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LA RELACION NO TRANSTERSNCIAL EN LA SITUACION ANALITICA

Ralph R. Greenson y Milton Wexler

INTRODUCCIÓN
Desde que Freud escribió el caso de Dora en 1905, los psicoanalistas en general han
hecho del análisis de la transferencia el foco central de la técnica psicoanalítica. Esta
situación ha alcanzado tales proporciones que los psicoanalistas kleinianos consideran
que todas las interacciones entre el paciente y su analista son transferenciales o
contratransferenciales y hacen de la interpretación la única intervención correcta. Los
freudianos "ortodoxos" a menudo reconocen que puede haber interacciones
personales distintas de la transferencia pero tienden a tratarlas como irrelevantes o
triviales, por lo menos en sus trabajos escritos. Reconocen incluso que las
intervenciones que no sean interpretaciones estrictamente definidas pueden resultar a
veces necesarias, pero las consideran "parámetros" que se deben usar poco y luego
eliminar (Eisler, 1953, 1958). En general, ambos grupos dejan de lado el tema.
Sin embargo, a lo largo de los años, algunos psicoanalistas, demasiado
heterogéneos como para clasificarlos, han demostrado un creciente interés por lo que
puede llamarse en términos amplios las interacciones no transferenciales o "reales"
que tienen lugar en el curso del tratamiento psicoanalítico. Lo espinoso del problema
planteado no tarda en volverse evidente. Por ejemplo, si bien reconocen la
importancia de las inevitables interacciones no transferenciales que tienen lugar,
tienden a atribuir mayor importancia a la posibilidad de que cualquier medida no
interpretativa se convierta en un parámetro peligroso. Algunos planteen el problema,
pero luego guardan discreto silencio en cuanto a la manera en que se debe manejar
ese material. 0 bien su preocupación se limita al caso excepcional y, por implicación,
eliminada de la corriente central de la técnica psicoanalítica. Ninguno de estos
enfoques parece muy satisfactorio.

Una de las formulaciones más tempranas y más claras del problema se debe a Anna
Freud, en 1954. Al comentar un trabajo de Leo Stone (1954) sobre "The Widening
Scope of Indications for Psychoanalysis", esta autora dijo:
Además, me refiero en forma breve a los comentarios del doctor Stone
sobre la “relación personal real" entre el analista y el paciente en contraste con
las "reacciones transferenciales verdaderas". Ese distingo coincide con ideas
que siempre he sostenido sobre este tema... Temo que el paciente inicia el
análisis con una actitud realista hacia el analista; luego, la transferencia
adquiere importancia hasta que alcanza su culminación en la neurosis
transferencial plena, que es necesario solucionar analíticamente hasta que la
figura del analista vuelve a surgir reducida a sus verdaderas dimensiones. Pero,
y esto me parece importante, en tanto el paciente tiene una parte sana en su
personalidad, su relación real con el analista nunca queda del todo sumergida.
Con el debido respeto por el más estricto manejo e interpretación de la
transferencia, sigo pensando que de alguna manera se debe tener en cuenta la
idea de que el analista y el paciente también son dos personas reales, de igual
posición adulta, y con una relación personal real entre sí. Me pregunto si
nuestro a veces total descuido de este aspecto de la cuestión no es responsable
de algunas de las reacciones hostiles que observamos en nuestros pacientes y
que tendemos a atribuir tanto a la "verdadera transferencia". Pero estos son
pensamientos técnicamente subversivos y deben manejarse con cuidado.

Son precisamente estos pensamientos los que nos proponemos manejar con
cuidado y audacia, pues existe urgente necesidad de explorar estos problemas en
forma abierta y profunda. Es nuestra opinión que lo técnicamente subversivo consiste
en seguir eludiendo los difíciles problemas que plantea Anna Freud.
Teniendo en cuenta esto, queremos formular nuestras proposiciones básicas; para
facilitar el pleno florecimiento y la resolución final de las reacciones transferenciales
del paciente, resulta esencial en todos los casos reconocer, clarificar, diferenciar e
incluso promover las reacciones no transferenciales o relativamente libres de
transferencia entre el paciente y el analista. La técnica que consiste en "sólo analizar"
o "sólo interpretar" los fenómenos transferenciales puede ahogar el desarrollo y la
clarificación de la neurosis transferencial y actuar como un obstáculo para la
maduración de las reacciones "reales" o libres de transferencia del paciente. Si bien no
puede caber duda alguna de que la interpretación de la transferencia es básica para la
terapia psicoanalítica, también resulta importante manejar las interacciones no
transferenciales entre el paciente y el analista. Esto puede requerir intervenciones no
analíticas o no interpretativas, pero estos enfoques son sumamente distintos de los
procedimientos antianalíticos. (En este texto se explicarán más adelante estos
términos).

DEFINICIONES OPERATIVAS
La transferencia es la experiencia de impulsos, sentimientos, fantasías, actitudes y
defensas con respecto a una persona en el presente que no se adecúan a esa persona
sino que constituyen una repetición de respuestas originadas en la relación con
personas significativas de la temprana infancia, desplazadas inconscientemente a
personas en el presente. Las dos características salientes de los fenómenos
transferenciales son: l) constituyen una repetición indiscriminada y no selectiva del
pasado; y 2) pasan por alto o distorsionan la realidad. Es inadecuada (Greenson, 1957).
El hecho mismo de que el concepto de transferencia haya llegado, a lo largo de los
años, a tener este significado bastante preciso, implica que fue técnica y teóricamente
necesario diferenciarle de otras relaciones que están relativamente libres de
transferencia. Anna Freud, en una comunicación personal reciente sobre el problema
de diferenciar la relación transferencial de la no transferencia, dijo lo siguiente:
Siempre he aprendido a considerar la transferencia a la luz de una
distorsión de la relación real del paciente con el analista y, desde luego, que el
tipo y la forma de la distorsión revelan las contribuciones del pasado. Si no
existiera una relación real, esta idea de influencias distorsionantes no tendría
sentido.

Todas las relaciones objétalas incluyen algunos elementos de repetición del pasado,
pero la llamada relación "real", no transferencial, difiere de la transferencia en cuanto
al grado de relevancia, adecuación, exactitud e inmediatez de lo que se expresa.
Además, las respuestas no transferenciales son, en esencia, fáciles de modificar
mediante la realidad interna y externa. Son adaptativas y "realistas". Existe una
escuela de pensamiento, sobre todo kleiniana, para la cual todo lo que emana del
paciente es transferencia. Una definición tan amplia del término transferencia parece
privarlo de utilidad. Además, parecería negar la posibilidad de experiencias nuevas y
creativas en las relaciones humanas y obligarnos a resignarnos a una triste expectativa
de monótonas repeticiones en la vida. No se puede negar que el pasado gravita sobre
el presente; pero esto no es idéntico a la transferencia. De hecho, si hay un presente,
un aquí y ahora, una realidad inmediata, se nos dice poco o nada sobre lo que
debemos hacer con ella. Sin duda, no podemos confiar en que se desvanecerá. Los
términos "transferencia", "no transferencia", "relaciones libres de transferencia" y
"reales" deben entenderse como relativos y superpuestos. Toda transferencia encierra
un germen de "realidad" y todas las relaciones "reales" tienen ciertos elementos
transferenciales. Todas las relaciones objetales consisten en distintas mezclas y
fusiones de componentes transferenciales y no transferenciales. Sin embargo,
consideramos importante trazar un claro distingo entre ellas y, con tal fin, un ejemplo
clínico servirá mejor que las definiciones abstractas.
