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MODULO 1.
CONTENIDOS
1.1. INTRODUCCCIÓN
Una secuencia que se verá complementada con la inclusión de la Sociedad del Espectáculo,
además del papel que desempeñan las tecnologías en la Sociedad del Conocimiento, sobre todo
en lo relacionado con la cibercultura, y la educación a distancia.
Cuatro puntos de vista que tienen como finalidad acercar la parte social de la sociedad del
conocimiento que se extiende en la educación y olvida que, por ejemplo, la escuela también es un
agrupamiento social reflejo de las coordenadas políticas, económicas o tecnologías de una
determinada sociedad: la del siglo XXI en el contexto occidental.
1.2. OBJETIVOS
1.3. CONTENIDOS
LA MULTICULTURALIDAD
Centrando el discurso sobre los medios de comunicación, valdría reproducir la definición que
realiza el comunicólogo anglosajón, Denis McQuail, quien la considera como ese “algo colectivo y
compartido con los demás (no hay cultura puramente individual); ha de tener alguna forma
simbólica de expresión, tanto prevista para tal efecto como no; manifiesta cierta pauta, orden o
regularidad y por tanto, alguna dimensión de evaluación (...). Pero, quizás el atributo más general
y esencial de la cultura es la comunicación, puesto que las culturas no se podrían desarrollar,
sobrevivir, difundirse y tener éxito en general sin la comunicación” (McQuail, 2000: 159).
La cultura contemporánea postmoderna pasa por ser el resultado del binomio formado por la
dualidad entre lo global y lo local, teniendo como consecuencia el emergente concepto glocal, una
derivación a partir de la relación entre el pensamiento global, que se extiende, y la cultura local,
que intenta prevalecer. Ambos conceptos, anteriormente apuntados, se asientan sobre la
galopante globalización económica e ideológica, así como en sus conexiones a gran escala,
contrapunteadas por la inmediatez de la exaltación de los valores y sentimientos específicos o las
identidades localistas basadas en la historia y en el factor cultural. No obstante, como común
denominador al concepto señalado como glocal, subyace el aglutinante mclughaniano de la aldea
global (McLuhan y Power, 1995), o bien el acuñado por Echevarría (1994) de habitabilidad en el
territorio de Telépolis... No exenta de palmarios intereses espurios que eclipsan la convivencia
(Echevarría, 2000).
Un nuevo hecho que habría que adscribir al término de multiculturalidad, es el que hace
alusión a su propia jerarquización. E, igualmente, la principal consecuencia que se establece de
esta jerarquía, que ha supuesto una considerable ruptura cultural, diríamos que ha sido la
desigualdad. De este modo, se rompe el binomio (local/global) y se establecen diferencias que
llegan a determinar las desigualdades, surgiendo una interpretación perniciosa donde la
diversidad cultural (multiculturalidad) es casi lo mismo que las desigualdades culturales. La
jerarquía cultural impide ver la diversidad como algo enriquecedor y natural. El encuentro entre las
culturas, la convivencia entre las personas, es un acontecimiento estructural y no un hecho
meramente, excepcional. En este sentido, cabría aceptar antes la diferencia que caer en la
abominable indiferencia, que termina asensibilizándonos ante los demás y desconsiderando lo
que no nos incumbe (Colom González, 2001).
La sociedad actual, en la que nos desarrollaremos como personas, debe aceptar la diferencia
y promover el pluralismo cultural como resultado e inferencia de la realidad social y económica a
la que pertenecemos. La lógica ha de prevalecer para aceptar la diversidad y el Estado debe ser
garante de ello, sin fagocitarlo (asimilación, aculturación o desculturalización de un grupo). En este
sentido, cabría parafrasear unas líneas del pensador italiano, Giovanni Sartori, quien apunta:
“Hasta ahora se ha mantenido siempre que el principio de ciudadanía produce ciudadanos iguales
–iguales en sus derechos y deberes de ciudadanos- y que, viceversa, sin ciudadanos iguales no
puede haber ciudadanía. Lo que implica, entre otras cosas, que la ciudadanía postula la
neutralidad o “ceguera” del Estado respecto a las identidades culturales o étnicas de su demos”
(Sartori, 2001: 99).
Aquí hay, o debería haber, cabida para todos y todas; a la postre, lo que se pretende es
aceptar y desarrollar una sociedad plural, más justa y democrática, donde a las personas se las
valoren no, sólo o exclusivamente, por lo que hacen sino, también, por cómo lo hacen. En cierta
manera, es un alegato a la coexistencia, a la convivencia sin distinción o cuestionamiento alguno
de etnia o color de la piel, religión o estatus socio-económico, edad o ideología, condición física o
mental, sexo u opción sexual. En definitiva, entendamos estas líneas como un llamamiento al
respeto entre los unos y los otros; como un hecho de lucidez y madurez de la convivencia
personal y social.
“El fin parece ser el de desanimar los proyectos de instalación duradera. Se prefiere mano de obra con
carácter temporal y sin el anclaje de la familia con el fin de acrecentar su flexibilidad laboral y un
eventual retorno. La protección de los solicitantes de asilo se rebaja en cantidad y calidad (bonos en
lugar de ayudas económicas, dispersión por el territorio), a los estudiantes se les dificulta el tránsito
hacia el mercado de trabajo y a los ascendientes e hijos del inmigrante principal se les extreman las
condiciones para el reagrupamiento” (Izquierdo Escribano, 2003: 415).
Para hacer de la convivencia multiculturalidad una actividad cotidiana, ésta debe pasar por la
magia de la educación. Para salvar las diferencias y para limar asperezas nada mejor que un buen
proyecto educativo teniendo como eje vertebrador la interculturalidad (Aguado, 1996. Amar,
2002a). De este modo, la educación intercultural es aquella que reconoce la diversidad a todos los
niveles y la integra como una riqueza a preservar, además de utilizarla en el “continuum”
desarrollo y la construcción del conocimiento y la sensibilidad de todos los implicados en ella. La
interculturalidad en educación es un gesto que impulsa el reconocimiento de los otros como grupo
y soslaya la imposición cultural (hegemónica). Y, en este contexto educativo, se ha de generar
actitudes y actividades que favorezcan la aceptación y no la discriminación. Para ello, no valdría la
inclusión de estrategias que vengan a reforzar las diferencias sino, más bien, en aquellas otras
que propicien a conocerlas, comprenderlas, respetarlas y “compartirlas”. En palabras del
investigador Luis Aranguren Gonzalo (1998): “Enseñar la igualdad, aprender la diferencia”.
