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ISLAS DE HISTORIA

"La muerte del capitán Cook


Metáfora, antropología e historia

por

Marshall Sahlins

edisa
1 editorial
T ítu lo d el o rig in a l e n in g lé s:
Is la n d s o f H is toy
© 1977 by T h e U n iv e r s ity o f C hicago

rD 'a d u c ció n : B e a triz L ópez

R e v is ió n Técnica: Lic. C a rlo s R eynoso

D ise ñ o de c u b ie r ta : M a rc V alls

C u a r ta re im p re s ió n : S e p tie m b re de 2008, B a rc elo n a

D erec h o s r e s e rv a d o s p a r a to d a s la s ediciones en c a s te lla n o

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Im p re so p o r S a g ra fic

Im p re so e n E s p a ñ a
P r in te d in S p a in

Q u e d a p ro h ib id a la rep ro d u c c ió n to ta l o p a rc ia l p o r c u a lq u ie r m ed io de
im p re sió n , e n fo rm a id é n tic a , e x tra c ta d a o m o d ificad a, en c a s te lla n o o en
c u a lq u ie r o tro id io m a.
INDICE

In tr o d u c c ió n ........................................................................................................ 9

1. S u p le m e n to A l V iaje D e C o o k L e Calcul sa u va g e........................ 21

I. Venus observada: la historia................ !....................................... 21


II. Venus de nuevo observada: la etnografía del am or.................. 28
n i. Estructuras performativas................................................................ 42

2. O t r o s Tiem pos, O t r a s C ostum bres: La antropología


de la h isto ria ........................................................................................... 47
La historia heroica......................... 49
M ito-praxis.................................................................................................... 64
U na antropología histórica, estructural................................................. 78

3. E l R ey E xtranjero o D umézil E ntre L os F d ia n o s .................... 80

4. E l C apitán Jam es C ook o E l D ios M oribundo .......................... 105

I. “Una cadena de sucesos que no podía preverse ni


evitarse” ................................. 105
II. Nanâ i ke Kumu: Mira a la fu e n te................................................. 109
III. La historia o la m ito-praxis............................................................. 118

5. Estr uctura e H ist o r ia ........................................................................... 129

Fenom enología de la vida sim bólica...................................................... 134

B ib l io g r a f ía ......................................................................................................... 145

Indice T e m á t ic o .................................................................................................. 157


5

Estructura e historia
Bien, pero ¿no ves, C ratilo, que el que sigue a los nom bres en la búsqueda de las
cosas, y analiza sus significados, corre el grave riesgo de ser engañado?
Platón, Diálogos, Cratilo.

Habían existido tiem pos m ejores en las relaciones entre los hawaianos y
los europeos com o, por ejem plo, los de los prim eros m om entos de su encuentro,
más de un año antes de la m uerte de Cook: encuentro m arcado por el aloha con
que los isleños saludaron a sus “descubridores”.
El 20 de enero de 1778, cuando el R esolution y el D íscovery anclaron por
prim era vez en W aim ea, K au a’i, casi instantáneam ente com enzó un tráfico
satisfactorio entre los británicos y los hawaianos del com ún, en tierra y a bordo
de los barcos.1L a gente del lugar proporcionaba alim entos a cam bio de objetos
de hieiTO, que recibían con avidez cualquiera fuese su forma. Las mujeres de las
canoas que flanqueaban los barcos ya estaban haciendo sus famosas e
inequívocas propuestas a los marineros, “sus intenciones de gratificam os con
todos los placeres que pueda brindar el sexo” (D iario de navegación de King: 20
de enero de 1778). C om o sabem os, las m ujeres pronto lograron satisfacer sus
dem andas, a pesar de los tabúes sexuales que había im puesto el capitán Cook a
sus propios hom bres. A sí com enzó una carrera de violaciones de los tabúes por
parte de las m ujeres del pueblo que com o los jefes y sacerdotes hawaianos pronto
descubrieron se aplicaba igualm ente a sus propias prohibiciones sagradas.
Al tercer día de estar en K au a’i el barco del capitán C ook, el Resolution,
fue desviado hacia el m ar por los vientos desfavorables mientras trataba de
cam biar de atracadero en la bahía de W aimea. E l D iscovery, capitaneado por
Clerke, perm aneció, y a la m añana siguiente volvió a ser rodeado una vez más
por las num erosas em barcaciones pequeñas de la gente común. Pero este
com ercio pacífico fue interrum pido de pronto por la aparición de una gran canoa
doble que llevaba al jefe más sagrado de la isla, llam ado Kaneoneo. De manera
perentoria, se ordenó salir a las canoas del paso para que el jefe pudiese hacer su
propia aparición exclusiva ante la presencia de los británicos. A quí tenemos que
recordar algo: los haw aianos consideraban que estos seres extraordinarios
surgidos del cielo m ás allá del horizonte eran, com o el jefe mismo, de origen
divino. H abían venido desde la patria espiritual de los jefes y los dioses, Kahiki
— o, en el dialecto de K au ia’i, “Tahiti”— pues en realidad los británicos
adm itieron que “O taheite” (Tahiti) había sido su últim o puerto.

1 En la p rim era secció n de e ste trab ajo , resum o b rev em en te algunos acontecim ientos y
p roceso s h istó rico s e x am in ad o s en m a y o r detalle en ilis to r ic a l M etaphors (S ahlins, 1981). La
finalid ad será to m a r y d e sa rro lla r la te o ría h istórica de ese trab ajo anterior.

