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AMÉRICA EN LA EDAD MODERNA (UPV-EHU)

RESUMEN TOMO I (CAP. 6,7 Y 8) Y TOMO II (CAP. 1 Y


2), LESLIE BETHEL

CURSO 13-
PROF.
14
HISTORIA DE AMERICA LATINA
-Compilado por Leslie Bethell-

TOMO I: América Latina colonial: La América precolombina y la conquista

SEGUNDA PARTE CONQUISTA Y COLONIZACION EN EL SIGLO XVI

Capítulo 6 – La conquista española y las colonias de América (Elliot)

Los antecedentes de la conquista:

La conquista de América se llevó a cabo bajo la filosofía de poblar y a la vez conquistar la


tierra. Conquistar:
1- Puede significar colonizar, pero también invadir, saquear, avanzar.

2- Primer sentido: da la primicia a la ocupación y explotación de la tierra.

3- Segundo sentido: poder y riqueza de una forma menos estática, en términos de posesión de
objetos portables, como el oro, los botines y el ganado, y de señoríos sobre vasallos más que
propiedad de la tierra.

El deseo de honor y riqueza eran una ambición central en la Castilla medieval, se ganaban
más fácilmente con la espada y merecían formalizarse en una concesión de status más alto por un
soberano agradecido.

El enclave del reino de Granada permaneció en manos de los moros hasta 1492, pero la
reconquista cristiana de la península se completo al final de siglo XIII. Como los límites de la
expansión interna fueron alcanzados, las fuerzas dinámicas de la sociedad ibérica medieval
comenzaron a buscar las nuevas fronteras a través de los mares. Europa poseía una sociedad
inquieta, que demandaba lujos exóticos y productos alimenticios; la peste negra y la escasa oferta
laboral afectaban a todo el continente.

La conquista de Sevilla (1248) y el avance de la reconquista hacia el estrecho de Gibraltar le


había dado a la corona de Castilla y León un nuevo litoral atlántico, cuyos puertos estaban poblados
por marinos de Portugal, Galicia y la costa cantábrica. Fue surgiendo así una nueva raza de
marineros que sacaron partidos de los avances tecnológicos en la navegación.

Se perfeccionaron las carabelas y mejoraron los sistemas de medición –utilizando el astrolabio


y el cuadrante, además de las primeras cartas de navegación-. Los genoveses se establecieron en
esta época en Lisboa y Sevilla, donde vieron oportunidades para la empresa y la inversión de
capitales. Portugal tenía además una importante comunidad mercantil autóctona.

La nobleza -afectada por la devaluación de la moneda, que redujo el valor de sus rentas fijas-
buscaba en ultramar nuevas tierras y nuevas fuentes de riqueza, combinando su ansia de riqueza con

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el fervor por las cruzadas, su sed por el conocimiento geográfico y el deseo de perpetuar sus
nombres. Esta amalgama de motivaciones produjo entre los portugueses un intenso movimiento de
expansión.

A la muerte de Enrique el navegante (1460) los portugueses habían penetrado 2500 km al sur
en la costa occidental de áfrica, y se habían adentrado en el atlántico, estableciéndose en Madeira,
las Azores y las islas de Cabo Verde.

El rasgo más característico de la expansión portuguesa fue la feitoria (factoría), la plaza


comercial del tipo fundado en la costa africana. El uso de este tipo de emplazamiento posibilitó
prescindir de las conquistas y los asentamientos a gran escala, permitiendo a los portugueses en los
siglos XV y XVI mantener su presencia en grandes extensiones del globo sin necesidad de profundas
penetraciones en las regiones continentales.

Los castellanos aprovecharon los precedentes portugueses y sus propias experiencias de


reconquista, cuando al final de siglo XV volvieron su atención hacia los mundos de ultramar. Podían
comerciar o invadir, establecerse o seguir viaje. La opción que eligieran estaría determinada por las
condiciones locales y por la combinación de personas e intereses que aseguraban y dirigían las
expediciones de conquista.

El conquistador, aunque individualista, nunca estaba solo. Pertenecía a un grupo bajo el


mando de un caudillo, cuya capacidad de supervivencia se pondría a prueba por su capacidad para
movilizar hombres y recursos, y después por su éxito en conducir a sus hombres a la victoria. Los
largos siglos de guerras fronterizas en Castilla ayudaron a crear esta mezcla especial de
individualismo y sentido comunitario que hizo posible la conquista de América.

Más allá de la unidad individual y colectiva había otros dos participantes que colocaron un sello
indeleble en toda la empresa: la Iglesia y la corona. La Iglesia proveía la sanción moral que elevaba
una expedición de pillaje al rango de cruzada, mientras que el Estado consentía los requerimientos
para legitimar la adquisición de señoríos y tierras. Cuando los botines de guerra se tenían que dividir,
siempre se apartaba un “quinto real”.

La monarquía era el centro de la organización de toda la sociedad medieval castellana;


establecía el buen gobierno y la justicia, en el sentido de asegurar que cada vasallo recibiera sus
derechos y cumpliera las obligaciones correspondientes a su posición social. Esta era la sociedad
patrimonial que se desmoronó a finales de la edad media, reconstruyéndose en Castilla durante el
reinado de Fernando e Isabel (1474 – 1504), y llevándose a través del océano para implantarse en las
islas y el continente americano. Los reyes católicos fueron los monarcas de lo que era esencialmente
una sociedad medieval renovada; el carácter de su realeza, tradicional en sus formulaciones teóricas,
poseía en la práctica elementos innovadores que hacían aquel poder más formidable que el de sus
antepasados.

Fueron los primeros soberanos auténticos de España, al unir las coronas de Castilla y Aragón;

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y si bien seguían siendo institucionalmente distintas, su unión nominal represento un notable aumento
del poder real. Como reyes de España, tenían a su disposición muchos más recursos financieros y
militares que los que podían reunir cualquier facción rebelde entre sus súbditos. El humanismo
renacentista y la religión restablecida produjeron ideas y símbolos, que pudieron explotarse para
resaltar a la monarquía como jefa natural de una gran misión colectiva designada por la divinidad para
derribar los últimos restos de la dominación árabe y purificar la península de cualquier elemento
contaminante, como preludio para llevar el evangelio a las partes más remotas de la tierra.

Ya había indicios claros de esto en los primeros intentos de Castilla para conquistar y colonizar
en el atlántico: la ocupación de las islas Canarias (décadas de 1480 y 1490). Dicho archipiélago era
también una base para las incursiones en la costa de África y para los viajes de exploraciones por el
atlántico, del mismo tipo que los realizados por los portugueses. A su vez, la ocupación ilustraba esta
conjunción del interés público y privado que iba a caracterizar la empresa de América.

Cuando Cristóbal Colón convenció a Fernando e Isabel (1491) aportó sus propias ideas,
basadas en el modelo portugués de cartas de donación a los que descubrieran tierras al oeste de las
Azores. La corona estaba dispuesta a hacer una contribución financiera pequeña, y proporcionar los
barcos. Colón fue nombrado Virrey hereditario y gobernador de cualquier tierra nueva que encontrara.
Tenía además el derecho a nombrar oficiales judiciales, y el 10% de las ganancias del tráfico y el
comercio.

Al llegar a América, surgió una pregunta. ¿Quién iba a ejercer el señorío sobre los nativos, y
quien iba a encargarse de la salvación de sus almas? Los reyes católicos se dirigieron al papado. Del
complaciente Alejandro VI (Borgia) obtuvieron lo que querían: derechos similares a los obtenidos por
los portugueses en “todas y cada una de las tierras firmes e islas lejanas y
desconocidas…descubiertas y que se descubran en adelante” en el área fuera de la línea nacional de
demarcación que se acordaría formalmente entre las coronas de Portugal y España en el tratado de
Tordesillas (1494). La autorización papal concedía un titulo extra de seguridad a las peticiones
castellanas contra cualquier intento de recusación por parte de Portugal, y elevó la empresa de las
Indias al grado de empresa santa ligando los derechos exclusivos de Castilla a una obligación
igualmente exclusiva para que se ganaran los paganos para la fe.

Durante la segunda expedición (1493) se predico un interés especial a la conversión de los


isleños, y un grupo de frailes seleccionados tuvieron la responsabilidad de realizar una empresa
misionera a expensas de la corona. Además, la conversión suponía una ocupación permanente, y que
toda la expedición española se equipara adecuadamente para pasar una estancia larga en el
asentamiento de las Antillas. Esta vez, en lugar de 87 hombres, Colón formo una expedición de 1200,
pero aun sin mujeres.

Entre la variedad de opciones, Castilla escogió la que implicaba la conquista en gran


escala dentro de la tradición medieval peninsular: la afirmación de la soberanía, el
establecimiento de la fé, la inmigración y asentamiento, y una dominación extensiva de las
tierras y las personas.

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El modelo de las islas (1492 – 1519):

La corona se encontró con un problema: como imponer estabilidad en un mundo donde casi
todo estaba cambiando rápidamente. Introducidos en el recién descubierto paraíso caribeño, Colón y
sus hombres lo convirtieron pronto en un espacio yermo.

Los españoles habían vuelto a las Antillas con las ideas muy precisas. Por encima de todo
querían oro; pero al recibir cantidades escasas de los indios, decidieron suplir el oro con los propios
indios. Al embarcar nativos de vuelta a España para venderlos como esclavos, Colón formuló una
cuestión aguda, la del status de la población indígena.

Un infiel era un hombre que había rechazado la verdadera fe, pero estas nuevas gentes
habían vivido en una total ignorancia de ella. Por lo tanto, debían ser clasificados como paganos. La
reina Isabel suspendió el comercio, dado que esas gentes eran sus súbditos, y en 1500 la corona
declaro a los indios “libres y no sujetos a servidumbre”. Esta regla aparentemente decisiva estaba
lejos de ser comprendida, ya que recién hacia 1542 (con las “Leyes Nuevas”) los indios fueron
liberados definitivamente de la esclavitud.

La familia de Colón pronto demostró su ineficacia para gobernar las islas, y en 1501 el fray
Nicolás de Ovando fue nombrado gobernador. En los ocho años de gobierno, Ovando logró poner los
cimientos de un resurgimiento económico y logro un efectivo control centralizado. Comenzó
reconstruyendo Santo Domingo, que se convirtió en la primera autentica ciudad del nuevo mundo
español, y por consiguiente, en modelo de las ciudades que se erigirían mas tarde.

Las esperanzas de una economía de tráfico de oro se habían ido perdiendo, aunque había un
pequeño reducto de explotación en ríos y minas, que Colón optimizó por medio del trabajo indígena
forzoso. Intentos para reemplazar este por un sistema de trabajo voluntario fueron infructuosos,
debido a que el concepto europeo de “trabajo” era ajeno a los nativos.

Al darle a Ovando el poder para adjudicar mano de obra indígena a su propia discreción, la
corona le entrego las bases para modelar la vida de la isla a sus propios requerimientos. La
encomienda en el nuevo mundo no incluía el reparto de tierra o rentas, era simplemente una
asignación pública de mano de obra obligatoria. Mientras una parte consistía en indios en
encomienda, otros conocidos como “naborías” servían a familias españolas como criados domésticos.
Estos naborías se hallaban a ambos lados de la línea que dividía la sociedad armónica que Ovando
había concebido –una sociedad en la cual coexistieran las comunidades india y española bajo el
control del gobernador introduciendo a los indios en los beneficios de la civilización y ofreciendo a
cambio el trabajo, que era lo único que podían ofrecer.

Por lo tanto, bajo el gobierno de Ovando, La Española hizo la transición desde centro de
distribución a colonia, pero su proyecto contenía en si mismo las semillas de su destrucción. El
establecimiento de trabajo forzoso entre la población indígena precipito el proceso que ya de por si
resultaba catastrófico, su total extinción. A los 20 años de la llegada de colon, la población

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desapareció por la guerra, las enfermedades, los malos tratos, y el trauma producido por los
esfuerzos que hicieron los invasores por adaptarla a unas formas de vida y comportamientos
totalmente distintos a su experiencia anterior.

En un intento desesperado por mantener el suministro de mano de obra, los colonos


invadieron masivamente las Bahamas y deportaron su población a la española. La estabilidad
buscada por Ovando era imposible de lograr; los disidentes locales lograron movilizar a defensores
influyentes en la corte y Ovando fue cesado de su cargo en 1509.

El continuo declive de indígenas y de la población no blanca importada trajo dos respuestas


distintas con grandes consecuencias.

En primer lugar, provoco un poderoso movimiento de indignación entre la propia isla y la


España misma, dirigido por los dominicos horrorizados por las condiciones en que se encontraron las
islas a su llegada (1510). Montesinos denuncio los malos tratos a los indios y se negó a dar la
comunión a los encomenderos en las navidades de 1511. Se necesitaba un nuevo código legislativo
para proteger a los indios: las leyes de Burgos (1512) fue un intento de regular el funcionamiento de la
encomienda, una institución incompatible con el principio de libertad de los indios, que la ley también
proclamaba.

Las leyes de Burgos murieron en la misma pluma de sus legisladores, y recién en 1516, el
regente Cardenal Cisneros (bajo influencia de Bartolomé de las Casas) hizo un nuevo intento por
abordar el problema, enviando una comisión de 3 jerónimos para gobernar en las islas. Los 2 años de
gobierno de dichos funcionarios mostraron claramente las dificultades que se derivaban al aplicar las
buenas intenciones ante hechos desagradables. Resultaba difícil erradicar los abusos, y el descenso
demográfico no parecía detenerse. Aceptando de mala gana que la economía de la isla era
insuficiente para la supervivencia sin mano de obra forzada, los jerónimos llegaron a concluir
que la única solución era importarla de fuera, en forma de esclavos negros. El primer embarque
de negros ladinos (de habla española) llegó a la isla en 1505. Hacia 1518 Carlos V concedió licencia a
un miembro de su casa de Borgoña para enviar 4000 esclavos a las Indias en el curso de 8 años,
quien rápidamente vendió su licencia a los genoveses. Un nuevo y lucrativo tipo de comercio
transatlántico se empezó a crear, cuando el viejo mundo de África vino a compensar la balanza
demográfica del nuevo mundo de América.

En los años siguientes, los inquietos colonos de Santo Domingo fueron acercándose a las islas
de los alrededores. Puerto Rico (1508) Cuba (1510) Florida (1513) Panamá (1519).

Una tras otra, las áreas de penetración española perdían sus poblaciones aborígenes ante la
constante y progresiva marcha de rompimiento, desmoralización y enfermedades, de modo que los
invasores hacían esfuerzos frenéticos por repoblar la menguada mano de obra nativa, organizando
expediciones para capturar esclavos en las regiones cercanas. Pero fue en el periodo que siguió a la
ocupación del istmo de panamá y el descubrimiento del Perú cuando las incursiones de esclavos se
convirtieron en una forma de vida regular y organizada.

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En todos los lugares la esperanza de reproducir la población india perdida demostró ser
ilusoria. Los esclavos sucumbieron tan rápidamente como la población local a la que habían venido a
reemplazar, y la devastación de una región no iba acompañada, como los españoles hubieran
confiado, en la restauración de otra.

El “periodo de las islas” del descubrimiento, conquista y colonización que comprendió los años
1492 a 1519, culminó, por lo tanto, en un período de acelerada e intensa actividad, estimulada en
seguida por el fracaso inicial de Santo Domingo para mantener sus inquietos inmigrantes y por las
perspectivas rápidamente propagadas de saqueos, comercio y beneficio cuando empezaron a
descubrirse las tierras del continente. A menos que la colonización se vinculara mejor a la conquista
que en los primeros años del Caribe español, las expediciones que se estaban dirigiendo al
continente americano conquistarían tierra baldía.

La organización y el avance de la conquista (1519 – 1540):

Podría decirse que la América española continental se conquisto entre 1519 y 1540, en el
sentido de que esos 21 años vieron el establecimiento de la presencia española a través de zonas
extensas del continente y una afirmación de la soberanía española, más efectiva en unas regiones
que en otras, sobre los pueblos que no habían caído dentro del área jurisdiccional adjudicada a
Portugal por el Tratado de Tordesillas, un área que incluía el descubrimiento reciente de Brasil.

Dos grandes arcos de conquista, moviéndose hacia afuera de las Antillas, complementaron la
subyugación del continente.

1- Uno, organizado desde Cuba entre 1516 y 1518 recorrió México entre 1519 y 1522,
destruyendo la confederación azteca, y después se irradio hacia el norte y sur desde la
meseta central mexicana.

2- El otro, comenzando en Panamá, se movió brevemente hacia el norte (1523-24) hasta llegar
a Nicaragua, y tomo la ruta del pacifico hacia el sur para conquistar el imperio Inca en 1531-
33. Desde Perú se irradiaron hacia el norte y el sur, conquistando Quito, Bogotá y Chile
(1542). Dicha conquista se malogró ante la resistencia de los indios araucanos.

Las poblaciones indígenas de las regiones más pobladas y colonizadas se sometieron


al dominio español en una sola generación. ¿Cómo se puede explicar este rápido proceso?

El choque de la sorpresa que causó la aparición de los españoles y sus caballos dieron a los
invasores una importante ventaja inicial. Pero los relatos cargados de presagios de los vencidos
producidos bajo el impacto abrumador de la derrota no proporcionan una base adecuada para
comprender el triunfo español; reflejan más bien la percepción posterior a la conquista de un hecho
demasiado amplio para que se pueda comprender y asimilar en su totalidad, en lugar de proporcionar
una valoración fidedigna de las posibilidades de los españoles en el momento de su llegada.

La arrolladora superioridad numérica de la población indígena podría parecer, a primera vista,

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que ofrecía pocas oportunidades a los pequeños grupos de españoles unidos a sus bases lejanas
solo por las líneas de suministro más precarias. Pero en las primeras fases de la conquista la
compleja diversidad de aquellas poblaciones obraba a favor de los españoles, aun si en una etapa
posterior supondrían serias dificultades.

En los imperios azteca e inca, una multiplicidad de tribus competidoras brotaron bajo
una forma de control central que era más o menos protestado. Esto permitió a los españoles
enfrentar un grupo tribal contra otro y volver a los pueblos contra sus odiados jefes. También
significo que, una vez que el poder central fue derrotado, los españoles sucesivamente se
convirtieron en los jefes de poblaciones ya acostumbradas a la subordinación. Sin embargo,
los pueblos de la periferia resultaron ser mucho más difíciles de dominar, en especial cuando
habían tomado la medida de la forma de combate de los españoles y habían aprendido a usar
sus armas y caballos.

El caballo dio a los españoles una gran ventaja en términos de sorpresa inicial y movilidad,
pero Cortés solo tenía dieciséis en su marcha hacia el interior de México. Los invasores también
sacaron un gran provecho a la tecnología propia de su sociedad. Pero la mayoría de los hombres de
Cortés estaban pobremente armados (espadas, picas y cuchillos) y disponían solamente de trece
mosquetones y unos pocos cañones, que, tema aparte, eran complicados de transportar.

Los nativos estaban acostumbrados a la guerra a gran escala. Sus armas eran de piedra y
madera y no podían compararse con el acero español; por lo tanto en una batalla campal, las fuerzas
numéricas de aztecas e incas tenían pocas esperanzas de emplazar a una fuerza española
compuesta por caballería e infantería, con tan solo cincuenta hombres, a menos que consiguiesen
ganar por agotamiento.

Los indios tenían la gran ventaja de la familiaridad del terreno, novedoso y desconocido para
los españoles. La superioridad tecnológica servía poco cuando los españoles tenían que combatir a
alturas elevadas y con mucho calor, factores sumados a las enfermedades producidas por bebidas y
alimentos no familiares.

Durante el s XVI se puso a prueba la capacidad de organización e improvisación de los


europeos. Regiones diferentes presentaban problemas diferentes y exigían respuestas diferentes.
Ciertos modelos tendían a establecerse, simplemente porque las expediciones militares necesitaban
organización y abastecimiento, y las expediciones comerciales pronto se dieron cuenta que no podían
prescindir de apoyo militar.

Hacia 1509, comenzaron a formarse banda de guerreros o “compañías”. Se basaban en un


acuerdo previo sobre la distribución del botín, y estaban muy bien adaptadas al tipo de combate por
incursiones que se hacía en el Caribe. Estaban compuestas por grupos de hombres muy
cohesionados, que poseían la ventaja de la movilidad (caballos), espadas de acero y mastines.
Perseguían a los indios aterrorizados, matándolos, esclavizándolos y apoderándose del oro que
podían encontrar.

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En estas circunstancias, era normal que se formaran sociedades (dado que se requerían
inversiones): agrupaciones entre los mismos capitanes y entre capitanes e inversores. Dichos
inversores pedían como seguridad compartir los botines acumulados por los hombres que habían
obtenido caballos o equipamientos a crédito. Por tanto, muchos miembros de la tropa tendían a
convertirse en deudores permanentes. La conquista fue posible, de hecho, gracias a una red de
créditos -que circulaban por medio de agentes locales- y empresarios respaldados por funcionarios
reales y ricos encomenderos de las Antillas, y aún más lejos, por Sevilla y las grandes bancas de
Génova y Austria.

Pero los hombres formaban sus propias sociedades al interior de las bandas, que
proporcionaron un elemento de cohesión en los agrupamientos espontáneos que formaron las bandas
guerreras.

Desde el punto de vista de los capitanes, la conquista de América era un buen negocio, algo
más complejo que la victoria sobre una desmoralizada población indígena por pequeñas pero
determinadas bandas de soldados, que disfrutaban de una decisiva superioridad técnica sobre sus
adversarios y estaban impulsadas por una consagración común al oro, la gloria y el evangelio.
Cualquier jefe de una expedición sabia que los indios no eran sus únicos adversarios, ni
necesariamente los peores. Los enemigos estaban también en la retaguardia, desde los ministros
reales que estaban decididos a impedir la formación de feudos o reinos independientes, a los rivales
locales que tenían interés en frustrar su triunfo.

Pero la presencia de indios hostiles, generalmente en número aplastante, obligó a establecer


una clase de compañerismo; a pesar de sus enemistades personales y agravios, eran al final uno, al
ser todos cristianos y españoles.

Detrás de cualquier factor material estaba un conjunto de actitudes y reacciones que daban a
los españoles ventaja en muchas de las situaciones en las que se encontraron: una creencia instintiva
en la natural superioridad de los cristianos sobre simples “barbaros”; un sentido de la naturaleza
providencial de su empresa, que hacía cada triunfo contra unas fuerzas en apariencia
abrumadoramente superiores una nueva prueba del favor de Dios; y un sentimiento de que había una
recompensa ultima para cada sacrificio a lo largo de la ruta.

Cuando Cortés partió de Cuba (1519) con 11 barcos, llevó 508 soldados y 110 marineros, con
la clara intención de conquistar. A los pocos días de su desembarco, el 22 de abril de 1519, supo que
en algún lugar del interior vivía un gobernante poderoso, “Moctezuma”, cuyo dominio incluía a los
pueblos de la llanura costera. Para una mente española, esta información indicaba una estrategia
natural: un gobernante que ejercía el dominio sobre muchos pueblos, debía el mismo ser conducido,
por la fuerza o el engaño, para que reconociera a un señorío todavía más alto: el del rey de España.

El grado de organización y control central de Tenochtitlán crearon oportunidades que Cortés


explotó con rapidez. La dominación mexica sobre los otros pueblos de México central había
generado un odio que permitió al conquistador, en su marcha hacia el interior, presentarse ante las

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tribus sometidas como un libertador. Esto, junto con la alianza con Tlaxcala, que los mexica nunca
habían conseguido someter, le permitió seguir una ruta hacia Tenochtitlán a través de un territorio
relativamente acogedor. También se dotó de un ejército de refuerzo entre la población indígena,
deseosa de vengarse contra Moctezuma y la élite mexica.

