El concepto amplio de la autonomía privada: En un sentido muy general, se entiende
por autonomía privada, el poder de autodeterminación de la persona. El sentido inmediato del término se amplía así hasta comprender todo el ámbito de la autarquía personal. Se piensa entonces en la esfera de libertad de la persona, para ejercitar facultades y derechos, y también para conformar las diversas relaciones jurídicas que le atañen. De modo que podría ser definida, como aquel poder complejo reconocido a la persona para el ejercicio de sus facultades, sea dentro del ámbito de libertad que le pertenece como sujeto de derechos, sea para crear reglas de conducta para sí y en relación con los demás, con la consiguiente responsabilidad en cuanto actuación en la vida social. El término autonomía privada: Ha venido siendo criticado, ya desde tiempos de Savigny, el uso de la frase autonomía privada, en el sentido de poder de auto- determinación de la persona individual; y ello porque no corresponde a su sentido etimológico (nomos = ley; autos = propio, mismo) y porque ordinariamente se le reserva para designar la potestad normativa de las corporaciones y demás cuerpos intermedios. Censura cuyas razones acrecen frente al sentido amplio que aquí se le ha dado. A pesar de todo ello, se le ha empleado así porque ha parecido ser de más peso que tales consideraciones, su utilidad para evocar el significado general de la cuestión central del Derecho privado: la del ámbito de independencia y libertad dejado a cada persona. Autonomía en sentido amplio y la autonomía en sentido estricto: Dentro de la autonomía privada en sentido amplio, se pueden distinguir dos partes: 1) El poder atribuido a la voluntad respecto a la creación, modificación y extinción de las relaciones jurídicas. 2) El poder de esa voluntad referido al uso, goce y disposición de poderes, facultades y derechos subjetivos. Las que se han concretado en torno de las figuras más típicas. La primera, considerada también como autonomía privada en sentido estricto (autonomía de la voluntad), referida al ámbito del negocio jurídico. La segunda, concretada en la autonomía dominical o ámbito del ejercicio de los derechos subjetivos. La mercantilización del Derecho privado: El principio de la autonomía privada lo concibe el Siglo XIX como un dogma científico, apoyado en el de la evolución darwiniana. El progreso de la Humanidad, se dice, es el paso cada vez más completo del "status" hacia el contrato. Mas el variar de la circunstancia social- económica lleva a que, ya en el mismo pandectismo (segunda generación), se dé un nuevo sentido a la predicada soberanía de la voluntad. El Derecho se "comercializa", y se postula la necesidad de atender con preferencia a "la seguridad del tráfico jurídico". Se mantiene nominalmente el dogma de la autonomía de la voluntad, pero ya no como expresión de respeto a la libertad individual, sino como un eficaz instrumento para el desarrollo del comercio. Por ello, se atiende a lo declarado y no a lo querido, a la protección del diligente hombre de negocios y se vuelve a citar en su apoyo la dura regla romana, "leges vigilantibus scriptae sunt". Concepción ésta que en la práctica legislativa y judicial lleva a la creación, fortalecimiento y ampliación de privilegios en favor de prestamistas (legislación sobre hipotecas y prenda sin desplazamiento, reserva de dominio), comerciantes, industriales y financieros (quita y espera en la quiebra, regulación de la S. A., negocios y títulos abstractos); mientras que, paralelamente, de modo inexorable, se van suprimiendo o podando los privilegios y ventajas jurídicas que aún conservaban labradores, ganaderos y artesanos. Esta posibilidad de que las personas puedan crear derechos subjetivos o que el ordenamiento jurídico actúe gracias a la voluntad de las partes encuentra su explicación en este principio llamado de la autonomía de la voluntad, postulado en virtud del cual las personas pueden concluir las relaciones jurídicas que deseen y en la forma y condiciones que igualmente estimen, respetando las leyes relativas al orden público y las buenas costumbres. Es por ello que se dice que en el derecho privado las personas “pueden hacer lo que desean salvo