Este modelo educativo que apuntamos, no sólo se circunscribe al marco del aula sino que se
hace extensible al concepto de educación en general, es decir, a la escuela, la familia, el grupo de
iguales, los medios de comunicación, etc. Del mismo modo, señalar que está inspirada en el
respeto a la diversidad y la aceptación de las diferencias. Es un ejercicio complicado que tiene
entre sus objetivos prioritarios la construcción de un modelo en el cual insistimos sea social, plural
y justo. La educación multicultural/intercultural es un grado de madurez personal y social de quien
la practique, y del modelo social al que pertenezca (Díaz-Aguado, 1996. Bruner, 1997). Es un
sano ejercicio que da cobertura a las expectativas formativas, culturales, afectivas de sus
miembros. En definitiva, es una apuesta en tiempo presente para el futuro cimentado sobre la
integración, la adaptación, la asimilación y el enriquecimiento de las personas que conforman este
modelo social y educativo.
«La fuerza de cada país y del conjunto de los países de la tierra es abrir espacios múltiples que
posibiliten la creación, la diversidad, las libertades. Oponerse significa empobrecerse y por lo tanto
retrasar la construcción del nuevo mundo. Esta construcción necesita apoyarse en ejes culturales y los
países han aprendido por dolorosa experiencia, que el respeto a las culturas ha sido su fuerza y la
intolerancia la debilidad que les ha conducido al desastre» (Gelpi, 1993: 28).
EL NEOLIBERALISMO
Hace algunos años atrás el pensador alemán Albert Einstein revolucionó la trayectoria de la
Humanidad a partir de la teoría de la relatividad. La fórmula, aparentemente, sencilla de E = mc²
(por la que recibió el premio Nobel de Física en 1921) estableció un antes y un después de la
ciencia, ya que con esta teoría del universo transformó la mayoría de las acepciones y
concepciones previas sobre el cosmos, la geometría y la ciencia moderna en general.
Einstein fue una persona de su tiempo preocupado, entre o tras cosas, por la educación y por
la paz. En este contexto, es el propio pensador quien realizó una cuestión que se perpetúa y aún
tiene vigencia, en la cual procura establecer las relaciones existentes entre el tiempo en que
naces y vives y su correspondencia con la sociedad en la que te desenvuelves. Tal como él
formulaba el interrogante, la respuesta no se deja esperar.
«Es una pregunta antigua: ¿cómo debe comportarse el hombre si el Estado lo obliga a ciertas acciones,
si la sociedad espera de él cierta actitud que su conciencia considera injusta?
La respuesta es fácil: dependes por completo de la sociedad en que vives» (Einstein, 1981: 17).
pertinente observar en qué momento decrece el envite de la marea, a quién o a qué nos podemos
asir y nunca olvidar que la realidad también se transforma desde parcelas individuales o de
pequeños grupos, con el ejemplo sobre los demás, con la impulsión de una nueva ética, con el
compromiso cotidiano (Serrano Gómez, 1994).
Este preliminar un tanto político nos permite centrarnos en la visión sobre la emergente política
neoliberal que lo cubre todo. Es el propio Javier Tussell quien habla de “nuevos valores” (Tussell,
1997: 297-305) para que se cumplan las garantías del estado democrático. No basta con la
división de poderes, un sistema electoral o el amparo del derecho de libertad de expresión. Y son
estos valores los que construyen y legitiman al poder y articulan para la ciudadanía las garantías
necesarias para desempeñarse con libertad. Sin embargo, la sociedad evoluciona y también el
pensamiento y el sentir popular, planteándose el sentido de la democracia, de la nueva ética y,
sobre todo, en quién deberá recaer la responsabilidad política.
«En definitiva, un rasgo muy característico de la democracia del futuro va a ser la inversión de una
actitud que ha sido habitual hasta el momento. Si en el pasado la clase política ha considerado que la
democracia es lo suficientemente importante como para no dejársela a los ciudadanos normales, ahora
parece que el futuro nos lleva a que el ciudadano considere que la democracia es lo bastante crucial
como para no abandonarla a los políticos» (Tussell, 1997: 310).
matrimonio entre unas determinadas tecnologías, unos procesos de trabajo y unos modelos de
consumo. El fordismo, que se caracteriza por la fabricación en serie y el consumo de masas, la
mano de obra semiespecializada y el crédito fácil, fue un ejemplo de un régimen de acumulación,
pero éste se ha derrumbado”.
En este marco que hemos determinado en el cual incluimos este epígrafe sobre el
neoliberalismo, hemos pretendido establecer unas coordenadas de pensamiento en las cuales se
asienta la nueva educación, y su mirada en la política (y la ideología, la sociedad…), la que se
desenvuelve en tiempo presente, la que mira al futuro y tiene como referente, tal vez, a su propia
historia. En palabras del profesor Jurjo Torres (2001: 71) “podemos afirmar que los gobiernos
están obsesionados por confirmar sus proyectos políticos tecnocráticos en educación, más que
por ponerlos realmente a prueba”. Sin embargo, esta transformación que experimenta el sistema
educativo está enmarcado dentro de la mirada postmoderna (Gervilla, 1997), donde la razón
comparte protagonismo con los discursos evanescentes o la no linealidad de los hechos, así como
dentro del emergente tecnicismo de la sociedad que mira a éste como la panacea del devenir. No
obstante, un resultado inmediato del avance del neoliberalismo es la globalización, aspecto al que
le dedicaremos un item de análisis, ya que consideramos que resulta imprescindible su abordaje
para comprender el modelo de sociedad emergente y contemporánea al que nos referimos.
LA GLOBALIZACIÓN
Para ello, partimos de dos referentes: el primero, el “inspirativo” libro escrito por Adam Smith,
en 1776, bajo el título El bienestar de las naciones en el cual se establecen las relaciones entre
producción mecanizada y a gran escala, además de la impersonalidad en el proceso; y, el
segundo, ya en la contemporaneidad en el momento en que la bipolarización del medio siglo XX
quedará atrás y la galaxia Gutenberg se vio superada por la incipiente Internet, allá por los años
80. En este entonces, la sensación que se alimentaba hacía pensar que todo iría a cambiar
vertiginosamente. Asimismo, el envite de las nuevas tecnologías y la sociedad de la información
(Mari, 1999) generan un nuevo modelo de comunicación y de gestionar los bienes de consumo. La
multipolarización se diluía ante un emergente proyecto neoliberal de corte económico e ideológico
que lo invade todo; de igual modo que la aldea global de McLuhan queda superada por la idea de
que convivimos en un barrio entre desconocidos. En este sentido, queremos hacer hincapié en
que la globalización surge como una necesidad económica que se ampara en Internet como
infraestructura, insertándose en la dimensión político-ideológica y cultural-educativa de las
personas e instituciones (Martín, 1998).