Capturando a Moctezuma, Cortés había dado un devastador golpe al sistema político y


religioso de los aztecas. Pero esto hizo más difícil dar el siguiente paso que consistía en conservar la
estructura fiscal y administrativa que se había encontrado, manteniendo a Moctezuma como una
marioneta, pero reemplazando eficazmente su autoridad por la de los españoles. La casta sacerdotal
había formado una parte integral del sistema azteca, y el asalto de los españoles a las deidades
aztecas constituyó inevitablemente un desafío a esta casta; al mismo tiempo, la insaciable demanda
española por el oro creó un desasosiego general que culminó, después de la matanza de la nobleza
realizada por el futuro conquistador de Guatemala (Pedro de Alvarado) en un masivo levantamiento
popular. Desesperadamente superados en número, los españoles lograron salir luchando de
Tenochtitlán en la “noche triste” (30-6-1520), a pesar de las pesadas perdidas. Necesitarían otros
catorce meses para volver a conquistar la ciudad que perdieron aquella noche.

La rendición de los últimos elementos de resistencia entre las ruinas de Tenochtitlán (13-8-
1521) fue más un triunfo de las enfermedades llevadas por los españoles que de sus armas. El
derrumbamiento del imperio mexica se debió también a las fallas geológicas de la estructura del
propio imperio, y en especial, a la naturaleza represiva de la dominación mexica sobre los pueblos del
México central. La conquista de Cortés fue tanto una revuelta de la población sometida contra sus
señores supremos, como una solución impuesta desde el exterior.

Pizarro –como Cortés pudo explotar la debilidad interna y las discordias, que parecían estar en
su peor fase en el momento de llegada. El conquistador estuvo en España de 1528 a 1530,
capitulando con la corona sobre el gobierno de las tierras que esperaba conquistar, y reclutando
seguidores en Extremadura. Con 180 hombres y 30 caballos dejo Panamá en enero de 1531. Cuando
se hizo a la mar, muchos de los que había reclutado en España ya estaban muertos, atacados por
enfermedades tropicales.

El imperio con el que se encontró estaba organizado mas tirante que el de los mexica, pero la
propia tirantez servía para multiplicar sus tensiones internas. La estructura del estado inca, con su
demanda de mano de obra insistente y regulada meticulosamente, presionaba fuertemente los ayllus,
los clanes de las comunidades de aldea, creando una población sometida que, aunque dócil, estaba
también resentida, especialmente en la región de Quito, donde el dominio inca era relativamente
reciente. A medida que el área de conquista inca se extendía, los problemas del control central del
Cuzco aumentaban. Este rígido sistema de control uniforme solo podría funcionar con eficacia
mientras que la propia casta mantuviese su cohesión y unidad interna. Pero la muerte de Huayna
Capac en 1527 condujo a una lucha por la sucesión entre sus hijos Huáscar y Atahualpa. Este ultimo
estaba en camino de la victoria Pizarro llegó.

Mientras que los españoles permanecieron en la región costera, su presencia no era un

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problema que les afectara mucho, porque tan pronto como se movieran a las regiones montañosas
caerían en sus manos. Por lo tanto, Atahualpa no hizo ningún intento de molestar a los hombres de
Pizarro cuando comenzaron el penoso ascenso, y los españoles aun gozaban de la suprema ventaja
de la sorpresa cuando se encontraron con Atahualpa y sus partidarios en el altiplano de Cajamarca
(16-11-1532).

La captura de Atahualpa, como la de Moctezuma, fue concebida para transferir la autoridad


suprema a manos de los españoles en un simple golpe. Como en México, la intención era usar la
estructura administrativa existente para canalizar los beneficios del dominio a los españoles. Aunque
el tributo en el imperio inca, a diferencia del de los aztecas, consistía íntegramente en mano de obra,
el viejo sistema imperial todavía funcionaba suficientemente bien como para producir a los españoles,
en forma de rescate por Atahualpa, la enorme suma en oro y plata de 1,5 millones de pesos, un
tesoro mucho más grande que ningún otro de los que hasta entonces se conocía en las Indias y
equivalente a la producción europea de medio siglo. Sin embargo, la recompensa de Atahualpa no
significó la libertad, sino la muerte judicial.

El 15 de noviembre de 1533 los conquistadores tomaron Cuzco, el corazón del destrozado


imperio inca. El nombramiento de un emperador marioneta se hizo difícil por el cambio de sitio del
centro del poder. A diferencia de México –donde Cortés edificó sobre las ruinas de Tenochtitlán-
Cuzco se encontraba demasiado alto, en montañas, y demasiado lejos de la costa para ser una
capital satisfactoria para el Perú español, que, al contrario que su precedente, instintivamente daría su
cara al mar. En 1535 Pizarro fundó Lima, la nueva capital, en la costa; y al hacerlo debilito
gravemente sus oportunidades de mantener el control sobre las tierras altas de los Andes. A su vez,
también fallo en mantener el control sobre sus subordinados. Las revueltas de 1536-37 sacudieron
temporalmente, pero no detuvieron, el proceso de conquista española.

Precisamente debido a que habían formado sociedades organizadas centralmente con una
fuerte dependencia de la autoridad de un solo jefe, los imperios de Moctezuma y de Atahualpa
cayeron con relativa facilidad en manos españolas. La ausencia en otras partes del continente de las
condiciones que predominaban en los imperios azteca e inca supone un importante paso para
explicar las dificultades que encontró el movimiento de la conquista en otras regiones. En el mundo
maya de Yucatán los españoles encontraron otra civilización compleja, pero que carecía de la unidad
política presente en los imperios antes mencionados.

Por esta razón el proceso de implantación del dominio español se dilató: no había un solo
centro desde el cual ejercer el control.

De los 150 miembros de la expedición de Valdivia (Chile), 132 llegaron a ser encomenderos.
Sus recompensas, sin embargo, fueron decepcionantes ante las expectativas generadas. Vivian entre
una población india empobrecida, que utilizaban como mano de obra a su servicio, especialmente en
el lavado de oro. Pero hacia 1560 había muy poco oro y la población estaba disminuyendo. La
salvación llego con el creciente mercado peruano de productos agrícolas. A pesar de la adaptación a
la actividad agrícola-ganadera, sufrían la escasez de mano de obra nativa y la proximidad de los

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indios araucanos, tribus guerreras cuya carencia de autoridad centralizada los hacía unos adversarios
peligrosamente esquivos. En 1533 infligieron una derrota aplastante a los españoles en Tucapel,
donde Valdivia murió, y al final de la década de 1560 se habían convertido en jinetes y habían
empezado a dominar el uso del arcabuz. Hacia 1603, Madrid se vio obligada a mantener un ejército
permanente de 2000 hombres y contar con un presupuesto regular para su abastecimiento. Se desató
así una guerra fronteriza larga y costosa, en la que ni los españoles ni los indios podían alcanzar un
dominio decisivo. Así como los araucanos en Chile, la resistencia chichimeca detenía el avance hacia
el norte desde México central.

A mediados del siglo XVI, la verdadera conquista apenas había empezado.

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La consolidación de la conquista:

Una vez que los imperios azteca e inca fueron destruidos, fue posible para los españoles
consolidar un nuevo régimen sobre amplias zonas territoriales en México central y Perú con notable
rapidez. Su tarea se hizo más fácil por la supervivencia de una parte sustancial de la maquinaria fiscal
y administrativa de la preconquista en el área y por la docilidad de la mayoría de la población, muchos
de ellos aliviados al ver derrocados a sus antiguos señores. La “pacificación” fue más prolongada en
Perú debido a que los conquistadores se peleaban entre ellos. Tras la rebelión inca de 1536-37 y la
guerra mixteca de 1540-41 no huno ningún levantamiento indio destacable. Sin embargo, en otras
partes de América se enfrentaron con otros problemas: tenían que tratar con tribus y pueblos cuya
manera de vivir parecía primitiva en comparación con las normas europeas. Tuvieron que ser
sojuzgados y congregados en asentamientos organizados, antes de proceder al trabajo de
hispanizarlos.

El éxito o fracaso de los españoles en pacificar estas regiones fronterizas dependería de las
costumbres y modelos culturales de las variadas tribus con las que tuvieron contacto y de la manera
que los mismos españoles enfocaron su tarea. El misionero solía tener éxito allí donde fallaba el
soldado; las comunidades misioneras, usando las armas del ejemplo, la persuasión y la disciplina
lograron resultados notables con tribus que no eran demasiado nómadas, ni estaban tan
estrechamente organizadas en comunidades de aldeas compactas, como para no ser receptivas a las
ventajas materiales y a las ofertas culturales y espirituales que la misión podía proporcionarles.

La conquista de América, por lo tanto, resultó ser un proceso sumamente complejo en el que
los soldados no siempre eran los que dominaban. La conquista militar estaba acompañada por un
movimiento que apuntaba hacia la conquista espiritual, por medio de la evangelización de los indios.
A esto siguió una masiva emigración desde España que culmino en la conquista demográfica de las
indias. Posteriormente, a medida que el número creciente de españoles se establecieron, la conquista
efectiva de la tierra y la mano de obra se puso en marcha. Pero los beneficios de esto solo fueron en
parte para los colonos: les pisaban los talones los burócratas, decididos a conquistar o reconquistar el
nuevo mundo para la corona.

La conquista militar de América fue realizada por un grupo de hombres que distaban mucho de
ser soldados profesionales. A pesar de que los hidalgos formaran un elemento minoritario, las
actitudes y aspiraciones de este grupo tendieron a inspirar todo el movimiento de la conquista militar.
Un hidalgo o artesano dispuesto a arriesgar todo al cruzar el Atlántico, obviamente lo hacía con la
esperanza de mejorar su situación; para estos hombres jóvenes –entre 20 y 30 años la idea del oro y
la plata que podrían conseguir en un pillaje con éxito, les daba la visión de un modo de vida más allá
de todo lo que nunca hubieran podido imaginar.

En 1543, obtuvieron de un reacio Carlos V un reconocimiento: el de primeros “descubridores”


de la Nueva España. Esto represento la máxima concesión, más bien poco generosa, que la corona
estaba dispuesta a dar; lo cual indica que la voluntad del soberano se había vuelto en contra de la

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formación de una nueva sociedad feudal en América, y aunque algunos conquistadores recibieron
concesiones de hidalguía, muy pocos recibieron títulos de nobleza. Por lo tanto, ¿Cómo iban a ser
recompensados por sus sacrificios los supervivientes entre 10.000 hombres que verdaderamente
conquistaron América?

La lucha por los botines de conquista condujo a agudas disparidades en su repartimiento. Las
guerras civiles peruanas, en las que murieron Almagro y el hermano de Pizarro, fueron estrictamente
cuestión de disputas monetarias. Entre los receptores del botín existía también una intrínseca
desigualdad en los repartos, que se basaba en la posición social y en las supuestas variaciones en el
valor de los servicios. Los hombres a caballo recibían normalmente dos partes, mientras que los de
infantería solo una, a pesar de que incluso el simple soldado de a pie podía obtener sumas
importantes en las grandes distribuciones de botines, como en la del tesoro de Atahualpa. Las
verdaderas recompensas de la conquista, en forma de saqueos, encomiendas, repartimientos de la
tierra, cargos municipales, eran de hecho muy considerables, incluso si la corona escatimaba el
reconocimiento oficial del servicio o este no existía. Se lograron hacer fortunas, aunque a menudo se
perdían con rapidez entre hombres que eran jugadores natos.

Fue difícil para los colonos arraigar con todo, como Cortés lo vería rápidamente, a menos que
fueran inducidos a hacerlo, México seria saqueado y destruido como las Antillas. Se busco para evitar
esto convertir a los soldados en ciudadanos. Esto fue, en primera instancia, un acto estrictamente
legal: los hombres de Cortés se constituyeron formalmente en miembros de lo que aun era una
corporación imaginaria, la municipalidad de Veracruz. Los funcionarios municipales fueron
debidamente escogidos entre los capitanes, y se instituyó un cabildo o consejo municipal.

Aunque el objeto inmediato de fundar la ciudad de Veracruz era proporcionar a Cortés un


recurso legal para que se liberara de la autoridad ejercida por el gobernador de Cuba, situando a los
territorios continentales bajo el control directo de la corona a instancias de los soldados -ciudadanos-,
proporciono el modelo para procesos similares de incorporación municipal al que se seguiría cuando
los soldados conquistadores se desplazaron a través de México. Basadas en el modelo de las
ciudades españolas, la ciudad del nuevo mundo proporcionaba al expatriado un marco familiar para
su vida diaria en un entorno extraño.

El soldado convertido en dueño de una casa podría echar raíces. Sin embargo, quienes traían
de sus regiones de origen la idea rigurosa del carácter degradante del trabajo manual, la tierra tenía
poco valor sin una mano de obra que la trabajara. Aunque Cortés se oponía al sistema de
encomienda, se vio obligado a cambiar de idea cuando comprobó que sus seguidores nunca serian
convencidos para colonizar mientras no obtuvieran los servicios de la mano de obra india. En su
tercera carta a Carlos V (1522) explicaba como se había visto obligado a “depositar” indios en manos
de los españoles. La corona, aunque se resistía a aceptar una política que parecía amenazar la
condición de los indios como hombres libres, finalmente lo a aceptó. Se trataba de un nuevo tipo de
encomienda, reformada y mejorada. Cortés acariciaba la idea de una sociedad de colonización en la
cual la corona, los conquistadores y los indios estuvieran vinculados en una cadena de obligaciones

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reciprocas:

La corona iba a recompensar a sus hombres con mano de obra india en perpetuidad, bajo la
forma de encomiendas hereditarias. Los encomenderos tendrían una doble obligación: defender al
país (liberando a la corona del gasto de un ejército) y cuidar del bienestar espiritual y material de los
indios. Los indios trabajarían en sus pueblos, bajo el cuidado de sus caciques, mientras que los
encomenderos vivirían en las ciudades en las que tanto ellos como sus familias serian ciudadanos
principales.

La casta gobernante de los encomenderos seria una casta gobernante responsable, en


beneficio de la corona, que obtendría ingresos sustanciales de una país prospero. Pero la
encomienda también trabajaría en beneficio de los indios, quienes serian cuidadosamente inducidos
hacia una civilización cristiana. Estos encomenderos comenzaron a constituirse como casta; se
consideraban ellos mismos como señores naturales de la tierra. Pero la encomienda no era un estado
y no comportaba título alguno sobre la tierra ni derecho de jurisdicción. A pesar de sus esfuerzos, los
encomenderos no lograrían transformarse en una nobleza hereditaria de tipo europeo. La corona se
negaba a la perpetuación formal de las encomiendas por herencia, y en las leyes nuevas (1542)
decretó que estas volverían a la corona tras la muerte del propietario ordinario. Hacia 1544, esta
medida produjo una revuelta de encomenderos, encabezada por Gonzalo Pizarro (hermano de
Francisco) que fue ejecutado por traición en 1548. Desde ese momento, la asignación de
encomiendas se convertiría en una válvula de control político para los sucesivos virreyes.

A su vez, la corona trabajaba para recudir el grado de control que los encomenderos ejercían
sobre sus indios. Aquí, el paso más decisivo se dirigió a abolir en 1549 el deber que tenían los indios
de efectuar servicio personal obligatorio. En adelante, los indios solo estarían sujetos al pago de
tributos, cuya proporción se estableció en una cantidad menor que la que antes habían tenido que
pagar a sus señores. La fortuna o pobreza de los encomenderos dependió casi exclusivamente de las
aldeas asignadas, que podía permitirles, con suerte, obtener ganancias para poder comprar tierras y
construir haciendas agrícolas.

Mientras que la corona permanecía intensamente sospechosa de los encomenderos como


clase, la encomienda como institución tenía sus defensores.

A mediados del s XVI, el movimiento para la conquista espiritual de América había empezado
a decaer, como resultado de las profundas divisiones sobre la estrategia a seguir y el desaliento de
los fracasos. La evangelización de América fue dirigida en sus primeras etapas por miembros de las
órdenes regulares, distintos del clero secular (Franciscanos en 1524, Dominicos después, Agustinos
en 1533). La primera generación de misioneros del Nuevo mundo, influenciados por el humanismo
cristiano, se vieron a sí mismos entregados a una misión de especial importancia en el divino
esquema de la historia, la conversión del mundo era un preludio necesario de su final y para el
segundo advenimiento de Cristo. Al principio, parecía como si los indios mexicanos poseyeran una
aptitud natural para el cristianismo, en parte, quizás, porque el descredito de sus propios dioses por la
derrota en la guerra había creado un vacío espiritual y ceremonial. Pero aunque el número de

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conversiones fue espectacular, su calidad dejaba mucho que desear. Los indios conversos seguían
adorando en muchos casos a sus antiguos ídolos en la clandestinidad. Además los intentos por
inculcar las enseñanzas morales del cristianismo (monogamia) chocaban con modelos de
comportamiento largamente establecidos.

Cuando el primer movimiento había sido para borrar todos los vestigios de una civilización
pagana, luego empezó un intento de examinarla, registrarla e investigarla. El fray Duran y muchos de
sus colegas lucharon con éxito por dominar las lenguas indias y componer gramáticas y diccionarios.
El hecho de comprender que la verdadera conversión requería un entendimiento profundo de los
males que tenían que ser extirpados proporcionó el impulso necesario para acometer importantes
estudios lingüísticos e investigaciones etnográficas que a menudo, mostraban un alto grado de
sofisticación en la dirección de los informantes nativos.

Los indios, ante la prohibición de poder prepararse para el sacerdocio, tendieron naturalmente
a mirar el cristianismo como una fe ajena impuesta por sus conquistadores. Adquirieron aquellos
elementos que se ajustaban a sus propias necesidades espirituales y rituales, y los mezclaron con su
fe ancestral para crear bajo la apariencia del cristianismo simulado una religión esencialmente
sincrética, con su propia vitalidad. Por lo tanto, las ideas generalmente exageradas sobre la
capacidad espiritual e intelectual de los indios, sostenidas por la primera generación de misioneros
tendieron a generar, a mediados de siglo, un concepto no menos exagerado de su incapacidad. La
reacción más fácil era mirarlos como si fueran niños simpáticos y traviesos.

Tan pronto como la visión humanista de los primeros misioneros se desvaneció y pareció cada
día menos posible que el nuevo mundo pudiera llegar a ser el asentamiento para una nueva
Jerusalén, los frailes lucharon para conservar lo que aun permanecía, congregando a sus rebaños de
fieles en comunidades de aldeas donde podrían protegerse mejor de las influencias corruptoras del
mundo.

A mediados del s. XVI, había probablemente en América 100 000 blancos. Las noticias de las
oportunidades que ofrecía el nuevo mundo para conseguir una vida mejor animaron a un creciente
número de españoles a embarcarse desde Sevilla, con o sin licencia para emigrar. Para promover la
colonización, la corona insistió en que todos los conquistadores y encomenderos tendrían que estar
casados, y esto produjo un número creciente de mujeres emigrantes. Pero la escasez de mujeres
españolas en los primeros años fomentó naturalmente los matrimonios mixtos. Recién hacia el S XVII
los mestizos comenzarían a constituirse como casta.

También había una fuerte corriente de emigración africana, a medida que se le importaban
esclavos negros para aumentar la mano de obra. Los descendientes de sus uniones con blancos
(mulatos) o con indios (zambos) ayudaron a aumentar el número de aquellos que preocupaban cada
vez más a las autoridades por su evidente carencia de arraigo.

La proximidad de las ciudades fundadas por los conquistadores, la mano de obra que pedían
los encomenderos y el tributo que exigía la corona; la usurpación por parte de los españoles de las

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tierras indias, la infiltración de los blancos y los mestizos, todos estos elementos ayudaron a destruir
la comunidad india y lo que quedaba de su organización social anterior a la conquista. A su vez, la
viruela y demás epidemias atacaron a una población nativa desorientada y desmoralizada por la
conquista. Sus antiguos modos de vida estaban quebrantados, el equilibrio precario de la producción
de alimentos se había alterado por la introducción de cultivos y ganado europeos, y la demanda
europea de mano de obra había empujado a la población india a realizar un trabajo al que no estaban
acostumbrados, a menudo bajo duras condiciones.

La clase de sociedad que los conquistadores y emigrantes decidieron crear instintivamente,


era la que más se parecía a la que habían dejado en Europa. El destino de los pueblos sometidos ya
estaba preordenado. Serian transformados en campesinos y vasallos de tipo español. Deberían
ajustarse a los conceptos europeos de trabajo, e incorporarse a su sistema de salarios. Se
convertirían al cristianismo y se civilizarían.

Tras la muerte de Isabel en 1504, Fernando gobernó hábilmente para conservar la autoridad
de la Corona. El cardenal Cisneros, que actuó como regente al morir Fernando (1516) demostró las
mismas dotes para el mando, y así Carlos de Gante, nieto de Isabel, heredo en 1517 un país en paz.

La elección de Carlos V como emperador del SIRG en 1519, dos meses más tarde del
desembarco de Cortés en México, y su posterior salida para Alemania, sirvieron para precipitar una
revuelta en las ciudades de Castilla contra el gobierno de un rey extranjero y ausente. La revuelta de
los comuneros (1520-21) calo profundamente en las tradiciones constitucionalistas de la castilla
medieval, y de haber triunfado, se hubieran impuesto limitaciones institucionales al desarrollo de la
monarquía castellana. Pero la derrota de los rebeldes en la batalla de Villalir, en abril de 1521,
permitió a Carlos y sus consejeros la libertad de volver a establecer y extender la autoridad real sin
ningún impedimento serio. Bajo el reinado de Carlos, y más aun, con Felipe II, su hijo y sucesor
(1556-1598), un gobierno cada vez más autoritario y burocratizado hizo sentir su presencia en
innumerables aspectos de la vida de Castilla.

El emperador no tenía la intención de permitir que sus reinos recién adquiridos se escapasen
de su control. En Nueva España, Cortés se vio desplazado sistemáticamente por los oficiales reales.
Luego de una primera Audiencia (1527), la segunda (1530-35) compuesta por hombres de mayor
capacidad, dejaron en claro que no habría sitio para los conquistadores en la nueva España de los
burócratas. La conquista administrativa, de la mano de las audiencias y los virreyes, ganaba terreno
por sobre la conquista militar. Las indias ya empezaban a ocupar su lugar dentro de la amplia
estructura institucional de la universal monarquía española.

Capítulo 7 – Los indios y la conquista española (Wachtel)

La reacción de los nativos de América ante la invasión de los españoles fue


considerablemente variada: desde el ofrecimiento de alianzas hasta la colaboración más o menos
forzada, desde la resistencia pasiva hasta una hostilidad constante. En todas partes, sin embargo, la
llegada de estos seres desconocidos causo el mismo asombro, no menos intenso que el

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experimentado por los mismos conquistadores: ambas partes estaban descubriendo una nueva raza
de hombres cuya existencia ni siquiera habían sospechado.

El trauma de la conquista:

Inmediatamente, tanto en México como en Perú los documentos indígenas exhalan una
atmósfera de terror religioso ante la llegada de los españoles: profecías y portentos vaticinaban el fin
de los tiempos. Disperso en toda América estaba el mito del Dios civilizador que, después de su
reinado benevolente, desaparece misteriosamente, prometiendo a los hombres que un día volverá. En
México, los españoles llegaron desde el este, y el 1519 era sin duda un año ceacatl; en Perú vinieron
por el Oeste y Atahualpa era sin duda el duodécimo Inca. Por lo tanto, la conmoción tomo para los
indios una forma específica: ellos lo percibieron a través de la estructura del mito, y al menos en
ciertas circunstancias, concibieron la llegada de los españoles como el retorno de los dioses.

Sin embargo, la creencia en la divinidad de los españoles fue pronto destruida, por su extraña
conducta, su delirio ante la visión del oro y su brutalidad. Y, en principio, no todos los americanos
tenían tales fantasías. La intrusión de los europeos fue para las sociedades indígenas un hecho sin
precedentes que interrumpió el curso normal de su existencia.

