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Fundamentos de Evolución - 2017

Escuela de Biología- FCEFyN –UNC

UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA


FACULTAD DE CIENCIAS EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES
ESCUELA DE BIOLOGÍA

Complemento de Clases
Teórico-Prácticas

Fundamentos de
Evolución
BLOQUE 1 - I

Autores
Dr. Claudio Sosa
Dr. Juan Bajo
Dr. Gabriel Bernardello
Dra. Bárbara Arias Toledo
Dr. Gustavo Pigino
Córdoba
2017

Fundamentos de Evolución – 2017


1 Sosa, C.A.; Bajo, J.M.; Bernardello, G. Arias Toledo, B. & G. Pigino
Fundamentos de Evolución - 2017
Escuela de Biología- FCEFyN –UNC

BLOQUE N° 1:

LA EVOLUCIÓN COMO PARADIGMA

“La ignorancia engendra más confianza de la que con frecuencia engendra el


conocimiento: son aquellos que saben poco, y no aquellos que saben mucho, los
que afirman positivamente que tal o cual problema jamás podrá ser resuelto por
las ciencias”.
Charles Darwin

“Nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución”


Theodosius Dobzhansky

“Nada en evolución tiene sentido si no es a la luz de la historia”


Richard Lewontin

Introducción.

Debemos reconocer que la Evolución, y el pensamiento evolutivo, es un


excelente modelo para dar origen a un estudio en el que confluya la mirada
histórica, filosófica y epistemológica de estas características.

La mirada de la estructura de nuestras ciencias en la actualidad y en el


pasado resulta fundamental a la hora de entender nuestras limitaciones,
posibilidades y el papel que cumplimos en ellas.

Para ello, es importante comenzar por revisar nuestros concepciones


acerca de qué es eso que llamamos “ciencia”, cuál es su objeto de estudio y
cuáles son sus objetivos y sus metodologías, cómo se lleva adelante, quiénes la
construyen, qué factores influyen en su devenir. En síntesis, es de vital
importancia indagar sobre los fundamentos de nuestra propia actividad para que
los debates que se susciten en su transcurso resulten enriquecedores y para
poder tomar una posición crítica frente a los mismos en tanto profesionales y
ciudadanos. Y al recorrer este camino, no podemos dejar de reconocer al menos
dos puntos que llaman a una profunda reflexión.

En primer lugar, al indagar sobre el objeto de estudio de la “ciencia”, nos


encontramos ante la cuestión de reflexionar sobre la relación que existe entre ese
conocimiento particular y el mundo natural, la realidad. Y este punto no es menor
ya que constituye la base sobre la que se construirá, consciente o
inconscientemente, las nociones de ciencia y de verdad. En este contexto se
discutirán entonces diversos ejes como por ejemplo, el status ontológico que
poseen las categorías que comúnmente emplea ese conocimiento - se planteará si
las “especies” o si los “genes” existen o no en la naturaleza-; la importancia de los

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fenómenos observables; la posibilidad de que el conocimiento científico sea


objetivo y acabado y; el progreso de la ciencia, entre otros.

En segundo lugar, al tratar de definir qué es la ciencia, no podemos dejar de


lado la dimensión histórica de dicha problemática, ya que a través de ella
entenderemos que la ciencia de hoy no es la misma que la ciencia del pasado,
pero sí su fruto. Mirar hacia atrás sin embargo, no es una tarea sencilla. Los
historiadores deben reconstruir dicha historia pero no de manera ciega. Deberán,
en primera instancia, formular un interrogante particular acerca de esa “ciencia”.
Recién allí y junto a una clara delimitación sobre qué será considerado como
“ciencia” y que no –dada en parte por la filosofía–, el historiador formulará sus
interpretaciones sobre los hechos documentados y podrá construir su narrativa la
cual no sólo responderá a su interrogante original, sino que también constituirá
una argumentación en favor de ciertas hipótesis históricas previas. Veremos un
ejemplo en particular con el famoso ejemplo del ocaso de las ideas transformistas
de Lamarck a la sombra de Cuvier. En este contexto, cobra fundamental
importancia la distinción entre qué factores, nociones, prácticas o inclusive
individuos consideraremos incluidos dentro de la delimitación de ciencia realizada
y cual no. En otras palabras, cuales consideraremos como factores internos a la
práctica científica y cuales consideraremos como factores externos a la misma. Es
necesario enfatizar pues la gran importancia que reviste la reflexión sobre qué es
ciencia y qué no, pudiendo recién allí aventurar una reconstrucción histórica de la
misma. No podemos tratar de entender el porqué de la estructura de la ciencia
actual sin siquiera saber qué es lo que estamos tratando de comprender.

Si bien la delimitación de la ciencia es el complejo objeto de estudio de la


epistemología, nuestro objetivo es introducir estas problemáticas y estimular la
reflexión en torno a ellas ya que contribuyen a una formación académica plural y
compleja que permitirá la toma de posición crítica y fundamentada frente a
diversos debates o problemas que involucren el mundo natural y, en particular, la
Teoría Evolutiva.

1er Parte

1. Sobre la concepción de “ciencia”

Lea detenidamente el siguiente párrafo (Texto I), y luego responda:

“...Popper, preocupado por encontrar una línea de demarcación entre aquellos


enunciados y sistemas de enunciados que pueden ser considerados científicos y
aquellos que no lo son, comienza por descartar la concepción más difundida de
ese entonces, de que la ciencia se caracteriza por su base observacional y su
método inductivo. El criterio básico de demarcación entre la ciencia y la no ciencia,
es el de refutabilidad. Según esta concepción una teoría es científica no porque
haya probado su verdad, sino porque ofrece la posibilidad de probar su falsedad.
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Lo que caracteriza a la ciencia no son los enunciados verdaderos, sino la


posibilidad de demostrar que sus aserciones son falsas...”
(Ander Egg, E. 1987. Técnicas de investigación social. Buenos Aires: Hvmanitas)

a) ¿Cuál es la concepción que Popper tiene sobre la ciencia?

b) Según el autor: ¿Qué valor tienen la “objetividad científica”?, ¿Cuál es el


sentido de la refutabilidad en ciencia?, ¿Qué supuestos consolidan la idea de
“objetividad” y “refutabiliad” del conocimiento científico en el planteo de una teoría?

2. Instrumentalismo–Realismo y el debate “Ciencia vs. Religión”.

a) Analice la distinción entre realismo e instrumentalismo según Popper (Texto I).

b) Aplique esta distinción al caso de Copérnico (textos II).

c) Analice la posición de Popper en el contexto de la Teoría Evolutiva (texto III).

d) ¿Considera Ud. que la Teoría Evolutiva es una teoría incompatible con la fe


religiosa?

Bibliografía de lectura obligatoria:

Texto I. Popper, K. R. 1991. "Tres concepciones sobre el conocimiento humano"


en Conjeturas
y Refutaciones. Barcelona, Paidós, pp. 130-137.
Texto II. Osiander, A. 1982. Prefacio en Copérnico, N. Sobre las revoluciones (de
los orbes celestes). Madrid, Editora Nacional.
Texto III. Gould, S.J. 1983. “La evolución como hecho y como teoría” en Dientes
de gallina y dedos de caballo. Ed. Blume. Madrid.

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TEXTO I: Popper, K. R. 1991. "Tres concepciones sobre el conocimiento


humano" en Conjeturas y Refutaciones. Barcelona, Paidós, pp. 130-137.

TRES CONCEPCIONES SOBRE EL CONOCIMIENTO HUMANO

1. LA CIENCIA DE GALILLO Y LA NUEVA TRAICIÓN A ELLA

Había una vez un famoso científico llamado Galileo Galilei. Fue enjuiciado
por la Inquisición y se vio obligado a retractarse de sus doctrinas. Esto provocó un
gran alboroto, y durante más de doscientos cincuenta años el caso continuó
despertando indignación y acaloramiento, aun mucho después de que la opinión
pública hiibiera conquistado la victoria y Ja Iglesia se hiciera tolerante frente a la
ciencia.
Pero en la actualidad, esa historia es ya muy vieja, y creo que ha perdido su
interés. Pues la ciencia de Galileo no tiene enemigos, al parecer: en lo sucesivo,
su vida está asegurada. La victoria ganada hace tiempo fue definitiva, y en este
frente de batalla todo está tranquilo. Así, tomamos ahora una posición ecuánime
frente a la cuestión, ya que hemos aprendido, finalmente, a pensar con
perspectiva histórica y a comprender a las dos partes de una disputa. Y nadie se
preocupa por oír al fastidioso que no puede olvidar una vieja injusticia.
A fin de cuentas, ¿cuál era el tema de esa vieja discusión? Era acerca del
carácter del "Sistema del Mundo" copernicano, el cual, entre otras cosas,
explicaba el movimiento diurno del Sol como un desplazamiento aparente debido a
la rotación de la Tierra1. La Iglesia estaba muy dispuesta a admitir que el nuevo
sistema era más simple que el viejo, que era un instrumento más conveniente para
los cálculos astronómicos y para las predicciones. En la reforma del calendario
auspiciada por el Papa Gregorio se hizo gran uso de él. No había ninguna
objeción a que Galileo enseñara la teoría matemática del sistema, mientras
pusiera en claro que su valor era solamente instrumental; que no era más que una
"suposición", como decía el cardenal Bellarmino2, o una
"hipótesis matemática", una especie de estratagema matemática, "inventada y
supuesta con el fin de abreviar y facilitar los cálculos"3. En otras palabras, no habia
ninguna objeción mientras Galileo estuviera dispuesto a compartir la opinión de
Andreas Osiander, quien, en su prefacio al De revolutionibus de Copérnico, había
dicho: "No hay ninguna necesidad de que estas hipótesis sean verdaderas, o
siquiera que se asemejen a la verdad; sólo se pide de ellas que permitan realizar
cálculos que sean concordantes con las observaciones".
Galileo mismo, por supuesto, estaba muy dispuesto a destacar la
superioridad del sistema copernicano como instrumento de cálculo. Pero al mismo
tiempo, conjeturaba y hasta creía que era una descripción verdadera del mundo; y
para él (como para la Iglesia) éste era, con mucho, el aspecto más importante de
la cuestión. Tenía buenas razones, en verdad, para creer en la verdad de la teoría.
Había visto en su telescopio que Júpiter y sus lunas constituían un modelo en
miniatura del sistema solar copernicano (según el cual, los planetas eran lunas del
Sol). Además, si Copérnico tenía razón, los planetas interiores (y sólo ellos)
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debían presentar fases como las de la Luna, al ser observados desde la Tierra; y
Galileo había visto en su telescopio las fases de Venus.
La Iglesia estaba poco dispuesta a admitir la verdad de un nuevo sistema
del mundo que parecía contradecir un pasaje del Viejo Testamento. Pero ésta no
era la razón principal. Unos cien años más tarde, el obispo Berkeley expuso
claramente una razón más profunda en su crítica a Newton.
En la época de Berkeley, el sistema copernicano del mundo había dado
origen a la teoría de la gravitación de Newton, y Berkeley veía en ésta a una seria
competidora de la religión. Estaba convencido de que se produciría una
declinación de la fe religiosa y de la autoridad religiosa en caso de ser correcta la
interpretación de la nueva ciencia de los "librepensadores"; pues éstos veían en su
éxito una prueba de) poder del intelecto humano, sin ayuda de la revelación divina,
para descubrir los secretos del mundo, la realidad oculta detrás de sus
apartencías.
Berkeley consideraba que eso era interpretar mal la nueva ciencia. Analizó
la teoría de Newton con total honestidad y gran penetración filosófica; y el examen
crítico de los conceptos newtonianos lo convenció de que esta teoría no podía ser
más que una "hipótesis matemática", esto es, un instrumento conveniente para el
cálculo y la predicción de los fenómenos o apariencias; que no podía ser tomada,
en modo alguno, como una descripción verdadera de algo real 4.
La crítica de Berkeley fue ignorada por los físicos, pero fue considerada por
los filósofos, tanto escépticos como religiosos. Como arma, resultó ser un
bumerang. En manos de Hume, se convirtió en una amenaza para toda creencia,
para todo conocimiento, humano o revelado. En manos de Kant, que creía
firmemente tanto en Dios como en la verdad de la ciencia newtoniana, se convirtió
en la doctrina de que el conocimiento teórico de Dios es imposible y de que la
ciencia newtoniana debe pagar su derecho de admisión a la verdad con el
abandono de su pretensión de haber descubierto el mundo real detrás del mundo
de la apariencia; era una verdadera ciencia de la naturaleza, pero la naturaleza
era precisamente el mundo de los meros fenómenos, el mundo tal romo se
aparece a nuestras mentes asimiladoras. Luego, algunos pragmatistas basaron
toda su filosofía en la concepción de que la idea del conocimiento "puro" es un
error; que no puede haber conocimiento en ningiín otro sentido que no sea en el
de conocimiento instrumental; que el conocimiento es poder, y la verdad es
utilidad.
Los físicos (con unas pocas excepciones brillantes5) se mantuvieron lejos
de todos estos debates filosóficos, que no llegaban a ninguna conclusión
definitiva. Fieles a la tradición creada por Galileo, se dedicaron a la búsqueda de
la verdad, tal como él la entendía. O, al menos, así lo hicieron hasta hace muy
poco. Pues todo esto es ya historia pasada. Actualmente, la concepción de la
ciencia física fundada por Osiander,
el cardenal Bellarmino y el obispo Berkeley6 ha ganado la batalla sin que se
disparara un tiro más. Sin ningún debate ulterior sobre el problema filosófico, sin
que se adujeran nuevos argumentos, la concepción instrumentalista (como la
llamaré) se ha convertido en un dogma acep tado. Bien se la puede llamar la
"concepción oficial" de la teoría física, ya que es aceptada por la mayoría de

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nuestros principales teóricos de la física (aunque no por Einstein ni por


Schródinger). Y se ha convertido en parte integrante de la enseñanza habitual de
la física.

2. EL PROBLEMA EN DISCUSIÓN

Todo esto parece una gran victoria del pensamiento crítico filosófico sobre
el realismo ingenuo de los físicos. Pero dudo de que esta interpretación sea
correcta.
Pocos, si es que hay alguno, de los físicos que han aceptado actualmente
la concepción instrumentalista del cardenal Bellarmino y el obispo Berkeley tienen
conciencia de que han aceptado una teoría filosófica. Tampoco se dan cuenta de
que han roto con la tradición galileana. Por el contrario, en su mayoría creen que
se mantienen al margen de la filosofía; y, en su mayoría, no se preocupan más por
la cuestión. De lo que se preocupan, como físicos, es de (a) el dominio del
formalismo matemático, es decir, del instrumento; y (b) sus aplicaciones; y no se
preocupan de nada más. Creen que, al excluir de este modo toda otra tosa, se han
liberado finalmente de todos los contrasentidos filosóficos. Esta misma actitud
inflexible y que rechaza toda falta de sentido les impide considerar seriamente los
argumentos filosóficos en pro y en contra de la concepción galileana de la ciencia
(aunque, sin duda, han oído hablar de Mach"). Así, la victoria de la filosofía
instrumentalista no se debe a la bondad de sus argumentos.
¿Cómo, entonces, llegó a imponerse? En la medida en que puedo
discernirlo, por la coincidencia de dos factores: (a) dificultades en la interpretación
del formalismo de la teoría cuántica; y (b) el espectacular éxito práctico de sus
aplicaciones.
(a) En 1927, Niels Bohr, uno de los más grandes pensadores del campo de
la física atómica, introdujo el llamado principio de complementaridad en la física
atómica. Este principio equivale a "renunciar" al intento de interpretar la teoría
atómica como una descripción de algo. Bohr señaló que podemos evitar ciertas
contradicciones (que amenazaban surgir entre el formalismo y sus diversas
interpretaciones) sólo recordando que el formalismo, como tal, es coherente, y que
cada caso aislado de su aplicación (o cada tipo de caso) es compatible con él. Las
contradicciones sólo surgen cuando se pretende abarcar dentro de una
interpretación el formalismo y más de un caso, o tipo de caso, de su aplicación
experimental. Pero, como señaló Bohr, es imposible físicamente combinar en un
experimento dos cualesquiera de esas aplicaciones antagónicas. Así, el resultado
de cada experimento aislado es compatible con la teoría y encuentra apoyo en
ésta, sin ambigüedades. Esto es todo lo que podemos lograr, afirmaba Bohr.
Debemos renunciar a la pretensión, y hasta a la esperanza, de conseguir algo
más. La física mantiene su coherencia sólo si no tratamos de interpretar o
comprender sus teorías yendo más allá de: (a) el dominio del formalismo, y (b) su
relación con cada uno de los casos de aplicación posibles, separadamente8.
De tal modo, la filosofía instrumentalista fue utilizada de manera ad hoc, en
el caso que estamos considerando, para permitir a la teoría eludir ciertas
contradicciones que la amenazaban. Se la usó con ánimo defensivo, para salvar la

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teoría existente; creo que por esta razón, el principio de complementaridad ha sido
totalmente estéril en la física. En el lapso de veintisiete años no ha dado ningún
fruto, excepto algunas discusiones filosóficas y algunos argumentos para confundir
a los críticos (especialmente a Einstein).
No creo que los físicos hubieran aceptado tal principio ad hoc, si hubieran
comprendido que era ad hoc, o que era un principio filosófico, parte de la filosofía
instrumentalista de la física de Bellarmino y Berkeley. En cambio, recordaban el
principio de correspondencia de Bohr, anterior al de complementaridad y
sumamente fructífero, y esperaron (en vano) de éste resultados análogos a los del
primero.
b) Pero la teoría atómica brindó otros resultados más prácticos, algunos de
ellos de gran alcance, aunque no se debían al principio de complementaridad.
Indudablemente, los físicos tenían perfecta razón al interpretar estas aplicaciones
exitosas como corroboración de sus teorías. Pero, cosa bastante extraña, las
consideraron también como una confirmación del credo instrumentalista.
Ahora bien, se trataba de un obvio error. La concepción instrumentalista
afirma que las teorías no son nada más que instrumentos, mientras que la
concepción galileana sostenía que no son sólo instrumentos, sino también —y
principalmente— descripciones del mundo o de ciertos aspectos del mundo. Es
obvio que, dado el tipo de desacuerdo, una prueba de que las teorías son
instrumentos (suponiendo que sea posible "probar" tal cosa) no puede ser aducida
seriamente en apoyo de ninguna de las dos posiciones, ya que ambas están de
acuerdo sobre este punto.
Si estoy en lo cierto, aunque sea aproximadamente, en mi explicación de
esta situación, los filósofos instrumentalistas no tienen razón alguna para
enorgullecerse de su victoria. Por el contrario, deben examinar sus argumentos
nuevamente. Pues, al menos para aquellos que —como yo mismo— no aceptan la
concepción instrumentalista, es mucho lo que está en juego en esta cuestión.
El problema, tal como yo lo veo, es el siguiente.
Uno de los elementos más importantes de nuestra civilización occidental es
lo que yo llamaría la "tradición racionalista" que hemos heredado de los griegos.
Es la tradición de la discusión crítica, no por sí misma, sino en interés de la
búsqueda de la verdad. La ciencia griega, como la filosofía griega, fue uno de los
productos de esa tradición9 y de la urgencia por comprender el mundo en el cual
vivimos. La tradición fundada por Galileo fue su renacimiento.
Dentro de esta tradición racionalista, se valora la ciencia, sin duda alguna,
por sus realizaciones prácticas, pero aún más por su contenido informativo y por
su capacidad de liberar nuestras mentes de viejas creencias, viejos prejuicios y
viejas costumbres, para ofrecernos en su lugar nuevas conjeturas y audaces
hipótesis. Se valora la ciencia por su influencia liberadora, como una de las más
grandes fuerzas que respaldan la libertad humana.
De acuerdo con la concepción de la ciencia que estoy tratando de defender,
esa influencia liberadora se debe al hecho de que los científicos han osado (desde
Tales, Demócrito, el Timeo de Platón y Aristarco) crear mitos, o conjeturas, o
teorías, que se encuentran en sorprendente contraste con el mundo cotidiano de
la experiencia común, no obstante lo cual permiten explicar algunos aspectos de

