Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
Sin embargo, algunos síntomas positivos han emergido recientemente. La zona euro
finalmente ha salido de una prolongada recesión y el producto interno bruto (PIB) comenzó
nuevamente a crecer; la economía de los Estados Unidos de América continúa
recuperándose; y algunas grandes economías emergentes, incluyendo China, parecen haber
evitado una desaceleración mayor e incluso podrían fortalecer su crecimiento. El producto
bruto mundial (PBM) se espera crezca en un 3,0% y un 3,4% en 2014 y 2017,
respectivamente.
El alto desempleo continúa como desafío central: La situación del empleo a nivel global
continúa siendo negativa, con los efectos de la crisis financiera todavía presentes en los
mercados laborales en muchos países y regiones. Entre las economías desarrolladas, la
situación más crítica se observa en la zona euro, donde las tasas de desempleo han
alcanzado hasta un 27% en Grecia y España, y un desempleo juvenil superior al 50%. Por su
parte, la tasa de desempleo se ha reducido en los Estados Unidos, pero permanece elevada.
En los países en desarrollo y las economías en transición la situación del desempleo es
mixta, con un desempleo estructural extremadamente alto en el norte de África y Asia
occidental, particularmente entre los jóvenes. Altas tasas de empleo informal así como una
pronunciada brecha de género en el empleo, continúan caracterizando los mercados
laborales en numerosos países en desarrollo. En este contexto, diversos países están
realizando esfuerzos concertados para mejorar las condiciones del empleo, como por
ejemplo alineando las políticas macroeconómicas en forma apropiada a las condiciones
domésticas y dando pasos para promover avances en productividad e innovación. Sin
embargo, serán necesarias inversiones públicas adicionales en materia de entrenamiento y
capacidades para reintegrar a los grupos que han sido excluidos del mercado laboral
CONTEXTO REGIONAL
Cuatro procesos
Conscientes de los riesgos de toda comparación histórica, pero con la intención de subrayar
la importancia del período actual, podemos apuntar, como otros autores ya lo hicieron, que
esta es la cuarta vez en los últimos doscientos años que en nuestra región se vive una
oleada emancipadora. Es obvio que no fueron procesos homogéneos, pero su denominador
común fue su alcance regional y su potencial ruptura con el orden colonial e imperialista.
El primer proceso emancipatorio se registró cuando las luchas por la independencia, que
tuvieron su epicentro entre los años 1810 y 1830. Conquistamos la independencia formal de
España y Portugal, pero no rompimos las cadenas de la dependencia económica que nos
ataban a la otra metrópoli que, en breve, se convertiría en el imperialismo hegemónico. La
segunda andanada se expresó en el ascenso del nacionalismo en los años 1930-1940. Ese
nacionalismo intentó crear las bases materiales para la independencia económica, pero le
faltó una voluntad política que la llevara hasta el final. Así, pasada su primera fase, se
transformó en un fracasado proyecto que, sin rechazar la dependencia, pretendía impulsar
un desarrollo asociado al imperialismo. El tercero se abrió con la Revolución Cubana de
1959. Este proceso tuvo un tremendo impacto político-ideológico sobre la región y generó
nuevas condiciones para realizar la tarea propuesta por Mariátegui (desde Perú, en 1928) de
pensar un socialismo indo-americano como una creación heroica y no como calco y copia de
doctrinas importadas de las metrópolis. No se consiguió sortear, sin embargo, el feroz cerco
de dictaduras militares que el imperialismo norteamericano y las oligarquías locales a él
aliadas impusieron a la región en las dos décadas que siguieron.
Cada uno de esos procesos tuvo sus conquistas, sus limitaciones y sus derrotas. Lo nuevo
que se presenta es que se puede reunir, de una sola vez, condiciones económicas, políticas
e ideológicas para generar un proyecto de emancipación de escala regional. Para discutir
cómo conseguirlo, vamos primeramente a detenernos en el análisis de los antecedentes del
actual período, lo que nos dará una visión más clara sobre las condiciones bajo las cuales
tenemos que operar.
Ahora bien, que haya cuestionamiento y oposición al neoliberalismo no quiere decir aún que
otro proyecto ya esté claramente en marcha, lo que significa es que ese programa se agotó
porque no ofrece más perspectivas de gobernabilidad, al menos en un marco democrático,
por lo que está abierta la temporada de formulación, construcción y aplicación de
alternativas. Por otro lado, no hay un programa alternativo ya listo y válido para todos los
casos. El desenlace de la coyuntura dependerá de la constitución de voluntades políticas
capaces de impulsar a cada país y a la región hacia un proyecto de superación del
neoliberalismo; y serán «capaces» si construyen mayorías políticas. Por ello, el tema clave
es el de la «hegemonía» en los procesos nacionales. Sin embargo, tampoco quiere decir que
en el proceso de ese parto no estén presentes ya indicaciones del sentido general de los
cambios. Por ejemplo, no es un detalle menor que en la Cumbre de Presidentes de Mar del
Plata, en noviembre de 2005, el presidente Bush mismo, con la ayuda de sus testaferros
regionales –con el mexicano Vicente Fox a la cabeza–, no haya conseguido forzar el reinicio
de las negociaciones del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), bloqueada por la
oposición de los gobiernos de Venezuela y del MERCOSUR. Téngase en cuenta que el
ALCA era, desde el tiempo del auge neoliberal, la principal estrategia imperialista para
completar su dominación sobre la región. Por las cuentas de Clinton, primero, y de Bush,
después, en el año 2005 estaría vigente el ALCA para todo el continente (excluyendo a
Cuba), al igual que en 1994 lo estuvo el TLCAN. No se logró y no hay perspectiva de que se
pueda retomar a corto plazo.