Kevin, un hombre joven, se encontraba en el quinto año de su análisis con uno de
nosotros (Greenson). Luego de hacerle una interpretación, Kevin vaciló y luego me dijo
que quería contarme algo que le resultaba muy difícil. Había estado a punto de dejarlo
de lado, pero luego comprendió que eso era lo que venía haciendo desde hacía varios
años. Tomó aliento y dijo: "Usted siempre habla demasiado. Tiende a exagerar. A mí
me resultaría mucho más fácil enojarme con usted y decir que es bizco o está
equivocado o no responderle. Es muy difícil decir lo que quiero porque sé que lo
lastimaré".
Creo que el paciente había percibido con acierto algunos rasgos de mi personalidad
y, sin duda, me resultaba algo penoso que me los señalara. Le dije que tenía razón
pero quería saber por qué le resultaba más difícil decírmelo en forma simple y directa
tal como lo había hecho, en lugar de actuar en forma encolerizada. Respondió que la
experiencia le había enseñado que yo no me sentiría molesto ante una exhibición de
mal humor ya que se trataría, evidentemente, de su neurosis, lo cual no me afectaría.
El hecho de decirme con tanta claridad que yo hablaba demasiado y exageraba,
constituía una crítica personal y eso podía dolerme, En el pasado, le habría preocupado
la idea de que yo podría vengarme, pero ahora sabía que eso no era probable.
Además, ya no pensaba que mi rabia podía matarlo (Greenson, 1967).
Aquí la diferencia entre reacciones transferenciales y no transferenciales se vuelve
clara. El paciente había percibido correctamente algunas características de la manera
de trabajar de su analista y, con actitud también realista, había previsto que a éste le
resultaría penoso que se las señalaran. No se trata aquí de fenómenos no
transferenciales; son contemporáneos, adecuados y realistas. Sus fantasías previas
acerca de una rabia potencialmente vengativa que podría matarlo eran restos de sus
ansiedades infantiles, exageraciones inadecuadas, y, por ende, distorsiones
transferenciales. El paciente había desarrollado una buena alianza de trabajo en
relación con sus estallidos de rabia contra el analista, pero esa alianza no podía
mantenerse cuando se llegara a una crítica más realista. Esto sólo ocurrió en el quinta
año de su análisis.
A esta altura, convendría clarificar la relación entre la alianza de trabajo, la
transferencia y la relación real. La alianza de trabajo es el rapport razonable, racional y
no neurótico que el paciente tiene con su analista y que le permite trabajar
intencionalmente en la situación analítica, a pesar de sus impulsos transferenciales
(C.F. Zetzel, 1955; Stons, 1961, 1957; Greenson, 1935). El paciente y el psicoanalista
contribuyen a la formación de la alianza de trabajo. La conciencia que el paciente tiene
de su padecimiento neurótico y la posibilidad de recibir ayuda del analista lo mueven a
buscar la situación analítica y a trabajar en ella. La transferencia positiva, la
sobreestimación y sobrevaloración del psicoanalista, también pueden constituir
aliados poderosos, pero a menudo resultan traicioneras. El núcleo confiable de la
alianza de trabajo es sobre todo la relación "real" o no transferencial entre paciente y
analista. Las reacciones transferenciales, sean de amor o de odio, desde las más
infantiles hasta las más maduras, llevan a la idealización, la sexualización o la
agresivización, y se convierten en fuentes importantes de resistencia.
En cuanto al analista, lo que contribuye a la alianza de trabajo es su búsqueda
constante y sin vacilaciones de insight más su preocupación, respeto y cuidado con
respecto a la totalidad de la personalidad del paciente, sana y enferma. El analista
debe ayudar al Yo bloqueado del paciente a distinguir lo adecuado de lo distorsionado,
lo correcto de lo falso, lo realista de lo fantástico, en sus reacciones frente a la gente y,
sobre todo, hacia su psicoanalista.
Las reacciones transferenciales son el vehículo que permite al paciente traer a la
situación analítica el material inaccesible evitado. La alianza de trabajo permite al
paciente comprender los insiqhts del analista, revisar y organizar las interpretaciones y
reconstrucciones y, por último, integrar y asimilar el material del análisis. La base para
la alianza de trabajo es la capacidad para un funcionamiento yoico relativamente libre
de conflicto y la capacidad, hasta cierto punto, para establecer una relación no
transferencial, real, con el analista.
En el ejemplo clínico de Kevin, la confirmación por parte del analista de los juicios
del paciente pone a aquél del lado del Yo realista y observador del paciente. El analista
apoya asi la alianza de trabajo en el esfuerzo por superar al Yo que experimenta, antes
inundado por la transferencia neurótica. Sin duda, no es analítico reconocer que el
paciente hace una crítica acertada. Empero, lo más importante es que el
procedimiento no es antianalítico y que promueve el análisis.
"Analizar" es una expresión abreviada que se refiere a todos los procedimientos que
tienen como meta directa aumentar el insight del paciente con respecto a sí mismo. La
medida més importante es la interpretación, y todas las otras están subordinadas a
ella, tanto teórica como prácticamente. Todos los procedimientos analíticos
constituyen pasos que llevan a una interpretación o la hacen eficaz (E. Sibring, 1954;
Bill, 1954). Analizar suele incluir cuatro procedimientos distintos: confrontación,
clarificación, interpretación y elaboración.
Algunos procedimientos utilizados por los psicoanalistas no aumentan el insight de
lo inconsciente per se, sino que fortalecen aquellas funciones yoicas que se requieren
para lograr comprensión. Cumplen el propósito de preparar para el insight o hacerlo
más eficaz. Un buen ejemplo es la abreacción, que permite al paciente descargar una
emoción intensa y así, en forma indirecta, hace que el Yo esté disponible para el
insight. Otro caso similar es aquél en que el analista reconoce, acepta y examina la
respuesta "realista" del paciente y establece una relación coherente entre ella y el
resto del análisis. Esto permite luego aumentar su capacidad para aceptar y utilizar
nuevas interpretaciones o insiqhts de su inconsciente.
Los procedimientos antianalíticos son los que bloquean o debilitan la capacidad del
paciente pera el insight y la comprensión. Cualquier medida que disminuya la función o
la capacidad del Yo para observar, pensar, recordar y juzgar se incluiría en esta
categoría. Las gratificaciones transferenciales innecesarias serían el ejemplo típico. En
nuestra opinión, no haber tenido en cuenta las críticas de Kevin habría constituido
también un procedimiento antianalítico. El paciente había mantenido
conscientemente ocultas durante cuatro años ciertas críticas a su analista. Si el analista
no hubiera tenido en cuenta esos comentarios y los hubiera tratado como meras
asociaciones libres o como datos clínicos para ser analizados, podría haber confirmado
la sensación del paciente de que el analista estaba demasiado perturbado para tratar
esos comentarios en forma humana y directa, lo cual habría dañado la alianza
terapéutica. O bien, podría haber significado para el paciente que sus observaciones y
juicios eran "sólo" material clínico, carecían de valor intrínseco y no merecían una
respuesta, Por último, podría haber pensado que sus percepciones y juicios eran
deficientes, enfermas y "sólo" distorsiones transferenciales. De cualquier manera, el
paciente habría desarrollado más dudas acerca de sus funciones yoicas y su capacidad
para la empatía, todo lo cual habría menoscabado su capacidad para un buen
funcionamiento yoico y demorado su análisis. Esto habría sido claramente
"antianalítico" en su enfoque y su resultado.