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este mundo de la experiencia común. Galileo rinde homenaje a Aristarco y a


Copérnico precisamente porque se atrevieron a ir más allá de este mundo de
nuestros sentidos: "No puedo —escribe—10 expresar de manera suficientemente
intensa mi ilimitada admiración por la grandeza de espíritu de esos hombre^ «que
concibieron [el sistema heliocéntrico] y sostuvieron que era verdadero..., en
violenta oposición a las evidencias de núes tros sentidos.. ." Tal es el testimonio
de Galileo de la fuerza liberadora de la ciencia. Tales teorías serían importantes
aunque no fueran más que ejercicios de nuestra imaginación. Pero son más que
esto, como puede verse en el hecho de que las sometemos a- severos tests, al
tratar de deducir de ellas algunas de las regularidades del mundo conocido de la
experiencia común, es decir, al tratar de explicar esas regularidades. Y estos
intentos de explicar lo conocido por lo desconocido (como los he descripto en otra
parte11) han ampliado inconmensurablemente el ámbito de lo conocido.. A los
hechos de nuestro mundo cotidiano han agregado el aire invisible, las antípodas,
la circulación de la sangre, los mundos del telescopio y del microscopio, de la
electricidad y de los átomos de rastreo que nos muestran en detalle los
movimientos de la materia dentro de los cuerpos vivos. Todas estas cosas están
lejos de ser meros instrumentos: son testimonio de la conquista intelectual del
mundo por nuestras mentes.
Pero hay otra manera de considerar esta cuestión. Para algunos, la ciencia
no es nada más que plomería glorificada, una colección de artificios, una
"mecánica", glorificados; muy útil, pero peligrosa para la verdadera cultura, qué
nos amenaza con el dominio de los casi analfabetos (de los "mecánicos" de
Shakespeare). Nunca se la debe considerar en la misma categoría que la
literatura, las artes o la filosofía. Sus presuntos descubrimientos son meras
invenciones mecánicas, sus teorías son instrumentos, artificios o, quizás,
superartificios. No nos revela y no puede revelarnos nuevos mundos que estén
detrás de nuestro mundo cotidiano de la apariencia; pues el mundo físico es,
justamente, superficial: no tiene profundidad. El mundo es simplemente lo que
parece ser. Sólo las teorías científicas no son lo que parecen ser. Una teoría
científica no explica ni describe el mundo; no es nada más que un instrumento.
No presento la exposición anterior como un cuadro completo del
instrumentalismo moderno, aunque creo que es un esbozo fiel de una parte de su
trasfondo filosófico. Sé muy bien que, en la actualidad, una parte mucho más
importante da él la constituye el surgimiento y la autoafirmación de la ingeniería o
"mecánica" modernas12. Con todo, creo que debe considerarse la cuestión como
situada entre un racionalismo crítico y osado —el espíritu de descubrimiento— y
un credo estrecho y defensivo, según el cual no podemos ni necesitamos aprender
o comprender más acerca del mundo que lo que ya sabemos. Un credo, además,
que es incompatible cpn la valoración de la ciencia como una de las más grandes
realizaciones del espíritu humano.
Tales son las razones por las cuales trataré, en este artículo, de defender al
menos parte de la concepción galileana de la ciencia contra la concepción
instrumentalista. Pero no puedo defenderla toda, pues hay una parte de ella que,
según creo, los instrumentalistas tenían razón en atacar. Me refiero a la idea de
que, en la ciencia, podemos pretender y obtener una explicación última basada en

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esencias. En su oposición a esta idea aristotélica (a la que he llamado


"esencialisrno"13) es donde residen las fuerzas y el interés filosófico del
instrumentalismo. Así, tendré que examinar y criticar dos concepciones del
conocimiento humano: el esencialisrno y el instrumentalismo. A ellas opondré lo
que llamaré la tercera concepción, lo que queda de la concepción de Galileo
después de la eliminación del esencialisrno, o, más precisamente, después de dar
cabida a lo que está justificado en el ataque instrumentalista.

3. LA PRIMERA CONCEPCIÓN: EXPLICACIÓN ÚLTIMA POR ESENCIAS

El esencialismo, la primera de las tres concepciones de la teoría científica


que examinaremos, forma parte de la filosofía galileana de la ciencia. Pueden
distinguirse dentro de esta filosofía tres elementos o doctrinas que nos conciernen.
El esencialismo (nuestra "primera concepción") es la parte de la filosofía galileana
que no deseo defender.
Consiste en una combinación de las doctrinas (2) y (3) . Las tres doctrinas
mencionadas son las siguientes:
(1)£/ científico aspira a hallar una teoría o descripción verdadera del mundo
(y especialmente de sus regularidades o "leyes") que sea también una explicación
de los hechos observables. (Esto significa que debe ser deducible una descripción
de tales hechos a partir de la teoría y ciertos enunciados que expresen las
llamadas "condiciones iniciales".)
Defenderé esta doctrina, que formará parte de nuestra "tercera
concepción".
(2) El científico puede establecer, finalmente, la verdad de tales teorías más
allá de toda duda razonable.
Esta segunda doctrina, creo yo, requiere modificaciones. Todo lo que los
científicos pueden hacer, en mi opinión, es someter a prueba sus teorías y eliminar
todas aquellas que no resistan los tests más severos que puedan planear. Pero
nunca pueden estar totalmente seguros de que nuevos tests (o inclusive un nuevo
examen teórico) no los llevarán a modificar y hasta descartar su teoría. En este
sentido, todas las teorías son y seguirán siendo hipótesis: son conjeturas (doxa), y
no conocimientos indudables (episteme).
(3) Las mejores teorías, las verdaderamente científicas, describen las
"esencial' o "naturalezas esenciales" de las cosas, las realidades que están detrás
de las apariencias. Tales teorías no necesitan ulterior explicación ni la admiten:
son explicaciones últimas, y hallarlas es el objetivo final del científico.
Esta tercera doctrina (en conexión con la segunda) es la que he llamado
"esencialismo". Creo que, al igual que la segunda, esta doctrina está equivocada.
(………………….)

Referencias
1 Destaco aquí el movimiento diurno del sol en oposición al movimiento anual porque fue
la teoría del movimiento diurno la que entraba en conflicto con Josué 10, 12 y sig., y
porque la explicación del movimiento diurno del sol por el movimiento de la Tierra será

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uno de los principales ejemplos en lo que sigue. (Esta explicación, por supuesto, es muy
anterior a Copémico, aun anterior a Aristarco; fue redescubierta repetidamente, por
ejemplo, por Oresme.) Publicado por vez primera en Contemporary British Philosophy, je
serie, ed. por H. D. Lewis, 1956.
2. .Galileo actuará prudentemente", escribía el Cardenal Bellarmino (que había sido uno
de los inquisidores en el juicio contra Giordano Bruno)," . si habla en términos hipotéticos,
ex suppositione... decir: explicamos mejor las apariencias suponiendo que la Tierra se
mueve y el Sol está en reposo, que si usáramos excéntricas y epiciclos, es hablar con
propiedad, no hay ningún peligro en esto, y eso es todo lo que necesita el matemático".
Cf. H. Grisar, Galileistudien, 1882,
Apéndice IX. (Aunque este pasaje hace de Bellarmino uno de los padres fundadores de la
epistemología que Osiander habia sugerido algún tiempo antes y que yo llamo
"insfrumentalismo", Bellarmino —a diferencia de Berkeley— no era en modo alguno un
inscrumenCalista convencido, como lo demuestran otros pasajes de esta carta.
Simplemente veía en el instrumentalismo una de las maneras posibles de tratar las
hipótesis científicas inconvenientes. Las mismas obser\'aciones pueden muy bien ser
ciertas de Osiander. Véase también la nota 6.
3 La cita está tomada de la crítica que hace Bacon de Copérnico en el Novum Organum,
II, 36. En la cita siguiente (sacada de De revolutionibus) he traducido el término
"verisimilis" por "semejante a la verdad". Indudablemente, no se lo debe traducir aquí por
"probable", pues el punto central aquí es la cuestión de sí el sistema de Copérnico tiene o
no una estructura similar a la del mundo; esto es, si es o no semejante a la verdad. No se
plantea la cuestión del grado de certidumbre o probabilidad. Véase también el cap. 10,
especialmente las secciones III, X y XIV, y el Apéndice 6.
4 Véase también el cap. 6.
5 Las más importantes son Mach, Kirchhoff, Hertz, Duhem, Poíncarc, Bridgman y
Eddington, todos ellos instrumentalistas de una manera u otra.
6 Duhem, en su famosa serie de artículos "Sozein ta phainomena" (Ann. De philos.
chrétienne, año 79, tomo 6, 1908, Nos. 2 a 6) , asignaba al instrumentalismo un linaje
mucho más antiguo y mucho más ilustre que el que justifican los elementos de juicio
disponibles. Pues el postulado de que, con sus hipótesis, los científicos deben "dar cuenta
de los hechos observados", "y no violentarlos tratando de comprimirlos o hacer que
encajen dentro de sus teorías" (Aristóteles, De Cáelo, 293a 25; 2%b 6; 297a 4, b 24 sigs.;
Met. 1073b 37, 1074 al) tiene poco que ver con la tesis instrumentalista (según la cual
nuestras teorías no pueden hacer nada más t¡ue esto). Sin embargo, este postulado es
esencialmente el mismo que el de que debemos "preservar los fenómenos" o "salvarlos" (/
día • / sozein ta phainomena). La frase parece estar vinculada con la rama astronómica de
la tradición de la escuela platónica. (Ver en especial el pasaje sumamenl,e interesante
sobre Aristarco que se encuentra en la obra de Plutarco De Facie in Orbe Lunae, 923a;
ver también í)33a para la "confirmación de la causa" por los fenómenos, y la nota a de
Chemiss de la pág. 16S de su edición de esta obra de Plutarco; además, los comentarios
de Simplicio sobre De Cáelo, donde la frase aparece, p. ej. en las págs. 497 1.21, 506,
1.1O 488, 1.23 f de la edición de Heiberg, en los comentarios sobre De Cáelo 293a4 y
292blü.) Podemos aceptar la noticia de Simplicio según la cual Eudoxo, bajo la influencia
tie Platón, con el fin de dar cuenta de los fenómenos observables del movimiento
planetario se planteó la tarea de elaborar un sistema geométrico abstracto de esferas en
rotación, al cual no atribuyó ninguna realidad física. (Parecehaber cierta similitud entre
este programa y el de la Epinomis, 990-1, donde se describe el estudio de la geometría
abstracta —de la teoría de los irracionales, 990d-991b— como un paso preliminar
necesario para elal>orar una teoría planetaria; otro paso preliminar semejante es el

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estudio del número, o sea, de lo par y lo impar, 990c.) Sin embargo, ni siquiera esto
significa que Platón o Eudoxo aceptarai) una epistemología instrumentalista: pueden
haberse limitado conscientemente (y sabiamente) al estudio de un problema preliminar.
7. Pero parecen haber olvidado que su instrumentalismo llevó a Mach a combatir la teoría
atómica, ejemplo típico del obscurantismo del instrumentalismo, que es el tema de la
sección 5.
8 He explicado el "Principio de Complementaridad" de Bohr tal como yo lo entiendo,
después de muchos años de esfuerzo. Sin duda, se me dirá que mi formulación del
mismo no es satisfactoria. Pero si es así, estoy en buena compañía, pues Einstein dice:
"A pesar de todo el esfuerzo que le he dedicado, no he logrado... llegar a una formulación
clara del principio de complementaridad de Bohr". Cf Albert Einstein: Philosopher-
Scientist, ed. por P. A. Schilpp, 1949, pág. 674.
9 Véase el cap. 4.
10 Salriati lo dice varias \cces, con pocas ^ariaciones ^crbaIes, en la tercera jornada de
Los dos sistemas del mundo.
11 Véase el Apéndice, el punto 10) del cap. I. y el penúltimo párrafo del cap. 6.
12 La comprensión de que la ciencia natural no es eptsteine (scientia) indudable ha
conducido a la opinión de que es teclme (técnica, arte, tecnología); pero ia opinión
correcta, creo, es que consiste en doxai (opiniones, conjettiras) controladas por la
discusión crítica, así como por la techne experimental. C£. cap. 20 13 Véase la sección 10
de mi Poverty of Historicism, y mi Open Society and its hnemies, vol. I, cap. .S, sección VI,
y vol. II, cap. 11, secciones I y II.

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TEXTO II: Texto II. Osiander, A. 1982. Prefacio en Copérnico, N. Sobre las
revoluciones (de los orbes celestes). Madrid, Editora Nacional.

Osiander, prefacio a Copérnico


AL LECTOR SOBRE LAS HIPÓTESIS DE ESTA OBRA1
Divulgada ya la fama acerca de la novedad de las hipótesis de esta obra, se
considera que la Tierra se mueve y que el Sol está inmóvil en el centro del
universo, no me extraña que algunos eruditos se hayan ofendido vehementemente
y consideren que no se deben modificar las disciplinas liberales constituidas
correctamente ya hace tiempo. Pero si quieren ponderar la cuestión con exactitud,
encontrarán que el autor de esta obra no ha cometido nada por lo que merezca
ser reprendido. Pues es propio del astrónomo calcular la historia de los
movimientos celestes con una labor diligente y diestra, y además concebir y
configurar las causas de estos movimientos, o sus hipótesis, cuando por medio de
ningún proceso racional puede averiguar las verdaderas causas de ellos. Y con
tales supuestos pueden calcularse correctamente dichos movimientos a partir de
los principios de la geometría, tanto mirando hacia el futuro como hacia el pasado.
Ambas cosas ha establecido este autor de modo muy notable. Y no es necesario
que estas hipótesis sean verdaderas, ni siquiera que sean verosímiles, sino que se
basta con que muestren un cálculo coincidente con las observaciones, a no ser
que alguien sea tan ignorante de la geometría o de la óptica tenga por verosímil el
epiciclo de Venus, o crea que esa es la causa por la que precede unas veces al
Sol y otras le sigue en cuarenta grados o más. ¿Quién no advierte, supuesto esto,
que necesariamente se sigue que el diámetro de la estrella en el perigeo es más
de cuatro veces mayor; y su cuerpo más dieciséis veces mayor de lo que aparece
en el apogeo, a lo que, sin embargo, se opone la experiencia de cualquier edad?
También en esta disciplina hay cosas no menos absurdas o que en este momento
no es necesario examinar. Está suficientemente claro que este arte no conoce
completa y absolutamente las causas de los movimientos aparentes desiguales. Y
si al suponer algunas, y ciertamente piensa muchísimas, en modo alguno suponga
que puede persuadir a alguien [en que son verdad] sino tan solo para establecer
correctamente el cálculo. Pero ofreciéndose varias hipótesis sobre uno solo y el
mismo movimiento (como la excentricidad y el epiciclo en el caso del movimiento
del Sol) el astrónomo tomará la que con mucho sea más fácil de comprender.
Quizás el filósofo busque más la verosimilitud: pero ninguno de los dos
comprenderá o transmitirá nada cierto, a no ser que le haya sido revelado por la
divinidad. Por lo tanto, permitamos que también estas nuevas hipótesis se den a
conocer entre las antiguas, no como más verosímiles, sino porque son al mismo
tiempo admirables y fáciles, y porque aportan un gran tesoro de sapientísimas
observaciones. Y no espere nadie en lo que respecta a las hipótesis, algo cierto de
la astronomía, pues no puede proporcionarlo; para que no salga de esta disciplina
más estúpido de lo que entre, si toma como verdad lo imaginado para otro uso.
Adiós.
1 Prefacio debido a Andreas Osiander, aparecido primero anónimo en la edición de 1543.
Durante algún tiempo le fue atribuido al propio Copérnico.
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Texto III. Gould, S.J. 1983. “La evolución como hecho y como teoría” en
Dientes de gallina y dedos de caballo. Ed. Blume. Madrid.

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2° PARTE

La dimensión histórica de la ciencia

1. Distinga entre factores internos y factores externos según el criterio de Lakatos


utilizando el texto "Historia interna y externa" de Gaeta y Lucero (Fragmento, texto
IV).

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TEXTO IV: Historia interna e historia externa. Extraído de: Gaeta, R. y Lucero,
S. 1999. "Historia interna e historia externa" en Imre Lakatos. El falsacionis-
mo sofisticado. Buenos Aires, Eudeba.

Un rasgo distintivo del pensamiento de Lakatos es el rol que le confiere a la


historia de la ciencia en la evaluación de las diferentes teorías que tratan de
caracterizar el conocimiento científico. Una filosofía de la ciencia manifiesta su
riqueza y potencia explicativa en la medida en que ofrece una reconstrucción
racional adecuada de la historia real. Pero, por otra parte, la historia de la ciencia
se apoya en la filosofía, en la medida en que los datos que toma en cuenta el
historiador son seleccionados e interpretados a la luz de algunos principios
filosóficos, aun cuando no tenga conciencia completa de este hecho: Una historia
sin ningún sesgo teórico es imposible. De allí que historia de la ciencia y filosofía
de la ciencia sean mutuamente dependientes. La filosofía suministra los cánones
normativos que orientan la tarea del historiador: la búsqueda, interpretación y
selección de los hechos. El filósofo, por su parte, toma en cuenta los episodios
reales -metodológicamente interpretados- a fin de dar una explicación racional de
la marcha de la ciencia. Si esto es así, de toda filosofía de la ciencia deviene una
teoría de la racionalidad científica.

La relación estrecha entre las dos disciplinas está sintetizada en la conocida


paráfrasis que Lakatos hace de una frase de Kant: -La filosofía de la ciencia sin
historia de la ciencia es nada; la historia de la ciencia sin filosofía de la ciencia es
ciega. De todos modos, la historia de la ciencia funciona como un tribunal de
apelación para confrontar y evaluar filosofías rivales; en estos casos constituye
una especie de base empírica para la contrastación, lo cual permite elegir la
metodología más adecuada.

Ahora bien, no todos los episodios de la historia real integran la


reconstrucción racional elaborada por el historiador. Al respecto, Lakatos se vale
de una distinción conocida en la época, a la que da un sentido muy particular: la
demarcación entre historia interna e historia externa. La historia externa o empírica
abarca los factores psicológicos y sociales, que posibilitan e inciden en el
desarrollo del conocimiento. La historia interna o normativa comprende los
aspectos lógico-matemáticos y empíricos de las teorías o programas de
investigación; además, establece los criterios y las reglas que rigen la actividad
científica. Es la historia –objetiva– de la ciencia, la que transcurre en el tercer
mundo de Popper y Platón.