«La aparición del término “global” no es casual, es la gran “metáfora” con que describimos la
característica de entorno principal del proceso que vamos a estudiar: La tendencia a la globalización y
mundialización de las relaciones políticas, económicas y mediáticas que caracterizan los intercambios
entre países en la última década. Unos intercambios que se soportan en la existencia de redes de
comunicaciones globales, en continuo crecimiento que debe desembocar en lo que desde hace poco
tiempo se denomina la Infraestructura Global de la Información (Global Information Infrastructure, GII),
el tejido nervioso de lo que será la futura Sociedad Global de la Información» (Pérez Martínez, 1997).
La dictadura del capital que condiciona la política de los gobiernos, al igual que las
imposiciones que pautan la cultura homogénea y hegemónica en todo el mundo, basada en el
galopante culto al consumo, el desmoronamiento de las fronteras y la pérdida de identidad cultural
y social, hacen que las premisas de este modelo económico merodeen a merced por la faz de la
tierra, asentándose en doquier, soslayando las demandas locales y centrifugando a las personas
excluidas. En este sentido, los mercados/finanzas imponen las pautas y las consecuencias son,
fundamentalmente, sociales. Igualmente, no sería del todo precipitado hablar de una
fragmentación social, exclusión a partir de la imposición de las directrices neoliberales donde
impera la política de los beneficios, de la productividad (Clark, 1999).
La globalización, grosso modo, es un fenómeno que ha superado todas las expectativas y está
siendo el motor de importantes facetas de la contemporaneidad (Semprun, 1999). La globalización
como sistema único se ha extiendo por todo el orbe; y es una nueva manera de imperio, una
especie de expansión sin fronteras de la economía de mercado. A modo de resumen, en su
doctrina cabría considerar que la globalización es una teoría sobre el libre acceso de todas las
empresas a todos los mercados del planeta, con la premisa de que ha de existir igualdad de
condiciones, lo que implica la existencia de grandes concentraciones de poder económico con
notorias influencias sobre lo cultural y graves consecuencias en todo lo concerniente a lo social.
Todo está globalizado desde el pensamiento, hasta la economía contando como común
denominador –insistimos- con el arma de los medios de comunicación de masas y con las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación... En cierto modo, tal como afirma el profesor de
la Universidad de Málaga, Pérez Gómez (2000: 7-8), “la revolución electrónica que preside los
últimos años del siglo XX parece abrir las ventanas de la historia a una nueva forma de ciudad, de
configuración del espacio y el tiempo, de las relaciones económicas, sociales, políticas y
culturales, en definitiva a un nuevo tipo de ciudadano con nuevos hábitos, intereses, formas de
pensar y sentir, una forma de vida presidida por los intercambios a distancia, por la supresión de
las barreras temporales y las fronteras espaciales”.
Es evidente que se ha superado la guerra fría para dar entrada a otro modelo de
aniquilamiento que deja a las personas heladas, catatónicas o, como mínimo, sumidas en la
desesperación. La indefensión de los más desprotegidos es preocupante, la pasividad de los otros
es una vejación o la competitividad es el leif motiv de la cotidianeidad, pues la parcela de
supervivencia se libera día a día y se reduce al feudo personal (Harvey, 2003). La idea que
extiende la globalización es cambiar la convivencia por la supervivencia y la colectividad por la
masa amorfa, predecible y adoctrinada por el consumo y el falso bienestar. La criticidad se ve
depurada por la pasividad y lo personal prevalece sobre lo colectivo. A la postre, el egoísmo se
hace evidente, se potencia y está bien visto; aunque para atemperarlo surgen políticas
focalizadas, esnobistas y de campañas controladas en el tiempo-espacio, como podría ser
interpretado la tolerancia jerárquica o el asociacionismo dirigido.
La presumible expansión sin frontera ha generado una economía de mercado radical (de
intereses, de concentración de grandes emporios económicos...), donde no existe una idoneidad
de mercados en los que impere la igualdad de condiciones y esta premisa se hace extensible,
como penosa consecuencia, a la realidad social y educativa. Es decir, las consignas del mercado
global son fagocitadas por la educación y los criterios manejados en ésta (por ejemplo, la escuela)
responden a parámetros de competitividad, rendimiento o rentabilidad; dejando la propia
educación de ser (como política educativa, comunidad educativa...) el instrumento garantista que
fija, limita y hace valer las coordenadas de inclusión o exclusión de los ciudadanos y ciudadanas
del sistema (Del Río, 1999. Fariñas Dulce, 2000. Giddens, 2000).
«En suma, el capitalismo actúa como un depredador de territorios, que reconstruye para comercializar
como paisajes mercantiles. Pero si los explotadores son antipaisajistas especulativos, los
anticapitalistas han de convertirse en paisajistas morales. (...). Son las utopías, como paisajes ficticios
que permiten rediseñar el territorio colectivo. Pero si hasta aquí las utopías históricas –o de diseño
temporal, que busca colonizar y domesticar el futuro-, como todavía lo son tanto el viejo marxismo como
el neoliberalismo, en tiempos de globalización nos hace falta utopías geográficas de diseño espacial,
que busquen regenerar el territorio para recrearlo como nuevo paisaje cívico, donde todos podamos
desarrollar nuestras plurales capacidades de interacción corporal» (Gil Calvo, 2003: 14).
No sería del todo una presunción dar por finalizado este apartado reproduciendo unas
palabras del pensador y comunicólogo Ignaci Ramonet (1998: 73), quien al respecto de la
globalización se expresa en estos términos: “La empresa global de hoy en día ya no tiene centro,
es un organismo sin cuerpo y sin corazón, no es más que una red constituida por diferentes
elementos complementarios diseminados a través del planeta y que se articulan unos con otros
según una pura racionalidad económica, obedeciendo únicamente a dos palabras claves:
rentabilidad y productividad.”
LA POSTMODERNIDAD
La caída de la razón como referente, que cabría interpretarla como crisis, después de siglos
de presencia sobre todo a partir de la Revolución Francesa -como parámetro histórico- y la
Ilustración -como contexto cultural- viene avalada por un sinnúmero de acontecimientos que
tienen como eje vertebrador la sinrazón que se prolonga en el tiempo. La postmodernidad centra
su discurso en la reescritura de las categorías que se derivan de la aplicación de la razón. La
postmodernidad mantiene una visión híbrida, no purista de los hechos, con sus causas y
consecuencias. Una interpretación deconstructora de la hegemónica actividad imperante a partir
de la aplicación de la razón, la preponderancia del progreso (desarrollismo) y la ordenación que de
ella se desprende, sea en el ámbito de la ciencia, la técnica, el arte y la literatura, además de la
organización de la vida cotidiana. En palabras de David Lyon (1994:17) “¿Es la postmodernidad
una idea, una experiencia cultural, una condición social o quizá todo esto a la vez? Sin duda, la
postmodernidad existe como idea o como una forma de crítica entre los intelectuales y en los
medios de comunicación”.
