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Presentación 7
Liberalismo, democracia, 11
neoliberalismo e ingobernabilidad
Lorenzo Córdova Vianello
5
6 Revista Mexicana de Cultura Política NA
Presentación
Presentación
9
orales fundamentan su hilaridad en la manipulación semántica de las
palabras respecto al contexto, pero todos ellos comparten la caracterís-
tica de ser un instrumento de resistencia al poder del invasor militar,
un arma peculiar utilizada por los grupos subalternos frente a un poder
hegemónico.
El investigador Javier Esteinou analiza otra arena del poder político:
las implicaciones de la reforma en telecomunicaciones en nuestro país.
El autor asume que los medios forman parte indiscutible de la configu-
ración de la cultura política mexicana, o la ausencia de ella, al revisar las
posibilidades reales de que se cumpla con el ordenamiento legal de crear
empresas de servicio público, especialmente en televisión.
Abstract
This article reviews the parallel theoretical development of liberalism and
democracy as concepts that are initially antagonistic yet in the long run,
intimately linked within the context of so-called liberal-democratic systems.
In this respect, this gradual, progressive identification is posited as a need
on the part of liberalism to enable it to overcome its great historical crises.
The article also analyzes the idea of “ungovernableness” as an instrument
of so-called neoliberalism to deal with the political and economic crisis
caused by the “democratic excesses” of the benefactor state and the dangers
of authoritarianism implicit in the very concept of governability.
* Este artículo se reproduce gracias al permiso generoso del autor. Originalmente apareció en
la Revista Mexicana de Sociología, vol. 58, núm. 4, octubre-diciembre, 1996.
D
emocracia y liberalismo son dos conceptos que a lo largo de la
teoría política moderna se han relacionado, sea como opuestos,
sea como ideas vinculadas, de muchas y variadas maneras. A
partir de los años setenta, con el resurgimiento de una idea radical de
liberalismo –el llamado “neoliberalismo”– y con la formulación de la
idea de ingobernabilidad como calificativo negativo con el que la nueva
corriente pretendía descalificar al Estado benefactor, ambos conceptos,
liberalismo y democracia, fueron replanteados desde una perspectiva
que intenta, para decirlo con Bobbio, salvar al capitalismo sacrificando
la democracia. Este trabajo pretende realizar un análisis de la evolución
paralela de estas categorías centrales de la ciencia política explicando,
por un lado, la consolidación del sistema político liberal en las naciones
occidentales y la paulatina importancia que fue adquiriendo el valor
“democracia” para el mismo y, por el otro, la ruptura que la idea de go-
bernabilidad representa con ese equilibrio entre liberalismo y democracia
logrado con los principios básicos del Estado benefactor.
Norberto Bobbio (1994), Estado, gobierno y sociedad, México: Fondo de Cultura Económi-
1
ca, p. 202.
Liberalismo, democracia, neoliberalismo e ingobernabilidad
Lorenzo Córdova Vianello 15
época. Lo viejo y lo nuevo nunca se habían planteado con tanta claridad
ni se habían contrapuesto con tanto peso como entonces.
José Fernández, al hacer referencia a la quiebra que representa el pen-
samiento político del Iluminismo, indica, distinguiendo los dos principios
señalados, que:
Autocracia y democracia son regímenes diferentes porque tienen co-
metidos distintos: el objetivo de la autocracia es el orden y –suponen
sus partidarios– el orden es mejor garantizado allí donde el poder se
concentra en las manos de una persona; el propósito de la democracia es
la libertad y –presumen sus simpatizantes– la libertad es mejor practi-
cada allí donde el poder se distribuye entre los ciudadanos. La autocra-
cia requiere de la desigualdad porque sólo así el poder se deposita en
una persona o en un grupo que asegure el orden; la democracia conlleva la
igualdad porque de esa manera el poder es asumido como cosa de todos.2
El hecho de que la democracia se hubiera planteado teóricamente
como la forma de gobierno antagónica por excelencia de la monarquía
fue, en gran medida, la causa de su auge y la razón por la que los movi-
mientos antimonárquicos del siglo XVIII la abanderaron como su prin-
cipal postulado. En efecto, la democracia como valor político moderno
encuentra su origen no en las luchas en contra del rey que se produje-
ron en la Inglaterra del siglo XVII ni en las reflexiones que lo acompañaron,
sino entre los pensadores prerrevolucionarios franceses, en particular
Rousseau.
La Revolución inglesa no tenía ningún vínculo con los ideales de-
mocráticos que estarían tan en boga en el siglo siguiente, en particular
en su segunda mitad, todo lo contrario. Ni siquiera John Locke, quien
publicó sus Dos ensayos sobre el gobierno civil –libro que revolucionó el
pensamiento político moderno– el mismo año de la “Revolución glorio-
sa” (1688), se declara partidario de la democracia, sino de la monarquía,
aunque no en su carácter de absoluta. Locke plantea que el Estado debe
dividirse, de acuerdo con sus funciones, en tres poderes separados –eje-
3. Democracia y liberalismo
La aparición de Estados Unidos como nación independiente tiene signi-
ficados trascendentales para el futuro desarrollo del liberalismo. Siendo
como diría Tocqueville “el país más democrático”, en cuyos bosques
los colonos materializaron la ficción del contrato social al establecer las
colonias primero, y el Estado federal después, Estados Unidos encarnó
prácticamente todos los ideales del pensamiento político burgués. En
efecto, la división de poderes, formulada de modo tal que, no obstante,
permitía un ejercicio gubernamental fuerte y expedito; una estructura
de gobierno democrática, basada en la elección de representantes por
los ciudadanos; la adopción del principio de la soberanía popular como
fundamento del Estado mismo; la materialización, por primera vez en
3
Norberto Bobbio (1989), Liberalismo y democracia, México: Fondo de Cultura Econó-
mica, p. 7.
Ibidem, p. 11.
4
Cf. Giovanni Sartori, op. cit., pp. 467-470; y Giovanni Sartori (1993), ¿Qué es la democracia?,
6
Ibidem, p. 13.
9
10
Norberto Bobbio, voz “Democracia”, en Norberto Bobbio y Nicola Matteucci (1981), Diccionario
de política, México: Siglo XXI Editores, tomo I, p. 499.
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electos [...], 2. Elecciones libres e imparciales [...], 3. Sufragio inclusivo
[es decir, que prácticamente todos los adultos tienen derecho a votar en
las elecciones...], 4. Derecho a ocupar cargos públicos [por prácticamente
todos los ciudadanos...], 5. Libertad de expresión [...], 6. Variedad de
fuentes de información [...], 7. Autonomía asociativa [es decir, el derecho
de los ciudadanos para poder constituir, de una manera fácil y efectiva,
asociaciones para defender sus derechos y hacer sus demandas]”.11
Pretender asumir como una misma cosa el concepto de democracia
que adoptaron muchos de los primeros regímenes liberales y el de po-
liarquía es, después de haber expuesto a grandes rasgos sus contenidos,
a todas luces un error. Dicha pretensión implica querer pasar por alto, ni
más ni menos, la más importante etapa histórica de la evolución demo-
crática de las sociedades occidentales: la lucha por el sufragio universal,
que en muchos países termina hasta mediados del presente siglo con la
inclusión de las mujeres en la idea del ciudadano activo –el que tiene
derecho de votar y ser votado– y de la cual nos ocuparemos más adelante.
Esa concepción de la democracia a la cual nos hemos referido es la fase
inicial de una evolución que terminará, en nuestros días, con la idea de
la poliarquía como un valor universalmente difundido en las sociedades
contemporáneas.
4. El cáracter representativo
de la democracia liberal
Por lo que hace al ejercicio del gobierno en un régimen democrático,
históricamente se han presentado dos concepciones distintas. Por un
lado, la llamada “democracia directa” que es postulada por Jean-Jacques
Rousseau en El contrato social, según la cual es el pueblo reunido,
es decir, el pueblo en su carácter de soberano, el que toma las decisiones
que le son propias, tales como dotarse de leyes y ejercer el gobierno.
Este fenómeno, llamado por Robert Dahl “democracia congregativa” es,
para este autor, una reminiscencia, en el pensamiento rousseauniano,
de la democracia griega; en efecto, señala que “entre los defensores de
11
Robert A. Dahl (1993), La democracia y sus críticos, Barcelona: Ediciones Paidós, (segunda
edición), pp. 266-267.
12
Ibidem, p.271.
13
Cf Immanuel Kant (1968), Principios metafísicos de la doctrina del derecho, México: UNAM. pp.
149-155.
14
Es fundamental destacar en este punto, anticipando un análisis que haremos más adelante,
que el carácter de ciudadanía en la etapa histórica a la cual hacemos referencia dista mucho
del sufragio universal que caracteriza a las sociedades democráticas del siglo XX –particular-
mente de su segunda mitad. De este modo, al referirnos a la elección de los representantes
parlamentarios ingleses de entonces por la ciudadanía, lo hacemos en el entendido de que
hablamos de una muy pequeña parte de la población, es decir, de la burguesía tanto urbana
como agrícola –básicamente.
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pueblo inglés piensa que es libre y se engaña: lo es solamente durante
la elección de los miembros del Parlamento; tan pronto como estos son
elegidos, vuelve a ser esclavo, no es nada”.15
Sobre estas dos concepciones de la democracia Dahl señala:
Varios autores comenzaron a reparar en algo que ya los Niveladores
habían visto con anterioridad, y es que la democracia podía cobrar una
nueva dimensión si a la idea democrática del gobierno del pueblo se le
adjuntaba la práctica no democrática de la representación. En El espíritu
de las leyes, Montesquieu (1748) ensalzó la constitución inglesa y declaró
que, como en un Estado de gran tamaño le era imposible a los individuos
reunirse en un cuerpo legislativo, debían escoger representantes que hi-
cieran lo que ellos no podían hacer por sí mismos. Si bien Rousseau [...]
rechazó luego tajantemente esta idea en su Contrato social, ese rechazo
no guardaba congruencia con sus escritos anteriores y posteriores, donde
consideró legítima la representación. Unas pocas generaciones después
de Montesquieu y de Rousseau, la representación ya era ampliamente
aceptada por los demócratas y los republicanos como una solución que
eliminaba las antiguas limitaciones de tamaño de los países democrá-
ticos y convertía a la democracia, de una doctrina sólo apropiada para
ciudades-Estado pequeñas y evanescentes, en otra que era aplicable a las
grandes naciones de la edad moderna.16
La representación, en efecto, se convirtió, a la larga, en la esencia
misma de la democracia. La experiencia de la representación política
en el parlamento inglés no era realmente un modelo democrático; en
cambio, el sistema constitucional estadounidense y los postulados de
la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789 en
Francia sí prefiguraban un sistema político democrático fundado en la
representación. Los términos en que ambos instrumentos consagran
15
Jean-Jacques Rousseau (1969), El contrato social, México: UNAM, p. 125. En relación con la
representación inglesa, Norberto Bobbio señala que “con todo y sus aspectos sangrientos
terminó por afirmarse la superioridad del parlamento sobre el rey, que, aunque gradualmente
y bajo diversas vicisitudes finalizó por imponer como forma ideal de la constitución la del
Estado representativo, cuya eficacia dura hasta ahora (también porque no se ha propuesto algo
mejor)” (Norberto Bobbio, Liberalismo y democracia, cit., p. 55).
16
Robert A. Dahl, op. cit., p. 41.
17
Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (1989), en 1789-1989. Bicentenario
de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, México: edición conmemorati-
va de la Secretaría de Gobernación, p. 13.
18
Declaración de derechos de Virginia (1989), en 1789-1989. Bicentenario de la Declaración
de los derechos del hombre y del ciudadano, México: edición conmemorativa de la Secreta-
ría de Gobernación, p. 9.
