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EN AMÉRICA LATINA
J. R AÚL NAVARRO G ARCÍA ( COORD .)
LITERATURA Y PENSAMIENTO
EN AMÉRICA LATINA
Sevilla, 1999
PUBLICACIONES DE LA
ESCUELA DE ESTUDIOS HISPANO-AMERICANOS
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
© CSIC
ISBN: 84-00-07858-6
NIPO: 179-99-083-1
Depósito legal: Se-3033-99
Cubierta: Cerámica de Jorge Cancio
Diseño y maquetación:
Juan Carlos Martínez Gil
Impresión: El Adalid Seráfico, S. A.
Impreso en España
Printed in Spain
Páginas
ARTÍCULOS
LA FIGURA DE VALLE
J OSÉ Cecilio del Valle y Díaz del Valle nace en Jerez de la Choluteca y Mis
Reales Tamarindos, en la zona minera de “El Corpus” (Honduras), en 1777 y
muere en Corral de Piedra, Guatemala, en 1834. Pertenece a una red familiar
extensa de la elite centroamericana caracterizada por su reproducción endogámi-
ca, ya sea desde el punto de vista biológico —sus bisabuelos eran parientes, sus
abuelos hermanastros— como por la ocupación o actividad que desempeñan los
miembros de la red.
Su bisabuelo, José Díaz del Valle, se casó tres veces: con María Romero
había tenido un hijo, José Díaz del Valle Romero. Era alférez mayor y regidor per-
petuo de Choluteca, de origen andaluz, en su escudo lleva la leyenda: “El que más
vale no vale tanto como vale Valle”, llegando a tener en sus haciendas más de die-
ciséis mil cabezas de ganado mayor;1 con Lucía Herrera tuvo a Juan José Díaz del
Valle Herrera; su abuela materna era hija de Lorenzo M.ª López de Padilla, alcal-
de ordinario de Choluteca, mayorazgo de Jerez y de Martina Art, de la familia más
distinguida de Choluteca. Por lo tanto, sus bisabuelos eran parientes políticos,
ambos de origen andaluz y con cargos municipales. Del mismo modo, sus abuelos
eran hermanastros, los paternos eran José Díaz del Valle Romero y Manuela
Izaguirre; y los maternos Juan José Díaz del Valle Herrera y M.ª Josefa López de
Padilla. De los descendientes de los abuelos, José Antonio Díaz del Valle Izaguirre
y Ana Gertrudis Díaz del Valle López Padilla también eran primos carnales y fue-
ron los padres de José Cecilio, y de Paula Díaz del Valle Izaguirre, quien casó con
Juan Jacinto Herrera y Rivera, teniente de milicias y alcalde mayor de Tegucigalpa,
padres a su vez de José Dionisio Herrera, jefe del Estado de Honduras en 1823, de
Nicaragua en 1830, y no aceptó la Jefatura del Estado de El Salvador en 1834,
cuando se la ofreció su Asamblea Legislativa.2
1 Oqueli, R.: “Introducción”, en José del Valle. Antología, Tegucigalpa, 1981, págs. 15-43.
2 1781-1850. Colegial del Seminario de Nuestra Señora de la Asunción de Guatemala (1795-
1800), casó con la prima de Morazán, Micaela Quesada y Borjas. Fue secretario del Ayuntamiento de
Tegucigalpa, elegido diputado suplente a las Cortes españolas. Independentista y enemigo de la ane-
xión a México. En 1823 fue elegido Jefe del Estado de Honduras, derrocado en 1827 y enviado prisio-
nero a Guatemala. En 1829 el gobierno federal le encargó la pacificación de Nicaragua y fue elegido
20 Teresa García Giráldez
José Cecilio Díaz del Valle se casó en Guatemala en 1812 con M.ª Josefa
Valero Morales, hija de Antonia Morales y del licenciado José Mariano Valero, ase-
sor letrado de la Intendencia de Chiapas y Honduras, oidor de la Real Audiencia de
Cuba, quien había dado muestras de hostilidad contra el dominio español y fue acu-
sado de injurias al rey Carlos IV y a Godoy, siendo perseguido por ello en
Comayagua. Uno de sus hijos, Bernardo del Valle Valero, casó con Rebeca Ugarte
Laines, hija de Dámaso Ugarte y Josefa Laines. Sus nietos fueron Bernardo del
Valle Ugarte, que casó en 1902 con Hortensia Samayoa Klee, hija de José M.ª
Samayoa y Tomasa Klee Ubico, que enlaza a Valle con la red Samayoa-Guillén de
Ubico-Klee; otro nieto, José del Valle Ugarte había casado en 1898 con Matilde
Matheu Ariza, la penúltima hija de los Matheu Ariza, siendo uno de los intelectua-
les de la familia que junto con su hijo, Jorge del Valle Matheu, han mantenido viva
la memoria de su antepasado.3 La red se enlaza con los Samayoa Klee, con los Arzú
y los alemanes Niederheitmann y Wever de Windt; con los Álvarez de las Asturias,
Carrera, etc. Con este matrimonio la red de los Matheu Ariza se extendió a
Honduras. Casó con su prima carnal, Mercedes del Valle Samayoa, contando entre
sus descendientes en Guatemala y Honduras: del Valle Samayoa, del Valle Matheu.
Los matrimonios de los Klee-Ubico con los Samayoa, los Matheu construyen la tela
de araña que permitirá a la familia estructurar un fuerte grupo de interés, compuesto
principalmente por la fracción cafetalera y por la incorporación de un sector de
mestizos y varios extranjeros, principalmente alemanes, que forman parte de la eli-
te de poder que será hegemónica desde 1870 hasta 1980 aproximadamente.4
Ocupa puestos en el gobierno, cargos importantes en la Administración
española5 como el de auditor de Guerra,6 auditor honorario del Ejército7 y fiscal
Jefe de Estado de esta república en 1830 con el apoyo de Morazán, pero renunció al cargo en 1833. En
1834 la Asamblea Legislativa de El Salvador lo elegía en segundo grado Jefe de Estado, pero no aceptó
el cargo. Pasó a Honduras donde fue el diputado vicepresidente de la Asamblea que sancionó la
Constitución de este país, el 11 de enero de 1839. Se tuvo que exiliar por motivos políticos de
Honduras, refugiándose en San Miguel (El Salvador) para conspirar contra aquel país, pero fue descu-
bierto en 1846, en Revista de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e
Históricos, núm. 9, Guatemala, 1987, págs. 845-846.
3 Jorge del Valle fue un conocido sociólogo antiarbenzista, ministro de Educación Pública en
1954, miembro de la Sociedad de Geografía e Historia, delegado al Congreso Internacional de Sociología
de Monterrey de 1952, donde presentó una ponencia sobre “Realidad y factores operantes sobre delincuen-
cia del indígena”. Su tratado de Sociología de 1939 dedica un buen espacio al “elemento indígena” y con-
tiene declaraciones que son reflejo del pensamiento de la elite de finales del s. XIX y principios del XX.
4 Casaús Arzú, Marta: “Los empresarios modernizantes ante el proceso de globalización”,
Congreso de Asercca, IHEAL, París, 1995; Echeverría Lizarralde, J.: “Blasones de familias guatemal-
tecas”, en Revista de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos,
Guatemala, 1980, págs. 550-551.
5 Es diputado interino de la Comisión Gubernativa de Consolidación (1805), censor de La
Gazeta de la ciudad de Guatemala; asesor del Consulado de Comercio (1806); fiscal del Juzgado de
los Reales Cuerpos de Artillería e Ingenieros del Reino (1807); regente de la cátedra de Economía
Política de la SEAP (1812); asesor del Juzgado de Artillería y auditor de Guerra honorario del ejército
y provincia de Guatemala y asesor de la renta de tabaco (1813).
6 J.C.V. Nombrado auditor de Guerra, AGCA, 24.12.1812, A1.39. exp. 22247, leg. 2651,
fol.156 V.
7 J.C.V. Auditor honorario del Ejército, 1813.
El proyecto de Nación y la visión del indio en José Cecilio del Valle 21
8 J.C.V. Fiscal interino, 1817, AGCA, A1.39-29, exp. 22383, leg. 2657.
9 Instalación del Ayuntamiento constitucional de la ciudad de Guatemala, con alcaldes J.C.
del V. y Saturnino del Campo Ariza, AGCA, A1. 2. exp. 15747, leg. 2194, fol.2
10 J.C.V. renuncia a la alcaldía el 15 de mayo de 1821 y le sustituye Mariano Larrave.
11 F.X. Guerra sostiene que el término patria tiene un contenido más tradicional y el de nación
más moderno, vinculado a las ideas ilustradas y a la revolución francesa: “La Independencia de México
y las Revoluciones Hispánicas”, en El liberalismo en México, núm. monográfico de Cuadernos de
Historia Latinoamericana, núm. 1, 1993, págs. 35-48; Modernidad e Independencias. Ensayos sobre
las Revoluciones Hispánicas, Madrid, 1992 .
22 Teresa García Giráldez
participación de algunos actores sociales, una vez instruidos e ilustrados, que rei-
vindican un lugar en la sociedad y por tanto en la historia de la nación.
Si el proyecto de nación debe ser elaborado desde arriba, quienes se encar-
guen de llevarlo a cabo, probablemente por su pertenencia a la elite de poder, serán
los únicos actores legitimados para indicar los tiempos y los pactos que se han de
sellar, las dimensiones de la integración de dichos sectores sociales y a qué nive-
les debe realizarse para que el nuevo proyecto de nación sea tal que los sectores
que resulten incluidos sean los que menos riesgos comporten al proyecto o se rea-
lice de tal manera que sea la que comporte menos cambios radicales. Es irrelevan-
te si para ello hay que remover toda la sociedad al fin de que en la dirección del
aparato del Estado esté situado el sector al que se pertenece o su clase; de este
modo, en el nuevo orden político-social ni uno ni otra sufrirán modificaciones rele-
vantes, aunque ello signifique tener que ceder un poco de poder a favor de algunos
sectores subalternos.
Es en este sentido en el que se debe entender, coincidiendo con Marta
Casaús, M. Quijada, M. Rodríguez y otros, que la visión del indio sea percibida
como una preocupación constante de las elites criollas y de su nuevo proyecto de
nación. Tratar de ver la conveniencia de su inclusión o exclusión y el papel que
debe jugar como ciudadano con plenos derechos, súbdito o bárbaro con estatuto
restringido, vuelve a ser un tema de interés como lo había sido durante toda la épo-
ca colonial.12 En este momento histórico se delinean las primeras formas de convi-
vencia civil y además se elaboran los instrumentos mentales necesarios para tra-
ducir en instituciones y prácticas republicanas el quehacer político y social.13
Tres acontecimientos políticos actuarán de canalizadores del debate sobre la
construcción de la nación centroamericana de Valle: la independencia del gobierno
español, la independencia del gobierno mexicano y la creación de la Federación.
Sin haber acabado de concretar la patria, otra construcción de naturaleza política
más ambiciosa desempeñará un papel interesante en la reorganización del espacio
público: la concepción de nación en sentido de federación. Son temas que se repiten
a lo largo del proceso de estructuración del Estado-nación. Si la forma de gobierno
federal se considera la más apropiada a la nueva realidad, se debe probablemente a
que se presenta como una alternativa al centralismo colonial. El triunfo del pacto
federal, más bien confederal, en estos primeros momentos del siglo XIX revela un
tipo de reorientación de la tensión, mediante la asunción de elementos nuevos de
matriz liberal, pero como sostiene Josefina Zoraida Vázquez, ello no quiere decir
que todos los que defendían el federalismo fueran liberales, ni que todos los centra-
listas fueran conservadores: hubo centralistas liberales que defendieron el centralis-
12 Casaus, Marta: “La construcción de la nación y la visión del indio en los pensadores cen-
troamericanos del siglo XIX”, 1995; Quijada, M.: “¿Qué nación? Dinámicas y dicotomías de la nación
en el imaginario hispanoamericano del siglo XIX”, en Imaginar la Nación, págs. 15-53; Rodríguez
Beteta, V.: Ideologías de la Independencia, San José, Costa Rica, 1971; Wortman, M.: Government and
society in Centra America, 1680-1840, 1983; Brading, D.: Orbe Indiano, México, 1992; Hale, Ch.: El
liberalismo mexicano en la época de Mora, 1821-1853, México, 1977.
13 Hernández Chávez, A.: La tradición republicana del buen gobierno, México, 1993, pág. 13.
El proyecto de Nación y la visión del indio en José Cecilio del Valle 23
mo de transición para fortalecer el nuevo Estado.14 Los motivos por los cuales se
combatía el centralismo eran de diversa índole y hubo federalistas para quienes el
anticentralismo tenía raíces locales, que derivaban de la hostilidad hacia el continuo
dominio ejercido por la capital. Los acontecimientos posteriores pondrán en discu-
sión esta forma de gobierno y Centroamérica se verá resquebrajada en las distintas
naciones que surgen de la ruptura del pacto federal.
mo pacto, se han sometido a una misma ley: Amar a la nación o pueblo es querer
que sea culto y moral, trabajar para que tenga luces y virtudes, interesarse en la
educación que da unas y otras”.30
Además, patria o nación tienen una dimensión institucional, que hace que
ambos términos puedan ser considerados equivalentes. Ello se debe a que Valle
está imbuido de las ideas ilustradas y de la revolución francesa, teniendo además
como puntos de referencia a Rousseau, Montesquieu y Humboldt.31
En la imagen de nación proyectada por Valle se niega desde el principio la
condición de colonia, para tratar de definir luego cada uno de los pueblos que la
integran: los indios y los ladinos; los españoles americanos o españoles criollos y
los españoles europeos, que son quienes pertenecen y poseen una misma unidad.
La nación actúa como elemento organizador e integrador y en su nombre todos
juntos, españoles y americanos, pueden reivindicar la independencia del dominio
invasor francés. Cuando desaparece el monarca, el pacto que cada reino o pro-
vincia había sellado con el mismo desaparece y conviene, por el bien de todos,
deshacer el vínculo que hasta entonces les ha mantenido unidos, “... la libertad de
América hará por último que la tierra entera sea libre”,32 ya que la soberanía vuel-
ve al pueblo:33 “Los españoles se movieron también gloriosamente en 1808 y arro-
jando con una mano al conquistador injusto de Castilla, escribieron con otra la
Constitución, que dice: La soberanía reside en la Nación”.34 Este nuevo pacto
manifestando el deseo de integrar a los habitantes de la nación como ciudadanos
libres, ya no como súbditos, provoca la ruptura del vínculo colonial, que era un
nexo desintegrador, porque sometía a los españoles americanos al gobierno metro-
politano y esclavizaba a los indios, porque manifestaba la incapacidad de España
para sacarles de la ignorancia o transmitirles la sabiduría que poseía, hasta tal pun-
to que acabaron por desconocer sus propios derechos y se les llegó a destruir sus
gobiernos. El monopolio que España ejerció en sus relaciones con América, lo
que hizo fue: “separar unas de otras las clases de americanos, aislar la América y
mantenerla subordinada.35 De finales del siglo XVIII es, según Carmagnani, la
reformulación del pacto constitucional: el pueblo es quien detenta la titularidad de
los derechos políticos y vuelve a ejercerlos una vez roto el vínculo con el monar-
ca. La expresión más nítida de dicha reformulación tiene lugar a partir de 1808 y
1812, cuando queda claro que las autoridades ejercen el poder en virtud de una
delegación de los ayuntamientos, que son los titulares de la soberanía popular, lo
39 Para determinar cuáles son los elementos que componen la patria centroamericana, recurri-
mos a las dos concepciones de nación de A.D. Smith: la que hace referencia a los elementos cívicos o
territoriales y la que subraya los elementos étnicos o genealógicos. Ambas hacen referencia a la pobla-
ción humana que la componen, ya sea desde el punto de vista de su ordenación territorial, productiva,
ocupacional, legal, educativa e ideológica única; ya sea desde el punto de vista de la referencia a un
ancestro, unas costumbres y una memoria histórica comunes. Sin embargo, la separación no es tan neta
y componentes cívicos y étnicos interactúan en la elaboración del concepto de nación. Smith, A.D.:
“The myth of the ‘Modern Nation’ and the myths of nations”, en Ethnic and Racial Studies, vol. 11,
núm. 1, 1988, pág. 8.
40 En el Acta si bien no hay referencia explícita a la libertad, en cambio se concede gran espa-
cio a la simbología encaminada a perpetuar el significado de la independencia: el juramento de “inde-
pendencia y fidelidad al Gobierno Americano”, la acuñación de monedas conmemorativas y el culto a
los próceres, marcarán el paso de la creación del mito que mantendrá la memoria de la independencia.
28 Teresa García Giráldez
dor de un centro común, ella establecería la igualdad posible de los pueblos, y esta
igualdad apretando los vínculos y distribuyendo la riqueza los haría felices a
todos”)41 convertirá a la sociedad en una “compañía de socios, familia de herma-
nos”. Es un ideal conforme con la euforia utópica propia de la independencia ape-
nas conquistada.