Lakatos señala que la demarcación entre lo interno y lo externo no es


absoluta sino que depende de los cánones metodológicos que establece cada
filosofía. Para el inductivismo, a la historia interna de la ciencia pertenecen los
enunciados factuales y las generalizaciones; para el probabilismo, son relevantes
los casos confirmatorios de las teorías y el incremento (o disminución) de su grado
de probabilidad, conforme a la evidencia empírica disponible. El falsacionismo
ingenuo considera que las piezas esenciales de la historia de la ciencia son las

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refutaciones y los experimentos cruciales, así como el derrocamiento de teorías


refutadas y la propuesta de nuevas conjeturas audaces. La metodología de los
PIC1, en fin, concibe la historia interna como una pugna entre programas de
investigación progresivos y degenerativos que conduce a la sustitución de estos
últimos por los primeros. Para el filósofo, lo primario y fundamental es la historia
interna; ella constituye el material de la reconstrucción racional, mientras que la
historia externa es secundaria, periférica e irracional. La historia interna determina,
además, cuál es la jurisdicción de la historia externa y, en este sentido, la
condiciona; pero la inversa no es concebible:

"Que un experimento sea crucial o no, que una hipótesis sea altamente
probable o no a la luz de la evidencia disponible, que una problemática sea
progresiva o no, no depende lo más mínimo de la autoridad, las creencias o la
personalidad de los científicos. Tales factores subjetivos no tienen ningún interés
para la historia interna."2

Dado que la demarcación es trazada desde la filosofía, puede darse el caso


de que un mismo hecho sea considerado parte de la historia interna para un
historiador, mientras que otro lo relegue al campo de la historia externa. Por
ejemplo, para un falsacionista sofisticado, la circunstancia de que una teoría sea
capaz de predecir hechos nuevos forma parte de la historia interna. La actitud de
un inductivista crítico frente a la misma situación es diferente, pues lo que
considera relevante es el aumento de la confirmación de una hipótesis por medio
de los ejemplos corroboradores. Para el caso, no es en absoluto relevante si los
hechos que confirman la teoría fueron descubiertos antes o después de la
formulación de la ley, ya que lo que cuenta es el apoyo inductivo o lógico que
ofrece la evidencia empírica. En consecuencia, la circunstancia de que se trate de
un hecho hasta entonces desconocido queda relegada a la historia externa.

No obstante, Lakatos sostiene que la historia interna no es suficiente; por el


contrario, debe ser complementada con la historia empírica que toma a su cargo la
explicación de aquellos sucesos que no pueden ser explicados por causas
internas. La razón para ello es que los hombres no actúan siempre de manera
racional; y aun cuando lo hicieran, no en todos los casos interpretan
correctamente sus acciones; a veces se equivocan en los juicios que formulan e
incurren en una falsa conciencia de los hechos. Esta circunstancia muestra las
limitaciones de la historia interna: siempre queda algún residuo no racional que
debe ser explicado por el externalista. Así, por ejemplo, sólo la historia externa
puede dar cuenta de por qué no prosperaron las investigaciones genéticas
mendelianas en la Rusia soviética de 1950, o las investigaciones económicas
sobre ayuda al exterior en los países anglosajones en 1960. Digamos, de paso,
que el tema de la falsa conciencia o de las ideas equivocadas que puedan
sustentar los científicos acerca de su propio quehacer es un tópico que tiene que
relegarse siempre a la historia externa. En este punto Lakatos coincide con
Popper al dar preeminencia a los hechos objetivos, que componen el tercer

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mundo, sobre las creencias y opiniones de los individuos que constituyen el


segundo mundo de Popper.

"El historiador internalista considerará tal hecho histórico (el de las


opiniones equivocadas del científico) como un hecho del segundo reino que sólo
es una caricatura de su contrapartida en el tercer reino. El por qué acaecen tales
caricaturas no es de su incumbencia; debe transferirse al externalista el problema
de por qué ciertos científicos tuvieron opiniones falsas sobre lo que estaban
haciendo".3

Aún así, la preeminencia de la historia interna está fuera de toda discusión y


es tan fundamental que Lakatos concede al historiador internalista no solamente la
facultad de interpretar los hechos acaecidos de acuerdo con sus esquemas
conceptuales, sino también de modificarlos radicalmente si fuera necesario para
que encuadren en la reconstrucción racional que esté emprendiendo.

El ejemplo que propone corresponde al programa de investigación atómica


de Bohr: a pesar de que en 1913 Bohr no se había referido todavía al spin del
electrón, el historiador de la ciencia puede fechar su descubrimiento en ese
momento porque encaja de manera natural y lógica en la descripción del
programa. Dado el caso, puede aclarar en una nota de pie de página cómo
ocurrieron efectivamente los hechos:

“Un método de señalar las discrepancias entre la historia y su


reconstrucción racional consiste en exponer la historia interna en el texto e indicar
en nota de pie de página cómo la historia real discrepa respecto de reconstrucción
racional".4

Antes de pasar a otro tema, conviene tener presente que estas reflexiones
acerca de la historia y de la filosofía de la ciencia, así como muchas otras
observaciones de Lakatos, corresponden a un nivel de análisis superior que cabría
llamar metametodológico. En efecto, Lakatos suele usar el nombre de
«metodologías» para referirse a las distintas concepciones elaboradas para
caracterizar el conocimiento científico. Así, las diferentes versiones del
falsacionismo constituyen otras tantas metodologías. En este sentido, las
metodologías pertenecen al nivel metacientífico y no deben confundirse con las
heurísticas, que son las normas que guían concretamente el trabajo científico
dentro de un programa de investigación. Ahora bien, en principio, los
procedimientos que utilizan los científicos no tendrían por qué coincidir con los que
usa un filósofo de la ciencia para elaborar o defender las tesis que sustenta.

Sin embargo, Lakatos proyecta el concepto de programas de investigación


desde el plano científico hasta el metacientífico. Así, mientras que en el primer
estrato los objetos de estudio son las secuencias de teorías científicas, en el
segundo nivel se toma como objetos de estudio las metodologías de la ciencia,
entendidas como teorías de la racionalidad (inductivismo, falsacionismo,

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convencionalismo conservador, etc.), los cuales se interpretan como programas de


investigación historiográficos o metacientíficos. Los argumentos de Lakatos
comprenden pues dos niveles, uno metodológico (acerca de la ciencia) y otro
metametodológico (acerca de las teorías de la racionalidad). Su objetivo es
mostrar la superioridad del falsacionismo sofisticado frente a las otras
metodologías

Referencias.
1
PIC: Programa de Investigación Científica
2
Historia de la ciencia y sus reconstrucciones racionales. Imre Lakatos. Tecnos Madrid.
Pág. 39
3
Historia de la ciencia y sus reconstrucciones racionales. Imre Lakatos. Tecnos Madrid.
Pág. 40
4
Historia de la ciencia y sus reconstrucciones racionales. Imre Lakatos. Tecnos Madrid.
Pág. 41

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2. Análisis del pensamiento evolutivo o "analizando lo analizado".

a) Realice una tabla comparativa en la que figuren: años de nacimiento y muerte,


país de origen, aportes, grupo social al cual pertenece, campos de sus
contribuciones y metodología utilizada, la concepción del tiempo y de la historia de
la vida, religión del autor, tipo de interpretación de la letra bíblica, noción de
cambio y nivel biológico protagónico en su teoría evolutiva de cada uno de los
siguientes pensadores: Linneo, Buffon, Cuvier, Lamarck, Darwin, Mayr y Gould
(texto V).

b) Suponga que Ud. es historiador de la ciencia. Formule una o dos preguntas


concisas acerca de las ideas de alguno de los pensadores anteriormente
discutidos. Responda luego a dichos interrogantes utilizando factores internos y/o
externos.

TEXTO V: Biografías

Carolus Linneo (1707-1778)

Carlos Linneo, también


conocido como Carl von Linné o
Carolus Linnaeus, es llamado con
frecuencia el Padre de la Taxonomía.
Todavía se usa (aunque con muchos
cambios) su sistema para nombrar,
ordenar y clasificar los organismos
vivos. Sus ideas sobre la clasificación
han influenciado a generaciones de
biólogos mientras vivía y mucho
después de su muerte, aún a
aquellos que se oponían a los
fundamentos filosóficos y teológicos
de su trabajo.

Nació el 23 de mayo de 1707, en


Stenbrohult, en la provincia de
Småland en el sur de Suecia. Su
padre, Nils Ingemarsson Linneo, era
un pastor luterano y un fanático
jardinero, y Carlos mostró desde muy
joven un profundo amor por las
plantas y una fascinación con sus
nombres.

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Los padres de Carlos se sintieron decepcionados al no mostrar ningún


interés ni aptitud para el sacerdocio, pero su familia se consoló algo cuando
Linneo ingresó a la Universidad de Lund en 1727 para estudiar medicina. Un año
después, se transfirió a la Universidad de Uppsala, la universidad de mayor
prestigio en Suecia. Sin embargo, sus facilidades médicas habían sido
descuidadas y se encontraba en decadencia. Linneo dedicó la mayor parte del
tiempo que pasó en Uppsala recogiendo y estudiando plantas, su verdadero amor.
En esa época, el entrenamiento en botánica formaba parte del plan de estudio de
medicina, ya que todos los doctores tenían que preparar y prescribir medicinas
derivadas de plantas.

A pesar de encontrarse restringido económicamente, Linneo organizó un


expedición botánica y etnográfica a Laponia en 1731 (el retrato de arriba muestra
al joven Linneo vistiendo una versión de la ropa lapona tradicional y sosteniendo
un tambor de brujo). En 1734, organizó otra expedición hacia Suecia central.

Linneo viajó a los Países Bajos (Holanda) en 1735 y poco después terminó
sus estudios médicos en la Universidad de Harderwijk, y entonces se inscribió en
la Universidad de Leiden para continuar estudios. Ese mismo año publicó la
primera edición de su clasificación de los seres vivos, el Systema Naturae.
Durante estos años, se reunió o mantuvo correspondencia con los principales
botánicos del mundo, y continuó desarrollando su esquema de clasificación.

Regresó a Estocolmo, Suecia, en 1738, donde practicaba la medicina


(especializándose en el tratamiento de la sífilis) y daba clases; luego consiguió el
nombramiento como profesor en Uppsala en 1741. En Upssala, restauró el jardín
botánico (sembrando las plantas de acuerdo a su sistema de clasificación), hizo
tres expediciones más a diversas partes de Suecia, e inspiró a toda una
generación de estudiantes.

Hizo arreglos para que sus estudiantes fueran enviados en viajes


comerciales y de exploración a todas partes del mundo: 19 de sus estudiantes
salieron en estos viajes de descubrimiento. Quizás su alumno más famoso sea
Daniel Solander, quien fue el naturalista a bordo durante el primer viaje alrededor
del mundo del Capitán James Cook, y trajo a Europa las primeras colecciones de
plantas de Australia y del Pacífico Sur. Anders Sparrman, otro de los alumnos de
Linneo, fue botánico durante el segundo viaje de Cook.

Otro alumno, Pehr Kalm, viajó durante tres años por las colonias británicas
en América nororiental, estudiando las plantas americanas. Otro, Carl Peter
Thunberg, fue el primer naturalista occidental que, en más de un siglo, visitó
Japón; no sólo estudió la flora de Japón, sino que enseño medicina occidental a
practicantes japoneses. Otros de sus alumnos viajaron por América del Sur, Asia
sudoriental, África y el Medio Oriente. Muchos murieron durante sus viajes.

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Linneo continuó revisando su Systema Naturae que, de un simple panfleto,


llegó a ser un trabajo de muchos volúmenes, a medida que sus conceptos eran
modificados y a medidad que más y más especímenes de plantas y animales les
eran enviados desde todos los rincones del planeta. La imágen a la derecha
muestra su descripción científica de la especie humana en la novena edición de
Systema Naturae. En esa época, llamaba a los humanos Homo diurnis ["hombre
diurno"]. Pulse sobre la imágen para verla ampliada.

Linneo también trató de encontrar maneras de hacer que la economía


sueca fuera autosuficiente y menos dependiente del comercio foráneo, ya sea
aclimatando plantas valiosas para poder cultivarlas en Suecia, o encontrando
sustitutos nativos. Desgraciadamente, los intentos de Linneo para crecer cacao,
café, té, bananas, arroz y moreras no tuvieron éxito en el frío clima de Suecia. Sus
intentos de impulsar la economía (y evitar las hambrunas que ocurrían todavía en
esa época en Suecia) buscando plantas suecas que pudieran usarse como té o
café y para harina y heno tampoco tuvieron éxito. Al mismo tiempo, seguía
prácticando la medicina, llegando a ser médico personal de la familia real sueca.

En 1758 compró la hacienda de Hammarby, en las afueras de Uppsala,


donde construyó un pequeño museo para sus extensas colecciones personales.
En 1761 fue hecho noble, y se convirtió en Carl von Linné. Sus últimos años
estuvieron marcados por una creciente depresión y pesimismo. Languideciendo
durante varios años luego de sufrir lo que probablemente haya sido una serie de
infartos ligeros en 1774, murió en 1778. Su hijo, también llamado Carlos, lo
sucedió en la cátedra en Uppsala, pero nunca sobresalió como botánico. Cuando
Carlos el Jóven murió cinco años más tarde sin dejar herederos, su madre y
hermanas vendieron la biblioteca, manuscriptos y colecciones de historia natural
de Linneo el Mayor al naturalista británico Sir James Edward Smith, quien fundó la
Sociedad Linneana de Londres para que los cuidara.

Linneo amaba profundamente la naturaleza, y siempre se asombraba de las


maravillas del mundo de los seres vivos. Sus creencias religiosas lo condujeron
hacia la teología natural, una escuela de pensamiento muy antigua pero que
estaba muy en boga alrededor de 1700: ya que Dios ha creado el mundo, es
posible comprender la sabiduría de Dios estudiando Su creacción. Y así lo
expresón en el prefacio a una edición posterior de Systema Naturae: Creationis
telluris est gloria Dei ex opere Naturae per Hominem solum -- La creacción de la
Tierra es la gloria de Dios, tal como sólo el Hombre lo ve por las obras de la
Naturaleza. El estudio de la naturaleza revelaría el Órden Divino de la creacción
de Dios, y el trabajo del naturalista era construir una "clasificación natural' que
revelaría este Órden en el universo.

Sin embargo, la taxonomía vegetal de Linneo se basaba únicamente en el


número y arreglo de los órganos reproductores; la clase de una planta estaba
determinada por sus estambres (órganos masculinos), y su órden por sus pistilos
(órganos femeninos). Esto resultaba en muchos agrupamientos que no resultaban

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naturales. Por ejemplo, la Clase Monoecia, Orden Monadelphia, incluía plantas


con "flores" masculinas y femeninas separadas en la misma planta (Monoecia) y
con múltiples órganos masculinos agrupados con una base común (Monadelphia).
Este orden incluía coníferas tales como pinos, abetos y cipreses (la diferencia
entre flores verdaderas y conos de coníferas no estaba clara) pero también incluía
unas pocas plantas con verdaderas flores, como el ricino (o higuereta).

Las plantas sin órganos sexuales obvios eran clasificadas en la Clase


Cryptogamia, "plantas con matrimonio escondido", lo que ponía juntos a las algas,
los líquenes, los hongos, los musgos y otras briofitas, y los helechos.

El mismo Linneo admitía que esto producía una "clasificación artificial", no


una natural que tuvieran en cuenta todas las semejanzas y diferencias entre
organismos. Pero como muchos naturalistas de su tiempo, particularmente
Erasmus Darwin, Linneo le daba gran significación a la reproducción sexual de las
plantas, la cual recientemente había sido redescubierta.

La base sexual de la clasificación de plantas de Linneo fue controversial en


su día; aunque fácil de aprender y usar, claramente no daba buenos resultados en
muchos casos. Algunos críticos también la atacaban por su explícita naturaleza
sexual: un oponente, el botánico Johann Siegesbeck, la llamó "aborrecible
prostitución". (Linneo tuvo, sin embargo, su venganza; nombró una pequeña e
inútil maleza europea Siegesbeckia.) Los sistemas posteriores de clasificación
siguen principalmente la práctica de John Ray de usar evidencias morfológicas de
todas las partes del organismo en todas las etapas de su desarrollo. Lo que ha
permanecido del sistema linneano es su método de clasificación jerárquica y el
uso de la nomeclatura binomial.

Para Linneo, las especies de organismos eran entidades reales, que podían
agruparse en categorías superiores llamadas géneros. Por sí mismo, esto no era
nada nuevo; desde Aristóteles, los biólogos habían usado el término género para
un grupo de organismos similares, y entonces buscaban definir la differentio
specifica -- la diferencia específica de cada tipo de organismo. Pero variaban las
opiniones sobre como agrupar los géneros. Los naturalistas de su época usaban,
con frecuencia, criterios arbitrarios para agrupar los organismos, colocando juntos
todos los animales domésticos o todos los animales acuáticos. En parte, la
innovación de Linneo fue el agrupamiento de taxones superiores en órdenes,
órdenes en clases, y clases en reinos. Así, el reino Animalia contenía la clase
Vertebrata, que a su vez contenía el órden Primates, que contenía el género
Homo con la especie sapiens -- humanos. Biólogos posteriores añadieron rangos
adicionales entre estos para expresar niveles adicionales de semejanzas.

Antes de Linneo, las prácticas para nombrar las especies variaban. Muchos
biólogos daban unos largos y pesados nombres latinos a las especies que ellos
describían, los que podían ser modificados antojadizamente; un científico que
comparara dos descripciones de especies no podría decir a que organismos se

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referían esos nombres. Por ejemplo, la común rosa silvestre era referida por
diferentes botánicos como Rosa sylvestris inodora seu canina y como Rosa
sylvestris alba cum rubore, folio glabro.

La necesidad de un sistema funcional para nombrar se hizo mayor con la


enorme cantidad de plantas y animales que eran traídas de vuelta a Europa desde
Asia, África y las Américas. Luego de experimentar con varias alternativas, Linneo
simplificó inmensamente el proceso, designando con un nombre latino para indicar
el género, y otro como nombre "abreviado" para la especie. Los dos nombres
forman el nombre binomial ("dos nombres") de la especie. Por ejemplo, en su
trabajo de dos volúmenes Species Plantarum (Las Especies de Plantas), Linneo
renombró al rosal silvestre Rosa canina.

Este sistema binomial se convirtió rápidamente en el sistema estándard


para nombrar las especies. La prioridad zoológica y la mayor parte de la botánica
empieza con Linneo: los nombres de plantas más antiguos aceptados como
válidos actualmente son los publicados en Species Plantarum, en 1753, mientras
que los nombres más antiguos de animales son los de la décima edición de
Systema Naturae (1758), la primera edición que usa consistentemente el sistema
binomial. Aunque Linneo no fué el primero en usar binomios, él fué el primero en
usarlos consistentemente y, por esta razón, los nombres latinos que los
naturalistas usaban antes de Linneo usualmente no se consideran válidos según
las reglas de nomeclatura.

En los primeros años, Linneo creía que las especies no solamente eran
reales sino que también eran inmutables, escribiendo Unitas in omni specie
ordinem ducit (La invariabilidad de las especies es la condición para el órden [en
naturaleza]). Pero Linneo observó como especies diferentes de plantas podían
hibridarse, creando formas que semejaban nuevas especies. Abandonó el
concepto de que las especies eran fijas e invariables, y sugerió que algunas -- y
quizás la mayoría -- de las especies en un género podían haberse originado luego
de la creacción del mundo, a través de hibridización.

En sus intentos por crecer plantas foráneas en Suecia, Linneo también


teorizó que las especies de plantas pudieran alterarse a través del proceso de
aclimatización. En sus últimos años de vida, Linneo investigaba lo que él creía que
eran casos de cruzamientos entre géneros, y sugirió que, quizás, pudieran
originarse nuevos géneros por medio de la hibridización.

¿Fué Linneo evolucionista? Es verdad que abandonó sus primeras ideas


sobre la fijeza de las especies, y es verdad que la hibridización ha producido
nuevas especies de plantas y, en algunos casos de animales. Pero para Linneo el
proceso de generación de nuevas especies no era abierto ni ilimitado. Cualquier
nueva especie que pudiera haberse originado de la primae speciei, la especie
original en el Jardín de Edén, todavía formaba parte del plan de creacción de Dios,
porque ellas habían estado siempre potencialmente presentes.