REVISION HISTORICA
El problema de la relación no transferencial o "real” en el análisis ha sido
examinado en varias ocasiones en la bibliografía psicoanalítica. Una breve revisión
permitirá mostrar un considerable desacuerdo y una frecuente falta de claridad.
Ya en 1942, Esther Menaker se refirió al tema en forma casi directa:
Empero, creemos importante distinguir aquella parte de la experiencia
analítica que se revive como "real" (para no cuestionar la autenticidad de esta
experiencia), y aquella parte que es real, esto es, que constituye una relación
humana directa entre paciente y analista, que tiene una existencia
independiente de la transferencia y que constituye el medio en el que tienen
lugar las reacciones transferenciales... En general, es importante que la relación
entre paciente y analista tenga cierto contenido y sustancia aparte de los que
crea la situación analítica misma.

Margaret Little (1951) describió la importancia que tiene manejar toda la relación
paciente—analista, tanto normal como patológica, consciente e inconsciente, pero
considera que todo esto son variedades de la transferencia y la contratransferencia.
Empero, algunos puntos merecen atención:
Se atribuye tanta importancia a las fantasías inconscientes de los
pacientes con respecto a sus analistas que a menudo se olvida que, en realidad,
llegan a saber mucho de cierto sobre ellos, tanto real como psíquico. No se
puede impedir en ningún caso que adquieran este conocimiento, aunque ello
fuera deseable, pero los pacientes no saben que lo tienen, y parte de la tarea
del analista consiste en llevarlo a la conciencia, contra lo cual ahí mismo puede
sentir una enorme resistencia.

Max Gitelson (1952) señaló que cierto grado de autorrevelación por parte del
analista no sólo resulta inevitable a través de la contratransferencia, sino también
necesario. "Un análisis puede llegar a un impasse porque el analista no comprende, o
bien comprende erróneamente, o evita, el problema relativo al descubrimiento que un
paciente hace de él como persona".
En 1954, Leo Stone hizo la primera de varias contribuciones importantes al
problema de la relación total entre pacientes y analistas en la situación psicoanalítica.
Insistió en la importancia de separar la relación "real" de las distintas variedades de
transferencia y contratransferencia y ofreció algunas guías para utilizar las diferencias,
al tiempo que se mantenía la situación psicoanalítica según los principios freudianos
clásicos. En tal sentido, destacó las actitudes humanitarias y médicas del analista hacia
su paciente.
Fairbairn (1957, 1956) y sus discípulos han destacado también la variedad de la
relación objetal en la situación terapéutica arraigada en la realidad. Sin embargo,
puesto que su teoría y su técnica difieren de manera tan acentuada de la posición
freudiana clásica, resulta difícil entretejerla con este contexto. (Cf. Guntrip, 1951).
En un panel sobre "Variations in Classical Psychoanalytica Technique" presentado
en el XX Congreso Internacional de París (publicado en 1958), resulta interesante
observar de qué modo los distintos participantes encararon el problema de la relación
no transferencial. Rudolph Loewenstein aceptó que algunos pacientes pueden requerir
algo menos que un estricto anonimato, pero los consideró casos extraños. Opinó que
incluso interrumpir el flujo de las asociaciones del paciente para hacer preguntas
constituía un parámetro y debía usarse poco y no durante la etapa inicial del análisis.
Con una actitud algo más flexible, Maurice Souvet destacó las variaciones
deliberadas que se requieren con distintos tipos de pacientes en diferentes fases de su
análisis, con el fin de mantener una distancia óptima. Señaló que a veces estamos
obligados a "manejar" situaciones relacionales, pero que éstas deben ser analizadas en
última instancia. En un trabajo previo, Bouvet, junto con Marty y Sauget (1953), había
descripto un caso en el que una paciente escuchaba por casualidad la conversación de
su analista con otra persona, supuestamente una mujer. Sólo después de que el
analista hubo reconocido la exactitud de las percepciones de la paciente, ésta relató
sus fantasías de celos provocadas por ese hecho.
En ese misino panel, Kurt Eissler definió la técnica clásica de la siguiente manera:
"Es la técnica en la que la interpretación constituye la herramienta exclusiva, principal
o prevaleciente". Sus dudas con respecto a si la interpretación es la herramienta
exclusiva o tan sólo la prevaleciente están fuera del alcance de este trabajo. Por un
lado, Eissler expresó dudas acerca de la cautelosa sugestión hecha por Lowenstein en
al sentido de considerar la necesidad de interrogar a algunos pacientes en
circunstancias especiales, y se preguntó si no se podrían hacer preguntas en forma de
interpretaciones. Por otro lado, llegó a la conclusión de que no se podía analizar a
nadie usando tan sólo interpretaciones.
A la luz de las dudosas formulaciones del doctor Eissler, resulta comprensible, pero
también significativo, que Herbert Rosenfeld, importante teórico kleiniano, atribuyera
una posición extrema para el doctor Eissler y afirmara que "El doctor Eissler ha
propuesto que el término 'técnica clásica del psicoanálisis' se utilice para una técnica
analítica que se basa por entero en la interpretación". Más adelante, señala: "En tal
sentido, quisiera referirme brevemente a la técnica desarrollada por Melanie Klein
durante los últimos treinta años, ya que en ella el analista trata de basarse por entero
en la interpretación, incluso en casos muy difíciles".
La presentación de Annie Reich fue muy distinta. Comenzó por señalar que, en
pacientes con funciones yoicas muy débiles, puede ser necesario utilizar toda clase de
recursos de apoyo. Describe un caso en el que ayudó a romper la fijación de una mujer
en la madre, ayudando activamente a la paciente, por medio del material de ésta, a
analizar la conducta y las motivaciones de la madre y lograr así su destronamiento.
Annie Reich señaló que se trataba de una actitud no analítica pero necesaria.
En ese mismo panel, Sasha Nacht señaló que todas las reglas concernientes a la
neutralidad y el anonimato, si se aplican en forma demasiado estricta, pueden llevar a
una "pareja analítica" sadomasoquista y al ritualismo. Sugirió que el analista debía
estar en condiciones de abandonar esa neutralidad rígida y permitir que se sintiera su
presencia.
El ensayo de Alan Roland de 1967, sobre la realidad de la relación psicoanalítica ,
señala que es necesario desarrollar y cultivar una verdadera relación objetal
reparadora con los placientes que padecen de trastornos caracterológicos severos,
para eliminar asi su resistencia caracterológica rígida. Sostiene que sólo la presencia de
una relación real permite a tales pacientes superar sus resistencias transferenciales y
desarrollar una neurosis transferencial analizable.
El libro de Greenson, The Technique and Practice óf Psychoahalysis (1957) y su
reciente trabajo sobre "Real Relationship between the Patient and the Analyst" (en
prensa) se refieren a muchos de los problemas planteados en esta presentación.