Además elabora un proyecto económico común, reflejo del triunfo de la
libertad política, caracterizado por la transformación económica en la que “el
comercio parece que es el agente más propio para producir esta feliz revolu-
ción...”,42 para lo cual se acabará “adoptando alguno de los dos sistemas únicos que
pueden convenir a la America, mediante la ruptura de las trabas que impiden su
libertad; el fomento de la minería, de la agricultura, poniendo fin al monocultivo y
el desarrollo de otras áreas y productos, impedidos por el sistema colonial. Todo
ello redundará en progreso y riqueza para Guatemala. Cuando se conocen las nece-
sidades del país es más fácil elaborar un proyecto económico destinado a resol-
verlas o a paliarlas. La agricultura se protege dando tierras a los desposeídos; el
comercio se fomenta abriendo caminos que facilitan la llegada de los productos a
los puertos de destino y su exportación.
Se trata de transformar las mentalidades y el encargo se recomienda a las
escuelas elementales, creadas para la promoción de artes y oficios, y también a la
institución de sociedades económicas de amigos del país y asociaciones patrióticas
de labradores, hacendados, comerciantes y artesanos que unidos contribuirán al
desarrollo de sus respectivos sectores;43 además se constituirán unidades locales,
los Ayuntamientos, que según la Constitución deben estar integrados por indios,
ladinos y españoles porque la sociabilidad contribuirá al beneficio común y a que
desaparezcan las castas. Se fomentará la realización en común de trabajos que
reporten utilidad pública, porque es un vehículo para la civilización y para la for-
mación del “espíritu público”.
Donde la idea de nación cobra su sentido integrador es en otros textos poste-
riores, en el Decreto de Independencia absoluta de las Provincias de Centro
América del 1 de julio de 1823, en donde aparece con el pronunciamiento sobre la
independencia el término libertad: “Que las expresadas provincias representadas
en esta Asamblea son libres e independientes de la antigua España, de México y
de cualquiera otra potencia (...) En consecuencia, son y forman nación soberana”.44
A partir de la ruptura con el Imperio de Iturbide se puede considerar a Valle libe-
ral en el sentido amplio de la palabra, teórico de la ruptura del vínculo político con-
tra cualquier tentativa centralizadora y en la adopción de ideas, imaginarios, valo-
res y prácticas del ideario liberal.45 Es entonces cuando Valle refleja el paso del
apoyo al proyecto centralista, unificador, globalizante, al proyecto federativo, par-
59 Ibídem.
60 Torres-Rivas, E.: “¿Cómo enfrentar la modernidad para seguir siendo indígena?” mi-
meo, 1995.
61 Quijada: “Qué nación?”, en Imaginar..., pág. 37.
62 El Amigo de la Patria, núms. 18 y 19.
32 Teresa García Giráldez
ca un autómata infeliz, sensible sólo para sufrir”.63 Por ello no se puede decir que
Valle intente reconstruir la identidad étnica y la memoria colectiva basándose en la
continuidad cultural entre las naciones indígenas y su proyecto de patria; como
máximo considera un elemento común la marginación a que sometió el gobierno
metropolitano a los indígenas y los españoles americanos.
Cuando se refiere al indígena lo hace en los términos del liberalismo y del
utilitarismo, recurriendo al mito de la riqueza de las naciones, fundado en la razón
y el trabajo, que son los elementos generadores del progreso, y en la lucha por libe-
rarse del yugo del despotismo. Bajo la perspectiva diacrónica, la construcción de
la patria se podría considerar un fenómeno de larga duración si se tiene en cuenta
que la conquista y el sistema de dominación colonial interrumpieron los conoci-
mientos y los esfuerzos indígenas encaminados hacia el desarrollo y en ese senti-
do la independencia se plantearía como una posibilidad de reconstruir esa nación.
Tanto si se trata de reconquistarla como de construirla esta nación puede ser un
puente entre el grupo criollo y la sociedad indígena, ambos con un origen común
territorialmente localizado al que deben lealtad y al que pertenecen. En cualquier
caso, en Valle el sustrato étnico indígena es menos relevante que el hispano.
A pesar de que el liberalismo contempla la posibilidad de que pervivan los
desequilibrios producidos por la heterogeneidad, Valle, como otros intelectuales
latinoamericanos, intenta acomodarlos, elaborando un cuidadoso plan de integra-
ción de todas las clases en la (pseudo)armonía liberal, respetuosa de la jerarquiza-
ción social, imponiéndose de alguna manera la idea de la sociedad heterogénea que
trata de buscar el lugar adecuado asignado a las clases subalternas. Si el volunta-
rismo liberal contempla la posibilidad de excluir a algunos sectores sociales del
juego político no se comprende por qué algunos pensadores, Valle entre ellos,
insisten en un proyecto de nación incluyente. No es extraño, por lo tanto, que cual-
quier plan de transformación de la estructura social que se pretenda elaborar sea
relegado a la esfera institucional, para cuya actuación se debe recurrir siempre a la
elite de poder.64 La explicación está en que se confiaba al ideario liberal el poder
unificador de la heterogeneidad; no importaba si se admitía o no, si se le daba peso
o no, la nación liberal era una nación de ciudadanos caminando juntos hacia el pro-
greso, con leyes e instituciones que buscaban el bien común y constituían los ele-
mentos unificadores de la heterogeneidad de los pueblos. Una libertad con ciuda-
danos libres e iguales en derechos, artífices del progreso de la comunidad y, por lo
tanto, con una constitución que debía incluirlos a todos. En los proyectos de cons-
trucción de la nación se manifiesta la voluntad política de algunos sectores de la
elite de querer tomar parte activa en los cambios.
En el peso que da Valle al sustrato hispano arraiga la alternativa de la nación
construida desde arriba. La premisa de su proyecto de nación descansa en la superio-
ridad de la cultura occidental sobre las demás y por ello concibe la nación en térmi-
nos institucionales, relegando cualquier proyecto de modificación real de la estruc-
otras las puertas del mérito. Pero los derechos más sagrados en manos de un mise-
rable que no puede sostenerlos son títulos que no puede gozar. Sólo el propietario
sabe conservarlos porque sólo él puede hacerlos respetar”.77
El proyecto de nación se hace extensivo no sólo a los nativos del territorio
patrio, sino a todos aquellos que deseen el progreso, incluidos los extranjeros,
europeos, españoles o americanos que estén dispuestos a aportar conocimientos78
y quieran invertir o colaborar en la prosperidad de Centroamérica: “Abramos al
europeo las puertas de la República si queremos que Centro América sea ilustrada
y rica. Un europeo (sabio, capitalista u obrero) es un productor nuevo de riqueza”.
Pero la apertura a la inmigración procedente de las naciones extranjeras más desa-
rrolladas ofrece además otra ventaja: ayuda a uniformar las clases subalternas ame-
ricanas, mediante la integración por fusión con elementos exógenos: “Cruzándose
los indios y ladinos con los españoles y suizos, los alemanes e ingleses que ven-
gan a poblar la América se acabarán las castas, división sensible de los pueblos:
será homogénea la población, habrá unidad en las sociedades, serán unos los ele-
mentos que las compongan”.79 Sólo a medida que se vayan civilizando, se irán con-
virtiendo en ciudadanos, irán accediendo al progreso, según uno de los mitos recu-
rrentes del pensamiento liberal.
Es evidente, por otro lado, que la integración de los indios y las castas en la
nación por fusión con elementos de otras culturas, se realiza en un proceso que
comporta la desaparición de sus rasgos, vestimenta, mentalidades y prácticas que
se irán unificando cada vez más, supuestamente a un nivel más alto de desarrollo
y progreso, pero que no significa necesariamente la desaparición de las desigual-
dades socio-económicas.
La educación para la integración consiste, en definitiva, en tomar medidas de
distintos tipos: Por ejemplo, de carácter lingüístico, confiando indiscutiblemente
en la fuerza homogeneizadora del castellano, con capacidad de actuar como fuer-
za de asimilación de los indígenas a la nación imaginada, elaborada por las elites
criollas, de las que Valle constituye el intelectual orgánico más relevante del pri-
mer tercio del siglo XIX: “El indio después de tres siglos no sabe hablar el idioma
de Castilla por dos razones: 1.ª Porque la ley le ha alejado de los que podían
enseñársela; 2.ª Porque no ha tenido confianza de los ladinos, y cuando no hay
confianza se inventa o conserva una lengua que haga impenetrable la expresión de
sentimientos”. Se trata, por lo tanto, de poner remedio a esta situación iniciando un
movimiento de aproximación al indígena, tanto eliminando los prejuicios que se
tienen contra él como haciéndoles partícipes del poder local: “Merezcamos la con-
fianza del indio: acérquense a él todas las clases, reúnanse en los ayuntamientos de
los pueblos los indios y los ladinos y entonces la porción más grande de estas pro-
vincias, la que tiene más derechos a nuestra protección, avanzará en cultura, apren-
derá el idioma que debe unirnos a todos y será más feliz. Los indios forman la
mayor parte de la población y es imposible que haya prosperidad en una nación
donde no la gozara el máximo”.80
Valle propone algunas estrategias para llevar adelante la educación de los
indígenas, encaminadas en la dirección de su aculturación. Van desde que se apro-
vechen los viajes de los diputados centroamericanos para participar en las Cortes
españolas y se haga una selección de “3 o 4 indiezuelos de talento que aprendien-
do oficios o artes que no tenemos vuelvan a nuestra provincia con las luces nece-
sarias”, hasta que se tomen “medidas suaves pero eficaces para que los indios
vayan vistiendo a la española según sus facultades respectivas”.
Hay en Valle un reconocimiento explícito de que los indios han desarrollado
unos sistemas de defensa de sus culturas que perviven hasta la actualidad, pero
considera que ello se ha debido a necesidades defensivas; en ningún caso recono-
ce el carácter creativo de la cultura indígena. Por ello, las manifestaciones de esta
resistencia cultural, las lenguas o la vestimenta las considera más bien un obstácu-
lo que un elemento de progreso puesto que no concede demasiado crédito a las
enseñanzas que puedan derivar de estas pervivencias y que enriquezcan el imagi-
nario de la nación que se está proyectando y en la que se trata tengan cabida todos
los actores sociales: “Las lenguas que han conservado los indios para expresar que-
jas que no entienden los españoles, desaparecerán en lo sucesivo cuando no sean
oprimidos aquellos infelices, cuando cayendo el muro de separación que los ha
dividido de los ladinos y españoles sea uno el idioma de todos”.
Se procede por este camino a la búsqueda de la armonía de la nueva socie-
dad mediante el fomento de los cruces interraciales entre indios y ladinos, pero
también entre españoles y centroeuropeos. La exaltación del poder de inclusión
mediante la fusión de las razas, como sinónimo de civilización, esconde el pro-
yecto de desaparición del indio como categoría socio-racial. Este proceso será más
efectivo cuanto más se fomenten los matrimonios “con individuos de otras clases
para que vayan desapareciendo las castas y haya unido en nuestra población”. Con
ello se producirá una transformación física y moral de las castas y del indio: “Se
mudarán las fisonomías y tallas, las organizaciones y caracteres. Esos americanos
tristes y desmedrados que sólo hablan ‘ayes’ y ‘suspiros’, se tornarán hombres ale-
gres, altos y hermosos como los sentimientos que darán vida a su ser. No serán
humildes como los esclavos: Tendrán la fisonomía noble del hombre libre”. Será
posible la movilidad social y espacios antes cerrados a los indígenas se les irán
abriendo: tendrán acceso a determinadas carreras, antes prohibidas, podrán desem-
peñar cargos públicos, en cuanto seres civilizados que han aceptado renunciar a su
cultura por otra superior. De este modo, podrán llegar a colaborar en el gobierno
local, en ayuntamientos y asociaciones gremiales e incluso llegar a integrar el gru-
social general, la tendencia del primer federalismo se resuelve a favor del espacio
regional.
Sin embargo, Valle vaticina que: “Llegará pues el momento venturoso en que
el sol no alumbre sobre la tierra mas que a hombres libres que no tengan otro
dueño que su razón, en que los tiranos y los esclavos no existan mas que en la his-
toria y los teatros, en que los hombres sólo se ocupen en compadecerse de los que
hayan sido víctimas para vivir en útil y continua vigilancia, para saber conocer y
sofocar con el peso de la razón los primeros gérmenes de la tiranía si osaran algu-
na vez aparecer”;93 porque a pesar de la heterogeneidad de naciones, los grupos
étnicos diferenciados habitan un mismo territorio, integran la misma patria, “La
América es una masa compuesta de los mismos elementos, sometida a la misma
suerte, llamada a los mismos destinos”.94 Guatemala o las Provincias Unidas del
Centro de América, patria o nación en interacción con perspectivas amplias,
América, indica la interrelación de la Patria chica con la Patria grande y sirve para
subrayar la elasticidad de los límites territoriales de la idea de patria. Se trata de
una gran patria, América o Centroamérica, en cohabitación con otra circunscrita
localmente, Guatemala, en un intento de ir eliminando las diferencias de origen y
unificando a sus habitantes en un territorio amplio y común, en una vuelta a la con-
cepción de patria para la que hay que hallar la forma de gobierno que mejor se
adapte a la realidad en transformación.
93 Ibídem.
94 Del Valle: “Del absolutismo a la libertad...”, pág. 220.
LA IDEA DE HISPANOAMÉRICA COMO UNIDAD
EN JOSÉ ENRIQUE RODÓ
LA UNIDAD HISTÓRICA
1 Rodó, José Enrique: Hombres de América (Montalvo. Bolívar. Rubén Darío), 3.ª edición,
Barcelona, 1931.