129
Cuando el sagrado K aneoneo iba hacia los barcos, sin em bargo, los
hawaianos del com ún no le abrieron paso con suficiente rapidez. M ás de un cro­
nista británico registra con cierta sorpresa que inm ediatam ente, y “ sin esforzarse
mínim am ente en esquivarlos, el je fe se lim itó a atropellar a los que encontraba
en su cam ino, dejando a los ocupantes de cuatro canoas nadando en m edio del
naufragio.”2 Más tarde ese m ism o día, se repitió el incidente cuando la m ism a
em barcación real fue a invitar al capitán C lerke a bajar a tierra, donde Kaneoneo
había preparado una adecuada recepción polinesia (con regalos) para el capitán
inglés. E n esta segunda ocasión, relata el astrónom o Bayly, la presencia de la
canoa del je fe bastó para hacer salir huyendo a los súbditos “con la m ayor preci­
pitación, y pronto no entendim os nada pues en cuanto la canoa del rey se topaba
con cualquier otra canoa les pasaban por encim a, derribando a todos los que se
pusiesen a su alcance, de m odo que los ocupantes se veían obligados a saltar y
zam bullirse para evitar que los golpeasen en la cabeza y a dejar que se llevasen
por delante a sus canoas” (Diario: 24 de enero de 1778).
A hora bien, K aneoneo era un je fe que reunía los tabúes más importantes.
V astago de un m atrim onio entre herm anos, ese tipo de jefe es “ llamado divino,
akua” (M alo, 1951: 54). C uando va al extranjero, la gente debe prosternarse con
la cara contra el suelo, el hom enaje que los haw aianos tam bién rindieron a Cook.
Y po r eso K aneoneo atropelló a las canoas de sus vasallos. E stos [ueron captura­
dos en un doble lazo haw aiano: al prosternarse con la cara contra el piso de las
canoas cuando apareció el je fe sagrado, no pudieron a la vez salirse de su cam ino.
Tom o este incidente com o paradigm a resum ido del posterior curso de la
historia hawaiana: de las cam biantes relaciones entre los jefes y los vasallos,
m arcadas por form as de opresión sin precedentes, que tuvieron su origen en sus
respectivas relaciones con los aventureros europeos, en especial con el número
creciente de com erciantes arriesgados. Este conflicto original entre los haw aia­
nos no sólo constituye un paradigm a; sintetiza adem ás una posible teoría de la
historia, de la relación entre estructura y acontecim iento, a partir del postulado
de que la transform ación de una cultura es uno de los m odos de su reproducción.
Cada uno a su m anera, vasallo o jefe, reaccionó ante los extranjeros divinos de
acuerdo con sus propios intereses y concepciones habituales. Al enm arcar el
acontecim iento extraordinario en las form as culturales tradicionales, recreaban
las distinciones adm itidas del status hawaiano. El resultado será reproducir.la
cultura haw aiana constituida. P ero, para decirlo una vez más: el mundo no tiene
la obligación de adaptarse a la lógica que em plean algunas personas para con­
cebirlo. Las condiciones específicas del contacto europeo dieron origen a formas
de oposición entre los jefes y el pueblo que no estaban pre vistas en sus relaciones
tradicionales. A quí hay un segundo postulado de nuestra posible teoría: que en
la acción o en el m undo — técnicam ente, en los actos de referencia— las

2 E ste incidente se d e sc rib e en C ook y K ing (1784, 2: 245-4), el d iario d e K ing (29 de enero
de 1778) y el d iario d e B u m e y (24 d e e n ero d e 1778), e n tre otros; en e special un b uen relato aunque
lig eram en te d ife re n te d e B ayly (D iario: 24 d e en ero de 1778). A sim ism o en e l d iario de C lerke (A dm .
5 5/22: 24 de en ero d e l7 7 8 ) se d e sc rib e la v isita sig u ien te de K aneoneo ai D iscovery.

130

categorías culturales adquieren nuevos valores funcionales. Cargados con el


mundo, los significados culturales son por lo tanto alterados. Se deduce que las
relaciones entre las categorías cambian: la estructura se transforma.
En prim er lugar, entonces, señalam os los fundam entos tradicionales de las
reacciones de los haw aianos ante la presencia de los británicos. En lo que se
refiere a la gente del común, los hom bres y las m ujeres en sus respectivas
m odalidades hicieron espontáneas propuestas de intercam bio con la gente de
Cook, lo que redundó notablem ente en un anim ado com ercio m aterial. Este
sim ple pragm atism o fue especialm ente característico de la conciencia cultural
— el habitas— de los vasallos haw aianos, a diferencia de sus jefes y sacerdotes
(véase el Capítulo 2). En concreto, la conducta de la gente era la adecuada al
interés que los haw aianos llaman ‘¿mi haku, ‘buscar un señor’. Y fue la
contrapartida del sistem a heroico de dom inación aristocrática. El principio
global, fundamental, de la organización era la jerarquía m ism a, expresada en el
aloha recíproco pero desigual m anifestado entre el pueblo y el jefe que tenía su
tierra com o patrim onio propio. M ás allá de los parientes inm ediatos, las
relaciones de los vasallos entre sí pasaban por los jefes gobernantes (“ solidaridad
jerárquica”). Por su paite, los jefes, po r sus propias conexiones con el reino del
espíritu (Kahiki), eran los mediadores de las relaciones entre la totalidad social
y el cosm os. De ahí, los famosos requerim ientos sexuales de las mujeres
haw aianas del com ún a los dem asiado dispuestos tripulantes de los barcos de
Cook. Era su manera de “encontrar un señor”: vínculos hacia arriba que
establecerían relaciones de parentesco y derechos con las autoridades. De modo
que si los británicos fueron recibidos con una efusión del tradicional aloha, corno
todavía sucede con los turistas que llegan a Haw aii, fue con la m ism a síntesis
interesada de libido y lucro.
P or otra parte, considérese de cerca el com portam iento del je fe sagrado de
K anua’i, K aneoneo. El status cosm ológico de los jefes gobernantes entrañaba su
propia m ediación privilegiada con el divino extranjero. P or consiguiente, la
llegada de Cook en 1778 situó en su lugar cierta “estructura de la coyuntura”
histórica: un sistem a de relaciones destinado a influir en el curso ulLerior del
com ercio europeo y de la política haw aiana. Los británicos eran para los
haw aianos en general lo que los jefes haw aianos eran para su propio pueblo. Sin
em bargo, en el com ienzo las consecuencias eran equívocas o incluso peligrosas.
Pues, según las versiones hawaianas de la teoría de los reyes extranjeros, el
reinado del gobernante sagrado procedente de K ahiki es fundado m ediante la
usurpación de la dinastía existente. E n realidad, en cada coronación— com o en
cada cerem onia anual del M akahiki— el rey tom a el poder, “celebra una
victoria” com o dice Hocart, haciendo a su predecesor víctim a de un sacrificio o
de un hechizo. De ahí la am bivalencia inicial del acercam iento de K aneoneo a
los barcos de Cook: el rey apareció recién al cuarto día, por ejem plo, mucho
después que el pueblo. El com portam iento de K aneoneo sería repetido por otros
im portantes jefes en las décadas siguientes; de vez en cuando se aproxim aban a
los barcos unos días después que la gente com ún y con la m ism a dem ostración
am bigua de dignidad y circunspección. En el caso de Kaneoneo, cuando final­
mente subió a bordo deJ D iscovery, sus asistentes le im pidieron ir más allá de la
planchada donde form ando un círculo de protección a su alrededor, no toleraron
que ningún inglés salvo el capitán Clerke se acercase a él.
Pero luego el com portam iento de Kaneoneo, su indesición, le acarreó
contradicciones prácticas con su propio pueblo. El curso de este conflicto puede
trazarse a partir de las categorías de la cultura tradicional, com o un vector de las
diferencias habituales entre la gente común y el jefe sagrado. N o sólo corres­
pondía al jefe tener la prioridad en las relaciones con el divino extranjero. E ra el
prim ero en todo: el prim ero en nacer, el prim ero en actuaren la guerra o en la paz,
el que inicia el año agrícola con sacrificios apropiados y recoge los tributos de
los prim eros frutos. E sta condición de ser siem preel prim ero es lo que hace que
el funcionario político de la sociedad sea igual a la acción creativa de la
divinidad. Y si bien los derechos de precedencia de K aneoneo lo llevaron a una
violenta oposición con la gente que se hallaba en su cam ino, la conexión privi­
legiada del jefe con los dioses siem pre se mantiene p o r el sacrificio de hombres
fuera de la ley, es decir, de violadores de los tabúes reales.
En las décadas posteriores a la fatal visita de Cook, los jefes y los vasallos
haw aianos, hom bres y m ujeres, tabúes rituales y bienes m ateriales, todos
participaron del intercam bio práctico con los europeos en m odos que alternaron
sus significados y relaciones habituales. Y siempre las revaloraciones funciona­
les aparecen com o extensiones lógicas de las concepciones tradicionales. La
estructura dom inante de la situación inicial, es decir, que los jefes se diferencia­
ban de su propio pueblo del m ism o m odo en que los europeos eran diferentes de
los haw aianos en general, llegó a ser un concepto de identidad personal, del cual
resultó un orden de econom ía política. Los jefes se apropiaron tím idam ente de
los personajes de la nobleza europea y de estilo europeo adecuado de vida
suntuaria. El fam oso K am eham eha, conquistador de las islas entre 1795 y 1810,
nunca se cansaba de preguntar a los visitantes europeos de paso si no vivía “com o
el rey Jorge” . Ya en 1793, tres de los jefes hawaianos dom inantes habían dado
a sus hijos y herederos l a ’designación de “rey Jorge” (Bell, 1929: 64). A
principios del siglo x ix se puso de gran moda en Hawaii asum ir las identidades
de europeos prom inentes. V éase este relato de un com erciante norteam ericano
sobre una reunión de notables haw aianos en 1812:
En la carrera de caballos observé a B illy Pitt, G eorge W ashington y B illy C obbet
que cam inaban ju n io s de la m anera más fam iliar... m ientras que en el centro de otro
grupo, C harley Fox, T hom as Jefferson, James M adison, B o n n e p arty T om Paine
se veían igualm ente am istosos entre ellos (Cox, 1832; 44).