Hasta ahora sólo hemos considerado las relaciones no transferenciales en el
contexto del análisis de las neurosis transferenciales. La misma dualidad de criterios
puede encontrarse en relación con la terapia psicoanalítica de las psicosis. Empero, en
el psicoanálisis de las neurosis existe un movimiento a partir de las limitaciones
puristas de la técnica centrada en la interpretación hacia la tendencia a prestar
atención a la relación "real”. Por otro lado, la terapia de los pacientes psicóticos
empezó poniendo el acento en esas relaciones "reales". Ahora tiende a volverse
purista y a reclamar para sí cierto éxito basado en procedimientos estrictamente
psicoanalíticos que se limitan fundamental o enteramente a la interpretación de la
transferencia. La bibliografía es demasiado amplia como para resumirla y bastarán
unos pocos ejemplos.
Federn (1952), Nunberg (1948), Knight (1953), Fromm—Reichmann (1950),
Winnicott (1955), Searles (1955) y Wexler (1951, 1952, 1950) son unos pocos entre los
que han considerado que las relaciones "reales” o no transferenciales con los
pacientes psicóticos constituyen un aspecto significativo del tratamiento, a veces
esencial, sin dejar de lado la relevancia e importancia que encierra comprender e
interpretar el material del paciente. El manejo, el apoyo, la educación, el control, el
contacto, la comunicación y la comprensión representan algunos de los elementos que
estos autores examinan como factores en las relaciones "reales" con tales pacientes. Al
mismo tiempo, sus trabajos revelan con toda claridad que no han abandonado la
comprensión psicoanalítica ni las técnicas clásicas de interpretación de la transferencia
y la resistencia, cuando éstas pueden aplicarse a la situación del paciente en ese
momento.
Searles (1955) se refiere en forma directa al problema planteado aquí. Al comentar
el trabajo de Loewald (1960), no sólo destacó la importancia de la relación real en el
tratamiento, sino que también señaló que “esa relación con la realidad, siempre está
un paso más adelante de la evolución y resolución progresivas de la transferencia, y la
hace posible..."
Wexler (1951, 1952, 1960) señaló que la teoría básica de Freud sobre la
esquizofrenia se relaciona con la pérdida de la representación objetal. Sugirió que la
consecuencia lógica de esa teoría, corroborada por los datos clínicos, lleva a prestar
atención a la relación con la "realidad" en la terapia, un esfuerzo por restablecer la
constancia objetal, a menudo en términos de la relación "real" entre el pacienta y el
terapeuta. El grado en que las medidas interpretativas pueden ser eficaces depende
del grado en que se restablezcan la representación objetal y la constancia objetal como
elementos en la estructura psíquica.
En el otro extremo de la escala están los criterios de Rosenfeld (1965) y Boyer
(1966). Rosenfeld señala que se limita a los procedimientos analíticos más ortodoxos:
Aunque me encontrara con dificultades aparentemente insuperables en
la situación transferencial, decidí aplicar la técnica analítica, siguiendo el
principio de que, si no podía establecer contacto con el paciente por medio de
mis interpretaciones, el error no radicaba en la técnica, sino en mi comprensión
de lo que sucedía en la situación transferencial.

Boyer (1966) hace afirmaciones más amplias. Sostiene haber logrado éxito en el
tratamiento de una variedad considerable de pacientes esquizofrénicos y fronterizos
utilizando sobre todo procedimientos interpretativos ortodoxos, con pocos
parámetros y éstos del tipo empleado con neuróticos (fijar una fecha de terminación,
indicación de enfrentar al objeto fóbico, etc.). Sin embargo, también él parece hacer
sus afirmaciones con ciertas reservas. Utiliza las interpretaciones como su herramienta
"final", pero también enfrenta al paciente con sus distorsiones y contradicciones de la
realidad.
En general, parecería que el psicoanálisis, lucha con los mismos tipos de problemas
técnicos en el tratamiento de las psicosis que en el de las neurosis transferenciales.

EJEMPLOS CLÍNICOS
Constituye un hallazgo clínico notable el de que, en algunos pacientes, la relación
"real" sólo se convierte en una cuestión importante en su terapia psicoanalítica en
algunas ocasiones aisladas. Por lo general, constituye un elemento vago que ocupa un
segundo plano. En otros pacientes, la relación “real" se convierte en una cuestión
central y esencial desde el comienzo hasta el final del tratamiento. En parte, esto
puede deberse a las diferencias en la patología especifica y, en con secuencia, a las
necesidades terapéuticas de un caso dado. A menudo, el papel de la relación "real" en
el tratamiento psicoanalítico está determinado por la sensibilidad o la ceguera del
terapeuta con respecto a los problemas que se presentan La personalidad o la
orientación teórica del analista podría constituir el factor determinante.
Resulta importante reconocer que el hecho de afirmar que una reacción o una
conducta dada es transferencia no constituye un acto neutral y objetivo, sino más bien
nuestro juicio subjetivo del fenómeno que se examina (Szasz, 1953). Es necesario
conocer muchas cosas con total objetividad acerca de nosotros mismos, nuestros
pacientes, nuestra cultura, nuestro medio, etc., antes de determinar si se trata de una
transferencia o de una reacción realista. Siempre existe la posibilidad de que seamos
ciegos con respecto a alguna característica o conducta penosa en nosotros mismos.
Siempre existe la posibilidad de que nosotros, y no el paciente, tengamos una actitud
poco realista frente al mundo externo, incluyendo el mundo del paciente. Además,
podemos atribuir distintos valoras a ciertos rasgos que no son los mismos que les
atribuirían nuestros pacientes. Lo que el analista considera una manera directa de
hablar puede ser percibido con actitud realista por un paciente de origen distinto
como grosera y ordinaria. No siempre resulta fácil o posible evaluar la corrección de
tales juicios y, a menudo, enfrentamos la relatividad de la realidad.
También es importante recordar que, si bien nuestros pacientes tienen muchas
menos oportunidades para conocernos que nosotros a ellos, no por ello carecen por
completo de recursos. Todo lo que hacemos y decimos, o lo que no hacemos o no
decimos, cada pequeño detalle, desde la decoración del consultorio hasta la revista
que tenemos en la sala de espere, la manera en que abrimos la puerta, saludamos a
nuestros pacientes, hacemos interpretaciones, permanecemos en silencio, ponemos
fin a la sesión, etc., todos estos detalles y muchos otros revelan algo acerca de
nosotros como personas reales, algo que va mucho más allá de nuestra realidad
profesional. También es importante reconocer, aunque sea ante nosotros mismos, que
muchos de nuestros pacientes tienen experiencias en la vida que van mucho más allá
del campo de nuestra propia experiencia, que tienen conocimientos más amplios que
los nuestros y que no siempre estamos libres de limitaciones que nos llevan a ser
parciales o a una total ignorancia.
Estas circunstancias imponen una carga especial al analista. Este no puede descartar
los comentarios hirientes del paciente como meras reacciones transferenciales y
convertirlas en el tema de una interpretación. También es necesario manejar nuestra
tentación de defendernos del conocimiento penoso de deficiencias "reales" y, desde
nuestro punto de vista, no sólo por medio de la reflexión interna, sino también, a
veces, en un intercambio franco y realista con el paciente. Lo mismo puede decirse no
sólo acerca de la respuesta del paciente frente al analista, sino también de sus
percepciones y respuestas con respecto al mundo circundante, muchas de las cuales
chocan con los prejuicios personales y culturales del analista. Se necesitan empatía e
insight para percibir los elementos transferenciales en el material del paciente. Se
necesitan flexibilidad y valentía para percibir lo que es "real”, libre de transferencia, y
apoyar los esfuerzos del paciente por distinguir las evaluaciones objetivas de las
distorsiones neuróticas.