2 Ibídem, pág. 89.
3 Ibídem, pág. 90.
4 Ibídem, págs. 90 y 92
5 Ibídem, pág. 90.
6 Ibídem, pág. 91.
7 Ibídem, pág. 93.
8 Ibídem, pág. 110.
9 Ibídem, pág. 114.
10 Ibídem, pág. 46.
11 Ibídem, pág. 6.
44 Antonio Egea López
LA UNIDAD INTELECTUAL
se publica Ariel, ya Rodó piensa que se ha producido una nivelación entre España
e Hispanoamérica, y es posible, pues, la unidad hispánica.52 Pero lo que invoca
sobre todo el gran pensador platense es la necesidad de organizar el porvenir,53
puesto que todas las premisas están dadas y son sólidas afirmaciones. Perdió
España su supremacía, pero no “el valor, el honor, el amor y el sueño”,54 y todo esto
lo legó a América.55 Hispanoamérica es, para Rodó, el continente de la esperanza.56
Todo el plan de integración no negará —así lo afirma el uruguayo— el pasado
prehispánico.57 Pero Rodó está en contra de la ideología indigenista, deformadora
de la historia.58 Para él existe una continuidad entre lo prehispánico y lo hispánico
y por tanto no caben dos mundos diferenciados sino unas culturas fusionadas en
una patria sola para todos.59
No quiere Rodó que el cosmopolitismo forjado por la inmigración deteriore
la tradición. Debe ser asumida la riqueza de las incorporaciones migratorias sin
dañar a las raíces tradicionales, fundiéndolo todo en un hispanoamericanismo que
organice y dé vida al porvenir unitario.60
LA UNIDAD POLÍTICA
nos.68 Bolívar encarna, según Rodó, el ansia de toda Hispanoamérica.69 Bolívar es,
en palabras del uruguayo, “el héroe por excelencia, representativo de la eterna uni-
dad hispanoamericana”.70 Tan manifiesto es el ideal de Rodó que ve a Bolívar y su
visión hispanoamericana por encima de los caudillos regionales,71 porque el vene-
zolano pretendía reunificar en “firme lazo federal” los pueblos hispanoamericanos
y se proponía materializar la unidad política consagrando así su unidad ideal.72
Y aunque no se logró, como así lo vio el propio Bolívar, Rodó insiste en que
es necesaria la convergencia de los hispanoamericanos pues su porvenir es la uni-
dad, por mucho que se demore.73 Es una idea perenne.74 San Martín la comparte.75
Para el uruguayo existe una “revolución hispanoamericana”.76 Bolívar había soña-
do —dice Rodó— congregar los países hispanoamericanos en una liga anfictióni-
ca77 y había dado sentido de futuro en unidad a los pueblos americanos de origen
español.78 En el porvenir debe haber una “América libre y una”, proclama Rodó,
basándose en la realidad histórica, cultural y total de Hispanoamérica.79 Aspira a
una Hispanoamérica democrática, pero una sola en sueño, en ideal.80
Para José Enrique Rodó hay una magna patria que es una realidad moral a
reunificarse políticamente. Ella es Hispanoamérica.81 Su ideal de raza es perma-
nente, según Gustavo Gallinal.82 Toda su obra está fundada en ese proyecto sin
límites de perspectivas. Sus raíces son la raza y la tradición. Hay en los países his-
panoamericanos unos vínculos eternos, una integración moral muy superior a las
divisiones políticas actuales y de su tiempo. En la historia está la prueba de la uni-
dad, y a ella hay que volver. Por supuesto que con una nueva visión de la organi-
zación política. Hay unidad de estirpe. Existe unidad de destino. A despertar la
conciencia de hispanoamericanismo dedica su vida el filósofo, político y escritor
uruguayo. Él quiere restaurar la tradición histórica descargándola de conservadu-
rismo. Considera que los intelectuales de Hispanoamérica convergen en ideas y en
sentimientos, la raza los integra. La patria común invoca la unidad en el porvenir,
Rodó diga América latina no alude más que a su hispanidad y no a otras raíces
nacionales, séanse Francia o Italia, que es lo que engañosamente se pretende des-
de ciertos sectores de esos países al usar el término Latinoamérica. Divisa del uru-
guayo es “por la unidad intelectual y moral de Hispanoamérica”.95 El hispanoame-
ricanismo literario no debe circunscribirse a pintoresquismo y regionalismo
solamente, sino que también debe definir los senderos de futuro.96 Ya han pasado
los tiempos de la emancipación política y por eso Rodó, que comprende que los
independentistas mostraran sentimientos de rechazo hacia el pasado hispano97
como arma de cohesión ideológica y militar, también entiende que pasados aque-
llos ímpetus que quebraron la continuidad de la civilización hispana, ya es hora de
retomar el camino de la tradición y con ella construir el futuro, pues Hispano-
américa debe ser continuadora de la “raza y civilización” hispanas.98
Emilio Oribe considera a Rodó uno de los escritores que, junto a Montalvo
y Martí, representan a Hispanoamérica, son escritores de esa comunidad entendi-
da como unidad nacional.99 Rodó se confunde con la idea de Hispanoamérica
como unidad,100 Rodó e Hispanoamérica forman un todo unitario indisoluble. Para
Rodó —según Oribe— el destino de Hispanoamérica se asienta en “lo divino, la
razón, el arte, la ciencia y la libertad”.101 Es uno de los pensadores que funda la
espiritualidad suramericana.102 El propio Emilio Oribe acepta el concepto de raza
para definir al conjunto de los pueblos hispanos. Y pone a Rodó junto a Bolívar,
San Martín, Sucre, Sarmiento, Montalvo y otros, como directores del espíritu de
esa comunidad.103 Rodó es uno de los pensadores del idioma y de la conciencia
hispanoamericana, según Emilio Oribe,104 que más de una vez se afirma en la idea
de raza hispanoamericana.105 Rodó es considerado, junto a Miguel de Unamuno,
uno de los filósofos más importantes de la historia de nuestro pensamiento.106 Pero
no sólo lo piensa Oribe: también José Gaos considera que el montevideano José
Enrique Rodó representa una de las mayores aportaciones de la filosofía en len-
gua española.107
El maestro uruguayo cree imprescindible el estudio de la historia para así for-
jar la idea y la conciencia de patria entre los hispanoamericanos.108 Y es que no
duda de la existencia de una historia y de una patria comunes. Las profesoras que
más atrás citábamos explican que en La novela nueva desarrollaba Rodó el ser
EL VOCABLO HISPANOAMÉRICA
emplea el mismo término en su estudio sobre dicho autor,145 así como en su dis-
curso parlamentario para la reforma de la Constitución uruguaya, pronunciado el
23 de diciembre de 1904.146 Usa la voz “americanismo” no para definir un área de
estudio sino el sentimiento de identidad nacional de los hispanoamericanos,147 del
que consideraba adalid a Montalvo.148 También la llama “esta parte de América”.149
Habla de la “revolución de América” para englobar a toda Hispanoamérica.150
También escribe “América nuestra”151 o simplemente “América”,152 como asímismo
el adjetivo “americano”.153 Escribe “revolución hispanoamericana”154 e “historia
americana”.155 Dice “los hispanoamericanos” aludiendo a los escritores cuya nos-
talgia es característica.156
Sin duda que los distintos usos de América o Hispanoamérica son más bien
recursos estilísticos para no emplear reiteradamente un solo término. Queda claro,
por otra parte, que en el libro Hombres de América y en sus Discursos parlamen-
tarios sólo emplea “Hispanoamérica” o “América”, con sus derivados.
Cuando por primera vez usa un término diferente es en Ariel al expresarse
así: “tenemos los americanos latinos”.157 Pero esta expresión la emplea cuando
explica que los hispanoamericanos pertenecen a una gran tradición étnica y han de
mantener el vínculo sagrado con una historia gloriosa, quedando confiado al honor
de la América hispana su continuidad.158
José Enrique Rodó rechaza el uso del termino “Latinoamérica” y defiende el
de Hispanoamérica, y, si acaso, el de Iberoamérica, aunque no lo considera nece-
sario para englobar a Brasil. Ésta es la afirmación de uno de los grandes pensado-
res del mundo hispanoamericano, y uno de los más influyentes. Así lo escribió en
1910 quien defendía la unidad política de esos pueblos, basándose en su unidad
histórica y en su lógica unidad de porvenir, pues que la cultura, la religión, la len-
gua, la sociedad de todos ellos constituyen una sola patria. He aquí sus palabras:
“No necesitamos de una Latinoamérica para levantarnos a un nombre general que
nos comprenda a todos. Podemos llamarnos algo que significa una unidad mucho
más intensa y concreta: podemos llamarnos iberoamericanos, nietos de la heroica
y civilizadora raza que sólo políticamente se ha fragmentado en dos naciones euro-
peas. Y aún podríamos ir más allá y decir que el mismo nombre de hispanoameri-
canos conviene también a los nativos del Brasil”.159
Ello no obsta para que Rodó emplee América latina, expresando que se trata
de la América que pertenece a la tradición clásico-cristiana, tradición que ha reci-
bido de España,160 esto es, que no atribuye a Francia o a Italia o a otros países neo-
latinos raíces que no poseen en la América hispana.
INTRODUCCIÓN
Mariátegui ya se había adelantado a esta nueva ola con sus finos análisis
socio-históricos en los que busca desenmascarar los elementos claves en la diná-
mica de los eventos analizados. En sus comentarios sobre la situación de las dis-
tintas regiones del mundo, no almacena un amasijo de datos, ni tampoco nos pin-
ta con brillantez y superficialidad estampas exóticas, sino que intenta un análisis
profundo y radical, que quiere llegar a los nervios de la dinámica social. Por eso,
es posible que en sus comentarios sobre la China de su época podamos encontrar
algunas pistas que nos ayuden a construir su respuesta ante los mencionados nue-
vos desafíos temáticos de las Ciencias Sociales.
Además, ante el impetuoso avance del neoliberalismo (absorbido por los par-
tidos populistas y reformistas), la caída de los regímenes comunistas de la Europa
del Este y el surgimiento de los movimientos sociales, la izquierda latinoamerica-
na se encuentra ante una encrucijada histórica, que según algunos anuncia su pron-
ta extinción. Sin embargo, la situación cultural y socioeconómica de América lati-
na aún no justifican declaraciones tan prematuras de muerte. De hecho,
“el que se hayan acentuado los problemas de miseria y extrema desigualdad en
América Latina con la crisis económica de la década de los ochenta y la de los no-
Esa versión tendrá, sin duda, la inspiración de José Carlos Mariátegui (1894-
1930), uno de los pensadores marxistas latinoamericanos de mayor profundidad
y originalidad. Su especial situación de disminuido físico, su amplia experiencia
política, su amplitud de contactos y experiencias internacionales, unidos a una
profundidad analítica nada corriente, lo convierten en un personaje singular en el
panorama ideológico de América latina y hacen necesaria la vuelta a sus escritos.
Además, Mariátegui es un verdadero habitante de la tan traída y llevada
“aldea mundial”. Su pensamiento no sólo toma forma en su país natal, en contacto
con la realidad peruana en la que la oligarquía terrateniente mantiene el control
económico y político del país, sino que madura en sus contactos internacionales,
especialmente en su exilio obligado en Europa y en su continuo rastrear del panora-
ma internacional a través de las noticias. De hecho, el núcleo de su creación y acti-
vidad políticas son posteriores a su estancia en el extranjero. En marzo de 1923,
Mariátegui retorna del Viejo Continente y reanuda su actividad política y periodísti-
ca en el Perú con una gran carga marxista. Conoce a Víctor Haya de la Torre, funda-
dor del APRA, y de 1926 a 1928 forma parte de ese partido. En esa época comienza
en la Universidad Popular González Prada una serie de conferencias sobre la situa-
ción política europea, que más tarde publicará como La escena contemporánea
(1925). En 1924 sufre la amputación de una pierna, que lo convierte en un disminui-
do físico. En 1926 comienza a publicar la famosa revista Amauta y escribe para
varias revistas artículos comentando la situación internacional que más tarde se
recogerán en su libro póstumo Figuras y aspectos de la vida mundial (1.ª ed. 1970).
En 1927, en su mensaje al Segundo Congreso Obrero del Perú, plantea la fundación
de una central sindical. En ese año, funda el quincenario Labor, dirigido a los obre-
ros peruanos. Es detenido por el gobierno de Leguía en 1928. Por esa época se
recrudece su polémica con el APRA. Funda en septiembre de 1928 el Partido
Socialista del Perú, del que pasa a ser secretario general y en ese mismo año nos
lega su obra fundamental: Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana.
Su compromiso de peruanizar al Perú, es decir, de “encontrar las raíces andi-
nas, mestizas y populares en la búsqueda de la identidad nacional con la perspec-
tiva de un proyecto político”,3 no lo convierte en un personaje prisionero del pro-
vincialismo que lleva a interesarse sólo en lo local. Sabe conjugar su interés
inmediato en la mejora de su patria con un interés universal que lo lleva a analizar
el panorama político internacional (la Revolución Rusa, el fascismo, la dictadura
de Primo de Rivera, el Partido Socialista Obrero Español, etc), y temáticas tan dis-
pares como la cultura, la literatura, la historia, la filosofía, la educación, la eco-
nomía, la música, etc. En La escena contemporánea (1925), Mariátegui muestra a
2 Barry Carr y Steve Ellner (Comp.): The Latin American Left: From the Fall of Allende to
Perestroika, Boulder-San Francisco-Londres, 1993, pág. 17.
3 Ceiba, C.: “En el centenario de Mariátegui...”, Diario de Alcalá, 16 de junio de 1994, pág. 12.
Mariátegui y China 57
8 Al parecer, Mariátegui consideró que la alianza de clases propuesta por Haya de la Torre
para enfrentarse al imperialismo y a la oligarquía anularía los objetivos verdaderos de la revolución
socialista y proletaria que él defendía (Marchena: José Carlos..., págs. 75-79). Nuestro autor ataca a
Haya por no haber mencionado ni una sola vez la palabra “socialismo” en el Segundo Manifiesto del
Comité Central del Partido Nacionalista Peruano de 1928. Haya respondió tildando a Mariátegui de
“europeísta” y de excesivamente “doctrinario”.
Mariátegui y China 59
Los líderes del KMT que apoyaban la postura anticomunista de Chiang deci-
dieron expulsarlos del KMT. Cuando el ala izquierda reafirmó su política de cola-
boración, Chiang y sus seguidores —el 16 de abril de 1927— instalaron un cuar-
tel rival y un Gobierno Nacional separado en Nanking, declarando al régimen de
Wuhán ilegítimo.
La alianza de los comunistas con la facción de Wuhán duró hasta el 21 de
mayo, cuando se produjo el incidente del “día de los equinos”, en Changshá, capital
de Hunán, en el que el coronel Hsu K’o-hsiang marchó con sus tropas contra el cuar-
tel general de los sindicatos y otras organizaciones controladas por los comunistas.
El primero de junio llegó un telegrama de Stalin insistiendo en la colabora-
ción con el ala izquierda del KMT, en la liquidación de los generales del KMT
indignos de confianza, en la creación de un ejército obrero y campesino y en la
radical transformación del KMT y de su dirección. El delegado soviético N. Roy
cometió la indiscreción de enseñárselo a Wang Ching-wei, que desde ese momen-
to comenzó a preparar la expulsión de los comunistas. Y el 5 de julio el Consejo
Político del KMT en Wuhán la decidió formalmente.
El 7 de agosto de 1927 los comunistas chinos decidieron adoptar la “línea
Ch’ü Ch’iu-pai” de insurrección militar, aunque exteriormente declararon que
seguirían la revolución burguesa en cooperación con la nueva ala izquierda enca-
bezada por Madame Sun Yat-sen, Teng Yen-ta y Eugene Ch’en. Comenzaron una
serie de insurrecciones militares que no tuvieron mucho éxito.
Del 18 de junio al 11 de julio de 1928 se celebró el Sexto Congreso Nacional
del Partido en Moscú. Se adoptó la línea del Sexto Congreso Mundial del Comitern
de julio de 1928 —”junto con la lucha de liberación nacional la revolución agraria
constituye el eje de la revolución democrático-burguesa en los principales países
coloniales”— y se decidió capturar la dirección del campesinado, el establecimien-
to de soviets y enlazar los levantamientos campesinos con insurrecciones urbanas.
En enero de 1930 se impone la “línea Li Li-San” de “las ciudades que guían
las aldeas”. Pero, en julio y agosto los intentos de toma de Nanchang, Changshá
y Wuhán, acabaron en fracaso.
En enero de 1931, en el Cuarto Pleno del Sexto Comité Central, tomó el
poder la llamada “Camarilla de estudiantes retornados”, y, de acuerdo con instruc-
ciones del Comitern del 16 de noviembre de 1930, se pasó de los levantamientos
urbanos a las insurrecciones rurales y el campesinado pasó a ser el instrumento
principal de la revolución.
9 Hegel: The Philosophy of History, Primera Parte, Sección I, Great Books núm. 46,
Enciclopedia Británica, 1952, pág. 219. La traducción al español es del autor.
10 “Early do we see China advancing to the condition in which it is found at this day...”
(Ibídem, pág. 209).
11 “...a contrast to the inmmovable unity of China...” (Ibídem, pág. 208).
12 “With China and the Mongols, the realm of theocratic despotism, history begins. Both have
the patriarchal constitution for their principle —so modified in China as to admit the development of a
organized system of secular polity; while among the Mongols it limits itself to the simple form of spi-
ritual, religious sovereignty” (Ibídem, pág. 207).
13 “That Chinese religion...cannot be what we call religion... for true faith is possible only
where individual can seclude themselves, can exist for themselves independently of any external com-
pulsory power” (Ibídem, pág. 216).
14 “As to the other sciences, they are not regarded as such, but rather as branches of knowled-
ge for the behoof of practical ends” (Ibídem, págs. 218-219).
15 Mariátegui: “La revolución china”, Variedades, Lima, 4 de octubre de 1924, en Figuras
y aspectos de la vida mundial, tomo I, Colección Obras Completas, vol. 16, Lima, 1970, pág. 100.
16 Ibídem, pág. 101.
17 Mariátegui, al igual que Max Weber, considera el pensamiento oriental como pasivo, nega-
tivo y conservador. Sin embargo, mientras este último considera que el tradicionalismo de estos siste-
mas es el máximo responsable de que en China no se haya desarrollado el capitalismo (M. Weber: The
Religion of China, Nueva York, 1968, págs. 107-249), el primero considera que la base material de la
introducción del capitalismo cambiará necesariamente la estructura ética y cultural.
Mariátegui y China 63
de las mayores ... de la historia”,18 pero ya había llegado al punto final de su tra-
yectoria, de modo que estaba “agotada, momificada y paralítica”.19 Su pueblo era
“escéptico y aletargado”,20 no tenía inquietudes teóricas y no era fácil de movili-
zar. Su espíritu “más práctico que religioso, destilaba escepticismo”,21 esto lo dife-
renciaba de los occidentales con su gran amor a los planteamientos teóricos y su
cristianismo.
ORIENTE Y OCCIDENTE
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
1 En Santiago de Chile los barrios de la periferia son llamados “poblaciones”, y sus habitan-
tes “pobladores” y “pobladoras”.
2 Víctor Jara solía decir que él no hacía canción-protesta sino canción revolucionaria, porque
la expresión canción-protesta era un término asimilado por el sistema, una moda más. Jara, Joan: Víctor
Jara. Un canto truncado, Barcelona, 1983, pág. 121.
La experiencia del movimiento “Iglesia Joven” en Santiago de Chile 71
Ernesto Che Guevara era el otro mito revolucionario. La vida y la muerte del
Che se convierten en “ejemplo y lección” que los cristianos deben “meditar larga-
mente y con recogimiento”, según palabras de la revista Mensaje.3 ¿Por qué?
Porque su vida fue un ejemplo de coherencia en su objetivo de “romper las cade-
nas de los oprimidos, unirlos en una cruzada solidaria de liberación, hacerlos que
redescubriesen en ellos mismos su poder y su dignidad de hombres”.4
En definitiva, como nos dice Mario Garcés:
“Dos símbolos con mucha fuerza para muchos de nosotros fueron: por un lado el Che
y por otro Camilo Torres. El Che porque venía del mundo marxista, de la revolución
cubana y, sin embargo, colocaba temas que nos conectaban profundamente: este tema
del hombre nuevo, este tema de los estímulos morales y no materiales. Y por otra parte
el testimonio directo, o sea, el tipo que abandona todos los privilegios que le otorga el
poder y se interna en Bolivia, en la selva; era una cosa muy potente, con mucha fuerza.