En esa fecha tam bién Cox (alias K ahekili K e’eaum oku) era el gobernador
de M aui, John A dam s (alias K uakini) pronto sería gobernador de H aw ai’i;
m ientras que el m encionado Billy P itt (Kalaimoku) era “prim er m inistro” del
reino. M ás o m enos en el m ism o período, que se caracterizó p o r el lucrativo
com ercio del sándalo, se desarrolló una intensa com petencia por el status en la
aristocracia haw aiana. D icha com petencia adoptó la form a d e un consum o
ostentoso de artículos de lujo extranjeros: empero el mana se había asociado
tradicionalm ente con un estilo de brillantez celestial. El artículo principal era la
ropa l'ina y las m odas cam biaban abruptam ente puesto que — com o se lamentaba
un com erciante de Boston, por una carga inservible de sedas de una clase que ya
había llevado o u o barco el año anterior— el objetivo de los jefes era tener algo
“que no hubiesen visto nunca antes”.3 Pronto los más finos tejidos de China y
Nueva Inglaterra, acum ulados en inútil sobreabundancia, se pudrían en los
depósitos de los nobles, para ser finalmente arrojados al océano.
Sin em bargo el acceso del pueblo al m ercado se m antenía seriamente
restringido, incluso en lo relativo a artículos prácticos y de uso doméstico. En
cam bio, sus productos ingresaban en el com ercio europeo com o tributos o rentas
cobrados por los jefes sobre líneas scm iiradicionalcs y gastados por cuenta de los
propios jefes. La historia inicial del com ercio del hierro ya había probado que las
autoridades eran capaces de organizar el com ercio para satisfacer sus propias
necesidades a expensas de las de los vasallos. A m ediados de la década de 1790,
los jefes gobernantes tenían un exceso de herram ientas de hierro y ni siquiera
miraban una azuela más, de modo que el com ercio europeo se derivó notable­
m ente hacia los m osquetes y las telas, m edios y sím bolos del poder aristocráüco,
y esto sucedió bastante antes de que la gente en general hubiera agotado su
necesidad o capacidad de utilizar productivam ente el hierro. Todavía en 1841,
un m isionero norteam ericano de la isla de H aw ai’i observaba que no había un
juego decente de herram ientas de carpintero en su distrito, salvo los que poseían
los jefes locales (Forbcs, 1842:155). Pitra esa época, la resistencia del pueblo se
había reducido a usar creativam ente la m etáfora escatològica, como cuando los
vasallos de W aialua, O ’ahu, mezclaron ex crem ento de cabra en el taro (poi)
picado que debían entregar com o tributo a su jefe gobernante (Emerson a
Cham berlain: 19 de octubre de 1835). Se podría decir que la cultura hawaiana
tradicional se conservaba por una inversión lógica, puesto que el excremento es
el alim ento negativo, por lo tanto la reciprocidad adecuada para la clase de aloha
que los jefes arrojaban ahora a la gente com ún.
La resistencia seria hacía mucho que había pasado. L a habían superado con
utilizaciones negociadas de los tabúes de los jefes, proceso que terminó en una
revaloración del significado del tabú que puede correlacionarse con las em ergen­
tes distinciones de clase (véase Sahlins, 1981). Al principio los jefes comenzaron
a utilizar los tabúes para regular el com ercio europeo: una extensión de los fines
rituales a los fines prácticos que podía estar justificada por los antiguos
significados y funciones del principio de precedencia noble. Entre 1795 y 1819,
el gran K am eham eha impuso regularm ente esas prohibiciones a las épocas y

3 E sta afirm ació n aparece en una c a n a del co m erciante Jam es H unnew eU a J. P. Sturgis y Cía.
del 3 0 de d iciem b re de 1829 (D ocum entos de H unnew eU ). A l m argen d e los docum entos de
H unnew eU y los d iarios d e otros com erciantes que se encuentran en la biblioteca B aker, puede
fo rm arse una b u en a id ea de co m ercio n o rteam erican o durante el p e rio d o del sándalo con la
co rresp o n d en cia d e John C. Jones o M arshall y W ildes archivada en la biblioteca H oughton, Harvard.
En B radlcy (1968 [1943]) y M organ (1 9 4 8 ) p u e d en c o n sultarse excelentes resúm enes de la historia
eco n ó m ica h aw aian a d e fines del siglo X V IIÍ, y co m ienzos del siglo X IX .
condiciones del com ercio con los barcos europeos, con el objelo de im pedir el
comercio de los vasallos, o bien de asegurarse que las exigencias del consum o
político y aristocrático tuvieran prioridad frente al interés del pueblo hacia los
artículos de uso dom éstico. En esas circunstancias, el concepto de tabú, en el
sentido de cosas apartadas para el dios, experim entó una extensión lógica hasta
el punto de una transform ación funcional. El tabú se convirtió paulatinam ente en
el símbolo de un derecho material y de propiedad. T odavía hoy puede verse en
H aw ai’i su form a final: en los num erosos carteles que dicen K A PU y significan
‘prohibido pasar’.
El uso com ercial del labú que hicieron K am eham eha y otros jefes signi­
ficaba que, para la gente com ún, las restricciones sagradas que prom etían
beneficios divinos (cuando se respetaban) se oponían ahora directam ente al
bienestar general. E n Historical M etaphors dem uestro que los haw aianos com u­
nes no vacilaban en violar tabúes de todo tipo, en un desafío m ás o m enos abierto
a las autoridades. L as mujeres del pueblo violaban los tabúes rituales que las
confinaban a sus casas a fin de m antener su relación am orosa con los tripulantes
de los barcos europeos. Este apasionado intercam bio pronto llegó a ser un
im portante vehículo para el com ercio del pueblo, com miras a eludir a la vez los
tabúes de los sacerdotes y el negocio de los jefes. Y cuando los hom bres enco n ­
traron un interés com ún con sus m ujeres en transgredir los tabúes, se destruyó su
propio status sacro com o hom bres frente a las mujeres. Porque en los viejos
tiempos y en los cultos dom ésticos, los hom bres eran tabú con respecto a las
m ujeres de la m ism a m anera en que los jefes eran tabú con respecto al pueblo.
A travesando las distinciones de rango, el tabú no podía en este sentido llegar a
ser el privilegio exclusivo de la jefatura. En cam bio, abogaba por una inclusión
de toda la sociedad en la jefatura, si bien de un m odo subordinado. Pero ahora
la división de clases que se estaba generando corrigió las antiguas relaciones del
tabú, haciendo sobresalir la oposición radical de los jefes gobernantes y la gente
común, respectivam ente com o un tabú y com o noa o ‘libre’ de restricciones.
Esta es una verdadera transform ación estructural, una rcdefínición program ática
de las categorías que altera las relaciones entre ellas. El Labí sacralizó enLonces
únicamente las distinciones de clase a expensas del género.