Quizá resulte esclarecedor observar de qué manera las percepciones y creencias
acertadas pueden llevar a reacciones transferenciales, a reacciones libres de
transferencia y a combinaciones de ambas. El siguiente material corresponde a una
sesión de un paciente de Greenson.
En el segundo año de su análisis, Michael, un escritor de treinta años que había
logrado considerable éxito, inicia su sesión atacando verbalmente a su esposa porque
es desorganizada, olvidadiza e irresponsable. Esto lo lleva a fantasías de celos acerca
de sus coqueteos sexuales con un "artista de tercera categoría". El paciente admite
que sus fantasías no tienen mucho que ver con la realidad, pero en los últimos tiempos
le resulta imposible evitarlas. Luego se refiere al analista de su esposa, al que odia pero
también admira, y con respecto al cual también ha tenido fantasías de celos. Piensa
que este analista debe considerarlo un mal esposo y que no toleraría su conducta si él
fuera su marido. Michael dice luego que yo lo tolero porque "Usted es débil y está
lleno de mierda. Usted me aprecia y se equivoca". Le señalo que quiere que yo tenga
una actitud tan dura como la que atribuye al analista de su esposa para poder
controlar así su mala conducta, tal como lo había hecho su severo padre. Cuando me
muestro tolerante, soy como la madre, débil, llena de mierda, con afecto hacia él y,
por ende, equivocado. Michael responde con un ataque a mis actitudes "flojas", al
hecho de que repite una y otra vez: "Tratemos de comprender esta conducta" y mi
tendencia a "esperar y ver". Grita que prefiere que le digan qué debe hacer en lugar de
hacerles interpretaciones. Supone que el analista de su esposa le daría una respuesta
directa. Permanezco en silencio. Michael sigue diciendo que no confía en el
psicoanálisis, pues no existen normas absolutas para el bien y el mal. Hace una pausa.
En realidad, le sorprende que lo comprenda tan bien. A veces tiene la sensación de que
debo parecerme a él y por eso lo comprendo. Esto lo pone incómodo. Es probable que
esté mal. Luego el tono de Michael cambia: "De cualquier manera, a usted se lo puede
engañar. Me aceptó como paciente. Al principio, decidí engañarlo porque pensaba que
usted me echaría si yo dejaba de tirarle arena en los ojos. ¿Por qué me aceptó como
paciente? Usted debe ser una mierda si me eligió. Santo cielo, he sentido lo mismo
hacia todos las personas que me querían!". Le respondí: "Así es, asi se sintió con
respecto a su madre, a su esposa, y ahora conmigo. Una mezcla de desprecio, de
cercanía tierna y de culpa". El paciente agrega: "Y admiro a los hombres duros que me
atemorizan. Sé que usted no es débil. Hay una diferencia entre calidez y debilidad,
pero a veces lo olvido. Ahora recuerdo algo que usted me dijo muchas veces, que
tengo miedo de las actitudes cálidas. Eso me haría apreciarlo demasiado y dependería
demasiado de usted. Supongo que tengo más miedo de eso que de los tipos duros".
Intervengo entonces y le digo que pienso que está en lo cierto. Tiene más miedo de un
analista cálido que de un analista duro como el de su esposa. Quiere que yo me
muestre severo, pues así podría luchar contra mí y mantenerme a distancia, El hecho
de amarme lo hace vulnerable, dependiente y también lo llena de celos. Michael
responde que prefiere que no utilice la palabra "amor", pues lo hace sentir incómodo.
"Pero lo conozco muy bien y sé que probablemente por eso la utilizó". Hace una pausa,
reflexiona y agrega; "Supongo que usted es el artista de tercera categoría del que
tengo celos".
Hemos elegido este fragmento clínico para mostrar hasta qué punto pueden
entretejerse la relación transferencial y la relación "real" en una sesión. Las principales
líneas de la transferencia resultan obvias, Michael siente celos y desprecio hacia mí, un
artista de tercera categoría. También me respeta y me teme como un analista duro y
severo. Quiere que desempeñe el papel del padre severo y lo controle, pero sabe que
no lo haré y entonces me convierto en su madre y en él mismo, débil, lleno de mierda,
equivocado y "flojo".
También soy un tonto y una mierda por haberlo elegido como paciente. Sin
embargo, reconoce cuánto le atemoriza amarme y necesitarme. Parece obvio que
todas estas reacciones son, en esencia, distorsiones transferenciales.
Empero, junto con estas reacciones transferenciales, Michael indica también cierta
percepción realista de sí mismo y de mí como persona. Sabe que algunas de sus
reacciones son distorsionadas e incluso hace algunas interpretaciones correctas. Sabe
que lo aprecio, que trato de comprenderlo, que soy persistente y paciente. Sabe que
sus fantasías no tienen mucho que ver con le realidad. También percibe con corrección
que es posible engañarme, que puedo equivocarme y mostrarme a veces severo. Sin
embargo, percibe que comprendo bien sus sentimientos e impulsos subyacentes,
quizás porque me parezco a él de alguna manera. Soy cálido, no débil, y tampoco
tengo miedo de perturbarlo eligiendo palabras que llegan al fondo del asunto.
Además, comprende que el psicoanálisis no tiene normas absolutas para el bien y el
mal. Reconoce que tiende a desvalorizar a todas las personas que le tienen aprecio e
interpreta correctamente que yo soy el artista de tercera categoría del que tiene celos.
En esencia, éstas no constituyen distorsiones y están muy cerca de ser percepciones
y juicios adecuados, basados en las observaciones del paciente durante el tratamiento.
Coexisten con reacciones transferenciales, no las anulan e incluso facilitan la
aceptación de las interpretaciones transferenciales que se hacen. En este ejemplo, se
puede observar también de qué modo una percepción correcta puede llevar a una
reacción transferencial. A comienzos de la sesión, el paciente evalúa con corrección mi
tolerancia de su conducta y el hecho de que lo aprecio. Esto se convierte entonces en
el punto de partida para una reacción que me identifica con su madre débil, llena de
mierda y equivocada.
Es obvio que todas las reacciones transferenciales, cualquiera sea su fuente, son
preambivalentes o ambivalentes, y que en ellas coexisten en distintas intensidades
elementos positivos y negativos. Sin embargo, entendemos que es muy improbable
que Michael permaneciera en análisis, debido a que su transferencia amorosa
"neutralizaba" su transferencia hostil. Dada la intensidad de la gama de sentimientos
manifestados, esto constituiría una base muy endeble para cualquier proyecto a largo
plazo. Lo que resulta claro y pertinente para nuestra tesis es que, además de sus
sentimientos transferenciales, Michael tenía también una relación no transferencial
con su analista. Esto constituía la base para una alianza terapéutica, lo mantenía en
análisis y permitía realizar una labor eficaz y continua.