Y en el caso de Camilo lo mismo, digamos, o sea, el cura que cuelga la sotana y dice
‘mire no, esto así, en serio, implica poner la vida en juego’. En fin, yo diría que eran
dos símbolos muy cristianos, y muy cristianos en el sentido de su radicalidad”.5
“La cuestión social ha tomado una dimensión mundial... Los pueblos hambrientos
interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos. La Iglesia se estreme-
ce ante este grito de angustia y llama a todos para que respondan con amor al llama-
miento de sus hermanos” (núm. 3).
“La situación presente tiene que afrontarse valerosamente y combatirse y vencerse las
injusticias que trae consigo. El desarrollo exige transformaciones audaces, profunda-
mente innovadoras. Hay que emprender, sin esperar más, reformas urgentes” (núm. 32).
3 “El ‘Che’: reflexiones sobre un diario”, Mensaje, núm. 171, Santiago, Chile, agosto de
1968, pág. 338. Mensaje es una revista fundada por el jesuita Alberto Hurtado en 1951. En los sesenta
tuvo un rol destacado como instrumento intelectual que dinamizaba la apertura anunciada por el
Concilio Vaticano II.
4 Ibídem, pág. 334.
5 Garcés, Mario: Testimonio oral, Santiago, Chile, 15 de noviembre de 1993. Mario Garcés
es historiador. En su juventud perteneció a la JEC (Juventud Estudiantil Católica) asumiendo respon-
sabilidades de dirección. Será apartado por la jerarquía de la Iglesia junto a otros dirigentes que apo-
yaban también los cambios revolucionarios.
6 “Populorum progressio”, Mensaje, núm. 158, Santiago, Chile, mayo de 1967, pág. 143.
72 David Fernández Fernández
La labor fundamental de los jesuitas, según ese objetivo, era cambiar las
mentalidades: producir pensamiento y difundirlo para ir mermando los esquemas
de injusticia anquilosados en la mente de la mayoría. La mentalización como for-
ma de llegar a la justicia social. Esa necesidad de que las coordenadas mentales
fueran modificadas para hacer posible una sociedad más justa queda confirmada
también en estas palabras del dirigente obrero Víctor Arroyo: “se necesitan ideó-
logos populares que violenten y destruyan esquemas, no las cosas”.9 Es decir, era
necesario y urgente no sólo cambiar las estructuras sociales, sino también cambiar
las estructuras mentales, sin cuyo cambio ninguna transformación sería sólida.
Gonzalo Arroyo, especialista en economía y una de las firmas habituales de
la revista Mensaje en estos años, abordando a menudo el tema de la reforma agra-
ria empezará a disertar también sobre la utopía, la rebeldía y el compromiso cris-
“Hay conciencia creciente entre sacerdotes y laicos de avanzada que su falta de com-
promiso personal y eclesial los hace cómplices de una hipocresía colectiva. No basta
hablar contra el ‘capitalismo internacional del dinero’ (Populorum Progressio) mien-
tras de hecho los cristianos pasiva y aun activamente obstaculizan seriamente la revo-
lución social. No podemos declarar con sinceridad que ‘la Iglesia debe ser rescatada
del capitalismo’ (Manifiesto de 17 Obispos del Tercer Mundo), mientras no luchemos
para obtener que hasta el último de sus colegios, universidades y otras obras, se libe-
ren del compromiso que de hecho mantienen con los poderosos”.15
LAS CONSECUENCIAS
nista: “era hijo de Dios igual que yo”. Todo eso le va revelando un Dios padre para
el que todos los hombres son hermanos, lo que conlleva que no sólo los católicos
son hijos de Dios. Este descubrimiento es muy importante en ese momento.
A partir de ahí, Lucho Medina avanza más en su reflexión. No sólo descubre
que es hermano del amigo comunista, descubre también su propia dignidad como
hijo de Dios. Y más aún: descubre que es hermano del latifundista, del banquero,
del patrón, del cristiano que gobierna, del “que usa la autoridad, y me manda y me
domina”. Ése también es su hermano. Entonces, surge una contradicción, un inte-
rrogante, “una angustia, un gran signo de interrogación”: “qué es lo que pasa con
ese hermano que me rechaza a mí, que me domina a mí y que me quita la libertad
siendo yo hermano de él”. Lucho Medina, a partir de ese interrogante, descubre
que el hermano comunista no conoce a Cristo pero está cercano en su vivencia, en
su lucha por la dignidad de los pobladores. Sin embargo, el hermano patrón le
domina, le explota aunque “comulga todos los días, habla de Cristo, participa en
la Iglesia”. Y descubre que la Iglesia está muy vinculada a los patronos que le
explotan y a los políticos que gobiernan. De ahí nacerá una actitud crítica que le
hará descubrir y vivir un cristianismo más evangélico; un cristianismo que no esté
atado al poder de los explotadores, por muy católicos que digan ser, pues seguir a
Jesús y explotar al otro son caminos que se contradicen. Esto le llevará, como a
otros cristianos de base que experimentan ese proceso, a un acercamiento hacia los
que luchan por un mundo justo, sin explotación ni desigualdad, y a un distancia-
miento de quienes utilizan su poder para quitarle la vida a los pobres. Vida que es
pan, que es trabajo, que es salud, que es educación... Y para ello tendrá que salir
fuera de los límites de la capilla porque dentro de ella “estamos tranquilos, esta-
mos seguros, no nos pasa nada”, pero “Cristo está en el hermano que sufre”. Por
eso, Lucho Medina opta por luchar en toda la cuestión social. Ésa es su opción:
“como decía Segundo Galilea hace muchos años atrás, estar en la frontera”.
Otro ejemplo de esta Iglesia de avanzada que se va construyendo al servicio
del pueblo es la experiencia del sacerdote catalán Ignacio Pujadas. En 1966 la
revista Pastoral Popular publicaba un extenso artículo suyo titulado: “¿Qué hago
en América...?”,22 cuyo discurso no era abstracto o hipotético, sino el fruto de su
experiencia como sacerdote en un barrio popular chileno. Su testimonio es impor-
tante para entender el nuevo modo de ser Iglesia que se estaba gestando en los sec-
tores populares y, además, porque refleja el sentir de todo un grupo de sacerdotes
que trabajaban en ambientes populares. Ignacio Pujadas, al llegar a Chile en 1963,
tuvo la percepción de una Iglesia donde la parroquia aparecía alejada del barrio,
como un mundo aparte. Destinado a Forestal Alto, población obrera de Viña del
Mar, intentó junto con sus compañeros en el sacerdocio llevar a cabo un nuevo esti-
lo de estar entre los “pobres”, basado en Charles de Foucault, y recoger el llama-
do de Juan XXIII para que la Iglesia fuera una Iglesia de los pobres. Para ello estu-
vo un año sin estructurar trabajo pastoral alguno, solamente con la tarea de conocer
a la gente y dejarse conocer. Después de ese año de convivencia, comprendieron
22 Pujadas, Ignacio: “¿Qué hago en América...?”, en Pastoral Popular, núm. 95, Santiago,
Chile, septiembre-octubre de 1966, págs. 5-45.
La experiencia del movimiento “Iglesia Joven” en Santiago de Chile 77
que no podían quedarse en una mera identificación con el pueblo, sino que tenían
que avanzar más. Tenían por delante dos caminos:
1) Seguir las directrices de la Iglesia en el campo “sacramental” (es decir,
construir una capilla y difundir los sacramentos como tarea primordial) y en el cam-
po de la “acción militante” (es decir, creación de la Acción Católica especializada).
2) Plantearse “una misión mucho más amplia” y no limitarse a la formación
de militantes siguiendo el esquema de la Acción Católica, dentro del cual se
sentían muy limitados:
“Por su confesionalidad católica explícita, por partir por el ‘tejado’ —la directa for-
mación de cristianos militantes—, por lo reducido de su número —debido a su alto
objetivo— y por su acento primordial, dirigido al incremento de la Iglesia, veíamos
que la cosa no caminaba”.23
“A nosotros nos habían dicho que al Papa, cuando llegara a Medellín, le iban a rega-
lar una caja de oro que costaba un millón de doláres. Y en Colombia morían niños de
hambre, es decir, la injusticia era muy grande en Latinoamérica”.29
Ahora bien, la visita del Papa a Colombia fue el detonante que puso en movi-
miento una experiencia cotidiana más profunda: la indignación ante el escándalo
de la miseria y el sufrimiento de tantos chilenos y latinoamericanos objetos de
explotación, negados en su dignidad de seres humanos, y el descubrimiento de que
la Iglesia tenía que autentificar sus estructuras para ser realmente fiel a Jesús de
Nazaret, el cual iba siendo redescubierto a partir de la lectura del Evangelio desde
la vida.
La identidad del movimiento quedó perfilada en el “Manifiesto de la Iglesia
Joven” y en el comunicado “Por una Iglesia servidora del pueblo” que acompaña-
ron el gesto de la catedral, verbalizando los motivos y los objetivos tanto de la toma
como del movimiento que nacía a partir de ella. En el Manifiesto,30 tras dejar cla-
ro que consideran la catedral como su casa y que lo único que les impulsa es la ver-
dad del Evangelio, explicitan lo que quieren:
“Queremos volver a ser una Iglesia del pueblo, como en el Evangelio, viviendo su
pobreza, su sencillez y sus luchas”.
“Sí a la lucha por una Sociedad que dignifique a la persona humana y donde sea posi-
ble el amor”.
Por otra parte, el comunicado “Por una Iglesia servidora del pueblo”31 es un
documento más extenso que el anterior y centra su atención en aspectos internos
de la Iglesia, tras quedar definida en el Manifiesto como una institución compro-
metida con el “desorden establecido”. El comunicado deja claro que su denuncia
es contra “la estructura de poder, de dominio y riqueza en la que se ejerce a menu-
do la acción de la Iglesia” y que no es un ataque personal contra el Papa ni contra
el cardenal de Santiago. Continúa tomando una actitud crítica frente al Congreso
Eucarístico de Bogotá, símbolo de una Iglesia de gestos grandilocuentes que cae
en el mero verbalismo al no realizar lo que dice, y le pide a la Iglesia “que se defi-
na en defensa del oprimido, que se arriesgue a perder su situación de privilegio”.
Además, aboga por una eucaristía autentificada por el compromiso con los que
30 “Iglesia Joven”: “Documentos Movimiento Iglesia Joven”, Santiago, Chile, 1969, pág. 5
(material mecanografiado).
31 Ibídem, pág. 13.
80 David Fernández Fernández
sufren la miseria y se queja de los limitados canales de expresión que existen den-
tro de la Iglesia, obligando a realizar gestos como la toma de la catedral. Por últi-
mo, para conseguir el cambio interno de la Iglesia, el documento propone cinco
puntos: a) una estructura evangélica (“estructura ágil, pobre y audaz”); b) una
Iglesia pobre; c) una Iglesia libre; d) una Iglesia servidora; e) una Iglesia abierta
al hombre.
Si la toma de la catedral tuvo un impacto enorme sobre la Iglesia católica en
particular y la opinión pública en general, no menos eco tuvo la protesta pública
que el movimiento Iglesia Joven realizó el día de la consagración episcopal de
Ismael Errázuriz (4 de mayo de 1969):
“Su consagración episcopal fue en la iglesia del Bosque, una de las iglesias más retró-
gradas de Santiago por la configuración de su comunidad. Nosotros nos hicimos pre-
sentes para reclamar y exigir otro de nuestros puntos de lucha, que era la elección del
obispo por la comunidad”.32
su Al sol. Darío se inspiraría en el Sol del universo neoplatónico del célebre filó-
sofo. Así, escribiría un himno al Helios-Apolo, dios de la poesía, a Helios-Apolo-
Cristo, a Jesucristo se le nombra varias veces Sol de justicia.
El poeta se presenta como un traductor e intérprete de la naturaleza, entorno
donde juega un papel fundamental la analogía, ya que nunca el escritor es creador
por sí mismo del universo. En el anhelo de su unidad términos como belleza,
armonía, luz o sonoridad son casi sinónimos en su esencia positiva. Buena mues-
tra de ello lo encontramos en el Darío solar de Helios. Todo el poema se resuelve
en una marcada dialéctica de luces y de sombras. Contiene fecundo repertorio de
vocablos que connotan claridad u oscuridad para referirse a la unidad del universo
y su armonía. Esto es 1o positivo. Lo negativo de las sombras se refleja por su
carácter de desunión, de carencia de ritmos, de ausencia de sonoridad. Por lo tan-
to, Helios se desarrolla entre vocablos que se refieren a la luz solar (símbolo de
vida) y la niebla que quiere traer la sombra (símbolo si no de muerte, sí de tinie-
blas) del color negro que se opondrá a la claridad de lo matinal.
La armonía es positiva porque es fecunda, porque conlleva un acto de amor,
también porque ofrece un conocimiento de algo que ha estado siempre fuera del
hombre. Como dice Ricardo Gullón,2 si una partícula del cosmos nos entregase su
secreto, el universo empezaría a hacerse inteligible. Ritmo y unidad son insepara-
bles para Darío en cuanto leyes de la poesía y también del universo. Para el poeta
la armonía es una súplica, una obligación y una exigencia, aún más, se trata de un
gran estímulo porque de ella surge la música. Unidad y multiplicidad, no se opo-
nen, sino que se allanan en la poesía.
Como afirma Octavio Paz, la poesía se presenta como “totalidad y transfigu-
ración”, “reconciliación, purificación”, “conocimiento práctico o mágico”.3
Asegura Paz que el sol y el mar son símbolos del movimiento de la imaginación.
Como el propio Darío dice, en Cantos de vida y esperanza vuelve los ojos a
la figura de Cristo. Sobre todo, dice el poeta, “al inmenso resplandor” y “grito por
su retorno, como salvación ante los desastres de la tierra envenenada por las pasio-
nes de los hombres”. Helios proclama el idealismo y siempre “la omnipotencia
infinita”, según palabras del propio autor.4
Partiendo de la idea de que el ritmo es la fuente de la creación poética y la
clave del universo, idea presente ya en la tendencia romántica y simbolista, vemos
en Darío una asimilación de esa noción donde el Bien y la Unidad son análogos a
objetos como un sol fulgurante, algo cósmico con lo que el poeta debe ensamblar-
se para captar las verdades ocultas del universo. Como asegura Jrade, ya desde
1879 hay muestras de la noción panteísta de Darío en la fusión de Dios y la natu-
raleza. La armonía de la vida llega gracias a la unión del sol y el mar.
En esta primera parte asistimos al amanecer del día, donde abundan los tér-
minos que denotan sonido: “ruido”, “trino”, “música”, “trueno”, “instrumento”...
El poeta recurre a ellos para hacer referencia a su ideal del orden cósmico que se
alimenta siempre de “música armoniosa”. El amanecer trae el gozo del poeta al
conectar con lo oculto, y ese desenmascaramiento es su triunfo. Igual que el triun-
fo de Helios, de Dios, consiste en devolver la alegría, la bondad al mundo:
“¡Helios!, tu triunfo es ése” (verso 30).
El Dios Padre, “cochero azul”, guía del carro en el cielo debe pasar por Osa
y Pelión. Osa es la Montaña de la antigua Tesalia sobre la cual, según la mitología
griega, los gigantes pusieron el Pelión para escalar el Olimpo. Y sobre “Titania
viva”, la atribución del adjetivo “viva” a Titania responde al mito del origen de la
humanidad según los órficos: los titanes dan juguetes al niño Dios Dionisos.
Distraída su atención, lo matan y se lo comen. Entonces Zeus lanza como castigo
un relámpago que mata a los titanes, y del tizne que queda nace la raza humana.
De la interrelación de estos dos mitos brota “Titania”. Por lo tanto, “Titania viva”
vendría a ser una ironía del poeta sobre la arrogancia de los humanos que quieren
aspirar a categoría de dioses.
En los versos 14 y 15 veríamos condensado el tema central del poema: una
vez ha pasado el “matutino lucero”, el universo queda en armonía, para ello apare-
cen términos como “verso” que debemos relacionar con la poesía y con el arte en
general. “Música activa” para resaltar de nuevo la importancia de lo melodioso,
“activa” para aludir a la vitalidad que trae el nuevo día frente a la inmovilidad que
acarrea la oscuridad de la noche. Y todo entra en una fecunda actividad al pasar el
“dominador”: “...Tiemblan las cumbres/ de los montes más altos/ que en sus rítmi-
cos saltos/ tocó Pegaso...”(versos 22-25). Pegaso es el caballo alado nacido de la
sangre de Medusa cuando ésta fue decapitada por Perseo. Voló sobre el monte
Helicón. Esta agilidad cósmica, consecuencia del carácter de la divinidad, provoca
también el movimiento de las águilas (verso 26). Este ave, que representa a Júpiter,
se relaciona con la fuerza demiúrgica, símbolo de la altura, del espíritu identificado
con el sol y la idea de la actividad masculina, símbolo del padre. El poeta coordina
una serie de asociaciones complejas para crear una imagen insólita.
La fertilidad con que despierta la Tierra provoca júbilo y regocijo: “y si hay
algo que iguale la alegría del cielo, /es el gozo que enciende las entrañas del mun-
do” (versos 28 y 29). Con esta atmósfera exultante concluiría lo que hemos llama-
do primera parte del poema, donde se elogia un sol procreador.
