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por
Marshall Sahlins
edisa
1 editorial
T ítu lo d el o rig in a l e n in g lé s:
Is la n d s o f H is toy
© 1977 by T h e U n iv e r s ity o f C hicago
D ise ñ o de c u b ie r ta : M a rc V alls
ISB N : 9 7 8 -8 4-7432-288-0
D ep ó sito leg al: B. 41447-ü
Im p re so p o r S a g ra fic
Im p re so e n E s p a ñ a
P r in te d in S p a in
Q u e d a p ro h ib id a la rep ro d u c c ió n to ta l o p a rc ia l p o r c u a lq u ie r m ed io de
im p re sió n , e n fo rm a id é n tic a , e x tra c ta d a o m o d ificad a, en c a s te lla n o o en
c u a lq u ie r o tro id io m a.
INDICE
In tr o d u c c ió n ........................................................................................................ 9
B ib l io g r a f ía ......................................................................................................... 145
Estructura e historia
Bien, pero ¿no ves, C ratilo, que el que sigue a los nom bres en la búsqueda de las
cosas, y analiza sus significados, corre el grave riesgo de ser engañado?
Platón, Diálogos, Cratilo.
Habían existido tiem pos m ejores en las relaciones entre los hawaianos y
los europeos com o, por ejem plo, los de los prim eros m om entos de su encuentro,
más de un año antes de la m uerte de Cook: encuentro m arcado por el aloha con
que los isleños saludaron a sus “descubridores”.
El 20 de enero de 1778, cuando el R esolution y el D íscovery anclaron por
prim era vez en W aim ea, K au a’i, casi instantáneam ente com enzó un tráfico
satisfactorio entre los británicos y los hawaianos del com ún, en tierra y a bordo
de los barcos.1L a gente del lugar proporcionaba alim entos a cam bio de objetos
de hieiTO, que recibían con avidez cualquiera fuese su forma. Las mujeres de las
canoas que flanqueaban los barcos ya estaban haciendo sus famosas e
inequívocas propuestas a los marineros, “sus intenciones de gratificam os con
todos los placeres que pueda brindar el sexo” (D iario de navegación de King: 20
de enero de 1778). C om o sabem os, las m ujeres pronto lograron satisfacer sus
dem andas, a pesar de los tabúes sexuales que había im puesto el capitán Cook a
sus propios hom bres. A sí com enzó una carrera de violaciones de los tabúes por
parte de las m ujeres del pueblo que com o los jefes y sacerdotes hawaianos pronto
descubrieron se aplicaba igualm ente a sus propias prohibiciones sagradas.
Al tercer día de estar en K au a’i el barco del capitán C ook, el Resolution,
fue desviado hacia el m ar por los vientos desfavorables mientras trataba de
cam biar de atracadero en la bahía de W aimea. E l D iscovery, capitaneado por
Clerke, perm aneció, y a la m añana siguiente volvió a ser rodeado una vez más
por las num erosas em barcaciones pequeñas de la gente común. Pero este
com ercio pacífico fue interrum pido de pronto por la aparición de una gran canoa
doble que llevaba al jefe más sagrado de la isla, llam ado Kaneoneo. De manera
perentoria, se ordenó salir a las canoas del paso para que el jefe pudiese hacer su
propia aparición exclusiva ante la presencia de los británicos. A quí tenemos que
recordar algo: los haw aianos consideraban que estos seres extraordinarios
surgidos del cielo m ás allá del horizonte eran, com o el jefe mismo, de origen
divino. H abían venido desde la patria espiritual de los jefes y los dioses, Kahiki
— o, en el dialecto de K au ia’i, “Tahiti”— pues en realidad los británicos
adm itieron que “O taheite” (Tahiti) había sido su últim o puerto.
1 En la p rim era secció n de e ste trab ajo , resum o b rev em en te algunos acontecim ientos y
p roceso s h istó rico s e x am in ad o s en m a y o r detalle en ilis to r ic a l M etaphors (S ahlins, 1981). La
finalid ad será to m a r y d e sa rro lla r la te o ría h istórica de ese trab ajo anterior.