Esta situación puede observarse en las dificultades de la elaboración. A veces, un
paciente interrumpe un prolongado análisis debido a la súbita erupción de
sentimientos hostiles intensos. Esto puede atribuirse a que no se hacen
interpretaciones correctas, pero hemos comprobado que este factor rara vez es
decisivo por sí solo. Todos hemos hecho muchas interpretaciones incorrectas y
muchos de nuestros pacientes se dieron cuenta o lo percibieron y, sin embargo, no
huyeron. El elemento decisivo fue la fuerza relativa de la relación "real”, el grado en
que existía no sólo una transferencia positiva, sino también genuino respeto, aprecio y
también comprensión por ambas partes. Querernos destacar que la relación "real" no
tiene que ser verbalizada o conspicua, pero debe existir en grado suficiente como para
que la situación analítica soporte el proceso prolongado y, a menudo, penoso da la
elaboración. Un paciente o un analista pueden considerar la posibilidad de interrumpir
el tratamiento si uno de ellos o ambos piensan que algún aspecto básico no se
comprende de manera adecuada. Empero, se llega a esta decisión de manera conjunta
si existe una base verdadera para la confianza y el respeto. En psicoanálisis
sobrevienen crisis o fracasos inesperados cuando las interpretaciones incorrectas
coinciden con un fracaso en la relación "real" en el paciente, o en el analista, o en
ambos. Los errores técnicos pueden provocar dolor y confusión, pero por lo común son
reparables; las fallas en la actitud humana son mucho más difíciles de remediar. El
énfasis excesivo en las interpretaciones transferenciales y el descuido de la relación
"real" tienden a reducir toda la vida a una explicación que no es vida ni vivir.
Las reacciones transferenciales y no transferenciales tienen lugar dentro y fuera de
la situación analítica. Creemos que el analista debería estar dispuesto a ayudar al
paciente a distinguir la realidad de la fantasía en su vida exterior, aunque reconocemos
que el analista nunca puede estar tan seguro de sus evaluaciones coma lo está con
respecto a la relación que tiene lugar entre él y el paciente.
La realidad y la irrealidad a menudo intervienen en la autoimagen del paciente. Un
paciente se acusaba a sí mismo, con considerable exageración masoquista, de ser un
incompetente fraudulento e irresponsable. En el curso de esa misma sesión reconoció,
con mayor exactitud, que a pesar de eso funcionaba en su profesión con honestidad,
integridad, independencia y eficacia. En nuestra opinión, ambas autorrepresentaciones
deben destacarse por "lo que valen".
Michael, el escritor ya mencionado, es elegido para escribir la adaptación
cinematográfica de una famosa novela clásica. Siente muchas vacilaciones frente a la
tarea. Considera, de manera aparentemente realista, que si bien esa elección
constituye un honor, resulta difícil, si no imposible, adaptar un gran clásico a la
pantalla, que la mayoría de las personas tiene un concepto personal de esa obra y se
sentirán insatisfechas y que esa elección provocará la envidia de los colegas. La
extensión de estos sentimientos y pensamientos razonables lo lleva a temer que los
colegas "se lancen contra él". Por esa época sueña que queda mutilado en un
accidente automovilístico. La realidad está seguida por exageración y distorsión.
Empero, resulta esencial aceptar y tratar la realidad, aunque sea en forma breve, antes
de poder explorar de manera acabada el desplazamiento o los elementos
transferenciales en la distorsión. A menudo, ello puede lograrse en el curso de una
misma sesión.
El problema con los llamados pacientes fronterizos y con los psicóticos es, en cierto
sentido, idéntico, pero, bajo otros aspectos, muy distinto. Es probable que con este
grupo de pacientes sea más importante percibir, apoyar y desarrollar las percepciones
de la realidad. Esto apunta al núcleo del cuadro sintomático, y el hecho de no prestar
atención a las percepciones de la realidad o a la relación "real" en el tratamiento
provocaría el fracaso de la alianza de trabajo. Como corolario, el hecho de prestar
atención exclusiva a la interpretación, sea de la transferencia o de la resistencia,
parece llevar, por lo menos en nuestra experiencia, a una mayor hostilidad y
retraimiento o bien a un sometimiento inerte a la formulación ritual.
La diferencia sugerida con respecto a la situación analítica corriente radica en el
hecho de que, a menudo, los pacientes psicóticos parecen requerir una introducción
temprana una realidad que está más allá de sus capacidades en ese memento, una
oportunidad para establecer incluso la identificación más primitiva con el analista, y
tomar prestados aspectos de la realidad de sus percepciones o su conducta y utilizarlos
como si fueran propios. Es como si la "hoja de ruta" interna, para utilizar una frase
empleada por David Rapaport, hubiera quedado fragmentada o parcialmente
destruida, y la comprensión del analista tuviera que completarla para que sea posible
"redescubrir" la realidad externa. Este proceso puede ilustrarse con claridad mediante
los siguientes ejemplos clínicos, uno de los cuales corresponde a un caso fronterizo y el
otro a un paciente que tuvo un episodio esquizofrénico agudo.
Douglas, un joven y talentoso artista, fue obligado a renunciar a su carrera y a
iniciar una terapia, contra su voluntad, en la Menninger Foundation. Se sentía ansioso,
deprimido, persistentemente encolerizado y a menudo suicida. Aceptó de mala gana el
tratamiento, dejó bien en claro que lo iniciaba debido a que me apreciaba (Wexler)
pero que no tenía fe en el proceso ni en el resultado. También señaló que le molestaba
su situación, el lugar, y que haría todo lo posible para destruirlo. Aceptó que existían
muchos aspectos negativos en su situación, en el lugar e incluso en las perspectivas,
pero que eso era con lo que contábamos, y que tendríamos que trabajar dentro de ese
marco. Tenía buenas y reales razones para sentirse desilusionado, frustrado e incluso
enojado, pero su deseo de hacerme fracasar o de destruir la institución parecía
excesivo y no realista.
En el segundo mes del tratamiento, que consistía por ese entonces en una forma
bastante modificada del análisis, Douglas organizó una rebelión entre los pacientes,
con el fin de hacer huelga contra la cocina, el programa de terapia ocupacional, etc.
Citó a todos los pacientes a una reunión nocturna para poner en práctica su programa.
A la mañana siguiente se presentó en su sesión con un estado de ánimo entre
divertido y desconcertado. No había asistido a la reunión. Mientras se dirigía a ella, me
había oído hablarle. La experiencia tenía un carácter vívido, casi alucinatorio. El
contenido no era demasiado claro. Lo que recordaba en particular era que la voz
parecía tranquila e interrogante, como si se mostrara escéptica con respecto a lo que
Douglas se proponía hacer. Decidió abandonar el proyecto, regresó a su habitación y
se fue a dormir.
Lo que me interesó fue que, más tarde, parecí convertirme en su compañero
constante y que Douglas se hacía el mismo tipo de preguntas que yo le habría hecho.
Abandonó su actitud semihostil, destructiva, cínica o, por lo menos, escéptica, hacia mí
y la institución y adoptó otra de deleite transferencial bastante excesivo. Muchas de
sus fantasías tenían que ver con la idea de que alguien lo acunaba, lo hamacaba e
incluso le cantaba, y su vínculo positivo reveló una poderosa base homosexual. La
relación "real”, esencial en el comienzo, ahora podía pasar a segundo plano en favor
de una neurosis transferencial en rápido desarrollo.