¿Cómo es posible que imperios tan fuertes como el azteca y el inca, fueran destruidos tan
rápidamente por unos centenares de españoles? Sin duda los invasores se beneficiaron de la
superioridad de las armas. Pero esta superioridad técnica parece que fue de una importancia relativa:
los españoles poseían pocas armas de fuego en el momento de la conquista, y eran de disparo lento;
su impacto desde el principio fue, como en el caso de los caballos, principalmente psicológico.

La victoria española fue ciertamente facilitada por las divisiones políticas y étnicas del mundo
indígena: los imperios azteca e inca habían sido construidos por sucesivas conquistas. Algunos
grupos veían en la llegada de los invasores una oportunidad para librarse de la dominación opresiva:
tanto era así, que fueron los mismos indios quienes proporcionaron el grueso de sus ejércitos
conquistadores a Cortés y Pizarro, los cuales eran tan numerosos como los ejércitos azteca e inca
contra los que luchaban.

La invasión europea contenía una dimensión religiosa, incluso cósmica: los indios Vivian
verdaderamente el fin del mundo; la derrota significaba que los dioses tradicionales habían perdido su
poder sobrenatural.

En la sociedad de los Andes, el Inca, como hijo del Sol, mediaba entre los dioses y los
hombres y se le adoraba como a un dios. Representaba en un sentido el centro corpóreo del
universo, cuya armonía garantizaba. La muerte del inca representaba la desaparición del punto de
referencia viviente del universo, la destrucción brutal de este orden. Y es la causa por la que todo el
mundo natural participaba en el drama de la derrota.

Desestructuración:

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El dominio español, en tanto que se sirvió de las instituciones nativas, al mismo tiempo llevo a
cabo su desintegración, dejando solo estructuras parciales que sobrevivieron fuera del contexto
relativamente coherente que les había dado sentido. Las consecuencias destructoras de la conquista
afectaron a las sociedades nativas en todos los niveles: demográfico, económico, social e ideológico.

Tras el primer contacto con los europeos, las poblaciones amerindias sufrieron un notable
hundimiento demográfico. La causa principal fue la enfermedad: los conquistadores trajeron viruela,
sarampión, gripe y plagas contra las que los indios, aislados por miles de años, no tenían defensas.
Sin embargo, hubo además una cruel opresión. Los primeros censos de la población nativa muestran
una tasa de mortalidad masculina excesivamente alta, probablemente debido a la guerra y a las
exacciones de impuestos. Otros documentos se refieren a suicidios individuales o colectivos y a
prácticas de abortos, que al mismo tiempo revelaban un talante desesperado y se utilizaban como
forma de protesta.

Los indios sentían que vivían menos y cada vez tenían peor salud. Las causas del declive se
debían por orden de importancia a las guerras, las epidemias las migraciones de los pueblos y los
trabajos excesivos. Pero en algunos casos, los indios atribuyeron la caída de su población o su más
corta vida al hecho de trabajar menos y alimentarse mejor; es muy probable que el sentimiento de
excesiva libertad correspondiera verdaderamente al vacio que habían dejado la desaparición de las
anteriores estructuras del estado y al abandono de las normas tradicionales de conducta. Se citan
también los estragos del alcoholismo.

Lo que estas respuestas muestran es la desintegración de los sistemas económico, social, y


religioso que daban con anterioridad un sentido a las labores de la vida diaria. En resumen, los
cambios demográficos reflejaban la desintegración del mundo nativo.

En los Andes centrales y meridionales, antes del surgimiento del Tahuantinsuyu (estado inca)
esta extensa área estaba poblada por decenas de grupos (chupachos, lupacas). La unidad básica de
los diferentes grupos étnicos eran los ayllu (análogos de los calpulli mexicanos) que formaban un
núcleo endogámico, reuniendo un determinado número de parentescos que poseían colectivamente
un territorio concreto (a menudo desconectado). Agrupadas colectivamente, las unidades básicas se
formaban por mitades, y después formaban unidades aun más amplias hasta que abarcaban todo el
grupo étnico. De esta forma, el estado inca estaba en la cima de esta inmensa estructura de unidades
interconectadas. Se impuso un aparato político y militar a todos estos grupos étnicos, mientras
seguían confiando en la jerarquía de los señores o curacas.

De acuerdo con la idea de autosubsistencia, que era un rasgo de la sociedad andina, una
unidad familiar podía reclamar un trozo de tierra en cada uno de los diferentes sectores ecológicos y
reunir productos complementarios de diferentes altitudes (maíz, papa, quínoa). Esta petición no
estaba restringida solo a los medios de producción (como tierra o ganado), también se extendía a la
mano de obra: cada cabeza de familia tenía derecho a solicitar a sus relaciones, aliados o vecinos
para venir a ayudarle a cultivar su parcela de tierra; a cambio, estaba obligado a repartir después
alimentos y chicha, y además a ayudar cuando se lo solicitaran.

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Este sistema de intercambio se extendía a todos los niveles de la organización social; pero
desde un nivel al siguiente había una transición gradual de reciprocidad basada en la simetría y la
igualdad hasta una reciprocidad jerárquica y desigual.

En otras palabras, el modo de producción del imperio inca se basaba en el antiguo modo de
producción comunal que permanecía vigente, mientras que se explotaba al principio de reciprocidad
para legitimar su gobierno. La extensión del sistema “mitmaq” constituyo uno de los logros más
destacados del imperio inca. Se enviaba colonos de las tierras altas a las bajas, para tener acceso a
los productos que no podían cultivarse arriba. De esta manera formaban archipiélagos verticales de
distinto tamaño. El estado inca realizo este método de organización para sus propios fines, con objeto
de ordenar las amplias aéreas de cultivo.

Aunque el modelo de “archipiélago vertical” ya estaba profundamente arraigado en la sociedad


andina, el estado inca lo extendió a unos ámbitos desconocidos, y envió al mitmaq por todo el
imperio. Tras la captura y muerte de Atahualpa, las estructuras del estado se colapsaron; las
instituciones regionales y locales sobrevivieron, pero separadas del sistema global que les había dado
sentido. Pero el modelo de autosubsistencia y “complementariedad vertical” siguieron aplicándose en
el nivel de los grupos étnicos: de este modo, la sociedad de los andes se precipito en un largo
proceso de fragmentación. Esta dispersión de la actividad económica y social se acelero con los
españoles, cuando dividieron en parcelas las encomiendas.

Así, el modelo del archipiélago andino entro en conflicto con la idea española que vinculaba a
los indios con el lugar donde vivían; el modelo andino logró sobrevivir, pero restringido a unas áreas
cada vez más pequeñas.

Los fenómenos que hasta aquí habían sido desconocidos transformaron el mundo
precolombino: los elementos más importantes observados de este proceso de desestructuración han
sido las nuevas formas de tributos, la introducción de la moneda y la economía de mercado.

Con respecto al tributo requerido por los españoles –comparado al precolombino los
encomenderos impusieron sus decisiones arbitrariamente y sin restricciones, lo que posibilito los
abusos y la fractura del sistema. Los españoles ayudados por el descenso de la población (que
significo el incremento de tierras baldías) no tardaron en usurparlas. De esta forma, no es extraño que
el impuesto español se considerase más fuerte que el inca. Los indios se lamentaban de que no
tenían suficiente tiempo para cultivar sus propios campos.

La ideología sobre la que se basaba el sistema inca estaba en ruinas. En la nueva sociedad
dominada por los españoles, toda idea de reciprocidad y redistribución perdió su sentido. Para ser
más exactos, el sistema español hizo uso de los fragmentos del sistema antiguo, la reciprocidad
continuo formando parte de las relaciones entre los ayllu y los curacas, y todavía los curacas
proporcionaban un vinculo entre los indios y los nuevos gobernantes; pero mientras que en el
Tahuantinsuyu la reciprocidad dio origen a una rotación de la riqueza (si bien esta era teórica y
desigual) entre ayllus, curacas e inca, el dominio español condujo a una transferencia en una

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dirección, sin reciprocidad.

Mientras que el sistema de pagos funciono en el imperio inca dentro de una estructura
equilibrada y circular, el tributo español era desequilibrado y unilateral.

Los cambios en el sistema económico estuvieron acompañados tanto en Perú como en


México, por el desmantelamiento de la estructura social. En Perú, junto a los traslados de población
ocasionados por la conquista en sí misma, las guerras civiles entre los partidarios de Almagro y
Pizarro, que combatieron hasta 1458 ayudaron a desarraigar a la población. Muchos indios,
reclutados por los ejércitos enfrentados y llevados lejos de sus hogares, terminaron engrosando las
masas de vagabundos o permanecieron como yanaconas al servicio de los españoles.

Los yanas –indios libres de lazos familiares y dependientes personalmente del curaca e inca
se multiplicaron y su función fue resignificada, dado que ya no disponían de libertad. El grueso de la
población andina se dividió en dos categorías: los hatynruna (sujetos al tributo y la mita) y los
yanaconas, considerados como el status social más bajo pero libre de obligaciones.

Los miembros de la nobleza nativa fueron obligados a actuar como intermediarios entre los
españoles y los indios que debían tributos. Los descendientes de las viejas castas gobernantes
perdieron la esencia de su poder, aunque continuaron desempeñando un papel importante,
mantuvieron su posición privilegiada solo porque aceptaron colaborar con los españoles.

Con la necesidad de mayores tributos, en muchos casos se despojo de privilegios a los nobles
y pasaron a estar sujetos a las mismas obligaciones que los demás indios. Estos ejemplos ilustran
una doble evolución, una fragmentación y una concentración de poder: la fragmentación fue un
resultado de la pérdida de status de los antiguos curacas, y la concentración beneficio el nivel
intermedio de los curacas de las mitades, a costa de los señores del ayllu.

En el Perú colonial las mitades formaban generalmente las unidades para el pago de tributos.
Los señores de rango intermedio, responsables de la recaudación de los tributos para los
encomenderos o la corona ocupaban una posición estratégica y formaban el eje de la organización
colonial. Y frecuentemente explotaban esta posición de autoridad para hacer que sus súbditos
realizaran servicios que estaban fuera del sistema de los vínculos tradicionales de reciprocidad.

La historia de las jefaturas de los Andes y México se diferenciaba en algo fundamental: a pesar
de todo, los primero gozaban de un cierto elemento de continuidad, mientras que los últimos se vieron
afectados radicalmente por la hispanizacion de las estructuras política y administrativa. Las nuevas
formas de tributo en trabajo, hasta el momento desconocido, introdujeron ideas extrañas en las
normas tradicionales que habían formado la actividad económica y social en un complejo coherente
de conceptos, ritos y creencias religiosas.

La religión oficial, ligada a la estructura del estado, desapareció rápidamente tanto en México
como en Perú. El culto local continuó más o menos ilícitamente, pero los indios tuvieron que dejar sus
fiestas más importantes y las practicas que les parecían más horribles a los españoles, sobre todo los

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sacrificios humanos. Se destruyeron sistemáticamente los templos, se quemaron códices y khips, los
sacerdotes nativos fueron perseguidos. El transcurso de la vida diaria cambio drásticamente.

Uno de los síntomas más dramáticos de la ruptura de la cultura nativa y de la angustia que
causaba fue el alcoholismo. En la sociedad precolombina, el consumo de alcohol estaba
estrictamente prohibido, excepto en ciertas ceremonias religiosas. Pero luego de la conquista,
aunque el fin religioso no desaparece, se mezcla con el alcohol como forma de escapismo, al reflejar
la impotencia de los indios ante un mundo que se había vuelto absurdo y trágico. Lo mismo puede
decirse de la masificación del uso de coca.

En fin, 40 años después de la conquista, la sociedad nativa había sufrido un proceso de


desestructuración a todos los niveles: demográfico, económico, social y espiritual. Ciertas estructuras
sobrevivieron, pero fragmentadas y aisladas de su contexto original y trasplantadas al mundo colonial.
Sin embargo, esos elementos de continuidad aseguraron quelas tradiciones nativas, algo
modificadas, se transmitieran mientras que al margen al mismo tiempo soportaban la hegemonía
española.

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Tradición y aculturación:

La aculturación económica tuvo lugar rápidamente, aunque se limito a un uso de cierto número
de productos europeos que ampliaron la gama de recursos de que los nativos disponían, sin que en
realidad sustituyeran a los que se usaban: el consumo de alimentos se mantuvo igual que en la época
precolombina. El ganado se adapto mejor en México. El cultivo de trigo se introdujo a instancia de los
españoles para el pago de tributos exclusivamente, y no para el consumo de los indios.

La aculturación global sucedió por medio de la selección de artículos importados por los
españoles que sencillamente estaban yuxtapuestos, a los que se usaban sin modificar en otro
aspecto de la vida nativa.

Se produjo un contraste entre la rápida aculturación social de numerosos señores y el


mantenimiento de la tradición por los plebeyos. Los señores pronto aprendieron a hablar y escribir
español, mientras continuaron utilizando las lenguas nativas.

En las escuelas, el objetivo prioritario era hispanizar un grupo escogido para formar una clase
dirigente que obedeciera a los españoles. De acuerdo con esta política, ciertos miembros de la
nobleza nativa adoptaron la vestimenta europea y algunos símbolos de prestigio, como montar a
caballo, llevar una espada o un arcabuz.

A la inversa, los indios de las comunidades mostraban su fidelidad con las antiguas
costumbres. Continuaron hablando las lenguas nativas y normalmente vestían ropa tradicional,
combinada a veces con el sombrero español. Y mientras que el sistema económico colonial introdujo
el dinero, vemos que el sector nativo permaneció engranado en la producción de subsistencia,
complementada por el trueque. Es cierto que las migraciones forzadas de población rompieron
radicalmente los modelos de asentamiento e intentaron por la fuerza que los indios vivieran en aldeas
según el modelo español, pero el viejo sistema de organización comunal permaneció o fue
reconstruido sobre la base de los lazos de parentesco y ayuda mutua sobre los que sus miembros se
unían.

En el plano religioso la fidelidad de los indios a sus tradiciones manifestaba su rechazo a la


dominación colonial, aunque, de nuevo, había diferencias en cuanto a eso. Mientras que en México
durante la primera década de la época colonial los indios parecían mostrar un verdadero entusiasmo
por el cristianismo, este no fue el caso de Perú. Pero en ambos casos, los indios se aferraban
tenazmente a sus propias creencias y ritos.

Mientras que los españoles consideraban a los dioses locales como manifestaciones del
diablo, los indios interpretaban el cristianismo como una forma de idolatría. Si los indios admitían la
existencia de un dios cristiano consideraban que su esfera de influencia se limitaba al mundo de los
españoles, y cuidaban ellos mismos de la protección de sus propios dioses. La esfera religiosa
reflejaba así la división entre el mundo de los europeos y el de los indios.

Los resultados de la aculturación quedaron limitados en su totalidad a México y Perú, y la gran


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masa de la población nativa rechazo la mayoría de las prácticas importadas por los españoles. La
tradición prevaleció sobre la aculturación. En general, cuando los indios se apropiaron de los
elementos de la cultura foránea, tan solo les añadieron elementos de su propia cultura o los usaron
como un modo de simulación. Había, pues, una continuidad de la tradición, así como una síntesis por
adaptación.

Como ejemplo, se explica cómo Guaman Poma de Ayala, mestizo, dibujo un mapa del Perú
con su centro en Cuzco, y a su vez un mapa del universo ubicando a castilla como centro. Además,
combino elementos nativos y europeos para la representación del tiempo. Encajó las aportaciones de
la cultura occidental en la preexistente estructura espacio-temporal de los indios, tal es, una síntesis
rigurosamente organizada según la lógica del pensamiento andino. Pero si esta síntesis impuso
ciertas reglas, también proporciono las bases para la reinterpretación y la creación. Poma recurrió a
las categorías tradicionales, pero siendo reestructuradas en el contexto del sistema colonial, tuvieron
una nueva significación.

Resistencia y revuelta:

Los españoles establecieron sus dos principales centros de colonización en México y Perú,
donde ya existían estados poderoso; pero en las extensas “fronteras” situadas en las periferias de
estos estados pronto surgió una feroz resistencia, que en algunos casos perduro hasta los primeros
años del siglo XX. Tanto en México como en Perú los invasores europeos entraron en contacto con
una amplia y densa población que estaba bajo el dominio de instituciones centralizadas y durante
mucho tiempo acostumbrada a producir un excedente económico en beneficio del grupo dominante.
Pero en el norte de México, a sura y sureste de charcas, o en chile, la colonización fracaso cuando se
enfrento con indios nómadas que no producían un excedente accesible, y que, debido a su movilidad,
eludían los controles.

La resistencia más tenaz se mostro en los Andes. Manco Inca, hijo de Huayna Capac, asedio
el Cuzco durante un año (1536-37) pero finalmente cedió en su acoso. Se refugió en las montañas
inaccesibles de Vilcabamba, al norte de la antigua capital, y en los valles cálidos de Antisuyu. En el
territorio bajo su control, Manco continuo las antiguas tradiciones imperiales y, en efecto, restauro un
estado “neoinca”. Instó a los indios a renunciar a la falsa religión impuesta, el dios cristiano, decía, era
tan solo un trapo pintado incapaz de hablar, mientras que los huacas podían oírles y el sol y la luna
eran dioses cuya existencia era visible para todos. Tras la muerte de Manco, su hijo Titu cusi le
sucedió como jefe de la resistencia y el estado neoinca continuo desafiando a la hegemonía
española.

En 1560 el virreinato cayó en una profunda crisis. Parecía que Titu Cusi había organizado un
levantamiento general coincidiendo con la expansión del movimiento milenario Tanqui Ongo, con un
claro matiz religioso. El plan de la revuelta se ajustaba dentro del tradicional entramado de ideas que
se interpretaban como una nueva forma de respuesta a la situación colonial. Desde la conquista los
huacas por mucho tiempo no habían recibido los sacrificios rituales y, en su lugar, andaban errantes,
abandonados, “asolados y muertos de hambre”. Para vengarse enviaron enfermedades y muerte a

23
todos los indios que habían aceptado el bautismo. Solo los fieles al culto de los huacas serian
admitidos en el imperio prometido.

Tanqui Ongo no adoptó la forma de una acción militar; esperaban que su liberación llegara por
una victoria de los huacas contra el dios cristiano. Los predicadores recorrían las aldeas restaurando
el culto en los lugares sagrados y por ello la Iglesia denunció al movimiento como una secta de
herejes y apóstatas.

Los promotores del movimiento fueron azotados o sus cabezas rapadas, y hacia 1570 el
movimiento desapareció. Ese mismo año, el último inca Tupac Amaru fue capturado y ejecutado. A
los ojos de la población india, la “segunda muerte” del inca significo verdaderamente el fin del mundo.

Cerca del corazón de los Andes, la “cordillera” de los chiriguanos formaba una frontera que
resistió la colonización durante tres siglos. Estos indios eran nativos de la zona del Paraguay, pero
antes de que los españoles lleguen se desplazaron hacia el Perú y sometieron a la población nativa
de origen arawak.

Los primeros españoles que vieron a los chiriguanos fueron los que desembarcaron en la
costa atlántica. Tras la primera fundación de Asunción en 1536, los nativos intentaron atraerse al
gobernador Irala para que organizara una expedición hacia el interior de los Andes: el estado inca ya
había desaparecido, pero los chiriguanos continuaron su lento avance hacia los territorios que
estaban ahora bajo jurisdicción española.

Los españoles heredaron entonces una “frontera plagada por la invasión guaraní”, y su
posición empeoro durante la década de 1560 por una extraordinaria reversión de alianzas. Aunque
hasta ahora fieros enemigos, los indios andinos y los chiriguanos de Paraguay parecía que habían
enterrado sus diferencias para defenderse de los invasores blancos. Parecía que el mismo indio,
aturdido por la invasión europea, era capaz de superar sus rivalidades tradicionales para construir una
alianza uniendo áreas tan diferentes como los Andes y las llanuras de la cuenca atlántica.

Los chiriguanos aumentaron sus ataques a lo largo de toda la frontera. En 1567 saquearon
aldeas cercanas a Potosí, capturaron a los indios de servicio y mataron y se comieron a los
españoles. Tras la pacificación de Vilcabamba y la ejecución de Tupac Amaru, el virrey Francisco de
Toledo decidió resolver el problema de los guaraníes. En 1574 encabezo un gran ejército dividido en
3 cuerpos, que se dirigió a la cordillera. Pero la expedición fue diezmada por el hambre y la fiebre y el
mismo Toledo cayó enfermo. Finalmente, los españoles tuvieron que retirarse sin lograr nada. El
propio virrey tuvo que contentarse con fundar 2 villas para proteger la frontera: Tomina y Tarija.

Animados por el fracaso de Toledo, los chiriguanos continuaron sus ataques y amenazaron los
dos nuevos establecimientos. Entre 1585 y 1600 siguieron fundándose establecimientos que
rechazaron a los chiriguanos hacia la cordillera, desde donde resistieron durante 3 siglos más.

En chile los indios araucanos resistieron a los españoles tan ferozmente como los chiriguanos.

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Mientras que las tribus del norte habían estado bajo influencia del imperio inca, además de
disfrutar de una mejor tecnología y de dominar la cría de ganado y la metalurgia, además estaban
acostumbrados a la dominación extranjera, es decir, a producir un excedente extra. Las tribus del sur
del rio bio bio eran nómadas y al haber escapado a la influencia incaica solo usaban técnicas
agrícolas rudimentarias, y una organización política basada en parentesco. Por esto los españoles
fracasaron en su sometimiento.

La resistencia de los indios rebeldes se apoyó en una forma diferente de aculturación. Los
araucanos cambiaron sus métodos de lucha adaptándolos al combate contra los españoles e
introdujeron algunas innovaciones. Aligeraron las sillas de montar, y usaron un aro de madera para el
dedo del pie, volviendo la caballería así más práctica y móvil. Cada jinete llevaba un arquero montado
tras él. Además de la guerra, reemplazaron el cultivo de maíz por los que maduraban más
rápidamente, trigo y cebada, con objeto de proteger las cosechas de las expediciones que los
españoles lanzaban en verano. Toda la sociedad araucana se reestructuro de modo que permaneció
fiel a sus elementos tradicionales.

En este contexto podemos comprender por qué la expansión europea fracaso en Chile. En
1598 hubo una rebelión cuando se intentaba evacuar todo el territorio al sur del Bio Bio, durante la
cual Martin García de Loyola fue ejecutado y su cabeza paseada en la punta de una pica araucana.

En el norte de México, en la frontera chichimeca, la expansión española encontró otro límite. El


suceso preliminar de la “guerra mixteca” 1541 -42 fue muy parecido al levantamiento de los Andes:
ocurrió en una región lejana del centro y era de carácter milenario, pero a diferencia de Tanqui Ongo,
reivindicaba el uso de la violencia. Durante las revueltas los indios incendiaron iglesias y cruces y
mataron a los misioneros. Tres expediciones fracasaron y el virrey se vio obligado a ir en persona a
Nueva Galicia, al frente de una gran fuerza.

Los chichimecas también fueron parte de un proceso de aculturación. Aumentaron mucho su


movilidad usando caballos

Como la frontera araucana, la chichimeca se convirtió en una zona dedicada a la caza de


esclavos: esto es, la guerra se hacía para costearse a sí misma. La resistencia chichimeca fue
vencida por una nueva y original política basada en la idea de la aculturación: a finales del siglo los
virreyes Villamanrique y más tarde Velasco introdujeron nuevos métodos destinados a obligar a los
indios a que renunciaran a sus existencias nómadas. Los españoles fundaron misiones donde los
indios se agruparon convirtiéndose al cristianismo.

