos escupir fuego! Las arañas
son pequeñas. Un dragón puede aplastar a una tarántula, ¿verdad? ¡Son sólo bichos!
Crawford parecía atrapado entre una sonrisa pesarosa y una mueca compasiva.
—Esos "bichos", como tú los llamas, Catherine, no son pequeños. No son pequeños
para nada. Aunque no son capaces de hacer lo que hacemos nosotros, tienen sus
propias habilidades. Siglos de esconderse y tender trampas han refinado sus
habilidades. ¿Dices que podemos volar? ¡Ellos pueden saltar, y saltar alto, para
atrapar a su presa! Nunca fallan. Tienen una visión excelente, y los más poderosos de
ellos pueden ver a través del tiempo y el espacio. En sus guaridas, sus caciques crean
nuevas recetas de venenos y, según algunos, hechizos. Cuando sus tropas atacaron
Eveningstar, poseían un arma que creíamos tener sólo nosotros: podían escupir
fuego.
Jennifer se abrazó a sí misma con sus alas. No le gustaban las arañas cuando
medían unos centímetros y tejían inocentes telas en el porche delantero. Pensar en
una araña de su tamaño capaz de lanzarse al cielo como un cohete y lanzar fuego
entre sus fauces llenas de veneno, era sencillamente aterrador.
—¿Y qué pasó con los descendientes de Bárbara? —preguntó Patrick.
Para su propia sorpresa, fue Jennifer quien contestó.
—Yo he visto a una —susurró. Lo hizo a suficiente volumen como para que los
otros se giraran a mirarla sorprendidos—. El sueño... La señorita Graf. Llevaba una
brillante armadura y una corona. Usan espadas, ¿verdad? Ella lo hacía. Hablaba en
latín. Creo…y la recuerdo hablando de justicia, y leyes, y una profecía. Y muerte. —
Notó que la garra del ala de Catherine se extendía y agarraba la suya. Mirando a su
abuelo, Jennifer tembló—. Son brutales.
—Son brutales —respondió él con tristeza—. Pero temo que ni siquiera tu potente
imaginación les haga justicia, Jennifer. Mientras que los hombres araña actúan por
instinto animal, los cazadores de bestias... como los llamamos nosotros... actúan por
fervor religioso. Bárbara es su santa patrona, y nos persiguen con intención de
erradicar el mal.
"Los cazadores de bestias suelen llevar espadas como has dicho, pero no las
necesitan. Son maestros en los duelos, armas andantes que usan la luz y el sonido
para someter al resto de los hijos de Allucina. Su sola voz puede paralizar a sus
enemigos. Algunos incluso...
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Capítulo 9
Entrenamiento
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casi enteramente por hombres dragón. Era un refugio raro en un mundo que más
bien no reparaba en nosotros. En términos sencillos, no somos lo bastante mundanos.
—Somos monstruos —ofreció Catherine. El término sobresaltó a Jennifer—. Pero
yo siempre pensé que eso significaría que más gente repararía en mí, no menos.
—Eso depende, ¿no? Normalmente la gente reacciona de uno de dos modos ante
algo diferente. O lo ignoran si pueden, o intentan detenerlo si no. Sólo buscan un
tercer modo, aceptarlo y adaptarse, si no tienen más elección. Y nosotros mismos no
somos tan diferentes a los humanos, ¿verdad? Antes de vuestro primer cambio,
alguno de vosotros pasó por alto una cosa o dos que debíais haber visto u oído.
Mientras hablaba, los ojos del dragón mayor se fijaron en Jennifer. El significado
estaba claro... sintió una repentina puñalada de culpa por su padre y su comentario
de ayer sobre no confiar en él. Desde luego, él podría haberle contado antes lo de los
dragones. ¿Pero no podía también haber puesto más interés en averiguarlo por sí
misma? Demonios, estaba tan desconectada de sus sermones, que él podría haberle
ofrecido una presentación con diapositivas sobre la anatomía de un dragón en la
cocina y probablemente ella se lo habría perdido.
Crawford vio que el mensaje llegaba a destino y continuó.
—Nuestra posición es precaria. Somos demasiado extraños para merecer
reconocimiento. Si forzáramos la situación, somos demasiado pocos para
defendernos contra la inevitable reacción violenta. Las consecuencias serían terribles.
Nuestros refugios... esta granja, otras como ésta alrededor del mundo, incluso
Crescent Valley... están ocultos, pero no son inexpugnables.
—Este tema es deprimente —se quejó el acechador—. ¿Por qué nos cuentas esto...
para hacernos sentir peor?
—¡En absoluto! Pero tenéis que saber la verdad. Muchos dragones jóvenes llegan a
este cambio con un montón de rabia, resentimiento o desesperación. Intentan
cambiar lo que son para conseguir la aceptación del mundo... o si no, intentan
cambiar el mundo demasiado rápido, hacerlo de nuevo como fue una vez cuando la
gente nos reverenciaba y respetaba.
"El cambio nos llega a todos, y llegará al mundo... lenta y firmemente, como una
ola que la luna empuja a través de una enorme playa. No puedes empujar las olas
más rápido, y nadie puede construir paredes de arena lo bastante gruesas para
detenerlas. Llega cuando llega.
—¿Así que nos quedamos simplemente aquí sentados y esperamos a que nos
ocurran cosas? —preguntó Jennifer—. Eso no suena muy productivo.
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—No esperaría que tú te sentaras y esperaras nada —dijo Crawford con una
sonrisa—. Cada uno de vosotros tendrá su papel que explorar en nuestra comunidad.
Podéis verlo en la forma en que cada clan apoya a los otros. Los pateadores son de
constitución fuerte y gran ferocidad, los arrojadores son rápidos y gráciles, los
acechadores son sigilo y estrategia. En nuestras costumbres, nuestras batallas, incluso
nuestras cazas, cada clan tiene un papel que jugar. Y dentro de esos clanes, cada
individuo encuentra su pasión.
Jennifer pensó en ello. ¿Qué significaba para ella? No parecía o se sentía como si
perteneciera a ninguno de los tres clanes. ¿Tenía un papel en esta comunidad, o sería
expulsada una vez que todos comprendieran lo diferente que era, y lo mal que
encajaba?
—Cada uno de vosotros pasará esta semana con un dragón más experimentado
que pueda ayudaros a aprender las habilidades específicas de vuestro tipo —
continuó Crawford—. Joseph aprenderá camuflaje, Patrick aprenderá golpes de cola,
y Catherine aprenderá la llamada del reptil.
Ante esto, Jennifer se hundió, rumiando su resentimiento.
—¿Y qué voy a hacer yo? ¿Aprender a rascarme la nariz con la garra de un ala?
—Tú —respondió él con los ojos entrecerrados—, vas a aprender las tres cosas.
—Apuesto a que mi padre tiene algo que ver en esto.
—En realidad, Niffer, fue idea mía. —Se acercó e inclinó para que sólo ella pudiera
oírle—. No van a ser una vacaciones, querida. ¡Si crees que tu padre era malo, espera
a oír mis sermones!
****
No era tan malo, reflexionó a medida que pasaba la semana. Crawford daba
sermones cada mañana y tarde... historias e historia sobre los hombres dragón y su
cultura. Durante esos momentos, descubrió pequeños hechos enervantes, tales como
el edicto de que, como cada hombre dragón, tendría que atravesar cincuenta
metamorfosis... ¡más de dos años!... antes de que le dejaran aprender incluso donde
estaba Crescent Valley, y mucho menos ir allí. Una especie de aborrecible prueba de
madurez, acabó por deducir.
Después de varias dosis de este tipo de cosas, Jennifer decidió que aprender
nuevas habilidades de otros tutores... haciendo cosas... era un poco más atractivo.
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Ella y Joseph tenían que captar los detalles más finos del camuflaje nada menos
que de Muller, el acechador que había emergido de los arbustos el día en que Jennifer
había estado observado la caza. Era un poco hosco, y nunca dejaba saber si "Muller"
era su nombre o su apellido. Jennifer tenía a menudo la impresión de que Muller
desearía estar en cualquier otro sitio.
La primera lección fue pasablemente bien, dada la nube oscura que colgaba sobre
su tutor. Cuando Joseph intentó un patrón corteza-de-árbol, fue capaz de crear
apropiadamente líneas talladas. Pero Muller se quejó de que el color era dos tonos
demasiado luminoso, y la textura demasiado espaciosa.
La propia Jennifer se las pudo arreglar con un camuflaje sencillo que imitaba hojas
caídas, pero no consiguió mucho más. Un intento de corteza-de-árbol terminó en una
especie de cuadros rudimentarios, y su intento de una roca, en las cortantes palabras
de Muller, requería "más mineral, menos vegetal".
Los golpes de cola con Patrick, bajo el tutelaje de su hermano mayor, Alex, fue más
esperanzador. A Alex le gustaba hablar con cortas frases militares (justo como Eddie,
pensó Jennifer tristemente). De acuerdo con el mayor de los Rosespan, los
arrojadores tenían extraños aceites a lo largo de sus cuerpos, permitiendo esto que
sus sistemas nerviosos actuaran como generadores. Los aguijones al final de la cola
de Jennifer eran más largos que los de la mayoría de los arrojadores... y por supuesto,
ella era más grande para empezar... así que por supuesto, los resultados fueron
espectaculares.
—¡Guau! —exclamó Alex, cuando una cascada de chispas voló por los aires un
nido de avispas vacío que utilizaban para prácticas de tiro—. ¡Buen trabajo! Has
dejado ese objetivo hecho polvo. Harás de arrojadora si alguna vez entras en una
caza de Crescent Valle, ¡y es una orden!
Eso sonó bastante agradable, si bien algo vago, decidió Jennifer más adelante esa
semana mientras vagaba a través de los bosques con Catherine y Ned Brownfoodt. Y
desde luego parecía más excitante que la primera lección de llamada del reptil de
Ned.
