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“NEW-AGE”: PSEUDO-ESPIRITUALIDAD Y

CONTRA-TRADICIÓN
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FILOSOFÍA POLÍTICA
ATLANTISMO GLOBAL

Esaúl R. Álvarez
Tanto por parte de la ‘élite cultural’ de nuestra sociedad como por parte de los medios que forman y
dirigen la opinión del gran público, el fenómeno de la new-age ha recibido poca o ninguna atención.
Desde su pretendida superioridad intelectual se considera este un asunto de importancia muy menor,
algo poco serio y propio de frikis, carente de relevancia social y poco digno de tratar.

Sin embargo para cualquier observador atento la realidad del día a día contradice este olvido
voluntario que como un velo de no reconocida censura se impone sobre el tema. Lo cierto es que la
new-age, bajo la forma de una pseudo-espiritualidad vaga y confusa, está cada día más presente en la
vida cotidiana de la gente y ejerce sobre el imaginario del ciudadano occidental una influencia
mucho mayor que todas las elucubraciones teóricas provenientes de prestigiosos académicos.

Es evidente que buena parte de este ‘olvido’ nace de la soberbia intelectual con que el racionalismo
exclusivista desprecia todo aquello que no entra dentro de su ámbito. Esta pretendida superioridad
que el cientifismo y el racionalismo muestran por cualquier planteamiento que trascienda su
reduccionismo materialista impide abordar seriamente el estudio de este movimiento en su verdadero
alcance social y analizarlo como merece en tanto hijo de la postmodernidad y fenómeno a todas
luces anti-tradicional.

Por tanto este silencio por parte de los medios considerados ‘serios’ no hace sino ocultar y
enmascarar una realidad que está ahí para cualquiera que alcance a ver un poco más allá de la ficción
elaborada por los mismos medios y que ejerce una influencia social innegable.

Al referirnos a la ocultación de la new-age en los medios de opinión ‘serios’ que señalan aquello que
debe ser de interés general, nos encontramos en realidad ante la continuación de la clásica división
de la existencia moderna en una ‘zona de luz’, dominada por la racionalidad exclusivista, y una
‘zona de sombra’ en la que reinan el irracionalismo y la superstición y donde no existe el más
mínimo rigor intelectual.
Hay que advertir que esta ‘zona de sombra’ es consecuencia directa e inevitable del exclusivismo
racionalista al marginarse regiones completas de la existencia humana en tanto son consideradas
como no dignas de estudio y atención desde la centralidad del paradigma. De este modo esta ‘zona
de sombra’, que es como un negativo del iluminismo positivista y pragmático, queda abandonada en
manos de los amigos del misterio y de lo oculto dando lugar con ello a que se desarrollen todo tipo
de falsedades, pseudo-mitos y nuevas supersticiones. Es en esta zona de sombra evidentemente
donde se desarrolla y habita la new-age, nutriéndose de todos aquellos restos de la experiencia
humana que la racionalidad hegemónica no asume, rechaza y desprecia.

No es casual por tanto que el auge del ocultismo, el espiritismo y demás corrientes oscurantistas
como magia, brujería, adivinación, así como la recuperación de tradiciones antiguas ya extintas -
corrientes y modas que están todas ellas en el origen de la moderna new-age-, tuviera lugar
precisamente al tiempo que triunfaba violentamente el iluminismo y la diosa razón en Europa ni
tampoco que se reivindicaran ya entonces como una especie de primitiva ‘contra-cultura’ que
defendía un ‘espacio de libertad’ frente al puritanismo de la época. Tampoco sorprende que aquellas
incipientes corrientes ocultistas pretendieran acabar con el ‘dogmatismo religioso’ al igual que sigue
reivindicándose hoy por parte de todas las corrientes new-age: una nueva era de pluralidad y
libertad. Desde demasiados estrados hemos oído la misma promesa…

Ciertamente estas pseudo-doctrinas son mucho más enemigas de una espiritualidad verdadera que
del cientifismo o el materialismo reduccionista, tendencias de las cuales en realidad la new-age está
repleta. Es decir, y aunque pueda resultar chocante a primera vista, el oscurantismo y la superstición
avanzan de la mano del ateísmo filosófico y racionalista y del prejuicio anti-religioso.

Nada de esto ocurre por casualidad y el papel socio-político que la ‘zona de sombra’ del paradigma
racionalista ha jugado en la historia de occidente no puede ser menospreciado, a pesar del silencio
por parte de la ‘ortodoxia intelectual’. Y ello es así aunque la cara que nos muestra la new-age sea
siempre cambiante: desde los ‘espíritus’ corporeizados de las ya lejanas sesiones mediúmnicas del
siglo XIX hasta los más modernos ‘extraterrestres’.

Básicamente el papel jugado por esta ‘zona de sombra’ ha sido doble:

de una parte ofrecer un ámbito de expresión -y por tanto de distensión- para todo aquello que la
racionalidad hegemónica negaba o ignoraba.
de otra parte, socavar la tradición auténtica e impedir cualquier acercamiento serio al tema. La new-
age supone la ‘democratización’ de la espiritualidad según el conocido proceder moderno de
mesocratización y de ‘igualar por abajo’.
*

Pero para ver la dimensión social que posee la new-age en el mundo actual debemos analizar en
primer lugar su estatus como ‘conocimiento alternativo’ respecto al paradigma epistemológico
normativo impuesto por el núcleo iluminista y racionalista de la modernidad.

Ya explicamos en su momento (ver aquí) cómo una serie de ideologías de nueva creación se
adueñaron a principios del siglo XIX del paradigma moderno definiendo la nueva episteme cultural
y acotando así cuáles serían en adelante los ‘conocimientos’ aceptables -la ‘zona de luz’- y cuáles
debían ser considerados inaceptables y quedaban por tanto excluidos. Por sorprendente que pueda
parecer es sólo a la sombra de esta episteme materialista y positivista -y anti-tradicional- que la new-
age puede desarrollarse, sencillamente porque donde existe una tradición espiritual fuerte y sana -
que abarca de modo comprehensivo toda la realidad humana en su diversidad y sirve de marco
general a cualquier conocimiento particular- la superstición que supone la new-age no tiene cabida
[1].

Puede apreciarse entonces de qué modo la new-age encuentra acomodo en la ‘zona de sombra’ de la
que ya hemos hablado. Si las ideologías políticas modernas y las preocupaciones de índole
económica ocupan el polo racional y la ‘zona de luz’ del paradigma moderno, todo aquello que se
considera más personal e interior, psicológico o emocional, ese enorme ‘espacio vacío’ que ha
dejado tras de sí la labor de demolición de la postmodernidad, queda del lado de la ‘zona de sombra’.
Prueba de ello es que no se trata en público sino que queda relegado al ámbito de lo privado, como la
religión misma según el punto de vista profano.