Aquel modelo de interpretar los acontecimientos que emergía en los años ochenta y con
mayor vehemencia en la década de los noventa, en la actualidad ha penetrado en la ciudadanía
(Bueno 2000 y 2002). Tal vez, una visión milenarista y finisecular de descomposición de lo
anterior, un proceso de cambio que se explica a través de la provisionalidad, lo evanescente y lo
subjetivo de las interpretaciones, además de la ambigüedad y la ambivalencia en la cultura de la
escuela (Hargreaves, 1996).
Según Álvarez et alli (1994: 45-46), el final del metarrelato moderno se explica a raíz de la
presencia de instrumentos informáticos y de telecomunicaciones que permiten la
despersonalización del saber, la multiplicidad de los lenguajes y de los modos de expresión.
«En tal caso no es difícil deducir que la posmodernidad puede estar caracterizada por la
desindustrialización. Es decir, la transición hacia la sociedad de la información, en la cual el sector de
servicios sustituye a la industria de producción, el ordenador sustituye al torno y el ramo de la
información sustituye a la producción de artículos. (…) Al mismo tiempo, la nación se disgrega, de forma
inmediata, en dos direcciones. Por un lado vemos el ascenso de las culturas regionales a lo largo de
toda Europa (un proceso de localización y fragmentación). Y, por otro lado, vemos un proceso
contradictorio de globalización, en el cual las fronteras geográficas de nación son superadas por la
publicidad, por el marketing y por la televisión por satélite, con su flujo trasnacional de información y
cultura» (Morley, 1998: 94).
La posmodernidad, tal vez, antes de verla como un periodo de la historia, cabría considerarla
como un cambio en la mentalidad. Un punto y seguido en el devenir cambiante de los seres
humanos (Habermas, 1987. Fukuyama, 1992) que se hace extensible al aula y al resto de los
entornos educativos como la familia, grupo de iguales, medios de comunicación de masas,... que
han modificado nuestra escala de valores y nuestra forma de entender, comprender, compartir y
disfrutar la vida.
SOCIEDAD DE CONSUMO
La megalomanía y el sentimiento de opulencia lo está invadiendo todo. Por otro lado, en este
modelo social apuntado líneas atrás, mezcla de la sociedad neoliberal y el postmodernismo, el
resultado sería un esquema de supervivencia que pasa por el consumo, aunado por la fácil
accesibilidad que existe a los productos.
La sociedad de consumo que tiende hacia el bienestar, el confort, la opulencia, tiene como
acicate a la publicidad y su transversalidad persistente. En este sentido, “la publicidad no es
inocua. Los menajes publicitarios son uno de los componentes básicos de nuestra cultura. Es
fácilmente perceptible su omnipresencia en nuestra vida cotidiana a través del bombardeo de
estímulos icónicos, gráficos, sonoros, etc. que impregnan la totalidad de medios de comunicación
social y visten los mobiliarios de nuestras ciudades. Sin embargo, la importancia de estos
mensajes no se mide tanto por su cantidad como por la manera que tienen de entrar a formar
parte de un discurso cultural que construye, define y potencia determinados valores sociales”
(Colectivo Entrelínies, 1999: 149).
En este sentido, la intención publicitaria (Qualter, 1994, 19-20) lo invade todo y contamina la
mirada del usuario extendiéndose a escala planetaria. Esta pauta esparcida e imperante de la
publicidad incita a compartir la misma mentalidad de consumo en lugares bastante alejados en el
En esta indefensión ante la envolvente seducción mediática (Sánchez Noriega, 1997) se hace
más necesaria, si cabe, la educación en medios, su conocimiento y actuación sobre las diferentes
maneras que tiene la sociedad mediática y mediatizada de presentar necesidades para ser feliz,
para conseguir el añorado bienestar y la satisfacción como cultura. En este contexto mediado
donde el consumo es el verdadero motor de la producción, el ciudadano se convierte en
consumidor por antonomasia, en agente imprescindible de la sociedad de consumo, en la cual “se
desarrolla una sociedad de masas basada en un nivel aceptable de bienestar, placer y control en
donde la gente participa como miembros del mercado” (Schlesinger et alli, 1987: 92).
SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN
Fue Castells quien en su lúcida trilogía, Era de la Información, hizo una incursión monográfica
sobre lo que ha significado para la Humanidad la revolución tecnológica de la información.
Magistralmente, este sociólogo de trayectoria internacional analiza el Fin del milenio (1998) y
reflexiona sobre el nuevo entramado social que ha emergido, teniendo como denominador común
la “sociedad red”. Sin género de dudas, esta transformación total ha contribuido a que la
ciudadanía desarrolle nuevos hábitos de convivencia y desenvuelva nuevos valores, llevándole a
manifestar nuevas maneras de pensar, sentir y actuar.
«(…) al menos como hipótesis, se puede mantener que los ciudadanos nacidos en la era de la
tecnología de la información, tienen estructurada su cognición de modo cualitativamente distinto a las
generaciones precedentes. Una gran mayoría de los intercambios con el entorno aparecen ahora
mediados por alguna tecnología, la interacción depende más de los esquemas simbólicos y la
percepción visual que de la motora» (San Martín, 1995: 15).
«Pero estos medios –incluyendo a la prensa, radio, televisión y, por supuesto al cine-, no lo olvidemos,
se hallan al servicio de grupos dominantes que los manejan a su antojo; para servirlos adecuadamente,
necesitan del éxito a toda costa.
(...)
Los medios de comunicación moldean la opinión pública, a fin de ponerla al servicio de la voluntad
imperante. Todo pensamiento que no pueda ser inmediatamente aprovechado con fines políticos, se
desecha sin más» (Rossellini, R. 1977: 114-115).
Mattelart (1995: 19-22) se refiere a este modelo social como la “sociedad del flujo”, basado en
el principio de la interconexión y las posibilidades de crear mecanismos comunicativos
multidireccionales. Atrás quedaron los medios de transmisión, ahora lo que prima es la posibilidad
de ser emisor y, a la vez, receptor. La conexión mundial y la inmediatez de la información serán
nuevos alicientes añadidos a esta sociedad de la información. La trama tecnológica-
informativa/comunicativa lo invade todo, quizá a modo de tela de araña que teje una inmensa
cobertura de posibilidades informativas y capacidades comunicativas.
Lo que en un principio podría interpretarse como algo benigno vira hacia la insensatez de un
modelo social que no es capaz de fagocitar y, en menor medida, metabolizar el caudal de
información que discurre por la multiplicidad de canales y formas en que ésta se distribuye. El reto
se inicia en educar en la sociedad de la información (Area, 2001) como un modelo válido para
aprender a discriminar, a adquirir competencias que permitan el disfrute, la información y la
formación de los usuarios de los medios y las nuevas tecnologías.