129
Cuando el sagrado K aneoneo iba hacia los barcos, sin em bargo, los
hawaianos del com ún no le abrieron paso con suficiente rapidez. M ás de un cro
nista británico registra con cierta sorpresa que inm ediatam ente, y “ sin esforzarse
mínim am ente en esquivarlos, el je fe se lim itó a atropellar a los que encontraba
en su cam ino, dejando a los ocupantes de cuatro canoas nadando en m edio del
naufragio.”2 Más tarde ese m ism o día, se repitió el incidente cuando la m ism a
em barcación real fue a invitar al capitán C lerke a bajar a tierra, donde Kaneoneo
había preparado una adecuada recepción polinesia (con regalos) para el capitán
inglés. E n esta segunda ocasión, relata el astrónom o Bayly, la presencia de la
canoa del je fe bastó para hacer salir huyendo a los súbditos “con la m ayor preci
pitación, y pronto no entendim os nada pues en cuanto la canoa del rey se topaba
con cualquier otra canoa les pasaban por encim a, derribando a todos los que se
pusiesen a su alcance, de m odo que los ocupantes se veían obligados a saltar y
zam bullirse para evitar que los golpeasen en la cabeza y a dejar que se llevasen
por delante a sus canoas” (Diario: 24 de enero de 1778).
A hora bien, K aneoneo era un je fe que reunía los tabúes más importantes.
V astago de un m atrim onio entre herm anos, ese tipo de jefe es “ llamado divino,
akua” (M alo, 1951: 54). C uando va al extranjero, la gente debe prosternarse con
la cara contra el suelo, el hom enaje que los haw aianos tam bién rindieron a Cook.
Y po r eso K aneoneo atropelló a las canoas de sus vasallos. E stos [ueron captura
dos en un doble lazo haw aiano: al prosternarse con la cara contra el piso de las
canoas cuando apareció el je fe sagrado, no pudieron a la vez salirse de su cam ino.
Tom o este incidente com o paradigm a resum ido del posterior curso de la
historia hawaiana: de las cam biantes relaciones entre los jefes y los vasallos,
m arcadas por form as de opresión sin precedentes, que tuvieron su origen en sus
respectivas relaciones con los aventureros europeos, en especial con el número
creciente de com erciantes arriesgados. Este conflicto original entre los haw aia
nos no sólo constituye un paradigm a; sintetiza adem ás una posible teoría de la
historia, de la relación entre estructura y acontecim iento, a partir del postulado
de que la transform ación de una cultura es uno de los m odos de su reproducción.
Cada uno a su m anera, vasallo o jefe, reaccionó ante los extranjeros divinos de
acuerdo con sus propios intereses y concepciones habituales. Al enm arcar el
acontecim iento extraordinario en las form as culturales tradicionales, recreaban
las distinciones adm itidas del status hawaiano. El resultado será reproducir.la
cultura haw aiana constituida. P ero, para decirlo una vez más: el mundo no tiene
la obligación de adaptarse a la lógica que em plean algunas personas para con
cebirlo. Las condiciones específicas del contacto europeo dieron origen a formas
de oposición entre los jefes y el pueblo que no estaban pre vistas en sus relaciones
tradicionales. A quí hay un segundo postulado de nuestra posible teoría: que en
la acción o en el m undo — técnicam ente, en los actos de referencia— las
2 E ste incidente se d e sc rib e en C ook y K ing (1784, 2: 245-4), el d iario d e K ing (29 de enero
de 1778) y el d iario d e B u m e y (24 d e e n ero d e 1778), e n tre otros; en e special un b uen relato aunque
lig eram en te d ife re n te d e B ayly (D iario: 24 d e en ero de 1778). A sim ism o en e l d iario de C lerke (A dm .
5 5/22: 24 de en ero d e l7 7 8 ) se d e sc rib e la v isita sig u ien te de K aneoneo ai D iscovery.
130
♦
En esa fecha tam bién Cox (alias K ahekili K e’eaum oku) era el gobernador
de M aui, John A dam s (alias K uakini) pronto sería gobernador de H aw ai’i;
m ientras que el m encionado Billy P itt (Kalaimoku) era “prim er m inistro” del
reino. M ás o m enos en el m ism o período, que se caracterizó p o r el lucrativo
com ercio del sándalo, se desarrolló una intensa com petencia por el status en la
aristocracia haw aiana. D icha com petencia adoptó la form a d e un consum o
ostentoso de artículos de lujo extranjeros: empero el mana se había asociado
tradicionalm ente con un estilo de brillantez celestial. El artículo principal era la
ropa l'ina y las m odas cam biaban abruptam ente puesto que — com o se lamentaba
un com erciante de Boston, por una carga inservible de sedas de una clase que ya
había llevado o u o barco el año anterior— el objetivo de los jefes era tener algo
“que no hubiesen visto nunca antes”.3 Pronto los más finos tejidos de China y
Nueva Inglaterra, acum ulados en inútil sobreabundancia, se pudrían en los
depósitos de los nobles, para ser finalmente arrojados al océano.