Jennifer todavía no estaba segura de que era la llamada del reptil exactamente,
pero en palabras de Ned, requería unas condiciones de clima y humedad de la tierra
casi perfectas. Después de postergar su primera lección dos días porque "la luna no
era del todo correcta", Ned... que era al menos tan viejo como el abuelo Crawford...
pasó al menos una hora buscando el trozo de tierra perfecto para trabajar.
Su amable y anticuado acento del sur de Missouri impacientaba y cansaba a
Jennifer a la vez.
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impresionado.
—Vale, veamos, no tengo idea de donde ha venido eso...
*****
La luna nueva llegó, y otra luna creciente rápidamente después de ella. Alrededor
de dos semanas y media pasarían antes de que la luna volviera a cambiar de nuevo a
su peculiar forma, y Jennifer a la suya. Mientras se aproximaba Acción de Gracias,
Jennifer se encontraba más y más acostumbrada a vivir en la granja, ya fuera en
forma de dragón o de chica.
La mayor parte de los dragones abandonaban la granja antes de volver a cambiar a
su forma humana. Sorprendentemente, uno no se marchó... Joseph Skinner, el joven
acechador que había tomado lecciones de camuflaje de Muller con Jennifer. Sin más
explicaciones, se instaló en una de las habitaciones de invitados del abuelo Crawford,
y su anfitrión no discutió en absoluto, ni hizo preguntas.
—Descubrirás —le explicó a ella en privado—, que de vez en cuando, un hombre
dragón aparece sin raíces. He oído algo de los antecedentes de este chico, Niffer, y no
me sorprende que se quede con nosotros. Esto no es sólo un refugio para nuestra
raza durante las lunas crecientes, ya sabes. Es un puerto seguro cada día, de cada
semana, mientras esta cabaña sea mía. Ese es mi deber.
Jennifer pensó en Skip, y en cómo se había mudado a Winoka con su padre
después de que su madre muriera.
—¿Cuál es la historia de Joseph? ¿No tiene familia con la que volver?
—Eso no es asunto tuyo, ni mío —regañó él—. Basta con que quiera quedarse.
¡Hay espacio suficiente en la mesa de Acción de Gracias para todos, no te preocupes
por eso!
Esto no satisfizo a Jennifer completamente, pero Acción de Gracias le recordó algo
más.
—Catherine me dijo antes de marcharse que su abuela todavía oye rumores de las
libélulas. Se supone que ocurrirá algo después de Acción de Gracias. Pero antes no
pareció preocuparte mucho su predicción.
Crawford se dejó caer en un sofá del salón y se frotó su penacho de canas.
—Cierto, pero he oído muchas cosas desde entonces. Y estaba más preocupado de
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Fueron en realidad más bien tres y medio, filosofó Jennifer la mañana de Acción
de Gracias mientras se dejaba caer en el salón de la cabaña, de vuelta en su forma de
dragón. Después de los abrazos y besos de ambos padres, y un satisfactorio lametón
de Phoebe, su padre le preguntó cómo le iba. Cuando cometió el colosal error de
contárselo, él no paró hasta que le soltó una ristra de consejos sobre cómo hacer un
humo mejor, y golpear más fuerte, y un montón de cosas más que Jennifer consideró
tonterías ya que su padre no era un pateador y nunca había convocado a un reptil en
su vida.
Cierto, el padre que la había dejado en el porche de la cabaña hacía dos semanas
había sido inusualmente cortante ese día. ¡Pero al menos así había podido meter
baza!
Elizabeth se mostró más reservada de lo acostumbrado. Tal vez fuera la presencia
de un completo desconocido el día entero... Joseph se mostró cortés con sus
anfitriones, aunque no muy conversador. O tal vez fuera porque ella era la única que
no tenía forma de dragón. Pero estaba claro para Jennifer que su madre la había
echado de menos. La mujer comentó ocasionalmente la luna creciente, y cómo no
decrecería lo bastante en unos días para que todos volvieran a cambiar. Luego miró a
Jennifer con obvio anhelo por la cara humana de su hija.
La noche de Acción de Gracias Jennifer estaba tendida en su cama. La idea de
volver a cambiar a su aburrida forma bípeda levantaba una mezcla de sentimientos.
A la vez lo temía y lo anhelaba, algo así como se sentía por entrar en el instituto este
año.
Entonces recordó que para ella, el cambio era incluso peor: probablemente la
escuela se habría acabado para siempre.
¿Qué demonios vendría después?
Con esa pregunta incontestada, se quedó dormida.
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Capítulo 10
Geddy
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Volver a la escuela al día siguiente trajo dos pequeñas buenas noticias a Jennifer:
Primero, las formas de animales habían desaparecido. No más gansos de Canadá
vagando por los pasillos de la escuela, o caballos galopando a través del gimnasio.
Sus ojos la dejaban ver a todos con su forma normal.
La segunda pequeña buena noticia fue que su madre tenía razón: las declaraciones
vagas fueron suficientes para sus amigos. Eddie y Skip la saludaron cálidamente,
aceptando sus explicaciones sin parpadear, después, en segundos, se zambulleron en
el complicado terreno de sus propias vidas. Habían echado de menos a Jennifer, pero
ese par estaban tan ensimismados en ellos mismo como lo estaba ella. Probablemente
sea lo mejor, pensó Jennifer.
Se preguntó si ella habría notado este tipo de cosas antes de aquella primera luna
creciente.
Susan también pareció dispuesta a ser su amiga de nuevo. Jennifer lo supo cuando
anunció:
—Vale, bueno, estoy lista para ser tu amiga otra vez.
—¿¡Eh!? —Estaban en la sala de estudios, diez minutos antes de que la campana
tocara y los liberara. Jennifer estaba medio dormida, sombreando bocetos de cerdos y
ovejas que esperaba no volver a ver otra vez. De repente prestó atención—. ¿Oye,
acabas de decir que somos amigas de nuevo?
—Sí, supongo. Pero no lo arruines otra vez… y trata de mantenerte alejada de las
drogas, ¿vale?
—Hilarante. Tu futuro está en la comedia.
—Lo digo en serio, Jenny. Solo… mantengámonos unidas, ¿vale?
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—Deberías venir a cenar alguna vez conmigo y con mi padre. —Era el día
siguiente. Jennifer y Skip salían de la clase de la señora Graf después de una
exposición de diapositivas sobre la anatomía de los cangrejos, langostas y
escorpiones.
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—¿¡Eh!?
—Cena. Ya sabes. Lo que uno come por la noche.
—Sí, sé lo que es la cena. Quiero decir, ¿por qué?
—Porque si esperas mucho tiempo después del almuerzo, te da hambre. ¿Quieres
venir esta noche o qué? —A Jennifer le pareció que estaba nervioso y molesto.
—¿Es como una cita?
—No sé. Supongo —Skip estaba sudando, su expresión arrogante había sido
reemplazada por algo que Jennifer nunca había visto antes en él… miedo—. No
tienes que venir a nuestra casa, si no quieres. Podríamos salir todos a algún sitio,
como la cafetería del centro comercial.
—¿Tu padre quiere conocerme en el centro comercial? —Una parte de Jennifer
sabía que era cruel hacerle esto, pero tenía que admitir que lo estaba disfrutando.
Sólo tenía que tener cuidado de que no retirara su oferta completamente… realmente
quería ir.
—Le he hablado de ti, y quiere conocerte. Sigue estando un poco extrañado de que
salga con alguien, desde que mi madre… hum…
—Claro, iré —Jennifer estaba avergonzada por la mención de la difunta madre de
Skip. No había pensado presionarlo tan lejos—. El centro comercial me parece bien.
Tengo que consultarlo con mis padres en cuanto llegue a casa. Te llamaré esta noche.
Tanto su madre como su padre lo aprobaron y, de hecho, parecieron aliviados por
su petición.
—Está bien verte salir con amigos otra vez —explicó Jonathan—. ¿Quieres que uno
de nosotros vaya contigo? No me importaría conocer a ese muchacho.
—Esto ya va a ser bastante estresante —interrumpió Jennifer—. Otro padre allí me
mataría.
—No estoy seguro de que debas hacerlo sola.
Por suerte, tenía preparado un plan de reserva.
—Susan está de acuerdo en ir conmigo. Sólo déjanos en la entrada del centro
comercial, y nos recoges dos horas después. Ni quejas, ni alboroto. ¿Vale?
Funcionó pasablemente bien, pensó Jennifer más tarde al llegar a casa. Susan y ella
se mostraron respetuosamente impresionadas por el padre de Skip. Tenía los mismos
ojos azul verdoso y cabello color chocolate, se había vestido con la ropa informal de
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un hombre que vivía de la construcción, y sus ojos parecían siempre arrugados en las
comisuras por una amigable sonrisa.
—¡¿Señor Wilson?! —Se rió cuando Jennifer se dirigió a él de esa forma—. Dios,
¡qué educada es usted, señorita Scales! Muy bien, señor Wilson estará bien.
Sobre el sushi para llevar, hablaron de la escuela, el fútbol, las próximas
Navidades, y hasta un poco de la madre de Skip. Según Skip y su padre, había
llevado a su hijo alrededor del mundo, África Occidental, Australia y América del
Sur, como parte de sus estudios sobre culturas nativas.
De repente, la conversación giró hacia los propios viajes de Jennifer y a uno de los
momentos tensos de la noche.
—Skip me dice que pasas mucho tiempo fuera de la escuela, y que estás pasando
por un momento difícil. —Los ojos azul verdoso perdieron un poco de su brillo—. Sé
algo sobre lo que estás pasando. Sospecho que no ha sido fácil para tu familia.
No estaba segura de cómo responder a esto. Su sangre se enfrío. ¿Y si la madre de
Skip, igual que la de Susan, había muerto después de una larga enfermedad? Nunca
sería capaz de explicar a cualquiera de ellos la verdad… no después de fingir el tipo
de enfermedad que los había herido tan profundamente.