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sino que elige a sus representantes que deben decidir por él; pero de nin-
guna manera pensaban que instituyendo una democracia representativa
degenerase el principio del gobierno popular.19
La representación, un elemento que en sus inicios no era en absoluto
democrático, no devino uno de los pilares de la democracia por mera
inercia o familiaridad con las instituciones existentes; todo lo contrario,
fue una exigencia que las grandes extensiones, tanto territoriales como
poblacionales, la diversidad social, política, religiosa, lingüística y racial
incluso, de las naciones modernas impusieron a la teoría política luego
de demostrar la inviabilidad de los gobiernos democráticos directos. Este
hecho se convirtió, en breve, en algo considerado por muchos autores,
entre ellos Stuart Mill, como obvio.20 La democracia directa como for-
ma de gobierno no sería, de este modo, vuelta a plantear en el terreno
político; su única utilidad teórica desde entonces fue la de justificar el
acto originario del Estado –el contrato social– en el cual el pueblo decide
de manera unánime constituirlo, lo que representa una virtual prácti-
ca democrática directa; a partir de entonces prevalecerá en la vida política
del Estado la norma de la mayoría en la toma de decisiones.21
23
Arnaldo Córdova, Sociedad y Estado en el mundo moderno, México: Ed. Grijalbo, p. 143. En
ese mismo sentido, es curioso hacer notar que las constituciones conservadoras mexicanas
de 1836 y de 1841 señalaban como requisito indispensable para ocupar cargos de elección
popular, e incluso magistraturas judiciales, tener una renta determinada al año, misma que
variaba de acuerdo con el cargo.
* N. del Ed.: este artículo fue publicado originalmente en 1996.
24
Cf. Albert O. Hirschman, op. cit., p. 75.
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Después de todo [apunta Hirschman], Europa había sido durante mucho
tiempo una sociedad muy estratificada donde las clases inferiores eran
vistas con el mayor desprecio tanto por la clase alta como por la clase
media [...] Ese talante se prolongó en el siglo XIX y no pudo sino reforzar-
se por la migración hacia las ciudades de personas rurales empobrecidas
que llegaban con la industrialización [...Así] cuanto más se extendía a
lo largo de Europa el auge del sufragio universal, más estridentes se
hacían las voces de la élite que estaban o pasaban a estar en oposición
irreconciliable con él [...] El avance indudable de las formas políticas
democráticas en la segunda mitad del siglo se produjo en medio de un
estado de ánimo difuso de escepticismo y hostilidad.25
A lo largo de esta etapa los obstáculos fueron muchos. Primero, la
diferencia entre clases sociales (en algunos países como Estados Unidos
se presentó, además, el peculiar problema de la esclavitud, en donde este
culminó, tras la sangrienta guerra civil, con el otorgamiento del derecho
al sufragio a los exesclavos, ya para entonces hombres libres), luego la
edad y, por último, el sexo, fueron los principales argumentos esgrimi-
dos por el pensamiento reaccionario en oposición a que el carácter de la
ciudadanía activa y sus correlativos derechos se extendieran a todos los
miembros de la sociedad.
La participación de un mayor número de individuos en la vida política
de los Estados modernos, consecuencia esta de la creciente tendencia por
universalizar el sufragio, fue acompañada de sucesos trascendentales.
Por un lado, la hecatombe que para el pensamiento burgués representó
el auge de los movimientos socialistas y comunistas en la segunda mitad
del siglo pasado, mismos que encontraron su punto culminante en la
Revolución rusa de 1917; y, por otro lado, la profunda crisis de 1929,
obligaron a los liberales a replantear seriamente el papel que el Estado
debe jugar en los procesos económicos y sociales. De este proceso sur-
gió la idea de lo que se ha llamado “Estado benefactor” –o Welfare State,
si se quiere– como el remedio –o consecuencia– de las serias transfor-
maciones que había venido experimentando la sociedad occidental.
25
Ibidem, pp. 30-33.
26
Luciano Pellicani (1981), voz “Estado de bienestar”, en Norberto Bobbio y Nicola Matteucci,
Diccionario de política, México: Siglo XXI Editores, tomo I, p. 610.
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la intervención del Estado como un árbitro superior que, resolviendo
los conflictos entre los distintos actores sociales, procuraba eliminar los
obstáculos que objetivamente impedían a los ciudadanos menos pudien-
tes ejercer sus derechos políticos y sociales reconocidos formalmente.
La función estatal dejaba de ser, a la luz de la idea de igualdad, la de un
mero guardián expectante de la propiedad privada y garante del orden
público, y pasaba a ser la de un verdadero intérprete de los valores de
justicia, seguridad, empleo y bienestar, entre otros.27
El cambio, en las reglas de la sociedad era urgente, y las primeras cons-
tituciones sociales de la historia, la mexicana de 1917 y la de Weimar de
1919, marcaron la pauta del mismo. Por otro lado, el modelo keynesiano
por el cual el Estado tomaba en sus manos las riendas de la economía
permitía que este fungiera como un equilibrador, en este campo, de las
desigualdades existentes entre las distintas clases.
Pellicani detalla las dos razones que produjeron la aparición del Estado
benefactor señalando:
El capitalismo individualista entra en crisis por dos razones principales:
por su orgánica incapacidad de evitar las crisis económicas y por su in-
sensibilidad frente a las exigencias de las clases sometidas, sin protección
alguna, a la intemperie de la competencia. Para eliminar estos dos defectos
estructurales del capitalismo individualista, la cultura occidental no ha
encontrado otra solución que recurrir a la intervención del Estado, al
que se demanda el mantenimiento del equilibrio económico general y
la persecución de fines de justicia social (lucha contra la pobreza, redis-
tribución de la riqueza, tutela de los grupos sociales más débiles, etc.).28
Los años treinta representaron, desde el punto de vista ideológico de
los países occidentales, un importante parteaguas. El modelo liberal-
democrático empezó a experimentar con éxito la política del Welfare
State dejando así los años de la crisis atrás, y remontó de manera gradual
los desastrosos efectos que aquella había provocado. Por otro lado, es
precisamente en esa década cuando la ideología fascista echó raíces en
27
Cf. ibidem, p. 611.
28
Ibidem, p. 612.
29
C. B. Macpherson, op. cit., p. 10.
30
Esta aseveración debe ser tomada con mucha reserva ya que, muchas veces, ese repudio in-
ternacional obedece a concepciones muy limitadas y convenientes de democracia. En efecto,
hoy en día este término es muchas veces manipulado por los grandes intereses internacionales
que tienden a identificar la idea de “democracia” con la de “democracia liberal”. Así, gobiernos
democráticamente elegidos, como el sandinista en Nicaragua al final de la guerra civil, eran
tachados por los intereses estadounidenses como socialistas y. en consecuencia, como antide-
mocráticos. No obstante, si partimos de concepciones plenamente aceptadas, tales como que
la autocracia se opone diametralmente a la democracia, podemos afirmar, con toda amplitud,
que las dictaduras –ejemplo por excelencia de las autocracias contemporáneas– son sí, por su
antidemocracia, objeto del repudio internacional (valgan como ejemplo la dictadura franquista
en España o el régimen de Augusto Pinochet en Chile).
31
Cf. Norberto Bobbio, Estado, gobierno y sociedad, cit., p. 117.
32
Max Weber (1964), Economía y sociedad, México: Fondo de Cultura Económica, (segunda
edición, correspondiente a la cuarta edición en alemán corregida y aumentada), t. I, p. 43.
33
Guglielmo Ferrero (1991), El poder. Los genios invisibles de la ciudad, Madrid: Editorial Tecnos,
pp. 30-33.
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Así, un poder que se funda solamente en la fuerza, sin más, podrá tener
efectividad –siempre y cuando no haya otro poder que pueda contrapo-
nérsele–, pero no legitimidad. Ya Gaetano Mosca señalaba, terminante,
que el poder de la autoridad en un sistema político sólo puede tener dos
fuentes, Dios y el pueblo.34 De esta manera, una vez que el derecho divino
de los reyes dejó de ser considerado una fórmula de justificación válida
en el siglo XVIII, los teóricos políticos estuvieron obligados a pensar en
el segundo elemento de los que Mosca señala para buscar la racionali-
dad que necesita todo régimen para legitimarse. En ese sentido, el ideal
democrático de gobierno renació con el pensamiento iluminista francés
y poco a poco fue adquiriendo fuerza y aceptación entre los pensado-
res políticos, hasta llegar a plantearse como uno de los elementos de le-
gitimación del poder más importantes. Este auge del elemento democrá-
tico se vio reforzado, en particular, desde que se difundió la noción de
Estado de derecho, fundada en la idea constitucionalista de que el propio
pueblo se dota de ciertas normas fundamentales para regirse.
La racionalidad de la democracia como medio de legitimación del
poder empezó a tener sentido sólo en la medida en que la participación
de los individuos en la toma de las decisiones políticas, de manera di-
recta o indirecta –es decir, por medio de referendos o plebiscitos, o bien
mediante la elección de los gobernantes–, se amplió. La norma de la ma-
yoría se convirtió, de este modo, en el elemento sobre el cual se fundaba
el sistema democrático, suponiendo, a priori, que “la mayoría termina
teniendo la razón aunque se equivoque, porque en ella reside oficialmente
la verdad, la justicia, la sabiduría, por mucho que sus errores culpables y
sus inequidades estén a los ojos de todos”.35
En los regímenes democráticos, a pesar de que la toma de decisiones
está fundada en el principio de que la mayoría decide, la voz de la mi-
noría debe ser tomada en cuenta. El carácter general de las decisiones
democráticamente tomadas, aunque surjan de la voluntad de la mayoría,
hace que la opinión de la minoría tenga que ser considerada. La sobera-
34
Cf. Norberto Bobbio, op. cit., pp. 117-120.
35
Guglielmo Ferrero, op. cit., p. 33.
36
Ibidem, p. 173.
37
Robert A. Dahl, op. cit., pp. 375-378.
38
Michel Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki (1975), The crisis of Democracy: Report
on the Governability of Democracies to the Trilateral Commission, Nueva York: New York
University Press, p. 9.
39
C. B. Macpherson (1991), La democracia liberal y su época, Madrid: Alianza Editorial,
pp. 113-121.
40
Norberto Bobbio, en Giuseppe Vacca, “Crisi del Welfare State e Ia sfida neo-liberale: una
intervista con Norberto Bobbio”, en AA.VV. (1985), Neoliberalismo, neoliberismo e sinistra
europea, Milán: Franco Angeli, p. 26.
41
Gianfranco Pasquino, voz “Gobernabilidad”, en Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gian-
franco Pasquino (comps.) (1988), Diccionario de política. Suplemento, México: Siglo XXI Edito-
res, p. 196.
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Lorenzo Córdova Vianello 43
gubernamental por hacer frente al cúmulo de demandas y a los costos
políticos y sociales que el Estado benefactor había generado gracias a su
“magnitud democrática”.
El problema de los países de la Trilateral era pues la incapacidad de
gobierno producida por el funcionamiento mismo de la democracia.
Cuatro eran los elementos que Crozier, Huntington y Watanuki
achacaban al Estado asistencial: a) La deslegitimación de la autoridad y
la desconfianza en el liderazgo de los gobernantes (elementos básicos,
según los autores, de toda sociedad), generadas por la consecución de las
virtudes democráticas de igualdad y libertad individual. b) La sobrecarga
de las estructuras estatales, causada por la ineficacia de los medios guber-
namentales para afrontar la expansión democrática en la participación
política, por el desequilibrado desarrollo de las actividades del propio
gobierno y por una exacerbada tendencia inflacionaria en la economía.42
c) La intensificación de la competencia política en la cual se funda todo
sistema democrático, al grado de provocar una disgregación de intereses
y la fractura de los partidos políticos dando pie a fenómenos de “plu-
42
Al respecto, en las conclusiones del Informe a que hacemos mención se señala: “La expan-
sión de la actividad gubernamental era atribuida no tanto a la fortaleza del gobierno como a
su debilidad y a la inhabilidad y falta de voluntad de los líderes políticos centrales para rechazar
las demandas de importantes grupos, numérica y funcionalmente hablando, de la sociedad. El
ímpetu de responder a las demandas que hacían esos grupos al gobierno está profundamente
enraizado en el carácter estructural de la sociedad democrática. La idea democrática de que el
gobierno debe ser responsable ante el pueblo, crea la expectativa de que el gobierno conozca
las necesidades y repare los daños que aquejan a ciertos grupos de la sociedad. Con el peso
político que representa participar en elecciones competitivas realizadas con gran frecuencia, los
líderes políticos, para ganarlas, no pueden hacer otra cosa más que soportar ese hecho y cum-
plir con dichas demandas.” “La inflación, obviamente, no es un problema característico de las
sociedades puede ser el resultado de causas que van más allá del proceso democrático. Esta, no
obstante, sí puede verse alentada por una política democrática y es, sin duda, extremadamente
difícil para los sistemas democráticos enfrentarse efectivamente a ella. La tendencia natural
de las demandas políticas permitida y alentada por las dinámicas de un sistema democrático,
ayuda a los gobiernos a manejar los problemas de la recesión económica, particularmente el
desempleo, y les dificulta el control efectivo de la inflación. Ante las demandas de los grupos
empresariales, sindicatos y beneficiarios de la apertura gubernamental, se volvió imposible
para los gobiernos democráticos recortar gastos, incrementar impuestos y controlar precios
y salarios. En este sentido, la inflación es el deceso económico de las democracias” (Michel
Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki, op. cit., p.164).