Sin em bargo el acceso del pueblo al m ercado se m antenía seriamente
restringido, incluso en lo relativo a artículos prácticos y de uso doméstico. En
cam bio, sus productos ingresaban en el com ercio europeo com o tributos o rentas
cobrados por los jefes sobre líneas scm iiradicionalcs y gastados por cuenta de los
propios jefes. La historia inicial del com ercio del hierro ya había probado que las
autoridades eran capaces de organizar el com ercio para satisfacer sus propias
necesidades a expensas de las de los vasallos. A m ediados de la década de 1790,
los jefes gobernantes tenían un exceso de herram ientas de hierro y ni siquiera
miraban una azuela más, de modo que el com ercio europeo se derivó notable
m ente hacia los m osquetes y las telas, m edios y sím bolos del poder aristocráüco,
y esto sucedió bastante antes de que la gente en general hubiera agotado su
necesidad o capacidad de utilizar productivam ente el hierro. Todavía en 1841,
un m isionero norteam ericano de la isla de H aw ai’i observaba que no había un
juego decente de herram ientas de carpintero en su distrito, salvo los que poseían
los jefes locales (Forbcs, 1842:155). Pitra esa época, la resistencia del pueblo se
había reducido a usar creativam ente la m etáfora escatològica, como cuando los
vasallos de W aialua, O ’ahu, mezclaron ex crem ento de cabra en el taro (poi)
picado que debían entregar com o tributo a su jefe gobernante (Emerson a
Cham berlain: 19 de octubre de 1835). Se podría decir que la cultura hawaiana
tradicional se conservaba por una inversión lógica, puesto que el excremento es
el alim ento negativo, por lo tanto la reciprocidad adecuada para la clase de aloha
que los jefes arrojaban ahora a la gente com ún.
La resistencia seria hacía mucho que había pasado. L a habían superado con
utilizaciones negociadas de los tabúes de los jefes, proceso que terminó en una
revaloración del significado del tabú que puede correlacionarse con las em ergen
tes distinciones de clase (véase Sahlins, 1981). Al principio los jefes comenzaron
a utilizar los tabúes para regular el com ercio europeo: una extensión de los fines
rituales a los fines prácticos que podía estar justificada por los antiguos
significados y funciones del principio de precedencia noble. Entre 1795 y 1819,
el gran K am eham eha impuso regularm ente esas prohibiciones a las épocas y
3 E sta afirm ació n aparece en una c a n a del co m erciante Jam es H unnew eU a J. P. Sturgis y Cía.
del 3 0 de d iciem b re de 1829 (D ocum entos de H unnew eU ). A l m argen d e los docum entos de
H unnew eU y los d iarios d e otros com erciantes que se encuentran en la biblioteca B aker, puede
fo rm arse una b u en a id ea de co m ercio n o rteam erican o durante el p e rio d o del sándalo con la
co rresp o n d en cia d e John C. Jones o M arshall y W ildes archivada en la biblioteca H oughton, Harvard.
En B radlcy (1968 [1943]) y M organ (1 9 4 8 ) p u e d en c o n sultarse excelentes resúm enes de la historia
eco n ó m ica h aw aian a d e fines del siglo X V IIÍ, y co m ienzos del siglo X IX .
condiciones del com ercio con los barcos europeos, con el objelo de im pedir el
comercio de los vasallos, o bien de asegurarse que las exigencias del consum o
político y aristocrático tuvieran prioridad frente al interés del pueblo hacia los
artículos de uso dom éstico. En esas circunstancias, el concepto de tabú, en el
sentido de cosas apartadas para el dios, experim entó una extensión lógica hasta
el punto de una transform ación funcional. El tabú se convirtió paulatinam ente en
el símbolo de un derecho material y de propiedad. T odavía hoy puede verse en
H aw ai’i su form a final: en los num erosos carteles que dicen K A PU y significan
‘prohibido pasar’.