El ejemplo de los indios de las fronteras confirma, aunque en sentido negativo, la importancia
de las estructuras preexistentes en los estados azteca e inca, así como la base de la colonización
española. En Mesoamérica y en los andes, el sistema colonial logro imponerse haciendo un uso
nuevo de las instituciones ya existentes; estas sobrevivieron solo de forma fragmentaria, aisladas de
su contexto anterior, que había sido definitivamente destruido. Pero en cuanto que el sistema
tradicional, tanto conceptual como religioso había perdurado, se desarrollo una contraposición entre

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por una parte, la supervivencia de una visión del mundo que constituiría una totalidad significante y de
otro, a continuidad parcial de instituciones desprendidas del sistema cosmológico que les había dado
sentido. Esta divergencia entre las continuidades y los cambios definió la crisis de desestructuración
en el mundo indio inmediatamente después de la invasión europea.

Tenemos que aceptar que tras el choque inicial de la conquista, la historia de la sociedad
colonial, tanto en nueva España como en Perú, fue un largo proceso de reintegración a todos los
nieles: económico, social, político, ideológico, según la herencia precolombina y la fuerza de las
partes contrarias, el proceso tomo formas muy diferentes: sincretismo, resistencia, hibridación,
hispanizacion. Pero entre la cultura dominante española, que intento imponer valores y costumbres y
la dominada cultura nativa, que insistió en preservar sus propios valores y costumbres, el conflicto
llega a nuestros días.

Capítulo 8 – La colonización portuguesa del Brasil, 1500-1580 (Johnson)

La Europa bajomedieval hacia tiempo estaba vinculada con Asia por tenues rutas terrestres,
pero no fue hasta que el empuje portugués penetro en el atlántico, a principios del siglo XV, que el
ultimo gran vacío oceánico en la intercomunicación vino a ser cerrado.

Portugal, como el resto de Europa, había sufrido un grave descenso de población a mediados
del XIV; el consiguiente abandono de las tierras marginales, junto con la despoblación de ciudades y
pueblos, había creado una clásica “crisis feudal” en los altos estratos de una sociedad
económicamente oprimida por la pérdida de sus rentas habituales. Se demostró la imposibilidad de
intentar de nuevo la reconquista peninsular de Marruecos: la población bereber era excesivamente
resistente y la portuguesa, demasiado pequeña y sus recursos militares escasos.

En cambio, el empuje portugués se desvió hacia el oeste, adentrándose en el mar y bajando la


costa de áfrica. Enrique “el navegante” (1394-1460) realizó expediciones de tinte cuasi heroico, según
sus crónicas. Implicaba en ellas también a otros miembros de la familia real, además de numerosos
seguidores de la corte. Igualmente importante fue la participación de miembros de la comunidad
mercantil italiana en Lisboa, que aportaron al proceso su pericia y conexiones mediterráneas;
probablemente fueron el factor decisivo de estas incursiones de pillaje en organizadas expediciones
comerciales.

Estas navegaciones, además de la costa africana, les llevaban a entrar en contacto con las
islas del atlántico, cerca de Madeira y las islas Canarias primero, con las Azores y Cabo Verde
después. Fue la experiencia portuguesa aquí, incuso más que África, la que creó el modelo empleado
en la colonización de Brasil.

Fue la ocupación francoespañola cerca de canarias en1402, que estimuló a los portugueses a
iniciar una exploración seria, dirigida al asentamiento y la agricultura. Las azores empezaron a
colonizarse recién en 1439, y cabo verde hacia 1456. Estas islas fueron incorporándose
progresivamente dentro de un sistema económico centralizado en Lisboa, que era dirigido por la corte

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y los ricos comerciantes en conjunto.

Ya que estaban deshabitadas cuando fueron descubiertas, la primera fase (1430) consistió en
el desembarco de animales; para que se reprodujeran rápidamente en los nuevos alrededores. La
segunda fase (hacia 1442) comenzó cuando las islas ya habían sido pobladas, con el cultivo de
cereales. En Madeira se quemaron grandes bosques, descubriendo un suelo riquísimo que daba
cosechas superiores a 50 veces lo sembrado. A diferencia de Madeira y Azores, Cabo Verde paso de
cereales a arroz, algodón, fruta y azúcar; siendo así una región de transición entre la ecología de
madeira y la ecología tropical de la costa africana.

La tercera fase de agricultura capitalista (solo en Madeira) implicó el cultivo de azúcar y vino,
hacia 1450. Después de esta isla, la gran área azucarera seria Brasil.

Durante el periodo anterior a 1449, los portugueses habían utilizado el sistema de factorías
para explotar la costa africana. Habían evitado la colonización significativa en la línea costera: la
población era densa para ser dominada y la zona era poco atractiva ecológicamente. Eligieron en
cambio un modelo que adoptaron de las ciudades comerciales italianas mediterráneas de fines de la
edad media. La Factoría (feitoria) o fortaleza comercial. Esta era defendida por la guarnición del
castillo encabezada por un caballero y administrada por un factor (feitor) o agente comercial
encargado de las compras a los comerciantes nativos o jefes. La mercancía fijada se almacenaba en
la factoría y se vendía después a los capitanes portugueses de las flotas comerciales, que
periódicamente visitaban la factoría. Estos, sin embargo, eran atacados por piratas. La corona solía
responder con patrullas guardacostas para alejarlos, mientras que jurídicamente solicitaba y recibía el
reconocimiento de sus derechos de monopolio en una serie de bulas papales (1437-1481) que
conformaron los modelos para la asignación posterior de derechos exclusivos en América para
España y Portugal (ver mapa).

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Hacia 1500, los portugueses habían elaborado dos modelos básicos para el imperio en el atlántico
sur:
1- Las islas deshabitadas que jurídicamente consideraban como extensiones de su reino
comercial, se cedían a los señores como donaciones reales similares a las que se hacían en el
continente, y que serian pobladas por inmigrantes portugueses usando el sistema de
colonización cuyos métodos fueron adoptados de África

2- A lo largo de la costa africana, optaron en cambio por el comercio sin colonización basado en
el sistema de factoría empleado en el mediterráneo a fines de la edad media.

Brasil geográficamente tenía semejanza con las islas atlánticas. Tratado de la misma manera
que África los primeros 20 años, se colonizo después usando el modelo de las islas atlánticas.

Descubrimiento y primera exploración:

Pedro Alvares Cabral, un hidalgo y miembro de la corte, encabezo una expedición en 1500.
Llevo 13 barcos siguiendo la ruta de Vasco da Gama desde Lisboa, pero después de cruzar la zona
de las calmas ecuatoriales fue empujado hacia el oeste por los vientos y corrientes y llego a avistar la
costa brasileña. Los ocho días que pasaron refrescándose en Brasil proporcionaron un primer y breve
encuentro entre dos civilizaciones, una que recientemente había emprendido un imperialismo
agresivo, la otra situada culturalmente en la edad de piedra.

El rey Manuel I (1495-1521) notifico rápidamente el descubrimiento a sus parientes


castellanos, Fernando e Isabel, poniendo énfasis en el valor estratégico de Portugal como estación de
paso para las flotas hacia la india, y organizo una nueva expedición: esta segunda flota de 13
carabelas partió de Lisboa en 1501 bajo mando de Coelho, llevando al cronista Américo Vespucio
(cuya pluma generó numerosos problemas historiográficos). Este segundo viaje solo sirvió para
establecer la ruta marina entre Portugal y Brasil para el resto del periodo colonial (islas canarias
–cabo verde suroeste por calmas ecuatoriales-Caribe-Brasil-Rio de la Plata). El viaje podía tardar un
mes y medio si todo marchaba bien.

El periodo de las factorías:

Una vez completada la fase inicial de descubrimiento y reconocimiento (1500-1502) la corona


portuguesa tuvo que afrontar el problema de cómo inventar un sistema de explotación para las tierras
recién descubiertas. A diferencia de Madeira, estaba poblada por nativos salvajes aunque amables. El
modelo de las islas de desembarcar ganado era imposible, ya que serian capturados por los indios.
Los portugueses se vieron obligados a tratar a los brasileños como a los de la costa africana,
explotándolos por el sistema de factorías comerciales.

Para el desarrollo de los pocos productos comerciales que se podían encontrar (palobrasil,
monos, esclavos y loros) la corona opto por arrendar Brasil a un consorcio de comerciantes de
Lisboa; tenían la concesión de un monopolio comercial por 3 años sin pago alguno a la corona el
primer año, la sexta parte de los beneficios al segundo y la cuarta parte al tercero. A cambio, el grupo
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debía enviar 6 barcos cada año para explorar 300 leguas a lo largo de la costa y la construcción allí
de una factoría. Partiendo de Lisboa el 10 de junio de 1503, la expedición tropezó con una
tempestad, y fueron arrastrados hasta Cabo Frio, donde erigieron la factoría acordada y la
guarnecieron con 24 hombres.

Cuando el contrato expiró (1505) la corona se hizo cargo del control comercial, que duraría
hasta 1534, cuando las tierras fueron arrendadas nuevamente, esta vez con el propósito de colonizar.
Durante el periodo 1505-1534 la corona concedió licencias a barcos privados para comerciar con los
nativos bajo sus auspicios; la rentabilidad global del comercio debió ser lo suficientemente lucrativa
como para atraer a inversores ocasionales. Sin embargo, el interés por Brasil no era exclusivamente
de tipo económico. Representaba también un problema geopolítico para los poderes ibéricos. Si,
como muchos pensaban, era una isla realmente grande (y pobre) ¿se podría inspeccionar su
contorno en busca de un paso hacia el oeste, hacia las islas de las especias orientales, mucho más
lucrativas? Aunque todo el mundo estaba de acuerdo en que la mayor parte del territorio brasileño
quedaba dentro de la esfera portuguesa como se definió en el Tratado de Tordesillas (1494) ¿las
desembocaduras del Amazonas y del Rio de la Plata (las rutas más probables dentro del Brasil)
quedaban en el lado portugués o español de la línea?

El descubrimiento de una ruta que circunnavegara “Brasil” hacia las especias, aunque
constituyo una proeza para la navegación, no fue de ninguna utilidad para Castilla. La ruta demostró
ser excesivamente larga para ser práctica. Mientras tanto, Cortes había distraído a los españoles con
su descubrimiento de las riquezas aztecas. Tras años de negociaciones intermitentes España depuso
su reclamación sobre las islas de las especias, siendo entregadas por Magallanes a Portugal, a
cambio de 350.000 ducados (tratado de Zaragoza, 1529) y las presiones españolas sobre Brasil
quedaron definitivamente sesgadas.

Más importante que el resultado final de los sondeos españoles bordeando Brasil fue la
ilegitima intromisión de los franceses en el comercio del palobrasil. No intentaron establecer factorías
según el modelo portugués, pero comerciaron directamente desde sus barcos enviando agentes a
vivir entre los indios, con quienes desarrollaron unas buenas relaciones. La competencia francesa no
solo privo a la corona portuguesa de ingresos, sino que hizo bajar el precio de pablobrasil,
incrementando los suministros en el mercado de Amberes.

La respuesta inicial portuguesa fue aplicar las tácticas que tan bien habían funcionado en el
océano índico: enviar una flota para patrullar el mar con instrucciones de apresar o destruir los barcos
sin licencia. Después de 1520 hubo un notable incremento de piratería francesa, la cual no solo se
limitaba a Brasil. Los corsarios se desplegaban en puntos de intersección estratégicos, tales como
Azores y el estrecho de Gibraltar para apresar los barcos españoles y portugueses.

En contraste con los castellanos que aceptaron las bases jurídicas de las reclamaciones
portuguesas y cuyas discusiones versaban solamente acerca de las lindes, los franceses constituían
un desafío fundamental para los derechos exclusivos de Portugal sobre Brasil. Estos reposaban,
como en África, en las bulas papales que encarnaba la tradición canonista medieval sobre la

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jurisdicción universal del papado sobre el mundo; daba al papa autoridad legítima para asignar
derechos de monopolio sobre descubrimientos de mares y tierras a aquellos gobernantes que
emprendieran la tarea de evangelización allí. Pero en el s XIII estos conceptos fueron atacados por
críticos tomistas, cuyas ideas fueron reafirmadas con el código de Justiniano. Armados ahora con un
concepto mas “moderno” de imperio basado en la ley secular de las naciones, la corte francesa
insistió en sus derechos para comerciar libremente y declinar todo respeto a cualquier derecho que no
estuviera avalado por una ocupación efectiva.

Bajo presiones constantes durante la década de 1520, los portugueses tuvieron que retirarse
de casi todos los frentes. Las bulas papales y el tratado de Tordesillas eran reconocidos solo por
Castilla; la perspicacia intelectual de los juristas franceses hacía sentirse inseguro al rey de Portugal.
Juan III (1521-1557) recurrió temporalmente a sobornar a Chabot, almirante francés, en su intento de
controlar la piratería francesa (1529-1531). A partir de este momento la corona portuguesa llegó a la
conclusión de que debía ser implantada una colonia permanente en Brasil.

La expedición de de Sousa (1530-1533) fue de cinco barcos, llevando 400 colonos, y tenía un
triple objetivo: primero, despejar los mares de barcos ilegales, luego establecer una colonia real (sao
Vicente, 1523) a través de concesiones revocables (no hereditarias) a los colonos, y por último,
explorar las desembocaduras de los ríos Amazonas y La Plata, para determinar, entre otras cosas, su
aproximación al meridiano de Tordesillas.

Por iniciativa de Diego de Gouveia, la línea portuguesa de defensa retrocedió del mar a la
tierra. En lugar de intentar mantener alejados a los barcos franceses de la costa brasileña, los
portugueses establecieron asentamientos para evitar que la población india comerciase con los
franceses: ahora Portugal podía reclamar la “posesión efectiva” de Brasil.

El esfuerzo creciente por incrementar los ingresos de la corona en esta época hizo necesario
trasladar los costos de una colonización tan extensa a manos de inversores privados, que se
dedicaron al cultivo de caña de azúcar, para lo cual la costa brasileña era ideal.

El periodo del asentamiento del propietario:

Se hicieron concesiones a un grupo de doce principales propietarios, (desde soldados a


burócratas) ninguno de ellos proveniente de la alta nobleza; Juan III era el heredero de la nueva
monarquía y prefería confiar el poder y otorgar recompensa entre los universitarios y los servidores de
la corona en movilidad ascendente. Los 12 concesionarios recibieron 14 puestos de capitanía en 15
lotes por “donación real”, que consistía fundamentalmente en la concesión hereditaria de una gran
parte de la jurisdicción real sobre un territorio concreto y sus habitantes a un señor que actuaria, en
adelante, como un locum tenens del rey hasta donde alcanzara lo que se expresaba en la donación.
Es decir que las tierras bajo control directo de la corona se convirtieron en señoríos.

Cada capitán tenía el derecho de nombrar notarios, escribanos y otros oficiales; también el de
fundar ciudades e inspeccionar la elección de sus funcionarios. Coelho (capitán de Pernambuco) se

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convirtió en señor de la tierra, gracias a la donación de 10 leguas de costa de las que era propietario
directo. Para atraer a los colonizadores, el resto de las tierras las volvió a conceder a los colonos, en
régimen de propiedad absoluta, con la única obligación de pagar el diezmo a la Orden de Cristo. Las
rentas del capitán eran tajadas en el diezmo, pescado capturado, rentas reales de la capitanía y los
beneficios del palobrasil cortado.

La carta de donación al capitán se complementaba con una especie de pequeña constitución


(foral) para su señorío. Esta expresaba las relaciones entre el capitán y los colonos, así como los
derechos de la corona. Eximia a los habitantes de la sisa y otros impuestos reales, pero la corona se
reservaba su monopolio sobre el palobrasil y tajadas sobre los minerales, el pescado y el comercio.
Dicho comercio era abierto tanto para portugueses como para extranjeros, pero únicamente el capitán
y los portugueses residentes estaban autorizados a comerciar con los indios.

De las diez capitanías establecidas en el siglo XVI, solo 2 (sao Vicente y Pernambuco) podían
calificarse como prosperas antes de 1550. Estas diferentes fortunas se pueden atribuir en parte a las
aptitudes individuales de los capitanes, pero más que nada, a la capacidad para atraer a los colonos y
el capital necesario para conseguir éxito y someter a los indios locales. A menudo había que buscar
colonizadores entre los exiliados, que podían ser desde infractores políticos a delincuentes comunes.
La falta de capital era una dificultad que podía resultar fatal. Pero, en realidad, los mayores desafíos
provenían de la hostilidad de los indios costeros de habla tupí, y de la población india de habla ge.

Durante el periodo de las factorías (1502-1534), las relaciones portuguesas con los indios
habían sido generalmente amistosas, con una especie de “reciprocidad” en sus intercambios. Pero la
colonización creó una situación diferente: los indios poseían un sentido general de la territorialidad
que las plantaciones portuguesas violaban. La clase de trabajo necesario para poner en
funcionamiento una plantación azucarera se desconocía en la cultura india y era contraria a esta, por
lo cual las dos culturas entraron en contacto directo. Dada la tenaz resistencia de la fuerza de trabajo,
los colonos portugueses pronto se vieron empujados a esclavizar a los indios para que trabajaran en
el creciente número de plantaciones y molinos.

Los indios estaban siempre en desventaja en su lucha contra los portugueses, tanto por su
armamento como por las enfermedades traídas de Europa. La mayor ventaja nativa residía en su
número, antes de ser mermado. Además, los españoles contaban con el soborno: los indios que al
ser derrotados se sometían, eran recompensados con artefactos europeos (hachas, guadañas,
anzuelos). La incapacidad de los indios para superar las rivalidades intertribales hizo posible que los
portugueses los dividieran y los dominaran fácilmente. Pero en las zonas donde la colonización no
había conseguido arraigar, la resistencia nativa hizo estragos: mermó y destruyó varias colonias.
Hacia 1548, Juan III decidió enviar ayuda.

El establecimiento del gobierno real:

La decisión de la corona al enviar un gobernar real a Brasil no se proponía abolir las


concesiones donatarias, sino recuperar parte de la autoridad que tan generosamente había

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concedido, en un tiempo en que los recursos reales se agotaron. Después de que la iniciativa privada
pavimentara el camino, la burocracia real pasó a apropiarse de una empresa que se hallaba en
funcionamiento. Si las capitanías donatarias se contempla como una fase de “conquista privada” en
Brasil, la llegada de un gobierno real 14 años más tarde se ajusta perfectamente al modelo general
ibérico. En un sentido cultural más extenso, puede considerarse la intervención real de ambos
imperios como una expresión en el nuevo mundo de las varias clausulas que se produjeron en la
Europa católica hacia la mitad del siglo XVI: la forma definitiva que el dogma adquirió en Trento, el
establecimiento definitivo de la inquisición en Portugal (1547). Podría considerarse, en otras palabras,
como parte de una reacción contra la ambigüedad, apertura y experimentación de la primera mitad del
siglo, un movimiento hacia la rigidez.

El nuevo gobernador, Tomé de Sousa (1549-1553) estaba encargado de defender las


capitanías más débiles de posibles ataques y revitalizar las que estaban fallando. La amenaza
francesa persistía y las capitanías debilitadas por los indios eran los primeros objetivos para un
posible asentamiento francés. En segundo lugar, naturalmente la corona quería incrementar las
rentas desde Brasil. Para buscar la solución a esto, Juan III eligió a 3 importantes funcionarios: el
primero, un gobernador para defender y reforzar a los capitanes ineficaces e instaurar una política
para tratar con los indios; el segundo, un proveedor-mor de la tesorería para vigilar la recaudación de
las rentas de la corona; y el tercero, un capitán mayor de la costa para dejar sentada la política del
litoral.

Fue posible volver a comprar la capitanía de Bahía a los herederos de los últimos donatarios y
reincorporarla a las tierras bajo control directo de la corona. Una vez que la posición del gobernador
se hizo fuerte en Bahía, hubo de visitar otras capitanías para valorar sus necesidades y
proporcionarles ayuda militar. Si el incremento de poder militar era una parte de la solución del
problema indio, el otro aspecto consistía en la elaboración de una política india eficaz.

En contraste con la situación española, donde Carlos I simplemente sucedía en los tronos que
habían dejado vacantes los emperadores aztecas e incas, los portugueses no pudieron encontrar
estructuras civilizadas en la sociedad tupí, parecían desprovistos de leyes identificables e
instituciones religiosas. Tan pronto como se produjo el viaje del Bretoa (1511), la corona acogió a los
indios bajo su protección legal, y el regimiento dado a Tomé de Sousa había puesto hincapié en que
nadie les hiciera daño alguno, siempre que fueran pacíficos. Era esencial que recibieran buen trato si
iban a ser evangelizados. Por otro lado, los indios rebeldes que se resistían a la cristiandad podían
hacerse esclavos.

Lo esencial del caso era lo económico. La mano de obra india era fundamental para el
desarrollo de la industria azucarera, y solamente los esclavos podían proporcionar los trabajadores
necesarios. La solución a esta contradicción era una de las principales tareas de la nueva generación
de administradores.

El rey eligió a los jesuitas como sus agentes para convertir y pacificar a los indios, la orden
misionera que había sido fundada en 1540. Su número total era escaso: solo 128 para el periodo que

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cubría hasta 1598. Hasta 1580 las actividades de los jesuitas pueden dividirse en cinco etapas: un
periodo de experimentación (1550-1553), un intervalo de estancamiento (1553-1557); la época
floreciente de su colonización o sistema de aldeia (1557-1561); la crisis de la guerra de Caeté y la
consiguiente ola de enfermedades y hambre (1562-1563) y un periodo final de ajuste al consecuente
descenso de la población india (1564.1574).

El periodo inicial termino coincidiendo exactamente con el final del mandato del primer
gobernador real; fueron años de evaluación y experimentación. El objetivo de los jesuitas fue la
conversión, pacificación y aculturación: la respuesta de los indios, después de una curiosidad y
aceptación inicial, fue la evasión, hostilidad y reincidencia. La actitud de los jesuitas ante su tarea
varia de un tenaz optimismo a una compasión pesimista., sin embargo, a diferencia de los colonos,
creían en la posibilidad de cambiar a la sociedad india. Para acelerar el proceso y preservar sus
logros, decidieron movilizar a los indios de sus pueblos natales y restablecerlos en aldeas cuya
extensión estaba determinada por la escasez de jesuitas que hicieran de supervisores. Fue un
rotundo fracaso.

Los colonos nunca apoyaron totalmente las aldeas jesuitas, porque quitaban indios a la fuente
de esclavos, y encontraron un aliado en el primer obispo del Brasil, don Pedro Fernandes Sardinha. A
la decisión de la corona de crear un gobernador real le siguió poco después (1551) la creación de una
diócesis para Brasil, situada en bahía, la extensión de las conquistas de la fusión metropolitana entre
trono y altar. Pero la elección del obispo no resultó tan acertada, ya que una vez en Brasil, acentuó
sus rígidas tendencias moralistas e insistió en una completa aculturación de los tupí antes de
bautizarlos. Tampoco aprobaba la tendencia sincrética de la evangelización jesuita, el simple barniz
cristiano sobre la obstinada cultura india (la tolerancia de la desnudez en la iglesia, las canciones
indias mezcladas con la liturgia). Concebía una sociedad dual, del tipo que había conocido en la India,
con una pequeña “republica” portuguesa gobernando un extraño mundo de nativos paganos.

El conflicto entre obispo y jesuitas les dio la oportunidad de continuar esclavizados e hizo
prácticamente imposible que el segundo gobernador, duarte da costa (1553-1557) ejerciera su
autoridad durante su mandato. Como la hostilidad de Sardinha impedía su labor evangélica, los
jesuitas trasladaron pronto el centro de su actividad a la capitanía de Sao Vicente, al sur donde los
indios tupinikin resultaron ser más receptivos y maleables. Aquí expandieron el sistema de aldeias,
concebido primeramente en torno a Bahía, y establecieron en 1554 una importante congregación
india (aldeia) en Sao Paulo de Pairatininga.