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Linneo notó la lucha por la supervivencia -- una vez dijo que la Naturaleza
era una "tabla de carnicero" y una "guerra de todos contra todos". Sin embargo, él
consideraba que la lucha y la competencia eran necesarias para mantener el
equilibrio de la naturaleza, parte del Órden Divino. El concepto de evolución
abierta, no necesariamente gobernada por un Plan Divino y sin una meta
predeterminada, nunca se le ocurrió a Linneo; la idea le hubiera sorprendido. Sin
embargo, la clasificación jerárquica y la nomeclatura binomial, muy modificadas,
ha permanecido durante más de 200 años como estándares. Sus escritos han sido
estudiados por todas las generaciones de naturalistas. La búsqueda por un
"sistema natural" de clasificación todavía continúa -- excepto que ahora los
taxónomos tratan de descubrir y usar como base para la clasificación las
relaciones evolucionarias de los taxones.

George Lecler Conde de Buffon (1707-1788)

Naturalista y filósofo francés, nacido en


Montbard el 7 de septiembre de 1707 y
fallecido en París el 16 de abril de 1788.
Precursor del evolucionismo, abandonó
el método taxonómico de Linneo y se
propuso la observación y la descripción
de los procesos, de las evoluciones, de
las adaptaciones y de la contigüidad
entre las especies. Su obra más
importante, Histoire naturelle, que
consta de treinta y seis volúmenes y fue
publicada a lo largo de 55 años,
pretende ser una historia del mundo
fundada únicamente en la observación
de la naturaleza. Fue miembro de la
Acadèmie des Sciences e intendente
del Jardìn del Rey

Fue el mayor de los cinco hijos de François Leclerc y Anne-Marie Marlín, un


matrimonio proveniente de la burguesía. En 1717 la familia se mudó a Dijon y
Buffon ingresó en el Colegio de Jesuitas, donde mostró su inclinación hacia las
matemáticas. Entre 1723 y 1726 estudió derecho en la misma ciudad y un año
más tarde estableció amistad con Gabriel Cramer, un matemático suizo, profesor
de la universidad de Ginebra. En 1728 marchó a Anvers para estudiar esta
disciplina con Père de Landreville en el Colegio de la Oratoria, así como botánica y
medicina.

Después de que un duelo le obligara a abandonar Anvers en 1730,


emprendió viaje por el sur de Francia e Italia acompañado del duque de Kingston y
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del naturalista Nathaniel Hickmann, miembro de la Royal Society. Dos años


después regresó a Francia y comenzó a ser conocido en los círculos científicos de
su país. Sus primeros trabajos versaron sobre la tensión o resistencia de la
madera, bajo la orientación del ministro de la armada Maurepas, interesado en la
construcción de barcos de guerra. La Mémoire sur le jeu du franc carreau, de
Buffon, un estudio de la teoría de las probabilidades, le sirvió para ser admitido por
la Academia Real de Ciencias, como adjunto en la sección de mecánica, el 9 de
enero de 1734.

Al propio tiempo que escribe algunas disertaciones sobre botánica y


silvicultura, tradujo algunas obras, como Vegetable satiks, de Stephen Hales, y
The Method of Fluxions and Infinite Series, de Newton, en 1734 y 1740
respectivamente; también se interesó por la química y la biología, especialmente
por la reproducción animal. En 1739 fue nombrado académico asociado y se
trasladó a la sección de botánica. En ese año, gracias a la influencia de Maurepas,
sucedió a Dufay como intendente (intendant) del Jardín del Rey, donde conoció a
Lamarck. Desde esa fecha alternó sus investigaciones con sus asuntos
financieros; sus propiedades habían aumentado con el tiempo, dándole ricos
dividendos.

Escribió y editó su Histoire naturelle, que consta de treinta y seis


volúmenes, con la colaboración de Louis Jean-Marie Daubenton, en especial en
los quince primeros tomos con sus estudios anatómicos; Gueneau de Montbeliard,
que aportó el resultado de sus investigaciones sobre aves e insectos; y el padre
Bexon. En 1752 Buffon contrajo matrimonio con Françoise de Saint- Belin-Malai,
que murió en 1769, cuando el hijo de ambos sólo tenía cinco años; éste moriría
más tarde en la guillotina, durante el régimen revolucionario conocido como El
Terror.

A la Academia de Ciencias Buffon envió varias Mémoires que fueron


publicadas entre 1737 y 1752, sobre matemáticas, astronomía, física, silvicultura,
fisiología y pirotecnia, temas que ampliaría y retomaría en los Supplement à
l'Histoire Naturelle, entre 1774 y 1777. En cuanto a las matemáticas, Buffon
abordó con Cramer asuntos sobre mecánica, geometría, probabilidades, teoría de
los números, cálculo integral y diferencial. La introducción de este último en la
teoría de las probabilidades, la realizó en su memoria Sur le jeu de franc-carreau.
Hizo consideraciones morales a partir de la paradoja de San Petersburgo en su
Essai d' Aritmétique morales (Supplement, IV, 1777). Y así mismo aplicó las
matemáticas a la fuerza de tensión de la madera y a las experiencias que hizo
para demostrar el enfriamiento de los planetas. Aunque le interesaba más la
aplicación de las matemáticas a la física y a la geología, que el estudio de las
matemáticas puras, Buffon está considerado uno de los primeros discípulos de
Newton, junto con Maupertuis y otros.

La Histoire Naturelle de Buffon abarca en su mayor parte los trabajos


dedicados a la descripción y clasificación de los animales (Histoire des animaux),

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sobre todo los cuadrúpedos, las aves y los peces. En contraposición a Linneo,
Buffon veía toda clasificación como algo artificial, de invención humana, por lo que
aceptó sólo el concepto de especie como el único real (Discours sur la manière
d'etudier et de traiter l'histoire naturelle, 1749). Para él la especie es aquélla que
se perpetúa por la reproducción y preserva sus similitudes. En contra de la
entonces aceptada teoría de la preexistencia o preformación en los embriones
(preformismo) -que concebía que los individuos estaban en miniatura en las
células reproductoras (y por tanto en el primer par de seres creados por Dios),
defendió la epigénesis que aseguraba que no existían rudimentos de organización
del individuo en esas células.

Como el estudio de la Tierra era pues necesario para comprender la


zoología, y la mineralogía, Buffon escribió en 1749 Histoire y théorie de la terre,
seguida por diecinueve capítulos de Pruebas. Retomó el asunto, abordándolo con
más extensión en otra obra publicada treinta años después, Époques de la nature.
La visión sobre la formación de la tierra, del sistema solar y de la aparición de la
vida en nuestro planeta, la concibió Buffon mediante leyes de la naturaleza,
aunque introdujo al Creador para evitarse problemas con la Iglesia católica, que le
llamó a capítulo en varias ocasiones para que se retractase de algunos criterios
que parecían contradecir al Génesis bíblico en cuanto a la longitud del tiempo que
requirieron aquellos procesos y al propio origen de algunos de ellos.

En la Teoría de la tierra, Buffon, como muchos de sus contemporáneos,


defendió planteamientos neptunianos a fin de explicar la formación de montañas,
continentes, rocas y minerales, así como la aparición de los fósiles en distintos
estratos y naciones. En las Epocas de la naturaleza, combinó sin embargo, las
opiniones neptunistas con las vulcanistas, explicando que la formación de las
estructuras geológicas era producto del calor que quedaba en la Tierra desde su
proceso de formación (a partir de un trozo arrancado del Sol por el choque o la
cercanía de un cometa). El estado incandescente junto con las corrientes de agua
y aire constituyeron las distintas rocas y vetas minerales. La Tierra se enfrío desde
el Polo Norte hacia el Ecuador y a medida que se producía este enfriamiento,
aparecieron las lluvias, y las especies. Las mismas se produjeron a partir de la
materia orgánica primitiva que se encontraba en forma de moléculas que se
unieron espontáneamente para constituir organismos vivientes, muchos de los
cuales desaparecieron al no ser capaces de reproducirse. Según Buffon, como los
primeros conglomerados de moléculas eran grandes, las especies que se
originaron más al norte también lo eran (se basaba en los descubrimientos de
mamut y mastodontes en Siberia, América del Norte, etc.) y a medida que
descendían hacia el Ecuador iban siendo más pequeños.

Esta teoría tuvo implicaciones o derivaciones discriminatorias al hacerle


concebir a los animales de América más pequeños y débiles, incluyendo a los
seres humanos, a los que aplicó criterios peyorativos sobre su pequeñez,
ineptitud, vagancia, reducidos órganos sexuales y otras consideraciones, que
fueron objeto de contundentes críticas por parte de Benjamin Franklin y Thomas

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Jefferson, entre otros. Los criterios de Buffon en tal sentido serían exarcebados
por Cornelio de Pauw.

Como Buffon consideraba que la materia orgánica formaba una especie de


molde o matriz en que se formaba cada órgano del embrión -una especie de
guardián de la forma que se transmitía a la descendencia- y rechazaba el
concepto de familia o de cualquier otra clasificación superior, se negó a aceptar el
transforrmismo de las especies. En ese sentido expresó que si se admitía la
existencia de la familia entre los animales y las plantas, entonces había que
admitir la formación de ellas a través del cruzamiento, la variación sucesiva y la
degeneración de las especies, de modo que el burro sería un caballo degenerado,
el mono un familiar del hombre o ambos compartían un origen común, hasta llegar
a pensar que todos los organismos provienen de un sólo animal que con el paso
del tiempo se perfeccionó y degeneró para producir todas las razas de los otros
animales. Todo lo contrario a lo que Darwin insistiría más tarde para explicar su
teoría de la evolución, a partir de unos pocos troncos comunes.

Buffon fue uno de los primeros en brindar sin embargo una teoría
cohesionada sobre el origen de la tierra y el sistema solar (basándose en las tesis
newtonianas, pero también mecanicistas), destacando la gran cantidad de años
necesaria para las etapas geológicas, que luego Charles Lyell ampliaría
sobremanera. Defendió la unidad de la especie humana y explicó que ésta siguió
los mismos procesos que los demás animales, si bien con un desarrollo superior
de las cualidades intelectuales, donde el lenguaje jugó un papel importante para la
vida social. A todo ello hay que añadir su tratado sobre mineralogía, pero
especialmente su gran obra zoológica, la más importante del Siglo de las Luces, y
que fue no sólo muy utilizada y traducida en esa centuria sino también en el siglo
XIX, de modo que la citan todos los biólogos de entonces, incluido Darwin.

Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829)

Jean-Baptiste Lamarck nació el 1º de


Agosto de 1744 en Bazentin-le-Petit
(Picardie) en una familia noble pero
pobre. Animado por un progenitor pobre
pasó sus primeros años en el seminario
jesuítico de Amiens con la intención de
ordenarse sacerdote. En 1760, cuando
su padre murió, abandonó los estudios
sacerdotales e ingresó en el ejército
para seguir a las tropas a Westfalia.
Participó en toda la Guerra de los siete
años, y en la primera batalla en que
tomó parte fue ascendido a oficial por
su valor, aunque solo contaba con 17
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años de edad. Su valor pronto lo convirtió en oficial, pero un accidente, sucedido


mientras jugaba con sus compañeros al término de la campaña en 1768 en el cual
se lesionó gravemente las glándulas linfáticas, puso fin a su carrera militar. Se
colocó en casa de un banquero, comenzó a estudiar medicina en París y se
interesó por la botánica como amateur; sin embargo, su presentación ante la
sociedad científica francesa tuvo lugar mediante la lectura, ante la Academia de
las ciencias, de una memoria dedicada a la meteorología Sur les principaux
phénomènes de l'atmosphère (1776).

Se interesó por la botánica y, luego de conocer a Rousseau, en 1778


escribió un trabajo sobre sus observaciones botánicas, que el naturalista Georges
Louis Buffon publicó en 1779 con el nombre de Flore francois (Flora francesa).
Como resultado de la edición del libro y de su amistad con Buffon, Lamarck fue
elegido miembro de la Academia de Ciencias de Paris.

En este trabajo hizo su primer aporte a la ciencia natural, al proponer un


nuevo método taxonómico: el método dicotómico. Poco después, Buffon le
encomienda acompañar a su hijo en un viaje por Europa y visitar los jardines
botánicos de Holanda, Alemania, Hungría. A su regreso se dedica a la
investigación botánica publicando numerosos estudios relacionados con la
identificación y clasificación de especies vegetales y a la elaboración del
Dictionnaire de Botanique de l’Encyclopédie méthodique. En 1789 fue nombrado
"Guardián de los herbarios del Rey". En 1792 funda junto con algunos otros sabios
el Journal d'Histoire Naturelle y publica durante dos años diferentes estudios
botánicos en los que se detecta un cambio de actitud con respecto al significado
del término especie. Critica las clasificaciones artificiales y pasa a defender las
sistemáticas que tienen en cuenta las relaciones naturales que muestran las
especies. La publicación del Journal fue misteriosa y abruptamente interrumpida
en 1794.

La llegada de la Revolución Francesa dio un giro a su vida intelectual; se


convirtió en un zoólogo hacia 1793 empezó a trabajar como colaborador botánico
en 1783 en el Jardín du Roi (jardín de plantas del rey de Francia) cuando a
sugerencia de él la Convención lo reformó y transformó en el Museo de Historia
Natural. Esta reforma, de inspiración revolucionaria, forma parte de la reforma
global de la ciencia y su enseñanza que tuvo lugar en Francia a finales del siglo
XVIII y que después fue imitada en todos los países industriales del mundo,
comenzando en Alemania y terminando en Inglaterra y los Estados Unidos durante
la segunda mitad del siglo XIX.

En el nuevo Museo se crearon doce cátedras: Arte químico (Brongniart),


Mineralogía (Daubenton), Botánica (Desfontaines), Geología (Faujas de St. Fon),
Química general (Fourcroy), Animales superiores (Geoffroy), Botánica y
herborización (Jussieu), Animales inferiores (Lamarck), Anatomía animal
(Mertrud), Anatomía humana (Portal), Cultivos (Thouin), Iconografía (Van
Spaendonck).

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Lamarck se encontró con que tenía que comenzar a desentrañar los


misterios de los animales inferiores. Comenzó a estudiar estos seres y publicó
diligentes e importantes trabajos que determinaron la aparición de un nuevo
nombre para ellos: los invertebrados; y nuevos géneros, especies y órdenes. La
investigación acerca de los invertebrados le sugirió ideas nuevas que chocaron
con la realidad social del momento y esto determinó que Lamarck muriese pobre y
olvidado.

Desde 1794 publicó varias obras de gran amplitud e índole diversa en las
que expuso sus novedosas ideas sobre las especies, la química, geología, física,
fósiles, meteorología. En general sus ideas no tenían más que el valor de la
novedad, pero algunas de ellas eran lo suficientemente interesantes, o no más
especulativas que las propias de su época, y por tanto debían haber merecido una
mayor resonancia. Entre 1794 y 1798 publica tres obras (Recherches sur les
causes des principaux faits physiques, Réfutation de la théorie pneumatique y
Mémoires de physique et d'Histoire Naturelle) donde expone su teoría sobre el
fuego, oponiéndola a la teoría de los gases de Lavoisier. Estas tres obras son, en
gran parte, junto con las dedicadas a meteorología, las causantes del olvido que
sufrió Lamarck en su propia época. Sus fantasías fisicoquímicas pueden ser
interpretadas hoy como el intento de fundar una física de la energía más adecuada
a sus intereses biológicos que la propuesta por los pneumáticos.

Entre 1800 y 1810 publica 11 Annuaires météorologiques con pronósticos


acerca del tiempo. los que debían servir para ayudar a médicos, marineros y
agricultores. Este conjunto de obras presenta un gran interés y con ellas se
adelanta a la meteorología moderna sentando algunos de sus principios y
métodos.

Sin embargo, Lamarck ha pasado a la historia de la ciencia sobre todo por


sus obras sobre invertebrados y zoología. Entre ellas destacamos Système des
animaux sans vertebres (1801), Recherches sur l'organisation des corps vivants,
Histoire naturelle des animaux sans vertébres (1801). Publicó una impresionante
obra en siete volúmenes, Historia natural de los animales invertebrados (1815-
1822).

Sin embargo, su principal contribución a la ciencia fue la teoría de la


evolución, expuesta en su Philosophie Zoologique (1809) en impecable forma
científica, que hizo época en los anales de la ciencia, a pesar de que más tarde se
hicieran evidentes sus errores en concepto.

Lamarck basó su hipótesis en el razonamiento siguiente: una gran


modificación en el ambiente de una especie animal daría por resultado la
necesidad de un cambio en esa determinada especie. Esta necesidad de cambio,
producida por sentimientos internos, causaría en el animal la formación de nuevos
hábitos para ajustarse a su nuevo ambiente.

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Basado en sus amplios estudios de la naturaleza y en su idea de la


necesidad de cambio, hizo dos suposiciones importantes:

 Llamó a la primera ley del uso y del desuso, la cual supone que si alguna
parte del cuerpo se usa repetidamente, ésta crece y se desarrolla; en
cambio, las que no se usan se debilitan lentamente, se atrofian y pueden
llegar a desaparecer.
 La segunda suposición fue la ley de la herencia de los caracteres
adquiridos, que implica que cualquier animal puede transmitir a sus
descendientes aquellos caracteres que ha adquirido durante su vida.

Estas suposiciones las utilizó Lamarck para explicar el mecanismo de la


evolución. Creyó que después de muchas generaciones evolucionaban nuevas
especies como resultado de la adquisición o pérdida de caracteres.

Por ejemplo, Lamarck afirmaba que al extender los dedos de los pies debajo
del agua las aves palmípedas habían estimulado el desarrollo de membranas
entre sus dedos. Por medio del constante estiramiento para mantenerse arriba del
agua, las aves zancudas habían producido sus patas extraordinariamente largas.
Los topos y los ratones ciegos habían perdido la vista después de vivir debajo de
la superficie de la tierra por varias generaciones. Y en su ejemplo más famoso,
Lamarck argumentó que las jirafas desarrollaron sus largas patas delanteras y sus
cuellos tratando de alcanzar el follaje del los árboles de la sabana africana.
Lamarck escribió:

No es... la forma y el tipo de las partes corporales del animal que han dado
lugar a sus hábitos y propiedades particulares sino, al contrario, son las
costumbres y el estilo de vida y las condiciones bajo las cuales vivían sus
antepasados que a lo largo del tiempo han determinado su forma corporal,
sus órganos y sus características.

Debido a que los animales seguían adaptándose al medio ambiente en flujo


constante, el mismo concepto de una especie estable no tenía sentido para
Lamarck. La vida era fluida, siempre volviéndose a diseñar en nuevas formas
como respuesta a las circunstancias inestables.

Murió en París el 18 de Diciembre de 1829 a la edad de 85 años y tras


haber dejado una extensa obra dedicada a diferentes materias científicas. Su
tumba se encuentra en la sección de indigentes del cementerio de Montparnasse
en París. Solamente unos viejos y queridos amigos permanecían allí para
despedirse de Jean- Baptiste Lamarck. Había sido uno de los naturalistas más
respetados de Francia, el hombre que inventó el término biología, y la primera
persona en desarrollar una teoría coherente de la evolución. Pero después de
pasar sus últimos diez años aislado, ciego y terriblemente pobre, Lamarck se
había ido y le habían olvidado. Sus ideas de evolución no lograron estimular la
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imaginación de sus contemporáneos; sin embargo, 50 años más tarde, el hecho


de ser esta teoría opuesta a la que más tarde expuso Charles Darwin, dio origen a
la división entre dos escuelas evolucionistas, la darwinista y la lamarckiana, que
imperó durante todo el siglo XIX.