El uso com ercial del labú que hicieron K am eham eha y otros jefes signi
ficaba que, para la gente com ún, las restricciones sagradas que prom etían
beneficios divinos (cuando se respetaban) se oponían ahora directam ente al
bienestar general. E n Historical M etaphors dem uestro que los haw aianos com u
nes no vacilaban en violar tabúes de todo tipo, en un desafío m ás o m enos abierto
a las autoridades. L as mujeres del pueblo violaban los tabúes rituales que las
confinaban a sus casas a fin de m antener su relación am orosa con los tripulantes
de los barcos europeos. Este apasionado intercam bio pronto llegó a ser un
im portante vehículo para el com ercio del pueblo, com miras a eludir a la vez los
tabúes de los sacerdotes y el negocio de los jefes. Y cuando los hom bres enco n
traron un interés com ún con sus m ujeres en transgredir los tabúes, se destruyó su
propio status sacro com o hom bres frente a las mujeres. Porque en los viejos
tiempos y en los cultos dom ésticos, los hom bres eran tabú con respecto a las
m ujeres de la m ism a m anera en que los jefes eran tabú con respecto al pueblo.
A travesando las distinciones de rango, el tabú no podía en este sentido llegar a
ser el privilegio exclusivo de la jefatura. En cam bio, abogaba por una inclusión
de toda la sociedad en la jefatura, si bien de un m odo subordinado. Pero ahora
la división de clases que se estaba generando corrigió las antiguas relaciones del
tabú, haciendo sobresalir la oposición radical de los jefes gobernantes y la gente
común, respectivam ente com o un tabú y com o noa o ‘libre’ de restricciones.
Esta es una verdadera transform ación estructural, una rcdefínición program ática
de las categorías que altera las relaciones entre ellas. El Labí sacralizó enLonces
únicamente las distinciones de clase a expensas del género.
F e n o m e n o lo g ía d e la v id a s im b ó lic a
A hora m e parece que hay algo más en esta torm enta en un vaso de agua del
Pacífico Sur que una posible teoría de la historia. H ay tam bién una crítica de las
distinciones occidentales básicas que suelen aplicarse al estudio de la cultura
como, por ejem plo, la supuesta oposición entre historia y estructura o entre esta
bilidad y cambio. En nuestro propio folklore nativo y nuestra ciencia social aca
démica, usamos constantem ente esas dicotom ías m aterializadas para dividir el
objeto antropológico. No necesito recordarles que la antítesis entre historia y
estructura ha sido conservada religiosam ente en la antropología desdeR adcliffe-
Brown y el auge del funcionalism o y que más recientem ente ha sido confirm ada
en el estructuralism o inspirado por Saussure. Em pero, este breve ejem plo
hawaiano sugiere que no existe un fundam ento fenom énico — menos aun una
ventaja heurística— para considerar ia historia y la estructura com o alternativas
excluyentes. La historia hawaiana está fundada com pletam ente en la estructura,
la ordenación sistemática de las circunstancias contingentes, del mismo modo
que la estructura haw aiana resultó ser en sí m ism a histórica.
¿Qué sucede, entonces, con la oposición resultante entre estabilidad y
cam bio? También en este caso, el pensam iento occidental presupone que los dos
son antitéticos: contrarios lógicos y ontológicos. L os efectos culturales se identi
fican com o continuos con el pasado o com o discontinuos, corno si fuesen clases
alternativas de la realidad fenoménica, en distribución com plem entaria en un es
pacio cultural dado. L a distinción cala hondo, a través de to d a una serie de cate
gorías elem entales que organizan la sabiduría com ún: lo estático frente a lo diná
mico, el ser frente al devenir, el estado frente a la acción, la condición frente al
proceso y — ¿no deberíam os agregar?— el sustantivo frente al verbo. A partir de
allí, sólo hay un pequeño paso lógico a la confusión entre la historia y el cambio,
com o si la persistencia de la estructura a través del tiem po (piénsese en la pensé
sauvage) no fuese también histórica. Sin em bargo, la historia haw aiana no es sin
duda la única que dem uestra que la cultura funciona com o una síntesis de la
estabilidad y el cambio, el pasado y el presente, la diacronía y la sincronía.
Todo cambio práctico es adem ás una reproducción cultural. Por ejemplo
la jefatura hawaiana, al incorporar identidades y m edios m ateriales extranjeros,
reproduce el status cósm ico del jefe com o ser celestial de K ahiki. En esta mito-
praxis de la jerarquía, el ariki polinesio, el prim ogénito real, “había em pezado su
vida en el momento en que se creó el m undo”; o m ás precisam ente para Hawaii,
su vida es la creación (Koskinen, 1960:110; véase el C apítulo 4). Segura d esús
privilegios cosmológicos, la jefatura haw aiana podía incluir la aparición del
capitán Cook en su propia situación m itoprácüca.