F e n o m e n o lo g ía d e la v id a s im b ó lic a

A hora m e parece que hay algo más en esta torm enta en un vaso de agua del
Pacífico Sur que una posible teoría de la historia. H ay tam bién una crítica de las
distinciones occidentales básicas que suelen aplicarse al estudio de la cultura
como, por ejem plo, la supuesta oposición entre historia y estructura o entre esta­
bilidad y cambio. En nuestro propio folklore nativo y nuestra ciencia social aca­
démica, usamos constantem ente esas dicotom ías m aterializadas para dividir el
objeto antropológico. No necesito recordarles que la antítesis entre historia y
estructura ha sido conservada religiosam ente en la antropología desdeR adcliffe-
Brown y el auge del funcionalism o y que más recientem ente ha sido confirm ada
en el estructuralism o inspirado por Saussure. Em pero, este breve ejem plo
hawaiano sugiere que no existe un fundam ento fenom énico — menos aun una
ventaja heurística— para considerar ia historia y la estructura com o alternativas
excluyentes. La historia hawaiana está fundada com pletam ente en la estructura,
la ordenación sistemática de las circunstancias contingentes, del mismo modo
que la estructura haw aiana resultó ser en sí m ism a histórica.
¿Qué sucede, entonces, con la oposición resultante entre estabilidad y
cam bio? También en este caso, el pensam iento occidental presupone que los dos
son antitéticos: contrarios lógicos y ontológicos. L os efectos culturales se identi­
fican com o continuos con el pasado o com o discontinuos, corno si fuesen clases
alternativas de la realidad fenoménica, en distribución com plem entaria en un es­
pacio cultural dado. L a distinción cala hondo, a través de to d a una serie de cate­
gorías elem entales que organizan la sabiduría com ún: lo estático frente a lo diná­
mico, el ser frente al devenir, el estado frente a la acción, la condición frente al
proceso y — ¿no deberíam os agregar?— el sustantivo frente al verbo. A partir de
allí, sólo hay un pequeño paso lógico a la confusión entre la historia y el cambio,
com o si la persistencia de la estructura a través del tiem po (piénsese en la pensé
sauvage) no fuese también histórica. Sin em bargo, la historia haw aiana no es sin
duda la única que dem uestra que la cultura funciona com o una síntesis de la
estabilidad y el cambio, el pasado y el presente, la diacronía y la sincronía.
Todo cambio práctico es adem ás una reproducción cultural. Por ejemplo
la jefatura hawaiana, al incorporar identidades y m edios m ateriales extranjeros,
reproduce el status cósm ico del jefe com o ser celestial de K ahiki. En esta mito-
praxis de la jerarquía, el ariki polinesio, el prim ogénito real, “había em pezado su
vida en el momento en que se creó el m undo”; o m ás precisam ente para Hawaii,
su vida es la creación (Koskinen, 1960:110; véase el C apítulo 4). Segura d esús
privilegios cosmológicos, la jefatura haw aiana podía incluir la aparición del
capitán Cook en su propia situación m itoprácüca.
Al fin y al cabo, cuanto más iguales perm anecían las cosas tanto más
cam biaban, puesto que cada una de esas reproducciones de las categorías no es
la misma. Toda reproducción de la cultura es una alteración, en tanto que en la
acción las categorías por las cuales se orquesta un m undo presente recogen cieno
contenido em pírico nuevo. El jefe haw aiano para quien el “rey Jorge” de
Inglaterra es el modelo del mana celestial no sigue siendo el m ismo jefe, ni se
encuentra en la m ism a relación con su pueblo.
Sostengo que este diálogo sim bólico de la historia — diálogo entre las
categorías reconocidas y los contextos percibidos, entre el sentido cultural y la
referencia práctica— pone en tela de juicio toda una serie de oposiciones
fosilizadas por las cuales habitualm ente com prendem os la historia y el orden
cultural. N o me refiero sólo a estabilidad y cam bio o a estructura e historia, sino
adem ás al pasado com o algo radicalm ente distinto del presente, el sistem a frente
al acontecim iento o aun la infraestructura frente a la superestructura. De modo
que lo que propongo, si aceptan acom pañarm e a través de una digresión
sem ifilosófica, una especie de fenom enología ingenua de la acción sim bólica, es
que explorem os cautelosam ente estas distinciones rcificad asco n miras a descu­
brir su síntesis más auténtica.
El problem a se reduce a la relación de los conceptos culturales con la
* experiencia hum ana, o al problem a de la referencia sim bólica: cóm o los
conceptos culturales se em plean activam ente para interactuar con el mundo. En
definitiva, lo que está en juego es el ser de la estructura en la historia y como
historia. Pero com ienzo más sim plem ente haciendo dos observaciones elem en­
tales, ninguna de las dos nuevas en absoluto ni obra de mi propio descubri­
m iento. La prim era se refiere al venerable principio de Boas según el cual “el ojo
que ve es el órgano de la tradición...” La experiencia social hum ana es la
apropiación de percepciones específicas mediante conceptos generales: un
ordenam iento de los hom bres y los objetos de su existencia de acuerdo con un
plan de categorías que nunca es el único posible, sino que en ese sentido es
arbitrario e histórico. El segundo postulado es que el uso de conceptos conven­
cionales en contextos em píricos somete los significados culturales a revaloracio­
nes prácticas. L as categorías tradicionales, al influir en un mundo que tiene sus
propias razones, un m undo en sí mismo potencialm ente refractario, se transfor­
man. Pues aun cuando el mundo puede escapar con facilidad a los esquem as
interpretativos de un grupo dado del género humano, nada garantiza que sujetos
inteligentes e intencionales, con distintos intereses y biografías sociales, hayan
de utilizar las categorías existentes de las maneras prescritas. Llam o a esta doble
contingencia el riesgo de las categorías en acción.
Pero, en prim er lugar, la continuidad de la cultura en acción: el ojo que ve
com o órgano de la tradición. Invoco así una larga tradición filosófica, que se
rem onta notablem ente a K ant y fue llevada a la lingüística por Saussure y W horf
y a la antropología social por Boas y Lévi-Strauss. Todos éstos (y otros) han
enseñado que la experiencia de los sujetos humanos, en especial la com unicada
en el discurso, im plica una apropiación de los acontecim ientos en función de
conceptos apriori. La referencia al mundo es un acto de clasificación, en cuyo
transcurso las realidades son clasificadas en conceptos, en una relación de hitos
em píricos a tipos culturales. Conocemos el mundo com o casos lógicos de clases
culturales “El capitán Cook es un dios” . No se trata de que, com o algunos han
creído, tengam os una “ necesidad” de clasificar. La clasificación form al es una
condición intrínseca de la acción simbólica.
O, com o dice W alker Percy (1958: 138), el carácter sim bólico de la
conciencia consiste en el apaream iento de un percepto y un concepto, por medio
del cual los objetos de la percepción se hacen inteligibles para nosotros y son
transm itidos a los dem ás. “Toda percepción consciente”, dice Percy, “es del
carácter de un reconocim iento, un apaream iento, lo cual quiere decir que el
objeto es reconocido en lo que es... no basta decir que uno es consciente de algo;
se es consciente de algo en cuanto es algo" . “El [Cook] es un dios”. Pero entonces
el reconocim iento es una clase de reconocimiento: el acontecim iento se inserta
en una categoría preexistente y la historia está presente en la acción corriente. L a
irrupción del capitán C ook desde más allá del horizonte era un acontecim iento
verdaderam ente sin precedentes, nunca visto antes. Em pero, encuadrando lo
exislencialm cntc único en lo conceptualm ente fam iliar, el pueblo enclavó su
presente en el pasado.

