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5 de febrero de 2018

Carlos Palacio Páez

NOTAS SOBRE LA LECTURA DE GIORGIO AGAMBEN (2008):


“¿QUÉ ES LO CONTEMPORÁNEO?” [TRAD. ARIEL PENNISI]

Perspectiva general
El texto de Agamben plantea, en términos generales, una pregunta doble, que se
manifiesta desde el numeral “1”. Por una parte, ¿de quién y de qué cosa somos
contemporáneos? y, por otra, ¿qué significa ser contemporáneo? Para resolver los
interrogantes utiliza referencias de diversos autores de filosofía como Nietzsche, citado por
Barthes, W. Benjamin, M. Foucault, así como del poeta ruso Osip Mandel’stam y,
finalmente, del texto bíblico, específicamente de San Pablo.

Numeral 1
La búsqueda de definir lo contemporáneo, para Agamben, arranca por Nietzsche,
citado por Barthes, en uno de los cursos en el Collège de France: “Lo contemporáneo es lo
intempestivo” vuelve a citar el filósofo italiano. Prestar atención, pues, a la palabra
intempestivo. Nos cuenta, además, que justamente Nietzsche publicó en 1847 las
“Consideraciones intempestivas (Unzeitgemässe Betrachtungen)”, con las cuales se advierte
pues que “quiere rendir cuenta de su tiempo, así mismo, tomar posición respecto al presente”
(Agamben, 2008, 1). En la segunda “Consideración”, Nietzsche crítica la “cultura histórica”
de la cual la época -su época- está orgullosa; considera que todos son (somos, dice)
“devorados por la fiebre de la historia”. Sin embargo, lo curioso de la apreciación es que
Nietzsche plantea esta consideración, a raíz de su crítica a lo que la época enorgullece, como
intempestiva, es decir, contemporánea, si nos referimos a la cita de Barthes y al comentario
de Agamben. En esta desconexión frente a lo que se llamaría su “presente”, que es una
separación de opinión, mas no de tiempo (por lo que la cuestión intempestiva podría tener
problemas), radica la contemporaneidad del juicio nietzscheano. Habría que definir mejor,
entonces, el término intempestivo, y desligarlo de su relación directa con el tiempo.

Nos plantea Agamben acá, ahora sí en su voz, la cuestión de lo contemporáneo (y lo


menciona equivalente a “pertenecer verdaderamente a su tiempo”) como aquel que “no
coincide perfectamente con él [su tiempo] ni se adecúa a sus pretensiones y es por ello, en
este sentido, inactual” (énfasis mío). Es justamente por esto, es decir, el desvío y
anacronismo, que el contemporáneo es “capaz, más que el resto, de percibir y aferrar su
tiempo”. En otras palabras, desviarse del tiempo, verlo desde otro punto de vista, es
fundamental para entender mejor el tiempo en el que se vive.

Quisiera plantear en este momento una cuestión que, si bien no me confunde, sí creo
que puede crear problemas para la compresión total del texto. Por un lado, se nos habla del
que llamaré “desvío contemporáneo” como un anacronismo frente a su propio tiempo, que
precisa distancia. Sin embargo, por otro lado, se nos muestra la posición de un Nietzsche que
no es estrictamente opuesto al tiempo, sino a la opinión de su tiempo. Es una distancia de
posturas frente a un mismo tema, la que nos lleva a la verdadera contemporaneidad. ¿Es
necesario entonces pensar lo contrario a la época para ser contemporáneo? ¿Criticarlo todo?
¿O es posible estar en parte de acuerdo, o en desacuerdo con el tiempo? El hombre está, pues,
ligado a su tiempo (cronológico, esa es la precisión acertada) y la distancia única que se puede
permitir frente a éste es la distancia de opiniones-posturas. ¿De dónde provienen esas
posturas entonces, de otro tiempo? ¿O simplemente no hay que tomar ninguna?

Siguiendo con el texto de Agamben, se nos hace la aclaración de que no coincidir con
el tiempo, es decir, practicar la desincronía, anacronía, no significa, por ningún motivo,
añorar otra época (pasada), ni vivir nostálgico frente al tiempo pasado, pensando, como los
conservadores políticamente o los reaccionarios, que fue mejor. Es por esto que agrega una
cita que sería de Dalí, según el profesor Chirolla nos comenta: “Un hombre inteligente puede
odiar a su tiempo, pero entiende en cada caso pertenecerle irrevocablemente, sabe de no
poder escapar a su tiempo” (Agamben, 2008, 1).
Surge así la contemporaneidad como una “singular relación con el propio tiempo, que
se adhiere a él y, a la vez, toma distancia” (Agamben, 2008, 2). “se adhiere a él [su tiempo]
a través de un desfase y un anacronismo” (base de la que más adelante es la “paradoja”).
Porque quien coincide, encaja, perfectamente con cada cosa de su tiempo, no pueden ser
contemporáneos, pues no logran ver su tiempo, su época, ni tener una mirada fija sobre él,
ella.

Numeral 2
En este numeral se cita, al parecer entero, un poema del ruso Osip Mandel’stam,
escrito en 1923, titulado (intitulado¿?) “El siglo” (Vek, en ruso también significa “época”):

Mi siglo, mi fiera, ¿quién podrá

mirarte dentro de los ojos

y soldar con su sangre

las vértebras de dos siglos?

Hasta que la criatura vive

debe llevar las propias vértebras,

las olas bromean

con la invisible columna vertebral.

Como tierno, infantil cartílago

es el silgo recién nacido de la tierra.