Al fin y al cabo, cuanto más iguales perm anecían las cosas tanto más
cam biaban, puesto que cada una de esas reproducciones de las categorías no es
la misma. Toda reproducción de la cultura es una alteración, en tanto que en la
acción las categorías por las cuales se orquesta un m undo presente recogen cieno
contenido em pírico nuevo. El jefe haw aiano para quien el “rey Jorge” de
Inglaterra es el modelo del mana celestial no sigue siendo el m ismo jefe, ni se
encuentra en la m ism a relación con su pueblo.
Sostengo que este diálogo sim bólico de la historia — diálogo entre las
categorías reconocidas y los contextos percibidos, entre el sentido cultural y la
referencia práctica— pone en tela de juicio toda una serie de oposiciones
fosilizadas por las cuales habitualm ente com prendem os la historia y el orden
cultural. N o me refiero sólo a estabilidad y cam bio o a estructura e historia, sino
adem ás al pasado com o algo radicalm ente distinto del presente, el sistem a frente
al acontecim iento o aun la infraestructura frente a la superestructura. De modo
que lo que propongo, si aceptan acom pañarm e a través de una digresión
sem ifilosófica, una especie de fenom enología ingenua de la acción sim bólica, es
que explorem os cautelosam ente estas distinciones rcificad asco n miras a descu
brir su síntesis más auténtica.
El problem a se reduce a la relación de los conceptos culturales con la
* experiencia hum ana, o al problem a de la referencia sim bólica: cóm o los
conceptos culturales se em plean activam ente para interactuar con el mundo. En
definitiva, lo que está en juego es el ser de la estructura en la historia y como
historia. Pero com ienzo más sim plem ente haciendo dos observaciones elem en
tales, ninguna de las dos nuevas en absoluto ni obra de mi propio descubri
m iento. La prim era se refiere al venerable principio de Boas según el cual “el ojo
que ve es el órgano de la tradición...” La experiencia social hum ana es la
apropiación de percepciones específicas mediante conceptos generales: un
ordenam iento de los hom bres y los objetos de su existencia de acuerdo con un
plan de categorías que nunca es el único posible, sino que en ese sentido es
arbitrario e histórico. El segundo postulado es que el uso de conceptos conven
cionales en contextos em píricos somete los significados culturales a revaloracio
nes prácticas. L as categorías tradicionales, al influir en un mundo que tiene sus
propias razones, un m undo en sí mismo potencialm ente refractario, se transfor
man. Pues aun cuando el mundo puede escapar con facilidad a los esquem as
interpretativos de un grupo dado del género humano, nada garantiza que sujetos
inteligentes e intencionales, con distintos intereses y biografías sociales, hayan
de utilizar las categorías existentes de las maneras prescritas. Llam o a esta doble
contingencia el riesgo de las categorías en acción.
Pero, en prim er lugar, la continuidad de la cultura en acción: el ojo que ve
com o órgano de la tradición. Invoco así una larga tradición filosófica, que se
rem onta notablem ente a K ant y fue llevada a la lingüística por Saussure y W horf
y a la antropología social por Boas y Lévi-Strauss. Todos éstos (y otros) han
enseñado que la experiencia de los sujetos humanos, en especial la com unicada
en el discurso, im plica una apropiación de los acontecim ientos en función de
conceptos apriori. La referencia al mundo es un acto de clasificación, en cuyo
transcurso las realidades son clasificadas en conceptos, en una relación de hitos
em píricos a tipos culturales. Conocemos el mundo com o casos lógicos de clases
culturales “El capitán Cook es un dios” . No se trata de que, com o algunos han
creído, tengam os una “ necesidad” de clasificar. La clasificación form al es una
condición intrínseca de la acción simbólica.
O, com o dice W alker Percy (1958: 138), el carácter sim bólico de la
conciencia consiste en el apaream iento de un percepto y un concepto, por medio
del cual los objetos de la percepción se hacen inteligibles para nosotros y son
transm itidos a los dem ás. “Toda percepción consciente”, dice Percy, “es del
carácter de un reconocim iento, un apaream iento, lo cual quiere decir que el
objeto es reconocido en lo que es... no basta decir que uno es consciente de algo;
se es consciente de algo en cuanto es algo" . “El [Cook] es un dios”. Pero entonces
el reconocim iento es una clase de reconocimiento: el acontecim iento se inserta
en una categoría preexistente y la historia está presente en la acción corriente. L a
irrupción del capitán C ook desde más allá del horizonte era un acontecim iento
verdaderam ente sin precedentes, nunca visto antes. Em pero, encuadrando lo
exislencialm cntc único en lo conceptualm ente fam iliar, el pueblo enclavó su
presente en el pasado.