Por esta razón la new-age se encuentra en esta zona muy a menudo con las ‘nuevas psicologías’ y
con mucha frecuencia se influyen mutuamente. En realidad, debido a la carencia de principios
teóricos estables, nada diferencia a una de las otras, tan solo se trata de una cuestión de prestigio
social [2].

En resumen la new-age se sitúa -junto con otras disciplinas de conocimiento- a la sombra de la razón
exclusivista en un intento por llenar todos los vacíos -sociales y anímicos- que atormentan al hombre
moderno y es la ‘cara oculta’ del paradigma moderno, cara oculta que paradójicamente se nos
presenta como un conocimiento ‘alternativo’ que pretende revolucionar el paradigma mismo…

“New-age” y postmodernidad.

Antes de tratar los aspectos interiores que caracterizan la new-age y que la configuran como una
pseudo-espiritualidad dirigida a suplantar la espiritualidad auténtica e impedir el acceso de los
hombres y mujeres de esta época a la misma, vamos a analizar su carácter de síntoma cultural de la
postmodernidad, pues la new-age constituye uno de sus frutos más acabados y como tal, alimenta el
proceso de desestructuración social e individual -a nivel psíquico- en que está inmerso el mundo
occidental.

Quizá el rasgo que más destaca a simple vista en todo este aparente caos que es la new-age sea su
pronunciado eclecticismo: un verdadero cajón de sastre donde se mezclan creencias, ritos y
supersticiones de las más diversas procedencias dando lugar a un entramado en apariencia informe y
difícil de definir. Esta apariencia caótica, donde se juntan desordenadamente ideas de toda
procedencia debe considerarse un ‘signo de los tiempos’ propio de la globalización y la
postmodernidad. Más adelante veremos que esta característica emparentan la new-age con otros
fenómenos culturales no menos característicos de este momento histórico pero en apariencia
independientes y lejanos.

Al respecto de su carácter de ‘mosaico cultural’, resulta evidente que un movimiento como es el de


la new-age, solo puede tener lugar en una sociedad en la que las tradiciones propias han sido
totalmente devastadas y, si no han desaparecido por completo, son cuanto menos rechazadas en masa
por los miembros de su sociedad, tal y como es el caso en la sociedad actual. La new-age es así una
consecuencia directa y previsible de la pérdida de las tradiciones y de la extrema disolución social a
que ha conducido la postmodernidad.

A grandes rasgos la postmodernidad ha inoculado un profundo auto-odio en el mundo desarrollado


por su ‘herencia cultural’ y un sentimiento de inferioridad que se expresa en ese afán por el progreso.
Todo esto se pone de manifiesto a través del pronunciado rechazo por el pasado, la historia e incluso
por las más simples tradiciones y el folclore, por parte de los mismos ciudadanos occidentales,
completamente vaciados de toda identidad grupal o sentimiento de pertenencia a una colectividad.
En este sentido, es innegable que uno de los objetivos evidentes del proyecto de la modernidad es el
de convertir al hombre en una mónada, atomizarle, lo cual solo se consigue desarraigándole y
adoctrinándole en el individualismo y el egoísmo más extremos, es decir privándole definitivamente
de su historia y sus antepasados [3].

Es solo tras este proceso de ‘borrado’ de la identidad personal que es posible llenar el vacío
identitario con formas culturales prefabricadas por la ‘industria cultural’ global, que elabora un
mosaico a base de piezas ajenas y exóticas. Este proceso de vaciar de lo propio y destruir toda
herencia cultural para llenar el vacío con todo aquello que sea extraño y lejano es lo que hemos
denominado en otras ocasiones ‘cultura del palimpsesto’ [4].
Este vaciamiento de la identidad social que ha padecido occidente a lo largo del último siglo ha
tenido por efecto deconstruir al ciudadano occidental en tanto sujeto social y político -como parte de
una colectividad- ante lo cual el sujeto se ve impelido a buscar fuera de su sociedad la identidad y la
comunidad que esta le niega. Todo esto enlaza con la ilusión, tan extendida como falsa, de que es
imprescindible la auto-construcción activa de una identidad ‘a la carta’ por parte del sujeto. Es aquí,
sobre este vacío que es social pero también espiritual -en tanto estos son los dos marcos más
devastados por la modernidad individualista y materialista- donde la new-age encuentra su ‘espacio
de mercado’ otorgando al hombre postmoderno un simulacro de identidad.

El eclecticismo ‘multicultural’ de la new-age es inseparable asimismo de otros caracteres propios de


la postmodernidad como por ejemplo la inclinación, tan exagerada como superficial, del hombre
occidental por lo exótico. Este pronunciado gusto por lo extraño, lejano y exótico que presenta la
sociedad occidental -y que supone toda una rareza histórica- es resultado directo de la demolición de
la propia cultura, acompañada de ese sentimiento de desarraigo y des-identificación con el propio
pasado. Ciertamente, y tanto a nivel individual como colectivo, cuando uno ama lo propio
difícilmente abre la puerta a lo ajeno.

Es así como hay que analizar el fenómeno, centrifugador y sintomático donde los haya, del turismo
de masas y esa irrefrenable necesidad del hombre moderno por inmiscuirse en las demás vidas y
culturas.

El fenómeno del turismo de masas es en su dimensión psíquica bastante distinto a las clásicas
‘vacaciones’ o ‘veraneo’ de antaño y ciertamente ambos fenómenos designan el prototipo de hombre
de su época. Debe tenerse en cuenta en primer lugar que el verano -el tiempo entre la cosecha y la
vendimia para los pueblos europeos tradicionales- es el tiempo del descanso por antonomasia. Las
‘vacaciones’ eran un hecho propio del proletariado que aprovechaba ese tiempo para regresar a su
origen -al que comúnmente se refería como el ‘pueblo’-, juntarse con la familia y sobre todo poder
entregarse a un ocio o a una molicie que el embrutecedor ritmo de trabajo fabril le impedía durante
el resto del año. De este modo las ‘vacaciones’ se entendían ante todo como una liberación y una
desconexión del ritmo urbanita de la máquina que permitía recargar energías.

Sin embargo la naturaleza del actual turismo de masas es de otra índole. Para empezar el turista
cosmopolita viaja en cualquier época del año, no abandona en absoluto el ámbito urbano y desde
luego tampoco viaja para descansar. En parte esto certifica la pérdida de un centro o una referencia
siquiera geográfica, no digamos ya familiar, para el hombre moderno: no hay ‘pueblo’ ni origen al
que regresar siquiera metafóricamente.