La Academia de las ciencias se reunió en 1832 en honor a Lamarck, y


Cuvier hizo un elogio de Lamarck que sirvió más de censura que de glorificación.

En sus escritos Lamarck había combatido las ideas de Cuvier y de casi


todos los demás quienes pensaban que antes las especies eran estables y fijas.
Argumentó que a lo largo del tiempo geológico los seres vivientes se habían
perfeccionado paulatinamente hasta llegar a sus formas modernas. Lamarck fue el
primero en promulgar la idea subversiva de "descendencia con modificación", es
decir la noción de que las especies modernas fueran formas de vida derivadas de
predecesores primitivos. Para el Barón Cuvier, quien había pasado una carrera
enormemente productiva demostrando la estabilidad ordenada del mundo
orgánico, tales pensamientos eran tonterías ultrajantes. Dadas sus
investigaciones, Cuvier tenía la certeza de que los seres vivientes de la tierra se
organizaban en varias categorías distintas, las cuales no habían cambiado desde
la Creación. Si las especies hubieran cambiado gradualmente, preguntaba Cuvier,
¿dónde estaba la evidencia para comprobarlo? Los animales momificados que se
trajeron a Europa de las expediciones de Napoleón eran idénticos a los
especímenes vivos a pesar del transcurso de varios miles de años. Cuvier
argumentaba que si Lamarck tuviera razón, al menos algunos cambios deberían
haberse detectado. El método obstinado del Barón Cuvier fue bien recibido en la
comunidad científica, mientras que la teoría de transmutación gradual de Lamarck
resultó en un rechazo generalizado. A fin de cuentas, la disputa amarga entre
Lamarck y Cuvier se recuerda porque estos científicos esbozaron las dos
alternativas generalizadas para una teoría del cambio orgánico: lo gradual contra
lo repentino. Sin embargo, no se resolvió nada. Ningún mecanismo, ni la
transmutación intencionada ni las catástrofes violentas convencieron a la larga.
Sorprendentemente, el componente esencial de la explicación del cambio
biológico se pediría prestado de otra disciplina novedosa: la economía.

George Lèopold Barón de Cuvier (1769-1832)

Naturalista francés, nacido en Montbéliard el 23 de agosto de 1769 y


fallecido en París, víctima del cólera, el 13 de mayo de 1832. Es considerado el
padre de la moderna Paleontología, al ser el primero en realizar estudios sobre
anatomía comparada para reconstruir e interpretar fósiles, y también revolucionó
el sistema vigente de clasificación animal de su época.

Ya desde su más tierna infancia se mostró dueño de una inteligencia


privilegiada y de un interés desmedido por los fenómenos de la Naturaleza, que
determinarían la que había de ser, andado el tiempo, su profesión.
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Sus primeros estudios en este campo los realizó en la Karlsschule de


Stuttgart, junto al naturalista Kielmeyer, quien le enseñó las ciencias naturales.
Pasó luego a la costa normanda, como preceptor de los hijos del conde de Héricy,
y allí tuvo oportunidad de realizar estudios muy amplios sobre diversos grupos de
animales marinos (crustáceos, moluscos, equinodermos, vertebrados y otros),
cuyas conclusiones expuso en una serie de conferencias que dictó en este lugar.

Durante esta etapa entabló amistad con


importantes científicos, entre ellos
Geoffroy Saint-Hilaire, quienes le
recomendaron para marchar a París,
donde fue nombrado, en 1795, asistente
en el Museo de Historia Natural, y allí
empezó a reunir una colección de
anatomía que fue la mejor de Europa.
Ese mismo año fue miembro electo del
Instituto Nacional de Francia, y su
discurso de entrada fue un ensayo
titulado Memorias sobre las especies de
elefantes vivos y fósiles, trabajo de
paleontología que luego se publicó con
considerable éxito.

Ocupó después varios cargos:


secretario perpetuo, desde 1803, de la
Academia de Ciencias Naturales; en
1799 ocupó la cátedra de Anatomía
Comparada en el Collège de France y,
en 1802, sucedió a Mertrud en la
dirección del Jardin des Plantes.

Finalmente, Napoleón le encomendó la dirección de la educación superior


en Francia, cargo que ocupó, junto al de consejero de estado, incluso cuando a la
caída del Imperio llegó la Restauración; además se le otorgaron los títulos de
barón y de oficial de la Legión de Honor, la dignidad de par de Francia y, en los
últimos meses de su vida, ministro del Interior.

Fue una de las más sobresalientes personalidades de su tiempo; ejerció


sobre el ámbito científico tamaña influencia que se le denominó el dictador de la
biología. Sus propias investigaciones en zoología y paleontología determinaron, en
gran medida, las de sus contemporáneos. El objetivo de su obra era hacer de la
anatomía la base de la clasificación y de la comprensión general del mundo
animal. Fue el auténtico creador de la anatomía comparada y el gran impulsor de
la paleontología en los mamíferos.

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Defendió con gran tenacidad y firmeza dos ideas fundamentales, que


matizan toda su obra: el creacionismo como origen de las especies (ver especie
biológica), y, en consecuencia, el fijismo de éstas. En virtud de estos conceptos
estableció el principio de correlación de formas, necesario para la finalidad de la
Naturaleza, y del cual obtuvo un extraordinario partido, especialmente en sus
estudios de los fósiles. Trabajando simultáneamente con fósiles y animales vivos,
observó las evidentes relaciones existentes entre ellos; fundó un método para
estudiar las especies extinguidas, basado en el conocimiento de las vivientes. Sus
ideas fijistas sobre la evolución de las especies le llevaron a enfrentarse con
Lamarck, polémica que finalizó con el triunfo de Cuvier, cuya autoridad científica
era, en su tiempo, irresistible.

Entre las obras que escribió figuran: Lecciones de anatomía comparada,


Teoría de los grandes cataclismos, Investigaciones sobre restos óseos fósiles y La
sistemática del reino animal basada en la organización de los seres vivos,
publicada en 1817; obra, ésta última, en la que resume los resultados de sus
anteriores investigaciones y que sentó importantes bases para la clasificación
natural de los animales.

Charles Robert Darwin (1809-1882)

Nació en Shrewsbury el 12 de febrero


de 1809. Fue el segundo hijo varón de
Robert Waring Darwin, médico de fama
en la localidad, y de Susannah
Wedgwood, hija de un célebre
ceramista del Staffordshire, Josiah
Wedgwood, y miembro de la Royal
Society. Su abuelo paterno, Erasmus
Darwin, fue también un conocido
médico e importante naturalista, sus
teorías acerca de la herencia de los
caracteres adquiridos estaban
destinadas a caer en descrédito por
obra, precisamente, de su nieto.
Además de su hermano, cinco años
mayor que él, Charles tuvo tres
hermanas también mayores y una
hermana menor. Tras la muerte de su
madre en 1817, su educación
transcurrió en una escuela local y en su
vejez recordó su experiencia allí como
lo peor que pudo sucederle a su
desarrollo intelectual.

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Ya desde la infancia dio muestras de un gusto por la historia natural que él


consideró innato y, en especial, de una gran afición por coleccionar cosas
(conchas, sellos, monedas, minerales) el tipo de pasión «que le lleva a uno a
convertirse en un naturalista sistemático, en un experto, o en un avaro».

En octubre de 1825 Darwin ingresó en la Universidad de Edimburgo para


estudiar medicina por decisión de su padre, al que siempre recordó con cariño y
admiración (y con un respeto no exento de connotaciones psicoanalíticas); la
hipocondría de su edad adulta combinó la desconfianza en los médicos con la fe
ilimitada en el instinto y los métodos de tratamiento paternos. Sin embargo Darwin
no consiguió interesarse por la carrera; a la repugnancia por las operaciones
quirúrgicas y a la incapacidad del profesorado para captar su atención, vino a
sumarse el creciente convencimiento de que la herencia de su padre le iba a
permitir una confortable subsistencia sin necesidad de ejercer una profesión como
la de médico. De modo que, al cabo de dos cursos, su padre, dispuesto a impedir
que se convirtiera en un ocioso hijo de familia, le propuso una carrera eclesiástica.
Tras resolver los propios escrúpulos acerca de su fe, Darwin aceptó con gusto la
idea de llegar a ser un clérigo rural y, a principios de 1828, después de haber
refrescado su formación clásica, ingresó en el Christ's College de Cambridge.

Más que de los estudios académicos que se vio obligado a cursar, Darwin
extrajo provecho en Cambridge de su asistencia voluntaria a las clases del
botánico y entomólogo reverendo John Henslow, cuya amistad le reportó «un
beneficio inestimable» y que tuvo una intervención directa en dos acontecimientos
que determinaron su futuro: por una parte, al término de sus estudios en abril de
1831, Henslow le convenció de que se interesase por la geología, y le presentó a
Ada Sedgwick, fundador del sistema cambriano, quien inició precisamente sus
estudios sobre el mismo en una expedición al norte de Gales realizada en abril de
ese mismo año en compañía de Darwin (treinta años más tarde, Henslow se vería
obligado a defender al discípulo común ante las violentas críticas dirigidas por
Sedgwick a las ideas evolucionistas); por otra parte, lo que es aún más importante,
fue Henslow quien le proporcionó a Darwin la oportunidad de embarcarse como
naturalista con el capitán Robert Fitzroy y acompañarle en el viaje que éste se
proponía realizar a bordo del Beagle alrededor del mundo.

En un principio su padre se opuso al proyecto, manifestando que sólo


cambiaría de opinión si «alguien con sentido común» era capaz de considerar
aconsejable el viaje. Ese alguien fue su tío -y futuro suegro- Josiah Wedgwood,
quien intercedió en favor de que su joven sobrino cumpliera el objetivo de viajar
que Darwin se había fijado ya meses antes, cuando la lectura de Humboldt suscitó
en él un deseo inmediato de visitar Tenerife y empezó a aprender castellano. El 27
de diciembre de 1831 el Beagle zarpó de Davenport con Darwin a bordo y
dispuesto a comenzar la que él llamó su «segunda vida».

El objetivo de la expedición dirigida por Fitzroy era el de completar el


estudio topográfico de los territorios de la Patagonia y la Tierra del Fuego, el

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trazado de las costas de Chile, Perú y algunas islas del Pacífico y la realización de
una cadena de medidas cronométricas alrededor del mundo. El periplo, de casi
cinco años de duración, llevó a Darwin a lo largo de las costas de América del Sur,
para regresar luego durante el último año visitando las islas Galápagos, Tahití,
Nueva Zelanda, Australia, Mauricio y Sudáfrica. Durante ese período su talante
experimentó una profunda transformación.

La antigua pasión por la caza sobrevivió los dos primeros años con toda su
fuerza y fue él mismo quien se encargó de disparar sobre los pájaros y animales
que pasaron a engrosar sus colecciones; poco a poco, sin embargo, esta tarea fue
quedando encomendada a su criado a medida que su atención resultaba cada vez
más absorbida por los aspectos científicos de su actividad.

El estudio de la geología fue, en un principio, el factor que más contribuyó a


convertir el viaje en la verdadera formación de Darwin como investigador, ya que
con él entró inexcusablemente en juego la necesidad de razonar. Darwin se llevó
consigo el primer volumen de los Principles of Geology de Charles Lyell, autor de
la teoría llamada de las causas actuales y que habría de ser su colaborador en la
exposición del evolucionismo; desde el reconocimiento de los primeros terrenos
geológicos que visitó (la isla de São Tiago, en Cabo Verde), Darwin quedó
convencido de la superioridad del enfoque preconizado por Lyell. En Sao Tiago
tuvo por vez primera la idea de que las rocas blancas que observaba habían sido
producidas por la lava derretida de antiguas erupciones volcánicas, la cual, al
deslizarse hasta el fondo del mar, habría arrastrado conchas y corales triturados
comunicándoles consistencia rocosa. Hacia el final del viaje, Darwin tuvo noticia
de que Sedgwick había expresado a su padre la opinión de que el joven se
convertiría en un científico importante; el acertado pronóstico era el resultado de la
lectura por Henslow, ante la Philosophical Society de Cambridge, de algunas de
las cartas remitidas por Darwin.

La teoría sobre la formación de los arrecifes de coral por el crecimiento de


éste en los bordes y en la cima de islas que se iban hundiendo lentamente, fue el
primero en ver la luz (1842) de entre los logros científicos obtenidos por Darwin
durante el viaje. Junto a éste y al establecimiento de la estructura geológica de
algunas islas como Santa Elena, está el descubrimiento de la existencia de una
cierta semejanza entre la fauna y la flora de las islas Galápagos con las de
América del Sur, así como de diferencias entre los ejemplares de un mismo animal
o planta recogidos en las distintas islas, lo que le hizo sospechar que la teoría de
la estabilidad de las especies podría ser puesta en entredicho.

Fue la elaboración teórica de esas observaciones la que, años después,


resultó en su enunciado de las tesis evolutivas.

Darwin regresó a Inglaterra el 2 de octubre de 1836; el cambio


experimentado en esos años fue notable. También su salud se había alterado;
hacia el final del viaje se mareaba con más facilidad que en sus comienzos, y en el

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otoño de 1834 había estado enfermo durante un mes. Se ha especulado con la


posibilidad de que en marzo de 1835 contrajera la enfermedad de Chagas como
consecuencia de la picadura de un insecto. De todos modos, trabajó en la
redacción de su diario del viaje (publicado en 1839) y en la elaboración de dos
textos que presentaran sus observaciones geológicas y zoológicas. Instalado en
Londres desde marzo de 1837, actuó como secretario honorario de la Geological
Society y tomó contacto con Lyell. En julio de ese año empezó a escribir su primer
cuaderno de notas sobre sus nuevos puntos de vista acerca de la «transmutación
de las especies», que se le fueron imponiendo al reflexionar acerca de sus propias
observaciones sobre la clasificación, las afinidades y los instintos de los animales,
y también como consecuencia de un estudio exhaustivo de cuantas informaciones
pudo recoger relativas a las transformaciones experimentadas por especies de
plantas y animales domésticos debido a la intervención de criadores y
horticultores.

Sus investigaciones, realizadas sobre la base de «auténticos principios


baconianos», pronto le convencieron de que la selección era la clave del éxito
humano en la obtención de mejoras útiles en las razas de plantas y animales. La
posibilidad de que esa misma selección actuara sobre los organismos que vivían
en un estado natural se le hizo patente cuando en octubre de 1838 leyó «como
pasatiempo» el ensayo de Malthus sobre la población, dispuesto como se hallaba,
por sus prolongadas observaciones sobre los hábitos de animales y plantas, a
percibir la presencia universal de la lucha por la existencia, se le ocurrió al instante
que, en esas circunstancias, las variaciones favorables tenderían a conservarse,
mientras que las desfavorables desaparecerían, con el resultado de la formación
de nuevas especies. Darwin estimó que, «al fin, había conseguido una teoría con
la que trabajar»; sin embargo, preocupado por evitar los prejuicios, decidió
abstenerse por un tiempo de «escribir siquiera el más sucinto esbozo de la
misma». En junio de 1842 se permitió el placer privado de un resumen muy breve
-35 páginas escritas a lápiz-, que amplió hasta 230 páginas en el verano del año
1844.

Por entonces, Darwin había contraído matrimonio el 29 de enero de 1839


con su prima Emma Wedgwood. Residieron en Londres hasta septiembre de
1842, cuando la familia se instaló en Down, en el condado de Kent, buscando un
género de vida que se adecuase mejor a los frecuentes períodos de enfermedad
que afligieron constantemente a Darwin. Por lo demás, los años de Londres
fueron, por lo que a vida social se refiere, un preludio del retiro casi total en el que
vivió en Down hasta el final de sus días. El 27 de diciembre de 1839 nació el
primer hijo del matrimonio y Darwin inició con él una serie de observaciones, que
se prolongaron a lo largo de los años, sobre la expresión de las emociones en el
hombre y en los animales. Tuvo diez hijos, seis varones y cuatro mujeres, nacidos
entre 1839 y 1856, de los que dos niñas y un niño murieron en la infancia.

La teoría de la evolución

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Durante los primeros años de su estancia en Down, Darwin completó la


redacción de sus trabajos sobre temas geológicos y se ocupó también de una
nueva edición de su diario de viaje, que en un principio había aparecido formando
parte de la obra publicada por Fitzroy sobre sus expediciones; en las notas
autobiográficas que redactó en 1876 (reveladoramente tituladas como
Recollections of the Development of my Mind and Character). De 1846 a 1854
Darwin estuvo ocupado en la redacción de sus monografías sobre los cirripedios,
por los que se había interesado durante su estancia en las costas de Chile al
hallar ejemplares de un tipo que planteaba problemas de clasificación. Esos años
de trabajo sirvieron para convertirlo en un verdadero naturalista según las
exigencias de su época, añadiendo al aprendizaje práctico adquirido durante el
viaje la formación teórica necesaria para abordar el problema de las relaciones
entre la historia natural y la taxonomía.

Además, sus estudios sobre los percebes le reportaron una sólida


reputación entre los especialistas, siendo premiados en noviembre de 1853 por la
Royal Society, de la que Darwin era miembro desde 1839.

A comienzos de 1856 Lyell aconsejó a Darwin que trabajara en el completo


desarrollo de sus ideas acerca de la evolución de las especies. Darwin emprendió
entonces la redacción de una obra que, aun estando concebida a una escala tres
o cuatro veces superior de la que luego había de ser la del texto efectivamente
publicado, representaba, en su opinión, un mero resumen del material recogido al
respecto. Pero, cuando se hallaba hacia la mitad del trabajo, recibió un manuscrito
que contenía una breve pero explícita exposición de una teoría de la evolución por
selección natural, que coincidía exactamente con sus propios puntos de vista. El
texto era obra de Alfred Russell Wallace, un naturalista que desde 1854 se hallaba
en el archipiélago malayo. En su nuevo trabajo, Wallace hablaba como Darwin, de
«lucha por la existencia», una idea que, curiosamente, también le había venido
inspirada por la lectura de Malthus. Darwin puso a Lyell en antecedentes del
asunto y le comunicó sus vacilaciones acerca de cómo proceder respecto de la
publicación de sus propias teorías, llegando a manifestar su intención de destruir
sus propios escritos antes que aparecer como un usurpador de los derechos de
Wallace a la prioridad. El incidente se saldó de manera salomónica merced a la
intervención de Lyell y del botánico Joseph Dalton Hooker, uno de los principales
defensores de las teorías evolucionistas de Darwin. Siguiendo el consejo de
ambos, Darwin resumió su manuscrito, que fue presentado por Lyell y Hooker ante
la Linnean Society el 1 de julio de 1858, junto con el trabajo de Wallace y con un
extracto de una carta remitida por Darwin el 5 de septiembre de 1857 al botánico
estadounidense Asa Gray, en el que constaba un esbozo de su teoría. Wallace no
puso nunca en cuestión la corrección del procedimiento; más tarde, en 1887,
manifestó su satisfacción por la manera en que todo se había desarrollado,
aduciendo que él no poseía «el amor por el trabajo, el experimento y el detalle tan
preeminente en Darwin, sin el cual cualquier cosa que yo hubiera podido escribir
no habría convencido nunca a nadie».