Para liberar al siglo en grillos

para dar inicio al nuevo mundo

es necesario con la flauta reunir

las rodillas nudosas de los días.

Pero se ha despedazado tu espalda


mi estupendo, pobre siglo.

Con una sonrisa insensata

como una fiera un tiempo flexible

te volteas hacia atrás, débil y cruel,

a contemplar tus huellas.

Sobre el poema, habrá que decir que es “una reflexión de la relación entre el poeta y
su tiempo”, nos dice Agamben. La situación que nos plantea el poema es también una
pregunta, en todo caso retórica: “¿quién podrá / mirarte dentro de los ojos / y soldar con su
sangre / las vértebras de dos siglos?” Sin duda se refiere al poeta mismo, el que debe, nos lo
dice más adelante. “Es necesario con la flauta reunir / las rodillas nudosas de los días”. Nos
dice Agamben, opinión que no comparto, pues no encuentro cómo interpretarlo, que es el
poeta, como contemporáneo, la fractura de las vértebras en el siglo-bestia-época; pero a su
vez es la cura, introduciendo así el carácter paradójico de la condición contemporánea.

Se introduce, entonces, cómo el poeta, específicamente su obra es la llamada a soldar


las vértebras del siglo, de su tiempo. La contemporaneidad está situada justo ahí, afuera de
ese tiempo, afuera justo que podremos curar la gran fractura en su espalda. Sin embargo, se
nos confirma, de qué bella forma, la condición “impracticable” de esta tarea. La imagen del
siglo-bestia se voltea a contemplar sus huellas, pero tiene la espalda despedazada. La poesía
nos cuenta eso, pero no lo soluciona. Gran lección poética: mostrar el mundo, no
solucionarlo.

Numeral 3
En este apartado se nos da otra definición de contemporáneo. Ya no se plantea la
anteriormente mencionada, donde se define como aquel que es intempestivo y su relación
con el tiempo se define a través de un anacronismo o una desviación del tiempo “presente”.
En este numeral, teniendo en cuenta la imagen el poeta, que a su vez es el contemporáneo,
se nos refiere la definición de contemporáneo como aquel que “tiene fija la mirada en su
tiempo, para percibir no las luces, sino la oscuridad” (Agamben, 2008, 3). El tiempo entonces
se vuelve oscuro para quien es contemporáneo; el tiempo presente, claro.
Ahora, el problema que surge es definir qué es la “oscuridad”. El ejemplo, o mejor,
la definición que nos brinda Agamben es tomada de la neurofisiología. Se explica entonces
que la “oscuridad”, como la conocemos, en realidad no es la ausencia de luz, sino el producto
de la acción de las llamadas off-cells: células que se activan ante la ausencia de luz y que
provocan que “veamos” lo que conocemos como oscuridad. Esta metáfora, bella en todo caso
para ilustrar el ejemplo, lleva a Agamben a proponernos la visión del contemporáneo
primero, como el sujeto, recapitulando, que ve estas tinieblas en el presente, es decir, no se
deja deslumbrar por las luces del tiempo; y, segundo, procura activamente ver-percibir la
oscuridad del tiempo “presente”. Equivale entonces a “neutralizar las luces que vienen de la
época para descubrir su tiniebla, su oscuridad especial, que no es, de todos modos, separable
de aquellas luces” (Agamben, 2008, 3-4).

Ser contemporáneo implica, entonces, una posición activa. No basta únicamente con
renunciar y desencajarse del tiempo presente y de sus posibles “maravillas”, no. Se trata de
tomar una postura activa y crítica frente a este presente, en la que nos interesemos por
descubrir las tinieblas dentro de la luz. Es aquel que, a partir de su postura activa, “recibe en
pleno rostro el haz de tiniebla que proviene de su tiempo” (Ibid., 4).

Numeral 4
Este es quizá uno de los numerales más importantes del texto. En él, Agamben nos
plantea la naturaleza paradójica de ser contemporáneo, a través de otra metáfora que, de
nuevo, es bastante bella para explicar el asunto. Luego de explicarnos la oscuridad como
proceso fisiológico, nos habla de la oscuridad como producto de la imposibilidad de ver la
luz; nos da el ejemplo de la expansión constante y acelerada del universo que nos da la
astrofísica.

En esta explicación, la oscuridad que vemos en el firmamento, cuando observamos el


cielo, no es en realidad oscuridad. Allí, en los espacios donde hay oscuridad, en realidad
habría una luz que, sin embargo, nunca nos alcanza. Justo en esa posición asomaría una luz
si el universo dejara de expandirse, y la galaxia de donde proviene la luz lograra proyectarse
hasta nosotros. El problema radica en que las galaxias desde donde proviene esa luz que no
nos llega (imagen bastante hermosa, por cierto) se alejan a una velocidad mayor que la de la
luz misma; es por eso que vemos, en la mayoría de nuestra observación del espacio, la
oscuridad.

Pues bien, sobre esta imagen es que se monta la siguiente consideración sobre la
contemporaneidad. “Ser puntuales en una cita a la que se puede solo faltar”. Con esto se
introduce el carácter paradójico de ser contemporáneo. Justamente ser contemporáneo
implica percibir la luz, dentro de esa oscuridad, que se nos aleja infinitamente (Agamben,
2008, 4).

Se reconoce entonces una manera de alejarse del tiempo, con un anacronismo, pero a su vez
aferrarse a él, dando origen así a la paradoja de la contemporaneidad: “un ‘demasiado
pronto’ que es, también, un ‘demasiado tarde’, de una ‘ya’ que es, también, un ‘no aun’”
(Agamben, 2008, 5).

Numeral 5

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