Además este turismo que algunos llaman cultural pero que sería más acertado calificar de
compulsivo, no es en absoluto una huida del estrés urbanita o del rimo antinatural del ciclo de
trabajo en que consume su tiempo, como a menudo se pretende. Y no lo es porque el hombre
postmoderno carga con su velocidad y con su ritmo de máquina a donde quiera que vaya, tan
interiorizado lo tiene. Esto es una muestra contundente del nivel de centrifugación psíquica que
padece el occidental actual: el turismo compulsivo es una actividad de índole profundamente rajásica
y superficial, completamente exterior que se intenta justificar con los más groseros argumentos como
que viajar es ‘aprender de otras culturas’ o que nos hace más sabios y mejores… El mito de la
‘cultura’ como acumulación de experiencias e información.

Por otra parte la obsesión por ver y tocar efímeramente una realidad lejana, que poco nos incumbe y
de la que nada entendemos -al modo de quien visita un zoológico pero de algún modo especular pues
el que está fuera de lugar es el turista, lo que convierte el mundo en un gran parque temático- solo se
sostiene por la obsesión complementaria de registrar todas esas experiencias y vivencias, pues sin
esta perversión de la memoria aquella obsesión carecería de sentido. Por ello no extraña que a
menudo nuestros contemporáneos regresen de sus compulsivas y centrifugadoras actividades
turísticas aún más agotados y estresados de lo que partieron. Todo esto daría sin duda para más
reflexiones, empezando por la simple constatación de que el hombre moderno se acerca al mundo ya
como un mero espectador y lo ve como un espectáculo más, sin participar de él.
En resumen, la fiebre viajera que sacude el mundo occidental, por muy adornada que esté de
multiculturalidad, cosmopolitismo y solidaridad con los pueblos en ‘vías de desarrollo’ -bonito
eufemismo para decir que van camino de ser como nosotros’…- no puede ocultar el auto-odio, la
decepción y la frustración ante la realidad social y cultural. Es el modo más acabado en que el
occidental infecta, en apariencia pacíficamente, sin la violencia de las armas pero con la violencia
del dinero y de la soberbia cultural, el resto del planeta. Estamos ante un hombre sin centro, un
átomo sin rumbo que se mueve según los dictados que le señalan el mercado y la prensa dominical,
las poderosas deidades que escriben su destino y le dicen al hombre lo que es digno desear y
consumir en el nuevo orden mundial.

Tanto el ansia de búsqueda [5] -poco importa si se trata de ‘nuevas experiencias’ de consciencia o de
nuevos lugares- como el interés exclusivo por lo exterior y por los ‘fenómenos’ -que deben en todo
caso quedar convenientemente registrados- denotan el origen común que emparenta ambos
fenómenos: la fiebre turística y la new-age.

Estamos por tanto ante manifestaciones diversas de una misma realidad, el desarraigo y la
centrifugación, tendencias que no dudamos en incluir como parte de un problema psicológico mayor
que atrapa al hombre moderno.

II

“New-age” y pseudo-espiritualidad.

Hasta aquí hemos visto de qué modo la new-age está enraizada con las tendencias más disolventes y
propias de la postmodernidad:

acercar lo que es más lejano, a lo que se otorga un halo especial como si fuera mejor por ser extraño
o exótico; y
alejar y despreciar lo propio, lo cual se desprecia en primer lugar por ser propio.
De hecho parece haber una inclinación no solo hacia culturas y tradiciones alejadas en el espacio
sino también y quizá especialmente hacia aquellas alejadas en el tiempo, lo que lleva a intentar
‘reconstruir’ o ‘resucitar’ restos de tradiciones desaparecidas, con la consiguiente perversión de las
mismas pues no se comprenden en absoluto desde la perspectiva moderna. Por otra parte en tanto
que se carece de la necesaria continuidad en su transmisión puede decirse que cualquier labor que se
haga con las mismas está destinada al fracaso y es en sí misma contra-tradicional.

Los ejemplos más evidentes de lo que decimos son los casos de Egipto y la nueva y sorprendente
moda del neo-paganismo. Ambas tendencias tienen una fuerte presencia en los círculos new-age. El
caso de Egipto es particularmente significativo pues parece recorrer todo el ocultismo y la ‘zona de
sombra’ desde su mismo origen, allá por el siglo XVIII -el ‘siglo de las luces’…-, hasta la
actualidad. Egipto y sus dioses parece que nunca pasan de moda, y su imaginería ha sido
reivindicada tanto por tendencias relativamente ingenuas que no pasan de lo ridículo como por
desviaciones ocultistas a todas luces maléficas.

La ‘revitalización’ de entidades pasadas no deja de entrañar serios peligros, pues todas las
tradiciones advierten que los dioses pasados y vencidos se convierten en demonios para las
civilizaciones que vienen a reemplazarlos. Esto, además de servir de reflexión para más de un
incauto, es suficientemente significativo acerca de qué influencias empujan y mueven toda esta
‘nueva espiritualidad’ tan vaga como inquietante y que como decíamos vino a surgir curiosamente
en los tiempos del más radical iluminismo ilustrado.

Respecto de la moda neo-pagana poco más se puede añadir más que en el mejor de los casos -si
excluimos el caso de las posibles influencias maléficas- no pasa de ser, en razón de la muerte de
dicha tradición y la consecuente pérdida de su cadena iniciática hace más de un milenio, no lo
olvidemos, una mera farsa. Farsa que cuesta creer que nadie pueda tomarse realmente en serio [6].
Por lo demás, demasiado a menudo estos intentos de recuperación de tradiciones pretéritas esconden
un poco disimulado anti-cristianismo y con ello una vez más el odio al propio pasado.

Al margen del carácter anti-cristiano de muchos de estos movimientos neo-paganos no se puede


negar la evidente contradicción que encierra el hecho de considerar el propio pasado de occidente
como indigno y oscuro, una edad de tinieblas y horror, y a la vez alabar e idolatrar las culturas más
extrañas y lejanas, las cuales el occidental medio dista mucho de comprender convenientemente…
Hasta este extremo llega el sinsentido de la ideología relativista, la multiculturalidad disolvente y el
auto-odio occidental.

La ‘espiritualidad progresista’.

Pero de todas las confusiones modernistas de que se nutre la new-age la que mejor define su esencia
anti-tradicional es la penetración en el discurso pretendidamente espiritual de la noción de progreso.
Estas ideas progresistas dirigidas hacia la espiritualidad deben ser rechazadas y desmanteladas en
toda ocasión pues a menudo las encontramos intoxicando incluso tradiciones verdaderas. Para
rebatirlas debemos fijarnos ante todo en los fundamentos sobre los que se asienta toda tradición
espiritual verdadera. Como es sabido, aunque se olvida con demasiada facilidad, la ciencia moderna
se ocupa del estudio del mundo manifestado, es decir del ‘dominio de los fenómenos’.