En este macro contexto que tiene como actuante a la ciudadanía, uno de los modos de no
caer presos en los mecanismos establecidos por la sociedad de la información es otorgarle más y
un nuevo sentido a la educación. Entendámosla como aquel mecanismo que da respuesta a lo
que las personas demandan, además de considerarla como un gesto de liberación e inclusión
sociohistórica (Freire y Macedo, 1989).
En este sentido, cabría añadir que desde la escuela, la formación formal o no formal (e
informal) como podría ser una biblioteca, las asociaciones de cualquier índole se deberían crear
medidas para que estas diferencias no existan de una manera tan marcadas y no se consolide un
nuevo grupo social entre los conectados y los no conectados a la sociedad de la información
(Castells, 1998) y, posiblemente, otro en el llamado primer mundo que aglutine a los
“enganchados” a la red que saben utilizarla y los que no saben sacarle mayor provecho que la
rutinaria, lo que algunos autores (Giroux et alli, 1994; Bautista, 1997; Cebrián, 1998; Tedesco,
2000) apuntan como el acceso diferencial a la cultura digital.
Partiendo del precepto marxista de que “la medida de la riqueza no es el trabajo, sino el
tiempo libre” y uniéndolo al pensamiento del filósofo austriaco-francés André Gorz (1997) quien
estableció un punto y seguido al concepto del tiempo libre, indicando que “no significa un aumento
del tiempo desperdiciado, sino del tiempo socialmente productivo que es objetiva y subjetivamente
necesario para la producción de individuos humanos y de un mundo humano”, el resultado podría
ser una emergente cultura del espectáculo, la cual la entendemos como el hecho de la diversión
pública con la función del disfrute, atrayendo la atención y moviendo el ánimo, del mismo modo
que infundiéndole deleite o exaltación a los sentimientos.
Este concepto deriva de la instrumentalización que se lleva a cabo a partir del espectáculo
convirtiéndolo en espectacularización que no es otra cosa que la puesta en escena de la
supraideologización. Además de ir seguido de una persistente acción especulativa que
entendemos como efectuar operaciones comerciales con la esperanza de los demás, traficar con
las ilusiones y sacar provecho de la indefensión del espectador.
Esta sensación de mirar a través de una ventana infinita llamada pantalla, que configura
nuestra ilusión de la realidad según las dimensiones, en pulgadas, o en formato (con tendencia
rectangular para espectáculo compartido o cuadrangular para utilización como usuario) llega a
saturar e imposibilita el debate, sustituyendo el deseo comunicacional en un banal revoltijo
indiferenciado que deriva, como mínimo, en el insolente pastiche postmoderno. Lo que el
comunicólogo francés Guy Debord (1967, 1990) anunciaba como “el consumo de la cultura” o lo
que el profesor californiano de estudios de la comunicación James Llull (2001) le otorga la
categoría de cultura propia nacida de la era de la comunicación; en este texto realiza una
considerable aportación de la cultura mediática y tecnológica a través de los estudios de Michael
Real “Culture theory in popular and media spectacle”, de Paul Messaris “Visual culture”, de
Stephen Hinerman, así como los de Steven Jones y Stephanie Kucker “Computers, the internet,
and virtual cultures”.
El modelo de sociedad emergente siente una predilección especial por el simulacro, teniendo
como resultado una cultura del espectáculo que lo invade todo y a todos; lo que Eduardo Subirats
(1988) llamó “la cultura del simulacro” dentro de la cultura como espectáculo. Es más, al
espectador le resulta más real lo que se difunde por los medios y las nuevas tecnologías que la
experiencia que puede adquirir a través de la propia realidad... con el consiguiente riesgo de no
diferenciar entre realidad y ficción (Anceschi et alli 1990), distinguir la calidad de la cantidad, o
bien, discernir la realidad del simulacro (Baudrillard, 1993). En definitiva, la mediatización de la
realidad es toda una evidencia que se deja sentir en los diversos sectores de la población con,
más o menos, vehemencia según su capacidad de comprender y discriminar.
«El concepto cultura del espectáculo define uno de los marcos sociales y culturales en los que han
de llevar a cabo su tarea. Se habla de cultura del espectáculo para referirse a la cultura popular, que
convive, para bien y para mal, con la cultura oficial. En algunas ocasiones se potencian o se
complementan, en otras se contraponen, en muchas se ignoran... La mayor parte de los ciudadanos
(particularmente los más jóvenes) están más expuestos a la cultura del espectáculo que a la cultura
oficial. Y –lo que es más importante- les seduce mucho más.
Puede ser que algunos educadores encuentren en la fórmula Educar en una cultura del espectáculo
la plasmación de una inquietud que no habían sabido formular o que no habían considerado nunca
desde este punto de vista. (...).
Puede que otros educadores rechacen de entrada la fórmula por no estar de acuerdo con la
premisa en la que se sustenta. (...).
Puede, en fin, que otros educadores estén de acuerdo en la existencia de una cultura del
espectáculo, pero nieguen que esta realidad tenga que influir en el proceso educativo, como no sea
para contrarrestar sus perniciosos efectos» (Ferrés, 2000: 19-20).
La cultura del espectáculo se ha asentado de tal modo en nuestra cotidianeidad que conforma
parte de nuestro día a día. Todo pasa por la espectacularización, inclusive, algunos productos
educativos que se presentan en el mercado tildados de lúcidos y lúdicos, rezuman intereses y un
oculto acervo de ideologización.
Somos de la opinión que el papel que juegan las tecnologías en la Sociedad del Conocimiento
es de suma relevancia. Ya que, desempeñan el referente de la cotidianeidad y lo envuelve en su
halo contemporaneidad. La información discurre de un lugar para otro y ya no está monopoliza en
unos entornos concretos. La Sociedad del conocimiento nos remite a tres parámetros
fundamentales: a) buscar la información, b) seleccionarla y c) evaluarla. Sin estos tres apartados
el conocimiento se diluye y se un mero dato que se acumula.
En este sentido, el papel que desempeña las tecnologías en la Sociedad del Conocimiento lo
centramos en la cibercultura como aquel referente aglutinante de esta cultura del manifiesto
LA CIBERCULTURA
«Las tecnologías informáticas y de comunicación han permeado todas las organizaciones modernas y
son utilizadas hoy en la mayoría de las actividades productivas y de servicios. La razón de esto es que
se reconoce que el acceso eficiente (rapidez, calidad, confiabilidad) a la información juega un papel
crucial en la sociedad moderna, altamente competitiva, desburocratizada, de tendencias globalizantes y
basadas en el conocimiento» (Fernández Muñoz, 1998: 15).