136
Lo mismo sucede en la estructura lógica del discurso: en la manera en que
las oraciones describen o afirman. Al asim ilar un tipo particular (el sujeto
gram atical) dentro de un tipo más general (el tipo de acto o atributo que se predica
de el), la cláusula proposicional se despliega asim ism o como un acto de
clasificación simbólica:
H e a k u a ia
Un dios él
“ El es un d io s”.
137
kanaka, por kanaka al designar a los ‘hom bres (ordinarios)’ se encuentra en
contraste tam bién con ali’i o ‘je fe ’. E n haw aiano, ‘je fe ’ y ‘d io s’ son transitiva
mente iguales por oposición a hom bres; tam poco la diferencia entre dioses y
hombres se corresponde con la existente entre espíritus y mortales, puesto que
algunos m ortales (los jefes) también son dioses. N o existe necesariam ente un
punto de partida para cualquier sistem a cultural de ese tipo en la “realidad”, com o
escribe Stuart H am pshire, a la vez que observa que algunos filósofos han creído
que sí existe (1967:20). E n cam bio, un esquem a cultural en particular constituye
las posibilidades de referencia del m undo para los m iem bros de una sociedad
determ inada, aun cuando este esquem a esté constituido sobre distinciones
teóricas entre los signos que, en relación con los objetos, nunca son las únicas
distinciones posibles. O, para citar al propio predecesor de Saussure, M ichel
Bréal:
N o puede dudarse q u e el lenguaje designa a las cosas de una m anera incom pleta
e inexacta... Los sustantivos son signos atribuidos a la s cosas: com prenden sólo la
parte de la vérité que puede ser com prendida en un nom bre, una parte n ecesaria
m ente tanto m ás fragm entaria cuanto m ás realidad tenga el objeto ... si tom o u n ser
real, un objeto que existe en la naturaleza, será im posible p a ra el lenguaje poner en
la p alabra todas las ideas que ese objeto o ser suscitan en la m ente (Bréal, 1921:
178-79).
13 9
inevitable diferencia entre el valor de un signo en un sistem a sim bólico, es decir,
's u s relaciones sem ánticas con otros signos, y su valor para los individuos que lo
utilizan. En el sistem a cultural, el signo tiene un valor conceptual fijado por los
contrastes con otros signos; m ientras que en la acción el signo es determ inado
tam bién com o un “ interés”, que es su valor instrum ental para el sujeto actuante.
R ecuérdeseque la palabra “interés” deriva de unaconstrucción im personal latina
(inter est) que significa ‘es diferente’. Ahora bien, si un interés en algo es la
diferencia que reperesenta para alguien, de modo sem ejante y en otro plano
Saussure definiría el signo com o un valor conceptual. C om o concepto, el signo
está determ inado por sus relaciones diferenciales con otros signos. El significado
de “azul” está determ inado por la coexistencia en el lenguaje de otras palabras
com o, por ejem plo, “ verde” . Si, com o sucede en m uchos lenguaje naturales, no
existiera el “verde” , el térm ino “azul” tendría una m ayor extensión conceptual
y rcferencial: cubriría tam bién el cam po que llam am os (en castellano) “verde”.
L o m ism o se aplica a D ios Padre, a un billlete de un dólar, a la m aternidad o al
bistec: cada uno de ellos tiene un sentido conceptual de acuerdo con un lugar
diferencial en el sistem a total de esos objetos sim bólicos. P or otra parte, el objeto
sim bólico representa un interés diferencial para diversos sujetos de acuerdo con
su lugar en sus sistem as de vida. “Interés” y “sentido” son dos aspectos de la
m ism a cosa, el signo, que se relacionan respectivam ente con las personas y otros
signos. A hora bien, mi interés en algo no es lo mismo que su sentido.
La definición de valor lingüístico de Saussure nos perm ite hacer una
observación, puesto que está enm arcada en una analogía con el valor económico.