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Tras el episodio, Darwin se vio obligado a dejar de lado sus vacilaciones por
lo que a la publicidad de sus ideas se refería y abordó la tarea de reducir la escala
de la obra que tenía entre manos para enviarla cuanto antes a la imprenta; asi
quedó por fin redactado el libro On the Origin of Species by means of Natural
Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life, del que
los primeros 1.250 ejemplares se vendieron el mismo día de su aparición, el 24 de
noviembre de 1859. Las implicaciones teológicas de la obra, que atribuía a la
selección natural facultades hasta entonces reservadas a la divinidad, fueron
causa de que inmediatamente empezara a formarse una enconada oposición,
capitaneada por el paleontólogo Richard Owen, quien veinte años antes había
acogido con entusiasmo las colecciones de fósiles traídas por Darwin de su viaje.
En una memorable sesión de la British Association for the Advancement of
Science que tuvo lugar en Oxford el 30 de junio de 1860, el obispo Samuel
Wilberforce en calidad de portavoz del partido de Owen ridiculizó con brillante
elocuencia las tesis evolucionistas, provocando una contundente réplica por parte
de Thomas Henry Huxley, zoólogo, que fue el principal defensor ante la oposición
religiosa de las tesis de Darwin, ganándose el sobrenombre de su bulldog. A la
pregunta de Wilberforce sobre si a Huxley le hubiera sido indiferente saber que su
abuelo había sido un mono, la respuesta inmediata fue, según el testimonio de
Lyell: «Estaría en la misma situación que su señoría».

Darwin se mantuvo apartado de la intervención directa en la controversia


pública hasta 1871, cuando se publicó su obra The Descent of Man and Selection
in Relation to Sex, donde expuso sus argumentos en favor de la tesis de que el
hombre había aparecido sobre la Tierra por medios exclusivamente naturales.
Tres años antes había aparecido su estudio sobre la variación en animales y
plantas por los efectos de la selección artificial, en el que trató de formular una
teoría sobre el origen de la vida en general («pangénesis»), que resultó ser la más
pobre de sus aportaciones a la biología.

En 1872, con The Expression of the Emotions in Man and Animals, obra
seminal de lo que luego sería el estudio moderno del comportamiento, Darwin
puso fin a sus preocupaciones por los problemas teóricos y dedicó los últimos diez
años de su vida a diversas investigaciones en el campo de la botánica.

A finales de 1881 comenzó a padecer graves problemas cardíacos y falleció


a consecuencia de un ataque al corazón el 19 de abril de 1882.

Alfred Russel Wallace (1823-1913)

Nació en Gales y murió en Broadstone, Inglaterra, fue un naturalista,


explorador, geógrafo, antropólogo y biólogo británico, conocido por haber
propuesto una teoría de evolución a través de la selección natural independiente
de la de Charles Darwin que motivó a éste a publicar su propia teoría.

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«Jamás vi coincidencia más impresionante; ¡si Wallace tuviera mi borrador escrito


en 1842, no habría podido realizar un resumen mejor!»
Charles Darwin.

Wallace nació en la villa galesa de Llanbadoc, cerca de Usk


(Monmouthshire).3 Fue el octavo de los nueve hijos de Thomas Vere Wallace y
Mary Anne Greenell. Su madre pertenecía a una familia de clase media inglesa
proveniente de Hertford, mientras que su padre era de ascendencia escocesa. Su
familia, al igual que muchos Wallace escoceses, afirmaba estar relacionada con
William Wallace, el líder escocés durante las Guerras de independencia de
Escocia en el siglo XIII. Thomas Wallace había estudiado derecho, pero nunca
practicó la abogacía, ya que había recibido algunas propiedades como herencia.
Sin embargo, las malas inversiones y los negocios fallidos deterioraron la posición
financiera de su familia.

escuela en 1836. Después de esto,


se trasladó a Londres a vivir con su
hermano mayor, John, un aprendiz de
constructor de 19 años. Sin embargo,
ésta fue una medida provisional hasta
que William, otro hermano mayor,
estuvo listo para instruirlo como
aprendiz de agrimensor. Mientras
estaba en Londres, Wallace asistió a
conferencias y leyó libros en el
Instituto de Mecánica de la ciudad, en
donde estuvo expuesto a las ideas
del reformador social galés Robert
Owen y de Thomas Paine. En 1837
abandonó Londres para vivir con
William y trabajar como su aprendiz
durante seis años. A finales de 1839,
los hermanos se mudaron a Kington
(Herefordshire) cerca de la frontera
con Gales, antes de asentarse en
Neath (Glamorganshire). Entre 1840
y 1843, Wallace trabajó como
agrimensor en la campiña galesa y en
Cuando Wallace tenía cinco años, su el oeste de Inglaterra. A finales de
familia se mudó a Hertford, al norte 1843, el negocio de William estaba
de Londres. Allí asistió a la Hertford decayendo debido a la difícil situación
Grammar School hasta que las económica, por lo que Wallace lo dejó
dificultades económicas de su familia en enero de 1844, a la edad de 20
obligaron a que abandonara la años.

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Después de un breve periodo de desempleo, fue contratado como maestro


en la Collegiate School en Leicester para enseñar dibujo, cartografía y
agrimensura. Wallace pasaba gran parte de su tiempo libre en la biblioteca de
Leicester, en donde leyó el Ensayo sobre el principio de la población de Thomas
Malthus y conoció a Henry Walter Bates, quien por aquel entonces tenía sólo 19
años, pero ya había publicado un ensayo sobre escarabajos en la revista The
Zoologist. Bates entabló amistad con Wallace y le enseñó a recolectar insectos.
William murió en marzo de 1845, por lo que Wallace abandonó su puesto de
maestro para asumir el control de la compañía de su hermano en Neath. Sin
embargo, su hermano John y él fueron incapaces de lograr que el negocio
funcionara. Después de varios meses, Wallace encontró trabajo como ingeniero
civil en una empresa que necesitaba realizar mediciones para construir un
ferrocarril en el valle de Neath. Este trabajo requería que pasara gran parte del
tiempo al aire libre, lo que le permitió satisfacer su nueva pasión por la
entomología. Wallace persuadió a su hermano John para que empezaran una
nueva empresa de ingeniería civil y arquitectura, la cual realizó numerosos
proyectos, incluyendo el diseño del Instituto de Mecánica de Neath. William
Jevons, el fundador de ese Instituto, se mostró impresionado por Wallace y lo
invitó a exponer conferencias sobre ciencia e ingeniería en la institución. En el
otoño (boreal) de 1846, Wallace se compró, junto a su hermano John, una cabaña
cerca de Neath, en donde vivieron junto a su madre y su hermana Fanny (su
padre había muerto en 1843). Durante este periodo, Wallace leyó ávidamente e
intercambió correspondencia con Bates sobre el tratado Vestiges of the Natural
History of Creation (publicado anónimamente por Robert Chambers en 1884), El
viaje del Beagle de Darwin y Principles of Geology del geólogo escocés Charles
Lyell.

Inspirado por las crónicas de otros exploradores naturalistas, incluyendo


Alexander von Humboldt, Darwin y William Henry Edwards, Wallace decidió que él
también quería viajar al extranjero como naturalista. En 1848 zarpó junto a Henry
Bates hacia Brasil a bordo del Mischief. Su intención era recolectar insectos y
otros animales en la selva amazónica y venderlos a coleccionistas en el Reino
Unido. También esperaban poder obtener evidencias sobre la transmutación de
las especies. Wallace y Bates pasaron la mayor parte de su primer año en Brasil
recolectando especies cerca de Belém y posteriormente exploraron el área por
separado, reuniéndose ocasionalmente para discutir sus descubrimientos. En
1849, se les unieron el hermano menor de Wallace, Herbert, y otro joven
explorador, Richard Spruce. Herbert regresó al Reino Unido poco después (en
donde murió dos años más tarde de fiebre amarilla), pero Spruce, al igual que
Bates, pasaría más de diez años investigando en América del Sur.

Wallace continuó explorando el río Negro durante cuatro años más,


recolectando especímenes y tomando notas sobre las poblaciones humanas, sus
lenguas, la geografía, la flora y la fauna. El 12 de julio de 1852, Wallace embarcó
hacia el Reino Unido a bordo del bergantín Helen. Después de 28 días en alta
mar, un bálsamo que era transportado en el barco se incendió y obligó a la

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tripulación a abandonar la nave. Todos los especímenes que Wallace tenía en el


barco, la mayoría de los que había recolectado durante su viaje, se perdieron en el
incendio. Lo único que pudo salvar fue parte de su diario y varios dibujos. Wallace
y la tripulación permanecieron a la deriva durante 10 días hasta que fueron
recogidos por el bergantín Jordenson.
Después de su regreso al Reino Unido, Wallace pasó 18 meses en Londres
viviendo del pago del seguro por la colección de especímenes que perdió y
vendiendo los pocos especímenes que había enviado a Gran Bretaña antes de
iniciar su exploración del río Negro. Durante este periodo, a pesar de haber
perdido casi todas las notas de su expedición, escribió seis ensayos académicos y
dos libros: Palm Trees of the Amazon and Their Uses y Travels on the Amazon.
También mantuvo contacto con varios naturalistas británicos, incluyendo Charles
Darwin.

Wallace realizó un amplio trabajo de campo antes de publicar su teoría,


primero en la cuenca del río Amazonas y posteriormente en el archipiélago
malayo, donde identificó una línea que dividía a Indonesia en dos zonas; una
donde los animales relacionados con los de Australia eran comunes y otra en la
que las especies eran en gran parte de origen asiático. Dicha línea se denomina
en la actualidad línea de Wallace. Fue también uno de los expertos más
reconocidos del siglo XIX sobre la distribución geográfica de las especies animales
y es considerado como el "padre de la biogeografía". Asimismo, Wallace también
fue uno de los pensadores evolucionistas más destacados de su época y realizó
varios aportes al desarrollo de la teoría de la evolución además de haber
codesarrollado el concepto de selección natural. Entre sus contribuciones a la
ciencia se encuentran el concepto de aposematismo y el denominado efecto
Wallace, una hipótesis acerca del modo en que la selección natural puede
contribuir al aislamiento reproductivo de especies incipientes a través de la
selección de mecanismos de aislamiento reproductivo o barreras a la hibridación.

Entre 1854 y 1862, Wallace viajó por el archipiélago malayo recolectando


especímenes para su venta y análisis. Sus observaciones de las marcadas
diferencias zoológicas entre diversas partes del archipiélago lo llevaron a proponer
una frontera zoogeográfica conocida como la línea de Wallace. Durante este viaje
recolectó más de 125.000 especímenes en el archipiélago, de los cuales más de
80.000 eran escarabajos. Entre los especímenes había más de mil especies que
no habían sido identificadas anteriormente.24 Una de sus descripciones zoológicas
más famosas durante este viaje fue la de la rana Rhacophorus nigropalmatus,
también conocida como rana voladora de Wallace. Mientras exploraba el
archipiélago, Wallace cambió sus ideas sobre evolución y empezó a plantearse la
teoría de selección natural. En 1858, envió a Darwin un artículo describiendo la
teoría. El artículo fue publicado, junto a una descripción de la teoría de Darwin, en
ese mismo año.

La historia de sus estudios y aventuras en el archipiélago fueron publicadas


en 1869 bajo el nombre de The Malay Archipelago. La obra se convirtió en uno de
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los diarios de exploración científica más populares del siglo XIX y continuó
imprimiéndose por la misma editorial (Macmillan Publishers) hasta los años 1920.
The Malay Archipelago fue alabado por múltiples científicos, incluyendo Darwin (a
quien el libro estaba dedicado) y Charles Lyell, así como por otras personalidades
como el novelista Joseph Conrad, quien usó la obra como fuente de información
para varias de sus novelas, especialmente para Lord Jim.

En 1862, Wallace regresó al Reino Unido y se mudó a la casa de su


hermana Fanny Sims y su esposo Thomas. Mientras se recuperaba de sus viajes,
Wallace organizó su colección de especímenes y dio charlas sobre sus aventuras
y descubrimientos a varias sociedades científicas, incluyendo la Sociedad
Zoológica de Londres. Posteriormente, en ese mismo año, Wallace visitó a Darwin
en su residencia y entabló amistad con Charles Lyell y Herbert Spencer.26 Durante
los años 1860, Wallace escribió varios ensayos y dio conferencias defendiendo la
teoría de selección natural. También mantuvo correspondencia con Darwin sobre
varios temas, incluyendo la selección sexual, el aposematismo y el posible efecto
de la selección natural en la hibridación y la divergencia de las especies. En 1865,
Wallace empezó a investigar el espiritualismo.

Después de un año de cortejo, Wallace se comprometió en 1864 con una


joven, a la cual, en su autobiografía, identificaría simplemente como Miss L. Sin
embargo, para disgusto de Wallace, Ms. L. cancelaría el compromiso. En 1866,
Wallace se casó con Annie Mitten, quien le había sido presentada por Richard
Spruce, un amigo del padre de Annie, William Mitten, un experto en briofitas. En
1872, Wallace construyó The Dell, una casa de hormigón, en una propiedad en
Grays que estaba rentando. Allí viviría hasta 1876. Los Wallace tuvieron tres hijos:
Herbert (1867–1874), quien murió siendo un niño, Violet (1869–1945) y William
(1871–1951).

Durante los años 1860 y los años 1870, Wallace estuvo muy preocupado
por la seguridad financiera de su familia. Mientras estaba en el archipiélago
malayo, la venta de especímenes le generó una cantidad considerable de dinero,
la cual fue invertida cuidadosamente por el agente que vendía los especímenes.
Sin embargo, a su regreso al Reino Unido, realizó varias inversiones arriesgadas
en ferrocarriles y minas que resultaron ser un fracaso, por lo que se vio forzado a
vivir de las ganancias generadas por la publicación de The Malay Archipelago. A
pesar de la ayuda de sus amigos, Wallace no pudo encontrar un trabajo con un
salario fijo. Para mantenerse solvente, trabajó como agrimensor para el gobierno,
escribió 25 ensayos para su publicación entre 1872 y 1876 por modestas sumas
de dinero y editó varios de los trabajos de Lyell y Darwin. En 1876, tuvo que pedir
£500 por adelantado a la editorial de su libro The Geographical Distribution of
Animals para no tener que vender ninguna propiedad personal. Darwin sabía de
los problemas económicos de Wallace y luchó para que le otorgaran una pensión
del gobierno por sus contribuciones a la ciencia. Cuando la pensión de £200
mensuales le fue otorgada en 1881, pudo estabilizar su posición financiera y
complementar las ganancias que recibía de sus trabajos escritos.
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John Stuart Mill se mostró impresionado por las críticas a la sociedad


inglesa realizada por Wallace en The Malay Archipelago, por lo que invitó al
naturalista a unirse al comité general de la Land Tenure Reform Association, pero
la asociación se disolvió después de la muerte de Mill en 1873. Entre 1873 y 1879,
sólo escribió unos cuantos artículos sobre temas sociales y políticos, antes de
empezar a participar más activamente en debates sobre políticas internacionales y
reforma agraria. Wallace creía que la tierra tenía que ser propiedad del estado y
debía ser rentada para producir el mayor beneficio para el mayor número de
personas. En 1881, fue elegido como el primer presidente de la Land
Nationalisation Society y al año siguiente publicó el libro Land Nationalisation; Its
Necessity and Its Aims sobre el tema de la nacionalización de la tierra. Wallace
era crítico con las políticas librecambistas del Reino Unido porque creía que tenían
un impacto negativo en la clase trabajadora. En 1889 leyó Looking Backward de
Edward Bellamy, lo que lo llevó a declararse un socialista.36 Esto lo llevó a
oponerse al darwinismo social y a la eugenesia, ideas que eran apoyadas por
otros pensadores evolucionistas de la época, ya que creía que la sociedad
contemporánea era demasiado corrupta e injusta para determinar quién era apto y
quién no. En 1898 escribió un ensayo proponiendo un sistema monetario en el que
la monedas no tengan que ser respaldadas por reservas de oro o plata, el cual
impresionó al economista Irving Fisher, quien incluso dedicó al naturalista su libro
de 1920 Stabilizing the Dollar. Wallace escribió extensamente sobre otros temas
sociales incluyendo el sufragio femenino y los peligros e inutilidad del militarismo.
Wallace continuó con su activismo social por el resto de su vida, publicando el
libro The Revolt of Democracy semanas antes de su muerte.

A pesar de su activismo social, Wallace continuó con sus trabajos


científicos. En 1880, publicó Island Life como una secuela de The Geographic
Distribution of Animals. En noviembre de 1886, inició un viaje de diez meses a los
Estados Unidos para dar una serie de conferencias, la mayoría de las cuales
versaron sobre el darwinismo, pero también dio varias conferencias sobre
biogeografía, espiritualismo y reforma socioeconómica. Durante el viaje, se reunió
con su hermano John, quien había emigrado a California años atrás. También
pasó una semana en Colorado, con la botánica estadounidense Alice Eastwood
como guía, explorando la flora de las Montañas Rocosas y recogiendo evidencias
que lo llevarían a desarrollar una teoría sobre cómo la glaciación puede explicar
las similitudes entre la flora de Europa, Asia y América del Norte, la cual fue
publicada en el ensayo English and American Flowers. Durante su viaje, Wallace
conoció a múltiples naturalistas estadounidenses y visitó sus colecciones. Su libro
de 1889 Darwinism fue escrito usando la información que recolectó en ese viaje y
los datos que había usado para sus charlas.

El 7 de noviembre de 1913, Wallace murió a la edad de 90 años en su casa


de campo en Broadstone (Dorset), la cual había construido una década antes. La
prensa de la época informó ampliamente sobre su muerte. Varios de los amigos
de Wallace sugirieron que fuera enterrado en la Abadía de Westminster, pero su
esposa siguió los deseos de su esposo de ser enterrado en un pequeño
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cementerio en Broadstone. Varios científicos británicos formaron un comité para


hacer que se colocara un medallón honrando a Wallace en Westminster cerca de
la tumba de Darwin. El medallón fue inaugurado el 1 de noviembre de 1915.

Papel de Wallace en la historia de la teoría de la evolución

A diferencia de Darwin, cuando Wallace comenzó sus viajes creía en la


transmutación de las especies, concepto que había sido defendido, entre otros,
por Jean-Baptiste Lamarck, Geoffroy Saint-Hilarie, Erasmus Darwin y Robert
Grant. En un primer momento los principales naturalistas rechazaron esta idea, la
cual llegó incluso a tener connotaciones radicales e incluso revolucionarias.
Además, algunos anatomistas y geólogos prominentes como Georges Cuvier,
Richard Owen, Adam Sedgwick o Charles Lyell la atacaron enérgicamente. Se ha
sugerido que Wallace aceptó la idea de la transmutación de las especies en parte
debido a su predisposición por las ideas radicales, ya sea en política, religión o
ciencia, decantándose de manera habitual por ideas científicas marginales.

La obra Vestiges of the Natural History of Creation, de Robert Chambers, le


influyó en gran medida. Se trata de una obra de divulgación científica que generó
una gran controversia. Se publicó de forma anónima en 1844 y defendía un origen
evolutivo para el Sistema Solar, la Tierra y los seres vivos. Wallace escribió en
1845 a Henry Bates:

«Tengo una opinión algo más favorable de Vestiges de la que tú


pareces tener. Yo no la considero una generalización apresurada,
sino más bien una ingeniosa hipótesis sustentada por hechos no-
tables y analogías, pero que a su vez están sustentadas por más
hechos, contando además con que la investigación podría arrojar
luz sobre el problema. Proporciona un tema a abordar para cada
estudiante de la naturaleza; cada hecho que observe estará a favor
o en contra de ella, y por tanto servirá en cualquier caso como
incitación para la acumulación de hechos, así como un objeto sobre
el cual aplicarlo una vez recogidos».