136
Lo mismo sucede en la estructura lógica del discurso: en la manera en que
las oraciones describen o afirman. Al asim ilar un tipo particular (el sujeto
gram atical) dentro de un tipo más general (el tipo de acto o atributo que se predica
de el), la cláusula proposicional se despliega asim ism o como un acto de
clasificación simbólica:

H e a k u a ia

Un dios él

“ El es un d io s”.

El sujeto identifica un caso espaciotem poral (en un mundo posible): “El”,


“C ook”. El predicado describe m ediante generalidades relativas: “dios”. Mu­
chos filósofos han reconocido esta jerarquía de tipos lógicos en la estructura del
discurso. Strawson, por ejemplo:

D os térm inos conectados en una oración verdadera se encuentran en una posición


referencial y predicativa, respectivam ente, si lo que el prim er término designa o
significa es una instancia de lo que significa el segundo término. Los puntos así
relacionados (o los térm inos que los designan o les dan significado) puede decirse
que son respectivam ente de un tipo [lógico] inferior o superior (Strawson,
1971:69).

Por consiguiente, podría sintetizarse diciendo que no existe una inmacu­


lada percepción. “La representación ‘objetiva’ ”, com o escribe Cassirer, “no es
el punto de partida del proceso de form ación del lenguaje, sino el fin al que
conduce este proceso... El lenguaje no entra en un mundo de percepciones
objetivas term inadas, sólo para agregar “nom bres” a los objetos — ya dados y
claram ente delim itados unos de otros—■que serían signos puram ente exteriores
y arbitrarios; en cam bio, él m ism o es un interm ediario en la formación de los
objetos” (1933:23).
E sta constitución de la objetividad de los objetos se deduce directamente
de las afirm aciones de Saussure sobre el carácter “arbitrario” del esquema
sim bólico: un cierto découpage de las posibles continuidades de sentido, que
im plica una segm entación del mundo de referencia com o una función de las
relaciones entre los signos intrínsecos del lenguaje (valor lingüístico). Las
categorías culturales por las cuales se constituye la experiencia no se deducen
directam ente del mundo, sino de sus relaciones diferenciales dentro de un
esquem a sim bólico. E l contraste en francés entre los térm inos fle u ve y rivière
entraña una segm entación diferente de los objetos fluviales de las habituales
traducciones inglesas ‘river' (río) y ‘stream (arroyo), en cuanto las palabras
francesas no se refieren al tam año relativo com o lo hacen las inglesas, sino al
hecho de si el agua desem boca en el océano o no (véase Culler, 1977). De manera
sem ejante, la distinción inglesa (o francesa) entre ‘d io s’ y ‘hom bre’ no es igual
a la relación aparentem ente sem ejante entre los térm inos hawaianos akua y

137
kanaka, por kanaka al designar a los ‘hom bres (ordinarios)’ se encuentra en
contraste tam bién con ali’i o ‘je fe ’. E n haw aiano, ‘je fe ’ y ‘d io s’ son transitiva­
mente iguales por oposición a hom bres; tam poco la diferencia entre dioses y
hombres se corresponde con la existente entre espíritus y mortales, puesto que
algunos m ortales (los jefes) también son dioses. N o existe necesariam ente un
punto de partida para cualquier sistem a cultural de ese tipo en la “realidad”, com o
escribe Stuart H am pshire, a la vez que observa que algunos filósofos han creído
que sí existe (1967:20). E n cam bio, un esquem a cultural en particular constituye
las posibilidades de referencia del m undo para los m iem bros de una sociedad
determ inada, aun cuando este esquem a esté constituido sobre distinciones
teóricas entre los signos que, en relación con los objetos, nunca son las únicas
distinciones posibles. O, para citar al propio predecesor de Saussure, M ichel
Bréal:

N o puede dudarse q u e el lenguaje designa a las cosas de una m anera incom pleta
e inexacta... Los sustantivos son signos atribuidos a la s cosas: com prenden sólo la
parte de la vérité que puede ser com prendida en un nom bre, una parte n ecesaria­
m ente tanto m ás fragm entaria cuanto m ás realidad tenga el objeto ... si tom o u n ser
real, un objeto que existe en la naturaleza, será im posible p a ra el lenguaje poner en
la p alabra todas las ideas que ese objeto o ser suscitan en la m ente (Bréal, 1921:
178-79).