El valor de una m oneda de 5 francos está determ inado por objetos diferentes
por los cuales puede intercam biarse como, por ejem plo, tanta cantidad de leche
0 pan, y por otras unidades de m oneda con las cuales puede com pararse
contrastivam ente: I franco, 10 francos, etcétera. P or estas relaciones se determ i
na la im portancia de los 5 francos en la sociedad. N o obstante, este sentido gene
ral o virtual no es el valor de los 5 francos para mí. Para m í, aparece como un
interés específico o valor instrum ental y que com pre leche o pan con ese dinero,
lo regale o lo deposite en el banco depende de m is circunstancias y objetivos
particulares. Instrum entado por el sujeto, el valor conceptual adquiere un valor
intencional, que puede ser diferente también de su valor convencional.
P orque se arriesga en la acción, el signo está som etido a otro tipo de
determ inación: a los procesos de la conciencia y la inteligencia hum anas. El
significado, que ya no es m ás un sistema sem iótico virtual o incorpóreo, ahora
está en contacto con las facultades humanas originales d e su creación. N o hay
razón para creer — aunque la creencia es el a priori de ciertas formas de
relativism o lingüístico— que esas facultades creativas queden suspendidas una
vez que la gente tiene u na cultura. Por el contrario, en la acción los signos son
incluidos en diversas operaciones lógicas com o, por ejem plo, la m etáfora y la
analogía, redefiniciones intensionales y extensionales, especializaciones de
significado o generalizaciones, desplazam ientos o sustituciones, sin descuidar
1os “m alentendidos” creativos. Y porque los signos son em pleados p o r los intere
ses en proyectos, en consecuencia en relaciones tem porales de significación que
140
no son sim plem ente relaciones sim ultáneas de contraste, sus valores se arries
gan, por así decirlo, sintagm ática y paradigm áticam ente. Esos usos interesados
no son sólo im perfectos, con respecto a los ideales platónicos y culturales, sino
también potencialm ente inventivos. H em os visto cóm o los jefes hawaianos eran
capaces de reconocer su mana tradicional en los artículos de lujo de los com er
ciantes europeos, frente a m ateriales m ás rústicos o artefactos domésticos utilita
rios. L os bienes ofrecidos en el com ercio eran analizados según las concepciones
de los jefes. P or una m etáfora interesada sobre la brillantez celesüal, cuya lógica
estaba m otivada en la cultura tradicional, descubierto, sin embargo en la
situación existente por cierta intencionalidad, fue m odificado el significado del
mana.
A n títe s is y s ín te s is
14.1
Ies, sino también obligar al pueblo a presentar tributos m ateriales a esas opinio
nes. O asimism o, todo lo que se dijo sobre las organizaciones políticas heroicas
(Capítulo 1) sugiere la capacidad diferencial de las autoridades para hacer que
sus innovaciones personales lleguen a ser interpretaciones generales. G iddcns
(1976) form ula el diálogo de la acción (“estructuración”) de un m odo general al
referirse a la “dualidad de la estructura” com o concepto preexistente y conse
cuencia involuntaria, sin olvidar tam poco las consecuencias voluntarias de los
individuos que están en el poder. L a fenom enología que hem os estado exam i
nando seguirá siendo “ingenua” en tanto ignore que la acción sim bólica es com u
nicativa y conceptual: un hecho social que es adoptado en los proyectos e
interpretaciones de los demás. Aquí, en consecuencia, se inserta la “estructura de
la coyuntura”, la sociología situacional de las categorías culturales, con las
motivaciones que da a los riesgos de referencia y las innovaciones de sentido. A
diferencia de cualquier reducción fenom enológica, una práctica antropológica
plena no puede obviar que la síntesis del pasado y el presente se refiere al orden
cultural, m anifestado en una estructura específica de la coyuntura.
A hora bien, el caso hawaiano, a pesar de la historización del m undo, ya ha
dem ostrado que tam poco hay fundam entos para la oposición excluyente de
estabilidad y cam bio. Todo uso real de las ideas culturales es una reproducción
de ellas, pero cada una de esas referencias constituye adem ás una diferencia. Lo
sabemos de todos modos: las cosas deben preservar cierta identidad a través de
sus cam bios, o de otra m anera el m undo es un m anicom io. Saussure articuló el
principio: “L o que predomina en todo cam bio es la persistencia de la vieja
sustancia; la indiferencia ante el pasado sólo es relativa. Por eso el principio del
cambio se basa en el principio de la continuidad” (1969:74). N o obstante, en
determ inada antropología, también notablem ente en el estudio de la historia,
aislamos algunos cam bios por ser sorprendentem ente distintivos y los llam am os
“acontecim ientos” por oposición a “estructura” .