El ciberespacio nació como un lugar neutro, contemporáneo y sin historia, pero con una
identidad propia que lo diferencia de lo anterior, ya que es un inmenso territorio con una gran
panoplia de itinerarios que vienen a cubrir nuestras múltiples necesidades, desde nutrir la mirada
con vídeos de otros lugares, inclusive en tiempo presente, hasta saciar nuestras necesidades de
permanecer informados y de saber, con la nueva biblioteca de Alejandría en la que se ha
convertido, por ejemplo, Internet.
En este ciberespacio, no obstante, nuestra interpretación de los hechos pasa por aceptar que
es un lugar de convivencia y que el ciberciudadano es el referente del futuro, no exento de
ambiciones e intereses En este sentido, el comunicólogo francés Armand Mattelart (2001), expone
algunas pautas para pensar en la posibilidad de la emergencia de otra sociedad de la información.
Pese a todo, la cibercultura tal como la conocemos tiene sus riesgos, para algunos
limitaciones o desventajas, y no hace falta estar muy ducho para conocerlos, simplemente, ser
ciudadano del mundo. El punto y seguido que nutre la idea precedente la apunta José Luis
Cebrián (Cebrián, 1998: 49) quien sostiene que “la web, como universalmente se la conoce, es
algo hecho a base de un cierto voluntarismo de los usuarios, aunque naturalmente ha sido
ocupado por las grandes multinacionales y por los dueños de los servidores, los ordenadores que
operan como incipientes reguladores del tráfico. Pero en su versión romántica o bohemia, que
todavía perdura, padece de las imperfecciones y disfruta de los hallazgos de todo lo que es fruto
del autodidactismo. Uno de los problemas fundamentales es que consume una considerable parte
del ancho de banda, y no deja espacio para la transmisión de otras informaciones”.
se valen y utilizan el espacio neutro de esta nueva cultura donde no hay nadie y cabemos todos.
Un espacio que aboga y potencia la privacidad y la seguridad, la rapidez y el binomio movilidad
(conexión global on line) e inmovilidad (sin necesidad de salir de tu entorno).
Siendo consecuente y para no dar por finalizado este discurso emergente, añadiremos que en
el territorio de la cibercultura ya hay moneda de cambio y se llama el dinero electrónico. Éste tiene
valor y no es tangible. La realidad se inclina hacia un derrotero en el que haría falta una gran dosis
de ingenuidad para no percibir por dónde discurre, casi inevitablemente, el camino de lo
cibernético. Sin embargo, el control de los órganos ductores, los macro intereses ideológicos y
mercantiles, harán lo posible por acotar sus posibilidades de extensión y, tal vez, el ciberespacio
sea de todos pero, sólo y exclusivamente, para unos cuantos tendrá un sentido muy concreto que
poco a poco harán prevalecer.
Sin caer en las tecnofobias o en el ciberpesimismo, cabría ser sensato y aceptar lo evidente,
que viene precedido de la historia de la humanidad (la historia para comprender el pasado y para
entender el presente-futuro)... Pero, inevitablemente, la ley se ha impuesto a la justicia y los
magnates paulatinamente se están haciendo con el poder del ciberespacio lo que está
provocando un profundo cambio. Sin embargo, consideramos, de forma optimista, que surgirán
otros canales y otras voces se alzarán siendo difícil silenciarlas y, esperemos/deseemos, que se
siga difundiendo la información y el conocimiento y que no se mutilen o censuren los canales de
comunicación (Matterlart, 2001).
«Una de las características del pensamiento en las sociedades avanzadas y tecnológicas de finales del
siglo XX, es la puesta en duda, como hemos venido señalando desde los estudios de CTS –Ciencia,
Tecnología y Sociedad-, de la capacidad de la ciencia y la tecnología como estrategias determinantes y
únicas para la mejora y la solución de los problemas sociales, económicos y naturales que se están
desarrollando actualmente» (Cabero, 2001: 50).
Ciertamente, la cibercultura es como dice Trejo (1996) una nueva realidad a manera de
alfombra mágica que posee un perfil poliédrico... en la que nos damos cita y en la cual se
estructuran importantes condiciones de nuestro presente y futuro (Negroponte, 1995). Quizás,
estamos ante el nuevo entorno de encuentro y desencuentro de las nuevas generaciones. La
panacea y la perdición de muchos que creen –en la acepción de no dudar- en lo nuevo por el
simple hecho de estar tildado de esnob o perteneciente a la contemporaneidad. Estamos en el
territorio siempre mutante de la nueva torre de Babel, donde nos acercamos a informarnos,
formarnos y, sobre todo, a procurar entretenimiento, deleite, distracción…
Sea como fuere, la educación a distancia basa sus preceptos en la no necesaria presencia
física del discente ante el docente y la calidad en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Un
modelo que no es presencial y que se erige sobre la flexibilidad que se facilita ofreciéndole al
alumnado la posibilidad de preparar con éxito la materia. Asimismo, la consecución de los
objetivos se estructura en torno a varios apartados como bien podrían ser:
Este modelo educativo es una exigencia coherente con los tiempos que corren. Es una forma
de manifestarse y de establecer la convivencia entre la formación y las nuevas tecnologías
(García y Pérez, 1994; Barberá, 2001); además de responder a las nuevas demandas y a esas
exigencias de los nuevos ciudadanos y ciudadanas. En cierta manera, un modo de empatizar con
la sociedad de la información, sacándole provecho en el terreno educativo.
«1. Todos tienen el derecho a la educación. Se reconoce la libertad de enseñanza. 5. Los poderes
públicos garantizan el derecho de todos a la educación, mediante una programación general de la
enseñanza, con participación efectiva de todos los sectores afectados y la creación de centros
docentes».
Este nuevo contexto educativo a distancia, centro de nuestro debate, tiene como
interactuantes cuatro referentes que a renglón seguido iremos a enumerar, teniendo presente al
alumnado, el profesorado, los espacios y las políticas educativas:
1. El alumnado debe mantener viva la motivación y debe tener muy claro que el
curriculum es un acto de responsabilidad personal, además de ser consciente de las
ventajas y riesgos del aprendizaje independiente y flexible.
2. El profesorado debe conocer las características, metodologías y medios que facilitan el
aprendizaje a distancia, así como ser sabedor de que en él recae la orientación, si se
requiere, del aprendizaje.
3. Los entornos físicos de enseñanza-aprendizaje, hacen repensarse las coordenadas
espacio-temporales; el aula debe aprender a compartir su protagonismo con otros
escenarios.