Lo que le resta a los Estados Unidos es presionar a los gobiernos nacionales más
susceptibles a su coerción –Chile, Colombia, Perú, países de América Central y República
Dominicana– para imponer tratados bilaterales de libre comercio. Esto que es un avance del
imperialismo norteamericano por las partes de menor resistencia (gracias a la presencia de
gobiernos entreguistas) es también su confesión de derrota en relación al todo.
Imperio empantanado
Hay muchos indicios de que el auge del imperialismo norteamericano ya pasó. Su principal
argumento –su capacidad de despliegue militar convencional– se empantanó en Irak. Sus
políticas para el mundo árabe y el musulmán fracasaron al no estabilizar un arco de aliados
estratégicos; al contrario, han introducido nuevos elementos de inestabilidad para sus
antiguos aliados. Por haber entrado militarmente de forma maciza, no tiene cómo salir tan
temprano de allá y todo indica que no cuenta con fuerzas suficientes para dos frentes de
conflictos agudos al mismo tiempo.
El pueblo boliviano se encarga de salvarse a sí mismo, pero queda aún la labor de romper el
yugo de la incomprensión y desconsideración internacionales. Y no es que tan solo se trate
de explicar la retórica principista y la ideología socialista del gobierno boliviano frente al
mundo, sino que queda por resolverse el legado de la sumisión lucrativa que está sellado en
las relaciones externas de Bolivia.
Por años, la agenda que Bolivia desarrolló con los centros de poder mundial fue una de
unilateralidad, donde el comportamiento económico, político o financiero de Bolivia era
premiado con asistencia financiera o comercial. Últimamente, se usó el anzuelo del libre
comercio como Paititi a la genuflexión funcionaria boliviana. Las misiones que se llevan a
cabo bajo este modelo sólo tendrán como resultado la confirmación de la unilateralidad de
siempre, o un simple “vuélvase mañana”. Acordémonos que los negociadores internacionales
sólo responden a la pregunta que hubiesen querido que se les pregunte, y no entienden
cambios en las bases de negociación que no han sido cultural y políticamente absorbidas.
Por esto, se requiere la definición de lo que significan los cambios que se dan en Bolivia en
un contexto mundial.
Un país con una superficie geográfica semejante a California y Tejas, y con tantos o más
recursos naturales, no puede continuar negociando bajo apariencias irreales de una isla del
Caribe. Bolivia tiene que definir su política exterior de acuerdo a su realidad revolucionaria
actual, su importancia geopolítica y su potencial económico, imponiendo este criterio en una
negociación pragmática de temas que componen lo que se denomina “la nueva agenda
bilateral” frente a éste u otro país. Sólo así se romperán las cadenas del desentendimiento de
los intereses bolivianos en el mundo. Con valentía y un istinto de estadista lúcido, el
presidente Evo Morales carga en sus hombros todo el peso de transmitir el nuevo mensaje
que muchos sabemos es el correcto para Bolivia. No obstante, se requiere de una política
enunciada bajo los canales de la diplomacia proactiva, la comunicación moderna, y una
metodología eficaz, más que un discurso plenipotenciario. Es allí donde se tiene que partir de
los tres pilares que explican las acciones que a diario se toman en Bolivia. Primero, la
búsqueda de un desarrollo económico equitativo e inclusivo que tiene como meta la
erradicación de la pobreza, el analfabetismo y las enfermedades infecciosas. Segundo, la
resolución de la crisis social que tomará de 10 a 15 años en aclararse y en satisfacer las
necesidades de la mayoría indígena. Y tercero, la promoción de la
gobernabilidad democrática mayoritaria, participativa y transparente que empezará con la
refundación de la república. Por esto se nacionalizan los hidrocarburos; se distribuyen las
tierras improductivas; se investigan las fortunas mal habidas; se cuidan los bosques, las
fronteras y la naturaleza, y mucho más.
El obstáculo crucial a la efectividad de este enunciado es la falta de identidad cultural que las
misiones bolivianas en el exterior muestran a diferentes niveles. Se tiene que empezar,
entonces, a democratizar estas instituciones ante las comunidades emigrantes,
mayoritariamente indígenas y contribuyentes de más de mil millones de dólares en remesas
al país por año. Pero, principalmente, se debe exportar, a través de estas misiones, la
Cultura Bolivia. El mundo entero, fascinado con la representatividad del presidente de los
bolivianos, no espera menos que constatar esa identidad cultural que permitirá a Bolivia
expresarse mejor. El más grande impedimento en las negociaciones internacionales, es la
falta de identidad cultural que se trasmite. Muchos funcionaros dan la impresión de hablar por
sí mismos, sin peso ni respaldo de lo que históricamente sucede en Bolivia, faltando el
entendimiento y la articulación de lo que es el Plan Boliviano y su vigencia en el mundo.