43
Ibid., pp. 161-168.
44
James O'Connor,“The Fiscal Crisis of the State”, en Gianfranco Pasquino, op. cit., p. 195.
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tercera receta consiste en aumentar los recursos o entradas a disposición
del Estado [aunque ello resulta una solución muy difícil debido a que
acrecentaría la inflación] [...] Finalmente, una receta apenas esbozada [...]
consiste en proceder a una reorganización de las instituciones estatales
en el sentido de su simplificación en lo que respecta a que la complejidad
estorba a su eficacia.45
Todas las soluciones a las que Pasquino hace referencia implican, cla-
ramente, una marcha atrás en relación con las estrategias e incluso con
los logros que el Estado asistencial había alcanzado. Resulta evidente,
además, la posición de rechazo manifestada por el neoliberalismo hacia
la apertura democrática, producto de las políticas ejercidas durante los
casi 50 años de preeminencia de la idea del Estado benefactor. Todas las
salidas planteadas hacen evidente que en realidad lo que subyacía a la
feroz crítica emprendida en contra de la política del Welfare State era un
“inevitable” –según los planteamientos neoliberales– endurecimiento
gubernamental en perjuicio de las conquistas democráticas.
Al referirse a las soluciones de los neoliberales, Norberto Bobbio señala
que estos, ante la pregunta de si es posible resolver democráticamente di-
cho problema, siempre tienen una respuesta negativa, es decir, que la única
solución puede encontrarse en nuevas formas de gobierno autocrático.
Esta postura, ante la situación concreta de la sobrecarga, responde que
debe disminuirse la posibilidad de hacer demandas al Estado; frente al
tema de la conflictualidad social, misma que el Estado benefactor resolvía
a través de la intervención, mediación y solución con base en acuerdos
garantizados por el gobierno, plantean asumir una actitud represiva
que consiste en no reconocer la mayoría de los conflictos y de calificarlos
como contrarios a los intereses nacionales, o bien, simplemente, desem-
barazarse del problema al asumir una posición de no intervención; en
relación con la difusión del poder que implican los sistemas democráticos,
señalan la conveniencia de consolidar un poder central monocrático; y
por último, por lo que hace a la ineficiencia estatal, asumen, en consonan-
cia con la idea del Estado mínimo (Minimal State), la posición de reducir
lo más posible las estructuras administrativas del gobierno.46
45
Gianfranco Pasquino, op. cit., pp. 194-195.
46
Cf. Norberto Bobbio (noviembre-diciembre de 1980), “Democrazia e governabilità”, Quaderni
di azione sociale, revista de las ACLI, Roma, año XXIX, núm. 12, (nueva serie), pp. 12-14.
47
José Fernández Santillán, op. cit., p. 101.
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gran cúmulo de facultades que lo hacían la figura idónea para manejar
y superar las etapas de inestabilidad política y militar; no obstante, su
existencia era vista como una situación temporal y de excepción. A pesar
del transcurso del tiempo y de vivir en un contexto histórico diferente,
Maquiavelo reconoce y admira la figura del dictador romano en sus
Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Más adelante Stuart
Mill, aunque refiriéndose a los pueblos bárbaros, señala la conveniencia
de los regímenes despóticos como formas legítimas de gobierno para
garantizar el progreso y los medios para alcanzarlo en las sociedades
“atrasadas”políticamente.48
El pensamiento neoliberal no fue ajeno a la tentación de postular un
poder concentrado y autoritario con el fin de proporcionar a las socie-
dades contemporáneas un manejo gubernamental ágil, eficaz y expedito.
No obstante, tal poder implicaba, desde la perspectiva neoliberal, una
necesaria disminución de las prerrogativas políticas, sociales y económi-
cas con las que contaban los ciudadanos, y que se derivaban de la aplica-
ción de los valores democráticos que había generado la política asistencial
del Estado benefactor. David Held sostiene así que las posturas de los
teóricos de la tesis de la sobrecarga son ampliamente compartidas por
los pensadores de la “nueva derecha”, en particular por lo que hace al
endurecimiento del gobierno frente a la participación y a las demandas
sociales.49 En el mismo sentido, Gino Germani apunta que una manera de
vincular negativamente democracia y modernización es la de considerar
a los regímenes no democráticos (autoritarismo acompañado por una
parcial o total negación del pluralismo) como el medio más eficaz para
promover la transformación de una sociedad preindustrial en una socie-
dad industrial capaz de tener un desarrollo económico autosostenido.50
En el debate desatado en torno al Estado benefactor, Norberto
Bobbio ha jugado un papel muy importante al plantearse como uno de
48
Cf. Norberto Bobbio, Liberalismo y democracia, cit., pp. 73-74.
49
Cf. David Held (1989), Modelli di democrazia, Bolonia: Societa editrice II Mulino, p. 297.
50
Gino Germani, “Autoritarismo e democrazia nella societa moderna”, en AA.W. (1985), I
limiti della democrazia. Autoritarismo e democrazia nella societa moderna, Nápoles: Liguori
Editore, p. 2.
51
Norberto Bobbio (1986), El futuro de la democracia, México: Fondo de Cultura Econó-
mica, p. 98.
52
Ibidem, p. 99.
Liberalismo, democracia, neoliberalismo e ingobernabilidad
Lorenzo Córdova Vianello 49
débil-Estado fuerte, considerando que un Estado “adiposo” genera de-
bilidad y, consecuentemente, ingobernabilidad, mientras que un Estado
“ligero” trae consigo fortaleza, la cual se expresa en la agilidad y eficacia
de sus acciones. Esta postura, que pretende negar el papel que ha jugado
el Estado como mediador de las desigualdades y de las injusticias sociales
y económicas del sistema capitalista –papel que, además, es fruto del gran
acuerdo entre clases personificado en la figura del Estado social–, deja de
lado cualquier posible solución que no sea la reducción de las funciones
gubernamentales a cualquier costo.
No obstante, pensar que los valores democráticos son considerados
por los autores neoliberales como algo prescindible, es equivocado. La
gran paradoja del neoliberalismo es, así, que la democracia ha generado
la situación de crisis pero, por otro lado, no puede ser desechada de un
modo absoluto. Autores como Friedrich A. von Hayek, quien anticipó
con notoria precisión la situación de inestabilidad política y económica
que generaría la política asistencial, reconoció desde un inicio que el libe-
ralismo debe seguir fundándose en la democracia, pero es incompatible
con una democracia ilimitada.53
Las naciones integrantes de la Comisión Trilateral, mismas que sus-
citaron la revisión de la política del Welfare State, no podían hacer me-
nos el carácter legitimador de la democracia; es por ello que incluso los
neoliberales que sostienen las soluciones más radicales, esas que, según
Held, se identifican con las posturas de la nueva derecha, no pretenden
erradicar, sino limitar los alcances que el valor democrático alcanzó a lo
largo del presente siglo.
La postura neoliberal, a pesar de que plantea una limitación y no una
negación absoluta de los avances democráticos, implica un acrecenta-
miento del elemento autoritario en claro detrimento de los beneficios
que en el ámbito político, económico y social se habían generado con el
Estado asistencial. El problema que trajo consigo esa nueva política no es,
pues, la eliminación de la democracia, sino el hecho de volver nugatorios
los elementos que marcaron el rumbo en la conducción de las sociedades
53
Cf José Fernández Santillán, op. cit., p. 102; Albert O. Hirschman, op. cit., pp. 126-131.
54
José Fernández Santillán, op. cit., p. 103.
Liberalismo, democracia, neoliberalismo e ingobernabilidad
Lorenzo Córdova Vianello 51
Debemos señalar, no obstante, que el modelo neoliberal, el cual se
fundó centralmente, como hemos visto, en la idea de la ingobernabilidad
del Estado benefactor, no es el único que se ha presentado en las socie-
dades occidentales, ni tampoco ha sido la alternativa más exitosa, todo lo
contrario. El neoliberalismo representa la negación del modelo anterior
en razón de la crisis que se generó en el manejo económico y políti-
co del Estado; pero hay otros sistemas que han sabido combinar con éxito
la política de respeto de las conquistas sociales con un manejo efecti-
vo de la acción gubernamental; nos referimos, particularmente, al llamado
“modelo renano” de Estado postsocial que Alemania ha instrumenta-
do desde la etapa de la reconstrucción –en que se da el conocido “milagro
alemán”– y que recoge las demandas de atención social básicas, como
la educación gratuita –la cual llega hasta las universidades estatales–, y
un sistema de asistencia social muy desarrollado, además de mantener
amplios canales de participación política de la sociedad sin que ello haya
generado, ni de lejos, una ineficacia del gobierno o la contracción de la
estructura productiva.
Bronislaw Geremek señaló en una entrevista: “En realidad, la de-
mocracia produce el peligro antidemocrático [...] los sistemas anti-
democráticos no producen, como norma, fermentos democráticos sino
que, simplemente, se agotan y dan lugar finalmente a la democracia; por
el contrario, la democracia, por efecto de sus propios principios, gene-
ra el peligro autoritario”.55 En las palabras del intelectual polaco hay
una gran verdad: que la democracia genera, por sus propios postula-
dos, una reacción autoritaria. Ese es, precisamente, el peligro al que están
sometidos todos los sistemas democráticos, un peligro que tiende a aflo-
rar en los momentos de tensión social, crisis económica e inestabilidad
política. Es algo inevitable que, a lo largo de su evolución, la democracia
ha afrontado en innumerables ocasiones, en las cuales, a veces, se ha visto
severamente cuestionada. Las posturas neoliberales, mismas que han
pretendido confrontarla con la idea de la gobernabilidad, son las últimas
que han encarnado de manera alarmante ese peligro antidemocrático
al que Geremek se refiere.
55
Bronislaw Geremek, en Lucio Caracciolo (comp.) (1993), La democracia en Europa, Madrid:
Alianza Editorial, p. 111.
59
Norberto Bobbio, El futuro de la democracia, cit., p. 100.
Abstract
The main problem of the national communication model, particularly in TV, is
not finding new private commercial television systems that bring into the program
grid a new contest show, another adventure series, an emotional soap-opera, a
modern night show, a soccer transmission, a new music talent show, a successful
film, the transmission of The Oscars, a comic presentation, a police series, an exotic
cuisine show, or a success story. What is actually required is that the audiovisual
companies fulfill the prototype of public service television that Article 6, Fraction
2 and 3 of the Mexican Political Constitution mandates in terms of radio-diffu-
sion and telecommunications in Mexico.
Therefore, it is necessary to understand that the main challenge, in terms of
communication, for this country is not having more massive or selective, “adren-
alinic” “post-modern” “spectacular” or “trendy” entertainment conglomerates
–the true task is creating a collective communication space that allows the majo-
rity of the society to express its interests and needs in the public media space in
terms of development and existence.