4. Las políticas educativas son posibilitadoras y garantistas de la educación a distancia de
quien lo requiriera, además de interpretarse como una acción que promueve la
Igualmente, señalaremos que el aglutinante de estos cuatro items apuntados, en cierto modo,
se centra en dos aspectos: el sistema tutorial (Sebastián, 1990) y la elaboración de los materiales:
En cuanto a las tutorías partimos de la base de que están para cumplir la función de nexo entre lo
que consideramos la presentación y organización del currículo y el alumnado; con el firme
propósito de captar desde las expectativas a los intereses de éste en el proceso. Si tuviésemos
que suscribir dos funciones generales serían las de orientar y motivar en el proceso, de acuerdo a
las necesidades, capacidades y conocimientos del alumnado. Asimismo, en este proceso no hay
que soslayar la colaboración entre tutor y alumnado, donde el profesorado deja de ser un mero
transmisor para incentivar el conocimiento, despejar dudas o, simplemente, capacitar al alumnado
para que trabaje independientemente y, a la postre, él sea el verdadero artífice del cuerpo de
conocimientos sobre la materia de estudio. El alumnado es un agente imprescindible en el devenir
formativo de él mismo, mientras que el profesorado debe asegurarse de la comprensión de la
información por parte del discente, invitándole a la reflexión y maduración de los contenidos.
Sea la tutoría a través de una tipología presencial o a distancia, de modo individual o grupal,
obligatoria u optativa, con una secuencia más o menos persistente o en momentos puntuales, las
funciones que le otorgamos al tutor serían: la de motivar y promover el interés; la de guía del
alumnado en el proceso de aprendizaje; clarificar con ejemplos partiendo de su experiencia y, en
ocasiones, ampliar la información; además de participar con otros tutores en la elaboración de
materiales o planificación y formar parte en el proceso y diseño de las evaluaciones de
aprendizaje. Lejos de determinar el medio más idóneo para realizar una tutoría en la educación a
distancia, ésta ha de ser flexible adecuándose al alumnado coherentemente; con una disposición
oportuna y permanente; para que despierte un interés continuo; basándose en el respeto entre
todos y todas.
Favorecer la autonomía
Ser aclaratorios
Despertar la curiosidad
Relacionar experiencias
Propiciar la creatividad
Facilitar los objetivos y bibliografía de índole general o con carácter más específico
Es decir, han de ser herramientas elaboradas para apoyar la conversación didáctica (según
apuntara Holmberg, 1985) orientando, ayudando a la comprensión de los contenidos y
proponiendo actividades y entornos participativos para lograr la contextualización y transferencia
de los conocimientos adquiridos. Los materiales se pueden distribuir de modo:
¤ Impresos (libro de texto, manual, guía o unidad didáctica, fotografía, lámina, gráfico...)
¤ Auditivos (radio, cassette, audioconferencia...)
¤ Audiovisuales (televisión, cine, vídeo, videoconferencia...)
¤ Informáticos (ordenador, software, multimedia...)
¤ Nuevas tecnologías aplicadas a la educación (Internet: correo electrónico, chat, foros de
discusión, tablón, pizarra web, web...)
alternativo pensado en los otros discentes que se ven imposibilitados a asistir a las clases (Mena,
1996). A todas luces la versatilidad y flexibilidad de la educación a distancia adquiere mayor
protagonismo pues basa su argumento, entre otras cosas, sobre el aprendizaje abierto y la
enseñanza a distancia y flexible. No obstante, la extensión y el éxito de este sistema educativo
pasa por abrazar a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
«Los términos aprendizaje abierto y a distancia representan enfoques que se centran en ampliar el
acceso a la educación y el aprendizaje, liberando a los alumnos de las limitaciones de tiempo y espacio,
y ofreciendo oportunidades flexibles de aprendizaje a los individuos y grupos de alumnos. El aprendizaje
abierto y a distancia es uno de los campos de más rápido crecimiento en educación, y su impacto
potencial en todos los sistemas de enseñanza se ha acentuado con los nuevos avances en las
tecnologías de la información y la comunicación» (García Aretio y Marín Ibánez, 1998: 33).
No estaría de más establecer algunos de los inconvenientes que se pueden derivar del uso del
modelo de educación a distancia. Para ello, seguimos al profesor García Aretio (1998: 64-65)
quien, desde el año 1986 en su libro Educación superior a distancia. Análisis de su eficacia, se
muestra preocupado por los riesgos de ésta:
Grosso modo, la educación a distancia, pese a las ventajas y riesgos, es una nueva forma de
enseñar y aprender, con una metodología, materiales y medios, además de una actitud ante el
modelo (planificación, organización, sistemas de evaluación... o control de la calidad y eficiencia).
No es un modelo de réplica al convencional sino, más bien, un facilitador de nuevos contextos de
enseñanza-aprendizaje dando respuesta a las nuevas necesidades derivadas de la sociedad de la
información y del conocimiento. Siguiendo a Garrison (1993 y 1997) un modo de adaptación a
condiciones nuevas superando el paradigma dominante y utilizando a las tecnologías de la
información y de la comunicación como algo más que un añadido.
1.4. METODOLOGÍA
En este contexto de cambio, la educación virtual se erige como un referente más en plena
expansión. Un modelo que se aleja y convive con el de la educación a distancia tanto en filosofía
como en planteamientos prácticos. Mientras que la educación a distancia priorizaba la posibilidad
de aprender en la distancia (con múltiples materiales y medios), la educación virtual centra su
actuación en un aprendizaje basado en entornos tecnológicos, fundamentalmente, a partir de
herramientas telemáticas y multimedia (conocido por los anglosajones como e-Learning y en
nuestro contexto más cercano se va extendiendo el de entorno virtuales de aprendizaje (EVA) e,
inclusive, campus virtual en el ámbito de la Universidad de Cádiz). Igualmente, la educación virtual
cuenta en su haber con el compromiso de facilitar la información, además de mantener la
responsabilidad de orientar y seguir el proceso de formación del alumnado (Ryan et alli: 2000;
Silvio, 2000).
«Pero los tiempos han cambiado y se hace necesaria una nueva concepción metodológica más abierta,
que ofrezca al estudiante las herramientas para construir el proceso propio de enseñanza-aprendizaje.
Que tenga más en cuenta al estudiante como receptor y elaborador de este contenido y, por lo tanto,
que lo haga protagonista de la adquisición de conocimientos. El transmisor de información ha de
convertirse en un facilitador en el proceso. Así, la técnica, la docencia, la búsqueda y la gestión serán
instrumentos al servicio de la formación de los estudiantes y no finalidades en ellas mismas» (Duart y
Sangrà, 2000).
Este entorno virtual requiere desde una planificación de las funciones pedagógicas, hasta una
nueva organización social de la educación, pasando por la existencia de tecnologías determinadas
y el uso idóneo de éstas. Veamos un poco mejor este apartado: en cuanto a las funciones
pedagógicas, se hace necesario una nueva situación de enseñanza-aprendizaje, con un nuevo
diseño de materiales, un nuevo modelo de apoyo y seguimiento, además de una nueva
evaluación.