Ver que la miraban fijamente la hizo comprender que debía responder. Eligió con
mucho cuidado sus palabras.
—Es bastante duro. Voy a estar mucho tiempo ausente este invierno y primavera.
Skip y Susan han sido muy comprensivos. Tengo suerte de tenerlos como amigos.
Susan extendió la mano y agarró la suya. Entre ellas intercambiaron suaves
sonrisas, pero Jennifer se sintió peor que antes. En ese momento decidió: les diré a
ambos la verdad. Pronto.
Sólo necesitaba un poco más de tiempo para acostumbrarse ella misma a la
verdad.
*****
Las semanas pasaron y Jennifer suponía que se estaba adaptando. Tanto los
extraños sueños como las visiones de animales se esfumaron y supuso que eso
contaba para algo. Sentía que podía asentarse un poco en la escuela, aunque todavía
parecía inútil. La rutina de las clases y los amigos aún era consoladora, pero sin
embargo no duró mucho tiempo.
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Seguramente ser insólito tenía sus ventajas, hasta en su forma humana. Una
mañana a mediados de diciembre saltó sin alas desde el suelo a mitad de camino del
enrejado helado a la ventana de su dormitorio. Y en la escuela los matones desde
luego caminaban más suavemente a su alrededor. Los rumores sobre su enfermedad
recurrente no parecían eclipsar la historia de Bob Jarkman aplastado a manos suyas
meses atrás. Skip la llamaba “mi audaz guardaespaldas”… lo cual era tan
exasperante como entrañable.
La mañana de Navidad estaba en forma de chica y aún mejor, en forma de una
chica con una pila alarmante de regalos. Ambos padres y su abuelo Crawford
estaban ahí… Joseph insistió en que nunca celebraba la fiesta, que se quedaría a
vigilar la granja por ellos mientras estaban en Winoka… y todos habían sido más
generosos que la mayoría de otros años.
Jennifer se puso otro suéter… esté era una magnifica confusión de azul, oro y
verde… de su nuevo montón de ropa, medio escuchando una conversación entre los
otros tres. La mayor parte de su atención estaba fija en el siguiente regalo, del tamaño
de una caja de zapatos con envoltura de hoja de oro y lazo, mientras su padre
inundaba a su abuelo con algún asunto de trabajo.
—… durante la reunión del ayuntamiento la semana pasada, donde intentamos
conseguir la aprobación de un plan de situación…
Ella sacudió la caja. Traqueteó satisfactoriamente.
—¡… tropecé con Otto Saltin, entre toda la gente! Ni siquiera sabía que vivía cerca.
Resulta que tenía un negocio con el consejo la misma noche. Sea como sea, nos
evitamos mutuamente…
Ella olisqueó y sonrió. ¡Una caja de trufas Godiva! Y más grande este año, lo notó
cuando arrancó el papel de un sólo golpe.
—… su compañía ha estado haciendo negocios en la ciudad durante al menos el
último par de años. Tendré que… ¡Oye! ¡No antes del desayuno, señorita!
—¡Vamos!, papá —gimió. La caja dorada resplandecía invitadoramente—. ¿Sólo
una?
—Sólo una se convertirá en sólo ocho. —Su padre se ablandó un poco—. Después
del desayuno, vuélvete loca. Tendrás una fiesta de trufas.
—Gracias. Y gracias por todos los maravillosos regalos, chicos. Es… —Ha sido un
año difícil, pensó. Fue fantástico disponer de espacio mientras averiguaba como funcionaba
todo. Es incluso mejor que estemos todos juntos en las fiestas. Lo mejor de todo va a ser coger
una trufa de la caja a escondidas—… er, es realmente grandioso.
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Los gecónidos, geckos o salamanquesas (Gekkonidae) son una familia de saurópsidos (reptiles)
escamosos, que incluye especies de tamaño pequeño a mediano que se encuentran en climas
templados y tropicales de todo el mundo.
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—Yo solía tener un pequeño compañero justo como este —dijo Crawford—. Te
sorprenderás de lo que un gecko puede hacer por un dragón.
—¿Puede limpiar su cuarto? —preguntó Elizabeth intercambiando miradas con su
suegro; pero Jennifer no reparó en ello. Todo lo que hizo fue soltar una risita cuando
Geddy trepó por su mano, por su brazo, por su sensible cuello y por una mecha de
su cabello de oro para posarse sobre su cabeza.
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Capítulo 11
Nelobos
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—Dudo que vayas a ver mucho de ellos —le dijo Jonathan—. Normalmente se
quedan en Crescent Valley. Pero tu abuelo pensó que sería una prudente precaución
mantener a algunos cerca de la granja, dado algunos de los rumores que estamos
oyendo. Son excelentes guardianes, y ferozmente leales a nuestra especie.
—Amado padre. No puedo evitar darme cuenta de que no has respondido a mi
pregunta en lo absoluto.
—Sí, bueno… no salgas en busca de ellos. Te olerían mucho antes de que los
vieras, y no son fáciles de llegar a conocer.
Jennifer suspiró mientras aterrizaban en el porche norte. Joseph estaba
esperándolos, y como tuvieron suerte, había de hecho sobras de carne de oveja, pero
no muchas.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer mañana? —preguntó a su padre mientras se
apresuraban a terminar la carne antes de que Crawford regresara.
—Bueno, no creo que quieras tenerme mirando sobre tu hombro durante tus
lecciones. Probablemente me mantendré fuera de tu camino durante el día, y me
uniré a ti y tu abuelo para desayunar y cenar.
—¿Crees que podríamos hacer un poco de pesca en hielo? —Este año el lago se
había helado mucho antes de Navidad.
—Claro —rió él—. Verás lo agradable que es no tener que taladrar a través del
hielo. Aunque zambullir la cabeza en el agua helada puede volverse tedioso después
de un par de veces. ¡Puede que acabes deseando pasar más tiempo con tus tutores!
Cuando ella no sonrió ante eso, su padre se acercó.
—Oye, no quise decir nada con eso. El abuelo me dice que eres absolutamente
increíble, en todo lo que haces.
—No en todo —dijo ella con un mohín—. Todavía no puedo convocar a un
maldito reptil decente.
—¿Qué? ¿Sigues preocupada por eso? No te inquietes, campeona, estarás
llamando brontosaurios para el día de San Valentín.
—Ahora se les llama apatosaurios, papá.
—El nombre más tonto del mundo. Hace que suenen la mitad de grandes, con
patas de conejito. Algunas cosas no deberían cambiar.
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—¡Oh, sí, eso sería genial, Jennifer! La manada se acaba de instalar en una
arboleda un poco al oeste de donde habían estado antes. Creo que es un empujón
territorial. Se han aclimatado a mis visitas regulares, y pienso que están listos para
una exposición adicional a un agente de monitoreo. ¡Sólo piensa en lo que podemos
aprender acerca de cómo responden al observar nuestras propias relaciones sociales
únicas!
—Hum, sí, supongo. Yo sólo quiero verlos. Sin embargo, mejor nos damos prisa…
mi padre llegará volando más tarde ésta misma noche, antes de que la luna creciente
termine, y sospechará si no estoy por aquí.
Había estado lloviendo todo el día y los cielos de la temprana tarde estaban
todavía nublados. Los robles, nogales, y arces proporcionaban ahora una buena
cobertura a cualquier cosa que hubiera en el suelo, y de todas maneras Catherine no
podía volar muy bien, así que le llevó algún tiempo ubicar el lugar correcto y
guiarlas a donde estaba segura que encontrarían la manada de nelobos.
—¡Aquí! —llamó finalmente desde el suelo, mientras Jennifer rozaba
nerviosamente las ramas en lo alto y sentía unas cuantas gotas de lluvia rezagadas
golpear ligeramente sus escamas—. ¡Baja y mira!
Esperando presenciar una exquisita reunión de primitivos hombres-bestia,
Jennifer se aclaró la garganta, aterrizó gentilmente a través de los árboles (cuidando
de no hacer ningún movimiento brusco), y levantó la mirada hacia… un gran charco
de lodo.
—¿Qué, hay algún nelobo tomando un baño de lodo ahí?
—¡No, mira! ¡Justo en el medio!
Jennifer estudió más atentamente el charco y vio, un poco a la izquierda del
centro, una huella poco clara en el lodo. Su padre y su abuelo le habían enseñado un
poco sobre de huellas cuando cazaban venados, y ésta parecía extraña. Podría ser la
huella de un nelobo. O podría ser la huella de un lobo gris borracho. O podría ser un
cráter dejado por una pequeña piedra rebotante…
—Mmm, Catherine…
—¡No pueden estar muy lejos! ¡Vamos, por aquí!
Medio arrastrando a su joven amiga, Catherine la empujó a través de la maleza,
armando bastante jaleo y (Jennifer estaba segura) asustando a cualquier cosa que no
fuera un bunker de cemento. Después de unos momentos, justo cuando los últimos
rayos de sol vagaban a través de las hojas mojadas alrededor de ellas, Catherine soltó
un increíblemente fuerte siseo para hacerla callar y señaló.
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Capítulo 12
Investigación
Elizabeth Georges-Scales nunca le había parecido tan vieja a su hija. Las lágrimas
nublaban sus ojos verdes, y sus hombros se derrumbaban sobre la mesa de la cocina.
En sus temblorosas manos había un simple trozo de papel, el cuál había sido
arrugado y alisado múltiples veces.
No miró al abuelo Crawford o a Jennifer cuando entraron en forma humana.
Extendiendo a su suegro la nota, la mujer apenas movió la boca y no hizo contacto
visual.
—Alguien deslizó esto bajo la puerta temprano esta noche, después de que
llamara por primera vez. No escuché o vi coche alguno en el camino de entrada.
Crawford miro el trozo de papel, leyó lo que había en él y salió inmediatamente.
Su ira era obvia. Elizabeth ni siquiera intentó hacer que se quedara.