Una joven madre, Helen, sufrió una descompensación psicótica aguda cuando su
esposo la abandonó e inició el juicio de divorcio. Tenía constantes delirios paranoides y
estaba segura de que alguien la envenenaría, le dispararía, la apuñalaría y no tardó en
atribuir papeles persecutorios a todos los miembros de su familia y a muchos amigos .
Se trasladaba sin sentido de una ciudad a otra, pero sin poder eliminar la amenaza
inminente de muerte.
Cuando acudió a mí (Wexler) para iniciar tratamiento, su necesidad más urgente,
aparte de su profunda desconfianza, era la de averiguar si yo creía que sus historias
eran verdaderas y reales. Le dije que no sabía si sus experiencias eran reales o no, que
tendría mucho gusto en escucharlas de manera detallada y que luego loa estudiaría
con todo cuidado y respondería a su pregunta más adelante. Incluso en esta primera
entrevista, comprendí que se trataba de una mujer brillante y dotada de excelente
memoria. Le pregunté si no tenía inconvenientes en que tomara nota de todos los
detalles de sus experiencias, para poder estudiarlas con cuidado y darle mi opinión
cuando hubiera llegado a alguna conclusión al respecto. Se mostró muy complacida.
Durante una hora diaria durante los siete días siguientes, me dio una versión
detallada de los signos, señales y experiencias que demostraban la terrible amenaza
que pesaba sobre su vida. Toda vez que iniciábamos una sesión, recordaba con toda
exactitud, sin ayuda alguna, en qué punto habíamos dejado. Mis preguntas, que eran
relativamente escasas, estaban destinadas a ampliar el material y no a tenderle
trampas, demostrar contradicciones o poner de manifiesto una falsedad. Sabía que esa
había sido su experiencia con todos sus parientes, a quienes atemorizaba la súbita falla
de su prueba de realidad. Quería demostrar una sola cosa, aparte de obtener los datos
clínicos. Quería mostrarle que era posible considerar ese material con calma y
objetividad, sin afirmar su naturaleza real o irreal, y respetarlo como una experiencia
muy urgente, cualquiera fuera su origen. En la esquizofrenia hay una tendencia fuerte,
aunque no confiable, que va desde la imitación hasta la identificación, como lo
demuestran los casos de ecolalia y ecopraxia.
Debo confesar que quedé desconcertado cuando, al cabo de la semana, Helen me
preguntó si lo que me había estado contando era enfermo. Empero, me encontró con
una verdadera colega cuando, un poco más adelante en esa misma sesión, Helen me
preguntó si eso era lo que la gente llamaba esquizofrenia, resulta imposible decir qué
produjo semejante alteración dramática. Por lo que puedo ver, una relación confiable
con un objeto constante alrededor de un problema centrado en evaluar la realidad e
irrealidad permitió que se estableciera una identificación transitoria con una actitud
analítica objetiva. En cierto sentido, se hizo cargo de mi tarea y la llevó a cabo con
extrema eficacia. Pero, tal como sucedió en el caso de Douglas, la solución del
problema de realidad llevó sólo a establecer una buena alianza terapéutica. Lo que
siguió fue el intenso desarrollo de una transferencia sexualizada, teñida de tendencias
masoquistas y sádicas. Empero, se había creado la posibilidad de una labor analítica
real, casi como resultado de una intensa participación en una relación "real".

CONSIDERACIONES TÉCNICAS
Todos los pacientes, sean neuróticos, fronterizos o psicóticos, tienen reacciones
transferenciales dentro y fuera de la situación terapéutica. Es nuestra opinión que sólo
son analizables los pacientes que también tienen capacidad para las relaciones libres
de transferencia. Esto es necesario para "meterse" en el análisis. Los pacientes que
carecen de esta capacidad para una relación libre de transferencia requieren una
psicoterapia preparatoria. Esto significa que es necesario ayudarlos a construir una
relación objetal basada en percepciones, juicios y respuestas confiables y previsibles.
Requieren algo más que la interpretación y los insights. Incluso casi todos nuestros
pacientes neuróticos, en distintos momentos del análisis (por ejemplo, en la
culminación de la neurosis de transferencia) pueden requerir estas medidas
adicionales. Si bien resulta imposible ofrecer prescripciones exactas para construir o
fortalecer una relación objetal "real" en la situación analítica, algunas ilustraciones
generales pueden resultar útiles.
El ingrediente más importante y más difícil de describir es la creación de una
atmósfera analítica productiva. Esta debería consistir en un sentido de propósito serio,
de esfuerzo dedicado, de disciplina y restricción por parte del psicoanalista. Empero,
dicha atmósfera debe contener también indicaciones de la preocupación humanitaria y
el respeto del analista por la situación del paciente. El analista es un terapeuta que
trata de aliviar el sufrimiento del paciente y su instrumento más potente es la
posibilidad de proporcionar insight, administrado en dosis tolerables para el paciente.
El analista debe explorar y sondear aspectos sensibles e íntimos, y se deben ofrecer los
insights con precisión, con actitud directa y franca y, el mismo tiempo, con plena
conciencia de la vulnerabilidad del paciente. El analista es un médico que debe estar
en condiciones de administrar insiqhts penosos sin innecesarias sustancias
edulcorantes o demoras dañinas (Cf. Greenson, 1957, Capitulo 4.2.).
Hemos encontrado útil explicar al paciente todo procedimiento o medida nuevo o
desconocido, de modo que pueda comprender por qué trabajamos de determinada
manera. Por ejemplo, explicamos por qué empleamos la asociación libre y, por ende,
por qué recurrimos al diván, Analizamos las ansiedades del paciente con respecto a
esos procedimientos, si son severas, antes de pedirle que los acepte, Al comienzo del
análisis, cuando el paciente hace una pregunta, explicamos por qué no respondemos
en general a las preguntas. Más adelante, permaneceremos en silencio, a menos que
nuestro silencio sea traumático o que una respuesta permita evitar una innecesaria
pérdida de tiempo.
Tratamos de dosificar nuestras interpretaciones, de modo que los pacientes no se
vean obligados a tener que arreglarse solos con insights nuevos y dolorosos durante
largos períodos, por ejemplo, durante las vacaciones. Tratamos de adaptarnos a
circunstancias difíciles especiales en la vida del paciente, en tanto pensemos que ello
no perjudicaré a otro paciente o contribuirá a dificultar el proceso analítico, Al mismo
tiempo, el paciente debe tener una actitud razonable con respecto a nuestras propias
realidades, incluyendo el horario, los honorarios, etc. Si llega a sobrevalorarnos, ello no
debe ser debido a la seducción o a una adaptación no realista a sus deseos.
Hemos encontrado útil, antes del final de una sesión, aclararle a un paciente que no
estamos muy seguros acerca de lo que ha sucedido en el curso de esa sesión.
No lo dejamos partir en silencio ni tratamos desesperadamente de encontrar alguna
remota interpretación para demostrar una comprensión que no tenemos. A menuda le
pedimos al paciente que nos dé ideas o haga asociaciones en relación con esta
admisión. También creemos que, a veces, se debe alentar al paciente a realizar parte
de la labor interpretativa con el fin de proporcionarle un sentimiento de participación
o incluso de logro. Escuchamos con cuidado sus insights y los tratamos como signos de
un esfuerzo significativo, aunque no siempre estemos de acuerdo con el contenido.