Bréal habla de la inevitable desproporción entre el lenguaje, cualquier


lenguaje, y el mundo: “nuestros lenguajes están condenados a una falta de
proporción peipetua entre la palabra y la cosa. La expresión a veces es dem asiado
general, otras veces dem asiado estrecha” (ibídem , pág. 107). Se podría decir que
siempre es am bas cosas, puesto que los objetos de referencia son a la vez más
particulares y m ás generales que las expresiones em pleadas para designarlos.
Los objetos son más particulares com o hitos en un m arco espaciotem poral
específico que los signos com o categorías o clases conceptuales. Por otra parte,
las cosas son más generales que sus expresiones, al presentar (en la experiencia),
más propiedades y relaciones de las que son seleccionadas y valoradas por
cualquier signo. D e ahí, el fam oso principio: es im posible agotar la descripción
de cualquier objeto.
D e m odo que el signo , en cuanto sentido, llega a se r doblem ente arbitrario
en su referencia: a la vez una segm entación relativa y una representación
selectiva. Y del carácter arbitrario del signo se deduce que la cultura es, por su
propia índole, un objeto histórico. Saussure, quien desde luego fue fam oso por
la distinción entre los puntos de vista diacrónicos y sincrónicos en el estudio del
lenguaje, fue no obstante el prim ero en adm itir que un sistem a lingüístico es
totalmente histórico, e incluso fue el prim ero en insistir en ello. Es histórico
porque es arbitrario, porque no refleja sim plem ente el m undo existente; sino que,
por el contrario, al ordenar ios objetos existentes m ediante conceptos
preexistentes, el lenguaje haría caso om iso del fluir del momento. Tanto la
totalidad com o la particularidad de los objetos presentes se le escapan. A la
inversa, entonces, el sistem a es arbitrario porque es histórico. Reconoce el
presente, sea lo que sea “realmente” , com o un pasado. La paradoja de cienos
órdenes culturales llamados “ ahistóricos” es que insisten en un total approchc *
hisloricisante dum onde (para usar una frase de D clivrc f 1974]). Hemos visto que
Cook era una tradición para los haw aianos antes de ser un hecho.
P orotra parte, las realidades em píricas en todas sus particularidades nunca
pueden estar a la altura del mito, más de lo que Cook com o hom bre podía estar
a la altura del exaltado status que los haw aianos le atribuían. Esto nos lleva a la
segunda consideración general de nuestra digresión sobre las formas elem en­
tales de la vida simbólica: el riesgo de la acción cultural, que es un riesgo de las
categorías de referencia. En la acción, los individuos ponen sus conceptos y
categorías en relaciones ostensivas con el m undo. Esos usos referenciales ponen
en juego otras determ inaciones de los signos, adem ás de su sentido reconocido,
es decir, el mundo real y las personas en cuestión. La praxis es, en consecuencia,
un riesgo del sentido de los signos en la cultura constituida, precisam ente como
el sentido es arbitrario en su carácter de referencia. Al tener sus propias propie­
dades, el mundo puede resultar intratable. Puede desafiar los conceptos que se
le atribuyen. La soberbia sim bólica del hom bre llega a ser un gran juego que se
juega con las realidades em píricas. El ju e g o consis te en que la acción referencial,
al colocar conceptos apriori en correspondencia con objetos externos, im plicará
algunos efectos im previstos que no pueden ser ignorados. A dem ás, com o la
acción entraña a un sujeto (o sujetos) pensantes relacionado con el signo en su
carácter de agente, el sistem a cultural es puesto en doble riesgo, subjetiva y
objetivamente: subjetivamente, por los usos interesados de los signos que hacen
los individuosen sus propios proyectos; objetivam ente, puesto que el significado
es arriesgado en un cosm os totalm ente capaz de contradecir los sistemas
sim bólicos que se supone lo describen.
Así, el juego objetivo reside en las desproporciones entre las palabras y las
cosas. Toda instrumentación de los conceptos culturales en un m undo real som e­
te los conceptos a alguna determ inación de la situación. Esto es lo que hemos
descrito com o la revaloración funcional de los signos; la revaloración del co n ­
cepto de tabú hawaiano, por ejemplo. Pues signos com o el de “tabú” son notable­
m ente polisémicos: en form a virtual o en la sociedad en general tienen muchos
significados posibles. Pero cuando se actualiza, cuando se realiza en un contexto
determ inado como, por ejemplo, el de la regulación del com ercio, el “tabú” es
valorizado en algún sentido selectivo. U n significado pasa a prim er plano, es
resaltado con respecto a todos los significados posibles. Al propio tiem po, se
hace referencia a detalles concretos que no son los m ism os en todos los usos ante­
riores. En ese caso, se corrige la estructura del “cam po sem ántico” (véase Lyons,
1 9 7 7 ,1 :2 5 0 y sig.). L a idea del tabú ha sido objetivada com o un derecho com er­
cial y de propiedad, sentido que bien puede hacerse general por las facultades de
las personas que lo im ponen, con efectos recíprocos sobre las definiciones y
relaciones de estas personas y sus poderes. En consecuencia, el “ tabú” surge de
la acción con un residuo em pírico. L a idea está cargada con el mundo.
El riesgo subjetivo consiste en la posible corrección de los signos por los
sujetos actuantes en sus proyectos personales. Se originan contradicciones en la

13 9
inevitable diferencia entre el valor de un signo en un sistem a sim bólico, es decir,
's u s relaciones sem ánticas con otros signos, y su valor para los individuos que lo
utilizan. En el sistem a cultural, el signo tiene un valor conceptual fijado por los
contrastes con otros signos; m ientras que en la acción el signo es determ inado
tam bién com o un “ interés”, que es su valor instrum ental para el sujeto actuante.
R ecuérdeseque la palabra “interés” deriva de unaconstrucción im personal latina
(inter est) que significa ‘es diferente’. Ahora bien, si un interés en algo es la
diferencia que reperesenta para alguien, de modo sem ejante y en otro plano
Saussure definiría el signo com o un valor conceptual. C om o concepto, el signo
está determ inado por sus relaciones diferenciales con otros signos. El significado
de “azul” está determ inado por la coexistencia en el lenguaje de otras palabras
com o, por ejem plo, “ verde” . Si, com o sucede en m uchos lenguaje naturales, no
existiera el “verde” , el térm ino “azul” tendría una m ayor extensión conceptual
y rcferencial: cubriría tam bién el cam po que llam am os (en castellano) “verde”.
L o m ism o se aplica a D ios Padre, a un billlete de un dólar, a la m aternidad o al
bistec: cada uno de ellos tiene un sentido conceptual de acuerdo con un lugar
diferencial en el sistem a total de esos objetos sim bólicos. P or otra parte, el objeto
sim bólico representa un interés diferencial para diversos sujetos de acuerdo con
su lugar en sus sistem as de vida. “Interés” y “sentido” son dos aspectos de la
m ism a cosa, el signo, que se relacionan respectivam ente con las personas y otros
signos. A hora bien, mi interés en algo no es lo mismo que su sentido.
La definición de valor lingüístico de Saussure nos perm ite hacer una
observación, puesto que está enm arcada en una analogía con el valor económico.
El valor de una m oneda de 5 francos está determ inado por objetos diferentes
por los cuales puede intercam biarse como, por ejem plo, tanta cantidad de leche
0 pan, y por otras unidades de m oneda con las cuales puede com pararse
contrastivam ente: I franco, 10 francos, etcétera. P or estas relaciones se determ i­
na la im portancia de los 5 francos en la sociedad. N o obstante, este sentido gene­
ral o virtual no es el valor de los 5 francos para mí. Para m í, aparece como un
interés específico o valor instrum ental y que com pre leche o pan con ese dinero,
lo regale o lo deposite en el banco depende de m is circunstancias y objetivos
particulares. Instrum entado por el sujeto, el valor conceptual adquiere un valor
intencional, que puede ser diferente también de su valor convencional.
P orque se arriesga en la acción, el signo está som etido a otro tipo de
determ inación: a los procesos de la conciencia y la inteligencia hum anas. El
significado, que ya no es m ás un sistema sem iótico virtual o incorpóreo, ahora
está en contacto con las facultades humanas originales d e su creación. N o hay
razón para creer — aunque la creencia es el a priori de ciertas formas de
relativism o lingüístico— que esas facultades creativas queden suspendidas una
vez que la gente tiene u na cultura. Por el contrario, en la acción los signos son
incluidos en diversas operaciones lógicas com o, por ejem plo, la m etáfora y la
analogía, redefiniciones intensionales y extensionales, especializaciones de
significado o generalizaciones, desplazam ientos o sustituciones, sin descuidar
1os “m alentendidos” creativos. Y porque los signos son em pleados p o r los intere­
ses en proyectos, en consecuencia en relaciones tem porales de significación que