—Yo diría que tenemos hasta la luna nueva antes de que tu abuelo salga y haga
algo precipitado —explicó mientras la puerta se cerraba de golpe.
—¿Qué, tres días? —Jennifer estaba horrorizada—. ¿Qué haremos hasta entonces?
¿Y por qué está tan enojado?
Elizabeth sostuvo el papel para que su hija pudiera leer la única palabra
garabateada ahí:
Profecía.
Jennifer sintió un entumecimiento bajar por su espina dorsal. Los sonidos e
imágenes de su sueño con la señora Graf le llenaron la mente. Justicia. Ley. Profecía.
Morirás, gusano. Se inclinó contra la mesa y se sentó rápidamente.
Unos pocos momentos pasaron. Jennifer tragó saliva.
—Así que está muerto, entonces. Eso es lo que hacen los cazadores, ¿verdad?
¿Matar dragones?
Elizabeth arrugó la nota otra vez.
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—No sabemos si fue un cazador, cariño. Y desde luego no sabemos si está muerto.
Puede que le hayan cogido vivo.
—¿Dónde?
Su madre sólo se encogió de hombros.
—¿Quién fue la última persona que lo vio? ¿Estaba en camino cuando pasó? ¿Qué
tiene que decir la policía?
—¡Por amor de Dios, Jennifer!, no podemos involucrar a la policía. No se lo
tomarían en serio. Tenemos que hacerlo nosotras mismas.
—¿Qué hay del abuelo? ¿No debería ayudar?
—Creo que tu abuelo preferiría estar solo. Avisará a los ancianos. Para cuando
llegue la luna creciente, sabrán lo que quieren hacer a continuación.
—¡Pero yo no quiero quedarme aquí sentada sin hacer nada! —Fue casi un grito.
Elizabeth la miró tranquilamente, pero Jennifer pudo ver que sus dedos temblaban.
—No haremos nada. Estudiaremos esto detenidamente. Juntas. Entonces mañana,
estaremos preparadas para comprender cualquier evidencia que encontremos por
nuestra cuenta.
Geddy se recostó en el hombro de Jennifer, y Phoebe (con un ojo cauteloso sobre el
lagarto) apoyó el morro en la barriga de Elizabeth.
—Comenzaremos con lo que sabemos —empezó Elizabeth—. Tu padre se fue justo
antes del mediodía. Le lleva cerca de dos horas volar hasta la cabaña. Para llevar a
cabo una emboscada deberían estar razonablemente seguros del camino que
Jonathan tomaba, y cuanto más cerca a la cabaña, más certero sería el camino.
Primero buscaremos en la carretera cerca de la cabaña, y nos moveremos lentamente
hacia el sur.
—¡Eso nos podría llevar días!
—Llevará todo lo que tenga que llevar. En cualquier caso, podemos estar bastante
seguras de que tu padre no tuvo un accidente. Para que alguien lo secuestrara, y lo
vinculara a una profecía, tendrían que saber quién es él y donde está la granja. Eso
sugiere cierto grado de preparación.
—Vale, así que iban tras de él. ¿Por qué? Quiero decir que nadie en el mundo
humano iría tras él, ¿verdad? ¿Qué hay de los militares? ¿Para experimentos? —se
estremeció. Sí los militares lo querían para un extraño proyecto de investigación…
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—No son los militares —la tranquilizó Elizabeth—. Primero, ellos no van dejando
notas en las puertas. Segundo, tu padre y sus amigos tienen contactos allí. Por favor
recuerda que tu abuelo sirvió en las Fuerzas Especiales Navales de los Estados
Unidos, en su juventud.
—Está bien, así que tienen que ser los cazadores, u hombres araña.
—U otros hombres dragón —le recordó su madre—. El bien y el mal no siempre
están bien definidos, querida. Estoy segura que hay hombres araña que no están de
acuerdo con los demás, o también cazadores. Después de todo, ¿siempre te has
llevado bien con tu padre?
Jennifer volvió a la sonrisa irónica.
—Sólo me enfado con él por esos sermones interminables. Y por perderse mis
partidos de fútbol.
—Niña tonta. Nunca se ha perdido un solo partido.
Jennifer sintió que el color abandonaba su cara.
—¿Nunca? ¿Qué… qué hay de sus viajes de negocios?
—¿Todavía no lo has adivinado? No hay viajes de negocios… al menos ninguno
que haya hecho cuando tenías un partido. Siempre estaba en el límite de los terrenos
de la escuela, camuflado por supuesto, a la vista del campo de fútbol, observándote.
Cada minuto. De cada partido. —El tono fue gentil, pero las palabras golpearon a
Jennifer como ladrillos. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
—¿Vio el partido del campeonato? —¡Cómo lo había destrozado por eso, por la
espalda! No estaba segura de poder contener las lágrimas que se acumulaban en sus
ojos.
—Nada podría haberlo mantenido alejado.
Jennifer no podía hablar. Había estado tan absolutamente equivocada en tantas
cosas. Y era posible que nunca pudiera enmendarlas.
—Él siempre decía que creía que era una gran jugadora. Pero nunca le creí, porque
no pensé que me hubiera visto jugar alguna vez.
Elizabeth pasó una mano a través del cabello de Jennifer.
—Te verá otra vez, cariño.
—Sí —Jennifer se sonó la nariz—. Supongo. ¿Realmente crees que lo
encontraremos?
—Se que nada detendrá a las chicas Scales, si trabajamos juntas.
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Jennifer sonrió.
—Eso ha estado muy bien, mamá. En verdad sonaste segura de ti misma —le
sonrió.
Su madre no le devolvió la sonrisa. Agarró la barbilla de Jennifer y la miró
fijamente a los ojos grises con los suyos verdes decididos.
—Nada nos detendrá, si trabajamos juntas.
Continuaron hablando un poco más. Resultó que Elizabeth sabía mucho sobre los
dragones y su mundo, lo cual no sorprendió a Jennifer, ya que la mujer llevaba años
casada con uno. Dada la prominencia de la familia Scales, tenía sentido que Jonathan
fuera un objetivo. No era un anciano… Crawford ostentaba ese título en la familia…
pero contaba con el respeto de los hombres dragón. Debido a su estatus, suponía
Elizabeth, Jonathan estaría en excelente posición para enterarse de un próximo
ataque.
—¿Así que se acerca una invasión? —dedujo Jennifer después de escuchar a su
madre exponer esos detalles—. ¿De Crescent Valley? ¿Y se llevaron a papá porque
oyó hablar de ello?
—Es una posibilidad. Hay otras. Por ejemplo, tu padre es un hombre dragón en la
flor de la vida. Sería apto para estudio, sí sus captores desearan saber más acerca de
cómo… acerca de los dragones —Elizabeth intentó sonar clínica, pero se le quebró la
voz hacía el final.
Jennifer se estremeció. Pensó en Anatomía de Grayheart, el hermoso libro ilustrado
de la biblioteca del abuelo. No era difícil imaginar las maravillosas imágenes de piel
despegada, huesos fracturados y órganos revelados. No, ya no parecían tan
preciosas.
—Además —continuó su madre rápidamente—, algunos enemigos están al tanto
de las habilidades de los dragones. Pueden ver a los acechadores y tu padre en
particular, como posibles espías. Pueden asumir que los dragones están planeando
su propio ataque. En ese caso, podrían querer interrogar a tu padre sobre lo que él
sabe sobre ellos.
Jennifer se estudió las uñas durante un momento.
—Mamá, aun sí quisieran estudiar a los dragones, sería más útil mantener uno
vivo. Al menos por un tiempo. ¿Verdad?
Elizabeth se desplazó hasta el sofá y la abrazó fuertemente. Cuando el teléfono
sonó, ambas estuvieron tentadas a ignorarlo, pero Jennifer tenía que responder.
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—Desde hace una semana —estuvo de acuerdo Susan, abrió los ojos de par en par
obedientemente cuando Jennifer le mostró la etiqueta del precio de un par de
mocasines en rebajas—. Su padre lo lleva a la escuela y lo recoge, así que no podemos
ir a ninguna parte juntos. No es que él parezca lamentarlo mucho. Sólo masculla
cosas como que tiene trabajo extra en casa, esa clase de basura.
—Nunca he visto a un chico tan esclavizado por un padre —añadió Skip—.
Quiero decir, mi padre me dice que haga cosas que no quiero hacer, y mi madre era
un poco estricta, pero… —tosió un poco y buscó en su anorak—. Hablando de lo
cual, sé que no he contado mucho sobre mi madre. Ella era en parte Sioux, y me llevó
por todo el mundo mientras estudiaba culturas nativas… África Occidental,
Australia, Sudamérica. Sea como sea, me dio esto hace un par de años. Me imaginé
que te quedaría bien.
Sacó un collar de cuero crudo con un círculo de madera colgando en el frente.
Tallando en el disco estaba la imagen de una hoja de olmo grande.
—Es la Luna de las Hojas Caídas —explicó mientras extendía las manos hacia el
cuello de ella para ponérselo—. Representa a octubre. Y noviembre, también, algo
así. Hum, bueno, dado que nos conocimos en octubre, pensé…
Jennifer lo besó de lleno en los labios.
—¡Eh, tranquila! —Él retrocedió e intentó aparentar calma, pero el rojo que
inundaba sus mejillas lo traicionaba. Sus ojos se movieron rápidamente hacia la
madre de Jennifer, pero afortunadamente ella estaba estudiando unas bolsas a un par
de pasillos de distancia—. Eeeh, de nada. Debes estar pasando unos momentos muy
difíciles en la clínica, y bueno, sí hay cualquier cosa que yo… bueno… eeeh…
—¡Disculpad, tercera persona aquí! —Susan les llamó la atención con una mirada
de disgusto—. ¿Vamos a ir a la heladería o a la tienda de chuches o qué?
—Tengo todo el dulce que necesito —dijo Skip con una mirada pícara,
recuperando la compostura. Susan puso los ojos en blanco y Jennifer río.