Wallace planificó deliberadamente algunos de sus trabajos de campo para


probar la hipótesis de que bajo un escenario de evolución, las especies
estrechamente relacionadas deberían habitar territorios colindantes. Durante su
expedición en la cuenca del Amazonas se dio cuenta de que las barreras
geográficas, como lo son el río Amazonas y sus principales afluentes, a menudo
determinaba la distribución de las especies más relacionadas e incluyó estas
observaciones en la publicación On the Monkeys of the Amazon en 1853. En torno
al final del documento Wallace formula la pregunta: «¿Podrían estar las especies
relacionadas separadas alguna vez por una gran extensión de terreno?»

En febrero de 1855, mientras trabajaba en Sarawak, un estado de la isla de


Borneo, Wallace escribió On the Law Which has Regulated the Introduction of
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Species ("Sobre la ley que ha regulado la introducción de nuevas especies"), que


fue publicado en septiembre de 1855 en Annals and Magazine of Natural History.
En este artículo, Wallace recopila y enumera observaciones generales que
conciernen a la distribución geográfica y geológica de las especies, ciencia que
hoy en día se denomina biogeografía. En él, afirma que «cada especie ha existido
coincidiendo en el espacio y en el tiempo con especies estrechamente
relacionadas», lo que se conoce como "Ley de Sarawak". De este modo, Wallace
responde así a la pregunta que él mismo formuló en su anterior trabajo. Aunque el
escrito no presenta mención alguna sobre un posible mecanismo evolutivo,
configuró el preámbulo para su artículo más importante, que escribiría tres años
después.

El artículo de Wallace era totalmente contrario a la creencia de Charles


Lyell de que las especies eran inmutables, a pesar de que Darwin intentara
convencerlo escribiéndole en 1842 sobre la transmutación de las especies. En
torno a inicios del año 1856, Darwin leyó el artículo de Wallace, al igual que
Edward Blyth, quien escribió acerca del mismo: «¡Bien! ¡En todo!... Wallace, creo,
ha planteado bien la cuestión; y, de acuerdo con su teoría, las distintas razas
domésticas de animales se han desarrollado dentro de especies». Sin embargo,
Darwin confundió el significado de la conclusión de Wallace, y escribió que no
había «nada realmente nuevo... Utiliza mi símil del árbol pero parece que con él
también toda la creación». Lyell quedó más impresionado, y comenzó a escribir
sobre las especies, describiendo las consecuencias que ello acarrearía, en
particular para la especie humana. Darwin, por aquel entonces, ya había mostrado
su teoría a su amigo Joseph Hooker, y por primera vez especificó los detalles de la
selección natural a Lyell. Aunque Lyell no estaba de acuerdo con la teoría, instó a
Darwin a publicar su trabajo cuanto antes. Darwin se negó al principio, pero más
tarde comenzó a escribir un boceto de su trabajo sobre su obra del origen de las
especies en mayo de 1856.

En febrero de 1858, Wallace ya se había convencido de la realidad de la


evolución tras su investigación biogeográfica en el archipiélago malayo. Como
más tarde escribiría en su autobiografía:

«El problema entonces no era sólo cómo y por qué las especies
cambian, sino cómo y por qué cambian a otras nuevas y bien
definidas, diferenciadas unas de otras de muchas maneras; por
qué y cómo comienzan a adaptarse a otros modos de vida; y por
qué todos los grados intermedios perecen y dejan solamente
especies, géneros, y grupos de animales claramente definidos».

De acuerdo con su autobiografía, la idea de la selección natural se le


ocurrió cuando, estando en la cama con fiebre, pensó en la idea de Thomas
Malthus sobre los frenos positivos (guerras, enfermedades...) y su efecto en el
crecimiento de la población humana. Wallace escribe en su autobiografía que en
aquel momento se encontraba en la isla de Ternate, aunque los historiadores han
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puesto en duda esta afirmación, proponiendo que se encontraba en la isla de


Gilolo. Wallace lo describe del siguiente modo:

«Entonces se me ocurrió que estas causas o sus equivalentes


están continuamente actuando también en el caso de los animales;
y como los animales normalmente se reproducen mucho más rá-
pido que el ser humano, la destrucción que estas causas pro-
vocarían cada año debería ser enorme para limitar el número de
cada especie, ya que generalmente no aumenta de manera regular
de un año para otro, pues de otro modo el mundo hace tiempo que
estaría repleto de aquellos que se reproducen más rápido. Pen-
sando vagamente en la enorme y constante destrucción que esto
implicaría, me formulé la pregunta, ¿por qué algunos mueren y
otros sobreviven? Y la respuesta era clara, el más adaptado
sobrevive... y considerando la gran cantidad de variación individual
que mi experiencia me ha mostrado que existe, entonces se
deduce que todos los cambios necesarios para la adaptación de las
especies a las condiciones cambiantes podrán ser provocados...
De este modo cada parte del animal podría ser modificada
exactamente de la manera que se requiere, y el que no se
modificara perecería, y así los caracteres definidos y el manifiesto
aislamiento de cada nueva especie sería explicado».

Darwin mantuvo correspondencia con Wallace, cuyas observaciones le


servirían para defender su teoría. Aunque las primeras cartas de Wallace a Darwin
se han perdido, Wallace mantuvo bien guardadas las que recibió. En la primera de
ellas, fechada el 1 de mayo de 1857, Darwin comenta que la carta que Wallace le
envió el 10 de octubre del año anterior, que había recibido recientemente, así
como la publicación de Wallace "Sobre la ley que ha regulado la introducción de
nuevas especies" de 1855, mostraban que ambos pensaban de manera similar y
que en general llegaban a las mismas conclusiones, y le deja constancia de que
estaba preparando un trabajo que en dos años estaría preparado para su
publicación. En la segunda carta, del 22 de diciembre de 1857, Darwin comenta
que estaba encantado de que Wallace estuviera teorizando sobre la distribución
geográfica, añadiendo que «sin especulación no hay observación buena ni
original», a la par que «creo que yo voy mucho más lejos que tú».

Wallace confió en el comentario de Darwin y le envió su ensayo de febrero


de 1858, On the Tendency of Varieties to Depart Indefinitely From the Original
Type ("Sobre la tendencia de las variedades a diferenciarse indefinidamente del
tipo original"), solicitándole que lo revisara y que se lo mandara a Charles Lyell si
creía que merecía la pena. El 18 de junio de 1858, Darwin recibió el manuscrito de
Wallace. Si bien en su ensayo no empleaba el término "selección natural",
esbozaba la mecánica de la divergencia evolutiva de las especies a partir de otras
similares debido a la influencia del medio. En este sentido, era muy similar a la
teoría que Darwin había desarrollado durante veinte años, pero que todavía
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estaba por publicar. Darwin le envió el manuscrito a Charles Lyell, junto con una
carta que decía «¡no podría haber escrito un mejor resumen! Incluso sus términos
figuran ahora en los títulos de mis capítulos... él no dice nada de publicarlo, pero
yo, desde luego, le escribiré y le ofreceré mandarlo a alguna revista».

Consternado por la enfermedad de su hijo recién nacido, Darwin planteó la


cuestión de la publicación a Lyell y Hooker, quienes decidieron, aunque Wallace
no lo había mandado con ese fin, publicarlo ante la Sociedad Linneana de Londres
el 1 de julio de 1858, acreditando a Wallace como codescubridor. Se presentó
junto con extractos de un ensayo que Darwin le había escrito a Hooker en 1847 y
una carta de Darwin a Asa Gray en 1857.

Wallace aceptó el acto a posteriori, contento de haber sido incluido en él. El


prestigio tanto social como científico de Darwin era mucho mayor que el de
Wallace, por lo que probablemente, sin Darwin, la perspectiva evolutiva de
Wallace no habría sido tenida en cuenta. El acto, a pesar de relegar a Wallace
como codescubridor, asoció a Wallace con Darwin, por lo que Wallace tuvo un
mayor acceso a los niveles más altos de la comunidad científica.

No obstante, el acto tuvo al principio una repercusión discreta, pues el


presidente de la Sociedad Linneana señaló en mayo de 1859 que el año anterior
no se había caracterizado por ningún descubrimiento notable; aunque, con la
publicación de Darwin de On the Origin of Species ("El origen de las especies") en
1859, comenzó a adquirir importancia. Cuando Wallace regresó al Reino Unido, se
reunió con Darwin y a partir de entonces los dos mantuvieron amistad.

Con el paso de los años, algunos han cuestionado esta versión de los
hechos. A inicios de la década de 1980, Arnold Brackman y John Langdon Brooks
escribieron dos libros en los que sugerían que no sólo había habido una
conspiración para robar y desacreditar a Wallace, sino que Darwin realmente le
había robado una idea fundamental a Wallace para acabar su propia teoría. A
partir de entonces un buen número de expertos han examinado en detalle todos
los escritos en busca de evidencias, sin encontrar nada convincente que lo
demuestre.

Tras la publicación de la obra "El origen de las especies" de Darwin,


Wallace se convirtió en uno de sus defensores más firmes. En 1863 un profesor
de geología de la Universidad de Dublín publicó un artículo en el que criticaba
duramente la obra de Darwin, alegando que las celdas hexagonales que fabrican
las abejas no podrían ser producto de la evolución mediante selección natural.
Wallace entonces publicó un pequeño artículo titulado Remarks on the Rev. S.
Haughton's Paper on the Bee's Cell, And on the Origin of Species ("Observaciones
sobre el artículo del Rev. S. Haughton de las celdillas de las abejas, y sobre el
origen de las especies"), en el que echaba por tierra las afirmaciones del artículo
en cuestión. Otra defensa destacada de la obra de Darwin que Wallace llevó a
cabo ocurrió en 1867, cuando el Duque de Argyll escribió el libro The Reign of
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Law, donde intentaba refutar la teoría de la selección natural. En respuesta,


Wallace escribió Creation by Law, artículo que se publicó en la revista The
Quarterly Journal of Science. Tras una reunión de la Asociación Británica en 1870,
Wallace le escribió a Darwin lamentándose de que «no quedan opositores que
sepan algo de historia natural, así que ya no hay buenas discusiones como las
que estábamos acostumbrados a tener».

Diferencias entre las ideas de Darwin y Wallace respecto a la selección


natural

Los historiadores de la ciencia han señalado que, aunque Darwin consideró


que las ideas expuestas en el artículo de Wallace eran esencialmente las mismas
que las suyas, ciertamente existían diferencias. Darwin enfatizó la competición
entre individuos de la misma especie para sobrevivir y reproducirse, mientras que
Wallace dio una mayor importancia a la influencia del medio para forzar a las
especies a adaptarse al entorno local.
También se ha señalado que Wallace entendió la selección natural como un
mecanismo de retroalimentación que mantenía a las especies adaptadas al
entorno. Como Wallace escribió en su artículo de 1858:

«La acción de este principio es exactamente la misma que la del


regulador centrífugo de lamáquina de vapor, el cual verifica y
corrige las irregularidades casi con anterioridad a que se hagan
evidentes; del mismo modo ninguna deficiencia en el reino animal
puede alcanzar una magnitud notable, ya que enseguida se
derrumbaría, haciendo difícil la existencia y provocando casi seguro
la extinción».

El antropólogo y cibernético Gregory Bateson escribió en la década de 1970


que, incluso considerando la cita como una metáfora, Wallace «dijo posiblemente
la frase de mayor fuerza de todo el Siglo XIX».Bateson volvió a escribir sobre el
tema en su libro Mind and Nature: A Necessary Unity ("Espíritu y naturaleza: una
unidad necesaria"), de 1979, y otros expertos han continuado explorando la
conexión entre la selección natural y la teoría de sistemas.

Coloración aposemática y selección sexual

En 1867, Darwin escribió a Wallace acerca de un problema que estaba


teniendo en comprender por qué algunas orugas pudieron haber adquirido colores
llamativos mediante el mecanismo de la evolución. Darwin había comenzado a
creer que la selección sexual, algo a lo que atribuía mucha mayor importancia que
Wallace, podría explicar la mayor parte de estos colores en animales. Sin
embargo, Darwin se percató de que esto no se podía aplicar a las orugas. Wallace
le respondió que él y Henry Bates habían observado que una buena parte de las
mariposas más espectaculares expelían un olor y sabor peculiar, y que John
Jenner Weir le había comentado que a las aves les resultaba incomestible un
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determinado tipo de polilla blanca muy común. Wallace escribió que, a su juicio,
parecía que aquella serie de colores llamativos servía como advertencia a los
predadores, pudiendo haberse desarrollado mediante selección natural. Darwin
quedó impresionado por aquella idea.

En una reunión de la Entomological Society, Wallace solicitó pruebas


relacionadas con aquel tema, por si alguien podía proporcionárselas. En 1869,
Weir publicó datos experimentales y observacionales sobre las orugas de colores
brillantes, los cuales eran consistentes con la idea de Wallace. La coloración
aposemática fue una de las muchas contribuciones de Wallace a la evolución de la
coloración animal en general y al concepto de coloración protectora en particular.
Este tema también estuvo presente en el desacuerdo que Wallace tuvo con
Darwin sobre la importancia de la selección sexual. En su libro Tropical Nature and
Other Essays ("Naturaleza tropical y otros ensayos"), de 1878, la coloración de los
animales y plantas es un tema ampliamente tratado, y propone explicaciones
alternativas para algunos casos que Darwin explicaba mediante la actuación de la
selección sexual. Wallace vuelve a tratar el tema en su libro Darwinism, publicado
en 1889.

En 1889, Wallace escribió Darwinism ("Darwinismo"), donde explicaba y


defendía la selección natural. En él, Wallace propuso la hipótesis de que la
selección natural podría dar lugar al aislamiento reproductivo de dos variedades al
formarse barreras contra la hibridación, lo que podría contribuir al desarrollo de
nuevas especies.

Wallace propuso el siguiente escenario: cuando dos poblaciones de una


misma especie han ido evolucionando por separado, adaptándose cada una de
ellas a las condiciones concretas de cada medio, con el paso del tiempo llegará un
momento en el que, si se cruzan, la descendencia híbrida estaría menos adaptada
que cada una de las poblaciones parentales y, en ese punto, la evolución tenderá
a eliminar estos híbridos. Además, bajo estas condiciones, la selección natural
favorecería el desarrollo de las barreras de hibridación, pues los individuos que
eviten la hibridación poseerán una descendencia más adaptada, contribuyendo así
al aislamiento reproductivo de las dos especies iniciales y formando nuevas. Este
mecanismo es conocido como Efecto Wallace.

Wallace ya había sugerido anteriormente a Darwin, mediante


correspondencia privada en 1868, que la selección natural podría ser uno de los
factores principales que impiden la hibridación, pero no había alcanzado tanto
detalle. Actualmente el Efecto Wallace sigue siendo un tema de investigación en
biología evolutiva. Se han realizado simulaciones por computadora y obtenido
resultados empíricos en torno a este tema, los cuales respaldan la validez de la
teoría.

En 1864, Wallace publicó el artículo "El origen de las razas humanas y la


antigüedad del hombre deducidas de la teoría de la selección natural", donde
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aplicó la teoría al ser humano. Darwin todavía no había abordado el tema


públicamente, aunque sí que lo hizo Thomas Huxley en su libro Evidence as to
Man's Place in Nature ("Evidencias de la situación del hombre en la naturaleza").

Poco después, Wallace se convirtió en espiritualista. Al mismo tiempo,


comenzó a mantener la idea de que la selección natural no podía considerar a los
genios matemáticos, artísticos, o musicales, así como las reflexiones metafísicas,
el ingenio o el humor. Finalmente, dijo que algo del «universo invisible del
Espíritu» había interferido al menos tres veces en la historia. La primera sería la
creación de vida a partir de materia inorgánica. La segunda, la inclusión de la
conciencia en los animales superiores. Y la tercera sería la generación de
facultades mentales superiores en el ser humano. También creía que la razón de
ser del universo era el desarrollo del espíritu humano.

Estos puntos de vista molestaron a Darwin, quien argumentó que no era


necesario recurrir al espiritualismo y que la selección sexual podría explicar
fácilmente algunas facultades mentales aparentemente independientes de la
adaptación. Mientras que algunos historiadores concluyen que la creencia de
Wallace de que la selección natural era insuficiente para explicar el desarrollo de
la consciencia y la mente humana fue provocada directamente por la adopción del
espiritualismo, otros expertos aseguran que Wallace nunca creyó que la selección
natural pudiera aplicarse a esas áreas.

Las reacciones de los naturalistas más destacados de la época en torno al


tema fueron variadas. Charles Lyell aceptó los puntos de vista de Wallace sobre la
evolución humana de manera más favorable que Darwin. Sin embargo, un buen
número de naturalistas, entre los que se encontraban Huxley, Hooker, o el propio
Darwin, criticaron estas ideas de Wallace. Como un historiador de la ciencia ha
señalado, los puntos de vista de Wallace en este tema contradecían dos de los
principios más fundamentales de la filosofía darwiniana que estaba comenzando a
emerger, los cuales son que la evolución no es teleológica y que de ningún modo
es antropocéntrica.

En muchos análisis de la historia de la teoría de la evolución, Wallace


aparece mencionado solamente de pasada como un "estímulo" para la publicación
de la teoría de Darwin. En realidad, Wallace desarrolló sus propios puntos de vista
sobre la evolución, los cuales divergían de los de Darwin, y fue considerado por
muchos (especialmente Darwin) como uno de los principales pensadores sobre
evolución en aquel momento, cuyas ideas no podían ignorarse. Un historiador de
la ciencia ha señalado que, a través de la correspondencia privada y los trabajos
publicados, Darwin y Wallace intercambiaron conocimiento y se estimularon
mutuamente durante un largo período, logrando con ello la formulación de nuevas
ideas y teorías. Wallace es el naturalista más citado en la obra de Darwin Descent
of Man ("El origen del hombre"), a menudo estando en desacuerdo.

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Wallace permaneció siendo un firme defensor de la selección natural


durante el resto de su vida. En la década de 1880, la evolución ya era
ampliamente aceptada entre los círculos científicos, pero Wallace, junto con
August Weismann, eran de los pocos biólogos prominentes que creían que la
selección natural era el mecanismo más importante de la misma. En 1889,
Wallace publicó su libro Darwinism ("Darwinismo") como respuesta a las críticas
científicas a la selección natural. De toda la obra de Wallace, este es el libro más
citado por las publicaciones académicas.

Ernst Walter Mayr (1904-2005)

Unidos de Norteamerica, fue uno de los


biólogos evolutivos más influyentes del
siglo XX. Fue, además un renombrado
taxónomo, explorador de los trópicos,
ornitólogo, historiador de la ciencia y
naturalista. Su obra contribuyó a la
revolución conceptual que llevó a la
síntesis moderna de la teoría de la
evolución y al desarrollo del concepto
biológico de especie.

Aunque su padre era un juez,


había una larga tradición de la práctica
médica en la familia. El padre de Mayr,
Otto, estimulado el interés por la
naturaleza, llevaba a sus hijos a largas
caminatas para estudiar la vida silvestre
local. Mayr, decía de sí mismo "he
nacido naturalista" fascinado por todo
en el mundo natural, pero sobre todo
por las aves.
Mayr nació en Kempten, Alemania y
murió en Massachusetts, Estados

La próspera familia Mayr sufrió la Primera Guerra Mundial y el posterior


colapso de la economía alemana. El padre de Mayr murió durante la guerra, y
Ernst, junto con su madre y hermanos fueron a vivir a Dresde.

Cuando era adolescente, vio un pato de pico rojo, que rara vez se ve al
norte de los Alpes, y envió su información al gran ornitólogo Stresemann en Berlín.
Éste quedó impresionado con el aprendizaje del joven y sus poderes de
observación y le instó a considerar una carrera en la zoología. Fiel a la tradición
médica de su familia, Mayr decide comenzar sus estudios de medicina en la
Universidad de Greifswald, pero su atracción por la vida salvaje era irresistible y al
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completar los estudios preclínicos, se traslada a la Universidad de Berlín para


estudiar zoología. Bajo la dirección de Stresemann, completó su Tesis Doctroal a
los 21 años.