60 Revista Mexicana de Cultura Política NA
I. La transformación de la radiodifusión
P
ara iniciar una nueva administración de gobierno durante el pe-
ríodo 2012-2018, el Presidente Enrique Peña Nieto se vio obligado
a crear nuevas condiciones de gobernabilidad que le permitieran
dirigir al país de manera distinta y con ello superar la crisis estructural
heredada de los dos gobiernos panistas anteriores, los de Vicente Fox Que-
zada y de Felipe Calderón Hinojosa. Dichas transformaciones deberían
convertirse en nuevos cimientos estructurales que permitieran reimpulsar
el crecimiento global de la nación a largo plazo y no sólo modificaciones
coyunturales superficiales que no trascendieran los próximos gobiernos
sexenales, pues de lo contrario no se constataría el regreso histórico de
un nuevo Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Dentro del clima de grandes transformaciones globales del país, desde
el punto de vista comunicativo con el regreso del Partido Revolucionario
Institucional, se creó la Reforma Constitucional en Telecomunicaciones,
Radiodifusión y Competencia Económica que fue aprobada por el Congre-
so de la Unión y los congresos de los estados del país, para instrumentar
las modificaciones en el orden de la comunicación nacional. La incorpo-
ración de dicha iniciativa fue un logro notable dentro de la historia de la
comunicación nacional, pues desde la década de los años 50 no se había
podido reformar con perspectiva social y progresista el marco regulatorio
de las telecomunicaciones y de la radiodifusión en México (Esteinou y
Alva, 2011, y Lay Arellano, 2015). Con ello, se abrió un camino jurídico
para crear otro modelo de comunicación más equilibrado y justo para
atender algunas de las demandas sociales que durante las últimas cuatro
décadas reclamó insistentemente la comunidad nacional en esta materia
para contar con mayor democracia, ciudadanización y pluralidad cultural
en la República. Modelo de comunicación basado en el ejercicio del ser-
vicio público, la apertura a la participación ciudadana, el reconocimiento
de los derechos comunicativos fundamentales, el respeto a la libertad de
expresión, el derecho a la información y el derecho de réplica.
Tal Reforma en Telecomunicaciones, Radiodifusión y Competencia
Económica, en su primera etapa, fue aprobada el 30 de abril de 2013 por
el pleno del Senado de la República con 108 votos a favor, tres en con-
Las nuevas cadenas audiovisuales y la construcción de la cultura política en México
Javier Esteinou Madrid 61
tra y dos abstenciones (Reforma de telecomunicaciones aprobada…,
2013), y posteriormente fue validada por lo menos por 17 congresos de
los estados para alcanzar el rango de reforma constitucional e incorporarse
al texto de la Constitución.
Posteriormente, después de un largo proceso de acuerdos político-
legislativos entre el poder ejecutivo y los principales partidos políticos
del país, el 10 de junio de 2013 el presidente Peña Nieto firmó el decreto
oficial para promulgar la Reforma Constitucional en Telecomunicaciones,
Radiodifusión y Competencia Económica, y esta se publicó en el Diario
Oficial de la Federación el 11 de junio del mismo año, convirtiéndose en
un mandato vertebral de la Constitución mexicana.
Con esta última acción concluyó la primera fase de elaboración de la
Reforma en Telecomunicaciones y quedó preparado el terreno legislativo
para iniciar la segunda etapa destinada a la preparación de las leyes secun-
darias de la misma que aterrizaron los planteamientos constitucionales
generales a modalidades operativas para poderse ejercer.
La segunda etapa de la reforma constitucional de las telecomuni-
caciones y la radiodifusión inició cuando el presidente Enrique Peña
Nieto envió al Senado de la República el 24 de marzo de 2014 la Ini-
ciativa de Leyes Secundarias compuesta por 312 artículos, 46 capítulos,
16 títulos y 22 artículos transitorios para regular con especificidad la
reforma constitucional anteriormente consentida por el Poder Legis-
lativo (Posada, 2014).
Dicha iniciativa de leyes secundarias fue aprobada en lo general por
el Senado de la República el 5 de julio de 2014 con 80 votos a favor y 37
en contra y en lo particular por 72 votos a favor y 25 en contra, en una
sesión maratónica de más de 17 horas seguidas, sin realizar ningún cam-
bio a la propuesta en lo general o ajustes a los temas polémicos (Guerrero,
2013; Aprueban facilito…, 2014: p.1; y Torres, 2014). Posteriormente, en
un contexto donde la atención mayoritaria de la población nacional se
encontraba puesta en el juego Brasil-Alemania del Mundial del Futbol
2014, el 8 de julio, en otra discusión maratónica de más de 20 horas
continuas el pleno de la Cámara de Diputados avaló en lo particular y en
lo general la ley secundaria en materia de telecomunicaciones con 340
62 Revista Mexicana de Cultura Política NA
votos a favor y 129 en contra, rechazando mediante una impresionante
aplanadora legislativa, una a una, las 549 reservas que presentaron los
diputados del PRD, PAN, PT, MC y PANAL (Sin modificación…, 2014, y
Avalan diputados…, 2014: p.2).
Finalmente, el ejecutivo federal publicó la versión definitiva en el
Diario Oficial de la Federación el 14 de julio de 2014 y la ley entró en vi-
gor para regular el modelo de comunicación y de telecomunicaciones en
el país para las próximas décadas (Decreto por el que se expide…, 2014).
De esta forma, después de experimentar durante varias décadas los
medios de comunicación públicos una larga etapa histórica de subordi-
nación a los poderes gubernamentales establecidos y limitarse con ello
su misión esencial como canales del Estado mexicano al servicio de la
sociedad; la Reforma Constitucional en Telecomunicaciones, Radiodifusión
y Competencia Económica sentó nuevas bases jurídico-políticas funda-
mentales para crear otro modelo de comunicación colectivo más justo y
equilibrado para el país, a través de las industrias culturales electrónicas.
Así, introdujo diversas concepciones y normatividades fundacionales
para superar el viejo prototipo de difusión masiva e introdujo nuevas
bases jurídicas de gran trascendencia para alcanzar algunas de las ga-
rantías comunicativas esperadas por la ciudadanía durante más de siete
décadas en el país.
Desde la perspectiva social, algunos de los avances que introdujo la
Reforma Constitucional en Telecomunicaciones y sus leyes secundarias
incluyen los siguientes progresos: Se fortaleció el derecho a la libertad de
expresión, al contenido de calidad y a la información plural. Se reconoció
el derecho al libre acceso a la información y el derecho a la libertad de
difusión como garantías constitucionales. Se certificó el derecho de libre
acceso a la información y el derecho a la libertad de difusión. Se resguardó
el derecho constitucional de acceso a las tecnologías de la información,
los servicios de radiodifusión y telecomunicaciones, incluida la banda
ancha. Se avaló el acceso universal de las personas a la sociedad de la
información y el conocimiento. Se garantizó el acceso equitativo a tele-
comunicaciones de clase mundial, se impulsará la producción nacional
e independiente y se reglamentará el derecho de réplica.
Las nuevas cadenas audiovisuales y la construcción de la cultura política en México
Javier Esteinou Madrid 63
Dentro de los diversos cambios que introdujo la Reforma Constitu-
cional en Telecomunicaciones y Radiodifusión en México en materia
audiovisual, el artículo 8°, Fracción II de los Artículos Transitorios for-
muló la necesidad de realizar “convocatorias para licitación de nuevas
concesiones de frecuencias de televisión radiodifundida que deberán
ser agrupadas a efecto de formar por lo menos dos nuevas cadenas de
televisión con cobertura nacional, bajo los principios de funcionamiento
eficiente de los mercados, máxima cobertura nacional de servicios, dere-
cho a la información y función social de los medios de comunicación, y
atiende de manera particular las barreras de entrada y las características
existentes en el mercado de televisión abierta. No podrán participar en
las licitaciones aquellos concesionarios o grupos relacionados con
vínculos de tipo comercial, organizativo, económico o jurídico que actual-
mente acumulen concesiones para prestar servicios de radiodifusión de
12 MHz de espectro radioeléctrico o más en cualquier zona de cobertura
geográfica” (Proyecto de decreto…, 2013: p.10).
* Un punto de rating equivale aproximadamente a 380 mil televidentes, lo cual significa que 7
millones 600 mil personas decidieron seguir la discusión entre los candidatos presidenciales; en
tanto que 3 millones 420 mil optaron por el futbol. En cuanto al programa Pequeños Gigantes
de Televisa obtuvo un rating de 17.3 puntos que sí superó la audiencia del debate político. (En
canal 5, el debate tuvo más audiencia que el futbol…, 2012: p.2).
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D
entro de las modalidades de participación política informales, el hu-
mor es una de las más extendidas, pero esta expresión de resistencia
social ha sido poco analizada. Difícilmente habrá un ciudadano en
el planeta que no haya compartido, en algún momento, una broma en la
que sus gobernantes o la situación del país sean los actores centrales, pero
hasta qué punto el chiste político es un vehículo para el cambio es algo que
no se ha estudiado con rigor.i
Toda persona que viva en sociedad ha construido y comparte códigos a
partir de los cuales se inventan narraciones o comunicaciones con sentido
lúdico. ¿Cómo se logra ese propósito que siendo divertido puede también
ejercer un impacto en condiciones sociales determinadas? Con la manipu-
lación semántica, con el manejo del sentido de las palabras o las imágenes,
pero siempre a partir de significados construidos socialmente, pues un mis-
mo chiste puede resultar gracioso y ocurrente para un cierto grupo social,
mientras que para otro puede no significar absolutamente nada.
Muchos grupos sociales manejan esta forma peculiar de la intenciona-
lidad de la comunicación para hacer frente a un poder o a una forma de
dominación sea porque lo consideran ilegal, ilegítimo, abusivo o simple-
mente incorrecto. James C. Scott, en su libro Los dominados y el arte de
la resistencia identifica esta intencionalidad en distintas manifestaciones:
los rumores, el chisme, los cuentos populares, las canciones, los gestos, los
chistes y el teatro, que son utilizados como los medios para que los gru-
pos subordinados (desvalidos dice el autor) manifiesten su oposición al poder
sin necesidad de mostrar una rebeldía abierta o incluso riesgosa. O como
apunta Schmidt, “el humor y el chiste ayudan a desnudar a la política, para
facilitar la liberación del ciudadano de la opresión de los políticos”ii, o de
* Una versión anterior de este artículo fue leída en una junta de la American Folklore Society
en 1989 y en una junta de la California Folklore Society en 1990. Western Folklore 50 (Abril,
1991): 171-190. Se publica en RMCP con autorización de la autora.
i
Schmidt, Samuel (1992), “Humor y política en México”, en Revista Mexicana de Sociología,
Vol. 54, No. 1, México: UNAM, D.F.,.
ii
Ibíd.
Kolasky, John, Underground Humor from Behind the Iron Courtain, Peter Martin Associates
iii
iv
Bryant, Chad, “The Language of Resistance? Czech Jokes and Joke-Telling Under Nazi Occu-
pation, 1943-45, Journal of Contemporary History, Vol. 41, No. 1, London, 2006.
1
Se consultaron cinco cuadernos y diarios:
a) Solvi Larsen (fecha de nacimiento desconocida): cuaderno escrito a mano (glosebok), 23
páginas de chistes y letras humorísticas (48 elementos). b) Solveig Maj Christenson (22 de mayo,
1929): cuaderno escrito a mano, 14 páginas de chistes y letras humorísticas (41 elementos).
Titulado “Vitser fra. April 1940 og utover” [Chistes de abril 9, 1940 y después.] c) Else “Bibs”
Ellingsen (enero 30, 1904): colección escrita a máquina, 66 páginas de chistes (66 elementos).
Titulado “Norges smil gjennom tarer–1940-1945” [Las sonrisas de Noruega a través de sus
lágrimas]. d) Marie Lysgaard Slaatto (agosto 6, 1929): sección de un diario del verano de 1940.
17 páginas de chistes y letras humorísticas (18 elementos). e) Cecilie Schou-Sorensen (agos-
to 17, 1916): extractos de diarios de guerra. 178 chistes y anécdotas.