El mandato de Duarte da Costa termino en 1557, y con el nuevo gobernador, Mem de Sa


(1557-1572) y un nuevo obispo, Don Pedro Leitao, la consolidación real portuguesa en Brasil entro en
una nueva fase. Sá era, sobre todo, un colaborador voluntarioso y entusiasta de los jesuitas, que
volvieron a concentrar sus actividades en los alrededores de la ciudad real de bahía. Este periodo fue
la época dorada de las aldeias.

Dos acontecimientos interrumpieron esta expansión. En primer lugar, en 1562 Mem de Sá


declaro una “guerra justa” contra los caeté, que habían martirizado al obispo Sardinha seis años

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antes, declarando abierta la temporada en toda la nación india. Los caetés no solamente fueron
prendidos in situ, sino también las aldeas jesuitas, en las que se habían refugiado confiando en las
promeses de protección de los jesuitas. El efecto en las aldeias fue desastroso y rápidamente Sá
revocó su “ley”, pero ya era demasiado tarde. La enfermedad fue el otro acontecimiento, que mermó
entre 1562-63 entre la un tercio y la mitad de la población nativa.

La escasez de mano de obra sobrevino a la peste, y surgió entonces un nuevo cuestionamiento:


¿bajo qué condiciones exactas podía esclavizarse a los indios “justamente”? El debate comenzó en
1566, con la junta encargada por el rey para hacer recomendaciones sobre la política indiana en
Brasil. El rey Sebastiao (1554-1578) decretó una ley en 1570 sobre el status de los indios. Incluso los
nacidos libres podían ser esclavizados en dos situaciones:
1- En el curso de una “guerra justa”

2- Si eran sorprendidos practicando canibalismo

El sistema de “resgate” –la practica primitiva por la que se rescataba o redimía a los indios
capturados en las guerras intertribales y a los condenados a muerte, imponiéndoles a cambio una
servidumbre de por vida en beneficio del redentor- fue declarado ilegal. Pero ante las quejas de los
colonos, 4 años después la ley fue revocada y reemplazada por un código modificado sobre la
esclavitud india, en el cual los resgates estaban permitidos, pero los indios esclavizados debían
registrarse en las aduanas.

Las consecuencias de estas medidas fueron:


1- El incremento de esclavos negros importados de áfrica. La creciente confianza en los
esclavos negros –respecto de quienes hubo pocos o ningún escrúpulo moral y ninguna
legislación real- atenuó larga y gradualmente la utilización de indios.

2- La cultura tradicional india se fue desintegrando en las zonas coloniales de la costa. El resto
se había transformado en un nuevo proletariado de “mamelucos” mestizos o bien se habían
refugiado en el interior, el único lugar donde abrigaba la esperanza de preservar su identidad
cultural.

A finales del siglo, las expediciones organizadas en busca de esclavos (bandeiras) generaban
que los gobernadores declaren “guerra justa” y se autorizaban licencias para resgates. En resumen,
las epidemias, la esclavitud y el proselitismo religioso de los bien intencionados jesuitas destrozaron
efectivamente la cultura y las sociedades indias, permitiendo a los supervivientes que se fueran
reintegrando en una sociedad colonial estructurada en los términos portugueses.

Por otro lado, los franceses no habían abandonado la idea de fundar una colonia, y su
atención se dirigió a un emplazamiento extraordinariamente atractivo: Rio de Janeiro. Las crecientes
luchas religiosas en Francia, hacia el 1550, habían producido grupos que veían al nuevo mundo como
el lugar perfecto para una nueva mancomunidad, basada en una religión “justa” y libre de las
intrincadas corrupciones de la sociedad europea. Con el respaldo tradicional de los comerciantes

34
normandos y bretones, que ya habían comerciado con palobrasil hacia tiempo, el empresario
Villegagnon y su grupo partieron en 1555 en tres barcos, llevando 600 personas. Aunque daba la
impresión de tener preferencia por los protestantes, Villegagnon debió aceptar un grupo variado e
incluso a ex convictos para completar la expedición.

Los indios locales resultaron ser amistosos, debido al trato condescendiente de los franceses y
la ausencia de disputas, pero el gobierno riguroso de Villegagnon creó el descontento entre los
colonos, muchos de los cuales lo abandonaron yendo hacia el continente para fundar Henryville (rio
de janeiro). El empresario solicito entonces a Calvino un segundo envío de colonos; estos recién
llegados fueron la semilla de destrucción final de la colonia. Eran dogmaticos, rígidos y estaban
imbuidos de una férrea voluntad calvinista, que empujo al grupo hacia disputas de tinte religioso.
Villegagnon, encolerizado, abandono América y se unió a un partido ultra católico en Francia en 1559.

Para contrarrestar la amenaza francesa, Mem de Sá recibió ayuda portuguesa. Reunió una
fuerza de aliados indios y partió hacia la bahía de guanabara a principios de 1560. La fortaleza isleña
fue tomada por asalto y los supervivientes franceses se vieron forzados a huir en busca de refugio a
los poblados indios de los alrededores. Finalmente, lograron repeler a los franceses y fundar una
colonia permanente en el actual Río.

Sociedad y economía, c.1580:

Con el final heroico de Mem de Sá (1527) terminan los años de incertidumbre para Brasil.
Habiendo sobrevivido a 2 retos permanentemente existentes –internamente la resistencia de los
indios nativos, exteriormente la amenaza de la conquista francesa- la “conquista” portuguesa de
América había emergido intacta de su infancia precaria. Los colonos entraron así en su primer “ciclo”
económico, basado en la expansión de la industria azucarera con el consiguiente crecimiento de la
población, así como del desarrollo social y administrativo.

Una mirada rápida indica que de las 8 capitanías, 3 –Pernambuco, Bahía y Rio de Janeiro
crecían, mientras que el resto estaba en descenso. El resto habían sido abandonadas. ¿Cómo se
produjeron estos cambios en la fortuna?

Espírito Santo fue víctima de varias oleadas de ataques indios, hacia 1540; además, la colonia
nunca fue capaz de atraer gran cantidad de colonos. Porto Seguro fue también atacada por los tapuia
aimorés; en Ilheus, a la muerte de su donatario, fue vendida a un capitalista de Lisboa (1561). Sao
Vicente era la más lejana de todas las colonias europeas y estaba situada en una región de clima
duro, menos adecuado para el cultivo del azúcar.

A diferencia de las nombradas, el último cuarto de siglo fue para Bahía y Pernambuco un
periodo de éxito incalificable: estas capitanías se convertirían en los puntos centrales de Brasil
durante el siglo siguiente. Hacia 1585 tenía ya suficiente población (12000 blancos) para mantener 9
parroquias y 36 molinos de azúcar. Pernambuco no se vio afectada por la crisis de 1540, lo cual fue
decisivo para su pervivencia y prosperidad. Hacia 1546 se había credo cinco molinos de azúcar y

35
había otros en construcción. Cuando Coelho murió en 1554, legó a sus dos hijos la mejor colonia
fundada en Brasil; de hecho, se hallaba tan bien establecida que estaba exenta de cualquier
interferencia del gobernador real. Esta prosperidad llevo a un modo de vida opulento que se reflejó en
las costumbres: multitud de criados, vestidos lujosos y hábitos alimenticios que incluían diversidad de
productos importados de Portugal (pan de trigo, aceite de oliva y vino).

Cada ciudad colonial se proveía de gran parte de sus alimentos lo mismo que de trabajadores
domésticos de los indios de las aldeas indias de los alrededores, que habían sido pacificados y
cristianizados. Los colonos que no Vivian con carácter permanente en las ciudades, se encontraban
en las haciendas azucareras, pequeñas comunidades en sí mismas, donde el señor del molino estaba
rodeado y regia sobre sus trabajadores, libres o esclavos, indios o negros africanos. Como centros
productivos de la colonia, estas haciendas eran más importantes que las ciudades y tendían a
eclipsarlas.

Así comenzó el último auge azucarero de finales del siglo XVI y el crecimiento rápido de la
renta per cápita de los blancos en Brasil. En contraste con el rápido crecimiento de ingresos efectivos
experimentado por muchos de los colonos en el último cuarto del siglo XVI, la corona portuguesa
parece haber participado mucho menos en el desarrollo de Brasil. La región proporcionaba un 1% de
los ingresos de la corona hacia 1506, comparado con el 27% que procedía de la India. Si se tiene en
cuenta el coste del mantenimiento del control sobre la costa brasileña, así como los gastos necesarios
para someter a los indios y expulsar a los franceses, tiene que haber habido déficit durante largos
periodos de tiempo. De ahí que resulte difícil de aceptar explicaciones económicas simples, bien por
el tenaz compromiso de la corona con Brasil durante el siglo XVI, o por su progresión a través de las 4
fases de un compromiso continuo y creciente: desde el arrendamiento de la tierra (1502-1505), a su
explotación directa por medio de factorías comerciales reales (1506-1534) culminando finalmente con
la creación de una administración real consumada (1549). En cambio, estas fases son más
convincentes vistas solo como respuestas muy necesarias para enfrentar las amenazas de la pérdida
territorial.

La corona portuguesa, fundamentalmente de carácter señorial en sus actitudes, encontró sus


recompensas brasileñas en las postrimerías del siglo XVI, no tanto en la esfera económica, sino en la
del status y el prestigio.

***

TOMO II: América Latina colonial: Europa y América en los ss. XVI, XVII, XVIII

PRIMERA PARTE – EUROPA Y AMÉRICA: ESTRUCTURAS POLÍTICAS Y ECONÓMICAS

Capítulo 1 – España y América en los siglos XVI y XVII (Elliot)

Las aspiraciones metropolitanas:

La conquista española de América creó la posibilidad del primer imperio en la historia humana

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de verdaderas dimensiones mundiales. Sin embargo, para Carlos V y sus consejeros solo podía
existir un imperio en el mundo, el Sacro Imperio Romano; e incluso después de que España y el
imperio fueran separados por la abdicación de Carlos en 1556, Felipe II respetó esta convención
conservando el título de rey de España y de las indias. Era algo cada vez más evidente que América
había añadido una nueva e imperial dimensión al poder del rey en España. En esta agrupación de
territorios, adquiridos bien por herencia o por conquista, y que debían obediencia a un solo
gobernante, la mayoría de los estados eran iguales, pero algunos eran más iguales que otros. Castilla
llegó a disfrutar de una predominancia efectiva en la monarquía, y, desde el comienzo, las Indias
permanecieron en una relación especial con ella. La bula Inter Caetera de Alejandro VI (1493) confirió
el gobierno y la jurisdicción de las nuevas tierras descubiertas, no a los reyes de España, sino a los
de Castilla y León. Ello implicaba que los beneficios de la conquista se reservarían a los castellanos,
un principio que Fernando de Aragón burló cuando convino a sus propósitos, pero que dio a Castilla
en el siglo XVI el monopolio sobre los cargos de gobierno y el comercio del nuevo mundo. Y significó
también que a las instituciones parlamentarias y representativas que eran el centro de la vida política
de la corona de Aragón no se les permitiera reproducirse en los nuevos territorios americanos.

En 1503 se estableció en Sevilla la Casa de la Contratación, una institución de comercio


responsable de la organización y control del tráfico de personas, barcos y mercancías entre España y
América. Los amplios poderes reguladores conferidos por la corona a los funcionarios de la Casa
durante los años siguientes dieron lugar a un modelo de comercio y navegación que duraría un siglo y
medio, y que convirtió a Sevilla en el centro comercial del mundo atlántico. La corona buscaba
asegurar el máximo grado de control sobre lo que se esperaba que fuese una muy lucrativa empresa.
El tiempo se encargaría de demostrar que un comercio controlado podía producir su propia forma de
infiltración incontrolada, y que las indudables ventajas del monopolio en el terreno de la organización
tenían que ser consideradas frente a las no menos indudables desventajas de poner un enorme poder
en manos de unos cuantos funcionarios estratégicamente situados. A estos funcionarios competía
esencialmente la mecánica del comercio con las Indias: el abastecimiento de los fletes, las licencias
de pasajeros y el registro de la plata.

En 1523 se estableció el Consejo de Indias, que incorporaba la maquinaria formal para


asegurar que los asuntos de los nuevos territorios llegaran regularmente a la atención del monarca, y
que sus deseos, en forma de leyes, decretos e instituciones, fueran debidamente transmitidos a sus
posesiones americanas. El gobierno real en América era, por otra parte, un gobierno consultivo, en el
sentido de que las decisiones del rey eran adoptadas sobre la base de “consultas” que eran elevadas
al monarca por el Consejo de Indias. Los funcionarios reales en las Indias, teóricamente a sus anchas
en los abiertos espacios de un gran nuevo mundo, en la práctica se encontraban atados por cadenas
de papel al gobierno central en España. Pluma, tinta y papel eran los instrumentos con los que la
corona española respondía a los retos sin precedente de la distancia implícitos en la posesión de un
imperio de dimensiones mundiales. Este estilo de gobierno produjo su propia casta de burócratas.
Casi todos los consejeros de Indias fueron “letrados” adiestrados en las leyes en las universidades, ex
funcionarios en puestos judiciales o fiscales en la misma península, y que por tanto veían los
problemas de Indias a través del prisma de su experiencia europea.
37
problemas de Indias a través del prisma de su experiencia europea.

Una vez que los objetivos del gobierno de las Indias estuvieron determinados y su estructura
establecida, y esto se puede considerar alcanzado a mediados del siglo XVI, los agudos problemas
ocasionados por la distancia tendieron a asegurar que prevaleciera la rutina. Tras la revolución
pizarrista en 1540 y un tumulto conspirativo en México ocasionado por el hijo de Cortés (1566) no
habría más amenazas directas a la autoridad real por parte de una comunidad de colonos que con
frecuencia se sentía amargamente resentida por las órdenes de Madrid.

La difusión de la autoridad se basaba en una distribución de obligaciones que reflejaban las


distintas manifestaciones del poder real en Indias: administrativa, judicial, financiera y religiosa. Pero
con frecuencia las líneas de separación no estaban nítidamente trazadas: había infinitas posibilidades
de fricción que solo tenían visos de poder resolver, si acaso, por el largo proceso de apelación al
Consejo en Madrid. Pero estas aparentes fuentes de debilidad podrían ser consideradas en cierto
modo como la mejor garantía del predominio de las decisiones tomadas en Madrid, puesto que cada
agente de autoridad delegada tendía a imponer un freno a los demás.

En los primeros años de la conquista, los principales representantes de la corona en las Indias
eran los gobernadores. Como donatarios en los territorios ultramarinos, se les concedía el derecho de
disponer de los indios y la tierra; la gobernación era una institución ideal para extender el gobierno
español por las Indias. Dado que la corona se había manifestado firmemente contraria a la creación
de una raza de señores feudales en América, los nombramientos se hacían por plazos cortos, de tres
a ocho años, y terminaron siendo no hereditarios. Pero las gobernaciones no desaparecieron en las
Indias después de completarse la conquista. Habían demostrado su utilidad como institución para
administrar y defender regiones periféricas. Por tanto, en lugar de ser abolidas, se las mantuvo; pero
como otras instituciones que lograron sobrevivir a la etapa de transición de la conquista, fueron
gradualmente burocratizadas. Los gobernadores de la segunda generación pasaron a ser más bien
administradores, no conquistadores.

La institución administrativa más importante pasaría a ser el Virreinato. Las “leyes nuevas” de
1542 institucionalizaron el nuevo sistema de gobierno; el virrey era el alter ego del rey, manteniendo
la corte en su palacio virreinal y llevando con el algo del aura ceremonial de la monarquía. Combinaba
en su persona, los atributos de gobernador y capitán general y era considerado también, en su papel
de presidente de la Audiencia, como el principal representante judicial de la corona. En la práctica, la
corona, siempre suspicaz con las ambiciones de los grandes, tendió a reservarlo para los miembros
más jóvenes de las grandes familias o para nobles con titulo de rango medio. Don Antonio de
Mendoza fue el primer virrey de Nueva España (1535-1549) y su duración en el cargo fue
excepcional; una vez que el sistema se consolidó, lo que un virrey podía esperar permanecer
razonablemente en el puesto eran seis años. Los virreinatos americanos, a pesar de su aparente
atractivo, con frecuencia resultaron ser una fuente de problemas para sus ocupantes, arruinando su
salud, su reputación, o ambas cosas. Además de cumplir con múltiples funciones administrativas, sus
manos estaban atadas desde el comienzo por las instrucciones que recibía desde Madrid. Se

38
encontraban constreñidos a cada momento por el vasto y creciente cuerpo de leyes y decretos
promulgados para las Indias; cada virrey sabia que sus enemigos buscarían usar el incumplimiento de
alguna ley o real orden como un cargo contra el, e igualmente sabia que cada una de sus acciones
era observada desde cerca por funcionarios que estaban encargados de guardar la ley: los oidores o
jueces de la Audiencia.

Durante el siglo XVI se constituyeron 10 audiencias, que sumaban unos 90 cargos (presidente,
oradores y fiscales). Los 1000 hombres que los ocuparon durante los dos siglos de gobierno de los
Austrias constituyeron la elite de la burocracia de España en América. Al tiempo que se pretendía que
las audiencias fuesen los tribunales supremos de justicia en el nuevo mundo, buscando la
observancia de las leyes en las indias, también adquirieron ciertas competencias de gobierno,
especialmente gracias a las leyes nuevas. En particular, asumieron las funciones de gobierno en el
interín entre la salida de un virrey y la llegada del siguiente, mientras que los presidentes de las
audiencias menores podían actuar como gobernadores y capitanes generales del área de jurisdicción
de su audiencia.

Sin embargo, los oidores, como los virreyes, eran cuidadosamente observados. No podían
casarse con una mujer de su área de jurisdicción, ni adquirir tierras o intervenir en el comercio. Este
intento de convertirlos en guardianes platónicos, juzgando y gobernando sin la distracción de vínculos
locales, estaba condenado al fracaso, no menos porque sus salarios eran frecuentemente
inadecuados. Pero, si la corona estableció un ideal imposible, también es cierto que no mostro serias
esperanzas de que se realizara. Se enviaban jueces independientes a realizar “visitas”, mientras que
cada funcionario estaba sujeto a una “residencia” al final de su periodo de cargo, que permitía a
partes afectadas presentar cargos y exponer sus casos ante el juez que la presidía.

Virreyes, gobernadores y audiencias formaban el nivel superior de la administración secular en


las Indias. Las áreas de jurisdicción sobre las que gobernaban estaban divididas en unidades más
pequeñas (corregimientos). Algunos de los más importantes corregidores eran nombrados por la
corona, y los menos importantes por los virreyes.

Desde el punto de partida de la ley, incluso aquellos colonos españoles de las Indias que
Vivian en el campo existían solamente en relación a su comunidad urbana. Eran vecinos del
asentamiento urbano más próximo, y era la ciudad la que definía su relación con el estado. Cada
ciudad tenia su propio consejo, o cabildo, una corporación que regulaba la vida de sus habitantes y
ejercía la supervisión sobre las propiedades publicas –las tierras, bosques y pastos comunales y las
calles donde establecerse con los puestos de las ferias- de las que procedían sus ingresos.

Los cabildos se componían de funcionarios judiciales y regidores, que eran responsables del
aprovisionamiento y la administración municipal y representaban a la municipalidad en todas aquellas
funciones ceremoniales que ocupaban tan sustancial parte de la vida urbana. Como era de esperarse,
los cabildos se convirtieron pronto en oligarquías de los mas prominentes ciudadanos que se
perpetuaban a si mismas. Un puesto en un cabildo se hacia apetecible en diferente grado de acuerdo
con la riqueza de la ciudad, los poderes de sus funcionarios y los beneficios que podían esperarse de

39
él.

Sin embargo, un cabildo no era únicamente una institución de autogobierno local y una
corporación en la que se resolvían las rivalidades de las principales familias. También formaba parte
de la más amplia estructura de autoridad que alcanzaba por arriba a las audiencias, gobernadores y
virreyes, y de allí al Consejo de Indias en Madrid. Era solo operando dentro de esta estructura y
recurriendo a los grupos de presión como estos patriciados urbanos podían esperar ejercer alguna
influencia sobre la acción y los decretos del gobierno, ya que no disponían de otras salidas
constitucionales. En 1528 la ciudad de México pidió a Carlos V un voto en las cortes de Castilla, sin
éxito: la corona castellana del siglo XVI se manifestó firmemente en contra de tales tendencias
constitucionalistas.

El poder del estado era mayor en las indias a causa de la extraordinaria concentración de
poder eclesiástico en manos de la corona. Por una bula de 1486 el papado había concedido a la
corona el “patronato” o derecho de presentar a todos los obispados y beneficios eclesiásticos en el
reino morisco de Granada, que estaba a punto de ser reconquistado. Los reyes católicos tomaron
Granada como modelo y, en 1508. La situación fue regularizada cuando Fernando aseguró para los
gobernantes de Castilla a perpetuidad el derecho de organizar la Iglesia y presentar los beneficios en
sus territorios ultramarinos. Una bula de 1501, ampliada por posteriores de 1510 y 1511, había
otorgado a la corona los diezmos recaudados en indias, de manera que a la nueva iglesia se le había
asegurado una dotación permanente, obtenida y administrada en conformidad con los deseos de la
corona. El efecto del patronato fue el de dar a los monarcas de Castilla en su gobierno de las indias
un grado de poder eclesiástico del que no había precedente europeo fuera del reino de granada. Ello
permitió al rey aparecer como el “vicario de Cristo” y disponer de los asuntos eclesiásticos en indias
según su propia iniciativa, sin interferencia de Roma.

La iglesia en Indias fue por naturaleza y origen misional y catequizadora, un hecho que hizo
natural el que las órdenes religiosas tomasen la iniciativa en la tarea de evangelización. Pero, una vez
que los primeros trabajos fueron cumplidos, los mendicantes, poderosos como eran, encontraron un
desafío a su ascendiente clero escuela con base en las ciudades y que operaba dentro del esquema
de una Iglesia institucional por entonces bien establecida. La misión de frontera llego a ser una de las
instituciones mas eficaces de España dentro de los límites del imperio, pero hacia 1574, cuando la
ordenanza del patronazgo de la corona estableció topes al trabajo del clero secular, se hizo claro que
la heroica época misional había terminado.

Los agentes utilizados para llevar a la Iglesia misional al redil fueron los obispos. La primera
diócesis del Nuevo Mundo (Santo Domingo) fue fundada en 1504. Hacia 1536 había 14 diócesis, y en
1546, tres de ellas eran arzobispados. Hacia 1620, entre arzobispados y obispados había 34. La línea
divisoria entre la iglesia y estado en la América española nunca estuvo demasiado definida, y los
conflictos entre obispos y virreyes fueron un rasgo constante en la vida colonial. Los obispos eran
más bien metropolitanos, y Felipe III (1598-1621) mostró preferencia por los dominicos, lo cual indica
una determinación de la corona en el siglo XVI de reforzar su política proindigena contra colonos y

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encomenderos. El santo oficio comenzó a establecer sus tribunales en Lima (1570), México (1571) y
Cartagena (1610) para guardar la fe y la moral de la comunidad colonizadora. Esta inquisición entro
en conflicto no solo con el clero secular, sino también con el episcopado. Como en otros terrenos de
América, aquí también había demasiadas organizaciones e intereses en competencia como para que
se llegara a constituir una institución monolítica.

Es este carácter fragmentado de la autoridad, tanto en la iglesia como en el estado, una de las
más notables características de la América colonial. En la práctica había tantas disputas de poder que
las leyes mal recibidas, aunque diferentemente consideradas según la fuente de las que procedían,
no eran obedecidas, mientras que la autoridad misma era filtrada, mediatizada y dispersa. La
presencia del estado, por tanto, aunque completamente penetrante, no era del todo directora.