EL SOL TRIUNFADOR
En una segunda parte, se cantan las glorias de un sol triunfador frente al Mal
mundano, simbolizado por lo oscuro y tenebroso. En la primera sección el poeta
anuncia este aspecto último (versos 30-43). Al pasar el sol triunfador derrota las
tinieblas, despreciando pecados como la envidia, la desidia o la pereza. Pero no
sólo triunfa el bien sobre el mal, sino que su sola presencia transforma lo negativo
Un poema emblemático en Rubén Darío: Helios 85
BIBLIOGRAFÍA
Alcina Franch, Juan, y Blecua, José Manuel: Gramática española, Barcelona, 1991.
Cirlot, Ricardo: Diccionario de símbolos, Barcelona, 1992.
Gutiérrez Girardot, Rafael: Modernismo. Supuestos históricos y culturales, México,
1988.
Litvak, Lily (ed.): El modernismo, Madrid, 1975.
Paz, Octavio: Los hijos del limo, Barcelona, 1974.
Rama, Ángel: Rubén Darío y el modernismo, Caracas/Barcelona, 1985.
Torre, Esteban, y Vázquez, Manuel Ángel: Fundamentos de poética española, Sevilla,
1986.
“LA VOZ A ELLA DEBIDA”: LA IMAGEN DE LA MUJER
EN LA POESÍA DE ROSARIO CASTELLANOS
A MODO DE INTRODUCCIÓN
“como medios para lograr la eternidad no les interesan [los valores culturales] y no
les interesan precisamente porque las mujeres tienen a su alcance un modo de perpe-
tuación mucho más simple, más directo, más fácil que el de las creaciones culturales
al que recurre el hombre. Este modo de perpetuación es la maternidad”.3
dicha constante.7 Estas dos críticas proponen una ruta bifurcada del proceso evoluti-
vo de la poesía femenina: primero una fuerte reacción frente a la cultura masculina;
segundo, un movimiento dirigido a hallar la interacción con la propia tradición
femenina. Para llevar a cabo este proyecto urge superar la crisis de expresividad
resultante del silencio impuesto a la mujer durante siglos.
Para Sharon Keefe Ugalde8
“LAMENTACIÓN DE DIDO”
7 Gilbert, S. y Gubar, S.: The madwoman in the Attic: The Woman writer and the Nineteenth-
Century imagination, New Haven, 1979.
8 Keefe Ugalde, S.: “El proceso evolutivo y la coherencia de la nueva poesía femenina
española en castellano” en Zurgai, Bilbao, junio de 1993, pág. 99.
“La voz a ella debida”: La mujer en la poesía de Rosario Castellanos 93
ser parte de la fábula de la fundación de Roma. Dido funda Cartago tras la huida
de su hermano, asesino de su esposo. El rey Yarbas la acosa y ella se arroja a las
llamas en aras de la fidelidad hacia su primer esposo. Mujer asediada por el hom-
bre, dibuja su destino en función del boceto que de él han trazado diversas manos
masculinas.
En el siglo III a. de C., el historiador Nevio relacionó esta historia con la de
Eneas, quien tras la huida de Troya y antes de llegar a Italia recala en Cartago y
mantiene cortas e intensas relaciones con Dido. De aquí fue fácil volver a utilizar
la idea del suicidio, Dido la mujer abandonada, la otra, el vértice menos privile-
giado del triángulo amoroso, por una suerte de justicia poética (masculina) sólo
puede aspirar a la muerte y se suicida. Este episodio accidental, recogido también
por Virgilio en la Eneida, tuvo especial fortuna. Se explotó literariamente el filón
del destino de la mujer amante sin reservas, que es capaz de soportar su dolor, su
ofensa con dignidad. De otra parte Eneas queda salvaguardado de culpas porque
tiene una misión mítica. Pero hay que acentuar más el halo trágico de Dido y para
ello Ovidio narra en sus Metamorfosis el destino suicida de la hermana de Dido,
Perenna.
El tratamiento literario de Dido ha sido fecundo en cuanto a cantidad. En una
versión alemana del episodio escrita por Heinrich von Valdeke (1170), Dido ofre-
ce la imagen de la mujer enferma-bruja, posesa por el amor. La furia y la ira son
los ingredientes de su lamento, ha perdido su dignidad humana puesto que ha per-
dido su honor.
Dido ofrece tal fuerza dramática que hace pasar a Eneas al papel de
secundón. En el Roman de la Rose (siglo XIII) Dido es la víctima de la infidelidad
y Eneas queda desvalorizado. En este plano se sitúa también la Amorosa visione
de Boccaccio (1342) e incluso los romances hispánicos sobre Dido.
En el Renacimiento surgen nuevas versiones como la de G.B. Giraldi-
Cinthio, que interpretan el amor de Dido como un grave error, como una falta. Pero
también tenemos historias desde la óptica contraria, L. Dolce (1547) recrea a un
Eneas frío y egoísta enfrentado a una Dido llena de calor humano y de dignidad.
El poeta español Guillén de Castro a principios del siglo XVII escribe Los amores
de Dido y Eneas, recubriéndola del nada beneficioso concepto hispano del honor
y la honra. Schegel en 1739 retrata a una Dido fría e inteligente. Ni siquiera una
mujer como Charlotte von Stein (1794) supo tratar el tema desde la óptica feme-
nina, sino que apoyó la versión de Justino.
En el siglo XIX el clima romántico halló en la pasión de la protagonista moti-
vos suficientes para erigirla en heroína. Schiller acentuó el problema psicológico de
la culpa y la penitencia. Hacia finales del siglo, disuelto en buena medida el ingre-
diente de moralina, Dido se convierte en hembra fascinadora y sin escrúpulos.9
Ante esto cabe preguntarse por qué nadie dejó que Dido hablara, que diera
su versión. ¿Qué motivo impera, en la cultura, para que la mujer sea tratada como
virgen o como prostituta, como digna de perdón o digna de castigo? La eterna dua-
lidad María/Eva. Los papeles asignados a la mujer en la historia de la literatura
están siempre ligados a su esencia sexual, para aniquilarla o para potenciarla.
La literatura mexicana, crisol de herencias indígenas y de legados hispanos,
se muestra en el tratamiento de la mujer siempre en los términos positivo o nega-
tivo en relación a su sexualidad. Brianda Domecq estudia el tema en una antología
muy reveladora.10 A través del estudio de textos variopintos, la autora demuestra
que después de la Independencia, en la literatura mexicana se inicia una obsesiva
preocupación por establecer cánones de costumbres y especialmente de aquellos
que afectan a la sexualidad femenina. El poder uniformador de la cultura se
acentúa. José Joaquín Fernández de Lizardi es todo un pionero. A partir de este
momento, Domecq encuentra que el tema de la virginidad se vuelve costumbre en
esta literatura. Ella percibe ciertas líneas constantes:
— Oposición virgen/prostituta.
— Doble moral.
— La virginidad ligada a un carácter clasista.
— Culto al himen.
— Erotismo del desfloramiento.
— Potestad paterna y materna ante la conservación del himen filial.
— El problema de la honra.
Dido ha sido preparada, educada por una cultura que no se ajusta a su perso-
na, una cultura de la que no es partícipe, para corporeizar el mito, a la mujer que
se entrega:
Dido ya no es.
Castellanos, al haber otorgado a Dido el uso de la palabra, la ha liberado de su
secular silencio. Eneas, el hombre todopoderoso, queda como modelo marginado.
“SALOMÉ Y JUDITH”
“Madre :
Mi talador, mi buitre
en los meses primeros.
Después un congelado
espejo.
“Salomé:
Es tu raza nodriza
Nodriza:
Niña, olvidé su lengua, no aprendí sus costumbres
y nunca usé su ropa.
No digas que es mi raza.
No tengo más familia
que esta casa
...
Nodriza:
Pues yo soy como malva trasplantada
en un solar que no es el de mi abuelo
...
he de morir hasta una muerte ajena
puesto que amamanté hijos que no eran míos
y me crié en el patio de las huérfanas”.21
dad, es una mujer que rechaza el sufrimiento que el padre ha infligido en la madre,
así como en la raza chamula, su entrega al fugitivo es la declaración subversiva
frente a los poderes de “La ley del padre”:
“Salomé:
Madre, mujeres todas que antes de mí y conmigo
soportasteis un yugo de humillación, bebisteis
un vaso inicuo, ¡estáis en mí vengadas!
Yo he rescatado vuestra esclavitud
al precio de mis lágrimas.
Yo he restaurado hoy el equilibrio
de la balanza.
Yo me reconocí, más allá de mi dicha,
heredera de la mitad oscura
del mundo, confinada
en la mitad sombría de la casa.
Cuando yo alcé mi mano para el castigo, alcé
todas las manos vuestras.
Y al libertar mi grito libertaba
el grito sofocado en mártires gargantas.
Vosotras, lavaderas del pañal,
sumisas en el lecho,
víctimas inmoladas en un ara nefanda,
sabedlo:
la acción de Salomé
os abrió una cancela,
aunque ella se tapió para sí misma
la última rendija”.22
El otro poema dramático, Judith, sigue una estrategia similar. El mito es tras-
plantado de nuevo a Chiapas y encarna a la mujer seductora que utiliza su cuerpo
para vengar a su pueblo. La leyenda pone en el polo positivo desde siempre a la
mujer, puesto que aparece tratada con tintes de heroína, mientras que Holofernes,
el engañador, es un hombre odioso. Sin embargo, el mito reclama también una sub-
versión, puesto que perpetúa la imagen de la mujer con un valor cifrado en su sexo.
La ortodoxia cultural, que ha regido a la literatura, no fue capaz de superar
el contrasentido latente entre la acción amorosa y el sangriento crimen de la heroí-
na, por ello muchos autores desvirtuaron a Judith y la convirtieron en enamorada
para darle a su crimen el sentido de la venganza pasional.
Judith encarna casi como ningún otro personaje femenino, el drama del
seguimiento de un destino fatal impuesto por fuerzas más poderosas. Para que la
muerte del traidor se haga efectiva, es necesario, primero, que Judith mate a su
marido, así lo hace en efecto. Sin embargo, se rebela también contra su destino,
como hizo Salomé. Siendo la elegida para salvar a su pueblo, rechaza el mandato
CONCLUSIONES
“la hablante contrapone la feminidad heredada —ser objeto puro, bello, delicado
y frágil— a la nueva identidad, caracterizada por la libertad y la sensualidad. El dolor
de un yo partido es evidente”.24
“lo masculino, abstracción que señala las características supuestamente esenciales del
hombre, se define como sinónimo de la actividad y la conciencia, esferas que en la
representación simbólica se apropian de las imágenes cósmicas del cielo, el sol y el
fuego en su dimensión espiritual y purificadora. Lo femenino, por otra parte, denota
el ámbito de lo pasivo e inconsciente, atribuyéndosele los referentes naturales de la
tierra, el agua y la luna”.25
De esta actitud antinómica se deriva que los mitos, las leyendas y la propia
cultura popular perpetúen una imagen pasiva, de no conciencia del personaje feme-
nino. Durante siglos la literatura ha hecho de éste un icono receptor de la perspec-
tiva masculina. El código de la ficción, que no es más que un subcódigo de los
valores dominantes del grupo, propicia el signo mujer como acallado gozne de
roles preimpuestos, principalmente los que se pueden reducir a Eva/María.
Castellanos, a través de las voces femeninas que pueblan sus textos, inicia el pro-
ceso de indagación y articulación de símbolos y signos que no traicionen la verdad
femenina. No se trata tan sólo de volcarse, exteriorizarse y verterse en cada cons-
trucción artística como mujer, sino más bien de reelaborarse o mimetizarse en las
figuras femeninas creadas por el patriarcado.
Precisamente, el proceso de devolver a la figura de la mujer en la literatura
su dignidad esencial y estética huye del interiorismo. La introspección como nor-
ma pseudomística es negada en la literatura femenina porque supondría afirmar las
perspectivas del canon tradicional con respecto a lo femenino. Para Eliana Rivero
y para nosotras también,
“En una dicotomía espiritual que guía, en no pocas ocasiones, el deseo de la propia
destrucción a la vez que se combate y se satiriza el papel adjudicado a la mujer (y a
la poeta)”.27
Dentro del proceso de tesis los primeros textos de Castellanos están teñidos
de interiorismos. Trayectoria del polvo (1948) y De la vigilia estéril (1950) con-
tienen varias composiciones en las que la esencia femenina se liga profundamente
con el rol de la maternidad.
Al pie de la letra (1960) y Lívida luz testimonian el inicio del cambio a través
del uso de las máscaras poéticas que le sirven para impregnar sus textos de la retó-
rica de la ironía.
La apertura empieza a gestarse como maduración poética en Materia memo-
rable (1969), libro en el que, con título muy sugerente, encontramos un poema-
manifiesto de su nueva actitud estética: “Toma de conciencia”. El poema, hacien-
do uso de la retórica de la domesticidad, muestra una voz femenina muy lejos del
“encadena una serie de actos que representan a personajes femeninos extraídos de los
estereotipos sociales, la historia y el mito. Castellanos concluye la obra urgiendo a las
mujeres mexicanas a que inventen su propia conciencia feminista, ya que las formas
importadas no pueden ser fácilmente aceptadas o asimiladas”.30
En cuanto a los ensayos, casi todos los libros contienen este tema como pre-
ocupación central, desde su tesis de licenciatura Sobre cultura femenina (1950) a
Mujer que sabe latín (1979); pero es sobre todo El uso de la palabra (1974) la
colección que evidencia en mayor medida su posición feminista más militante,
aunque se debe matizar el concepto feminista en nuestra autora
“... su feminismo, por mucho tiempo es, en efecto textual, dedicándose a nombrar
y protestar el desdoblamiento de la diferencia femenina en la ontoteología que es su
herencia cultural. Castellanos prefirió rescatar el sentido del cuerpo y del espíritu feme-
nino, esto es, ¿cómo es percibida o se percibe a sí misma la mujer, cuál es la ideología
bajo la que escribe? Es este deseo el que motiva muchos de sus trabajos, inclusive Sobre
cultura femenina, Balún-Canán y la colección de poemas Poesía no eres tú”.31
Niall Binns
Universidad Complutense de Madrid
INTRODUCCIÓN
E ste trabajo se ofrece como un primer tanteo —algo panorámico, y sin espacio
para profundizar— en la investigación de una poesía fantástica en
Hispanoamérica, hermana o hermanastra (según los gustos) de los cuentos de
Borges, Cortázar y tantos otros. La base teórica se debe sobre todo a Ana María
Barrenechea, para quien la literatura fantástica “presenta en forma de problema
hechos a-normales, a-naturales o irreales, en contraste con hechos reales, norma-
les o naturales. Pertenecen a ella”, según Barrenechea, “las obras que ponen el cen-
tro de interés en la violación del orden terreno, natural o lógico, y por lo tanto en
la confrontación de uno y otro orden dentro del texto, en forma explícita o implí-
cita”.1 Lo fantástico se distingue de lo maravilloso específicamente en la naturale-
za problemática planteada por la convivencia de lo normal y lo a-normal y la con-
moción tanto emocional como intelectual provocada por la violación del orden
habitual.2
Por razones evidentes, todo lo que diré se opone a las flagrantes insuficien-
cias de Tzvetan Todorov, quien articula su teoría de la literatura fantástica —toda-
vía citada— a partir de una dicotomía entre lo fantástico y la poesía.3 La poesía es
incompatible con lo fantástico, según Todorov, porque el texto poético no se pres-
ta a una lectura referencial: “En la actualidad se está de acuerdo en reconocer que
las imágenes poéticas no son descriptivas, que deben ser leídas al puro nivel de la
cadena verbal que constituyen, en su literalidad, ni siquiera en el de su referencia”.4
Esta actualidad de Todorov corresponde, desde luego, a los años del auge del
estructuralismo, y su burda separación de la ficción —literatura representativa—
y la poesía —literatura no representativa—, tiene hoy poco interés para nosotros.
La “muerte del autor”, tan celebrada por el estructuralismo, no reduce el poema a
una mera cadena de palabras; al contrario, permite romper la identificación del yo
1 Barrenechea, Ana María: “Ensayo de una tipología de la literatura fantástica”, en Textos his-
panoamericanos: de Sarmiento a Sarduy, Caracas, 1978, pág. 87.
2 Ibídem, pág. 94.
3 Todorov, Tzvetan: Introducción a la literatura fantástica, Barcelona, 1982. La otra dico-
tomía básica en la teoría de Todorov existe entre lo fantástico y la alegoría.
4 Ibídem, pág. 75.
106 Niall Binns
poético con el autor biográfico, y leer muchos textos poéticos como ficción.5 Si
bien la literatura fantástica necesita representar ciertos hechos —y suele acercarse
en un primer momento al realismo, para poder establecer un choque posterior entre
lo normal y lo a-normal—, habría que recordar que la representación es siempre
relativa, tanto en la prosa como la poesía: el texto literario nunca se constituye, por
supuesto, como un reflejo exacto de un mundo exterior, y sólo existe a través de
las palabras, y como una construcción verbal más o menos coincidente con las
construcciones textuales (verbalizadas o no) mediante las cuales experimentamos,
pensamos y hablamos de ese mundo.