Una regla empírica importante que hemos encontrado útil para promover las
reacciones no transferenciales es el franco reconocimiento de cualquier error de
técnica, sea éste debido a reacciones contratransferenciales, interpretaciones
deficientes o fallas en la personalidad o el carácter del analista. El momento en que se
admite el error y el problema relativo a si se debe expresar verbalmente o mediante el
tono el pesar que se experimenta al respecto, son cuestiones demasiado complejas
como parA examinarlas en esta limitada presentación. Bastara señalar aquí que el
reconocimiento del error no debe interferir ninguno de los siguientes puntos:
1. Se debe proporcionar al paciente amplia oportunidad para descubrir el error por
sí solo.
2. Se deben analizar las fantasías del paciente antes/después del error.
3. También se debe analizar la reacción del paciente frente al reconocimiento del
error.
Aunque ya no se escuchan en los círculos analíticos controversias eruditas sobre si
constituye un pecado técnico mortal ofrecer un pañuelo a un paciente que llora por la
muerte reciente de un progenitor, se sigue mirando con muy malos ojos que un
psicoanalista haga algo que parezca bondadoso para con un paciente. A veces, esto
parece incluir cualquier reconocimiento de que el paciente esté en lo cierto, es
realista, se muestra perceptivo o tiene un insight. Sin embargo, cuando tal
reconocimiento está basado en el material del paciente, nada tiene que ver con la
seducción de la alabanza injustificada o el apoyo innecesario. Promueve una relación
necesaria y "real". Quizás deberíamos tener más en cuenta el hecho de que el
anonimato persistente y la prolongada ateroesclerosis afectiva también pueden ser
seductores pero, por lo general, en el sentido de provocar una transferencia hostil y
una alienación irreversibles y no interpretables.
Con los pacientes fronterizos y psicóticos, el acento está puesto hasta tal punto en
la realidad y en las relaciones "reales*, que las recomendaciones técnicas son más
amplias y más flexibles. Entre muchos otros procedimientos, incluyen mantener una
relación cara a cara, prestar ayuda concreta en lo concerniente a las adaptaciones a la
realidad, controlar los estallidos instintivos cuando sea necesario educar, promover las
tareas compulsivas, mantener una distancia psicológica e incluso física adecuada y una
amplia variedad de otras acciones, actitudes y comunicaciones, destinadas a facilitar el
desarrollo de relaciones objetales reparadoras y restablecer la representación objetal
interna. El uso de la interpretación varía de un paciente a otro y de un momento a otro
con el mismo paciente. Bastará indicar aquí que creemos que todo lo que sirve para
promover la relación "real", por lo menos con pacientes esquizofrénicos perturbados,
es más importante que las consideraciones transferenciales y, en última instancia,
prepara el camino para una intervención interpretativa eficaz.

CONSIDERACIONES TEÓRICAS
Todos nuestros pacientes, en grados variables, dudan de su juicio, sus percepciones
y su valía. Si "sólo interpretamos" o "sólo analizamos”, les dejemos sin quererlo la
impresión de que sus reacciones son "meras"' repeticiones de su pasado infantil y que
su conducta es inmadura, errónea o insana. Si parte de nuestra meta terapéutica
consiste en aumentar las funciones yoicas sanas del paciente y su capacidad para las
relaciones objetales, es importante confirmar aquellos de su conducta que indican un
funcionamiento sano. Al no tener en cuenta estos aspectos no distorsionados del
material del paciente, damos a entender, inadvertidamente, que sus reacciones
realistas carecen de importancia, no son dignas de comentario alguno y que lo único
que importa es comprender el significado inconsciente de su conducta.
La importancia que atribuimos a la relación no transferencia! entre paciente y
analista es el resultado de nuestra insatisfacción frente a la importancia unilateral que
se atribuye hoy a las interpretaciones transferenciales coma principal, si no única,
herramienta terapéutica. No negamos la importancia básica de la interpretación
transferencial en el psicoanálisis propiamente dicho, pero la experiencia repetida nos
ha enseñado que para que nuestros pacientes desarrollen un funcionamiento yoico
sano, constancia objetal y la capacidad para una relación objetal plena, la situación
analítica debe ofrecerles la oportunidad de experimentar en profundidad tanto los
aspectos realistas como los no realistas de su trato con los objetos. La interpretación
elimina antiguas ansiedades inconscientes e irracionales, culpas y depresiones. Más
allá de eso, muchos de nuestros pacientes necesitan tener le experiencia de sentir que
"están en lo cierto". Necesitan la experiencia de que se reconozcan y se respeten sus
funciones yoicas y relaciones objetalas adecuadas mediante el "manejo" adecuado por
parte del analista de los fenómenos transferenciales y no transferenciales. La
construcción de estructuras se produce no sólo como resultado de la disolución
mediante la interpretación sino también mediante el reconocimiento positivo de los
niveles de realización más eficaces del paciente.
El hecho de reconocer y tratar los elementos no transferenciales no tiene por qué
excluir u obscurecer la clarificación e interpretación de la transferencia. Por el
contrario, creemos que sólo el desarrollo de una relación no transferencial, "real",
viable, por limitada que pueda ser en su alcance, es esencial para resolver la neurosis
transferencial.
El anonimato total del analista en la situación analítica no sólo resulta imposible,
sino también indeseable. Lleva a un análisis en un vacío o a una preocupación excesiva
por analizar como manera de vida. Si nos aferremos a la posición de que el analista es
un observador imparcial en un punto equidistante con respecto a todas las instancias
psíquicas, se debe entonces suponer que también reconocerá y trabajará con
funciones yoicas que incluyen la prueba de realidad. El hecho de reconocer la
necesidad técnica de manejar los aspectos no transferenciales del material del
paciente reduce el peligro de una omnipotencia y omnisciencia defensivas en el
analista. Lleva a una experiencia humana completa, divorciada del ritual místico, sin
perder su naturaleza esencial en lo que se refiere a lograr insight y estructura.
Empero, queremos concluir con la necesaria formulación de algunas reservas.
Siempre existe el peligro de interpretar erróneamente nuestra posición y entender que
implica un acting-out sobreprotector como maestro, progenitor, o líder, que utiliza
erróneamente lo "real" como base para gratificaciones seductoras y un apoyo
innecesario. No existe justificación alguna para el desempeño de roles o para tratar de
llevar a cabo un psicoanálisis indoloro o alegre. El análisis ortodoxo purista, al sentido
más extremo, no permite muchos errores por comisión, y los principales desastres
tienen que ver sobre todo con los errores por omisión. Lo que hemos sugerido agrega
una dimensión al interés y la preocupación analíticos. En cierto sentido, sugiere alguna
fusión de la preocupación humanitaria restringida con la disciplina científica. Al sugerir
cierta ampliación del campo para el interés y la actividad analíticos existe siempre la
posibilidad de introducir nuevos errores de juicio. Consideramos que se trata de un
peligro menor que el descuido persistente de lo que es "real" en los pacientes que
tratamos.
Ya se ha sugerido que el tema de la relación "real" puede ser "subversivo". Quizás
esta legítima advertencia nos haya llevada a veces a formular nuestra posición con un
tono algo desafiante y polémico. En particular, confiamos en que promoverá un interés
correspondiente por el examen crítico y acabado. Se trata de un tema demasiado
importante como para que persistan el silencio y la indiferencia.

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