La corona estaba extraordinariamente bien informada, aunque frecuentemente llegaba con un


retraso enorme, pero que reflejaba la más amplia gama de puntos de vista, desde los del circulo mas
intimo del virrey hasta los de la más humilde comunidad indígena. En 1571 se estableció el cargo de
Cronista de las Indias, y el primero que lo ocupó, Juan López de Velasco, produjo sobre la base de
las relaciones enviadas por los oficiales una descripción universal de las indias que representa la
primera visión estadística comprensiva de las posesiones americanas en España.

Los castellanos del siglo XVI, imbuidos de un profundo sentido de la necesidad de relacionar
sus empresas con un fin moral superior, tuvieron que articular una justificación para su gobierno en el
nuevo mundo que situara sus acciones en el contexto de un objetivo ordenado con criterios divinos.
La plata de las Indias, que la corona quería explotar al máximo para engrosar sus ingresos, fue
considerada como un regalo de Dios que permitiría a los reyes cumplir sus obligaciones a escala
mundial de defender y propagar la fe.

Pero, ¿con que derecho podrían los españoles declarar la guerra a los indios, sujetarlos a su
dominio y reducirlos a una “vida humana, civil, sociable y política”? Aunque la cuestión jurídica del
derecho de Castilla a someter a los indios podría parecer claramente resuelta por las bulas papales
de donación, la confrontación entre europeos y los numerosos y muy diversos pueblos de las indias
provocaron un cumulo de problemas, tanto morales como jurídicos. Había algo de burlesco en el
hecho de enfrentarse a los indios, antes de atraerlos a una batalla, con la lectura del requerimiento,
cuando estos no conocían ni una palabra de castellano.

Ya en 1510 Major había mantenido sobre bases aristotélicas que la infidelidad era una causa
insuficiente para privar a comunidades paganas del derecho de propiedad y jurisdicción, que les
pertenecían por ley natural. Según Francisco de Vitoria, si la autoridad civil era inherente a todas las
comunidades en virtud de la razón y de la ley natural, ni el papa ni el emperador podían reclamar
justificadamente el dominio temporal en el mundo dominando y anulando los derechos legítimos de
las comunidades no cristianas. Con este argumento había socavado la justificación del gobierno
español en Indias sobre la base de la donación papal. Pero, por otro lado, sostenía que los españoles
tenían el derecho de comerciar con los indios y predicarles el evangelio, y ellos estaban obligados a
recibirlos de manera pacifica. Si no lo hacían así, entonces los españoles tenían una causa justa para

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la guerra.

En la mas bien dudosa justificación de los títulos castellanos sobre las Indias elaborada por
Vitoria había ciertos argumentos que podían ser utilizados por la corona. El sugirió la idea de un
posible derecho de tutela sobre los indios si llegaba a demostrarse que eran seres irracionales que
necesitaban ser guiados. Pero ¿Qué tipo de control tutelar había que ejercer sobre ellos, y sobre todo,
quien debía ejercerlo?

Bartolomé de las Casas defendía un gobierno tutelar, que proveyera las condiciones
necesarias para la conversión de los indios, pero que no les privara de los derechos de propiedad y
de gobierno por sus propios príncipes, que les pertenecían en virtud de la ley natural. La agitación
acerca del bienestar de los indios estaba alcanzando el clímax cuando Carlos V regresó a España
después de 2 años de ausencia en 1541. Junto a los informes sobre las luchas entre pizarristas y
almagristas en Perú, aquel problema contribuyó a crear un clima de replanteamiento radical en el que
la política real en las indias se convirtió en un asunto de urgencia. El emperador convocó una Junta
que elaboró las “leyes nuevas” de 1542, que, si se hubiesen implantado, habrían realizado los ideales
de Las Casas aboliendo toda forma de servicio personal y transformando a los indios de encomienda
en vasallos directos de la corona.

Cortés y sus amigos organizaron una fuerte oposición al grupo de De las Casas. Juan Ginés
de Sepúlveda hizo circular su escrito “democrates alter”, que continuaba con la línea de pensamiento
de que los nativos Vivian como bestias, y por ende su inferioridad natural los condenaba a la
servidumbre. No argumentaba a favor de la esclavitud, sino por una forma de estricto control
paternalista de sus propios intereses, un tutelaje ejercido por los encomenderos y no por la corona.
En 1550 se dio un debate entre De Las Casas y Sepúlveda, que reflejaba dos visiones opuestas de
los pueblos nativos de América. Sin embargo, Las Casas, aunque cuestiono los beneficios recibidos
por los indios de los españoles, no dudo realmente de la misión de España en indias. En lo que
discrepaba con Sepúlveda era en el deseo de que la misión se llevara a cabo por medios pacíficos y
no de manera coercitiva, y por la corona y los misioneros y no por los colonos.

Pero la época de la conquista había tocado su fin en el momento en que las ordenanzas
fueron publicadas; y Las Casas perdió la batalla de rescatar a los indios de las garras de los
españoles. Medido por la legislación surgida de las discusiones del Consejo de Indias, el saldo del
siglo XVI de España en América resulto notablemente iluminado. Se hicieron enormes esfuerzos para
proteger a los indios y hubo un autentico, aunque erróneo, intento de la corona y de la iglesia para
introducir a los habitantes de las Indias en lo que se asumió automáticamente como un modo de vida
más elevado. Pero la distancia entre la intención y la práctica era con frecuencia desesperadamente
grande.

Las realidades coloniales:

La corona estaba interesada en proteger la llamada “republica de los indios”, amenazada por
las depredaciones de colonos sin escrúpulos que sacaban ventaja de la inocencia de los indios y de

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su ignorancia con métodos europeos. Pero la escasez de dinero de la corona la condujo a aumentar
al máximo sus ingresos de las indias, que paradójicamente recaían sobre los hombros de los indios
que trataban de proteger.

El pago del tributo en producto y/o dinero fue obligatorio para los indios desde la conquista
hasta su abolición durante las guerras a comienzo del s XIX. En la década de 1550, luego de que las
comunidades indigentes fueron diezmadas, el tributo fue retasado; todos los nobles indígenas y
aquellos exentos de los impuestos perdieron ese beneficio, acelerando así el proceso de
homogeneización que ya se había iniciado anteriormente. La organización de la recaudación del
tributo se dejo en manos de los corregidores de indios, funcionarios que aparecieron en las áreas más
densamente pobladas hacia 1560. Eran nombrados por dos o tres años y fueron designados como
respuesta de la corona a los encomenderos.

Las obligaciones del corregidor incluían no solo la recaudación del tributo, sino también la
administración de justicia y la organización del abastecimiento de mano de obra para obras públicas y
particulares. Poco podía hacerse para impedirle que hiciera sus propias extorsiones privadas, puesto
que el organizaba el tributo y derivaba parte de la fuerza de trabajo hacia empresas de beneficio
personal. Pero es el funcionamiento del sistema de mano de obra bajo supervisión de los corregidores
lo que revela las contradicciones inherentes a la política indígena de la corona: a los indígenas no se
les permitía residir en las ciudades de los españoles, pero, al tiempo que se esforzaban por
confinarlos en un mundo propio, eran inexorablemente incorporados a un sistema de trabajo y a una
economía monetaria europeos. Esto era una consecuencia natural de la abolición del sistema de
trabajo personal a los encomenderos en 1549. Con la esclavitud prohibida y la encomienda de
servicios que tendía a ser reemplazada por la encomienda de tributo, se hacía necesario diseñar
métodos alternativos para movilizar la fuerza de trabajo indígena.

Hacia la segunda mitad del s XVI, los trabajadores indios eran arrancados cruelmente de sus
comodidades y trasladados a los campos, a las obras públicas u obrajes y minas. La corona hizo
esfuerzos intentando legislar, pero no logro demasiado. Hacia comienzos del XVII el viejo estilo de la
“republica de los indios”, basado en estructuras heredadas del periodo anterior a la conquista hallaba
en un estado de avanzada desintegración y el supuesto que había regido la política de la corona en
relación con los indios en las primeras décadas de la conquista –el de que el viejo orden indígena
podía ser preservado sin cambios importantes-había perdido toda su vigencia. Los indios que se
trasladaban a ciudades para convertirse en criados y empleados de los españoles eran gradualmente
asimilados e hispanizados. Se les inculcó el cristianismo, se apropiaron de técnicas europeas, de
plantas y animales, y entraron en la economía monetaria española. Al mismo tiempo, conservaron
muchas de sus características originales, de modo que continuaron siendo comunidades
genuinamente indígenas, organizando sus propias vidas bajo la supervisión de los funcionarios
reales, pero en gran parte mantuvieron la autonomía de sus instituciones municipales.

El desarrollo separado de la “republica de los indios”, que servía a las necesidades de la


republica de los españoles sin formar parte de ella, implicaba el desarrollo en la América española de

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dos mundos, indígena y europeo, unidos entre sí por numerosos puntos, pero manteniendo sus
identidades diferentes. Entre ellos, sin pertenecer por completo ni a uno ni a otro, estaban los
mestizos.

Dentro de la comunidad hispánica, la corona fue incapaz de impedir el establecimiento de una


nobleza indiana. A pesar de que España era extremadamente ahorrativa en títulos de nobleza para
los criollos, hacia el siglo XVII la crisis financiera hizo que la rectitud respecto de esta política sea mas
laxa que en el siglo anterior. La elite tenía una composición mixta, basada en la vieja colonización, la
nueva riqueza y conexiones de influencias. Los conquistadores –la aristocracia natural de las indias-
parece que tuvieron poco éxito en resolver el desafío de una sucesión dinástica. Además, fue solo un
pequeño grupo de conquistadores el que adquirió riquezas y encomiendas importantes; a ellos se
unió un cierto número de colonos tempranos que prosperaron en su nuevo ambiente. Era una ventaja
importante, por ejemplo, tener parientes influyentes en la corte. Conforme avanzaba el siglo, este
núcleo de familias dirigentes asimilo nuevos elementos, especialmente de entre aquellos que habían
hecho fortuna en la minería. Alianzas matrimoniales cuidadosamente planeada, en las que las ricas
viudas de los encomenderos jugaban un papel decisivo, produjeron una red de familias
interconectadas que recurrieron al sistema castellano del mayorazgo, para impedir una disgregación
de la fortuna familiar. Inevitablemente, la consolidación de las oligarquías locales demostró ser más
fácil en ciertas áreas de Indias que en otras. Dependía mucho de la posibilidad biológica de
supervivencia de la familia y del grado de riqueza disponible en el área.

Inevitablemente, los lazos de parentesco e intereses que unían a esta creciente oligarquía
criolla con sectores de la administración virreinal, así como con nobles y altos funcionarios de la
España metropolitana, hacían potencialmente difícil para Madrid sacar adelante cualquier política
consistente que tendiera a entrar en conflicto con los deseos de la oligarquía. El reforzamiento de las
oligarquías indianas coincidió, por otra parte, con el debilitamiento del gobierno central den Madrid
que siguió a la muerte de Felipe II en 1598; y este debilitamiento a su vez, dio nuevos ímpetus a la
consolidación del poder de aquellas oligarquías que ya estaba teniendo lugar como resultado de las
condiciones locales. Para las Indias, como para la misma España, el reinado de Felipe III (1598-1621)
fue un periodo en que la visión del último monarca de una sociedad justa gobernada por un soberano
fiel a los intereses de la comunidad en su conjunto fue empañada por el éxito de determinados grupos
de intereses en asegurar sus posiciones aventajadas de poder.

Una vez que las oligarquías estuvieron establecidas en las indias, prácticamente fue imposible
que perdieran su posición. Hubo un intento abortado de conseguirlo en nueva España al comienzo del
reinado de Felipe IV, en 1621, por un celoso Virrey, el marqués de Gelves, que fue enviado con la
misión específica de reformar el sistema. Consiguió enfrentarse con casi todos los sectores
influyentes de la comunidad virreinal. El 15 de enero de 1624, después de días de tensión en la
ciudad de México, la multitud manipulada por los antigelvistas ataco el palacio virreinal y obligo al
desafortunado Gelves a huir buscando refugio en un convento franciscano. La audiencia se hizo
cargo del gobierno; Madrid envió un nuevo virrey, pero aun así, nada podía alterar el hecho de que un
virrey había sido expulsado de s puesto por una poderosa combinación de fuerzas locales

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determinadas a contradecir la política que había sido instruida desde Madrid. Las oligarquías estaban
en proceso de consolidarse a si mismas a todo lo largo de la geografía indiana, en las áreas
desarrolladas así como en las regiones de frontera, y estaban generando formas eficaces e
resistencia a las directrices de un distante gobierno real. El creciente poder y la confianza en si
mismas de estas oligarquías fu uno de los mas importantes elementos de cambio en lo que fue en
realidad una situación en constante transformación.

La transformación de la relación entre España y las Indias:

Carlos V, tras renunciar a sus títulos terrenales, murió en su retiro español de Yuste en 1558.
Al dividir su herencia entre su hermano Fernando, quien le sucedió en el trono imperial y las tierras
alemanas de los Austrias, y su hijo, Felipe, a quien dejo España, la Italia española, los países bajos y
las indias, estaba de hecho reconociendo el fracaso del gran experimento imperial que había
dominado la historia de Europa durante la primera mitad del siglo. Las distancias eran demasiado
largas, los ingresos nunca lo eran suficientes, y cuando la corona española cumplió sus obligaciones
con los banqueros en 1557, la bancarrota lo fue de todo el sistema imperial que había comprometido
desesperadamente su crédito.

En su reinado de aproximadamente 40 años, Felipe II consiguió imponer el sello de su propio


carácter a la monarquía española. Una profunda preocupación por preservar el orden y mantener la
justicia; una concepción austera de las obligaciones de la monarquía, que entendía como una forma
de esclavitud; una profunda desconfianza en sus propios ministros y funcionarios, de los que
sospechaba, normalmente con buena razón, que anteponían sus propios intereses a los de la corona;
una determinación a estar completamente informado sobre cualquier problema imaginable, y una
tendencia paralela a perderse en minucias; y una actitud de indecisión congénita que imponía aun
mayores retrasos a una maquinaria administrativa naturalmente lenta: estos iban a ser los rasgos
fundamentales del régimen de Felipe II. El nuevo rey dio a sus dominios un gobierno firme, aunque la
eficacia de las órdenes y los decretos que salían de Madrid disminuía inevitablemente con la distancia
y se embotaba con la oposición de los intereses locales en competencia. En 1580 unificó la península
ibérica; tuvo conflictos en lo bélico con la revuelta en los países bajos (1566) y el resurgimiento del
conflicto con los turcos en el mediterráneo (1559). Durante los años 1580 la lucha de las provincias
del norte de los países bajos por conservar su libertad de España se amplió a un vasto conflicto
internacional, en el que España, al proclamarse a sí misma defensora de la causa católica, intento
contener y derrotar a los protestantes del norte: holandeses, hugonotes e ingleses isabelinos.

Era inevitable que esta lucha se extendiera a las aguas del atlántico: mientras que la
monarquía de Carlos V siempre fue un imperio europeo, Felipe II iba a desarrollar las características
de un imperio transatlántico, en el sentido de que el poder y las riquezas de España estaban
directamente vinculadas a la relación entre la metrópoli y sus posesiones en América.

Europa vio a las indias como un imperio de plata. Las minas de México y Perú generaron en el
viejo continente una fuerte dependencia del metal para la vida económica y financiera de España. A
pesar de que los ingresos americanos de la corona representaban el 20% del total, ese porcentaje era

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crucial para las grandes empresas de los últimos años de Felipe II: la lucha para suprimir la revuelta
de los países bajos, la guerra naval contra Inglaterra isabelina y la intervención en Francia. Era
precisamente porque consistía en capital líquido en forma de plata, y era objeto por tanto de una
fuerte demanda por los banqueros, por lo que formaba una parte tan atractiva de sus ingresos. Era
sobre la base del reforzamiento de los envíos de plata desde América como el rey podía negociar con
sus banqueros alemanes y genoveses aquellos grandes “asientos” o contratos, que mantenían a sus
ejércitos pagados y ayudaban a pasar los periodos difíciles antes de que una nueva ronda de
impuestos volviera a llenar las arcas reales. Una gran proporción de la plata adoptaba la forma de
pagos por mercancías que habían sido embarcadas en anteriores flotas a los importantes puertos
americanos en Veracruz, Cartagena y Nombre de Dios. Pero como la misma España se mostró cada
vez más incapaz de afrontar las necesidades de un mercado americano en alza, los extranjeros
aumentaron su participación en el comercio de Sevilla, y mucha de la plata pasaba automáticamente
a manos de estos comerciantes y productores no españoles.

La segunda mitad del siglo XVI fue general un periodo largo de expansión en el comercio con
Indias. Las relaciones económicas de España con sus posesiones americanas sufrieron importantes
cambios. En la primera mitad del siglo, las economías de Castilla y la comunidad de colonos que se
extendían por el nuevo mundo eran complementarias. Pero hacia la década de 1540 comenzaban a
surgir problemas: en Castilla aumentaban las quejas sobre el alto precio de las manufacturas del reino
(paños) y aparecía una tendencia a culpar de ello a las exportaciones a Indias.

No hay una única explicación de la incapacidad de las manufacturas castellanas para ser
competitivas internacionalmente, pero un lugar central se debe otorgar al influjo de los metales
preciosos de América en una economía sedienta de circulante, un influjo cuyos efectos se sintieron
primero en Castilla y Andalucía antes de extenderse por toda Europa. La inflación de los precios que
minó la competitividad internacional de España fue un perturbador contrapeso para la cara positiva
del imperio; no obstante, los logros pesaron más y la apariencia de prosperidad ayudó a ocultar las
consecuencias negativas que para Castilla tuvieron los grandes cambios que estaban ocurriendo en
el sistema del comercio transatlántico. Conforme las indias comenzaron a desarrollar su producción
ganadera y a cultivar cada vez mas su propio trigo, la demanda de producción española comenzó a
decaer: la incapacidad de la industria castellana para adaptarse a las nuevas y mas sofisticadas
exigencia del mercado indiano.

En 1567, cuando los lazos comerciales se establecieron entre México y Filipinas, los
mercaderes de Perú y nueva España encontraron cada vez más ventajoso mirar al lejano oriente,
más que a la España metropolitana, para abastecerse de textiles de alta calidad. El rápido crecimiento
del comercio oriental, de textiles, porcelana y otros productos de lujo de la China, supuso una
desviación transpacífica, vía Acapulco y Manila, de grandes cantidades de plata americana que de
otra manera habría tenido un destino transatlántico.

España tenía una gran y creciente necesidad de las indias. Se había hecho dependiente de las
inyecciones regulares de plata americana para mantener el estilo expansivo, acostumbrada al cual

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había crecido. Cuando la plata no pudo obtenerse en forma de pago por productos castellanos, hubo
que conseguirla por otros medios: manipulación de tasas aduaneras, nuevos impuestos, legitimación
de mestizos, donaciones “voluntarias” y mas que nada venta de oficios, lo que propicio la
concentración del poder municipal en manos de cerradas oligarquías: el resultado fue el surgimiento
de una enorme y parasita burocracia, que consideraba sus oficios como una inversión rentable.

La combinación de estos mecanismos de extracción de dinero de la población sumado a un


aumento en la producción minera produjo un gran aumento en los ingresos americanos durante los
últimos años del reinado de Felipe II. Desde 1560 se estableció un sistema regular de flotas que,
aunque caro, justificaba el desembolso. Durante siglo y medio las flotas del tesoro solo fueron
víctimas de ataques enemigos en tres ocasiones. La defensa de las flotas demostró ser más factible
que la defensa de las indias mismas. El área para ser defendida era sencillamente demasiado
extensa y escasamente habitada por españoles. Conforme los enemigos europeos de España
identificaron la plata de las Indias como la fuente del poder español, creció su deseo de cortar los
vitales lazos transatlánticos y de establecer sus propias colonias en el Caribe y tierra firme americana.

Según se fue desarrollando la ofensiva protestante y, primero los ingleses y después los
holandeses, en el siglo XVII, fijaron su atención en las Indias, un imperio español excesivamente
extenso comenzó a tomar cada vez más conciencia de su vulnerabilidad. Se construyeron elaboradas
fortificaciones para la protección de los principales puertos: la Habana, San Juan de Ulúa, Puerto
Rico, Portobello y Cartagena. La eficacia del nuevo sistema de defensa quedo demostrada, pero el
coste de construcción y mantenimiento inevitablemente impuso una carga muy pesada sobre los
ingresos reales en las indias.

El acceso de Felipe II al trono de Portugal en 1580 representó inicialmente un incremento de la


potencia española. LA TREGUA DE LOS DOCE AÑOS 1609-1621. La aparición de los holandeses en
las aguas españolas del pacifico mostró que una enorme y desprotegida línea de costa no iba a estar
en adelante libre de ataques. En 1617 y 1618 el Consejo de Hacienda de España se quejaba
amargamente del descenso de los fondos de la corona en las remesas de plata indiana y culpaba de
ellos a la retención de grandes cantidades por los virreyes de México y Perú. Mucho de este dinero se
estaba usando para mejorar las defensas contra los ataques de los corsarios, y Perú tuvo también
que cargar con el peso adicional de destinar 200000 ducados a la interminable guerra contra los
indios araucanos en chile. Los costes de la defensa imperial, por tanto, estaban subiendo en una
época en que los ingresos de la corona procedentes de las Indias mermaban, y cuando el comercio
de Sevilla, en el que España estaba participando cada vez menos, comenzaba a estancarse. Los
tranquilos días de la plata fácil estaban terminándose, y en Castilla surgía una creciente preocupación
creciente por las consecuencias demográficas que tenia para Castilla la emigración a Indias. Desde el
lado español del atlántico el problema parecía incluso más serio, porque las Indias, en lugar de
producir tesoros para Castilla, le estaban extrayendo la sangre.

El sentido de desilusión sobre el valor de las Indias marcaba un profundo contraste con la idea
del siglo XVI de que la conquista de América era una señal especial del favor de Dios hacia Castilla. Y

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Castilla nunca necesito tanto a las Indias como tras la llegada de Felipe IV al trono en 1621, cuando
espiró la tregua de los Países Bajos y España se encontró una vez más sola con la carga de los
enormes y pesados compromisos europeos. El régimen del conde duque de Olivares (1621-1643) se
dispuso a explotar y movilizar los recursos de los diferentes estados y provincias de la monarquía
española, incluyendo los virreinatos. La introducción de la Unión de Armas (un sistema que repartía la
formación de un ejército entre las partes de la monarquía) demostró ser casi tan difícil como lo fue en
la España metropolitana, donde Portugal y los reinos de la corona de Aragón se mostraron más
conscientes de los costes que de los beneficios del sistema.

Las décadas de 1620 y 1630 pueden considerarse, por tanto, como un periodo de nueva e
intensificada fiscalización en las Indias, lo mismo que en España y en sus territorios europeos.
Impuestos aumentados, donaciones y préstamos forzosos, y la venta de derechos, privilegios y
cargos, pueden considerarse como los rasgos más destacados de los años de Olivares a ambos
lados del atlántico. Pero, ¿Hasta donde eran capaces los territorios americanos de responder a las
crecientes demandas de Madrid? La década de 1620 fue una época de dificultades económicas,
malas condiciones climáticas y problemas de producción en las minas: escasez de mano de obra y el
agotamiento de vetas antaño ricas; esto volvía el proceso más costoso.

Al solicitar grandes donativos, o al apropiarse, como en Perú en 1629, de 1 millón de pesos de


la comunidad mercantil, la corona estaba socavando terriblemente la confianza, sacando circulante de
regiones donde ya normalmente era escaso y arruinando el sistema de crédito con el que se
realizaban las transacciones locales y transatlánticas. En estas circunstancias, no es extraño que los
mercaderes de Indias, viendo su plata sujeta a la apropiación para la corona, bien allí o a su llega a
Sevilla, mostraran una creciente falta de disposición a exponerla a los azares de cruzar el atlántico.
Las excesivas demandas fiscales de la corona habían llevado al sistema transatlántico al colapso.