La metafísica sin embargo no se dirige ni presta atención a los fenómenos, pues se ocupó siempre y
en todas partes del estudio de los ‘principios’, que son eternos, dejando aparte el estudio de los
fenómenos y no confundiendo nunca ambos marcos de realidad, tal y como incluso la filosofía
antigua deja claro.

Así, en virtud de su campo de estudio ambas disciplinas -que podemos resumir como física, en tanto
que estudio de la Physis, es decir de la naturaleza, y metafísica– miran la realidad en direcciones
diferentes por no decir opuestas, como los dos rostros del dios Jano. Metafóricamente se diría que
una mira hacia arriba y la otra hacia abajo. La metafísica, así como todo el conocimiento que ella
elabora, vuelve su vista a lo eterno -representado tradicionalmente por los Cielos- mientras por el
contrario la física -entendida en el sentido que hemos definido- tiene forzosamente la vista dirigida
hacia el mundo material, es decir el mundo de la corrupción y del cambio.

De tal suerte que puede decirse que si la metafísica atiende a lo eterno e invariable, la ‘ciencia’
atiende exclusivamente -y el matiz es importante- a los cambios y a los fenómenos, lo que está sujeto
al tiempo, esto es el reino de la manifestación grosera, pues trata de desentrañar las reglas de
funcionamiento de este. Esto la convierte, desde la perspectiva del hombre tradicional, que nunca
pierde de vista la presencia de lo eterno en el mundo, en un conocimiento de por sí muy inferior.

En otras palabras la ciencia estudia lo exterior, aquello que está sujeto a la ley del tiempo y al
cambio. La metafísica atiende a lo interior, aquello que a pesar de la siempre cambiante
manifestación exterior permanece inafectado y constante.

Ahora bien, la idea de progreso solo puede aplicarse, como resulta evidente por lo que hemos dicho,
en el nivel de los fenómenos y nunca por definición en el nivel del noúmeno, donde no tiene cabida
ni sentido. Siendo el noúmeno inafectado es imposible que exista ‘progreso’ alguno, no solo en lo
que le atañe a Él mismo sino tampoco siquiera desde su perspectiva. Es decir, en relación con el
noúmeno no puede hablarse de progreso alguno, menos aún de ‘progreso espiritual‘ como pretenden
los modernos de la new-age, pues desde la perspectiva de lo Único incondicionado toda la
manifestación -preséntese cómo se presente- vale nada y la distancia entre cualquier ente
manifestado y el Uno inmanifestado es siempre la misma, todo el ‘progreso’ que se quiera no acorta
en nada esta distancia [7].

En resumen hay que decir que desde el punto de vista de la metafísica -lo que equivale a decir desde
la perspectiva tradicional- la idea de ‘progreso’ es un simple absurdo lógico y además una
imposibilidad ontológica. El progreso solo es pensable en términos de cambio y por tanto en el nivel
exclusivo de los fenómenos groseros.

El resultado es que el progresismo en tanto ideología es una superstición de orden materialista que
pone la atención exclusivamente en lo más exterior, los fenómenos, y en la obsesión por el control
del cambio de estos. Y como es obvio todo punto de vista materialista desprecia aquella realidad que
permanece inalterable bajo la infinita variedad de las formas cambiantes.

Por tanto los ideales del progresismo y el evolucionismo son por sí mismos contrarios a cualquier
verdad metafísica, por ello no es posible de ningún modo una ‘espiritualidad progresista‘ ni tampoco
una ‘evolución’ ni un ‘progreso’ espirituales y el empleo de estos términos pone bien de manifiesto
la ignorancia absoluta de quien los emplea.

En definitiva, progresismo y espiritualidad auténtica son conceptos incompatibles y la aplicación de


cualquier concepción progresista a una doctrina espiritual es siempre una perversión de la misma, tal
y como ya denunciara hace casi un siglo Guénon (‘El teosofismo, historia de una pseudo-religion’).
El progresismo es pura desviación materialista y pura obsesión por la apariencia y lo más exterior, es
decir, todo lo contrario a cualquier espiritualidad auténtica que pone la atención en la dimensión
interior. Todo progresismo es una negación implícita de los principios espirituales y por tanto una
oposición flagrante a todo criterio o verdad tradicional. Y así debe ser denunciado cualquier
‘progresismo’ que trate de inocularse en el ámbito espiritual y de intoxicar sus enseñanzas con sus
particulares supersticiones.

La conclusión de todo lo que llevamos dicho hasta ahora es que el cajón de sastre de la ‘nueva
espiritualidad’ es por muchas razones una forma cultural perfecta para el estado de cosas actual, la
pseudo-espiritualidad ideal para los tiempos de la confusión generalizada, en una sociedad marcada
por la descomposición de toda referencia cultural, un mundo sin historia donde no hay pasado ni
tradiciones y en el cual el uno y las otras pueden re-inventarse de nuevo a cada momento.

Ante la desolación espiritual y comunitaria en que se encuentra occidente la new-age responde de


forma grotesca a necesidades humanas básicas, sociales y espirituales, llenando el vacío dejado a su
paso por la dictadura de la racionalidad exclusivista y su reducida y castrante visión mecánica y
‘pragmática’ de la vida humana.

Esto sitúa la new-age en su verdadero contexto histórico, pues viene a llenar -de forma ciertamente
grotesca y además peligrosa- el hueco dejado por el desbaratamiento de las tradiciones auténticas de
la sociedad. Es la reacción previsible al desmantelamiento de todos los mitos que alimentaban y
mantenían viva el alma de la sociedad occidental: el hombre de la postmodernidad, privado tanto a
nivel comunitario como a nivel personal y emocional de un ‘alma’, busca llenar esta carencia
entregándose a los exotismos más descabellados y participando de pseudo-tradiciones que ni
comprende ni le son de provecho.

III – Californismo y contraculturas

“New-age” y contra-cultura.

Después de todo lo dicho hasta ahora no puede extrañar que la new-age se difunda de forma
especialmente exitosa precisamente entre aquellos sectores sociales que presentan un estado más
avanzado de disolución social e intelectual y que son por lo general los que abrazan más
explícitamente los ideales del globalismo, la multiculturalidad y el rechazo de toda identidad, en
definitiva los ideales más propios de la postmodernidad. Y tales sectores suelen ser precisamente
aquellos que se presentan como ‘progres’, ‘alternativos’ e incluso muy a menudo como ‘anti-
sistema’.
No se trata de una simple coincidencia. Se hace necesario advertir la ‘unidad de proyecto’ que
subyace bajo la aparente diversidad de movimientos sociales y ‘modas culturales’ que, aunque se
disfracen de reivindicativos y ‘alternativos’ -o precisamente por ello- forman parte de las fuerzas del
globalismo.