Este es un chiste muy popular internacionalmente; ver Ruksenas 11 para uno similar sobre
2
21 y Ruksenas 13.
Heil Hitler - Dios salve al rey: Chistes y la resistencia noruega 1940-1945
Kathleen Stokker 101
2) En septiembre de 1941, cuando se declaró la ley marcial en Oslo, se
publicó una lista de ofensas que declaraba: “Usted será fusilado si… etc.
Usted será fusilado si… Usted será fusilado si…” A esto, alguien agregó:
“¡Usted será fusilado si aún no ha sido fusilado!” (Schou- Sorensen).
d) Burla a la propaganda del opresor:
1) NTB, las siglas de Norsk Telegram Byra –el servicio de noticias no-
ruego nazi– se decía que significaba Not To Believe, “No debe creerse”
(Schou-Sorensen).
2) Tras la campaña en Noruega, 100 soldados alemanes llegaron al cielo.
“¿De dónde vienen?” preguntó San Pedro. Ellos le dijeron que habían
muerto en Noruega. San Pedro entró a checar el registro. Regresando, les
dijo: “Según los registros oficiales, sólo dos soldados alemanes murieron
en Noruega. Ellos pueden entrar; los demás se pueden ir al infierno.”
e) Burla de la autoimagen pomposa del opresor:
1) El alcalde Quisling una vez visitó un manicomio; haciéndole la plá-
tica a un paciente, la marioneta de los nazis presumió, “¡Yo soy Vidkun
Quisling!”
“Jamás he oído de él.”
“¡Qué! ¿Jamás has oído de Vidkun Quisling, el más grande noruego desde
el Rey Harald el Rubio?”
“Relájate, viejo,” respondió el paciente. “Así empecé yo también”
(Olav, p. 27)
2) Durante la campaña alemana contra Inglaterra, algunos alemanes
estaban en el ferry a Laksevag cantando, “Wir fahren gegen Engeland.”*
El conductor se volvió y les dijo: “Entonces están en el ferry equivocado.
Este sólo llega hasta Laksevag.” (Christerson).
f) La respuesta al desarrollo de la guerra, especialmente cuando las
cosas le iban mal a Alemania. Esta característica del humor servía una
Algunas leyendas escandinavas del Ministro del Libro Negro, un tipo de hechicero, también
6
Otro sobreviviente dice, “Quisling estaba intentando mostrar que la sociedad noruega necesi-
7
taba que la salvaran de la ruina… el constantemente mostrar a la sociedad noruega (de antes
del Nuevo Orden) de la peor forma posible, haciendo énfasis en todos su puntos débiles sin
mencionar para nada sus virtudes tuvo, además, repercusiones” (Kuhnle, p. 50).
Heil Hitler - Dios salve al rey: Chistes y la resistencia noruega 1940-1945
Kathleen Stokker 109
La función de los chistes
Volviendo a la cuestión del rol que los chistes mismos jugaban en la
resistencia, pienso que es mejor dividirlos: ¿Qué es lo que posicionó a
los chistes para ayudar a crear una mentalidad de resistencia, y por qué
medios creaban esa mentalidad? Para responder la primera pregunta,
argumentaría que la aparición temprana de los chistes durante la ocu-
pación fue crucial. Para apreciar por completo su importancia, tenemos
que reevaluar la noción del “ciudadano de a pie” de la resistencia noruega
unánime y espontánea al nazismo.8 Este heroico concepto de sí mismos
fue de crucial importancia durante la guerra misma y en los años sub-
secuentes de reconstrucción. Los mismos chistes sobre la ocupación,
además, pueden haber contribuido de manera significativa a su estable-
cimiento y propagación. En cualquier caso, esta imagen se arraigó tan
firmemente que no fue sino hasta el principio de la década de 1970 que
los historiadores noruegos comenzaron a cuestionarla y revisarla siste-
máticamente (cf. Dahl, 1974).
Muchos recuentos sobre los años de guerra, sin embargo, contradi-
cen la noción de esta resistencia inmediata y unánime. El 13 de septiem-
bre de 1940, por ejemplo, una joven escribió en su diario: “El país está
lleno de traidores dispuestos a cambiar sus principios a cambio de buenas
posiciones” (Slaatto). De manera similar, un recuento escrito inmedia-
tamente después de la guerra revela, “Pocos fueron en ese entonces tan
valientes como hoy creen que fueron” (Ringness, p. 351). Otro sobrevi-
viente cuenta que “Después de la invasión el espíritu noruego se apagó
muy pronto. Paralizada, desanimada y confundida, la gente se sentaba con
las manos en el regazo a esperar…como anestesiados” (Lunde, p. 17-18).
Este periodo no sólo se caracterizó por la ausencia de resistencia activa,
también vio una simpatía generalizada por y colaboración con los nazis,
como demuestran los siguientes recuentos:
nazismo: “Que (el rechazo al Nuevo Orden) fue la reacción del silencioso y enfadado ejército
sin armas que conformaba el 99% de la población (p. 64).
El periódico ilegal Hjemmefronten reportó en 1941, por ejemplo: “Los nazis están intentando
9
aislar a ciertos individuos y señalarlos para presionarlos. Hay que asegurarse, entonces…. que
ningún amigo sienta que está luchando solo.”
Heil Hitler - Dios salve al rey: Chistes y la resistencia noruega 1940-1945
Kathleen Stokker 113
5) Los chistes elevan la moral y le permiten a la gente vivir sin
miedo, amenazas constantes e irritación (Obrdlik). El papel que jugó
el material noruego en este aspecto está confirmado por una carta
que me envió recientemente un líder de MilOrg, la rama militar de la
resistencia organizada:
Verdaderamente aprecio la intención de su proyecto, ya que siempre he
creído que fue la actitud positiva y el humor –con frecuencia en la forma
de humor del cadalso– lo que nos mantuvo a flote, y que nos ayudó a ver
que la vida no estaba totalmente sin esperanza –por lo menos nos hizo
rehusarnos a admitir que lo era– porque eso hubiera implicado cierta
derrota” (Hasselknippe).
Mientras que varios investigadores han enfatizado el importante rol
que jugaron los slogans y directivas de la resistencia (Noruego: paroler)
en el desarrollo del sentimiento anti-nazi (Gjelsvik, pp. 31-32; Hirsch,
p. 7; Gordon, pp. 68-69, 91, 149, 157 y 221) yo argumentaría que los chistes
fueron aún más efectivos, en especial gracias a su mayor accesibilidad y
seguridad:
1) Accesibilidad: los chistes llaman la atención de gente de todas
las edades, clases, y de todos los rumbos de la vida. Tanto las coleccio-
nes privadas de chistes sobre los tiempos de guerra como las varias an-
tologías humorísticas publicadas inmediatamente después, demuestran
que los chistes sobre la ocupación se esparcieron extensivamente por
Noruega; los mismos chistes aparecen en variantes regionales (y dialectos)
en diversos lugares del país.
Como parte del intercambio normal en la conversación, los chistes
están, además, mejor adaptados para compartir en situaciones socia-
les que slogans políticos y directivas. Muchos de los entrevistados du-
rante mi investigación (verano de 1989) mencionaron la prominencia
de los chistes durante la guerra, dando fe de que una manera frecuen-
te de comenzar una conversación era: “Has escuchado el de…” (Vikdal).
2) Seguridad: Los chistes proveen mayor seguridad que otras formas
más públicas de resistencia porque se pueden compartir en secreto. Esta
cualidad lograda incrementó su urgencia tras el discurso del Reichskomis-
* “Comisario del Imperio”, título dado para algún cargo oficial determinado; se empleó durante
el Imperio alemán y posteriormente en la Alemania nazi.
10
Finn Bo sugiere cuál es el peligro de ser atrapado contando chistes, pero también la posibi-
lidad de lograr que se contaran de todos modos: “Los chistes con frecuencia tenían que ser
contados con prisas y en la peligrosa cercanía de oídos traicioneros. A veces uno sólo tenía
la oportunidad de desembuchar, al pasar a un vecino en el tranvía o en la esquina de la calle,
‘¡Buenos días! Ya escuchó la de…’” (p. 29).
11
Wilson hace un comentario parecido: “La ambigüedad del chiste, al ser serio y trivial al mismo
tiempo, le permite al bromista hacer un sondeo de sentimientos de rebeldía compartidos. Si
otros señalan su aprobación al sonreír o reír, el bromista puede estar seguro de que está entre
gente que piensa de manera similar, y él y el grupo pueden proseguir a la más satisfactoria
expresión de menosprecio directo.
Heil Hitler - Dios salve al rey: Chistes y la resistencia noruega 1940-1945
Kathleen Stokker 115
supongo habrá tenido unos quince años. Mencioné este cuaderno cuando
me entrevistaron para Aftenposten, el periódico más grande en Noruega.
El artículo resultante dio lugar a una respuesta abrumadora de individuos
que llamaron, enviaron notas y mandaron cartas a la editorial. La mayo-
ría quería compartir más chistes sobre la ocupación; tres también habían
guardado colecciones privadas de chistes sobre la guerra. Un ejemplo
típico (excepto por el número de chistes) es la siguiente carta:
Yo estaba en mis veintes durante la guerra y escribí muchos chistes y
anécdotas y ahora me pregunto si usted estaría interesada en ellos. Todos
están en mis diarios de ese entonces, pero con gusto los podría copiar
y mandárselos… podría tomarme algo de tiempo, empero, son más de
170 (Schou-Sorensen, agosto de 1989).
Claramente los chistes de la ocupación en Noruega aún son capaces
de despertar una respuesta significativa. Durante los años de la guerra,
la gente consideraba a los chistes lo suficientemente importantes como
para tomarse el tiempo, la molestia, y arriesgarse a escribirlos. Éste úl-
timo punto es significativo porque, como mis informantes señalaron, el
descubrimiento de estos chistes en posesión de alguien por parte de la
Gestapo podía resultar en una severa penalización (Tore Ellingsen).12
La existencia de estos cuadernos por lo tanto no deja duda del significado
para los que los guardan. Algo en común en la mayoría de los chistes es la
autoimagen positiva que presentan.13 Vemos a los noruegos consistente-
mente haciendo parecer tontos a los invasores, exponiendo la estupidez y
la crueldad del enemigo, las mentiras y la pomposidad, al mismo tiempo
que exponían su propio valor e ingenio. Al mostrar de manera convin-
cente a los noruegos como un grupo comprometido de manera unánime
en esta intrépida degradación del régimen nazi, los chistes crearon un
12
Slaatto escribe en su diario (13 de agosto de 1940): “Si los alemanes ven este libro, probablemente
me fusilen.” También vemos que los oficiales nazis veían los chistes como una amenaza en la
entrevista del político nazi Robert Ley, llevada a cabo por la prensa nazi danesa y noruega en
1943: “Quiero hacer una advertencia en contra de estas ocurrencias. Es suicidio permitirlos.
Debe tomarse acción inmediata en contra de cualquiera que cuente tales historias, ya sea en
el tranvía, en los cafés o donde sea” (Politiken, febrero 23, 1943).
13
De esta manera, por supuesto, los chistes desempeñaban aun otra reconocida función del
humor: proteger el respeto por sí mismo del oprimido (Speier, p. 180).
Referencias Citadas
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privada de chistes que le prestó el dueño al autor.]
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diss., Universidad de Pittsburgh.
Grimnes, Ole Kristian (1983), The Beginnings of the Resistance Movement. En Scan-
dinavia during the Second World War, editado por Henrik S. Nissen. Oslo: Univer-
sitetsforlaget.
E
l británico Hugh Trevor-Roper fue un historiador polémico y me-
ticuloso en su estudio del desarrollo histórico de Europa. Los plan-
teamientos declaradamente conservadores de ciertas etapas de la
historia suelen no ser bien vistos, sin embargo, no se puede negar el valor
de la investigación de Trevor-Roper. “La crisis general del siglo XVII” da luz
sobre prácticas que aceleraron los cambios en Europa.