Este modelo de educación virtual está muy relacionado con la innovación que pasa, a su vez,
por el uso de las herramientas telemáticas en el proceso de enseñanza-aprendizaje. En este
sentido, cabría apuntar que existen dos grandes modelos de educación virtual, la que utiliza la
web y sus recursos como apoyo y la que se plantea un diseño telemático exclusivo a partir de las
aplicaciones de Internet:
E-mail. (Comunicación asíncrona –de uno a uno- que se presta desde tutorías a
transferencia de archivos con materiales de aula)
Listas de distribución (Comunicación asíncrona –de uno a muchos- que se usa desde
desarrollo de debates a discusión de tópicos)
Chat. (Comunicación síncrona –de uno a uno, de uno a muchos y de muchos a muchos-
que se utiliza desde tutorías a conferencias/discusiones en líneas)
Los entornos virtuales de aprendizajes (EVAs) elaboran una comunicación entre los diferentes
agentes de acción que pasa por una interacción entre profesor y alumno, además de profesor y
Estamos ante una nueva rescritura de la cultura educativa: lo presencial y lo virtual. Que no
tienen por qué excluirse sino dar todo lo bueno que cada uno tiene y depositarlo, en lo que cabe,
en el foro interno del otro. Es una nueva redimensión del concepto comunidad educativa que se
empieza a considerar en la virtualidad (simulación) que deriva hacia el ciberespacio (Rheingold,
1996; Prendes, 1998; Bell y Kennedy, 2000; Amar, 2002b; Aparici y Sáez, 2003). Resulta ser una
nueva experiencia de aprendizaje y de organización y de gestión del conocimiento. Estamos
hablando de la educación virtual: tal vez de una faceta de la educación del futuro.
«Esto no significa que todos los textos tengan que adoptar algo parecido a un formato hipermedia,
profuso en ilustraciones, una banda sonora interesante y una arquitectura laberíntica, siguiendo la
inspiración de los juegos de ordenador. Un documento atractivo debe ser, en primer y último lugar,
un instrumento lo suficientemente interesante como para estimular el aprendizaje, no la pura
diversión» (Rocha Trinidade, 2003).
Otro elemento a tener en cuenta es el apartado técnico (que incluye personas especializadas,
aparataje concreto sobre todo relacionado con la informática, infraestructura técnica y de
mantenimiento), así como la idoneidad en la elaboración de los materiales que han de presentarse
pensándose en las necesidades de nuestro alumnado y de forma fluida. Una experiencia la del
aprendizaje virtual que pasa por la lucidez y las necesidades de adaptarse a las exigencias de una
nueva sociedad que emerge irreversiblemente.
De este modo, presentamos un esquema que pretende introducir y suscitar el debate sobre los
diferentes elementos que entran a formar parte de lo que entendemos por aprendizaje virtual:
CONSTRUCTIVISMO
ALUMNADO MATERIALES
(Construcción del (Depurados y de
conocimiento) estructuración
clara)
I
N R
N A
O EDUCACIÓN P
V I
A VIRTUAL D
C E
I Z
Ó
N
APARTADO
TÉCNICO
PROFESORA (personal,
DO aparataje,
(Competencias infraestructura y
pedagógicas) mantenimiento)
ACTUALIZACIÓN
En este gráfico se pretende explicitar la convergencia (y señalar los elementos más singulares
que poseen en común) entre las partes implicadas en el aprendizaje virtual, además de mostrar
los diversos segmentos que se dan cita en este nuevo paradigma de educación que se abre
camino, irreversiblemente, en el siglo XXI y que tiene a la comunidad educativa –donde sin género
de dudas nos incluimos- como actuante (García Aretio, 2003: 171- 199).
«(…) las redes tienen extraordinarias ventajas como herramientas organizativas debido a su
flexibilidad y adaptabilidad, características fundamentales para sobrevivir y prosperar en un entorno
que cambia a toda velocidad» (Castells, 2001: 15).
Una vez desarrollado las diferentes partes que, en nuestra opinión, son las que inciden en el
macro universo de la educación, sean de contenidos sociales o relacionados con los apartados
tecnológicos, la idea es elevar una reflexión final y aglutinante a este respecto de los dos capítulos
iniciales. Sin embargo y en este caso, no la formulamos nosotros sino que pertenece a la
realizada por la profesora de la Universidad de Barcelona Juana María Sancho:
La educación virtual ha sido un pretexto para hablar de la realidad y reflexionar sobre lo que se
nos puede avecinar y en el territorio que nos vamos a desenvolver. Prepararnos para el futuro no
significa soslayar el pasado sino, más bien, abrazar lo mejor y más oportuno de lo nuevo. Aunque,
en muchas ocasiones, lo nuevo es el resultado de una evolución desde la experiencia y a ella nos
debemos y desde ésta debemos construir el futuro.
Dicho esto, cabría exponer la propuesta de metodología activa y reflexiva que proponemos. Es
decir, por un lado, activa en el sentido que se le “exige” un mayor grado de involucración en el
proceso de construcción del conocimiento, que se ha de traducir en motivación. Y, por el otro, se
abre continuamente una invita a la reflexión sobre los temas abordados. Con ello, también, damos
especial importancia al trabajo colaborativo, donde se favorezca el intercambio y participación en
el amplio sentido de la palabra.
En este apartado daremos prioridad a las lecturas complementarias que el alumnado podrá
acceder a ellas a través de textos o documentos en red. Ahora bien, la libertad será absoluta,
siempre y cuando sean temáticas afines a la analizada en este primer módulo. En este sentido,
añadiremos que el alumnado dispondrá de herramientas (sincrónicas –chat- o asincrónicas –
correo electrónico, foro-) para compartir sus experiencias.
La idea de este tipo de experiencia se centra en que cada uno pueda ir construyendo su
propio conocimiento a tenor de lo indicado en los textos facilitados y empiece a valorar de forma
autónoma la información que encuentra, además de sentirse con la suficiente autoestima en lo
que hace.
1.6. BIBLIOGRAFÍA
1.7. EVALUACIÓN
Este tipo de curso requiere un grado de “madurez” que impide la pasividad, ya que está
anclada sobre el constructivismo y en la necesidad de erigir al alumnado como hacedor de su
conocimiento, contando con la figura del docente como un dinamizador y orientador de la
experiencia. Con ello, la participación e implicación en el proceso se valora; del mismo modo, que
las actitudes “visibles e invisibles” que acontezcan en el desarrollo del módulo.
Asimismo, cada módulo tendrá un modelo de evaluación, para que el alumnado pueda
diversificar su aprendizaje. En este caso, la propuesta se centra en la redacción de un trabajo
crítico de un documento relacionado con algunos de los epígrafes o subepígrafes desarrollado.
Teniéndose presente desde la claridad expositiva, hasta el enfoque, pasando por las aportaciones
personales, capacidad de relacionar e, incluso, la innovación.