Modo Feria.

Desde hace ya muchos años, en la época estival, nuestras ciudades y pueblos se transforman,
camaleónicamente, en lugares de atractivo turístico, con colorido, música, ruidos, juegos, comida
al aire libre y un sinfín de actividades diseñadas para un esparcimiento sano, en una zona donde la
diversión es escasa, aunque tengamos un litoral rico en bellas playas, pero donde la falta de tiempo
y el trabajo mismo, nos impiden llegar.

El cambio más grande, eso sí, lo sufren los habitantes de estos pueblos, el comerciante, el profesor,
el transportista, el estudiante se transforman, se convierten, se reinventan, pasan a ser garzónes,
Chefs, Bartender, artesanos, floristas y en fin, una gran gama de oficios que permiten sobrevivir el
verano, juntar plata para el año, para la U, para los uniformes del colegio, para lo que sea.

Familias completas trabajando en unidad y armonía, amigos que hacen sociedades por mientras
dure el verano, competencias en creatividad para atraer al cada vez más exigente cliente, desfiles
de modas, rodeos, anticuhos, empanadas, terremotos, chalecos, plantas, antigüedades, artesanía,
juegos, despliegue de luces y ruido y cuanto se nos ocurra para hacer más atractivo el puesto.

Es un trabajo sacrificado, donde la noche se vuelve día, donde hay que viajar diariamente
kilómetros para atender un puesto en la costa, levantarse temprano a hacer las compras para el
día, dormir poco y mal, pero buscando siempre la recompensa y el reconocimiento.

Nuestras playas se transforman en lugares vivos, llenos de alegría, durante dos o tres meses que
duran las vacaciones, los niños ayudan a los padres a trabajar, a cuidar a los hermanos, los jóvenes
buscan trabajar en lo que sea para juntar sus lucas, los más viejos les ayudan de una u otra forma.

Las ciudades se transforman, reviven, renacen, para luego en marzo, volver a caer en esa abulia
que mata y desespera.

Tal vez deberíamos vivir en MODO FERIA durante todo el año, alegres, optimistas, en fin, vivos.