La descripción de las características que adquirió la crisis en distin-
tos países de Europa es un largo alegato del autor en contra del análisis
marxista acerca de la existencia de una revolución burguesa que apun-
taba al desarrollo y consolidación del sistema capitalista, en detrimento
de la monarquía como sistema de gobierno hegemónico y de un siste-
ma de producción feudal que destinaba los grandes territorios propiedad
de la nobleza a ser arrendados.
En el interés de presentar una refutación muy fundamentada, con datos
duros, a contrapelo de las generalizaciones conceptuales que le reclama-
ron al marxismo tanto algunos simpatizantes como detractores, Trevor
desmenuza con gran detalle ciertas prácticas corruptas que contribuye-
ron de manera importante a llevar al declive a las monarquías europeas,
fuese con su desaparición o a eliminar su papel hegemónico.
Trevor reconoce que el poder de las monarquías en varios países fue desa-
fiado, a pesar del mandato divino que por tradición se adujo para justificar
este tipo de gobierno, y que tal desafío se basó en los abusos cometidos por
los propios gobiernos contra el pueblo. Pero, mientras los marxistas veían
en este agotamiento una señal del tránsito a otra fase de la historia donde
un gobierno monárquico no podía ser el impulsor de una economía más
dinámica, Trevor sostiene que este fenómeno no forma parte de una revo-
lución burguesa sino de una crisis en la relación entre sociedad y Estado.
Para intentar comprobar su tesis refiere extensamente los abusos y las
exacciones que la nobleza imponía al pueblo a través de una burocracia
corrupta desde la raíz, pues todos los cargos, altos y menores –muy mal
pagados– se vendían y cada funcionario tenía entonces la libertad de re-
* Este artículo dio título al libro de Hugh Trevor-Roper publicado en 1967 con el subtítulo
“Religión, la Reforma y el cambio social”.
1
Jeremiah Whittaker (1642-3, enero 25) Еἰρηνоπоιός Christ the Settlement of Unsettled Times,
un sermón rápido ante la Casa de los Comunes.
William Greenhill (1643, abril 25) Ἀξίνη πρὸς τὴν Ῥίξαν Un sermón dado ante el Parlamento.
2
Es suficiente aquí referirse a J.H. Alsted, el gran investigador y educador de Herborn, quien
3
también fue “el portaestandarte de milenarios en nuestra época”; a su pupilo, el gran educa-
dor bohemio J.A. Comenius; al discípulo inglés de Bacon, Joseph Mede, el autor de Clavis
Apocalyptica; y al matemático escocés Napier de Merchistoun, quien inventó logaritmos para
apresurar sus cálculos del Número de la bestia.
La crisis general del siglo XVII
Hugh Trevor-Roper 125
y que seguía arrasando en la década de 1640, los años de la revolución.
La Guerra de los Treinta Años, en los países que se vieron afectados, sin
duda preparó el terreno para una revolución. La carga de los impuestos
de guerra, o la opresión militar, o la derrota militar, precipitaron las rebe-
liones en Cataluña, Portugal y Nápoles. La dislocación del comercio, que
pudo haber sido causado por la Guerra de los Treinta Años, llevó al des-
empleo y la violencia en muchos países que se dedicaban a la producción
y el comercio. El tránsito destructivo y el acantonamiento de las tropas
llevaron a motines regulares por parte de los campesinos en Alemania
y Francia. Uno tiene que fijarse simplemente en el estudio de Borgoña
de M. Roupnel de esos años, o en los reportes enviados al canciller de
Séguier describiendo los levantamientos constantes de los campesinos
franceses bajo el estrés de los impuestos de guerra, o a los desalentadores
grabados de Callot, para darse cuenta de que la Guerra de los Treinta
Años fue un factor formidable en la creación de ese descontento que
a veces se movilizaba como revolución.4
Y aun así no es explicación suficiente. Después de todo, las guerras
europeas de 1618-1659 no fueron fenómenos nuevos. Fueron una conti-
nuación de las guerras europeas del siglo dieciséis, las guerras de Carlos
V contra Francisco I y Enrique II, o Felipe II contra Isabel y Enrique de
Navarra y el Príncipe de Orange. Esas guerras del siglo dieciséis habían
terminado con el siglo, en 1598, en 1604, en 1609: en 1618, 1621 y 1635 se
habían reanudado deliberadamente. Felipe IV recordaba constantemen-
te el ejemplo de Felipe II, “mi abuelo y mi señor”; el príncipe Mauricio
y el príncipe Federico Enrique a Guillermo de Orange, su padre; Oliver
Cromwell a “la Reina Isabel de gloriosa memoria”. Richelieu y Mazarin
buscaban revertir el veredicto de Câteau Cambrésis en 1559. Y aun así,
en el siglo dieciséis estas guerras no habían llevado a dichas revoluciones.
Además, las revoluciones del siglo diecisiete fueron a veces independientes
de la guerra. La más grande de dichas revoluciones fue en Inglaterra y
fue de manera cierta –algunos dicen vergonzosa– neutral. En el país que
sufrió más por la guerra, Alemania, no hubo revolución.
4
Ver G. Roupnel (1955), La Ville et la Campagne au XVIIe Siècle dans le pays dijonnais Paris,
los documentos de Sequier están impresos en francés en el apéndice a Narodnie Vosstania vo
Francii pered Frondoi de B.F. Porchnev, 1623-48, (Moscú, 1948).
Este punto– la creciente insensibilidad social de los pensadores del siglo dieciséis como socie-
5
dad monárquica y aristocrática se vuelve más segura de sí misma, lo propone Fritz Caspari,
Humanism and the Social Order in Tudor England, (Chicago, 1954), pp. I98-204.
La crisis general del siglo XVII
Hugh Trevor-Roper 127
Por consiguiente, yo no creo que las revoluciones del siglo diecisiete
puedan ser explicadas meramente por el contexto de guerra, el cual había
sido también el contexto del previo y nada revolucionario siglo. Si vamos
a encontrar una explicación, tenemos que buscar en otra parte. Tene-
mos que buscar más allá del contexto, y adentrarnos en la estructura de la
sociedad, ya que toda revolución, aun cuando pueda ser ocasionada por
causas externas y expresada de manera intelectual, sólo la vuelven real y
formidables los defectos de la estructura social. Una estructura operati-
va, firme y elástica –como la de Inglaterra en el siglo diecinueve– es una
demostración en contra de la revolución por más epidémica que sea en el
extranjero. Por otro lado, una estructura social débil o demasiado rígida,
aun cuando aislada pueda ser duradera, se colapsará rápidamente si se
infecta. La universalidad de la revolución en el siglo diecisiete sugiere que
las monarquías europeas, que habían sido lo suficientemente fuertes para
absorber muchas presiones en el siglo anterior, habían –para entonces–
desarrollado serias debilidades estructurales: debilidades que no fueron
causadas por la renovación de la guerra, sino meramente expuestas y
acentuadas.
¿Cuáles fueron las debilidades estructurales generales de las mo-
narquías europeas? Los contemporáneos que veían las revoluciones del
siglo diecisiete las veían como revoluciones políticas, como luchas entre
los órganos tradicionales de la antigua “monarquía mixta”– la Corona
y los Estados. Ciertamente esta es la forma que tomaron. En España, la
Corona, habiendo vuelto insignificantes las Cortes de Castilla provocó
la revolución al desafiar a las Cortes del Reino de Aragón. En Francia,
tras la reunión de los Estados Generales en 1613, Richelieu se las inge-
nió para descontinuarlos, y no se volvieron a reunir sino hasta 1789; el
Parlamento de París devolvió el golpe con la Fronda, pero sólo para ser
derrotados por Mazarin y vueltos insignificantes, lo cual fue después
rudamente confirmado por Luis XIV. En Alemania el emperador desafió
y redujo al colegio electoral, aun cuando los electores, como príncipes
individuales, volvieron insignificantes sus propias dietas. En Inglaterra
el Parlamento desafió y derrotó al rey. Al mismo tiempo los reyes de
Dinamarca y Suecia, luchando con o dentro de sus dietas, terminaron
por establecer una monarquía personal, mientras que el rey de Polonia,
Hasta donde yo puedo ver, los únicos argumentos del Sr. Dobbs a favor de una conexión tal
7
son las declaraciones (1) que los agricultores capitalistas apoyaban al parlamento mientras
los señores feudales anticuados apoyaban a la Corona; (2) que “esas secciones de la bur-
guesía que tenían cualquier raíz en la industria…eran simpatizantes incondicionales de la
La crisis general del siglo XVII
Hugh Trevor-Roper 131
En general, me parece que la identificación marxista de las revolu-
ciones del siglo diecisiete con las revoluciones “burguesas” “capitalistas”,
las cuales fueron exitosas en Inglaterra e infructuosas en otros lados, es
meramente una hipótesis a priori. Los marxistas pueden ver, igual que
todos, que en algún punto entre el descubrimiento de América y la Revo-
lución Industrial, se formó la base para una nueva forma “capitalista” de
la sociedad. Creyendo, como materia de doctrina, que un cambio así no
puede ser logrado pacíficamente sino que requiere una irrupción de una
nueva clase, una “revolución burguesa”. Además, viendo que el país que
lideró este proceso fue Inglaterra, buscan esta revolución en Inglaterra.
Y cuando encuentran, exactamente en el punto intermedio entre estas
fechas terminales, la violenta revolución puritana en Inglaterra, excla-
man ¡eureka! y enseguida las otras revoluciones europeas encajan como
revoluciones burguesas abortivas. La hipótesis, una vez manifestada, se
ilustra con otras hipótesis. Aún falta que se pruebe con evidencias. Y
puede ser que se base en premisas totalmente falsas. Puede ser que los
cambios sociales no requieren necesariamente una revolución violenta:
el capitalismo se desarrolló en Inglaterra pacíficamente (como lo hizo
la democracia industrial) y la revolución puritana violenta no fue más
crucial para su historia que (digamos) las revoluciones husita y taborita*
del siglo quince, con las cuales guarda tan obvia semejanza.
Entonces, si la crisis del siglo diecisiete, aunque general en Europa
del oeste, no fue meramente una crisis constitucional, ni una crisis de
causa parlamentaria”; y (3) que los pueblos industriales, particularmente los pueblos que se
dedicaban a la fabricación de ropa eran radicales. Ninguna de estas declaraciones me parece
suficiente. La (1) es incorrecta: la única evidencia consiste en declaraciones indocumentadas
de que Oliver Cromwell era un agricultor en desarrollo (lo cual no es cierto; habiendo –en sus
propias palabras– “gastado su hacienda”, había descendido de propietario a aparcero), y que
“Ireton su jefe lugarteniente era un caballero del campo y un ropero” (de lo cual yo no conozco
evidencia alguna). De hecho, algunos de los más obvios terratenientes en desarrollo como el
conde de Newcastle y el marqués de Worcester, eran monárquicos. (2) no está corroborado, y es,
yo creo erróneo: donde quiera que la burguesía industrial ha sido estudiada –como en Yorkshire
y Wilstshire– se ha encontrado dividida en sus lealtades. (3) es errónea, pero no concluyen-
te: el extremismo de los trabajadores en una industria en depresión puede muy bien surgir de
dicha depresión y no un interés “capitalista”.
* N. del trad.: Se refiere al movimiento reformador de los seguidores de Jan Hus y al alzamiento
de una secta herética de la ciudad de Tábor en Bohemia.
***
9
Godfrey Goodman (1839), The Court of King James I, p. 279.
10
En este tema ver generalmente el ensayo de Federico Chabod “Y a-t-il un Stat de la Renaissance”
en Actes du Colloque sur la Renaissance, Sorbona 1956, (París, 1958), y también, para instan-
cias milanesas, su “Stipendi Nominali e Busta Paga Effettiva dei Funzionari nell' Amministra-
zione Milanese alla Fine del Cinquecento” en Miscellanea in Onore di Roberto Cessi II (Roma,
1958) y “Usi e Abusi nell᾿ Amministrazionc dello Stato di Milano a mezzo il 1500” en Studi
Storici in Onore di Gioachino Volpe, (Florencia, Florenic). Para Nápoles ver a G. Coniglio
(1951), II Regno di Napoli al Tempo di Carlo V, Nápoles, pp. 11-12, 246, etc. Para Francia ver a R.
