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Adoloridos e indignados los isleños se rehúsan a aceptar que perdieron parte del
mar que les ha pertenecido desde antes de ser parte de Colombia. Soplan ansias
de emancipación. Crónica de SEMANA desde San Andrés.
El viernes San Andrés vivió la marcha más grande de su historia cuando miles de raizales y
continentales pidieron en español e inglés no acatar el fallo de La Haya. Foto: AFP
Los isleños no esconden su dolor. Al contrario, quieren que el resto de Colombia y del
mundo sepa lo que están sintiendo, aunque tal vez no lo puedan entender. El mar para
ellos no es simplemente el agua que rodea las islas. Es parte de su territorio, el patio de la
casa, de donde comen, donde trabajan, donde gozan la vida. Allí bautizan a los niños y
allí van a descansar las almas de los que se van. Un pescador trató de explicárselo al
presidente Juan Manuel Santos. Le dijo que después de la muerte de su madre, haberse
quedado sin ese pedazo de mar era lo peor que le había pasado en la vida. Pero no
solamente los nativos están en duelo, los ‘pañas’, como los raizales llaman a los
continentales que se han asentado en la isla, también están indignados con el fallo.
Los más afectados, sin embargo, son los pescadores. Hay un poco más de 1.000 que
practican la pesca artesanal en aguas cercanas a Quitasueño y Serrana, (los dos cayos
que desde el lunes quedaron rodeados por aguas nicaragüenses) y 16 empresas de
pesca industrial, que depende en un 90 por ciento del banco Luna Verde, también cerca
de Quitasueño, quedaron de un día para otro en territorio extranjero. De esa zona sacan
hasta 150 toneladas de langosta al año (lo máximo que permite el gobierno para proteger
la especie), lo que puede representar hasta 12.000 millones de pesos anuales. En el
momento del fallo había en esas aguas 14 barcos pesqueros, por eso la Armada Nacional
envió sus corbetas al meridiano 82.
En puerto, y aburrido con la noticia, se quedó el capitán Rennie Allen-Bodden, del Rough
Rider, un barco hondureño. Este es solo uno de los 15 barcos de ese país que también
estaban autorizados para pescar en esa zona, gracias a un acuerdo comercial con el
gobierno colombiano. Sobre ese acuerdo, y otro con Estados Unidos, la cancillería no ha
dicho palabra, ni le ha aclarado a la Gobernación de San Andrés qué van a hacer al
respecto. Los 100 pescadores hondureños que integran las tripulaciones de estos barcos
están preocupados porque los dos meses y medio que pasan en los bancos de Luna
Verde o La Esquina, les permiten ganar dinero suficiente para enviar remesas a sus
familias en Honduras, y de paso comprarles electrodomésticos, ropa y otros artículos que
son mucho más baratos que en su país.
Los pescadores artesanales de San Andrés y Providencia están asustados, no solo por la
restricción a las aguas donde pueden trabajar, que afectará sus ingresos, sino porque
temen pasarse por equivocación a aguas nicaragüenses y que los guardacostas de ese
país los capturen, como le pasó a Narciso Alvarado. Hace un año se le apagó el motor y
terminó a la deriva en aguas extranjeras. Dice que infantes de marina nicaragüenses le
dispararon, lo capturaron, le decomisaron la pesca, los implementos de trabajo y la
lancha. Pasó 34 días preso durmiendo en un colchón en el suelo y con una muda que el
consulado colombiano le llevó. “La comida era muy mala y no me daban ni siquiera las
pastillas para la presión alta”, dice. Finalmente, después de que la cooperativa a la cual
está asociado logró reunir 250 dólares para pagar la multa, fue deportado a Bogotá. La
lancha sigue decomisada porque hay que pagar 4.500 dólares para sacarla. Como
Narciso se quedó sin bote, ahora trabaja como obrero de construcción y gana 400.000
pesos, ni la mitad de lo que ganaba como pescador.
Las repercusiones económicas y ambientales del fallo tienen preocupados hasta a los
niños. Los 54 alumnos de quinto grado de la profesora Maritza Emily O´neill, en el First
Baptist School en La Loma no paran de hacer preguntas. Durante este último periodo
escolar, los alumnos estudiaron un módulo especial sobre el mar y ahora son conscientes
de la cadena económica que hay desde los pescadores, a los vendedores, pasando por
los restaurantes y hoteles en la isla.
Al lado de la escuela, en lo más alto de la colina está la First Baptist Church, la primera
iglesia y centro de culto clave de los raizales en la isla, donde predica el pastor Raymond
Howard, líder religioso pero también político del movimiento Amen, (Archipelago
Movement for Ethnic Native Self Determination) que busca su reconocimiento étnico y el
derecho de los isleños a la autodeterminación.
Para los raizales haber entregado ese pedazo de mar a Nicaragua es perder aún más su
independencia, porque ahora quedarán atados a Colombia para su supervivencia. El Plan
San Andrés y la emergencia económica propuesta por el gobierno fueron recibidos como
un insulto y no como una solución. Mucho de lo que propone hacer el gobierno en esta
coyuntura ya estaba en el Plan de Desarrollo o son reclamos ignorados por el Estado
durante años. Comparten esa opinión algunos como el taxista cartagenero Lewiston
Pitalua. “Los políticos vienen a hacer promesas y las tiran al mar cuando se van en su
avión”.
Eso se hizo evidente durante la marcha de protesta el pasado viernes, convocada por la
Amen, pero a la que se unieron comerciantes, ‘pañas’ y los turistas curiosos en
chancletas que salieron a verla desde el andén. El mensaje en la marcha, quizás la más
multitudinaria que la isla haya visto era claro: Colombia no debe acatar el fallo de La
Haya. Así lo manifestaban en coro, en pancartas en inglés y español, y en la parte
delantera de sus camisetas. De espaldas, el mensaje era otro: “Enough is Enough”. Ya es
suficiente.