Aunque ganó el nombramiento como asistente en el Museo de la


Universidad de
Berlín, Mayr estaba ansioso por emprender una expedición a un lugar remoto y
exótico, al modo de los grandes naturalistas del siglo XIX. Stresemann recomienda
Mayr a Lord
Walter Rothschild, banquero y naturalista que poseía la colección privada de aves
más grande del mundo, que se encuentra en su propio museo en Tring, Inglaterra.
Mayr, subsidiado por Rothschild, emprende una expedición de recolección a las
Indias Orientales Holandesas (hoy, Indonesia). La misión de Mayr lo llevó
profundamente en el interior de Nueva Guinea. En esta expedición encontrará
numerosas especies de plantas y animales desconocidos para la ciencia
occidental. A lo largo de su carrera, nombraría a 26 nuevas especies de aves y 38
nuevas especies de orquídeas.

En 1931, Mayr aceptó una invitación para formar parte del personal del
Museo Americano de Nueva York. Lord Rothschild decidió vender su atesorada
colección de aves, y Mayr arregló para que fuera vendida al Museo Americano,
donde se convirtió en el principal componente de la colección que Mayr atendería
para los próximos 20 años.

Mayr estaba en Nueva York cuando los nazis tomaron el poder en su


Alemania natal, Así se estableció permanentemente en los Estados Unidos. En
1935, se casó con Margarete Simon. Su matrimonio duró más de 55 años, hasta
1990 em que muere su esposa.

Sin posibilidades de realizar viajes científicos al Sur del Pacífico como


consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, Mayr se dedicaría a atender las
colecciones del Museo y se fue interesando cada vez más en el estudio de la
biología evolutiva, que había llegado a un callejón sin salida a principios de 1940.

El padre de la teoría de la evolución, Charles Darwin, describió el proceso


de evolución dentro de una especie dada por medio de la selección natural, pero
nunca había sido capaz de explicar el proceso a través del cual los descendientes
de un ancestro común pueden divergir tan marcadamente como para convertirse
especies diferentes. El redescubrimiento, a principios del siglo XX, de la obra de
Gregor Mendel, suministra una nueva pieza del rompecabezas. En la década de
1940, los científicos que estudian la evolución genética se basaron en gran
medida en modelos matemáticos; pocos de ellos tenían la experiencia de campo
de la observación de diversas especies en la naturaleza.

Mayr trajo justo tal experiencia, encontrando un enfoque más constructivo


en el trabajo del genetista ruso Teodosio Dobzhansky. En ese momento, una de

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las mayores dificultades en la teoría de la evolución era la falta de una definición


clara de lo que realmente constituye una especie. Sin una definición clara era
imposible responder a la pregunta de cómo las especies divergen.

En su libro de 1942, Systematics and the Origin of Species, Mayr esbozó el


concepto de "especie biológica." Basándose en los trabajos de Dobzhansky, entre
otros, Mayr cambió el paradigma de forma permanente mediante la definición de
una especie como un grupo cuyos miembros pueden cruzarse solamente uno con
el otro. Este concepto de especie biológica es el que se acepta actualmente con
mayor aprobación de la comunidad científica. Mayr describe también el proceso de
especiación alopátrica, considerándolo como el modelo predominante de la
evolución

En 1953 Mayr aceptó el nombramiento como profesor de Zoología de la


Universidad de Harvard, donde permanecería el resto de su larga vida productiva.
De 1961 a 1970, también se desempeñó como Director del Museo de Zoología
Comparada de dicha universidad.

Mayr mantuvo conflictos frecuentes con científicos que enfocaban sus


apreciaciones desde el reduccionismo de la genética molecular, a los que criticaba
por la desconsideración que hacían de los factores ambientales que actúan sobre
los organismos, sus poblaciones y las especies.

En la década de 1970, el trabajo de Mayr se volvió cada vez más a la


definición de una filosofía de la Biología. Él escribió prolíficamente sobre la historia
de la biología, especialmente sobre la historia de teoría de la evolución, en obras
como The Growth of Biological Thought: Diversity, Evolution and Inheritance
(1982), One Long Argument: Charles Darwin and the Genesis of Modern
Evolutionary Thought (1991) y This is Biology: The Science of the Living World
(1997). Así como Stresemann había servido a Mayr como mentor, Mayr a su vez
encontró un protegido prometedor en el joven zoólogo Jared Diamond. Sus
décadas de trabajo culminaron en la publicación de Las Aves del Norte Melanesia
en 2001. En ese mismo año publica What Evolution Is. Basic y en 2004 What
makes biology unique? Considerations on the Autonomy of a Scientific Discipline

A lo largo de su vida, Ernst Mayr recibió todos los premios posibles para un
científico en su campo, incluyendo la Medalla Nacional de la Ciencia, el Premio
Internacional y el Premio Balzan.
Mayr se retiró oficialmente en 1975, pero se mantuvo en Harvard como
profesor emérito. Él publicado más de 200 artículos después de que él se retiró,
más que la mayoría de los científicos publican en una vida. Él todavía estaba
publicando cuando murió a la edad de 100 en 2005.

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La idea de Mayr sobre la Biología

Mayr defendió que, a diferencia de la física, la biología no se fundamenta


tanto en leyes como en conceptos:

Si uno llega a la conclusión de que no existen leyes naturales en la


biología evolutiva, hay que preguntarse, en las teorías biológicas
¿qué puede uno entonces tomar como base? La opinión
ampliamente adoptada es que las teorías de la biología evolutiva se
basa en los conceptos en lugar de leyes, y esta rama de la ciencia
sin duda tiene abundantes conceptos sobre las teorías de base.
Permítanme mencionar conceptos tales como la selección natural,
lucha por la existencia, competencia, biopoblación, adaptación, éxito
reproductivo, selección de la hembra, y dominación masculina. [...]
Como consecuencia, una filosofía de la física basada en leyes
naturales resulta ser algo muy distinto de una filosofía de la biología
basada en conceptos

Mayr ,2001

Mayr y su concepto biológico de especie

Una de las mayores contribuciones teóricas de Mayr fue su definición del


concepto de especie. Junto con Dobzhansky, Mayrpropuso el concepto biológico
de especie según el cual, una especie es un grupo (o población) natural de
individuos que pueden cruzarse entre sí, pero que están aislados
reproductivamente de otros grupos afines. Éste es el concepto más ampliamente
aceptado: la definición biológica de especie implica evolutivamente asumir que es
una población reproductivamente aislada, por lo que constituye un linaje evolutivo
separado y que es reforzado por una serie de barreras que pueden ser de carácter
geográfico o biológico. No obstante, el concepto biológico de especie tiene varias
limitaciones: en primer lugar, es inaplicable a organismos fósiles; en segundo
lugar, no puede aplicarse a organismos que se reproducen asexualmente; por
último, existen muchos casos de hibridación, especialmente en plantas vasculares,
en los que se produce descendencia fértil y que permanecen como unidades
genéticas y evolutivas independientes.

Mayr admitió que su definición de especie no se aplica a organismos asexuales,


pero la objeción de la hibridación le condujo a una redefinición del concepto de
"mecanismos de aislamiento" como "propiedades biológicas de los individuos que
previenen el entrecruzamiento [fusión] de las poblaciones". Los mecanismos de
aislamiento, por tanto, no siempre previenen el entrecruzamiento ocasional, pero
sí la fusión completa entre las dos especies.

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Stephen Jay Gould (1941-2002)

Fue uno de los científicos más conocidos y ampliamente leidos de finales


del siglo XX. Si bien fue paleontólogo y profesor de la Universidad de Harvard,
Gould hizo sus mayores contribuciones a la ciencia como el principal divulgador de
la teoría evolutiva. Sus columnas mensuales en la revista Natural History y sus
populares obras sobre evolución le han generado numerosos premios,
transformándose en uno de los autores de ciencia más leidos.

Por más de 30 años Gould trabajó como Profesor de Zoología, de Geología,


de Biología y de Historia de la Ciencia en la facultad en la Universidad de Harvard,
así como curador de la sección de paleontología de invertebrados en el Museo de
Zoología Comparada.

Cuando tenia cinco años de edad,


Stephen Jay Gould quedo maravillado
con el imponenete esqueleto de
Tyrannosaurus en el American Museum
of Natural Historia, y desde ahí decidió
pasar su vida estudiando fósiles. Nunca
consideró otra carrera que no fuera la
paleontología. Para su tesis doctoral
investigó la variación y evolución en un
el Caracol de tierra Burmudian, anclando
su teorización en un intenso escrutinio
de un solo grupo de organismos, como
Darwin había hecho con percebes. En
un momento dado, esperaba encontrar
una correlación entre la variación de los
caracoles y las diferentes condiciones
ecológicas, pero los tamaños de los
caracoles, colores y formas de concha
parecía variar independientemente del
medio ambientete local.

Impresionado con la importancia de los factores no selectivos en evolución,


también se interesó en las limitaciones estructurales: cómo pe-queños cambios
en una característica deben alterar varios otros dentro límites definidos, a lo que
Darwin habían llamado"correlación de las partes".

Gould también se interesó por las características con imprevisto valor


adaptativo. Fue coautor, con Richard Lewontin, de un influyente trabajo inspirado
en las enjutas (características arquitectónicas geométricas decoradas con
impresionantes pinturas religiosas) de ciertas catedrales medievales. Mientras que
los historiadores del arte habían analizado su estética distintiva, la mayoría había
olvidado el humilde origen de éstas como consecuencia inevitable de ingeniería
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para distribuir las tensiones estructurales generadas en esos tipos de cúpulas.


Como ejemplo biológico, Gould señala que el mentón humano, a menudo citado
como "avanzado" en las comparaciones con primates "inferiores", no guarda
ninguna correlación especial con la inteligencia superior. Es, al igual que las
enjutas, un resultado incidental de tensiones y factores de crecimiento en la
mandíbula humana.

A Gould se lo dentifica estrechamente con la influyente idea de los


“equilibrios puntuados”, aunque en realidad se originó con el paleontólogo Niles
Eldredge y fue desarrollada, luego, por ambos ellos conjuntamente. Estudios
detallados de Eldredge sobre trilobites le recordaron un un patrón que había
impresionado a Thomas Henry Huxley: el registro fósil parece mostrar
"explosiones" de especiación, después de largos períodos de estabilidad. La
respuesta de Darwin era que el registro fósil conocido era, por entonces,
demasiado vago e incompleto como para proporcionar evidencias de “saltos
evolutivos”. La enorme acumulación de evidencia paleontológica en el último siglo
no es compatible con la idea de Darwin de una tasa de evolución constante y
gradual. La serie de trilobites de Eldredge sugirió, en cambio, la presencia de
episodios relativamente cortos de rápida evolución seguida por largos períodos de
estabilidad, lo que confirma la impresión de Huxley. Gould tomó esta idea con
entusiasmo; era hora de reconocer que tales patrones episódicos en las rocas,
probablemente reflejan la realidad de la historia de la vida. Por la década de 1980,
el "Punctuacionismo" había llegado a ser ampliamente adoptado y demostró ser
una hipótesis fructífera para la generación de nuevos conocimientos e
investigaciones.

Aunque uno de los héroes de toda la vida de Gould fue Charles Darwin,
cuyos logros celebra en libros como Desde que Darwin (1977) y El pulgar del
panda (1980), él se reconoce irreverente hacia la Teoría Sintética de la Evolución
ortodoxa que ha prevalecido en Biología desde 1940. Insatisfecho con los límites
del poder explicativo de esa teoria, él estuvo abierto a explorar otros mecanismos
y enfoques posibles para complementar la tradicional selección natural.

Uno de sus planteamientos fue hacer hincapié en la jerarquía de los niveles


en los que evolución opera; bioquímica, genética, embriológico, fisiológica,
individual, sociales, especies, linajes. Gould considera que las acciones que
pudiera generar la selección en cualquiera de estos niveles, producen efectos
significativos en el nivel por encima o por debajo de ella.

Los opositores del punctuacionismo, como Richard Dawkins, se quejan de


que Gould ha establecido la falacia del "hombre de paja" del gradualismo
darwinista y que el “salto evolutivo” ya había sido discutido hacía años por Ernst
Mayr y George Gaylord Simpson.

Gould mantiene que el cambio "por grados insensibles y lentos" permaneció


como idea central en el pensamiento darwiniano. Y al tiempo que reconoce ideas

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de sus predecesores, Gould sostiene que a menudo se trata de un cambio de


énfasis y enfoque en lugar de una idea radicalmente nueva.

El éxito de Gould como un autor popular es otro objetivo tentador para sus
críticos, él no rehuía a las controversias públicas. Se presentó ante Comités del
Congreso de E.U.A. en cuestiones ambientales, fue un testigo en el juicio Scopes
Arkansas II respecto a la enseñanza de la evolución en las escuelas públicas y fue
prominente en hablar en contra de pseudo-científica del racismo y el determinismo
biológico.

3. Una mirada desde la Historia de la Ciencia.

a. Elabore una Línea de Tiempo indicando los principales postulados de las


teorías de cambio biológico propuestas por Buffon, Lamark, Cuvier, Darwin, Mayr
y Gould.

b. Usted es un historiador de la ciencia y epistemólogo, especialista en historia


del pensamiento evolutivo, el cual ha sido recientemente convocado para escribir
sobre las propuestas evolutivas de Charles Darwin. El editor de una importante
revista le solicitó que escriba una columna a propósito de la conmemoración del
“Año Darwin” con las siguientes características:

b.1.) Extensión máxima: 20 renglones

b.2.) En su escrito debe exponer el surgimiento de las principales ideas de Charles


Darwin, enmarcadas en el contexto histórico de producción. Para ello, debe incluir
en su narración los siguientes núcleos conceptuales (subráyelos en el texto), en el
orden que considere apropiado: población – azar – cambio – variabilidad – viaje en
el Beagle – selección natural – Malthus – realismo – Mendel –especies – herencia
– evolución – fijismo – dogma cristiano – reproducción diferencial

b.3) en su narración debe exponer al menos un factor externo y un factor interno


para explicar el surgimiento de las propuestas evolutivas en Charles Darwin.
Indíquelos en el cuerpo del texto subrayándolos con distintos colores e
identifíquelos en una leyenda.

c. Analice el caso puntual de Lamarck y Cuvier que se presenta a continuación y


discuta qué relación existe entre las reconstrucciones históricas y la “historia real”.
¿Qué relación tiene esto con el quehacer del biólogo evolutivo?

La teoría de Lamarck generó numerosas discusiones entre los


naturalistas de la época, quienes en su mayoría se resistían a
considerar explicaciones que resultaran contradictorias con el relato
bíblico. Al frente de las discusiones, en defensa de la postura
creacionista, se encontraba Cuvier, quien gozaba entonces de gran
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prestigio científico y mantenía fuertes vinculaciones con el poder


político y religioso de Francia. Al mismo tiempo, los aspectos más
vulnerables de la propuesta de Lamarck, tales como la invocación del
“sentimiento interior”, constituyeron el blanco de numerosas críticas. En
este contexto, la fuerte controversia planteada entre los argumentos de
Lamarck y la postura fijista de la escuela de Cuvier concluyó en un
estancamiento de las ideas transformistas. Lamarck fue silenciado y
marginado como científico.
Actualmente podemos reconocer en su obra una pieza fundamental del
pensamiento evolutivo y una muestra de la audacia intelectual y de la
creatividad científica de un gran pensador solitario.
(…)
Después del eclipse de las ideas de Lamarck, se produjo un largo
letargo del pensamiento evolucionista. Recién cincuenta años después,
el naturalista inglés Charles Darwin expuso, en su libro “El origen de las
especies por medio de la selección natural” (1859), una teoría
convincente que explicaba cómo se había producido el cambio de los
seres vivos a lo largo del tiempo.

La otra cara de la historia

Algunos historiadores de la ciencia, particularmente en Francia, ponen


en duda los términos en los que se narra la historia de conflictos entre
Lamarck y Cuvier. Por un lado, se destaca la necesidad de identificar
con precisión las ideas sobre las cuales ambos naturalistas estaban en
desacuerdo, por otro lado, se analiza si efectivamente la posición
privilegiada de Cuvier en relación con el poder político y religioso de la
época es un factor relevante para comprender el eclipse de las ideas
de Lamarck.
Con respecto a las ideas, Lamarck observaba que muchas especies
fósiles eran semejantes (“análogas”) a especies vivientes conocidas.
Por el contrario, en el caso de los vertebrados fósiles en los que se
especializaba Cuvier, era raro encontrar especies semejantes a las que
viven en la actualidad. Lamarck llegó a la conclusión de que no
pudieron producirse catástrofes destructoras de toda la vida en la
Tierra ya que numerosas especies de invertebrados tenían continuidad
en el registro fósil; de modo que la universalidad de las catástrofes
proclamadas por Cuvier, entonces, no tenía validez. Por lo tanto,
Lamarck inició una discusión abierta contra la doctrina catastrofista de
Cuvier, quien entonces desplegó su argumento defensivo. Es indudable
que sus ideas catastrofistas confortaban a los partidarios de la Biblia,
sobre todo de Inglaterra. Pese a ello, entre 1820 y 1830, muchos
científicos eminentes abandonaron la creencia en las catástrofes
naturales y comenzaron a inclinarse hacia la idea de una continuidad
en los procesos que ocurren en la naturaleza. En este sentido,

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Lamarck se impuso a Cuvier en su posición anticatastrofista, es decir,


una visión histórica que supone la continuidad de la vida a lo largo del
tiempo.
Según algunos autores, Cuvier nunca se enfrentó directamente con
Lamarck, aunque sí debatió en contra de las ideas de transformación
de las especies. Al mismo tiempo, sugieren que no hay indicios
confiables que permitan afirmar que Cuvier haya utilizado sus altas
funciones para silenciar a Lamarck. En la interpretación de estos
autores, la versión más difundida de la historia de esta controversia
parece haberse plasmado a fines del siglo XIX, cuando naturalistas e
historiadores franceses se propusieron resaltar la figura de Lamarck
enfatizando su condición de pensador desconocido y perseguido. Cabe
ahora preguntarse, cuáles podrían ser las motivaciones de esta
iniciativa.
Como veremos más adelante, la argumentación brillante de Darwin,
fundada en una gran cantidad de hechos, superó la propuesta de
Lamarck. El Museo de Historia Natural de París sufrió un duro golpe a
su orgullo. Una estatua de Lamarck, erigida en 1908, que se encuentra
en el actual Jardín de Plantas de París ilustra bien esta historia: un
bajorrelieve en bronce muestra a la hija de Lamarck consolando a su
padre viejo y ciego con estas palabras: “La posteridad te admirará, ella
te vengará, padre”. Más arriba se lee, “Lamarck, fundador de la
doctrina de la evolución”. De esta manera, la sociedad científica
francesa habría reivindicado su prioridad sobre las ideas evolutivas,
dando a Lamarck la figura del genio silenciado.
¿Cómo debe entonces leerse este tramo de la historia? Por cierto, no
hay una única lectura. Distintos historiadores o corrientes
historiográficas recuperan y enfatizan distintos aspectos. Así como los
modelos de la ciencia son construcciones sociales, profundamente
influidos por la cultura en la que son gestados, la historia de la ciencia
también refleja los sesgos y las complejidades de la mirada de los
historiadores y de sus respectivos contextos sociales y culturales.

Extraído de: Massarini, A. & A. Schnek. 2006. Evolución: historia de la vida. Libro en 10
módulos. Ed. CePA..

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