aquello que les esté prohibido”. El principio de autonomía de la voluntad cobra especial vigencia en materia de obligaciones y contratos (patrimoniales), ámbito en el que los sujetos pueden celebrar los contratos y asumir las obligaciones que deseen aunque aquéllos no estén tipificados por la ley (contratos atípicos). Por lo mismo, en materia patrimonial contractual la mayoría de las normas son supletorias de la voluntad de las partes. Limitación de la autonomía de la voluntad: El Estado debe actuar en su propia defensa y en la de los más débiles frente a los grupos económicos fuertes para evitar un predominio contractual y económico de esos grupos. Por ejemplo, estableciendo medidas relativas a la limitación de los intereses que es permitido estipular. Entre otros ejemplos de esta intervención, puede citarse la legislación para preservar la libre competencia; el derecho del trabajo que cuenta entre sus principios fundamentales la irrenunciabilidad de los derechos conferidos por las leyes del trabajo; y otras medidas como las relativas a los ingresos mínimos; a la determinación de precios de determinados artículos, etc. El establecimiento por parte del Estado de éstas y otras medidas ha dado origen a una nueva categoría contractual que limita el principio de la autonomía de la voluntad, denominada contratos dirigidos, que son aquellos reglamentados y fiscalizados por el poder público, ya sea en su formación, ejecución o duración a fin de evitar que una parte se aproveche de la debilidad económica de la otra. Es clásicamente un contrato de esta naturaleza el contrato trabajo. Modernamente la autonomía de la voluntad se ve limitada, además, por la existencia de los denominados contratos por adhesión, que son aquellos en que una de las partes “dicta” todas las condiciones del contrato y a la otra no queda sino aceptarlas o no contratar, como es el caso, entre muchos otros, del contrato de transporte colectivo; del contrato de seguro; de los contratos bancarios; y de aquellos relativos al suministro (luz, agua, teléfono, gas). También constituyen una limitación a este principio los contratos forzosos o impuestos, que según expresa López Santa María “son aquellos que la ley obliga a celebrar o dar por celebrados”, de manera que no existe libertad inicial para contratar o no, y a veces tampoco tienen las partes libertad para elegir a la contraparte ni para determinar el contenido del contrato. Otra limitación a este principio la constituye la lesión enorme que, en el ámbito de los contratos, se traduce en una desigualdad económica entre las prestaciones de las partes que, cuando es muy grande, puede acarrear incluso la anulación del contrato u otras consecuencias previstas por la ley. Por último, constituye limitación a este principio la llamada teoría de la imprevisión que opera cuando circunstancias posteriores a la celebración del contrato e imprevisibles hacen ruinoso o excesivamente oneroso para una de las partes el cumplimiento fiel del contrato. En tal evento, el juez puede dejar sin efecto el contrato (resolución por excesiva onerosidad sobreviviente) o al menos puede revisarlo, para buscar una fórmula que restablezca la equivalencia de las prestaciones de las partes. Manifestación de la voluntad: La voluntad, para que se cobre relevancia ante el derecho, es necesario que se exteriorice, que se manifieste, porque mientras ella permanece en el fuero interno de la persona es irrelevante para el derecho. Por regla general, la voluntad puede manifestarse en forma expresa o tácita y aun, en ciertos casos excepcionales, el silencio puede significar manifestación de voluntad. Voluntad expresa: Es la que se manifiesta de una manera formal y explícita, verbalmente o por escrito. Por ejemplo, cuando se levanta la mano en una subasta, se retiran productos en el autoservicio. Voluntad tácita: Tiene lugar cuando se ejecutan ciertos hechos de los cuales se desprende la voluntad de realizar un acto jurídico. Por ejemplo, en los establecimientos de comercio que venden al público existe una oferta tácita de vender; en el transporte colectivo de pasajeros, existe una voluntad tácita de transportar; etc. MAESTRÍA DERECHO CIVIL Y PROCESAL CIVIL PATRIMONIO Y NEGOCIACION