No debe olvidarse además que en occidente la descomposición social e intelectual es mucho más
avanzada entre la juventud, vaciada por completo de identidad y de tradiciones y adoctrinada desde
su infancia -por parte de la educación obligatoria y los mass-media- en la ‘cultura del palimpsesto’,
el rechazo por todo lo pasado -empezando por la cultura de sus propios padres- y la consideración de
todo vestigio de identidad colectiva como el más grave peligro para la ‘paz social’.

En definitiva, y como sucede tan a menudo, son los sectores sociales más progresistas, aquellos que
conforman la vanguardia cultural y la ‘contra-cultura’ los que suponen la punta de lanza de la
postmodernidad, también en lo que respecta a la pseudo-espiritualidad por paradójico que pudiera
parecer. Así, más que perfilarse una ‘alternativa’ al grotesco orden cultural y espiritual actual tal y
como dicen representar, lo que suponen en realidad es un preocupante adelanto de lo que está por
venir.

Es entre estos grupos ‘alternativos’ que la new-age encuentra el terreno abonado para propagar sus
fantasías bajo la forma de pseudo-mitos y se extiende sin oposición ni traba, a no ser un
materialismo o ateísmo radicales cada vez más infrecuentes y que nadie se toma ya realmente en
serio, a excepción de algún grupúsculo marxista tan recalcitrante como irrelevante.

Por otro lado cabe señalar que los escasos grupos sociales que aún pueden ser calificados de
‘resistencia’ al ‘globalismo cultural’ y a la dictadura de lo políticamente correcto -que suelen ser
descalificados como ‘reaccionarios’-, como por ejemplo aquellos que mantienen una red comunitaria
fuerte o una identidad religiosa/cultural firme -como pueden ser los musulmanes y algunas
comunidades cristianas, en particular allí donde son minoría- tienden a considerar como un
patrimonio valioso sus raíces culturales y sus tradiciones, y por ello se encuentran mucho más
protegidos de las influencias disolventes del globalismo y la new-age.

Nos encontramos por tanto ante otro claro ejemplo de ‘cultura underground‘ o ‘contra-cultura’ -
nacida en sectores sociales marginales y ‘malditos’, de escasa cultura y nula cualidad intelectual-
que ha sido elevada a la categoría de ‘cultura dominante’ y a fenómeno social de masas -el
‘mainstream‘ en la jerga postmoderna-.

Esta es la aparente paradoja: en la postmodernidad la ‘contra-cultura’ constituye la ‘cultura del


poder’ y la ideología más extendida entre los sometidos. Y es que, más allá de ser tales movimientos
pseudo-culturales un signo del estado de descomposición de la sociedad actual, cumplen un papel
estratégico decisivo en la labor de aculturación de los mismos sometidos, rompiendo cualquier resto
identitario común que pudiera servir de resistencia al ‘nuevo orden’ global.

Cabe preguntarse asimismo cómo un ‘fenómeno de masas’ que ha sido divulgado durante décadas
desde las mismas estructuras del poder a través del cine, la televisión y la prensa, puede ser
considerado ‘alternativo’ o ‘contra-cultural’. Conmueve ciertamente la inocencia y la facilidad con
que el ciudadano corriente se deja embaucar y manipular.

Hay que empezar a considerar el movimiento new-age como una ‘ideología del poder’ elaborada
para entretenimiento y adoctrinamiento de las mayorías y dirigida ante todo a aumentar la confusión
mental de los sujetos e impedir la disidencia de cualquier tipo por el conocido método de ofrecer un
medio de expresión adecuadamente canalizado para el descontento de aquellos que se dicen
‘críticos’ o ‘disconformes’. Una vez más comprobamos de qué manera la periferia social del
paradigma -la ‘clase media’- es dirigida cual rebaño hacía ‘regiones’ donde su todo inconformismo y
afán revolucionario queda reducido a una moda de consumo… Aquí toda protesta es mera
apariencia.
El ejemplo paradigmático de lo que decimos es sin lugar a dudas el conocido fenómeno OVNI y su
corolario, el mito extraterrestre, una farsa que ha terminado por contagiar, como si de una pandemia
se tratara, las mentes de la mayoría de nuestros contemporáneos hasta lograr convertirse en una
‘verdad’ incuestionable. Estamos sin duda ante uno de los ‘mitos’ centrales de todo el movimiento
new-age. Este ejemplo nos da idea no solo del nulo rigor intelectual en que se mueve la new-age
sino sobre todo de su peligrosidad y su maldad, al servir como instrumento para inocular en el
común de las gentes ideas completamente desviadas y alejadas de la verdad.

Pero una vez más, gracias a la dictadura del relativismo, aquí todo vale y cualquier idea puede ser
defendida aún en la carencia más absoluta de argumentos. En todo caso, no debe olvidarse la ayuda
decisiva que proporcionan para la extensión e implantación de semejantes ‘ideas’ las estructuras de
propaganda y de manipulación de pensamiento del poder.

El contexto cultural de la “new-age”: el “californismo”.

En cuanto al pretendido carácter contra-cultural con que se reviste socialmente la new-age puede ser
interesante añadir algo más. Resulta bastante llamativo que todos los actuales movimientos sociales
‘alternativos’ -desde la lucha por los derechos de los animales hasta las modas más estrafalarias, y en
ocasiones directamente perversas, que se pueda imaginar- así como también la mayoría de las
‘contra-culturas’ que han aparecido durante la segunda mitad del siglo XX -o lo que es lo mismo,
desde el fin de la segunda guerra mundial-, provengan todos de una zona geográfica muy concreta:
la costa Oeste de los Estados Unidos y más específicamente de la región de California. Esta
circunstancia no ha pasado desapercibida para la cultura popular y ha dado lugar a que se acuñe el
término californismo para agrupar todas estas nuevas tendencias y ‘culturas’.

El análisis en profundidad de California como centro generador y difusor de todos estos


movimientos ‘contra-culturales’ -y de sus respectivas modas de consumo en el mercado global-,
aunque todavía pendiente de hacer, conduce inevitablemente a la identificación de esta región como
un auténtico centro ‘contra-tradicional’, y quizá no sea exagerado decir que se trate del centro
principal de difusión de la ‘contra-tradición’ a nivel mundial en estos tiempos finales.