Doucet (1948), Les Institutions de la France au 16e Siècle, París, pp. 403 y siguientes; cf. Menna
Prestwich, (1957) “The Making of Absolute Monarchy, 1559-I683” en France: Government and
Society. He dado algunas instancias inglesas en The Gentry, 1540-I640, (1953). Ver también J.
E. Neale, “The Elizabethan Political Scene”, (Proceedings of the British Academy, X XIV, 1948);
K. W. Swart, The Sale of Officesin the Seventeenth Century. La Haya, 1949.
11
Para el mayordomo de Palacio véase, J. Hurstfield (1949), “Lord Burghley as Master of the Court
of Wards”, Transactions of the Royal Historical Society; para el Tesorero, P . Heylin, Cyprianus
Anglicus, 1668, p. 285; para el Canciller, Goodman, loc. cit.; Manningham᾿s Diary (Camden
Soc. 1868) p. 19.
12
Sir R. Naunton, Fragmenta Regalia, (ed. A. Arber, I870) p. 18.
13
Para el costo de monopolios ver W.R. Scott (1911), A History of English Joint-Stock Corporations
I; el costo de los pupilajes aparece claramente de los estudios del Sr. Joel Hurstfield. Concluye
que “las ganancias no oficiales del fiscalismo feudal tomado como un todo, fueron al menos
tres veces tan altas como las oficiales”. “Fiscal Feudalism” en The Economic History Review 1955-
6, p. 58. Sobre el suministro, Bacon escribió, “There is no pound profit which redoundeth to
Your Majesty in this course but induceth and begetteth £3 damage upon your subjects, besides
the discontentment”. (Works, ed. Spedding, III, 185). La verdad de esta última declaración está
claramente demostrada en el excelente estudio de Miss Allegra Woodworth (1945) Purveyance
in the Reign of Queen Elizabeth, Filadelfia. Para las tierras de la Corona, Bacon le dijo al rey
Jacobo que, adecuadamente administradas, podrían “cosechar cuatro a una”, (Works IV, 328):
otros ponen la proporción más alta, a veces veinte a una. (cf. E. Kerridge, “The Movement
of Rent”, en The Economic History Review 1953-4, pp. 31-2). El conde de Bedford, de manera
similar, en 1641 calculó que en algunos lugares la proporción era de veinte a una.
La crisis general del siglo XVII
Hugh Trevor-Roper 143
de la tesorería la fomentaba sobremanera, ya que los cargos, en el siglo
dieciséis, no se daban de manera gratuita: se vendían, y –por lo menos
al principio– el importe de la compra se iba a la Corona. Si la Corona
podía vender más y más puestos a precios más y más altos, dejando que
esos puestos los pagara el país, era una manera indirecta, si bien tam-
bién exasperante y difícil de manejar, de cobrar impuestos al país. Por
consiguiente, los príncipes se veían fácilmente tentados a crear nuevos
cargos, y a beneficiarse de la competencia que hacía subir los precios.
En cuanto al comprador, habiendo pagado un precio alto, naturalmente
buscaba hacer crecer sus ganancias aún más, para poderse recuperar de
sus gastos con un margen decente: un margen decente con el que un
hombre ambicioso podría esperar, al final, construirse una casa como
Hatfield o Knole, entretener a la realeza en banquetes que costaran miles,
retener y recompensar a un ejército de clientes, plantar jardines exóticos
y recolectar objets d’art y retratos.
Así que el “Estado renacentista” consistía, en el fondo, en una burocra-
cia en constante expansión la cual, aun siendo al principio una burocracia
funcional, se había convertido al final del siglo dieciséis en una burocra-
cia parasitaria; y esta burocracia en constante expansión se sostenía en un
margen igual de expansivo de “deshecho”: deshecho que se encontraba
entre los impuestos obligatorios para el súbdito y los ingresos recolectados
por la Corona. Ya que la Corona no podía permitirse una pérdida absoluta
de ingresos, está claro que la expansión del deshecho tenía que ser a ex-
pensas de la sociedad. Es igualmente claro que sólo podría soportarse si la
sociedad misma se expandiera en riqueza y números. Afortunadamente,
en el siglo dieciséis, la economía europea estaba en expansión. El comercio
de Asia, los lingotes de África y América, soportaban la máquina europea.
Esta expansión puede haber sido desigual; puede haber habido presiones
y pérdidas; pero fueron las tensiones del crecimiento, las cuales podían
absorberse, pérdidas individuales que podían ser pasadas por alto. Las
ocasionales bancarrotas del Estado despejan las viejas deudas: no afectan
necesariamente la nueva prosperidad. La guerra incrementa el consumo:
no necesariamente consume las fuentes de riqueza. Una economía flo-
reciente puede soportar muchas anomalías, muchos abusos. Puede aún
***
14
Correspondencia Oficial de... Gondomar, Madrid, 1944, III, 232. P. Mantuano, Casamien-
tos de España y Francia, Madrid, 1618, pp. 124-5, citado en Agustin González de Amezúa,
Lope de Vega en sus Cartas, Madrid, 1935, I, 70-I.
* N. del trad.: Indian Summer, un periodo de calor que se registra en el otoño.
15
Gerald Brenan (1951), The Literature of the Spanish people, Cambridge, p. 272.
16
Publicado en Valladares, Semanario Erudito, vol. XI, Madrid 1788, (Le debo esta referencia a
Mr. J. H. Elliott).
La crisis general del siglo XVII
Hugh Trevor-Roper 149
blemas, o tratando de enfrentarlos, antes de que fuese demasiado tarde. Y
estas exigencias, estos problemas, no son constitucionales, no conciernen
métodos de producción. Esencialmente son exigencias de emancipación
del peso de la centralización; de reducción de tarifas; reducción de cargos
caros e inservibles, incluyendo –aun en España– los puestos clericales; la
abolición de la venta de cargos (“porque quien subcontratare o compra-
re cargos se condena a sí mismo a ser un extorsionista”, y “aquellos que
compran caro deben vender caro”); la abolición de la herencia de cargos;
la abolición de aquellos onerosos impuestos indirectos y que le dan tan
poco a la Corona pero de cuyo superabundante “desperdicio” se alimenta
la siempre creciente periferia de la Corte.
***
18
Para la propuesta de Bacon, ver sus Works, ed. Spedding, IV, 249 y siguientes; para Richelieu
(1947), su Testament Politique, ed. Louis Andre, París, pp. 204-5; para España la Consulta del
Consejo Supremo de Castilla, publicada en P. Fernández Navarrete (1947), Conservación de
Monarquías, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, vol. XXV, p. 450.
19
Ver en particular Pascual Gayangos (1869), Cinco Cartas Politico-Literarias de D. Diego Sar-
miento, Conde de Gondomar, Madrid, Sociedad de Biblíofilos, Tom. IV.
20
Para un resumen de estas reformas ver H. Bérindoague (1929), Le Mercantilisme en Espagne,
Burdeos, pp. 85-104.
La crisis general del siglo XVII
Hugh Trevor-Roper 153
va. La clase media era débil y estaba infestada de burócratas; los antiguos
pueblos de las Cortes habían sido suprimidos en su último levantamiento
contra el Estado borgoñón; y las Cortes de Castilla eran ahora un cuerpo
aristocrático que difícilmente buscaba algo más que poner reparos. A
pesar de las constantes exigencias para reducir y expropiar, la riqueza y
el número de iglesias y monasterios seguían creciendo constantemente;
así como también los puestos en las cortes y la venta de los puestos. En
1621 –el primer año de crisis y de fervor reformista– el número de fun-
cionarios reales había sido fijado por la ley. En 1646 las Cortes de Castilla
apuntaban hacia las consecuencias factuales: en vez de un presidente y
tres cancilleres de tesorería, había tres presidentes y once cancilleres; en
vez de tres contadores y un fiscal, había ahora catorce contadores; en vez
de cuatro cancilleres de guerra había ahora más de cuarenta; y todos
ellos, asalariados o sin salarios (ya que sus salarios, sus “tarifas”, eran ni-
miedades de todos modos), tenían entretenimiento, gastos, alojamiento
y privilegios a expensas del súbdito.21 El peso de esta carga podía haber
sido redistribuido un poco dentro del país, pero ciertamente no se ha-
bía reducido.22 Tampoco había sido habilitada la economía española
para soportarlo, porque mientras tanto la riqueza nacional de España
no había crecido, se había reducido. Las voces de los mercantilistas eran
sofocadas. El comercio de España había sido asumido casi por completo
por extranjeros. La vitalidad del país fue aplastada bajo el peso muer-
to de un Ancien Régime no reformado. No fue sino hasta el siguiente
siglo que una nueva generación de arbitristas –filósofos inspirados por
el ejemplo inglés y francés– tendrían de nuevo la fuerza y el espíritu
21
Consulta de las Cortes de Castilla, 18 de Agosto, 1646, impresa en Alonso Núñez de Castro
(1669), Libro histórico politico, Sólo Madrid es Corte, 2a. ed. Madrid, pp. 84 y siguientes. Este
libro entero, escrito por el cronista real y publicado por primera vez en 1658, ilustra el proceso
que estoy describiendo.
22
Para la redistribución actual (aunque no legal) de las cargas fiscales de España bajo Felipe IV,
ver el interesante artículo de A. Domínguez Ortiz, “La desigualdad contributiva en Castilla
en el siglo XVIII”, en el Anuario de Historia del Derecho Español, 1952.
23
Para estos arbitristas del siglo dieciocho ver el excelente trabajo del Sr. Jean Sarrailh (1954),
L’Espagne Eclairée, París, el cual sin embargo no revela hasta qué punto Ward, Jovellanos,
Campomanes, etc. estaban repitiendo el programa de los mercantilistas españoles de princi-
pios del siglo diecisiete.
La crisis general del siglo XVII
Hugh Trevor-Roper 155
Además, si fue accidente más que diseño lo que había librado a las
Provincias Unidas del Estado renacentista, la política había logrado
también la otra reforma económica de la que he escrito. No es que haya
habido una revolución “burguesa” o “capitalista” en Holanda.24 La in-
dustria neerlandesa era relativamente insignificante. Pero los nuevos
gobernantes de Holanda, buscando los medios para resguardar su libertad
ganada a duras penas, se dispusieron a imitar la fortuna y los métodos de
aquellas comunidades mercantiles más antiguas que habían preservado
su independencia a través de los siglos combinando racionalmente su
riqueza comercial y su poder marítimo. Al adoptar las técnicas de Italia,
dándole la bienvenida a los emigrés expertos de Amberes, y siguiendo
las viejas normas de la política veneciana, Amsterdam se convirtió, en el
siglo diecisiete, en la nueva Venecia del norte. La originalidad económica
de la Holanda del siglo diecisiete iba a mostrar que, aun después de la
conquista y el reino de los príncipes renacentistas, a quienes ellos solos
habían expulsado, el mercantilismo de las ciudades no había muerto:
podía ser revivido.
Entre la España parcialmente reformada y la Holanda completamente
reformada yace lo que es quizá el más interesante de todos los ejemplos,
la Francia borgoñona. Francia, en el siglo diecisiete, ciertamente no
fue inmune a la crisis general, y en los Frondes hubo una revolución, aun-
que fuera relativamente pequeña. El resultado fue, como en España, una
victoria para la monarquía. Triunfando sobre sus críticos y adversarios,
la monarquía del Ancien Régime sobrevivió en Francia, y sobrevivió un
siglo y medio más. Por otro lado, la monarquía francesa de Luis XIV no
fue como la monarquía española de Felipe IV y Carlos V. No fue econó-
micamente parasitaria. La industria, el comercio, la ciencia, florecieron y
crecieron en Francia, a pesar de la “falla” de la “revolución burguesa”, no
menos que en Inglaterra, a pesar de su “éxito”. En apariencia, en 1670, en
24
Que la economía de las Provincias Unidas no fue una nueva y revolucionaria forma de ca-
pitalismo, sino un regreso al sistema de las ciudades italianas medievales es un argumento
del Sr. Jelle C. Riemersma en su artículo “Calvinism and Capitalism in Holland, I550-1650”,
Explorations in Entrepreneurial History, I, (i), p. 8, y lo admiten aun marxistas como el Sr. Dobb
y el Sr. Hobsbawm, quien llama a la economía holandesa “una economía de negocio feudal”,
(op. cit., p. 55).