Entonces Jennifer recordó a su padre otra vez y se sintió peor que nunca por
haberse olvidado de él por un momento.
*****
Dos horas antes del amanecer, su madre y ella estaban de camino a la cabaña del
abuelo Crawford. Jennifer insistió en llevar a Phoebe y Geddy como consuelo, pero la
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mayor parte del viaje en coche se la pasó amonestando a una mascota para que
dejara de provocar a la otra.
Pues resultó que no hubo ningún problema en encontrar el lugar de la lucha, en
absoluto. A menos de una milla de donde el camino serpenteaba alejándose de la
carretera, había un alto arcén de tierra de alrededor de unos veinte metros, y cerca
una pequeña arboleda. Había huellas frescas de neumáticos, visibles incluso desde la
distancia.
Elizabeth aparcó.
—Deja las mascotas en la furgoneta —le dijo a Jennifer—. No quiero que estropeen
alguna pista que haya por aquí. —Mientras las dos estudiaban cuidadosamente el
arcén y la cuneta cercana, Phoebe y Geddy se miraban con odio uno al otro desde
extremos opuestos del interior de la furgoneta.
—Aquí abajo —gritó su madre después de unos pocos momentos. El fresco viento
primaveral no era lo suficientemente fuerte para mover la hierba húmeda de la
cuneta, y quedó inmediatamente claro lo que estaba señalando.
—Alguien yacía aquí. —Elizabeth señaló luego con la cabeza a una gran
hendidura en la hierba justo al sur de la otra—. Y aquí es donde tu padre aterrizó.
—Tal vez vio a alguien tirado en la cuneta, y se detuvo a ver si necesitaba ayuda —
supuso Jennifer—. Parece como si alguien hubiera rodado hacía atrás y adelante.
—Eso tendría sentido. Pero sigue habiendo algo extraño. Tu padre estaba muy
nervioso las últimas semanas, y creo que se mostraría cauteloso sobre alguien tirado
en el suelo, pareciera herido o no. Es improbable que alguien lo sorprendiera desde
esa posición.
Jennifer miró hacia la arboleda cercana. Un roble alto se inclinaba sobre la cuneta
donde estaban de pie, y sus pesadas ramas se mecían con la brisa. El pequeño nido
de un pájaro estaba cobijado en las ramas más bajas, pero Jennifer no escucho ningún
canto.
—Espera un segundo, mamá. —Sin esfuerzo, subió por el tronco del árbol hasta la
rama más gruesa que colgaba sobre el lugar de la emboscada. El nido contenía
pequeños huevos azulados, aunque parecía no haber padres alrededor.
—Gorriones —gritó hacía abajo—. Deberían estar lanzándose en picado sobre mí,
como hacen cuando Phoebe o yo fisgoneamos por el nido que hay afuera de nuestro
garaje. Pero algo los asustó alejándolos, para siempre apuesto. —Posada sobre su
madre, miro hacía bajo directamente a los ojos de la mujer—. Sí supiera que ibas a
estar parada ahí, este sería el mejor lugar para saltarte encima.
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—Soy médico, cariño. Yo curo. Veo los resultados de los conflictos todos los días…
matones de escuela que provocan a mi hija, miembros de familias que se hacen daño
unos a otros, y completos desconocidos que se lanzan a las gargantas de otros sólo
porque son un poquito diferentes. No, no soy una gran fan de los conflictos. Prefiero
las discusiones y las mentes abiertas.
—Eso suena bien, mamá. Pero alguien que no está de acuerdo contigo se ha
llevado a papá.
Elizabeth no respondió.
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Capítulo 13
El final del rastro
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Esta traición fue demasiado. Por lo que parecía la centésima vez en el último día,
sintió las lágrimas brotar.
—¿Eddie, cómo pudiste?
—Es suficiente. La justicia debe ser servida. Es hora de morir. —La señora.
Blacktooth dio un paso hacia adelante y levantó la espada hacía atrás en posición de
ataque. Jennifer se encogió.
Entonces la espada bajó… pero lentamente, y hacia el costado de quien la
esgrimía.
—Tienes suerte hoy, gusano. Tu madre está aquí. Según el código de mí gente, no
puedo matar un niño ante los ojos de sus padres.
—A mí madre no le importaría si lo hicieras. —Las palabras le sonaron mal a
Jennifer mientras las decía, pero no pudo contenerse. Demasiadas cosas le estaban
pasando, todo a la vez.
—No permitas que te encuentre sola. Nunca.
—Váyase al infierno. —Jennifer retrocedió, todavía limpiándose las mejillas.
Ningún Blacktooth se movió hasta que ella estuvo fuera, en la carretera. Retrocedió,
alejándose de donde la esperaba su madre.
La idea de regresar a casa era humillante. Y no servía de nada quedarse ahí, sí
Eddie decía la verdad. ¿Pero a dónde podía ir?
Sintió las patas de Geddy en el zapato. El animalillo se enroscó en su pierna como
si esta fuera el tronco de un árbol, cruzó su estomago y se estableció en su hombro.
Con un giro de su cabecita, abrió su brillante boca roja y siseó a la puerta abierta de
la casa Blacktooth.
—¡Jennifer! —Elizabeth la llamó desesperada.
Ni siquiera se giró para mirarla. Una mezcla de ira, vergüenza y miedo la llevaron
en la otra dirección. Los Blacktooth habían marcado a su padre como monstruo.
Ahora él se había ido, su madre era inútil y ella estaba sola.
Fueron varios kilómetros hasta el centro comercial, caminando por la misma ruta
que la noche de octubre en la que se había metamorfoseado por primera vez. Ya fuera
el recuerdo, o sólo la rabia y la frustración que supuraban a través de su misma piel,
Jennifer pensó que sentía sus entrañas agitarse un poco. No era nada, por supuesto…
la siguiente luna creciente estaba todavía a días de distancia. Fácilmente descartada,
la sensación pronto desapareció. Para cuando llegó al típico centro comercial de
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—Susan, te he dado mucho que asimilar. Puedo ver que estás realmente
preocupada por hacer esto. No pasa nada.
Susan exhaló.
—Así que vete a casa. Y por favor… no le hables a nadie de esto. —Después de un
rápido abrazo, ella y Skip dejaron a su atónita amiga atrás.
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Capítulo 14
El Fuego Ancestral encendido de nuevo
Cuando Jennifer despertó, se encontró en una habitación sin ventanas con paredes
rocosas y suelo sucio. La única luz provenía de más allá de una simple puerta de
barrotes de metal. Tenía un peso posado sobre sus hombros. Cuando extendió la
mano hacia arriba, sintió un collar de hierro y una cadena alrededor del cuello.
Estaba holgado, pero aún así no podía pasarlo sobre su barbilla. Utilizando los
dedos, siguió la cadena hacia atrás hasta unos pernos en la pared de piedra.
Ondeando la mano para alejar el débil olor a aguas residuales de su nariz, percibió
un movimiento cerca. Retrocedió rápidamente y gritó:
—¿Quién está ahí? ¿Qué quiere?
—¡Jennifer, estás despierta! —Era la voz de su padre.
En una esquina pobremente iluminada, Jonathan Scales estaba sentado en el suelo
con los hombros caídos. Había una manta de lana arrugada a su lado en el suelo.
Llevaba una cadena como la de ella y tenía pinta de no haber disfrutado tampoco de
mucha más agua. Su cara sin afeitar estaba demacrada y sus ojos grises estaban
tristes.
—¿Jennifer, por qué has venido? No hay manera de que esto haya sido idea de tu
madre.
Intentó ir hacia él, pero la cadena la retuvo. Para su furia y pesar, lo mejor que
pudo hacer fue tocar las puntas de los dedos de él con los suyos.
—Lo siento, papá, vine aquí a salvarte. Skip estaba conmigo. ¿Lo has visto?
—Cariño, Skip…
Jennifer sintió un nudo en la garganta.
—¿Qué le ha pasado? ¿Dónde está?
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—Está por aquí —interrumpido una voz familiar fuera de su celda. El tono era
amistoso y un poco condescendiente. Jennifer se esforzó por divisar la forma más allá
de los barrotes.
El hombre alto tenía unos dedos largos cerrados alrededor de los barrotes. Aunque
su cara estaba entre las sombras, Jennifer pudo discernir rasgos largos y cabello
oscuro. Él introdujo una llave en el cerrojo, y la puerta se abrió.
Cuando entró en la celda, accionó un interruptor, y una bombilla desnuda a gran
altura sobre de sus cabezas lanzó una luz cruda. Jennifer podía verle mucho mejor
ahora.
Su corazón se hundió.
—¿Señor Wilson?
Él le dedicó una sonrisa tierna y paternal, como si se hubieran encontrado para
tomar un café.
—En realidad, hiciste una suposición incorrecta cuándo cenamos juntos el pasado
diciembre. Skip utiliza el apellido de su madre. El mío es Saltin… Otto Saltin.
Su corazón siguió cayendo. Había oído utilizar ese nombre, en tonos callados, a su
padre, más o menos por Navidad.
Antes de poder encajar más piezas, otra figura de hombros caídos entró en la
habitación. Ahora su corazón golpeó el fondo como una roca, mientras sus mejillas se
encendían de confusión y rabia.
—¡Tu! —La cadena se tensó cuando intentó abalanzarse hacia adelante. Escupió
maldiciones con suficiente veneno como para hacer retroceder a Skip un paso. El
chico no levantó la mirada.
Otto Saltin se rió amablemente.
—Es una auténtica escupe fuego, Jonathan. ¡Nada de juegos de palabras! Si yo
tuviera una hija así, me preocuparía más de con quién sale.
—Si hubiera sabido que tú y Dianna Wilson teníais un hijo —croó Jonathan—,
habría sido más cuidadoso con las amistades de Jennifer.
Skip olisqueó el aire miserablemente.
—¿Papá, tienes que retenerlos aquí? Este lugar huele a rancio.