Al margen de su papel real como centro generador y difusor de ‘contra-culturas’, valores y formas
de vida disolventes y anti-tradicionales, California posee un importante valor simbólico,
generalmente ignorado, de cara a cumplir este papel.

En efecto, atendiendo al simbolismo tradicional y aplicando las reglas de la Geografía Sagrada, si


Japón es la ‘tierra del sol naciente’, California no puede ser más que la ‘tierra del sol poniente’.
California es la tierra última, el Finis Terrae de nuestra civilización, y no solo en un sentido
geográfico -el viejo occidens latino, el horizonte final, la tierra de los muertos y última frontera de
una civilización- sino también en un sentido histórico pues ésta fue curiosamente la última tierra
conquistada por los europeos, tras la gran dispersión europea de las eras mercantilista e industrial, de
lo cual el episodio de la conquista del Lejano Oeste ofrece un magnífico testimonio.

La conquista del Lejano Oeste resulta ser desde esta perspectiva una representación tan real como
dramática de esa ‘cultura del palimpsesto’ que hemos citado en ocasiones, con su promesa de un
‘Nuevo Mundo’ levantado, en este caso concreto, sobre el yermo dejado por el genocidio de los
indígenas. En verdad aquí los europeos predicaron como en ninguna parte con el ejemplo
imponiéndose mediante la estrategia colonial de ‘tierra quemada’ y suplantando tanto cultural como
demográficamente lo que existía. Un ejemplo radical de nihilismo pocas veces visto en la historia de
la humanidad.

A estos apuntes de orden simbólico aún debemos añadir como decíamos antes el decisivo papel de
California como centro difusor de las contra-culturas más propias del pensamiento débil y la
postmodernidad, y en definitiva de todos los valores que pueden calificarse de ‘anti-tradicionales’.
En este influyente papel de creador de gustos, modas y corrientes sociales de todo tipo suele
obviarse que está allí precisamente el mayor núcleo económico-industrial de la forma espectacular
por antonomasia, el cine, del cual California ha sido a lo largo del siglo XX su mayor centro a nivel
mundial y lo sigue siendo en buena medida, si no ya en un sentido cuantitativo -dicen que ha sido
superado por Bollywood- sí a nivel cualitativo dada su influencia ideológica y cultural sobre el
imaginario colectivo occidental.

Siempre ha existido conciencia de este poder de influencia pues durante todo el pasado siglo esta
industria fue empleada como un instrumento de propaganda al servicio del colonialismo cultural y
comercial. Recordemos que la re-creación espectacular de la realidad es absolutamente
imprescindible para el mantenimiento de la actual ‘cultura de la imagen’ en la cual las ideas entran
más que nunca por los ojos [8] a la hora de adoctrinar y embaucar al moderno hombre-espectador.

Y un detalle más de índole simbólica: no parece casual la extravagante denominación de ‘meca del
cine’ que se ha dado a este lugar, una denominación a todas luces blasfema y que, a tenor de las
influencias psíquicas que allí se generan y que de allí parten y se extienden sin freno, pareciera
indicar el reconocimiento, siquiera inconsciente, de que nos encontramos ante un auténtico centro
contra-iniciático.

Como otro ejemplo brillante de ‘cultura del palimpsesto’ y rasgo central del californismo
encontramos el culto a la juventud, al cuerpo y a la ‘salud’. Todo esto constituye una prueba más de
la fijación en lo más exterior. Cabe señalar que el cuerpo es el rasgo más exterior de la persona, por
tanto lo más sujeto al cambio, lo más impermanente. Apegarse a la impermanencia, además de ser
una fuente segura de infelicidad, dolor y frustración, es la enseñanza exactamente contraria a la que
haya podido transmitir cualquier tradición espiritual en cualquier tiempo y lugar.

Vemos ahora la relación invisible a primera vista que existe entre esta fijación por lo más exterior y
lo menos esencial y la ‘nueva espiritualidad’ que mira solo a los fenómenos en lugar de a lo eterno.

Casi lo mismo se podría decir de la idea de ‘salud’ que promueve el californismo y que lejos de
buscar la simpleza y lo natural como pregona, no es más un programa de re-ingeniería corporal con
diferentes grados de violencia sobre el cuerpo que empiezan por la esclavitud de la dieta, siguen por
el gimnasio y acaban en el quirófano… Todo ello tremendamente artificioso y experimental. En esta
‘contra-cultura’ el cuerpo se convierte en un espacio más de aplicación de la dictadura tecno-
industrial, una zona más de dominio.

En cuanto al contenido de su imaginario y sus valores el californismo ha llamado la atención incluso


a nivel popular por presentar la vida humana como una suerte adolescencia eterna, que nunca debe
acabar y en la que cualquier rasgo estable -que proporcione estabilidad o raíces al sujeto, como la
familia- debe ser rechazado por ser una ‘atadura’.

Esta característica es interesante simbólicamente pues describe en pocos rasgos al ‘hombre del fin de
los tiempos’, en tanto que ser desarraigado, detenido en el tiempo, sin pasado, y por ello mismo sin
futuro. Este hombre sin pasado ni futuro, sin raíces ni frutos, que es como hierba que crece en el
tejado (Sal. 128:6), representa, como ya hemos apuntado en alguna ocasión, la inversión exacta del
nómada de los orígenes.

Por otra parte y haciendo un breve repaso histórico, es especialmente relevante que tales
movimientos ‘contra-culturales’, comenzaran su difusión masiva precisamente tras la segunda guerra
mundial. Y nuevamente se puede poner como ejemplo de ello el ya citado fenómeno OVNI que jugó
un papel decisivo de adoctrinamiento de masas durante las grises décadas de la guerra fría.

El papel que jugaron ciertos movimientos sociales de protesta, como el movimiento hippie o la
subcultura rock con todo su malditismo calculado, en la difusión de todas estas pseudo-culturas anti-
tradicionales ha sido fundamental y es pocas veces denunciado. La relación entre el ‘hippismo’ de
los años ’70 y las más actuales modas naturista y vegana es ciertamente indiscutible, pero también lo
es el vínculo que tuvieron aquellas contra-culturas con la espiritualidad ‘light’, el ya citado neo-
paganismo, la magia e incluso el satanismo. Los vínculos son ciertamente innegables.

Y no puede tomarse a la ligera el hecho de que todas estas ideologías anti-tradicionales y que
conducen a la disolución definitiva del ‘cuerpo social’ tengan su principal foco de generación y
difusión en la costa oeste de los Estados Unidos. Desde este punto de vista California adquiere unas
connotaciones simbólicas, históricas y culturales verdaderamente siniestras y difícilmente igualables
por ninguna otra región del planeta. En ello además vemos lo que significa realmente la
consumación de la promesa de una tierra nueva para el paradigma de la modernidad.