25
Para el mercantilismo de Richelieu ver H. Hauser (1944), La Pensée᾿et l᾿Action Economique du
cardinal de Richelieu, París. Para su reforma de la casa real, ver el artículo de M.R. Mousnier
(1955), en el vol. I de Histoire de France, ed. M. Reinhard, Paris. (Le debo esta referencia a J.P.
Cooper).
La crisis general del siglo XVII
Hugh Trevor-Roper 157
fueron suficientes. Sin duda Richelieu y Mazarin tuvieron otras ventajas
en su exitosa lucha por mantener el Ancien Régime francés en la era de
las rebeliones de los hugonotes y de las Frondes. Tenían un ejército bajo
el control real absoluto; tenían impuestos cuyo aumento no recaía sobre
la aristocracia, congregada y vocal en el parlamento, sino en campesinos
dispersos e inarticulados; y tenían su propio genio político. Pero también
tenían un sistema de Estado que ya había padecido una reforma saludable:
un Estado que, en la mente de Richelieu y en las manos de su discípulo
Colbert, podía convertirse en un Estado mercantilista, organizado racio-
nalmente tanto para el poder como para la ganancia.
Finalmente, tenemos a Inglaterra. En Inglaterra la Corona no tenía
el mismo poder político que en Francia o en España, y los impuestos
recaían en la aristocracia, poderosa en sus condados y en el Parlamen-
to. En Inglaterra, por lo tanto, era doblemente importante enfrentarse
al problema y resolverlo. ¿Qué tanto fue enfrentado realmente? Para
contestar esta pregunta veamos por turnos los dos lados del problema:
administrativo y económico.
En el siglo dieciséis, el sistema del Estado inglés no había sufrido ni
se había beneficiado de ningún destructivo accidente como el que había
sucedido en Holanda o Francia. La Corte renacentista de los Tudor, cuya
parsimonia bajo Isabel había sido tan irreal y cuya magnificencia y ce-
remonia había impresionado de tal manera a los visitantes extranjeros,
sobrevivió intacta el comienzo del nuevo siglo, cuando su costo y espec-
táculo fueron magnificados sin medida por el Rey Jacobo y sus favoritos.
Ya en 1604 Francis Bacon le había advertido al rey del peligro: la Corte,
dijo, era como una ortiga; su raíz, la Corona misma, “no tenía veneno
o maldad”, pero sus hojas “al tacto eran venenosas y punzantes”.26 Dos
años después, el gran ministro del Rey Jacobo, Roberto Cecil, Conde de
Salisbury, intuyó una revolución en contra de la misma carga de la Corte;
y en 1608, al convertirse en Lord Tesorero, puso todas sus energías en
una gran e imaginativa solución a todo el problema. Buscó racionalizar
la recaudación de impuestos y la renta de las tierras de la Corona, para
reformar la Casa Real, liberar la agricultura de restricciones feudales, y
26
Francis Bacon, Works, (ed. Spedding) III, 183.
27
Nunca se le ha hecho justicia pública al programa de reforma de Salisbury de 1608-12, aunque
el “Gran Contrato”, el cual fue sólo parte de ella, es muy conocido. La evidencia de esto se
encuentra desperdigada entre documentos de la época. De los contemporáneos, sólo Sir Walter
Cope y Sir William Sanderson, quienes habían colaborado en ella, buscaron hacerla conocida
y entendida, pero ni la Apología al difunto Tesorero de Cope (la cual fue dada al rey en MS) ni
el Aulicus Coquinariae de Sanderson fueron publicados en esa época. El arzobispo Goodman
y Sir Henry Wotton también la apreciaron, pero tampoco publicaron su juicio. (Ver L. Pearsall
Smith, Life and Letters of Sir Henry Wotton, 1907, II; Goodman, op. cit. I, 36-42, 487-9).
28
Los proyectos de Bacon están desperdigados por sus escritos, los cuales recolectó Spedding.
Uno sólo debe comparar sus varias propuestas de reforma a la corte, la ley, la educación, la
iglesia, las haciendas de la Corona etc., con las demandas del partido radical en 1640 para ver
la verdad de la declaración de Gardiner (en Dictionary of National Biography voz Bacon) que
su programa, de haber sido llevado a cabo, pudo haber prevenido la revolución. Para el trabajo
de Cranfield ver R.H. Tawney (1958), Business and Politics under James I.
* N. del trad.: Es decir, a los banqueros y comerciantes.
29
El predicador era Hugh Peters, como está citado en State Trials, V. I, 129-30.
30
Aquellos que ven la revolución entera como una revolución burguesa basada en la fuerza de
la política mercantil del periodo de crisis entre 1651 y 1653 podrían bien reflexionar (a) que
esta política, de la paz con España, leyes de navegación y rivalidad con Holanda por la pesca
y el comercio, había sido la política de Carlos I en la década de 1630, y (b) que fue repudiada,
de manera enfática y efectiva, por aquellos que habían traído la revolución a una cuestión
“exitosa”–el ejército puritano– y sólo se revivió en la restauración de la monarquía.
E
l documento que a continuación reproducimos, British Strategy in
a Certain Eventuality* –titulado en español por nosotros como Una
nación amenazada– formó parte de los archivos militares ultrase-
cretos británicos –top secret, para usar el término en inglés–, y detalla la
estrategia que el Reino Unido pondría en operación para sobrevivir a una
invasión de las islas por la máquina de guerra nazi, probabilidad que en
1940 se juzgaba altamente posible.
Desde aquellos años, los documentos clasificados de la Segunda Guerra
Mundial estuvieron bajo resguardo de la War Office –Oficina de Gue-
rra– convertida en Ministerio de Defensa en 1964. Este documento y otros
fueron desclasificados aproximadamente setenta y cinco años después de
haber sido redactados y hasta donde tenemos noticia, la Revista Mexicana
de Cultura Política es la primera publicación en darlo a conocer en español.
Una nación amenazada es especialmente interesante porque resulta
una aproximación a la conflagración iniciada por Hitler en 1939, desde
la perspectiva político-militar británica. Cuando comenzó la Segunda
Guerra Mundial, Europa todavía no terminaba de superar los efectos de
la Primera Guerra Mundial y las secuelas de la Crisis de 1929, razones
poderosas que explican en parte por qué Gran Bretaña y Francia, los
principales aliados de la Europa Occidental, se mantuvieron mudas e in-
móviles cuando Alemania incumplió el Tratado de Versalles –rearmándose
en violación de los términos de la capitulación– del mismo modo que mira-
ron hacia otro lado cuando Hitler anexó Austria e invadió Checoslovaquia.
La reconstrucción nacionalsocialista alemana no consistió exclusiva-
mente en formar un gran ejército soportado en una fuerte industria bélica,
estuvo alimentada también por alianzas, gestiones diplomáticas y un exten-
so trabajo político que incrementaba el poderío alemán –interno y externo–
o disminuía a sus enemigos.
Manchester, William y Paul Reed (2012), The Last Lion. Winston Spencer Churchill Defender
1
Ibíd.
2
E
l propósito de este documento es investigar cómo podríamos seguir
combatiendo por cuenta propia si la resistencia francesa colapsara
por completo, incluyendo la pérdida de una parte considerable de
la Fuerza Expedicionaria Británica, y si el gobierno francés llegase a un
acuerdo con Alemania. Las suposiciones que hemos hecho se encuentran
en el Apéndice A del Anexo. Las más importantes de ellas son:
(i) Estados Unidos de América está dispuesto a darnos apoyo eco-
nómico y fiscal absoluto, sin el cual no creemos poder continuar
la guerra con posibilidades de triunfar.
(ii) Italia ha intervenido en nuestra contra.
2. Nos hemos hecho dos preguntas en particular:
(a) ¿Podría el Reino Unido seguir resistiendo hasta que se hiciera
presente la ayuda del Imperio y de Estados Unidos? y
(b) En última instancia, ¿podríamos aplicar suficiente presión eco-
nómica sobre Alemania para asegurar su derrota?
Resumimos nuestras conclusiones y recomendaciones más adelante.
Con respecto a lo segundo hay una gran cantidad de medidas que consi-
deramos deben ser implementadas de inmediato independientemente de
la probabilidad o no de un colapso francés.
Adjuntamos nuestra evaluación pormenorizada en un Anexo.
Conclusiones
Factor aéreo
Defensa civil
Fuerzas terrestres
Suministros marítimos
El extranjero
Objetivo
Defensa civil
* N. del Ed.: La unidad militar división consta de 10,000 a 30,000 soldados; la brigada tiene entre
3,000 y 10,000.
* N. del Ed.: Puerto noruego del norte, considerado estratégico en la época para abastecer a
Alemania de materias primas indispensables en la industria bélica.
** N. del Ed.: En terminología militar, un conjunto de cañones para saturar con bombas una zona
determinada.
Suministros Marítimos
Fuerzas navales
El Lejano Oriente
Presión económica
Acciones subversivas
En Nadie acabará con los libros se del libro. Este tipo de preguntas,
ofrecen al lector entrevistas hechas sin embargo, han surgido siempre
por Jean Philippe de Tonnac al se- que nuevos productos tecnológicos
miólogo y escritor Umberto Eco y hacen su aparición. No sólo eso,
al guionista de cine Jean Claude cuando surge algo nuevo: una idea,
Carrière, que se convierten en una una religión, ciertas costumbres; en
especie de conversación donde tales casos es válido preguntarse qué
ambos, en síntesis, hacen una apa- pasará con los anteriores. A pesar de
sionada defensa del libro. No podía ello, el libro, como bien afirma Eco,
ser de otro modo, ya que ambos es- es un producto tan perfecto, como la
critores son reconocidos bibliófilos y cuchara, el martillo o las tijeras, que
adoradores de los libros; de hecho el nada lo superará. Nadie acabará con
título original es N’espérez débarraser los libros es un texto imprescindible
des livres (no esperen eliminar los para los amantes de la lectura, del
libros). Las imágenes de la biblioteca conocimiento y para quienes va-
de Umberto Eco, para quien la des- loran las opiniones inteligentes de
cripción no baste y desee constatar dos hombres que han dejado una
esta pasión por un objeto sencillo marca perenne en la cultura de la
y misterioso a la vez puede visitar humanidad. Uno, en el mundo de
Youtube, donde encontrará un video la cultura y los significados y el otro
en el que Eco muestra ese acervo en el mundo fílmico con su trabajo
calculado en 50 mil volúmenes con de guionista. Dos perspectivas dife-
la satisfacción y orgullo de poseer un rentes y valiosas que hablan de un
verdadero tesoro. objeto que los marcó y permanecerá,
porque el libro pasó de ser un obje-
La proliferación de dispositivos
to a convertirse en un concepto,
móviles en los que es posible leer
como instrumento imprescindible
textos da lugar, naturalmente, a la
del conocimiento.
interrogante sobre la permanencia
208 Revista Mexicana de Cultura Política NA
Los Contemporáneos en
El Universal
Jorge Cuesta, Salvador Novo,
Jaime Torres Bodet y
Xavier Villaurrutia
El Universal
Introducción de
Vicente Quirarte
México, 2016.
Kathleen Stokker
Doctora en Estudios Escandinavos por la Universidad de Wisconsin. Hizo
estudios sobre el folclor noruego en la Universidad de Oslo y sobre folclor
en Madison, Wisconsin, bajo el auspicio del National Endowment for the
Humanities. Maestra en Literatura Noruega y licenciada en Química. Fue
profesora de noruego en St. Olaf College, en Moorehead State University
y en Luther College de 1978 a 2012, donde también fue directora de Es-
tudios Escandinavos. Pertenece a diversas instituciones relacionadas con
el estudio del folclor, el noruego y los estudios escandinavos.