—Lo siento, hijo. —Otto realmente parecía sentirlo—. Te dije desde el principio
que esto no iba a ser fácil para ninguno de nosotros. Si has desarrollado sentimientos
hacia Jennifer, ahora tendrás que dejarlos a un lado.
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—Cierto. Tú eres la aberración. Todavía quedan treinta y seis horas para la luna
creciente, pero aquí estás tú con tus preciosas alas y escamas ¿Puedes explicarlo?
Jennifer no contestó. Miró de nuevo a Skip. El traidor clavaba directamente los
ojos en ella ahora, tragando saliva. ¿Qué estaba pasando?
—Quizás sabes del enamoramiento que la mayoría de dragones tienen con el
número cincuenta —comenzó a explicar Otto amablemente—. Cincuenta semillas en
esta o aquella bebida ceremonial, historias de Allucina y sus cincuenta hijos, etcétera.
Sin duda, vuestro refugio oculto, Crescent Valley, tiene escrito por todas partes
cincuenta…
—Usted nunca encontrará Crescent Valley —prometió ella a través de los dientes
—. No tengo idea dónde está de todos modos, así que si va a torturarme, adelante,
hágalo de una vez. Aún si lo supiese, si cree que podría traicionar a mis amigos... a
mis verdaderos amigos… —Escupió esto último a Skip, quien volvió a mirar al suelo.
—Por favor no interrumpas. —La voz de Otto se volvió severa—. No tienes que
decirme nada. De hecho, si pudiera encontrar un bozal lo bastante grande, lo
utilizaría contigo. —Luego volvió el tono afable—. Veras, Jennifer, no necesito saber
donde está Crescent Valley.
—¡Lo necesita si quiere encontrar el Fuego Ancestral!
Los ojos de él se iluminaron.
—¿Así que sabes de mi plan? Chica lista. Desde luego sabes escogerlas, Skip…
aunque por supuesto, un buen padre ayuda a su hijo a encontrar los amigos
adecuados.
Otto disparó a Jonathan una mirada, pero el hombre encadenado no se la
devolvió. Jennifer sintió rendición y fracaso en la cabeza baja y los hombros
hundidos de su padre.
—Sin duda has averiguado todo eso por medio de alguna tortuga o lagarto recién
nacido que ha estado fisgoneando a tus órdenes —continuó su captor—. O tal vez tus
mayores finalmente lo captaron después de que Eveningstar ardiera hasta los
cimientos. Algo tontos, si piensas en ello, por no ver toda la verdad.
La mención de lagartos pequeños hizo a Jennifer pensar en Geddy. Miró alrededor
de la celda tan sutilmente como pudo, pero no pudo encontrar ni rastro de su
mascota.
—Yo veo muy bien toda la verdad. Y también lo hace mi familia. Sólo quiere
encontrar el Fuego para obtener más poder. ¡Porque es débil!
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De repente Jennifer recordó… más poder, como escupir fuego. Escupir fuego. ¿Por
qué no había pensado en eso antes? Abrió la boca para desatar un infierno.
Otto ondeó sus dedos índices.
—Insensibilizar.
Antes de que pudiera soltar el fuego, Jennifer se derrumbó en un montón
escamoso sobre el suelo. Sus ojos se pusieron en blanco, y sintió la baba caer por la
comisura de su boca.
Él dio un paso adelante, sacó un pañuelo, y amablemente le limpió las comisuras
de la boca. Jennifer intentó abrir las mandíbulas y morderle, pero ni siquiera podía
hacer eso.
—Quiero más poder —estuvo de acuerdo él—, pero no soy débil. Tú no puedes
oponerte a mis poderes. ¿No sabes a que te enfrentas?
Las palabras de Jennifer fueron poco claras. Apenas podría mover la lengua, y
mucho menos los labios.
—Caaazaaaaadoooorrr…
Otto realmente se rió. El alegre sonido rebotó contra las paredes de la celda.
—¡Cazador! ¿Oíste eso, Skip? ¿Ves a lo que estos lagartos hiper desarrollados
tienen miedo? Siglos y siglos después de que Bruce, Brígida y Bárbara lucharan,
incluso después Eveningstar, se preocupan por los cazadores. Realmente aún no han
aprendido. —Luego gruñó cruelmente—. No soy un cazador, chica-dragón.
Sacando una jeringa, se inclinó y la pinchó en el ala. Ella apenas sintió el pinchazo.
Él extrajo un poco de sangre, y luego giró la aguja hacia sí mismo y se la inyectó en el
brazo, vaciando la jeringa y refunfuñando en un lenguaje extraño.
Donde hay un caso galopante de encefalitis cuando una lo necesita, anheló Jennifer
silenciosamente.
—Y ahora, a romper las cadenas de la luna creciente —anunció Otto con un paso
hacia atrás.
La transformación cogió por sorpresa a Jennifer. La primera cosa que cambió fue
la cabeza del hombre… se alargó, mientras su cuerpo por debajo del cuello se hacía
más pequeño y regordete. Sus mandíbulas se abrieron de par en par, dividiéndolo
todo hasta sus orejas, y se las tragaron. Las mandíbulas inferiores brotaron por el
hueco resultante.
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—¿Qué diablos quieres decir con eso? —Jennifer vio la afrenta en la cara de su
padre… y la alarma en la de Skip. ¿Cuánto había contado Otto realmente a Skip antes
de convencerle para atraer a Jennifer a la alcantarilla?
—No te dejes llevar por el pánico, Jonathan. Si me hubieras estado escuchando,
sabrías que no tengo intención de matarla. —Estaba claro que Otto estaba
disfrutando con esto, frotándose las cuatro patas delanteras—. El estímulo que su
sangre me da es temporal. Necesito un suministro continuo.
—Si te acercas a mi hija con esa jeringa otra vez, te la meterá por tu bulboso culo
—prometió Jonathan.
La postura de la bestia indicó una pérdida de buen humor.
—No lo dudo. Es por eso que tendré que envenenarla hasta dejarla en un coma
permanente. Tomaré lo que necesite, cuando lo necesite. Ella no sentirá nunca nada.
Nunca te verá morir por lo que hiciste a nuestra familia.
La voz fina de Skip se alzó.
—Espera un segundo. ¿Un coma? ¿Para siempre? ¿Y vas matar a este tipo? ¿Por
qué, por mamá? Papá, tú no… esto es…
—¡SILENCIO! —La enorme araña movió sus patas con asombrosa velocidad para
confrontar a su hijo humano—. Te dije que sobreviviría sin dolor. Eso es todo lo que
necesitabas saber, hijo. —La voz atravesó las mandíbulas inferiores suavizada—. No
espero que entiendas nada más, Skip. No hasta tu primer cambio.
Jennifer guardó silencio. El conflicto entre tipos malos era bueno. Además, estaba
bastante segura de que la brujería ya había pasado casi completamente. Retorció su
cola y enroscó las garras de sus alas. Otto no vio esto o no le importó. Seguía
concentrado en su terco hijo.
—¡Papá, hiciera lo que hiciera este tipo, no vale el que le asesines!
—Tiene razón. —Jonathan intervino en la conversación. Jennifer felicitó
silenciosamente a su padre por no sonar en absoluto desesperado—. No puedes
esperar no dejar huellas. Mi hija y yo desaparecidos. E imagino que si mi hija supo
donde encontrarte, mi esposa también. Puedes esperar a las autoridades aquí de un
momento a otro.
La idea animó a Jennifer. Su padre estaba en lo cierto… ¡tal vez Susan hubiera ido
en busca de ayuda también!
—Estáis bastante lejos de donde Skip condujo a tu hija —les informó Otto—, en
una sección del sistema de alcantarillado que virtualmente nadie conoce aparte de mi
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Nadie se movía. Todos ellos observaron a Skip aferrarse el pecho, tantear la herida
burbujeante, y abrir la boca. Luego se tambaleó hacia atrás contra Jennifer y se
derrumbó.
Otto vio esto y se enfadó rápidamente.
Pero Jennifer se enfadó más, y más rápido.
Una explosión de llamas emanó, atravesó la habitación y engulló a la araña. Él
gritó agudamente como un cerdo monstruoso, y olvidándose de la seguridad de su
propio hijo, abrió las mandíbulas y escupió su propia salva de fuego.
Jennifer no tuvo que pensar en absoluto... le sobrevino el instinto de proteger al
chico inconsciente que tenían entre sus brazos. Sus alas se envolvieron alrededor de
Skip, y giró la cabeza a fin de que el calor rebotara inocuamente sobre su espalda y
sus alas blindadas.
—El fuego no puede hacerte daño, sabandija, cuando estás en forma de dragón...
pero tu padre no tiene tanta suerte…
Dejando a Skip caer al suelo, Jennifer se movió hacia su padre para protegerle…
¡pero se había olvidado del collar y la cadena de la pared! No había nada que ella
pudiera hacer mientras Otto retrocedía para preparar una nueva bola de fuego. Con
un grito de frustración, buscó los ojos de su padre por última vez. Pero él no le
devolvía la mirada en absoluto.
Estaba mirando a algo que se escurría bajo las patas del arácnido.
Jennifer entrecerró los ojos hacia ello. Era Geddy.
¿Geddy los había seguido? ¿Y si así era, qué…?
Antes de poder unir las piezas, algo se movió en el umbral detrás de Otto y una
luz intensa inundó la habitación. Jennifer cerró los ojos contra el dolor que la luz le
causaba. Oyó a Otto gritar, y luego otro sonido llenó sus oídos. Era una batalla de
gritos… profundos, horribles, y petrificantes. Se apretó las garras de las alas contra
los agujeros de los oídos y empezó a gritar ella misma.
Un rincón de su mente recordó algo que el abuelo Crawford había dicho: Armas
andantes, utilizan luz y sonido… su misma voz puede paralizar a sus enemigos…
¡Un cazador! ¡Eddie de algún modo se había escabullido de su padre para
ayudarla después de todo!