Por tanto, a pesar de su enorme diversidad y su apariencia caótica californismo y new-age son
fenómenos inseparables, tanto en su origen histórico y geográfico como en los principios ideológicos
que imponen un poco por todas partes, todos ellos conducentes a la disolución de la identidad social
y personal.

IV – La gran ceremonia de la confusión

Finalmente intentaremos esbozar algunas conclusiones acerca de las implicaciones profundas que
supone un fenómeno social tan extendido, y a la vez tan poco definido, como este de la nueva
espiritualidad ‘alternativa’. Para empezar enumeremos muy brevemente las conclusiones a que
hemos llegado hasta el momento.

En primer lugar hemos mostrado que la new-age se desarrolla en la ‘zona de sombra’ del paradigma
materialista y racionalista en que nos encontramos y que no dudamos en identificar con la
modernidad misma. Es por ello un movimiento confuso y oscuro, de mensajes calculadamente
ambiguos e incluso contradictorios, que evita siempre ser estudiado y categorizado. Es parte de su
esencia impedir ser adecuadamente definido.

En segundo lugar hemos visto que esta pseudo-espiritualidad, enteramente exterior y superficial,
posee innegables rasgos postmodernos -el gusto por lo exótico, el igualitarismo democrático, la falta
de rigor frente a la unidad y cohesión doctrinales de toda tradición auténtica, la libertad personal y el
juicio propio como derechos irrenunciables, la negación de todo principio de autoridad y por tanto el
rechazo de todo verdadero maestro, etc…- lo que la convierte no solo en un acabado ‘signo de los
tiempos’ presentes con una enorme deuda con el punto de vista protestante de la espiritualidad -lo
cual tendría ante todo un interés sociológico-, sino también en la ‘forma religiosa’ –pseudo-religiosa
en realidad pues es una falsificación de las formas religiosas verdaderas- más idónea para los
tiempos de la postmodernidad, tan democráticos y opuestos a cualquier dogmatismo… Y puesto que
esta pseudo-religión ocupa el espacio que en las sociedades tradicionales ocupaba la religión,
suplantándola, la new-age se erige en la ‘falsa doctrina’ propia de los últimos tiempos. Por esto no
sorprende en absoluto que sus seguidores sean partidarios cada vez más explícitamente de abolir la
viejas religiones y sustituirlas por una nueva ‘religión universal’ -en la que suponemos cada cual
podría practicar y participar a su manera en virtud del principio de libertad individual- lo cual nos
será ‘vendido’ como un progreso más, un progreso sin duda en la actual espiral descendente que
sigue la civilización moderna…

Por último podemos advertir que, contrariamente a lo que se cree, esta ‘nueva espiritualidad’ no solo
no debilita o combate el paradigma civilizatorio de la modernidad sino que se nutre de él y a la vez
lo fortalece. Lo fortalece en particular debido a su carácter ‘anti-tradicional’, perceptible sobre todo
en su intención de falsificación y suplantación de las tradiciones auténticas a las que ataca desde
fuera o intoxica desde dentro bajo pretexto de re-inventarlas y modernizarlas. Por tanto no es
exagerado decir que la ‘nueva espiritualidad’ es hoy por hoy el mayor enemigo de toda verdadera
espiritualidad así como de todo aquel que persiga sinceramente un acercamiento a la Verdad última.

Nos encontramos por tanto ante una influencia maléfica de primer orden cuyas sugestiones están
desviando a muchos del camino auténtico.
Por ello, para quien pueda pensar que nuestros argumentos resultan un tanto exagerados
recurriremos a continuación al simbolismo tradicional -universal y eterno- para comprobar sin
margen de duda el carácter maléfico e infernal de toda la ‘nueva espiritualidad’.

Comenzaremos indicando que el ecumenismo globalista y la indefinición ideológica y doctrinal que


es propia a todas estas pseudo-doctrinas, características que propician que la new-age sea un cajón
de sastre que abarca todo tipo de ideas, algunas de ellas contradictorias entre sí, convierten este
amasijo supersticioso en una suerte de ‘Frankenstein cultural’, de aspecto ciertamente grotesco, lo
cual, como es bien sabido es un signo diabólico per se.

Recordemos que a menudo se representó al diablo mediante una imagen simiesca debido a su
empeño en imitar y suplantar lo sagrado para confundir a los hombres. Por ello el diablo ha sido
llamado en ocasiones el ‘mico de Dios’. Pero como ha expresado a menudo la teología tradicional lo
grotesco, la fealdad y el desequilibrio son caracteres propios del diablo, caracteres que le resulta
imposible ocultar a pesar de todas sus elaboradas artimañas a la hora de emular y suplantar la
Tradición y la Verdad.

Así, no pudiendo presentar la armonía y belleza de la Verdad a causa de su desequilibrio y maldad


interiores, en su afán de suplantación el diablo no puede evitar delatarse al mostrar algo burdo y
grotesco, ridículo, en su imitación. Características éstas que deben ser siempre tenidas en
consideración a modo de signo y que solo los incautos pueden pasar por alto y tomar así tal
imitación simiesca por una manifestación de la Verdad misma.

Es así, como un signo propio de la ‘contra-tradición’, como debemos interpretar el desorden


profundamente inscrito en el ‘mercadillo espiritual’ que es la new-age y de forma más general en
todas las contra-culturas que forman parte de esa tendencia que hemos denominado californismo.

Antes de continuar observemos por un momento la siguiente ilustración que muestra un detalle del
grabado ‘El caballero, la muerte y el diablo’ de Alberto Durero, una de sus tres ‘Estampas Maestras’.

Como puede apreciarse el diablo del grabado es representado mediante una figura deforme, carente
de orden y armonía y por tanto de belleza, compuesto por una mezcla grotesca de características
propias de diferentes animales, es decir muestra una confusión de diversas naturalezas. Nótese la
tradicional pata de cabra que asoma en la parte inferior de la ilustración, y que siempre se ha
considerado uno de los rasgos más distintivos del diablo.

La new-age guarda una gran analogía con la anterior figura diábolica y puede decirse que es, en
buena medida, su expresión cultural. Ambos, a la manera de aquel engendro humanoide de la novela
de Mary Shelley, están compuestos de restos de cadáveres -residuos psíquicos de las tradiciones
desaparecidas que ahora se pretende revivir y devolver a la vida– y de retales pseudo-intelectuales de
todo tipo: desde la magia y el espiritismo decimonónicos a las teorías e hipótesis científicas más
modernas, todo ello mezclado en una inextricable confusión. Esto es lo que esconde el cajón de
sastre pseudo-doctrinal de la new-age.