140
no son sim plem ente relaciones sim ultáneas de contraste, sus valores se arries­
gan, por así decirlo, sintagm ática y paradigm áticam ente. Esos usos interesados
no son sólo im perfectos, con respecto a los ideales platónicos y culturales, sino
también potencialm ente inventivos. H em os visto cóm o los jefes hawaianos eran
capaces de reconocer su mana tradicional en los artículos de lujo de los com er­
ciantes europeos, frente a m ateriales m ás rústicos o artefactos domésticos utilita­
rios. L os bienes ofrecidos en el com ercio eran analizados según las concepciones
de los jefes. P or una m etáfora interesada sobre la brillantez celesüal, cuya lógica
estaba m otivada en la cultura tradicional, descubierto, sin embargo en la
situación existente por cierta intencionalidad, fue m odificado el significado del
mana.

A n títe s is y s ín te s is

D adas estas interpretaciones fenom enológicas, corresponde hacer ciertas


reflexiones críticas con respecto a las dicotom ías ortodoxas de la sabiduría
académ ica.
En cierto estructuralism o, la historia y la estructura son antinomias; se
supone que una niega a la otra. M ientras que, en la naturaleza de la acción
sim bólica, la diacronía y la sincronía coexisten en una síntesis indisoluble. La
acción sim bólica es un com puesto doble form ado por un pasado ineludible y un
presente irreductible. Un pasado ineludible porque los conceptos por los cuales
se organiza la experiencia y se com unica proceden del sistem a cultural admitido.
.Un presente irreductible porque toda acción es única en el mundo: la diferencia
de H eráclito entre la experiencia única del río (o fle u v e ) y su nombre. La
diferencia reside en la irreductibilidad de los actores específicos y sus contextos
em píricos, que nunca son exactam ente iguales a otros actores u otras situaciones:
nunca nos bananos dos veces en el m ism o río. L os individuos, en tanto son
responsables de sus propias acciones, llegan a ser los autores de sus propios
conceptos; es decir, asum en la responsabilidad de todo lo que su cultura haya
hecho, de ellos. Pues si existe un pasado en el presente, un sistema de
interpretación apriori, existe tam bién “ una vida que se desea a sí m ism a” (como
dice N ietzsche). E sto es lo que R oy W agner (1975) debe querer decir con “la
invención de la cultura”: la particular inflexión em pírica del significado dada a
los conceptos culturales cuando se realizan com o proyectos personales.
U na vez m ás es necesario insistir en que la posibilidad de que el presente
trascienda al pasado, perm aneciéndole al m ism o tiem po fiel, depende del orden
cultural y de la situación práctica. Sólo para los iniciadores existen todos los
grados de approches historicisantes du monde. En Hopi, com o dem ostró Whorf,
no es gram atical suponer que “m añana es otro día” : es sim plem ente el mismo día,
que ha crecido y ha regresado. A dem ás, está el sistem a social. Y en los sistemas
sociales hay facultades diferenciales. H em os visto que en Hawaii, cualquieraque
fuese la interpretación que la gente com ún haya dado a Cook, los sacerdotes y
jefes no sólo podían objetivar sus propias opiniones cor. representaciones ritua-

14.1
Ies, sino también obligar al pueblo a presentar tributos m ateriales a esas opinio­
nes. O asimism o, todo lo que se dijo sobre las organizaciones políticas heroicas
(Capítulo 1) sugiere la capacidad diferencial de las autoridades para hacer que
sus innovaciones personales lleguen a ser interpretaciones generales. G iddcns
(1976) form ula el diálogo de la acción (“estructuración”) de un m odo general al
referirse a la “dualidad de la estructura” com o concepto preexistente y conse­
cuencia involuntaria, sin olvidar tam poco las consecuencias voluntarias de los
individuos que están en el poder. L a fenom enología que hem os estado exam i­
nando seguirá siendo “ingenua” en tanto ignore que la acción sim bólica es com u­
nicativa y conceptual: un hecho social que es adoptado en los proyectos e
interpretaciones de los demás. Aquí, en consecuencia, se inserta la “estructura de
la coyuntura”, la sociología situacional de las categorías culturales, con las
motivaciones que da a los riesgos de referencia y las innovaciones de sentido. A
diferencia de cualquier reducción fenom enológica, una práctica antropológica
plena no puede obviar que la síntesis del pasado y el presente se refiere al orden
cultural, m anifestado en una estructura específica de la coyuntura.
A hora bien, el caso hawaiano, a pesar de la historización del m undo, ya ha
dem ostrado que tam poco hay fundam entos para la oposición excluyente de
estabilidad y cam bio. Todo uso real de las ideas culturales es una reproducción
de ellas, pero cada una de esas referencias constituye adem ás una diferencia. Lo
sabemos de todos modos: las cosas deben preservar cierta identidad a través de
sus cam bios, o de otra m anera el m undo es un m anicom io. Saussure articuló el
principio: “L o que predomina en todo cam bio es la persistencia de la vieja
sustancia; la indiferencia ante el pasado sólo es relativa. Por eso el principio del
cambio se basa en el principio de la continuidad” (1969:74). N o obstante, en
determ inada antropología, también notablem ente en el estudio de la historia,
aislamos algunos cam bios por ser sorprendentem ente distintivos y los llam am os
“acontecim ientos” por oposición a “estructura” .
Se trata en realidad de una distinción perniciosa, la de la estructura y el
acontecim iento. A unque sea sólo por la razón m ás o m enos trivial de que toda
estructura o sistem a es, fenom énicam ente, acontecim iento. El orden cultural, en
tanto serie de relaciones significativas entre las categorías, es sólo virtual. Existe
sim plem ente in potencia. D e modo que el significado de cualquier form a cultural
específica es el cúm ulo de todos sus usos posibles en la com unidad en su
conjunto. Pero este significado se realiza, in presentía, sólo com o actos d e habla
y acción. El acontecim iento es la form a em pírica del sistema. La proposición
inversa, que todos los acontecim ientos son culturalm ente sistem áticos, es más
significativa. Un acontecim iento es en realidad un hecho de significación y en
cuanto significación depende de la estructura para su existencia y efecto. “Los
acontecim ientos no sólo están alli y suceden”, com o dijo Max W eber, “sino que
tienen un significado y suceden a causa de ese significado”. O, en otras palabras,
un acontecim iento no es sólo un suceso del m undo, es una relación entre cierto
suceso y un sistem a sim bólico dado. Y aunque com o suceso un acontecim iento
tenga sus propiedades específicas y sus razones “objetivas”originadas en otros
mundos (sistem as), no son estas propiedades com o tales las que le dan vigencia