La luz y el ruido persistían. Incluso con los ojos y los oídos cerrados, el asalto a sus
sentidos era devastador.
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que pudo. Aunque casi se golpeó la cabeza con el techo por el rebote, no tuvo que
mirar a su espalda para saber que algo se había alzado… algo grande… a través del
humo de la convocación.
—¡Eso es Jennifer! ¡Sigue así!
Estaba a solo algunos metros de las arañas ahora. Saludándolas con una descarga
de llamas cuidadosamente mezclada con humo, navegó en medio de ellas con otro
golpe en el suelo. Una vez más, algo brotó… pero no tenía tiempo de mirar atrás y
ver.
Su próximo aliento roció las paredes y el techo, así como también el suelo. Miró
hacia delante buscando el final del ejército, pero no veía ninguno. Darse la vuelta
parecía ahora una buena idea.
Plegó las alas y plantó un pie entre el humo de su último aliento. Ahora podía ver
el producto de su trabajo. Un despliegue de cuerpos sin piernas había brotado en el
punto de impacto… mambas negras6, por lo menos veinte de ellas. Las serpientes
grisáceas eran de dos veces su tamaño natural y entraron en la lucha
inmediatamente, arremetiendo contra cualquier enemigo que sobreviviera al fuego
de Jennifer.
¡Espera a que Catherine sepa esto! No pudo evitar sonreír abiertamente. Debería
haber sabido cuando notó por primera vez que la garra de su ala era más pequeña,
que tendría que hacer las cosas de forma diferente a un dragón pateador normal.
Mientras miraba pasillo abajo adonde ya había pateado dos veces, vio docenas de
otras mambas entrar en la batalla. Eran más grandes y rápidas que las arañas. Se
encabritaban con sus negras mandíbulas abiertas de par en par, golpeando para
separar la cabeza y patas de las ermitañas de su abdomen, luego se deslizaban pasillo
abajo en busca de más objetivos.
—¡Jennifer! —La voz de Jonathan resonó por el pasillo—. ¡Te necesitamos aquí
atrás!
Aunque la esquina estaba lejos, ella pudo distinguir fácilmente un destello de luz
brillante y oyó el grito corto del cazador. Dolió, pero no fue bastante para atontarla.
Confiando en su nuevo ejército para guardar este frente, se deslizó por encima de
ellos y se unió a los demás.
Otto había estado ocupado en el cruce. A pesar de los cuerpos de ocho patas
6
Cobras africanas de cuatro metros de largo su nombre se debe al color negro dentro de su boca;
pudiendo variar el color de su piel de verde amarillento a un gris metalizado. Es una de las serpientes
más rápidas del mundo, capaz de la moverse de 16 a 20 Km./h
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esparcidos por toda la entrada del corredor, parecían haber más vivos que nunca. Las
tácticas del cazador estaban fallando… Jennifer supuso que eran mejores en
imponentes duelos con bestias singulares que conteniendo a enjambres de
atolondrados intrusos.
—¡Agachaos! —ordenó Jennifer. Aceleró a través del aire tras una corriente de
humo y fuego. Su padre se agachó justo a tiempo de evitar ser quemado y
destrozado. En el espacio entre él y el cazador en retirada, Jennifer golpeó ambas
piernas traseras en el suelo cubierto de humo. Sintió a las serpientes alzarse a su
estela mientras saltaba sobre el acechador y aterrizaba al otro lado, golpeando la
tierra con ambos pies de nuevo.
Ochenta nuevos soldados serpentinos se deslizaron por su lado y acudieron
directamente a la batalla.
Había arañas aún más grandes ahora… ninguna ni de cerca tan enorme como
había sido Otto, pero desde luego sargentos en el campo de batalla. Eran arañas lobo
grises con rayas negras, y a diferencia de la ermitaña, saltaban en vez de arrastrarse.
Jennifer concentró su atención en éstas mientras saltaban fuera del cruce. Se
balanceó alrededor y liquidó a cada una con su cola cuando entraban en el pasillo,
lanzando de un golpe sus cadáveres en llamas al cuarto de cruce. Una o dos de ellas
fueron atrapadas en el aire, con las mandíbulas listas para golpear. Las serpientes
rompieron las filas de arañas más pequeñas, y pronto los demás fueron capaces de
reunirse y ayudarla. La espada del cazador giraba a través del aire, sosteniendo la
línea de serpientes donde ésta se debilitaba y luchando cuerpo a cuerpo con aquellas
arañas lobo que se mantenían lejos de Jennifer.
Con Jonathan gritando que todo estaba bien atrás, y viendo el colapso de la
resistencia ante ellos, Jennifer finalmente entró en el espacio del cruce.
Era una cúpula baja, quizás veintisiete metros de diámetro y diez de alto. Una
corriente pavimentada de agua de lluvia cortaba el suelo a la mitad de izquierda a
derecha, y otra corriente venía directamente de delante de ellos para formar una T en
el centro del cuarto.
Había un pilar grande de piedra sobresaliendo del agua en la unión de la T. Un
hueco en el techo encima de ellos conducía hacia arriba, dejando pasar un diminuto
parche de luz solar. Aparte de eso, la cámara era sórdida y oscura. La construcción
parecía diferente al refugio escondido de Otto; probablemente había sido construida
por la ciudad hacía décadas.
Las mambas se deslizaron por el suelo y sobre las corrientes, acorralando a las
últimas pocas arañas. En breve, todo lo que podía ver u oír era un goteo y el agua
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corriendo. Pero en realidad no podían ver el lado opuesto del cuarto, y eso
preocupaba a Jennifer.
—¿Creéis que se quedó atrás? —jadeó ella.
—No sé —gruñó Jonathan mientras soltaba a Skip un momento—. Puede haber
sentido que el ejército que dejó era suficiente.
—Casi lo fue. ¿Eddie, ves algo?
—Deja de llamarme Eddie —exclamó la voz detrás del yelmo—. No, no lo veo.
Pero eso no significa nada.
Jennifer comprendió que la voz sonaba como la de una mujer… no como un
hombre. ¡Cuán estúpido por su parte! Debería haberlo notado desde el principio.
—¡¿Susan?!
El cazador se dio la vuelta, pero entonces un par de cosas pasaron de repente.
Primero, una descarga ardiente estalló desde lo alto del pilar de piedra. Vetas de
fuego corrieron por la cámara entera, asando a las serpientes a las que golpeaban y
encendiendo la sorpresa en la cara de Jennifer. Oyó a su padre gritar de dolor a su
espalda.
Al mismo tiempo, la parte alta del pilar se inclinó un poco, de modo que se arqueó
sobre el sorprendido cazador. Una pata larguirucha y peluda salió de repente y
golpeó a su objetivo en medio de una lluvia de chispas. El guerrero se derrumbó en
el suelo.
—¡Susan!
Jennifer se lanzó al aire directamente hacia lo alto del pilar. Resultaba obvio quién
estaba allí, escondido detrás de un patrón de camuflaje de ladrillo. ¡Otro talento que
había heredado del Fuego Ancestral! Jennifer estaba enfurecida consigo misma por
no considerar la posibilidad.
Su puntería era buena. Poco preparado para su asalto físico, Otto aceptó su
impulso completo en las mandíbulas y lanzó un grito cuando ella lo volcó de su
percha. En un desorden de alas y patas, cayeron juntos del pilar a la oscura corriente
de abajo.
El agua sucia era más profunda de lo que parecía. Jennifer apenas podría ver el
cuerpo arácnido que empujaba contra ella, pero no le importó. Esta cosa había
secuestrado y había hecho daño a su padre, robado su sangre, intentado ponerla en
coma, casi mata al hijo que había tratado de salvarla, y ahora había golpeado a su
mejor amiga. Suficiente significaba suficiente.
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Con sus alas y garras ocupadas con los ocho apéndices que se retorcían, utilizó la
única arma que le quedaba… su boca. Sus mandíbulas chasquearon una vez, dos
veces, tres veces. Al tercer intento, sus dientes se cerraron sobre la cabeza de la araña.
Pudo sentir sus colmillos hundirse en una masa gelatinosa… ¿un ojo?... y oír el grito
borbotearte de Otto. Sabiendo que las mandíbulas de él estaban abiertas dentro de las
de ella, soltó el silbido subacuático más feroz que pudo.
Diez anillos de fuego arrasaron a través del agua, hirviéndola mientras pasaba por
las mandíbulas de Otto hasta su cabeza torturada. Él ya no empujaba más… estaba
en estado de pánico.
Jennifer sintió el cuerpo de la araña alzarse fuera del agua en un poderoso salto y
quedarse colgado. Salieron del agua juntos y dibujaron un arco en el aire antes de
aterrizar directamente sobre las piedras resbaladizas en un montón, lado a lado, con
un gruñido.
Antes de que Jennifer pudiera incluso recomponerse, hubo un destello de plata,
un suave plonk, y el tintineo de metal contra piedra.
Alzó la vista. El cazador había estado esperando. Su espada perforó el abdomen
de Otto aproximadamente a cinco centímetros del propio vientre gris de Jennifer. La
hoja había bajado con tal fuerza, que la punta estaba atascada en la piedra bajo el
gigantesco cuerpo. Otra vez, Jennifer pensó en las mariposas clavadas en la clase de
ciencia.
Levantándose, vio la figura de la armadura desplomarse con cansancio contra el
enemigo caído.
—¿Susan estás bien?
La voz ronca de Otto captó su atención. Escupió sus palabras a través de las
mandíbulas desgarradas y quemadas. Una sangre oscura formaba un charco bajo la
unión entre su abdomen amarillo rojizo y la cabeza negra.
—Tontos —rechinó—. No tenéis ni idea de lo que se avecina. Esto no ha terminado.
—Para ti sí —replicó Jennifer. Agarró la empuñadura de la espada del cazador con
una garra temblorosa, la arrancó del abdomen, y le atravesó con ella la cabeza.