Entre 1630 y 1690 se evidenció el gran problema de la monarquía española: la agresividad


holandesa quebró la defensa española, y logro instalarse en Brasil. Dicha situación se vio agravada
por la independencia de Portugal, en 1640. España estaba concentrando sus recursos cada vez
menores y abandonaba avanzadas lejanas que habían llegado a ser prohibitivamente caras. Esta
política funciono en el sentido de que España salió de sus problemas de mediados de siglo con su
imperio de las Indias casi intacto; pero perdió definitivamente su monopolio del nuevo mundo. Este
hecho fue tácitamente reconocido en el tratado de paz de Munster (1648) que ponía fin a los 80 años
de guerra con los holandeses, acuerdo que permitió a estos últimos continuar en posesión de los
territorios que estaban ocupando aunque se les prohibiera comerciar con las Indias españolas.

La relación entre España y las Indias experimentó, de este modo, un cambio decisivo como
resultado del conflicto internacional desde los años 1630 a 1650. España misma resulto
tremendamente debilitada; el Caribe se hizo internacional y se convirtió en una base desde la cual el
comercio ilícito podía realizarse a gran escala con la tierra firme americana; y las sociedades
coloniales de las Indias se vieron dependientes de sus propios recursos, inclusive en la importante
área de la organización militar.

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Como la encomienda perdió su eficacia institucional, los encomenderos dejaron de ser una
fuerza de defensa eficiente y hacia el siglo XVII la corona encontró más ventajoso apropiarse de una
parte de las rentas de sus encomiendas para mantener un cuerpo de hombres pagados. Las milicias
urbanas y las levas voluntarias jugaron un papel cada vez mas importante en la defensa de las indias
conforme avanzaba el siglo XVII. El fracaso del esquema de Olivares de una Unión de Armas por toda
la monarquía había conducido a los colonos de las Indias a desarrollar sus propios mecanismos de
defensa.

Así, militar y económicamente los lazos entre las indias y España casi se habían perdido, al
menos temporalmente, por el enorme debilitamiento de España durante las décadas centrales del
siglo. Pero al mismo tiempo las Indias seguían sujetas a presiones fiscales intensas y al duro peso del
control burocrático español. La combinación en el siglo XVII de abandono y explotación no podía dejar
de tener una profunda influencia en el desarrollo de las sociedades americanas. Creó oportunidades
para las oligarquías locales, que se aprovecharon de la debilidad de la corona, para consolidar aun
mas el dominio en sus comunidades adquiriendo por compra, chantaje o usurpación extensas áreas
de tierra. Latifundismo y caciquismo eran en cierto modo los productos del abandono metropolitano.
Un tercer resultado a largo plazo de la época fue el crecimiento del criollismo, el sentimiento de la
diferente identidad criolla.

Los vínculos de parentesco, intereses y cultura que ligaban a la metrópolis con los colonos de
las indias eran profundos y no fáciles de romper. La cultura urbana desarrollada en América era, y
continuó siéndolo, fuertemente dependiente de la española. La educación escolástica al estilo
metropolitano que los hijos y nietos de los primeros conquistadores y encomenderos recibían en las
universidades indianas era a la vez un símbolo de alta posición social y un indicativo de su
participación en una amplia tradición cultural que no conocía frontera atlántica. Pero incluso cuando la
cultura hispánica buscó reproducirse a si misma en ultramar, estuvo sujeta a sutiles cambios. Pronto
incluyo palabras de origen indígena: cacique, canoa, chocolate.

Hacia 1700, por tanto, cuando la dinastía de los Austrias que había gobernado España y las
Indias durante casi dos siglos se había extinguido, los Borbones se encontraron con un legado que no
se prestaba a una fácil administración. Durante el siglo XVI la corona, a pesar de todos sus fracasos,
había conseguido mantener un notable control sobre la nueva sociedad. Sin embargo, a finales del
reinado de Felipe II, las tensiones comenzaron a producir sus efectos. Las necesidades financieras de
la corona, causadas por sus enormes gastos en la búsqueda de una política exterior inmensamente
ambiciosa, la estaban forzando a compromisos con las comunidades locales y grupos sociales
privilegiados. Y las Indias no fueron una excepción. Allí, como en Castilla o Andalucía, se pusieron a
la venta cargos, se arreglaron tácitos acuerdo con las elites locales, y el estado, aunque aun actuaba
de manera entrometida, estaba en franca retirada.

Durante el siglo XVII la crisis se agudizo en la metrópoli y si ello ocasiono nuevos intentos de
cruda explotación en las indias para el beneficio de aquella, también significó mayores oportunidades
para las confiadas y firmes oligarquías de América de tornar en su beneficio las desesperadas

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necesidades del estado. Las restricciones con las que dichas oligarquías operaban seguían siendo las
mismas que en el siglo anterior; todo tenía que resolverse oficialmente con referencia a Madrid. Pero
incluso así, existía un margen cada vez mayor para maniobrar independientemente. Una inflada
burocracia indiana daba lugar a interminables oportunidades para inclinar las normas y satisfacer las
necesidades locales; una corona lejana y en quiebra podía normalmente comprarse cuando interfería
demasiado en los detalles de las relaciones entre la elite colonizadora y la población indígena. En las
indias, como en las demás partes de la monarquía española, el siglo XVII fue la época de la
aristocracia.

Capítulo 2 – España y América: el comercio atlántico, 1492 - 1720 (Macleod)

A medida que las rivalidades imperiales europeas crecieron, especialmente en el Caribe, la


carrera fue amenazada, directamente por piratas y corsarios e indirectamente por los esfuerzos de los
contrabandistas del norte de Europa, para sustituirla en su papel de proveedor y cliente del imperio
hispanoamericano. El que Castilla llegara al Nuevo Mundo antes que Portugal fue un accidente: se
debió a la decisión de Colón de abandonar Lisboa y la corte de Juan II para buscar apoyo en
Fernando e Isabel. El descubrimiento y colonización de América por España fue, así pues, parte de
una expansión ibérica por el atlántico llevada a cabo durante los siglos XV y XVI y comandada por los
portugueses.

Desde el principio, Sevilla y los puertos cercanos a la desembocadura del rio Guadalquivir, en
Andalucía suroccidental, fueron la principal conexión de España con las Indias. Además, la parte
suroeste del océano ofrecía varios grupos de islas escalonadas adecuadas para reparar y repostar,
ya fuera el destino la costa de áfrica y la india o el Caribe. Las canarias se convirtieron en la parada
obligada y preferida de las rutas de las Indias españolas, y las Cabo Verde para África. Las azores, y
en menor medida, Madeira eran adecuadas para las flotas que volvían de América, y los barcos
españoles las usaban cuando lo necesitaban y los portugueses lo permitían. Muchas de las técnicas e
instituciones de la conquista y colonización y algunas de las nuevas cosechas e industrias se
probaban, mejoraban y establecían en Canarias.

El primer viaje de Colón (1492) con 3 carabelas y 87 hombres siguió una ruta más al norte,
llegando a las Bahamas, que en tiempos coloniales eran más a menudo la salida del Caribe que su
entrada. Gracias a la buena suerte y su gran habilidad marinera, su primer viaje fue una travesía
rápida y, adema, su cuarto viaje fue uno de los más rápidos que se hayan hecho nunca a vela en el
atlántico. Sin embargo, las flotas posteriores solían seguir una ruta más al sur, guiadas por los vientos
y las mareas. Copiaban la ruta de colón hasta las canarias, donde recogían provisiones, géneros de
exportación y emigrantes, pero después continuaban hacia el suroeste con los vientos del nordeste
tras de sí hasta que alcanzaban los vientos del sureste. Los viajes de vuelta normalmente seguían
una ruta más al norte, saliendo del Caribe por los estrechos que hay entre Cuba y Florida y rodeando
las Bahamas.

El barco básico era la carabela, pequeña (100 ton) pero rápida y marinera. A medida que los
viajes se hicieron más continuos y con mayor volumen comercial, se unió el nao y hacia 1550, el

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galeón, mayor, con más capacidad de carga y mejor armado, reemplazó a la carabela. Las hileras de
cañones en cada cubierta eran cosa normal, y tenían una doble finalidad: facilitaban armamento en
caso de batalla en el mar y podían ser desembarcados para expediciones por tierra. Hasta 1700 las
flotas españolas mantuvieron barcos mas pesados, menos manejables y con mas (castillos) que sus
rivales del norte. La duración de los barcos dependía de muchos factores: el cuidado, el
mantenimiento, el clima en el que navegaban, etc.

Hacia 1650, España construía menos de un tercio de las flotas de las Indias, mientras que
Holanda y las Indias occidentales producían más de un tercio cada una. En las colonias los astilleros
funcionaron pronto, los primeros fueron los de la costa del pacífico. El Caribe fue más lento en el
desarrollo naval, pero hacia fines del s XVI La Habana, Maracaibo y Campeche tenían astilleros
reconocidos.

La mayoría de la baja marinería pertenecía a las clases sociales más pobres. Muchos eran
delincuentes menores, deudores, borrachos, esclavos o condenados. Uno puede figurarse que el
nivel de entusiasmo y profesionalidad que hubiera entre aquellos hombres seria bajo. La vida en el
mar era poco atractiva: sucia, peligrosa e insalubre. Abundaba el escorbuto, resultado de la falta de
vitaminas y una dieta inadecuada, y el castigo a los pequeños delitos era severo (incluso causa de la
alta tasa de mortandad).

Algunos de los marinos andaluces y portugueses provenían de familias de navegantes de los


pequeños puertos de la costa. Esos hombres eran expertos, audaces y animosos. Su experiencia los
colocaba en lugares importantes de la tripulación. El capitán más prudente contrataba un número de
tripulantes mayor al necesario, ya que las muertes en el mar eran frecuentes y encontrarse con
menos tripulación de la necesaria para manejar el barco era muy grave.

Lo que parece asombroso hoy día es que un viaje tan largo, arduo y desagradable fuera una
experiencia corriente y formara al lazo de unión entre las colonias y la metrópoli; la regularidad de
estos viajes y la precisión de las rutas sigue siendo algo enigmático. A pesar de una formación
rudimentaria recibida en la Casa de Contratación de Sevilla o en Lisboa, muchos pilotos expertos
hacían poco uso de la ayuda escrita o técnica, y, como Colón, confiaban en la improvisación.
Sorprende esto cuando los pequeños errores podían hacerse enormes al cruzar el océano, y, sin
embargo, los pilotos rara vez se equivocaban más de 50 millas.

De entre los puertos andaluces, Sevilla se convirtió pronto en el principal y siguió siéndolo en
el siglo XVIII. La posición de Sevilla como centro de la economía atlántica data de 1503, cuando la
Casa de Contratación se estableció allí. Al principio, la Casa era poco más que un almacén real para
depositar el dinero del quinto real. Pero gradualmente se dedicó a regular, normalizar y centralizar.
Los embarques a Indias tenían que salir de Cádiz o Sanlúcar. En la casa se obtenían las licencias de
personas y bienes para las Indias, los impuestos de importación y exportación se pagaban allí y, una
vez reunidos los barcos, se les inspeccionaba y autorizaba para la travesía. Después la Casa adquirió
aun mas funciones. Se convirtió en puerto militar del Atlántico español, astillero, almacén de carga de
los barcos y lugar de formación de pilotos y cartógrafos. Toda esta actividad se centró en Sevilla

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cuando la corona asumió el control del atlántico español.

Sevilla disfrutaba de algunas ventajas: estaba protegida de las tormentas atlánticas y las
incursiones de los piratas ingleses y los bereberes (estaba 70 km corriente arriba). Tenía una clase
mercantil bien establecida, una crecida población consumidora y un rico hinterland* agrícola para
abastecer a los marineros, aprovisionar a los barcos y cubrir las necesidades de los primeros colonos
de las islas del Caribe, que añoraban el trigo, el vino y el aceite andaluz. Sevilla tenía una antigua
tradición mercantil y las instituciones financieras para respaldarla. Mercaderes del norte de Italia,
Génova, Bolonia y Pisa se habían establecido en Sevilla poco después de que fuera reconquistada a
los moros, y la perspectiva del Nuevo Mundo los atrajo pronto. Sevilla tenia de igual modo un
poderoso “consulado” o asociación de mercaderes, que disfrutaba del favor de la corona. Así que no
hubo mucha controversia hasta la segunda mitad del siglo XVII sobre que puertos deberían manejar
el comercio con las Indias. En la época del descubrimiento europeo, la riqueza demográfica, agrícola
y minera de lo que iba a convertirse en Hispanoamérica se concentraba en dos áreas: México y los
Andes centrales. Como consecuencia, estas dos zonas, con capitales en la ciudad de México y Lima
respectivamente, fueron los centros del imperio colonial español. Lógicamente, era de capital
importancia el conectarla de forma segura y rápida con Sevilla. Así, ambos necesitaban un puerto en
el Caribe. El estrecho istmo de Panamá era el lugar mas lógico para comerciar, vía el Caribe, hacia y
desde la costa sudamericana del pacifico.

A pesar de ello, la ruta panameña causo muchos trastornos. La naturaleza del terreno y la
proximidad de los dos océanos hacían imposible el ocultar la ciudad principal tierra adentro. Lo
angosto del istmo hacia de las ciudades allí presa fácil para los piratas. La costa caribeña de Panamá
carecía también de buenas bahías.

El papel de La Habana era más o menos el de servir de las Canarias del Caribe. Su
importancia dentro de la ruta fue reconocida por la corona, que ayudaba a su existencia por medio de
diversas subvenciones provenientes de México. Mucho más importante que la distancia geográfica
entre los puertos era la distancia en el tiempo. Los barcos de vela eran lentos y no podían mantener
una velocidad fija en grandes distancias. En general, los viajes a América eran más rápidos que los
viajes a España, o bien, en el pensamiento de la época, América estaba más cerca de España que
ésta de aquella.

En vista de las limitaciones del tamaño de los barcos y, sobre todo, de su velocidad, se
preocupaban mucho más por su peso, volumen, duración y por ende, de la rentabilidad de las
mercancías que llevaban. El vino y el aceite de Sevilla, que aun podían venderse en Cartagena o
Santo Domingo después de 50 días, podían perfectamente haberse convertido en vinagre o en un
desecho rancio mientras las vasijas pasaban otras dos semanas cociéndose en una bodega húmeda
y calurosa a través del Caribe. Dichos productos se necesitaban no solo para la vida cotidiana (el
agua no solía ser potable) sino también para la Iglesia con fines sacramentales, y no era probable que
alcanzaran Lima o Santiago de Chile, y mucho menos Manila, en condiciones de ser usados. No es
extraño, pues, que las industrias aceiteras y vinícolas de chile y Perú comenzaran tan pronto y

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encontraran tan escasa oposición entre los agricultores y consulados monopolistas de Andalucía.

Lógicamente, el peso y el volumen eran todavía más importantes que lo durable de las
mercancías a la hora de decidir qué lugares de las colonias eran adecuados para que se produjeran
determinadas mercancías. La caña de azúcar, un producto voluminoso que necesitaba un detenido
proceso de elaboración según los conceptos de la época, podía, si se plantaba en cuba, por ejemplo,
seguir dando beneficios en Sevilla tras un viaje de 70 días, mientras que si crecía en las tierras bajas
de México, después de un viaje hasta Sevilla de 130 días era mucho menos rentable. El último lugar
en esta cadena de tiempo era Manila, de donde únicamente los productos más ligeros y caros, como
sedas de china, especias exóticas y piedras preciosas podían enviarse a España con alguna
posibilidad de beneficio.

La plata se convirtió en la principal exportación de México y Perú, no solo porque suponía un


alto valor en un volumen reducido y producía por ello beneficios al ser enviada desde el lejano o
remoto atlántico, sino también porque los yacimientos principales y la mano de obra para trabajarlos
estaba en México o Perú y no en las islas o en Venezuela. Un factor importante complicaba la simple
relación entre tiempo, peso, volumen y rentabilidad: el precio. Cuando algunos productos
hispanoamericanos como el chocolate, el azúcar o la corteza de quinina para usos medicinales se
hacían necesarios o se ponían de moda y aumentaban así el precio, se los podía enviar desde
grandes distancias y seguir obteniendo beneficios. Otro factor era el valor de los bienes que se
llevaban a América. Si se sacaban beneficios en el viaje de ida, se toleraba que estos bajaran, o
incluso que hubiera pequeñas perdidas en el viaje de vuelta a Europa.

Durante la primera fase de la “carrera de Indias” –desde el viaje inicial de Colón hasta el final
de las conquistas en tierra firme (es decir los primeros 40 años)- la gente era la carga principal que
salía de Europa. Al menos 200.000 personas, casi todos españoles, viajaron antes de 1600. Los
primeros emigrantes representaban ampliamente a la sociedad española; tanto en el extremo mas
alto como el mas bajo de la escala social estaban poco representados: los muy ricos y la alta nobleza
porque no tenia razones para viajar a las Indias y el campesinado porque no podía costearse el viaje
o bien porque se lo impedían. Los muy jóvenes y los muy viejos tampoco se encuentran en las
primeras listas de pasajeros. Las circunstancias poco seguras y los largos viajes los mantenían en la
península.

En la década de 1540, en torno al 20% de los inmigrantes eran mujeres y este porcentaje fue
aumentando lentamente a lo largo del siglo. Durante los primeros años, muchos volvieron a España;
fue evidente la frustración de una primera generación de colonos –que no pretendía echar raíces, sino
enriquecerse y regresar, o ascender en la escala social-. Una vez que había pasado la etapa de la
conquista y la burocracia asumió el control que antes habían tenido los jefes de las huestes, la
emigración a las Indias fue menos espontanea.

El principal cargamento que se traía de vuelta durante la primera etapa era el oro. Pero su
lavado se agotó en pocos años y la producción se redujo después de 1550 a una cantidad ínfima. Sin
embargo, era tal el valor y el prestigio del oro que tuvo un impacto considerable en el comercio

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atlántico. Es probable que la depresión comercial 1550-1562 pueda explicarse como la mera ruptura
entre el debilitamiento de la edad del oro y el inicio del predominio de la edad de la plata.

Si el final del ciclo del oro produjo un reajuste total en la economía de las Indias, el alto valor
del oro tuvo también sus efectos en España. Aunque las cantidades enviadas a Andalucía parecen
escasas, crecieron lentamente a lo largo de la primera mitad del s XVI. Este hecho atrajo la atención,
gradualmente, de mercaderes, armadores, y sobre todo, de la corona hacia las Indias, una zona que
en la época de Colón y sus sucesores había parecido un descubrimiento pobre y de segunda
categoría. Hacia 1504 la corona decidió estimular la industria del metal precioso.

El oro también fue el estimulo básico para la creación de la primera “carrera” premexicana. Su
prestigio impulso a la corona a establecer un comercio regular y controlado por la administración. Su
valor, en comparación con lo compacto y denso de su naturaleza, le permitía obtener un amplio
margen de beneficios en Sevilla, incluso en la época e los embarques intermitentes y sin inventariar
de las débiles carabelas para el transporte de mercancías.

Antes de 1550, el oro desempeño un papel primordial también en la revolución de precios que
asoló España y la mayor parte del resto de Europa. Sin embargo, aunque el oro americano fue un
factor tardío dentro de esta fase de expansión, estaba estrechamente ligado al rápido aumento de
precios de la primera mitad del s XVI, y esta subida, a su vez, estimuló mas tarde el volumen de la
circulación monetaria, de los negocios e intercambios.

Los cueros eran la compañía fundamental del oro en los viajes de regreso a España. Dada la
gran cantidad de campos abandonados o sin dueño, el ganado bovino semisalvaje llenó el hueco
demográfico dejado por los indios en el nuevo mundo. A principios del siglo XVI había muy poca
demanda de carne, y como consecuencia, había pocas matanzas sistemáticas en los enormes
rebaños salvajes que aparecieron en las islas mayores, México y Centroamérica poco después de la
conquista. En lugar de ellos, se acorralaba, mataba y despellejaba a los animales cuando era
necesario. Los primeros años del descubrimiento y la conquista vieron también el envío de objetos
exóticos al viejo mundo. Animales, pájaros y plantas, algunos vestigios de las civilizaciones
amerindias –oro, joyas, plata, jade- que terminaron en las colecciones reales o en los museos
europeos.

Los españoles del continente vivían de los excedentes que obtenían de la sociedad india. Esto se
hacia por medio de dos instituciones importantes, la encomienda y los tributos. La encomienda, que al
menos en teoría, era un contrato por el que los indios se confiaban al cuidado temporal y espiritual de
un español como contrapartida a su trabajo y parte de sus excelentes de producción, se desvirtuó
gradualmente como fuerza económica a medida que la corona pudo desplazar la fuerza de trabajo en
México y Perú. El tributo personal indígena se relacionaba directamente con la encomienda. Pagado
en razón de su vasallaje y sometimiento, el tributo lo recolectaban los encomenderos y revertía en
ellos o en la corona. Después de que se derogara la obligación de trabajar, el tributo se convirtió en la
relación principal entre indios y encomenderos. Tal sistema empezó a debilitarse cuando decreció la
población india, se incremento la legislación real y la población de españoles y casta o mestizos

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creció. Uno de los problemas que afectaban tanto a la encomienda como el tributo era cómo
hispanizarlos. De alguna manera, la parte de la corona y las otras porciones destinadas a España
para individuos particulares tenían que transformarse en bienes transportables, preferiblemente plata
o monedas, antes de ser embarcadas. La última dificultad estribaba en que el maíz era un alimento
básico de los indios (exigido como tributo por Moctezuma) que solo consumían los españoles cuando
no se encontraba trigo o este era demasiado caro. Esto producía dos problemas: como devolver parte
del maíz recolectado como tributo a la sociedad india y como obligar a esta a pagar al menos una
parte de su tributo en un producto agrícola europeo, como el trigo. Muy pronto, los encomenderos y
funcionarios pusieron en marcha un sistema de subastas mediante las cuales algunos productos
voluminosos del tributo, como maíz, frijoles y tejidos de algodón, se vendían a los que los
necesitaban, a cambio de monedas, plata o, muy raramente, otros productos u objetos que fueran
mas manejables o necesarios. Este mecanismo tenía varios fines:

1- Distribuía maíz y otros artículos de primera necesidad a españoles, mestizos y castas que no
eran encomenderos, clérigos ni funcionarios reales, y devolvía parte de esos artículos básicos,
a menudo a través de uno o dos intermediarios, a la sociedad india.

2- Experimentos efectuados por los encomenderos y funcionarios con el tributo, tales como
recolectar el total del tributo en moneda (hacia finales del x XVI esta medida fue revocada y se
estableció definitivamente un impuesto mixto).

Como resultado de estos diferentes experimentos, la encomienda y el tributo se normalizaron.


Ello ayudó a revivir al pequeño comercio indio, constituyó un compromiso entre las necesidades de la
carrera de Indias y la corona y las nuevas clases dirigentes coloniales, y aportó gran parte del capital
inicial que permitiría a algunos encomenderos más previsores desprenderse de su dependencia
respecto a una base de población india decreciente. En lo que atañe a nuestro propósito, desempeñó
un papel principal en la recaudación de plata y monedas que iban a los ahorros de los particulares y a
los cofres reales, y de aquí a los galeones con dirección a España.