5 Por otro lado, esta manera de leer la poesía se ha impuesto en Hispanoamérica durante las
últimas décadas, dado el frecuente empleo de formas narrativas en la poesía.
6 Darío, Rubén: Poesías completas, Buenos Aires, 1945, pág. 211.
La presencia de lo fantástico en la poesía hispanoamericana del siglo XX 107
este soldado que recuerda, aun en la muerte, su momentánea usurpación del lugar
y papel de Antonio en la cama de Cleopatra (“y yo liberto, hice olvidar a
Antonio”), y llora todavía su humillación, el haberse portado como un pelele cuan-
do “la imperial becerra / me dio un minuto audaz de su capricho”. Rufo Galo: des-
terrado de la corte de Cleopatra, sentenciado a una muerte que no se consuma; per-
sonaje de un poema también desterrado por Darío, apartado —con manos de
marqués— de los manuscritos de Prosas profanas, hasta publicarse catorce años
después en El canto errante, libro ya de la decadencia: cajón de sastre en que
cabían, como relleno, éste y un puñado de otros textos olvidados o desdeñados en
la juventud del poeta. “Metempsicosis” inaugura el tópico literario de las almas en
pena, que se prolonga en varios escritores hispanoamericanos del siglo XX: nota-
blemente, por supuesto, en Pedro Páramo de Juan Rulfo. En Espantapájaros (al
alcance de todos) de Oliverio Girondo, libro que es un auténtico precursor de la
narrativa fantástica de Felisberto Hernández, Cortázar, etc., el texto 11 tiene como
narrador a un suicida recién llegado a la tumba: “Si hubiera sospechado lo que se
oye después de la muerte, no me suicido”. El protagonista relata, horrorizado, las
discusiones, la mala educación, los chismes y las carcajadas de sus vecinos muer-
tos: “De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas iróni-
cas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los
minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente”.7
Esta vida a-normal, más allá de la muerte, es una copia exacta del mundo humano
con todas sus mezquindades: la exactitud de esta copia es lo que produce el efec-
to fantástico, porque el suicidio, gesto heroico del hombre moderno para liberarse
de los horrores del mundo, ya no sirve, no resuelve nada: el horror no tiene fin.
Habría que mencionar también el personaje de Margarita Naranjo, de la sec-
ción “La tierra se llama Juan” del Canto general de Neruda, que denuncia, desde
la tumba, la explotación y la injusticia —tan fuertes que no permiten la muerte—
en la oficina salitrera de María Elena;8 también poemas de Nicanor Parra como
“Lo que el difunto dijo de sí mismo”, del libro Versos de salón (1962),9 y el mara-
villoso “Descansa en paz”, de Hojas de Parra (1985), cuyo hablante ofrece una
visión angustiada pero despiadadamente cómica de la vida de ultratumba: “DES-
CANSA EN PAZ / claro - descansa en paz / y la humedad? / y el musgo? / y el
peso de la lápida? / y los sepultureros borrachos? / y los ladrones de maceteros?
/ y las ratas que roen los ataúdes? / y los malditos gusanos / que se cuelan por
todas partes? / haciéndonos imposible la muerte?”.10 Como en el texto de Girondo,
esta imposibilidad de encontrar un descanso, de liberarse de las angustias del
mundo, produce, a mi juicio —y a pesar de la comicidad del texto— cierta inquie-
tud fantástica en el lector.
En otra dirección, se podría trazar un recorrido entre los seres sobrenatura-
les, o con poderes inhumanos, que aparecen en la poesía hispanoamericana.
Pienso, por ejemplo, en las mujeres vampiro, las mujeres eléctricas y las de sexo
prehensil del texto 22 de Espantapájaros; y en el narrador del texto 20 de ese mis-
mo libro, cuya presencia “provoca accidentes a cada paso, ayuda al azar y rompe
el equilibrio inestable de que depende la existencia”;11 también en “El Golem” de
Borges, extraño muñeco animado por el rabino Judá León en Praga;12 y última-
mente, en los textos de fantasmas del libro Mal de amor de Óscar Hahn.13
ALGUNOS EJEMPLOS
“Apenas un minuto y medio por tu tiempo, por el tiempo de ésa —ha dicho rencoro-
samente Johnny—. Y también por el del métro y el de mi reloj, malditos sean (...)
¿Cómo se puede pensar un cuarto de hora en un minuto y medio? (...) Sólo en el métro
me puedo dar cuenta porque viajar en el métro es como estar metido en un reloj. Las
estaciones son los minutos, comprendes, es ese tiempo de ustedes, de ahora; pero yo
sé que hay otro, y he estado pensando, pensando ...”18
Esta idea del tiempo del metro como el tiempo de ahora, de la ciudad moder-
na, de los burgueses como Bruno, es retomada por Baquero. Con un guiño al cuen-
to, la aparición de luz primaveral ocurre en el poema entre dos estaciones con nom-
bres de artistas, para resaltar así el contraste entre la oscuridad (goyesca) y la luz
(de Velázquez). Por otro lado, la alegría y la luz desbordante del poema recuerdan
el deseo de Johnny de vivir siempre en ese otro tiempo y de compartir esa felici-
dad con los demás:
“Bruno, si yo pudiera solamente vivir como en esos momentos, o como cuando estoy
tocando y también el tiempo cambia... Te das cuenta de lo que podría pasar en un
minuto y medio... Entonces un hombre, no solamente yo sino ésa y tú y todos los
muchachos, podrían vivir cientos de años, si encontráramos la manera podríamos
vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía
de minutos y de pasado mañana...”19
Las distintas reacciones de Bruno al relato de Johnny tal vez sean las típicas
del lector de un relato fantástico. Al comienzo, intenta explicar la historia como
una alucinación provocada por la droga y la escucha “atentamente pero sin preo-
cuparme demasiado por lo que dice”;20 sin embargo, después de oír la enumeración
de las distintas experiencias pensadas en el metro, Bruno confiesa que, aunque
nunca se preocupa demasiado por lo que Johnny dice, ha sentido frío;21 luego,
cuando Johnny se refiere a “ese tiempo de ustedes, de ahora” y se pone a temblar,
Bruno tiene ganas de irse, pero no sabe cómo despedirse; y finalmente, después de
oír el deseo de Johnny de compartir su tiempo con los demás, Bruno se encuentra
agobiado, comprende “vagamente” que Johnny tiene razón, pero al mismo tiempo
sabe que esa comprensión desaparecerá en cuanto salga a la calle:
“Apenas se está en la calle, apenas es el recuerdo y no Johnny quien repite las pala-
bras, todo se vuelve fantaseo de la marihuana, un manotear monótono (...) y después
de la maravilla nace la irritación, y a mí por lo menos me pasa que siento como si
Johnny me hubiera estado tomando el pelo. Pero esto ocurre siempre al otro día, no
cuando Johnny me lo está diciendo, porque entonces siento que hay algo que quiere
ceder en alguna parte, una luz que busca encenderse, o más bien como si fuera nece-
sario quebrar alguna cosa, quebrarla de arriba abajo como un tronco metiéndole una
cuña y martillando hasta el final”.22
19 Ibídem.
20 Ibídem, pág. 221.
21 Ibídem, págs. 226.
22 Ibídem, págs. 227-228.
23 Vax: Las obras maestras..., pág. 18.
112 Niall Binns
mente sobrecogedor de una ciudad moderna regida por un tirano y sus agentes.
Emplea un modo de expresión marcadamente entrecortado, y cada verso de los 68
poemas del libro es una unidad sintáctica cerrada, sellada con punto, como si fue-
ran titulares periodísticos o imágenes fulminantes de la televisión. La monotonía
rítmica y sintáctica refleja la ausencia de libertad, la esclavitud imperante en la ciu-
dad retratada.
El poema que me interesa ver aquí, el número 48, tiene dos características
anómalas dentro del libro: es el único texto donde la ciudad del libro se identifica
plenamente con Santiago de Chile, con referencias a Allende, al general Prat, etc.;
por otro lado, Millán adopta el procedimiento de la inversión temporal para contar
la historia del golpe. Mediante este recurso, logra sortear los peligros que minan
tanta poesía política: una intención extra-poética aplastante, el mero despliegue rít-
mico de pensamientos ya racionalizados a ultranza, un sentimentalismo exaspera-
do y desbordante provocado por el exilio, la muerte, la tortura, etc.
Selena Millares
Universidad Autónoma de Madrid
ANTECEDENTES
U NA misma clave unifica los tres grandes poemarios que sustentan lo más
granado de la producción de los contemporáneos —Muerte sin fin, de José
Gorostiza, Nostalgia de la muerte, de Xavier Villaurrutia y Sindbad el Varado de
Gilberto Owen—, todos ellos insertos en esa tradición moderna que desde el sim-
bolismo francés instituye el viaje imaginario o de anábasis, de notables antece-
dentes entre los clásicos universales y cuya formulación tendrá hondas reper-
cusiones en la poesía de nuestro siglo, y muy especialmente en la vanguardia
hispanoamericana. El viaje espiritual al trasmundo había cristalizado en versiones
tan célebres como el descenso al Erebo contenido en la Eneida de Virgilio, o la
incursión que de su mano realiza Dante en el mundo ultraterreno con la Divina
Comedia, o ya en las letras hispánicas, la fuerza crítica y el impulso fáustico de los
Sueños de Quevedo. En todos estos casos, y en tantos otros que configuran arque-
tipos universales —la prueba del héroe que busca el fuego del conocimiento—, se
producía un diálogo entre dos mundos disociados, terrenal y ultraterreno. Pero a
partir del romanticismo la lectura de ese motivo, con Blake como figura central,
partirá del concepto de la analogía: el universo es una escritura enigmática, y el
poeta, desde la videncia, habrá de descifrarla; The Marriage of Heaven and Hell
contiene la base de la polémica: cielo e infierno no son dos existencias paralelas
sino que están imbricadas en un mismo plano. El recurso se continúa con los sim-
bolistas hasta configurar los grandes referentes a los que vuelven la mirada los poe-
tas de nuestro siglo, con un paradigma que adelanta también las actitudes de la
vanguardia: Un coup de dés de Mallarmé, que acoge la navegación del intelecto,
la imaginación pura liberada de ataduras materiales hasta el naufragio en el abis-
mo de lo ignoto.
De especial relevancia son también las aportaciones de los poetas que con él
configuran la gran trilogía del simbolismo: Baudelaire y Rimbaud. A este último
se debe un texto considerado como fundacional de este motivo y que aparece con-
tenido en una carta de 1871: “El poeta se hace vidente mediante un largo, inmen-
so y razonado desarrollo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufri-
miento, de locura; busca por sí mismo, apura en él todos los venenos y se queda
con su quintaesencia. Tortura inefable en la que necesita toda la fe, toda la fuerza
sobrehumana, y por la que se convierte en el gran enfermo, el gran criminal, el gran
maldito —¡Y el sabio Supremo!— Pues así alcanza lo desconocido”.2 La propues-
ta se materializa en Une saison en enfer, así como en “Le bateau ivre”, donde el
poeta, visionario y vogueur, se desplaza por la bruma de los sueños en una travesía
alucinante. Finalmente, es de referencia ineludible el paradigma instituido en el
célebre soneto “Correspondances” de Baudelaire, quien ya en “Elévation” muestra
al espíritu que alza su vuelo para comprender la escritura del universo, “le langa-
ge des fleurs et des choses muettes”, en tanto que desde el soneto mencionado la
estrecha imbricación entre la analogía universal y la videncia presenta la naturale-
za como un bosque sagrado de símbolos que el poeta visionario descifra, y que
Eliot ha sistematizado certero en su teoría del “objective correlative”.3 El viaje
mental nutre otras muchas composiciones, como “La musique”, donde el poeta-
navío se hace a la mar —“je sens vibrer en moi toutes les passions/ d’un vaisseau
qui souffre”—, o “Le voyage”, que consagra esa travesía imaginaria del alma en
busca del “amer savoir” ; asimismo, la nave de Eros da cuerpo a poemas como “Le
beau navire” o “L’invitation au voyage”. Todas estas manifestaciones, y en espe-
cial el modelo de Mallarmé, alimentan vías expresivas que en la vanguardia hallan
sus más célebres aportaciones con las voces de T. S. Eliot y Paul Valéry, en la rama
comúnmente asimilada a la poesía pura. El descenso al infierno se reescribe en The
Waste Land con portentosa fuerza (“I think we are in rats’ alley/ Where the dead
men lost their bones” ); esa tierra baldía es el hombre habitado de muerte, que
igualmente se proyecta en Le cimétiere marin, de nuevo viaje por la desolación de
la conciencia humana (“Sur les maisons des morts mon ombre passe”), o en los
versos estremecidos de Saint-John Perse, quien con Anábasis y Exilio incide en la
misma experiencia órfica.
En ese complejo entramado se van a inscribir poemarios muy importantes en
la historia de la poesía latinoamericana. De naturaleza aérea, ígnea, hídrica o telú-
rica, o en una sugestiva combinatoria, el motivo del viaje dará vida a obras de la
relevancia de Altazor, de Huidobro, Residencia en la tierra, de Neruda o
Persuasión de los días y En la másmédula de Oliverio Girondo, así como a los poe-
marios centrales de los contemporáneos mexicanos, y ya en los sesenta alcanzará
los itinerarios contenidos en La mano desasida de Martín Adán o en Anagnórisis
de Tomás Segovia, configurado como doloroso viaje a la semilla, travesía órfica
que vuelve a visitar las aguas del río Leteo.
Las inquietudes existenciales y el pesimismo visceral, la aguda crisis que
determina la historia del pensamiento contemporáneo, vertebran todas esas mani-
Bellay que consagra ese motivo amado del viaje, la búsqueda del héroe mítico:
“Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage...”.
Angustia e ironía nutren una obra que incluye a Rilke, Baudelaire y Valéry
como paradigmas. La inmersión en el agua de los sueños es la vía para traspasar el
espejo que oculta el enigma de lo trascendente y poder experimentar la travesía que
6 Paz, Octavio: Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, Barcelona, 1989, pág. 471.
7 Villaurrutia: Poesía..., pág. 50.
122 Selena Millares
conduzca a un más allá que imanta al poeta; el mar será el reino de esa ciudad
sumergida que en tantas mitologías personales y colectivas vela el arcano de la
muerte. Lo onírico y lo visionario se funden con el sabor barroco, en tanto que la
conciencia conflictiva y torturada, “naufragio invisible”, encuentra en la estatua el
símbolo recurrente de la ansiada impasibilidad pétrea ante la invasión de la angus-
tia. Es el mármol que ciñe el verso con su arquitectura sólida y perfecta, máscara del
derrumbe;8 tras ese viaje vertical el alma prisionera dará con sus huesos en la tierra
para reiterar el drama de Sísifo condenado. En esa travesía sonámbula, ni la poesía
ni el amor van a lograr salvarla; una “rosa de ceniza” sustituye el esplendor de la
belleza, y tampoco el deseo puede cubrir la memoria, o el signo trágico de Eros:
8 En términos de Alí Chumacero, “la angustia, la soledad, la noche, el silencio, las calles soli-
tarias, los muros, las sombras, el sueño, todo ese mundo nervalesco asido a su pluma confirmaba la
intensidad de su presencia en quien sabía que vivir es estar cumpliendo con la ineludible destrucción
interior” (en Villaurrutia: Poesía..., pág. XVII).
9 Ibídem, pág. 49.
10 Owen, Gilberto: Obras, México, 1979, pág. 78.
Antecedentes del viaje inmóvil en los contemporáneos mexicanos 123
Álvaro Salvador
Universidad de Granada
Si, como sugiere Jitrik, “empieza con el vanguardismo una especie de ejer-
cicio de conciencia de sí de la escritura y, correlativamente, si la vanguardia como
tal encarna esa voluntad de hacer explícita y productiva esa conciencia de sí”,6 es
evidente que el fervor analítico y, más tarde ensayístico, de escritores como
Huidobro, Paz, Borges, etc., tendría una relación estrecha, al menos en sus comien-
zos, con este carácter investigador de la vanguardia.