142
sino su significación proyectada desde algún sistem a cultural. El acontecim ien­
to es un suceso interpretado, y las interpretaciones varían.
Considérese otra vez la apoteosis de los ingleses en H aw aii y también la
pérdida final de ese estado de gracia. E l capitán C o o k era verdaderam ente un gran
hom bre (o al menos así lo creem os), pero que sus barcos navegasen en una bahía
haw aiana no tenía nada inherentem ente divino m enos aún que representase el
regreso de Lono, el antiguo dios del pueblo y de la fecundidad, que fue lo que los
haw aianos supusieron. D e ahí los 10.000 individuos reunidos en la bahía de
K ealakekua cantando y regocijándose por el regreso de C ook en 1779. Rara vez
el colonialism o ha gozado de un com ienzo m ás auspicioso. Por otra parte, cuan­
do las mujeres hawaianas com enzaron a vivir y com er con los tripulantes a bordo
de los barcos de Cook o de Vancouver, se plantearon serias dudas sobre la divi­
nidad de los extranjeros. Em pero, no hay nada en el acto de com er con las mujeres
que sea inherentem ente profano, salvo que en el sistem a haw aiano contam ina a
los hombres y distribuye su tabú. Por consiguiente, los acontecim ientos no
pueden com prenderse al margen de los valores que se les atribuyen: la signifi­
cación que transforma un sim ple suceso en una coyuntura fatal. Lo que para algu­
nos es un acontecim iento fundam ental puede parecer a otros una cita para co ­
mer. De modo que aquí estam os separando.-conscientem ente el sistem a y el
acontecim iento mediante actos heroicos de teoría académ ica, mientras que el
hecho simbólico humano es: no hay acontecim iento saris sistema.
A todas luces, los errores antropológicos (o históricos) gem elos del m ate­
rialism o y el idealismo consisten err intentos de vincular la im portancia signifi­
cativa y el suceso m undano en una relación de causa y efecto m ecánica o física.
Para el m aterialism o la significación es el efecto directo de las propiedades obje­
tivas del suceso. En esta afirm ación se deja de lado el valor relativo o significado
que la sociedad da al suceso. P ara el idealism o el suceso es sim plem ente un efecto
de su significación. A quí lo que se deja de lado es el peso de la “realidad”: las
fuerzas que tienen efectos reales, si bien siem pre en función de algún plan
cultural.
Lo mismo se aplica a la teoría y la prácüca, tom adas com o alternativas
fenom énicas: esta distinción objeüvada entre los conceptos culturales y las
actividades prácticas que es incierta en la práctica y absurda corno teoría. Toda
p raxis es teórica. Com ienza siem pre en los conceptos de los actores y de los
objetos de su existencia, las segm entaciones y valores culturales de un sisiema
a priori. P or lo tanto, no existe un m aterialism o verdadero que no sea también
histórico. Marx lo dijo, pero cierto m arxism o corriente y tendencioso, abstraído
en la oposición de teoría y práctica, lo negaría. A nalicem os esta afirm ación de
H indess y Hirst:

Los acontecim ientos históricos no existen ni pueden tener vigencia m aterial en el


presente. Las condiciones de existencia de las relaciones sociales presentes existen
necesariam ente y se reproducen sin cesar en el prescnLe. N o es el “ presente” que
el pasado se ha dignado brindam os sino la “ situación actual” ... T oda la teoría
m arxisla, por muy abstracta que sea, existe para hacer el análisis de la situación
actu al... El análisis histórico de la “ situación actual” es im posible (H indess y
Hirst, 1975: 312).

Sin em bargo, la cultura es precisam ente la organización de la situación


actual en función de un pasado. Tam poco e x is te , entonces, ninguna infraestruc­
tura sin superestructura, puesto que “en últim o análisis” las categorías p o r las
cuales se define la objetividad son en sí m ism as cosm ológicas; así com o para los
haw aianos la llegada de los británicos fue un acontecim iento de dim ensiones
universales cuyas expresiones orientadoras eran los conceptos de mana, alúa, (o
divinidad) y la geografía celestial de K ahiki (los orígenes espirituales). Si bien
la práctica puso en su lugar la correspondencia estructural entre los jefes
haw aianos y los personajes prom inentes europeos, a la vez que oponía a am bos
al pueblo haw aiano en general, ésa llegó a ser la organización del com ercio
material y de la identidad personal, para no m encionar que figura decisivam ente
en los acontecim ientos históricos; por ejem plo, la rivalidad entre el capitán C ook
y el rey haw aiano que resultó desastrosa para el Gran Navegante. A sí, la praxis
se desarrolló com o la exclusión relativa de la gente com ún del acceso a los bienes
europeos, especialm ente los encuadrados en la categoría haw aiana de artículos
de prestigio, para presentar escenas com o las de “ Billy P itt” K alaim oku y “John
A dam s” K uakini entreteniéndose con trajes de seda china y chalecos europeos,
en habitaciones decoradas con m uebles de teca finay espejos dorados, o en cenas
servidas con vajilla de plata, m ientras que los vasallos se hundían cada vez más
en la m iseria de la que todavía no se han recuperado. N o se trata tam poco de que
la práctica sea sim plem ente sintetizada en sus efectos por la superestructura,
com o una conciencia distorsionada de las realidades materiales, que llegan al
escenario de la historia, por así decir, p o stfe stu m . Pues, com o hem os visto, las
utilidades del com ercio estaban constantem ente sujetas a definición p o r las
exigencias del consum o de los jefes. A sí que lo que aparece en los libros conta­
bles y las cartas de los com erciantes de Boston en H aw aii que docum entan la
cam biante dem anda de rifles;m ateriales navales o uno u otro tipo d e tejido de
cachem ira, son indicios políticam ente contextúales de la divinidad polinesia. El
m ercado era una condición irreductible de la praxis m aterial, donde los precios
se fijaban de acuerdo con concepciones ineludibles del mana polinesio.
Se podría seguir haciendo observaciones sim ilares (“de construcciones ”)
sobre la síntesis histórica de esas dicotom ías esenciales com o lo “individual” y
lo “colectivo”, o lo “real” y lo “ideológico”. Pero baste lo d ic h o , puesto que estas
oposiciones son otras tantas expresiones análogas de la m ism a m aterialización
fuera de 1ugar. L a cuestión m ás auténtica reside en el diálogo entre el sentido y
la referencia, en tanto la referencia expone al sistema del sentido al riesgo de
otros sistemas: el sujeto inteligente y el m undo intransigente. Y la verdad de este
diálogo más am plio consiste en la síntesis indisoluble del pasado y el presente,
el sistema y el acontecim iento, la estructura y la historia.
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