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Josep Picó, Cultura y modernidad en Cultura y Modernidad, Seducciones y

Desengaños de la Cultura Moderna. Alianza editorial, Madrid, 1999.

La noción de cultura sufre un vuelco a partir del siglo XVIII y XIX con el auge de la
modernidad. La experiencia vital –como lo explica Berman- es aquel elemento
transformador, homogeneizador, es lo que une a la humanidad pero de una manera
paradójica es la “unidad de la desunión”. Junto con la modernidad nacen los
nacionalismos y, con ellos, diversos procesos modernizadores que emergen según su
contexto territorial y sociohistórico. Asimismo, este proceso constante de transformación
empieza a revolucionarse a sí mismo modificando al capitalismo y su infraestructura. Es
así como pasamos de un mercado basado en la producción y la razón positivista a un
mercado volátil y dinámico que ya no busca la satisfacción de las necesidades básicas
sino la súper producción de bienes de consumo sin importar si tienen o no, una utilidad
genuina para el consumidor. Todos estos factores son los que dan paso a la modernidad,
sus promesas y sus desilusiones.

Para Picó, el desarrollo de la última etapa del capitalismo ha profundizado en dos de sus
mecanismos principales: la producción y el consumo. La sociedad contemporánea es una
sociedad que se mueve por el consumo de bienes. Claramente, para que haya consumo
es imperante que haya una base sólida de producción capaz de producir a una alta
velocidad y a una escala masiva. Sin embargo, de nada serviría esa súper producción si
no hubiese gente que consume los productos, es así como el mercado ideó un plan para
darle a la gente razones para consumir de manera constante sin importar la utilidad del
producto. Este plan consistió en cuatro pasos que explicaremos a continuación.

Primero deslegitimó la cultura del otro despojándolo de la misma ¿Cómo? De dos


maneras, no reconociendo su diferencia y por ende, negándole su existencia, obligándole
a convertirse en uno como los demás. De igual manera, a aquellos que se negaban a
renunciar a su cultura los exilió. Después, el otro sin cultura, sin identidad, sin manera de
darle sentido a su realidad tuvo una crisis existencial, lo que le hizo vulnerable.
Aprovechándose de su vulnerabilidad y una vez deslegitimada su cultura y su
heterogeneidad, la hegemonía capitalista homogeneizó y convirtió al otro en masa por
medio de dispositivos y tecnologías generadores de signos y símbolos, como el televisor.
Así, el mercado se apropió de esos símbolos con los que la masa empezó a construir su
realidad social e identificarse. Finalmente, se creó, por medio de estos dispositivos, la
promesa de la postmodernidad ¿Cuál es? Es muy sencilla y es la siguiente: Se puede ser
feliz por medio de la compra de productos.

No obstante, no era solo la felicidad y el placer en sí sino también la satisfacción de poder


comprar algo que finalmente los represente y les dé un sentido más profundo a su
existencia. A partir de este plan maestro, surge la clase media que es la que está
compuesta por esa masa homogénea en busca de su identidad y –como dice Picó-
empieza a hacerle una especie de guerra simbólica a las élites para dominar y apropiarse
de los símbolos hegemónicos. Ahora la cultura predominante es la de la televisión, esa
que se constituye como la popular. Ésta última que lucha contra una élite indignada, que
por intentar destituir al otro de su cultura, el problema se le está manifestando en su forma
más grotesca. El otro está aquí para quedarse. El gran problema de la élite es que lo
necesita dentro de su sociedad para mantener su economía funcionando, no lo puede
eliminar y, para bien o para mal, todos estamos condenados a convivir en el mismo
planeta, ahora la pregunta es ¿Cómo vamos a hacer para que la convivencia sea más
amable para todos?

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