Él se estremeció, y luego sus piernas se enroscaron.
—¡Dame eso! —La furia del cazador cuando le arrebató la espada sorprendió a
Jennifer. Sin otra palabra, apartó a Jennifer a un lado, saltó sobre la corriente, y se
apresuró a donde Jonathan y Skip estaban sentados acurrucados contra la pared.
Después de revisar brevemente la quemadura de Jonathan (cubría su brazo, pero no
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era seria), se cargó al inconsciente Skip sobre el hombro, con manta y todo, y lo llevó
de nuevo al lado opuesto de la habitación, saltando sobre la corriente una vez más
como si no llevara nada.
Jennifer reparó en Geddy escupiendo sobre los ladrillos que bordeaban la
corriente. ¡Había olvidado que lo llevaba en su espalda durante toda la pelea! Con
una silenciosa palabra de consuelo, gentilmente lo recogió y se lo colocó sobre el
hombro.
—¡Eh, esperad!
Todos los demás estaban ya a mitad de camino de uno de los túneles toscamente
construidos que llevaban agua el espacio de la conjunción. Había una repisa estrecha
a ambos lados de la corriente, y en poco tiempo estaban todos en el cuarto de servicio
por el que Jennifer y Skip habían entrado. Mientras los otros dos llevaban a Skip por
la escalera, Jennifer simplemente voló por el agujero hasta que el aire frío, la luz del
sol, y el olor a lilas estuvieron sobre su cara.
Aterrizando en el campo que había junto a la alcantarilla y mirando a las afueras
de la ciudad que nunca pensó que volvería a ver, Jennifer sonrió. Pero antes de que
hubiera tiempo de disfrutar su huída, el cazador se dio la vuelta y se lanzó sobre ella.
—¡Jovencita, tienes un montón de problemas! ¿Qué clase de idiota se apresura a la guarida
del enemigo sin ningún plan, sin confirmación de a qué se enfrenta, sin estrategia de
respaldo? Vives en un mundo más allá de toda la suerte concebible para que tu maldita
lagartija fuera lo bastante lista para seguirte a tu celda y luego volver en busca de ayuda…
¡Obviamente es un lagarto más inteligente que tú! ¡Oye! ¿Estás siquiera escuchándome?
Al cazador podía perdonársele el no estar seguro: la expresión de Jennifer estaba
perdida en algún lugar entra la estupefacción y el descubrimiento. La voz era más
nítida para Jennifer ahora… totalmente clara. Una mujer, sí… pero no era Susan en
absoluto. Con un movimiento demasiado rápido para que el cazador lo viera, levantó
la garra de su ala y le quitó el yelmo.
—¡¿Mamá?!
Elizabeth Georges-Scales sacudió su cabello dorado miel. Sus ojos color esmeralda
ardían de rabia y estaban surcados de lágrimas.
—¡Jennifer Caroline Scales, ¿tienes alguna idea de cuan abismalmente estúpida eres?!
Jennifer soltó el yelmo y abrazó a su madre. No la soltó hasta que se hubo
metamorfoseado de nuevo en la hija de la cazadora.
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Capítulo 16
Crescent Valley
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*****
Más tarde aquel mismo día, cuando la tarde se convertía en noche, Jennifer
sorprendió a su madre en medio de su huida de la casa.
—¿Adónde vas? —preguntó. La ponía nerviosa ver marcharse a cualquier
miembro de su familia.
Elizabeth se giró y pestañeó en dirección a su hija.
—Voy a traer materiales para que te entrenes. Ahora hay otra parte de tu herencia
que debes desarrollar.
—Mamá… —Jennifer recordó al inicio de aquel año escolar—. Aquella pirueta en
el partido de fútbol. La forma en la que puede saltar. No es por el dragón que hay en
mí, ¿verdad?
Tras mirar conspiradoramente por el vestíbulo, su madre suspiró.
—Tu padre es un inútil jugando al fútbol. Incluso cuando estaba en la universidad
era incapaz de patear una pelota de playa hacia el océano. —Se enderezó—. Este
verano, vas a aprender lo que significa ser una cazadora de bestias. No va a ser fácil.
¿Estás preparada?
Los ojos grises de Jennifer chispearon de emoción.
—Puedo seguirte el ritmo, vieja.
En la voz de su madre no había ni pizca de humor.
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Tras alimentar a Geddy con un grillo cubierto con extra de calcio, Jennifer
encontró a su padre descansando sobre el sofá del salón en su forma de dragón. Sus
quemaduras habían sanado mucho antes de que cambiara aquella mañana. Se
desplomó en el suelo cerca de él y descansó la cabeza en su costado. Su cabello se
extendió sobre el ala… quedaban pocas hebras de color dorado, notó, mientras
retorcía el plateado entre sus dedos.
Geddy se escurrió por la alfombra hacia ellos. Phoebe interceptó al pequeño
lagarto y le dedicó un olfateo entusiasta que le hizo caer rodando sobre la cola.
—Gracias por dejar entrar a Skip, papá.
—No ha sido nada. Susan también se ha pasado un par de veces, pero tuvo que
irse a casa. Creo que volverá a pasarse por aquí esta noche. Skip insistió en quedarse
hasta que despertases. Tenía el presentimiento de que no haría nada que te hiciera
daño, al menos ya no. —Había una sonrisa socarrona en su voz.
—¿Por qué no me he transformado aún?
—Creo que la respuesta es bastante obvia —replicó él—. Aparentemente no
quieres hacerlo, por ahora. Ser el Fuego Ancestral te da el poder de cambiar de forma
a voluntad.
Ella suspiró satisfecha.
—Me alegro de poder elegir. ¡Ser una figura mítica tiene sus ventajas, creo!
—¡Supongo! Eres sin duda la única leyenda de mil años con toque de queda.
—¡Toque de queda…! Oye, eeh, así que no tenemos que mudarnos, ¿verdad? ¿Y
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—Siempre llama a la misma pareja. Menos mal que las tiene además… ellas la
guiaron hasta la entrada de las cloacas y Geddy hizo el resto.
—¡Eso es genial! Águilas. Jesús. ¿Cómo es que nunca me dijo lo que era, o lo que
podía hacer?
—¿Cómo es que nunca preguntaste?
—Touché. —Volvió a colocar la cabeza sobre el ala—. ¡Sea como sea, me dijo que
me enseñaría a hacer todas esas cosas que ella hace! Estoy deseando hacer ese show
de luces y sonidos.
La lengua bífida de su padre se acercó a ella.
—¡Ahora no vayas a dejar de aprender habilidades de dragón! Hay mucho más de
lo que has aprendido hasta ahora… y también podrías mejorar algo de lo que has
aprendido ya.
Le guiñó un ojo.
—¿Mejorar un ejército de las mambas negras? No lo creo. Y deberías saber que mi
camuflaje va a liberarme de tu, así llamado, toque de queda un millón de veces.
—Ni siquiera te acercas a mi nivel de camuflaje.
—¿Ah, no?
—Bueno, tú me lo confirmarás. ¿Me viste en tu dormitorio mientras hablabas con
Skip?
Ella lanzó un gritó apagado.
—Tú…
Su estómago escamoso se movió al reírse.
—Puedo hacer un buen patrón ropa sucia, deja que te diga…
—¡Eso fue una invasión de mi privacidad! —Intentó sentirse irritada, pero la
curiosidad pudo más que ella—. ¿Cómo hiciste mis suéteres a rayas y cuadros a la
vez?
—Tienes razón, fue una invasión de tu privacidad. Y lo siento. Pero fue la única
manera de que tu madre prometiera no estar vigilando la espalda de Skip todo el
tiempo que él estuvo aquí. No lo volveré a hacer.
La mención de Skip hizo pensar a Jennifer otra vez.
—Él no sabe quién mató a su padre.
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Estaba más cómoda—. Me gustaría que te hicieras amigo de uno de ellos en concreto.
—Me gusta que hagas amigos por ti misma. —Hizo una pausa—. No será fácil,
Jennifer. Y puede que no acabe bien, al final. Pero los amigos que se quedan junto a ti
cuando hay problemas merecen el esfuerzo. Son una especie muy rara.
—Especialmente los que paran con su tripa un poco de veneno destinado a ti.
—¡Sí, tienes suerte de conocer a uno de esos!
—Y tú tienes suerte de que mamá y yo seamos unas frikis. Si fuéramos personas
normales, te habrías visto en problemas allí abajo.
Su garra le peinó el cabello plateado.
—Si fueras normal, Jennifer, no serías una Scales.
—Hablando de auténticos frikis ¿Todos hablan como tú en Crescent Valley,
dondequiera que esté?
Él alzó la cabeza.
—¡Ven conmigo y descúbrelo!
Lo repentino de la proposición la conmocionó.
—¿Crescent Valley? Pero pensaba… dijiste que no podía… sólo he… ¿hay nelobos
allí?
—Un montón —se rió él—. Creo que ya estás preparada. Y teniendo en cuenta
quién eres, creo que puedo convencer al concilio de ancianos para que estén de
acuerdo. Jennifer, no creerás lo que estás a punto de ver. El mundo va a asombrarte.
—¡Vale, suena genial! Pero espera, ¿qué pasa con mamá?
—Le dejaremos una nota. Ella lo entenderá. Tenemos que ponernos en marcha…
la luz de la luna no estará en el agua durante mucho tiempo.
La luz de la luna en el agua. Ya lo había mencionado antes, pero…
—¡Pero mamá y yo vamos a comenzar el entrenamiento de cazador!
Los ojos plateados de su padre chispearon mientras sonreía y le tendía un ala.
—Sé una cazadora de bestias mañana. Hoy, sé un dragón y nada más, una última
vez.
Ella le devolvió la sonrisa, y para cuando agarró su ala, ella también tenía sus
propias alas. Después se encontraron juntos en el exterior, bajo la grisácea luna
creciente. Jennifer no tenía ni idea de lo que le esperaba.
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FIN
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