Se trata en realidad de una distinción perniciosa, la de la estructura y el
acontecim iento. A unque sea sólo por la razón m ás o m enos trivial de que toda
estructura o sistem a es, fenom énicam ente, acontecim iento. El orden cultural, en
tanto serie de relaciones significativas entre las categorías, es sólo virtual. Existe
sim plem ente in potencia. D e modo que el significado de cualquier form a cultural
específica es el cúm ulo de todos sus usos posibles en la com unidad en su
conjunto. Pero este significado se realiza, in presentía, sólo com o actos d e habla
y acción. El acontecim iento es la form a em pírica del sistema. La proposición
inversa, que todos los acontecim ientos son culturalm ente sistem áticos, es más
significativa. Un acontecim iento es en realidad un hecho de significación y en
cuanto significación depende de la estructura para su existencia y efecto. “Los
acontecim ientos no sólo están alli y suceden”, com o dijo Max W eber, “sino que
tienen un significado y suceden a causa de ese significado”. O, en otras palabras,
un acontecim iento no es sólo un suceso del m undo, es una relación entre cierto
suceso y un sistem a sim bólico dado. Y aunque com o suceso un acontecim iento
tenga sus propiedades específicas y sus razones “objetivas”originadas en otros
mundos (sistem as), no son estas propiedades com o tales las que le dan vigencia
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sino su significación proyectada desde algún sistem a cultural. El acontecim ien
to es un suceso interpretado, y las interpretaciones varían.
Considérese otra vez la apoteosis de los ingleses en H aw aii y también la
pérdida final de ese estado de gracia. E l capitán C o o k era verdaderam ente un gran
hom bre (o al menos así lo creem os), pero que sus barcos navegasen en una bahía
haw aiana no tenía nada inherentem ente divino m enos aún que representase el
regreso de Lono, el antiguo dios del pueblo y de la fecundidad, que fue lo que los
haw aianos supusieron. D e ahí los 10.000 individuos reunidos en la bahía de
K ealakekua cantando y regocijándose por el regreso de C ook en 1779. Rara vez
el colonialism o ha gozado de un com ienzo m ás auspicioso. Por otra parte, cuan
do las mujeres hawaianas com enzaron a vivir y com er con los tripulantes a bordo
de los barcos de Cook o de Vancouver, se plantearon serias dudas sobre la divi
nidad de los extranjeros. Em pero, no hay nada en el acto de com er con las mujeres
que sea inherentem ente profano, salvo que en el sistem a haw aiano contam ina a
los hombres y distribuye su tabú. Por consiguiente, los acontecim ientos no
pueden com prenderse al margen de los valores que se les atribuyen: la signifi
cación que transforma un sim ple suceso en una coyuntura fatal. Lo que para algu
nos es un acontecim iento fundam ental puede parecer a otros una cita para co
mer. De modo que aquí estam os separando.-conscientem ente el sistem a y el
acontecim iento mediante actos heroicos de teoría académ ica, mientras que el
hecho simbólico humano es: no hay acontecim iento saris sistema.
A todas luces, los errores antropológicos (o históricos) gem elos del m ate
rialism o y el idealismo consisten err intentos de vincular la im portancia signifi
cativa y el suceso m undano en una relación de causa y efecto m ecánica o física.
Para el m aterialism o la significación es el efecto directo de las propiedades obje
tivas del suceso. En esta afirm ación se deja de lado el valor relativo o significado
que la sociedad da al suceso. P ara el idealism o el suceso es sim plem ente un efecto
de su significación. A quí lo que se deja de lado es el peso de la “realidad”: las
fuerzas que tienen efectos reales, si bien siem pre en función de algún plan
cultural.
Lo mismo se aplica a la teoría y la prácüca, tom adas com o alternativas
fenom énicas: esta distinción objeüvada entre los conceptos culturales y las
actividades prácticas que es incierta en la práctica y absurda corno teoría. Toda
p raxis es teórica. Com ienza siem pre en los conceptos de los actores y de los
objetos de su existencia, las segm entaciones y valores culturales de un sisiema
a priori. P or lo tanto, no existe un m aterialism o verdadero que no sea también
histórico. Marx lo dijo, pero cierto m arxism o corriente y tendencioso, abstraído
en la oposición de teoría y práctica, lo negaría. A nalicem os esta afirm ación de
H indess y Hirst:
A b re v ia tu ra s
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