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Una vez, al filo de una lúgubre medianoche, mientras débil y cansado cavilaba,
ante algunos extraños y curiosos volúmenes de olvidados saberes;
mientras cabeceaba, casi dormitando, de improviso se oyeron unos toques,
como si alguien estuviera llamando, llamando a la puerta de mi cuarto.
"Sera algún visitante — musité— llamando a la puerta de mi cuarto,
Solo eso y nada más.”
01
Clavé la vista en aquella oscuridad y estuve un rato allí indagando, temiendo,
dudando, soñando un sueño que ningún mortal antes se atrevió a soñar;
pero no se rompió el silencio ni dio señales la quietud,
y la única palabra allí expresada susurrando fue “¿Leonora?”,
eso susurré, y un eco murmuró en respuesta “¡Leonora!”,
simplemente eso y nada más.
Entonces aquel pájaro de ébano remplazó mis tristes fantasías por sonrisa
mediante el grave y severo decoro que ofrecía su semblante;
"Aun con tu cresta raspada y pelada — le dije— no eres de hecho ningún
cobarde;
fantasmal y hosco cuervo viejo que errando llegas a la costa plutoniana de la
noche,
¡dime, cuál es tu ilustre nombre en la costa plutoniana de la noche!”
Dijo el cuervo: “Nunca más”.
02
Cuanto me asombró oír a aquella insulsa ave solamente decir,
aunque su respuesta tuviera poco sentido, poca pertinencia;
pues no podemos evitar estar de acuerdo en que ningún ser humano vivo
recibió jamás la dicha de ver a un pájaro sobre la puerta de su cuarto,
a un pájaro o a cualquier otra bestia en el busto esculpido en el dintel de la
puerta de su cuarto
con un nombre como “ Nunca más”.
03
Así me hallé dedicado a imaginar, pero sin decir sílaba alguna,
al ave cuyos feroces ojos ardían ahora en el fondo de mi pecho;
esto y más intentaba adivinar, con la cabeza cómodamente reclinada
en el forro de terciopelo de los almohadones acariciados por la luz de la
lámpara,
pero dicho forro de terciopelo violeta acariciado por la luz de la lámpara
¡Ella no oprimirá, ah, jamás!
Entonces, creo, se hizo más denso el aire, perfumado por invisible incensario
mecido por un serafín cuyas pisadas tintinaban en el suelo alfombrado.
"¡Miserable — exclamé— vuestro Dios tregua te ha concedido, por estos
ángeles, él te ha enviado
un respiro – un respiro y sosiego de tus recuerdos de Leonora;
devora, oh, devora este valioso sosiego y olvida a tu ausente Leonora”
Dijo el cuervo: “Nunca más”.
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“¡Sea esa palabra nuestra señal de despedida, pájaro o espíritu maligno!
— grité arrogante —,
¡Regresa a la tempestad y a la costa plutoniana de la noche!
¡No dejes pluma alguna negra como muestra de la mentira que vuestra alma ha
proferido!
¡Deja intacta mi soledad! ¡Abandona el busto sobre mi puerta!
¡Saca tu pico de mi corazón, aparta tu figura de mi puerta!”
Dijo el cuervo: “Nunca más”.
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