Zunilda Gretel, en un muy acertado trabajo, nos muestra cómo una de las pri-
meras obsesiones analíticas de Borges fue, sintomáticamente, la investigación
histórica y funcional de la metáfora.7 Desde “Apuntaciones críticas: la metáfora”,8
hasta “La metáfora” de 1953,9 Borges dará vueltas y vueltas en torno al fetiche de la
metáfora, en una serie de trabajos como “Examen de metáforas”, “Después de las
imágenes”, “Página sobre la lírica de hoy”, “Las Kenningar”, etc. Desde el primer
artículo ya advierte las limitaciones que presenta esta estructura poética: su capaci-
dad para reducirse a arquetipos, el hecho de que las metáforas excepcionales —
“aquéllas que escurren el nudo enlazador de ambos términos en la intelectualiza-
ción”— sean prácticamente inasibles, etc., etc. No obstante, nos interesan algunos
juicios que Borges va desgranando a lo largo de estos trabajos sobre la metáfora:
1.—En primer lugar, el hecho que apenas existan metáforas en la poesía
popular y cuando las hay remitan a unos cuantos tropos convencionales y prefija-
dos. El coplista recurre a la hipérbole que significa una “promesa de milagro”, esto
es, una conexión con lo sagrado. Es interesante señalar que cuando Borges hace
estas consideraciones en “Examen de metáforas”10 está sumido en una serie de
estudios sobre la capacidad de la poesía para señalar el trascurrir del tiempo y que
le llevará a la elaboración de ese “neopopularismo argentino” desarrollado en
Fervor de Buenos Aires, Cuaderno San Martín, Luna de enfrente, etc. Como ha
señalado César Fernández Moreno: “Ésta era la clave: en el arrabal sucede visi-
blemente el tiempo; ahí puede Borges captar en el instante esa vibración intempo-
ral que es el objeto imposible de la poesía. Por lo pronto, este sentimiento del tiem-
po lo lleva a amar el contorno inmediato, lo argentino. Las albas, los ocasos, las
noches; el tiempo remansado en calles, plazas y patios, es lo que Borges anduvo
persiguiendo por el suburbio”.11 Conviene recordar que en Luna de enfrente Borges
utiliza por primera vez la marca tradicional del tiempo, según el teórico más des-
tacado de la poesía como palabra en el tiempo, esto es, la versificación métrica tra-
dicional.
2.—En segundo lugar, cuando advierte (también en Inquisiciones, pero en
otro trabajo: “Después de las metáforas”) que es necesario ir más allá de las metá-
foras, de ese momentáneo enlace entre sensaciones y conceptos, y buscar las imá-
genes esenciales, es decir, algo parecido a la “promesa de milagro” que intentan
expresar los coplistas populares. “La imagen es hechicería” —afirma Borges en
este trabajo—. Transformar una hoguera en tempestad, según hizo Milton, es ope-
ración de hechicero. Trastocar la luna en pez, en una burbuja, en una cometa como
Rosetti lo hizo equivocándose antes que Lugones, es menor travesura. Hay alguien
superior al travieso, al hechicero. Hablo del semidiós, del ángel, por cuyas obras
cambia el mundo”.12
Estamos, pues, ante la claudicación del joven y vanguardista Jorge Luis
Borges, ante el reconocimiento del fracaso ultraísta y de toda la llamada “nueva
sensibilidad” como afirmará, poco más tarde, en “Página sobre la lírica de hoy”.13
Para Borges el discurso poético es, irremediablemente, un discurso analógico, el
discurso de lo sagrado o bien del anhelo de lo sagrado: “La metáfora no es poéti-
ca por ser metáfora, sino por la perfección alcanzada”,14 y la perfección consiste en
la capacidad de conectar con un imaginario poético que establece ya lo que es o no
poético: “las estrellas son poéticas porque generaciones de ojos humanos las han
mirado y han ido poniendo tiempo en su eternidad y ser en su estar”.15
10 Inquisiciones, 1925.
11 Fernández Moreno, César: La realidad y los papeles, Madrid, 1961, págs. 161-162.
12 Ibídem, pág. 28.
13 En Nosotros, LVII, núms. 219-220, 1927.
14 “Otra vez la metáfora”, en El idioma de los argentinos, 1928, pág. 69.
15 Ibídem, pág. 55.
Borges y la estética de las vanguardias 129
LA CONTINUIDAD DE LA VANGUARDIA
Javier de Navascués
Universidad de Navarra
INTRODUCCIÓN
“Mucho más que todas las severidades de ascetas y puritanos, valdrán siempre, para
la educación de la humanidad, la gracia del ideal antiguo, la moral armoniosa de
Platón, el movimiento pulcro y elegante con que la mano de Atenas tomó, para lle-
varla a los labios, la copa de la vida. La perfección de la moralidad humana consis-
tiría en infiltrar el espíritu de la caridad en los moldes de la elegancia griega”.1
Es cosa sabida que los ideales del ensayista uruguayo apuntaban a la forma-
ción de una nueva juventud latinoamericana que, a través del estudio y la contem-
plación de la belleza clásica, fuera capaz de encontrarse a sí misma y desarrollara
un mundo espiritual suficientemente rico como para enfrentarse a los omnipoten-
tes Estados Unidos. Tal vez no sea necesario desmontar una vez más las tesis arie-
listas pero no cabe duda que la rotundidad expresiva de Rodó suscita cierta sospe-
cha: ¿verdaderamente América latina ha sido una continuadora natural del legado
clásico? Los frutos culturales iberoamericanos posteriores a Rodó parecen insistir
más bien en la saludable mezcla de lo indígena, lo criollo y lo europeo más recien-
te, tal y como se demuestra contemplando una exposición de Xul Solar, asistiendo
a un concierto de Villa-Lobos o leyendo El siglo de las luces de Carpentier. El
objeto de estas líneas es precisamente repasar la escasa presencia del mito greco-
latino en las letras hispanoamericanas o, si se prefiere exagerar un poco, la histo-
ria de su ausencia.
Desde Valéry hasta Christa Wolff la inspiración de la literatura europea
moderna se ha valido de la magia perenne de los mitos para el imaginario occi-
dental. Bastan para comprobarlo los nombres de Cavafis, Joyce, Thomas Mann,
Valéry, T.S. Eliot, Pound, Mallarmé, Rilke, Sartre, Anouilh, Frisch, Seferis,
Dürrenmatt, Giradoux, Unamuno, Camus, Gide, Giono, etc. Todos ellos han rein-
2 Una introducción al tema se puede encontrar en el libro de Gilbert Highet: La tradición clá-
sica, México, 1956, vol. 2.
3 Es el caso, por ejemplo, de García Márquez, el cual en “La increíble y triste historia de la
cándida Eréndira y su abuela desalmada” inventa un Ulises hijo de contrabandista de naranjas y con-
vertido en paladín de jovencitas desdichadas. La imbricación del mito odiseico con el ciclo caballeres-
co (también aparece un Amadís) y con el folklore popular es evidente.
4 Rodó, J. E.: “Rubén Darío”, en Obras..., pág. 182.
Presencia y ausencia del mito en la narrativa argentina contemporánea 133
En cualquier caso, los modernistas se dejaron seducir por el mito griego igual que
por las leyendas hagiográficas, la Edad Media heroica o el japonesismo.
Con todo, el panorama de ausencias se simplificaría mucho si no adujéramos
algunas excepciones importantes radicadas en su mayor parte en el Río de la Plata.
Tal vez no sea casualidad. Por su idiosincrasia esta región es la más receptiva al
influjo europeo y de aquí ha de venir el interés por la literatura mitológica.
No obstante, hay obras sobresalientes que no pueden pasarse por alto y que
son originarias de países andinos, caribeños y centroamericanos. Sin ánimo de
exhaustividad, podría citarse, por ejemplo, la obra humanística del venezolano
Guillermo Morón. Su compatriota Teresa de la Parra en la novela Ifigenia (1924)
reactualiza el mito de la mujer abandonada urdiendo una interpretación muy femi-
nista para el tiempo en que fue escrita. Mucho más importante en la difusión del
humanismo clásico, la extraordinaria figura del mexicano Alfonso Reyes es indis-
pensable para el conocimiento de la investigación y divulgación de los griegos y
latinos en América. Asimismo, una considerable producción lírica de Reyes está
inspirada en temas clásicos. Y no sólo eso: compuso también una Ifigenia cruel,
poema dramático en el que se plantea una sugerente transformación del mito. La
hija de Agamenón padece un estado de amnesia desde que fue llevada al templo de
Artemisa en Táuride. Cuando llega su hermano Orestes y le recuerda quién es, la
muchacha se niega a aceptar sus orígenes y no le acompaña de vuelta a casa por-
que no desea formar parte de un linaje maldito. Reyes es sin duda alguna uno de
los escritores hispanoamericanos que más íntima y profundamente han compren-
dido el patrimonio clásico. Por eso su adaptación es tan fiel y tan infiel a la histo-
ria original. Su Ifigenia refleja un amplio conocimiento literario y cultural de un
contexto ajeno y que, sin embargo, hizo suyo:
De todas formas, los novelistas del “Boom” no fueron del todo ajenos a esta
problemática. Carlos Fuentes comparte con muchos escritores de su generación un
interés por el mito que,6 en ocasiones le lleva a la reinvención de temas griegos.
Así, en Zona sagrada emprende una nueva explicación de la historia de Odiseo,
que para Fuentes es la búsqueda eterna, y sin descanso ni final, de la felicidad.7 Por
otra parte, Gabriel García Márquez introduce elementos griegos aislados en sus
5 Reyes, A.: “Comentario a la Ifigenia cruel”, en Obras completas, México, 1959, vol. X,
pág. 352.
6 Para Fuentes, la vida es un “lugar que es todos los lugares y en el que tiene su sede el mito”:
“Situación del escritor en América latina”, Mundo nuevo, 1 de julio de 1966, pág. 14.
7 Ludmila Kapschutschenko: El laberinto en la narrativa hispanoamericana contemporánea,
Londres, 1982, págs. 93 y ss.
134 Javier de Navascués
“Allí estaban los iberos de pobladas cejas que, desertando de las obras de Ceres, con-
ducen hoy tranvías orquestales; y los que bebieron las aguas del torrentoso Miño,
varones duchos en el arte de argumentar; y los de la tierra vascuense [sic], que disi-
mulan con boinas azules la dureza natural de sus cráneos; y los andaluces matadores
de toros, que abundan en guitarras y peleas; y los ligures fabriles, dados al vino y a la
canción; y los napolitanos, eruditos en la fruta de Pomona, o los que saben empuñar
escobas edilicias; y los turcos de bigote renegrido, que venden jabones, aguas de olor
y peines destinados a un uso cruel; y los judíos, que no aman a Belona, envueltos en
sus frazadas multicolores; y los griegos, hábiles en las estratagemas de Mercurio;
y los dálmatas de bien atornillados riñones; y los siriolibaneses que no rehuyen las tri-
fulcas de Teología; y los nipones tintóreos”.10
8 Lastra, Pedro: “La tragedia como fundamento estructural de La hojarasca”, en Peter Earle
(ed.): Gabriel García Márquez, Madrid, 1981, págs. 40-50. Los paralelos se perciben a partir de varios
elementos de la historia: la condena de Creonte o el pueblo a los deberes piadosos de Antígona o
el Coronel; la formulación de una promesa de consecuencias dramáticas; y las actitudes gemelas de
algunos personajes (el Cachorro y Eteocles, el doctor y Polinices, el Coronel y Antígona, Ismena
y Adelaida).
9 Marechal, L.: Claves de Adán Buenosayres, Mendoza, 1965. Marechal también es autor de
una versión nacionalista del mito de Antígona en su drama Antígona Vélez, estrenado con éxito duran-
te el régimen peronista.
10 Marechal, L.: Adán Buenosayres, Barcelona, 1981, pág. 116.
Presencia y ausencia del mito en la narrativa argentina contemporánea 135
Sin duda alguna Jorge Luis Borges es uno de los autores más penetrados de
erudición clásica, tal y como se demuestra en su poesía y en algunos cuentos. “La
casa de Asterión”, por ejemplo, retoma el mito del Minotauro a fin de explorar las
posibilidades de lo que luego ha sido uno de los motivos más felizmente aprove-
chados en la narrativa hispanoamericana: el laberinto.
Según la tradición, Minos, rey de Creta, construyó el laberinto para el hijo
que su mujer, Pasifae, tuvo de los amores ilícitos con un toro. Allí morían a manos
del monstruo siete jóvenes y siete vírgenes atenienses cada nueve años. Un día lle-
ga Teseo con el tributo de víctimas pero planea acabar con los sacrificios. Ariadna,
hija de Minos, se enamora del héroe y le revela que podrá llevar un hilo como guía
para no perderse en el laberinto. Teseo mata al Minotauro, se lleva a Ariadna y
regresa triunfante a Atenas.11
Borges conserva el nombre de Asterión para la criatura monstruosa pero le
otorga caracteres más humanizados. De hecho, declara que siente piedad por él, ya
que “siendo un ser ambicioso e impar, está condenado fatalmente a la soledad. Sí,
podría ser un símbolo del hombre. Ningún hombre está hecho para la felicidad”.12
Pero la fábula borgiana no sólo tiene ramificaciones antropológicas, sino
también metafísicas. El laberinto es para el minotauro la imagen misma del mun-
do, y éste se identifica con él. Toda la realidad es espejeante y por eso Asterión jue-
ga a perseguir a otro que es como él. Aún más, jugando con la significación solar
que se le ha adjudicado al minotauro y con el nombre propio (“Asterión” viene de
“aster”, estrella), se declara: “Dos cosas hay en el mundo que parecen estar una
sola vez: arriba, el intrincado sol, abajo Asterión”. Y así el sol se transforma en
espejo de aquél que es también “astro” y, por tanto, en su doble.
La soledad de Asterión se rompe con la llegada de Teseo, quien se presenta
como el “redentor” que habrá de sacarle de su laberinto. Irónico y trágico final: la
muerte cruel hace que el sacrificador se convierta en víctima y que la salvación sea,
en definitiva, la liberación de este infierno que es la misma vida cotidiana.13
Lo cierto es que otros escritores argentinos se impusieron el tema minotáuri-
co con un tratamiento menos intelectualizado. Abelardo Arias, en Minotauroamor
(1966), se basa en un contrapunto por medio de la venta en subasta de un toro
argentino y de esta forma realiza una parábola sobre la condición humana. El mis-
mo Julio Cortázar también había probado fortuna con un libro temprano, Los reyes,
en donde volvía a reivindicar el personaje del monstruo haciéndolo más simpático
que Teseo. Aquí la fantástica criatura no asesina a las víctimas que le ofrecen, sino
que actúa como mentor de los jóvenes en la contemplación y recreación de la
Belleza. Teseo, por el contrario, aparece como un doble de Minos, es decir, como
un guerrero carente de sensibilidad que sólo desea convertirse en héroe en aras de
su ambición política. Por último, se sugiere que Ariadna está secretamente ena-
11 Grimal, Pierre: Diccionario de mitología griega y romana, Barcelona, 1989, pág. 361.
12 Irby, James: Encuentro con Borges, Buenos Aires, 1968, pág. 29.
13 Para una descripción más detallada del relato, Anderson Imbert, Enrique: “Un cuento de
Borges: La casa de Asterión”, Crítica interna, Madrid, 1961, págs. 247-259.
136 Javier de Navascués
morada de su monstruoso hermano y que proporciona a Teseo el hilo para que pue-
da salir del encierro en que lo confinó su padre.
Nada tiene de extraño que Cortázar recurra al venero mitológico, puesto que
llegó a ser un excelente lector (y a veces traductor) de Keats, Shakespeare,
Mallarmé, Valéry o Gide. Ciertos temas míticos como la figura órfica, la nostalgia
de la Edad de Oro o el peregrinaje odiséico han sido tratados por la crítica como
fundamentales para la intelección de su obra.14 Y en cuentos como “Las ménades”,
“El ídolo de las cícladas” o “Circe” ofrece una visión un tanto nietzscheana de la
Antigüedad. El mito en sus manos se convierte en vehículo expresivo de pasiones
liberadas, en pretexto para un concepto dionisíaco de la vida. De hecho, ya en Los
reyes había dado gran importancia a la parte inicial del mito griego en la que se
cuenta que Pasifae mantuvo amores ilícitos con un toro. De esa relación bestial
nace el Minotauro que para Cortázar será un símbolo del artista encerrado en el
laberinto al que le ha castigado el poder político, o sea Minos.
El relato “Circe” de la colección Bestiario (1949) es un buen ejemplo de
cómo Cortázar se sirve de un episodio homérico para embrujarlo con una atmós-
fera morbosa que encierra un secreto estremecedor, vecino de la locura. El argu-
mento se centra en el noviazgo de Mario y Delia, una extraña joven de pasado
inquietante (todos sus novios anteriores han muerto) que posee la exquisita habili-
dad de preparar bombones y licores. Pasa el tiempo y Mario decide casarse, pero
justo a partir de entonces empieza a recibir anónimos que le advierten de la peli-
grosidad de unir su vida a la de Delia. Entonces decide tener una conversación con
la muchacha, pero ella, antes de empezar a hablar, le ofrece un bombón. Él, lleno
de desconfianza, parte con cuidado el relleno: dentro hay una cucaracha. Furioso,
trata de estrangular a Delia pero al final se marcha dejándola con vida.
Parece claro que Circe se identifica con la protagonista de Cortázar, ya que
la hechicera poseía una gran belleza y era hija del Sol. Delia pasa por ser una mujer
“fina” y rubia, color del cabello equiparable al solar. La hermosura en ambas muje-
res se convierte en un instrumento de atracción y seducción fatal para el hombre,
víctima de las intenciones siniestras del sexo débil. Con esta idea Cortázar no está
sino insistiendo en una marca fundamental de la imagen de Circe en la literatura
occidental, tal y como aparece después de Homero. A partir de las Argonáuticas
de Apolonio de Rodas y sobre todo de las Metamorfosis de Ovidio, el personaje se
irá cargando de cualidades negativas y destructoras para el sexo masculino.15 Circe
emplea plantas para transformar a los hombres en animales. La “droga” que utili-
14 Véase, por ejemplo, el estudio temprano de Sola, Graciela de: Julio Cortázar y el hombre
nuevo, Buenos Aires, 1968, págs. 149-154.