Además cabe señalar que, en tanto que es una pseudo-doctrina propia del fin de los tiempos, la new-
age cumple su papel de dar voz a ‘los muertos’ -de un modo ciertamente peligroso- al servir de
escaparate para todo tipo de restos psíquicos de antiguas tradiciones que han quedado de algún modo
como latentes. Los usos perversos de herramientas y conocimientos tradicionales como pueden ser la
astrología o el Tarot, así como el empleo de otros métodos de nueva invención todavía más
inquietantes y siniestros así lo demuestran. Y es en esta confusión que la disolución del mundo
psíquico del hombre actual se hace más manifiesta.

Se ha dicho en ocasiones que para que un proyecto falso y maléfico -como el del diablo- pueda
extenderse y dominar a los hombres ha de contener algunas trazas de verdad -las cuales extrae de las
tradiciones verdaderas- y ponerlas al servicio de la mentira. Esto se debe no solo a la necesidad por
parte del diablo de perfeccionar su capacidad de engaño sino a una razón más profunda, de carácter
ontológico: la mentira no puede existir ni durar por sí misma de ningún modo pues no tiene ser
propio, existe y pervive en tanto es un reflejo, si bien torcido o falso, de la Verdad, que de este modo
forzosamente la antecede en la dimensión ontológica. Es así como toda mentira es una imitación y
una suplantación de una verdad, y por ello en último término de la Verdad.

Imitación y suplantación que lo es también de la Tradición, en tanto que expresión en el mundo de


dicha Verdad inmanifestada, con el objetivo de confundir a los hombres y mujeres del fin de los
tiempos e impedir su acceso a la verdadera senda espiritual, privándoles así del conocimiento de esa
Verdad última.

Por lo tanto la pseudo-espiritualidad está muy lejos de ser un fenómeno inocente y sin consecuencias
para quienes lo siguen, tal y como se nos pretende hacer creer en la cultura del relativismo. Como
vemos además se trata de un fenómeno mucho más elaborado de lo que podría parecer a simple vista
y por ello más peligroso que el simple y burdo materialismo positivista, tan propio del paradigma
moderno, que era una negación bastante grosera y en el fondo emocional de toda espiritualidad.
Aquí estamos ante otra cosa, ante un grado más acabado de deformación: una versión infernal -por
inferior e invertida- de la espiritualidad.

En efecto la ideología racionalista, positivista y materialista podía alejar a muchas personas de la


senda espiritual pero la new-age les ofrece algo peor: una interpretación desviada -materialista y
pseudo-positivista- de la espiritualidad y con ello una senda equivocada en la que perderse; lo cual es
mucho más elaborado y maligno que un materialismo o un cientifismo puro y simple. No debemos
olvidar que la new-age, a la vez que ofrece sus propios ‘caminos’ y enseñanzas de nuevo cuño, ataca
y desprestigia las tradiciones auténticas a fin de destruirlas y pervertirlas.

Y quizá por esto mismo no sorprenda tanto que, a pesar de la beligerancia con que el laicismo
progresista y el racionalismo positivista atacan las tradiciones antiguas, la new-age sea consentida y
presentada a veces incluso como un ‘necesario retorno a la espiritualidad’ por parte de la civilización
occidental.

Como vemos hay mucho más que una simple falsedad, estamos ante una suplantación de la
Tradición a fin de confundir y extraviar a los hombres. Esta es la preocupante realidad que se oculta
tras los aparentemente inocentes valores del ecumenismo y la multiculturalidad con que se nos
presenta en cada nueva reinvención la new-age y con que tratan de seducirnos las diversas modas y
contra-culturas que adopta el californismo, la imagen más acabada de la postmodernidad.

[1] Como puede verse la fragmentación del conocimiento -y de la sociedad- propiciada por el nuevo
paradigma científico no es independiente del giro anti-metafísico. Se trata de fenómenos análogos y
profundamente relacionados, aunque su estudio en profundidad nos alejaría del tema actual.

[2] Hay que notar que la psicología moderna es una (pseudo-)ciencia por completo liminar en el
paradigma moderno, por ello carece de un objeto de estudio, así como de una metodología, claros y
definidos. Ello es importante a la hora de adaptarse a las realidades sociales en constante cambio de
la sociedad postmoderna, téngase en cuenta que la ‘ciencia psicológica’ es ante todo una herramienta
de manipulación social. En todo caso, por la razón ya señalada de dirigirse y tratar en parte a
aspectos interiores -como emociones, miedos e inseguridades, es decir la ‘zona de sombra’- de la
experiencia humana queda relegada a la periferia del paradigma.

[3] Los antepasados, pieza fundamental para la identidad de los pueblos tradicionales.

[4] Los defensores del globalismo lo llaman eufemísticamente ‘multiculturalidad’, cuando en


realidad lo que hay es un genocidio cultural, una destrucción sistemática de todas las culturas
humanas, empezando por la propia, para alcanzar una mezcla informe que es de algún modo el
reflejo análogo del caos primigenio en que estaba sumida originalmente la manifestación universal.
No hay tal convivencia de culturas en el desorden postmoderno sino una sustitución de las culturas
ancestrales por los disvalores de la disolución.
[5] A menudo los sujetos más imbuidos de la new-age usan este término de ‘búsqueda’ para sus
arbitrarias experimentaciones e incluso se refieren a sí mismos como ‘buscadores’. Delatan con ello
la verdadera naturaleza de su ‘conocimiento’, pues solo busca el que está perdido.

[6] Pensemos por ejemplo en las celebraciones cada año más populosas en ciertos monumentos
megalíticos y todas las pseudo-creencias y supersticiones que ello propicia a su alrededor…
Realmente una nueva pseudo-religión. En todo caso imitar alegremente a una casta sacerdotal como
fueron los druidas resulta ser, además de muy significativo de los tiempos que vivimos, algo más
serio que una simple pantomima. Pero precisamente lo que caracteriza la idiocia moderna es que
estas irreverencias se abordan con total despreocupación…

[7] En todas estas consideraciones seguimos a René Guénon.

[8] No es descartable el advenimiento de un nuevo modo de analfabetismo e idiocia debido a esta


‘deformación visual’ del carácter del nuevo hombre-espectador cuya capacidad para adquirir ideas
por otros medios, sobre todo los que afectan a la facultad racional, va siendo paulatinamente
mermada. En esto la moderna ‘cultura visual’ -de la cual el cine es el mejor exponente- es la
inversión exacta del lenguaje simbólico de las artes visuales tradicionales, pero este tema nos alejaría
del objetivo del presente artículo.
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