Las minas constituían una gran fuente de impuestos y otros ingresos para la corona. Toda la
plata que se conseguía no fluía hacia España, como si ocurría con el oro. La burocracia colonial
española y las economías locales necesitaban más plata para pagar sueldos, intercambios financieros
y cubrir la circulación monetaria. También había demanda de plata para el comercio intercolonial.
Potosí aumento su producción hasta la década de 1590, llegando a suponer la mitad o más de toda la
plata española. Las rentas de la corona procedentes de las indias, compuestas por el quinto real,
parte del tributo indio, alcabalas, parte del diezmo eclesiástico y varios impuestos y monopolios,
creció a lo largo del siglo y en la última década era cuatro veces mayor de lo que había sido en la
década de 1560. La plata real podía suponer alrededor de una cuarta parte del total importado. En el
siglo XVI casi toda ella fue empleada en pagar primero a los banqueros alemanes y luego a los
genoveses. En total, hasta 1600, las flotas habían llevado a España unas 25000 toneladas de plata.
La afluencia del metal causo graves tensiones y dislocaciones en las economías hispanoamericana,
española y europea.

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En México y Perú el rápido crecimiento de la disponibilidad de dinero antes de 1580 causó,
combinado con otros factores, la inflación de los precios. La subida de precios coincidió con el
descenso de la población rural india, hechos que no estaban desconectados, y el resultado fue la
escasez de comida y precios más altos para los artículos de primera necesidad en las ciudades
españolas en expansión.

La oleada de plata llegada a España impactó en su destino, arribó a Sevilla en una sola masa
brillante y fungible. La corona disponía gracias a ella de medios para proyectos espectaculares y
cuantiosos pagos en moneda, de manera que atraía la atención de muchos y los celos de las
potencias rivales. Llegaron intereses de todo tipo, desde indolentes mercenarios sin empleo hasta
sagaces banqueros alemanes y genoveses, impresionados por ese enorme y regular aluvión de
dinero, soldados para las campañas de la corona y banqueros ansiosos por proporcionar los créditos
que financiarían los planes más grandiosos de la monarquía. Los gastos excedían con mucho a los
ingresos a todo lo largo de los reinados de Carlos V y Felipe II. Las finanzas reales estaban en crisis
hacia 1575 y en bancarrota cuando fue anunciada la segunda suspensión de pagos en 1596.

La plata contribuyo también al aumento de precios; su influjo afecto incluso a la periferia


europea, donde la abundancia de moneda hizo extinguirse el sistema de trueque, produciéndose el
inicio del intercambio monetario. La importancia de todo este metal precioso se equilibraba con un
creciente comercio español de exportación: durante gran parte del siglo XVI, España envió grandes
cantidades de manufacturas nacionales a América, incluyendo mobiliario, utensilios de hierro, ropa
basta y fina, confeccionada o no, alimentos regionales y artesanías. El crecimiento del sistema de
flotas en la segunda mitad del s XVI reforzó la confianza en el monopolio mercantil. España y sus
grandes consorcios o consulados de mercaderes de Sevilla, Cádiz, Veracruz y Lima se apoyaban en
un comercio y un sistema de convoyes basado en la exclusión de los rivales, en una programación
rígida y en puertos monopolísticos donde el comercio pudiera ser controlado, y en la subordinación de
las colonias a las prioridades españolas. La capacidad y fiabilidad del sistema de flotas estimuló
también la creación de nuevas industrias, mercados y rutas en la misma américa (colorantes
vegetales, palobrasil, azúcar, perlas y cueros). A fines del siglo aparecieron las sedas chinas y los
damascos, procedentes de Filipinas y nueva España. La plata y las flotas estimularon también el
crecimiento de una industria naval en la costa del pacifico y el Caribe, para la venta de esclavos, pez,
tinte y algodón.

También florecieron rutas interiores más cortas a lo largo de la costa del pacifico después de la
mitad de siglo. Los envíos de plata favorecieron también el comercio caribeño. La Habana, importante
puerto de la carrera y donde había una guarnición militar, se abastecía de cereales, tejidos, armas y
subsidios monetarios desde México. Sin embargo, muchos de estos productos eran meros
acompañantes en el comercio de la plata; las remesas del metal a España parecen haber tocado
techo en 1595. Se mantuvieron bastante bien, aunque en nivel más bajo, hasta 1619 y después
fueron decayendo hasta que el comercio se hizo escaso entre 1640 y 1650.

El volumen y el valor de los otros artículos que se enviaban a España llegaron a su punto

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oficial más alto algo después que la plata, probablemente sobre 1618 o 1619, pero cuando se produjo
la decadencia los cargamentos secundarios descendieron con más rapidez que la plata. De hecho, la
necesitada corona parece haber reservado espacio para la plata y excluido otros productos cuando
las flotas eran pequeñas e intermitentes. De esta forma, el comercio atlántico tuvo una serie de
momentos buenos en los años comprendidos entre 1580 y 1620. Evidentemente estas eran décadas
de cambio y reajuste en España y sus colonias. Medio siglo de crecimiento se había detenido,
manteniéndose en tono menor durante unos pocos años, antes de deslizarse hacia abajo a mediados
de siglo. Había muchos factores diferentes pero interrelacionados en juego.

La década de 1570 fue crucial para la población indígena de nueva España: una serie de
epidemias asoló la zona reduciendo su número a una pequeña parte de lo que había sido en la época
de la conquista. Decayeron las prestaciones de servicios y el pago de los tributos; subieron los
precios; hubo que retener más plata para pagar los precios más altos, de forma que llegaba menos a
España. Las minas de plata se hallaban sumidas en su propia crisis. La producción comenzó a
descender, en parte por la dificultad de dispones fácilmente de suministros de mercurio. Además, a
medida que desaparecía la población indígena, el precio de los alimentos subía y costaba mas
mantener a los mineros. Y el descenso del número de indios forzó a la población no indígena a
retener más metal precioso en el nuevo mundo para pagar los precios más altos, justo en el momento
en que la producción minera estaba disminuyendo. Al tiempo que las colonias empezaban a enviar
menos a España, también necesitaban menos en retorno y la madre patria se mostraba cada vez más
incapaz de enviar los bienes que los colonos deseaban comprar. El volumen de la sustitución de
importaciones durante estas décadas posiblemente se ha sobrestimado, pero México, Perú y chile
llegaron a autoabastecerse de granos, vino, aceite, artículos de hierro, madera y muebles. Esta
reducción de la dependencia con respecto a España coincidió con la decadencia de la metrópoli.

La decadencia de España a fines del siglo XVI y en el siglo XVII ha sido objeto de largas
discusiones. La débil clase dirigente no renuncio a ninguna de sus extravagantes ambiciones, los
impuestos aumentaron sin cesar en castilla, la industria y la agricultura se arruinaron ante la vigorosa
competencia extranjera y, alrededor de la década de 1620, las flotas y los cargamentos que salían de
Sevilla eran controlados por extranjeros y trasladaban productos extranjeros. Además hubo plagas,
malas cosechas y hambrunas prolongadas. El metal precioso de las Indias, reducido en cantidad y
con llegadas esporádicas, se filtraba rápidamente hacia las economías en expansión del noroeste de
Europa. El sistema de flotas se desmoronó gradualmente. En todo ello, la corona y su Casa de
Contratación jugaron un papel negativo, siendo especialmente perniciosos las confiscaciones de los
cargamentos de plata indiana. Estas intromisiones afectaron al comercio y a la productividad; muchos
renunciaron a reinvertir o desarrollar sus medios productivos y se transformaron en rentistas o en
propietarios de tierras.

A mediados del s XVII se habla de la construcción de una independencia y autosuficiencia


hispanoamericana. Evidentemente se había producido una importante sustitución de las
importaciones, especialmente en el caso de los productos de alimentación; pero estos indicios de
autoabastecimiento debieron restringirse a ámbitos locales, dando lugar a algunos tipos de autarquías

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regionales. En las décadas de 1550 y 1560, todos habían llegado a ser autosuficientes en cuanto a
alimentos de primera necesidad, incluyendo el azúcar, y no tenían mucho que intercambiar. Otros dos
hechos apagaron el comercio interregional en las colonias después de 1630.

1- La piratería. Barcos piratas aislados o en pequeñas flotas, que evitaban los galeones y las
ciudades fortificadas, hacían estragos en las pequeñas e inermes canoas, lanchas y carabelas
y, con frecuencia, incendiaban ciudades secundarias como Trujillo, Campeche o Rio del
hacha. El impacto de los piratas fue cambiar el comercio desde las bodegas de los barcos a
los lomos de las mulas, es decir, volver al sistema antiguo, lento y costos de transporte de
mercancías por tierra.

2- La falta de circulante. Las colonias venían sufriendo una fuerte escasez monetaria con
severos resultados. Los sistemas comerciales locales eran demasiado pequeños como para
desarrollar sofisticados mecanismo de cambio y crédito. El comercio, de hecho, estaba
respaldado por un tipo de moneda de plata que era generalmente aceptado, y sin tal respaldo
inevitablemente decaía porque tenia que usar voluminosos sustitutos, como semillas de cacao
o cantaros de vino o incluso regresar al antiguo trueque que era difícil de mantener a largas
distancias.

La autosuficiencia local era en muchos casos una especie de autarquía en lo relativo a


alimentos básicos y tejidos. Esta situación no dejaba mucho con lo que comerciar entre las regiones
autárquicas. Para el terrateniente que seguía interesado en la agricultura comercial y para el
comerciante que seguía soñando con un comercio a larga distancia, la solución eran los extranjeros.

El contrabando necesitó un siglo para desarrollarse como el medio básico de comercio en el


Caribe y el rio de la plata. Varios obstáculos se le interpusieron (más que nada la guerra y la
piratería). El periodo que transcurre entre 1620 y 1680 fue el gran momento de la piratería caribeña,
de los ataques navales europeos a las posesiones españolas, del “no peace beyond the line”. Las
potencias extranjeras no permitieron a España disfrutar en exclusividad de su nuevo imperio. Las
incursiones esporádicas, pero destructivas y temerarias, de los primer corsarios franceses y después,
los héroes de la época isabelina inglesa (Hawkins, draque y Raleigh) causaron gran preocupación a la
corona española, pero esta respondió, dada la época, de forma rápida y efectiva. El experto naval
Pedro Menéndez de Avilés fue el responsable en 1575 de dos pequeñas flotas defensivas en el
Caribe que funcionaron bien hasta que la carrera entro en decadencia, y España no pudo mantener
sus gastos.

Los primeros que desafiaron al poder español con seriedad fueron los holandeses. Su flota era
la mayor de Europa hacia 1560, y en 1590 comenzaron a llegar barcos holandeses a las indias
causando problemas. Intentaban capturar las flotas y comerciar con cueros, azúcar, chocolate y
tintes; la sal que obtenían, combinada con las pesquerías de terranova, les permitió dominar el
comercio europeo del bacalao salado y el arenque. Parte de esta actividad se extinguió con el siglo
XV. Durante la tregua de los doce años de la guerra hispano holandesa, entre 1609 y 1621, los
holandeses retiraron la mayor parte de sus barcos del Caribe. Los ingleses, no tan numerosos,

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también firmaron un alto al fuego. Pero tan pronto como terminaron las treguas, se renovaron las
hostilidades en el Caribe y la compañía holandesa de las indias occidentales, una alianza que
permitía a los privados y poderosos intereses mercantiles unirse al apoyo entusiasta y al soporte
militar del estado, supuso una nueva y amenazadora iniciativa.

Sin embargo, para muchos en Holanda e Inglaterra comenzaba a ser evidente que seria
imposible hundir el imperio español, aunque estuviera en decadencia, por medio de la piratería y de
ataques a la carrera. Sir Francis Drake representó una estrategia alternativa: la de capturar puertos
vitales estrangulando el sistema comercial español. Se había dado cuenta de que el sistema de
comercio monopolístico de las Indias dependía de unos pocos cuellos de botella estratégicos y de que
al menos dos de ellos, el istmo de panamá y la habana, eran bastante vulnerables a un ataque por
mar. Pero sin contar con el apoyo pleno de la reina Isabel, con menos organización que los españoles
y sin una base en la zona, logró poco más que lucrativos ataques por sorpresa y ocupaciones
temporales. Medio siglo más tarde, Oliver Cromwell hizo revivir el plan Drake; pero fue derrotado dos
veces en Santo Domingo e, intentando evitar la total desgracia y regresar a la patria con un premio
consuelo, ocupó la isla menor de Jamaica, donde Vivian un puñado de españoles y esclavos.

Durante las décadas de 1630 y 1640 los holandeses habían ocupado Curaçao y establecido
enclaves comerciales en las islas de Venezuela. Los franceses habían ocupado Guadalupe, Martinica
y algunos puertos en la costa noroeste de La Española. Y ahora los ingleses se establecían en
Barbados, Antigua y Jamaica. Y la piratería no había llegado a su fin; una larga y dura lucha se
mantuvo en Jamaica entre el partido de los piratas apoyados por algunos de los primeros
gobernadores, que querían cultivar azúcar y añil en las islas y no tener competencia desde el
continente, y el partido de los comerciantes que querían relacionarse mediante el contrabando con las
ciudades españolas de Cuba, Nueva España y Centroamérica.

Había una serie de razones logísticas y geopolíticas que explican por qué los rivales de
España no tomaron una parte mayor de su imperio en el siglo XVII y por qué la piratería y el saqueo
siguieron siendo preferibles al comercio de contrabando.

El primer obstáculo para los que llegaron más tarde era la geografía humana y epidemiológica
del Caribe. Los españoles se habían establecido allí primero y habían conseguido aclimatarse; solo si
el inmigrante sobrevivía a sus primeros –aparentemente inevitables- brotes de malaria, disentería y
otras enfermedades tropicales, podía tener esperanzas de prosperar en el Caribe. Los estrategas
españoles lo sabían y se aprovechaban de ello, como en el caso de la expedición inglesa que acampó
en un pantano durante la toma de Santo Domingo, muriendo la mayoría de disentería pocos días
después.

Había otros factores que impedían el desarrollo del comercio extensivo de contrabando con el
imperio español. Los holandeses y, en menor medida, los ingleses fueron capaces de hacer
descender muchos precios españoles desde fines del siglo XVI hasta casi las guerras de
independencia, pero se enfrentaban con graves problemas de oferta y demanda, almacenamiento y
transporte de mercancías voluminosas. Tampoco podían esperar los intrusos establecer un almacén

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en el nuevo mundo mientras no tuvieran claro que la demanda y los precios se decantarían en su
favor. Se enfrentaban con el mismo inconveniente de los barcos pequeños con poco espacio de carga
que tenían los españoles, aunque los holandeses, en especial, tenían mejores barcos y sus
exportaciones venían de una Europa que estaba empezando a reorganizarse para las primeras
etapas de la revolución industrial.

La piratería, el arruinar los puertos y capturar las islas reflejaban la mentalidad de la época. No
se comerciaba con el enemigo si se tenía la fuerza suficiente para arrebatarle sus bienes y asolar sus
flotas y ciudades. Sin embargo, a finales de la década de 1680 varias alteraciones significativas
prepararon el camino del cambio hacia la era del contrabando o imperialismo informal. En Jamaica la
clase comerciante ganó su larga lucha contra los piratas y sus protectores, los plantadores mas
proteccionistas. A medida que los comerciantes criollos españoles se iban convenciendo de que los
gobernantes extranjeros de las islas eran sinceros en sus esfuerzos por capturar y eliminar a los
piratas que quedaban, creció su confianza, así como su interés en comerciar con los enemigos de
España.

De este modo, Barbados, Curaçao, St. Kitts, Jamaica y finalmente Santo Domingo, que habían
sido capturadas como trofeos de consolación que España no echaba mucho de menos y que se
habían usado como plantaciones y nidos de piratas y solo incidentalmente como reserva y almacén
de esclavos, se convirtieron en una solución parcial a los problemas que habían ido retrasando el
desarrollo de un contrabando vigoroso: problemas de oferta y demanda, peso, volumen de las
mercancías, distancia y rentabilidad.

Los rivales imperiales de España irrumpieron también en otro terreno del comercio americano
del siglo XVII: era el comercio de esclavos africanos, que se necesitaban principalmente como
población sustitutiva en las islas y costas tropicales donde se había aniquilado la población india.

En 1663 se revitalizó el sistema de asiento (arrendamiento contractual), que consistía en hacer


contratos con agencias privadas que se surtían en los mercados portugueses y holandeses de
esclavos negros y proveían a su vez a Hispanoamérica. Los franceses le daban menos importancia al
contrabando, aunque también participaban en él, y antes de 1702 y de la alianza formal franco-
española se dedicaron con más ahínco a dominar el comercio legal que partía de Cádiz y Sevilla. Por
lo que sabemos, parece que el capital y las mercancías francesas constituían más de la mitad del
total de la “carrera” a fines del siglo XVII, cuando funcionaba. Esto dejó a los ingleses como los
principales rivales de los holandeses y en condiciones desfavorables. Pese a contar con sus piratas,
envidiaban a los holandeses su entrada en el mercado colonial español. El gobernador Lynch,
astutamente, deseaba usar la maniobra de los esclavos y publicó una proclama en 1683 invitando a
los barcos españoles a ir a Jamaica, garantizándoles la total protección y una recepción cordial. Su
invitación, para su pesar, fue prematura. Todavía quedaba mucho recelo hacia los piratas y había
demasiados pocos esclavos. Poco tiempo después empezó el asiento de los Coyman, la firma
holandesa que se dedicó a abastecer de esclavos a la corona; transportaban tanto esclavos de
Curaçao como mercancía prohibida, y fueron los pioneros en la nueva era del contrabando.

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Tras la muerte del último y patético Austria, español, los borbones franceses llegaron al trono
de España y comenzó la alianza hispano-francesa. El asiento se le concedió a la compañía de la
Guinea Francesa en 1702, y durante unos 11 años Francia no solo dómino la carrera legal, incluso
aportando los barcos de guerra necesarios para protegerla, sino que irrumpió en el comercio de
esclavos e intervino en buena medida en el contrabando del pacifico y el Caribe.

Cuando terminó la guerra de secesión española en 1713, también los ingleses obtuvieron
concesiones. Mediante el tratado de paz obtuvieron un derecho limitado a comerciar con esclavos
legalmente. Un barco perteneciente a la compañía del Mar del Sur fue autorizado a vender esclavos
en las ferias anuales que se llevaban a cabo cuando llegaban las flotas de España. Todas estas
innovaciones juntas: la presencia de Jamaica y Curaçao como almacenes y reservas de esclavos y el
esclavo africano como vía de entrada involuntaria en el mercado colonial español, sentaron las bases
para una solución a los problemas del comercio directo entre las colonias españolas y el noroeste de
Europa. Sin embargo, los cambios en esta zona, especialmente en Inglaterra, pueden haber
desempeñado un papel igualmente importante.

Entre 1660 y 1689 los fletes ingleses crecieron rápidamente en cantidad y tonelaje. Inglaterra
se encontraba en una rápida evolución dese el interés central en el comercio con el continente
europeo hacia un comercio oceánico con Oriente, el Ártico y las Américas. A medida que aumentaban
el volumen y el tonelaje y que crecían las ventajas del comercio a gran escala, bajaban los costes del
transporte en los viajes largos. Mercancías inglesas que no amortizaban el transporte hasta Jamaica
en la década de 1660 podían hacerlo ya alrededor del 1700.

Los años comprendidos entre 1680 y 1720 en Hispanoamérica presentan varios aspectos
desconcertantes y paradójicos. La historia de la “carrera” en estos años es complicada. Sabemos que
continuó la reducción del número de barcos y su tonelaje, que por esta época partían de Cádiz y
regresaban allí en su mayor parte; las flotas en decadencia ponían especial énfasis en los metales,
excluyendo otros cargamentos. El metal precioso registrado siguió también decayendo; los envíos de
metal precioso ilegal parecen haber aumentado.

Los consulados pagaban con largueza “indultos” y otros sobornos a la indigente corona, y esta,
a su vez, se veía obligada a hacer la vista gorda en las inspecciones de los barcos que llegaban y a
descuidar la persecución de mercaderes culpables de fraude y contrabando.

La recuperación se notó más en la década de 1690, pero el comercio legal volvió a recaer
entre 1700 y 1720, años dominados por la guerra de secesión española, antes de recuperarse de
nuevo bajo la forma de un sistema mucho más libre y diferente de barcos con licencias durante la
mayor parte del siglo. Sin embargo, parece evidente que había comenzado una nueva época de
expansión. España estaba haciendo denodados esfuerzos por reforzar su armada y su comercio
marítimo y por hacer revivir los astilleros. Aparecieron comerciantes extranjeros en pequeñas
ciudades coloniales donde hacia un siglo que no se veían. La producción de plata volvía a aumentar
en nueva España y pronto reviviría en Perú. Creció el comercio. Nuevas regiones cobraron
importancia. Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo, mejor provistas de esclavos ahora, se convirtieron

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en islas de plantación que comerciaban el azúcar con los extranjeros y con la metrópoli. El
contrabando extranjero era el principal vehículo del comercio en casi todas partes, aunque también
prosperaba el comercio ilegal con España.

Hacia 1720, la escena estaba preparada para un nuevo periodo de expansión, aunque en gran
medida esta situación tenía su origen en intercambios ilegales con la madre patria y en el comercio
con potencias rivales de España. Hispanoamérica había resurgido después de casi medio siglo de
aislamiento parcial y había reorientado sus productos en áreas antes periféricas como Cuba, Buenos
Aires y Venezuela. El intento de España por desprenderse de su atraso y recuperar su comercio
colonial de los contrabandistas extranjeros llenaría gran parte de la historia del siglo XVIII.

La conexión atlántica entre España y sus colonias americanas fue a la vez un resultado
fundamental de la expansión de Europa y una manera de reforzarla. También fue al mismo tiempo un
resultado y un refuerzo del mercantilismo monopolístico. Las colonias justificaban su existencia como
bases de las cuales extraer los productos que se deseaban, y otros rivales que pudieran hacerlo a su
vez tenían que ser excluidos dentro de lo posible. Estos planteamientos dieron lugar a una
Hispanoamérica dependiente, monocultural, orientada a la exportación, y estas características han
perdurado desde los mejores días del comercio de Sevilla hasta el presente. Las excepciones
temporales a esta dependencia estaban y están causadas por factores extraños a Hispanoamérica.
La carrera fue el fundamento de esta dependencia de la exportación durante los dos primeros siglos
de mandato español y sus necesidades imponían una estructura de comunicación en Hispanoamérica
por la cual todas las rutas principales se encaminaban desde las ciudades, plantaciones y minas
hasta el puerto del mar. Las áreas productivas dentro de cada masa continental colonial no
necesitaban estar conectados entre sí.

La carrera provocó un profundo impacto en la economía europea. El oro y la plata americanos


causaron, al menos, parte de la revolución de los precios europeos. La creación de un mercad
americano ayudó a desarrollar las bancas genovesa y holandesa, las minas de Idria, la industria textil
de Flandes y el movimiento de una fuerza de trabajo francesa que emigro hacia el sur atravesando los
pirineos. Además., en esta fase Europa hizo grandes inversiones en las plantaciones intensivas, su
creación capitalista ultramarina por excelencia. Los estudios de plantaciones de azúcar concretas nos
muestran como casi todo en ellas se ordenaba desde el viejo mundo.

Una cuestión fundamental que viene dada por el influjo del metal precioso americano es:
¿Cuál fue su papel en la creación de un sistema mundial europeo?

La plata llegaba a Sevilla o Cádiz desde América y pasaba a Europa occidental. En el siglo
XVII España actuaba como “cinta transportadora”. Por esta época, también, gran parte del metal
precioso iba a Ámsterdam, y sirvió para costear en buena medida la expansión holandesa en Oriente.
Así pues, en general el metal precioso americano contribuyó a financiar la penetración europea en el
mundo oriental. Pero no toda la plata llego allí a través de la carrera y los mercados de Europa. En
parte lo hizo directamente, por medio del galeón de Manila; otras cantidades fluían al Brasil por obra
de los mercaderes portugueses de Lima y de la base de contrabando de la Colonia do Sacramento, y

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de allí, rodeando el Cabo de Buena Esperanza, hasta la India. Pero una buena parte de la plata salía
por Europa para pagar las especias orientales, los ejércitos y los sobornos a la población del este.

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