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4 Lecturas de verano VIERNES 1/8/2003 ABC

EL RELATO DE PABLO DE SANTIS

El espejo del mandarín


Pablo De Santis nació en Buenos Aires en 1963. Su primera novela, El palacio de la noche, apareció en 1987. Fue guionista y jefe de
redacción de la revista Fierro, ha realizado guiones para televisión y ha publicado también libros de crítica sobre el cómic.

U NA de las historias
más antiguas que se cuentan
del sabio Feng ocurrió duran-
Feng observó todo lo que
había en la habitación, aún
las sandalias del mandarín y
te la época de la gran peste. los pliegues de las sábanas y
Los campos estaban cubiertos las mariposas que habían
de cadáveres insepultos, con muerto por acercarse a la lám-
las caras y las manos marca- para. Luego fue a la sala desti-
das por las pequeñas llagas de nada a los rezos, donde el cadá-
la enfermedad. Esas marcas ver esperaba el funeral. Allí pi-
parecían ideogramas de una dió que lo dejaran sólo con el
lengua desconocida; pero por cuerpo del mandarín, que per-
extrañas que fueran, nadie ig- manecía sumergido en una cu-
noraba su significado. ba con flores de jazmín, para
A falta de males, nació una su purificación...
rivalidad mortal entre Chou, A la mañana siguiente
el mandarín del Sur y Dang, el Feng se reunió con el doctor
mandarín del Norte. Dang ha- Tsau y con los enviados de la
bía prometido una fortuna a policía imperial en la misma
quien se atreviera a matar a habitación donde se había co-
su enemigo. Chou temía por metido el crimen. Todos espe-
igual a la peste y a Dang. Por raban el nombre del asesino.
eso había renunciado a aban- «La peste es la culpable»,
donar su enorme habitación. dijo Feng.
Para sentirse más seguro, hi- «Extraña marca para la
zo que le fabricaran una cerra- peste: un tajo en la garganta»,
dura que sólo se podía abrir dijo el doctor Tsau.
desde el interior. Su única di- Feng no hizo caso a la bro-
versión era ataviarse con sus ma.
mejores trajes y mirarse en «Chou tomaba fuertes póci-
un gran espejo. Pensaba que mas para dormir, que le daba
el lujo era una armadura que su mismo médico, el honora-
la muerte no podría atrave- ble doctor Tsau. El asesino
sar. aprovechó su sueño para dibu-
Una mañana los sirvientes jar sobre la cara del mandarín
golpearon a su puerta pero las señales de la peste. En la
Chou no les abrió. Cuando a la piel del cadáver quedan toda-
tarde derribaron la puerta, lo vía restos de tinta roja. Al des-
encontraron tendido en el sue- pertar, Chou supo leer en el es-
lo, con un tajo en la garganta, pejo el doloroso fin que le espe-
la cara hundida en un lago de raba, y del que su médico tan-
sangre. A su lado, una daga de tas veces le había hablado. En-
oro. Su médico, el doctor Ts- tonces se cortó la garganta.
au, pasó un paño embebido en Hubo un crimen, y las armas
vinagre de cerezas por la cara fueron un pincel de pelo de mo-
del mandarín. Pero Chou no no, unas gotas de tinta roja y
reaccionó: estaba tan muerto un espejo».
KYLIAN

como los cuerpos que la peste «¿Y quién fue el que trazó
acumulaba sobre los campos, esas marcas en su cara?», pre-
y que la nieve empezaba a cu- guntó uno de los enviados de
brir. la policía imperial.
No había duda de que el cri- «El mismo que luego las bo-
men era obra del mandarín rró con un paño embebido en
Dang, pero faltaba saber vinagre de cereza», respondió
quién de los habitantes del pa- Feng.
«Dang, el mandarín «El asesino
lacio había entrado en la sala darín y le mostró el gran espe- El doctor Tsau no se defen-
para cortar la garganta de del Norte, jo. «Los sirvientes son fácil aprovechó su sueño dió, y con su silencio aceptó
Chou. Intervino en el caso la había prometido presa de las supersticiones. para dibujar sobre las palabras de Feng. Antes de
policía imperial, que interro- Como la puerta no podía abrir- que se lo llevaran, dijo en un
gó a los sirvientes, a los cocine-
una fortuna se desde fuera, creen que el
la cara del susurro:
ros, a los jardineros y al médi- a quien se asesino sólo pudo entrar por mandarín las «El mandarín Dang me ha-
co, sin conseguir ninguna res- atreviera a matar el espejo. Han quitado todos señales de la peste. bía prometido abundantes tie-
puesta. Fue entonces cuando los espejos del palacio, para rras y un cargamento de seda.
llamaron al sabio Feng, que vi- a su enemigo. no morir ellos también». El En la piel del Ahora obtendré una soga de
vía en una cabaña alejada, y Chou temía médico rió y los enviados de la cadáver quedan seda y un hoyo en la tierra».
que nunca había entrado en por igual a la peste policía imperial también rie- todavía restos Afuera la nieve borraba
un palacio. ron. Todos rieron menos con paciencia las marcas de la
El doctor Tsau acompañó a y a Dang» Feng. Sólo dijo: «Un espejo de tinta roja» peste, y pronto todo estuvo
Feng a la habitación del man- también es una puerta». blanco.

ABC (Madrid) - 01/08/2003, Página 4


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