15 La significación “fatal” de Circe está ya en la Odisea (Aguirre, Mercedes: “El tema de la
«mujer fatal» en la Odisea”, Cuadernos de filología clásica, núm. 4, 1994, págs. 301-317), pero luego
se acentúa. El motivo recorre la Edad Media enriqueciendo la nómina de mujeres perversas de la lite-
ratura antifeminista (De consolatione philosophiae de Boecio, Roman de Troie de Benoit de Sain
Maure, vgr.), luego continúa en el Barroco con Lope de Vega, Gracián, Calderón. El mito llega a nues-
tro siglo con la conocida versión de Joyce o en la poesía de Seferis. Cfr. la voz “Circe” en el “Index”
de Pierre Brunel (ed.): Dictionnaire des mythes littéraires, París, 1988. Puede consultarse también de
Horst S. e Ingrid Daemmrich: Themes and motifs in western literature, Tübingen, 1987, págs. 63-64.
Presencia y ausencia del mito en la narrativa argentina contemporánea 137
“En todas las historias de amor que conocemos figura un personaje que, porque es
feo, no es amado. Ignoramos una historia anterior en la que ese mismo personaje, por-
que no fue amado, se volvió feo”.19
dor de Vasconcelos y propiciada a la vez por su enorme influjo cultural, existe ya por
entonces en México una sólida discusión teórica sobre la práctica de la literatura en el
país que dará sus frutos cuando, en 1924, con la renuncia de Vasconcelos, se abra
definitivamente el espacio para llevar a la práctica las consecuencias teóricas de los
debates que su gestión, por poderosa, sugerente y discutible, había generado. En ese
ambiente polémico en el que la desaparición de Vasconcelos favorece la heterogenei-
dad y la radicalización de las posturas y en el que se siente ya la necesidad de poner
en práctica lo discutido, hay que entender la producción literaria en general, pero
especialmente narrativa, de la segunda mitad de los años veinte. En ese contexto hay
que entender también el artículo de Jiménez Rueda, iniciador de una larga polémica
con consecuencias mayores de las que cabría esperar ya que, aunque los enfrenta-
mientos periodísticos no rebasaron el año de 1925, “quedó en el ambiente la discu-
sión”5 y de su persistencia surgió para México una doble opción narrativa —novela
de la Revolución y novela revolucionaria— al final de la década de los veinte.6
El artículo de Jiménez Rueda es sintomático de lo expuesto con anterioridad;
en él se cifra la síntesis más clara de los diversos matices que configuraron la polé-
mica. Por fin se hace expresa una queja específica que muchos harán suya: la ine-
xistencia de una obra literaria de la Revolución mexicana; pero también se formula
explícitamente un ataque a lo que la gestión vasconcelista había engendrado como
proyecto de construcción de una cultura y una literatura revolucionaria en México.
Ese proyecto había depositado su confianza sobre un conjunto de jóvenes universi-
tarios a los que les fueron concedidos privilegios reales —Torres Bodet fue secreta-
rio de Vasconcelos con sólo 21 años y Salvador Novo, director del Departamento
editorial en el Ministerio de Educación— y a los que se encomendó reiniciar la vida
literaria y cultural mexicana. Para Vasconcelos la regeneración nacional pasaba
obligatoriamente por el filtro de purificación de la juventud y la Universidad, y
por ello puso en manos de una serie de jóvenes seleccionados todos los instrumen-
tos —revistas, editoriales, el magisterio directo de hombres de cultura excepcio-
nal— necesarios para poner en práctica su proyecto de reconstrucción cultural.7
5 Schneider: Ruptura y continuidad..., pág. 188.
6 El año 1925 fue un año verdaderamente intenso en lo que respecta a debates y polémicas. La
prensa se convirtió en una verdadera maraña de respuestas a respuestas en la que argumentaciones ideoló-
gicas, políticas, sociales, culturales y literarias se mezclaron con enfrentamientos personales e incluso
auténticas campañas de desprestigio. Víctor Díaz Arciniega, que ha dedicado un monográfico a las polé-
micas que surgieron en torno a 1925, considera que fueron dos los ejes de la discusión: “el afeminamiento
de la literatura” y “el derecho ‘revolucionario’” (Querella por la cultura “revolucionaria” (1925),
México, 1989, pág. 13); la interrelación del primero —la polémica literaria— con el segundo —el debate
global sobre la organización del Estado— es clara si observamos el rumbo definitivo que tomó la discusión
iniciada por Jiménez Rueda; podría decirse que lo literario acabó compartiendo el “hilo conductor” que
actuó como invariante en el transcurso de los enfrentamientos: “el análisis de cómo ha de ser lo ‘revolucio-
nario’”, y, por tanto, en el plano literario, “cuáles sus obras y quiénes sus abanderados” (Ibídem, pág. 17).
7 Ideológicamente la sacralización de la juventud como motor de regeneración contaba ya en
Hispanoamérica por estos años, con una pequeña tradición más o menos sistematizada sobre todo des-
de Rodó. Pero en la práctica nadie como Vasconcelos intentó llevar la idea a sus últimas consecuencias.
En su opinión, sólo los estudiantes “constituyen el sector de la población donde puede producirse efec-
tivamente esa sacudida espiritual que conduzca a México y a todo el continente Iberoamericano hacia
su ‘regeneración’” (Fell: José Vasconcelos..., pág. 556).
142 Rosa García Gutiérrez
Pero ya a finales de 1924, con Vasconcelos fuera del Gobierno, generaciones prece-
dentes y grupos coetáneos a los Contemporáneos comenzaron a reclamar su papel
cultural y, sobre todo, a contradecir la representatividad nacional de los protegidos
de Vasconcelos. En el contexto de ese rechazo hay que interpretar las palabras de
Jiménez Rueda a las que antes hicimos referencia y que ahora reproducimos aquí en
su totalidad:
“Pero hoy... hasta el tipo del hombre que piensa ha degenerado. Ya no somos gallar-
dos, altivos, toscos... es que ahora suele encontrarse el éxito, más que en los puntos
de la pluma, en las complicadas artes del tocador”.
poesía mexicana moderna, editada por Jorge Cuesta, apretó el cerco que se cernía contra ellos al
acusárseles de autoconcebirse como poetas dignos de figurar en una antología. Pero la puntilla se pro-
dujo en 1932; Jorge Cuesta edita Examen que incluía una novela por entregas de Rubén Salazar Mallén
titulada Cariátide; acusada de pornográfica, la revista se suspendió y fue llevada a juicio. Todavía en
1934 los izquierdistas, encabezados por Maples Arce, llegaron a solicitar la cárcel para los
Contemporáneos literalmente por pederastas, extranjerizantes y por leer a Gide y a Cocteau.
La revista Ulises y su experiencia narrativa 145
Novela en que no pasa nada”; según parece, el propio Gorostiza comienza a escri-
bir una novela en 1926, y, si hemos de creer a Torres Bodet, Villaurrutia y Owen,
ya para ese año, comienzan la escritura de las novelas que formarán parte del pro-
yecto literario de la revista Ulises. Si los libros —junto con la revista— no se edi-
tan hasta 1927-1928 es por razones ajenas a los Contemporáneos: en 1926 Novo
solicitó a Puig Casauranc, su superior en la SEP, la financiación de la ya proyecta-
da Ulises pero los fondos previstos se destinaron a la publicación de Forma, revis-
ta de artes plásticas, acorde al éxito del muralismo como representativo del arte
nacional. En palabras de Guillermo Sheridan: “Puig no podía avalar abiertamente
la idea de una revista literaria encomendada a Novo y Villaurrutia, contra quienes
se dirigía buena parte de la polémica pro-literatura viril, y mucho menos permitir
que su propio nombre se viera asociado al de ellos”.13 Hasta mayo de 1927 no apa-
reció el primer número de Ulises; la antepenúltima página del volumen anunciaba
entre otros suplementos las publicaciones de Novela en forma de nube (luego
Novela como nube) de Owen, Dama de corazones de Villaurrutia y El joven. Poco
antes, Torres Bodet había publicado su Margarita de niebla en la editorial Cvltura,
posiblemente por urgencia —bien o mal entendida— personal, o quizás por desa-
venencias fuertes con Novo, que se negó en todo momento a la participación de
Torres Bodet en su revista.
Como veremos, para estos “novelistas a la fuerza” lo que México necesitaba
era una narrativa autónoma y moderna, desvinculada de servidumbres políticas o
intereses sociales y morales, y hermanada con otras literaturas modernas igual-
mente concebidas como espacios privilegiados e independientes; la Revolución fue
para ellos un capítulo más de la historia del país que en sí no añadía nada nuevo a
la esencia nacional. La verdadera tradición de la cultura mexicana la encontraban
en el desarraigo de la realidad y en el aperturismo universal, más que en una for-
zada reconstrucción pintoresca de fisonomías espirituales o físicas concretas; por
ello la literatura, como tal concepto, como tal espacio autónomo, debía evolucio-
nar con independencia de lo histórico o lo estrictamente nacional, al ser concebi-
do desde una perspectiva universal. En síntesis, los ataques acabaron perfilando
dos conceptos enfrentados del sintagma “literatura revolucionaria”; para unos el
adjetivo funcionaba como calificativo especificativo: la Revolución era una con-
creta —la de México— y debía funcionar como referencia recurrente en la obra
literaria; para otros, el adjetivo no era sino un epíteto intensificativo en su redun-
dancia: consideraban que “el arte (era) revolucionario por sí y en sí mismo” y esta-
ban convencidos de que “el tema de la Revolución no (crearía) nunca para ellos la
literatura revolucionaria”.14 De algún modo forzados por las circunstancias —el
espacio marginal al que se vio reducida su concepción de la literatura y la exalta-
ción y proliferación en México de la llamada Novela de la Revolución como géne-
ro— decidieron su incursión en la narrativa como una alternativa, como una pro-
puesta, como otra posible novela de la revolución.
13 Sheridan: Los Contemporáneos..., pág. 274.
14 Ortiz de Montellano, Bernardo: “Literatura de la revolución, literatura revolucionaria”,
Antología de la revista “Contemporáneos” (Introducción de Manuel Durán), México, 1973, pág. 227.
146 Rosa García Gutiérrez
Si bien es cierto que la polémica de 1925, que acabó con la petición de una
novela mexicana, influyó en la decisión de los Contemporáneos de escribir nove-
las, sería absurdo achacarla en exclusividad a esa urgencia de prosa en el país.
Guillermo Sheridan considera con acierto que el deseo de ensayar una prosa nue-
va surgió en ellos de la polémica pero también de las lecturas que hacían por esos
años;15 analizándolas, es fácil entender qué tipo de novelas propusieron los
“Contemporáneos” como alternativa al ciclo emergente de novelistas de la Revo-
lución, cuál es su origen y cuáles los conceptos de tradición, cultura y arte —en
general y nacional— subyacentes; de alguna manera, la existencia de ese sustrato
ideológico, no exclusivamente estético, es lo que justifica que los Contemporáneos
se planteasen su novelística como una empresa colectiva y que se canalizase y
coordinase editorial y teóricamente a través de la revista Ulises.
Las mayores influencias literarias a principios de los veinte las recibieron
Villaurrutia, Torres Bodet y Owen de la Nouvelle Revue Française.16 Casi toda su
ideología sobre la independencia del arte y su significado “moral” es gideano;17 el
concepto de tradición, el fervor por la cultura y la recuperación de los clásicos como
complemento de la renovación literaria, están claramente inspirados no sólo por los
ateneístas, que fueron sus maestros, sino también y sobre todo por los críticos de la
Nouvelle Revue.18 El subtítulo de la revista, “Revue de littérature et de critique”, no
15 Sheridan, Guillermo: Monólogos en espiral, Antología de narrativa, México, 1982, pág. 8.
16 En sus memorias Torres Bodet describe sus primeros años en la Universidad como un
periodo en que saltó, en sus lecturas, “de todos los clásicos de la Escuela Preparatoria (...) hasta el
repertorio de la Revista de Occidente y las publicaciones más avanzadas de La Nouvelle Revue
Française” (Tiempo de arena, Obras escogidas, México, 1983, pág. 292). Pero habría que matizar que,
como veremos, el reconocimiento y la apoyatura expresa en la revista española no se produjo sino a
partir de la publicación, por parte de ésta, de la colección de novelas “Nova Novorum”, que consti-
tuyó el modelo real de las publicadas por la colección “Ulises”. La influencia de la Nouvelle Revue
fue mucho más teórica e ideológica y contribuyó más al modo de entender la literatura que a la escri-
tura específica de las novelas.
17 Hablando de 1925, Torres Bodet afirma lo siguiente refiriéndose a Villaurrutia: “Ambos
concedíamos especial atención, en aquella época, a la obra de Gide” (Tiempo de arena, pág. 292). Sin
embargo, Bodet mantuvo ciertas precauciones con respecto al pensamiento moral de Gide, quizá moti-
vadas por la homosexualidad. Verdaderamente fueron sobre todo Villaurrutia y Novo los que se sintie-
ron fascinados por el concepto de “souci moral” que, inspirado por Gide, la revista francesa sostuvo
siempre. El concepto en sí les liberaba de cualquier compromiso social o político y los convertía en res-
ponsables absolutos de su obra. L. Morino, en su libro sobre la revista, explica claramente al referirse
a sus miembros en qué consistió esa inclinación moral: “Si nous avons parlé tout à l’heure de la pré-
dominance chez eux du souci moral, nous avons simplement voulu dire qu’ils mettaient au premier plan
l’honnêteté de l’ecrivain et la probité de ses procédés de composition. Quant à la qualité morale de l’o-
euvre elle-même, ils y sont restés indifférents” (La Nouvelle Revue Française dans l’histoire des let-
tres, París, 1939, pág. 29).
18 Este equilibrio “entre la tradition et l’innovation dans l’art” que rigió la revista permitió
entre otras cosas que escritores ya maduros o incluso fallecidos como Valéry, Proust, Claudel o
Baudelaire tomaran protagonismo en ella junto con los escritores nuevos como Gide o Giradoux. Lo
que sí hay que entender es que ese equilibrio, como explica Morino, no significa “l’immobilité, le point
mort (...), mais au contraire, un équilibre de haute lutte, si l’on peut dire, résultant du choc même de
deux vives forces contraires” (Morino: La Nouvelle..., pág. 41).
La revista Ulises y su experiencia narrativa 147
19 Uno de los objetivos que la Nouvelle Revue se trazó y mantuvo desde su fundación en 1909
hasta al menos la segunda guerra mundial, fue “la rénovation des formes littéraires objectives que le
symbolisme avait dédaignées: à savoir le roman et le théâtre” (Morino: La Nouvelle..., pág. 26); en 1913
Jacques Rivière publicó “Roman d’aventure” a partir del cual formulará su teoría de la novela; para
Rivière el novelista debe vivir “en état d’aventure” (Ibídem, pág. 75); la novela será concebida como “le
plus complet instrument d’exploration et de découverte” (Ibídem, pág. 76), pero la aventura verdadera, la
exploración plena para el escritor habrá de ser “la forme de l’oeuvre plutôt que sa matière” (Ibídem, pág.
79). Los personajes, más que en sus acciones, habrán de ser expresados en sus pensamientos, en la reper-
cusión que los acontecimientos provocan en su psicología. El objetivo es para Rivière “un roman psy-
chologique d’aventures”, la novela del “developpement spontané des âmes” (Ibídem) y los modelos
Dostoïevski, Sthendal, Conrad, Daniel de Foé o Balzac. Releyendo los epígrafes que encabezaron cada
número de Ulises, la influencia salta a la vista: 1) La Odisea no es un libro de aventuras sino de proble-
mas (Eugenio D’Ors). 2) La tête au Pole, les pieds sur l’Equateue, quoi qu’on fasse, c’est toujours le
voyage autour de ma chambre (Paul Morand). 3) Il y a un peu de Sindbad dans Ulysse (André Gide). 4)
Going to dark bed there was a square round Sinbad yhe Sailor’s roc’s auk’s egg in the night of yhe bed of
all the auks of the rocs of Darkinbad the Brightdayler (James Joyce). 5) Il faut se perdre pour se retrouver
(Fenelon). 6) L’ennui, fruit de la morne incuriosité (Baudelaire). En todos existe una simbología relacio-
nada con el viaje que metaforiza el recorrido interior y la aventura literaria que luego aparecerá proyecta-
da, no ya como motivación ideológica sino incluso como argumento, en las novelas de Ulises, en una
especie de guiño o de pista de índole metaliteraria.
20 Owen, Gilberto: Obras, México, 1979, pág. 261.
148 Rosa García Gutiérrez
novela es “la certitude que la seule réalité perceptible c’est le moi”.21 Coincidiendo
con Joyce o Woolf en Inglaterra, estas novelas-reacción, surgidas contra el realis-
mo según se concibió en el XIX, son un espejo del verdadero debate ideológico
subyacente: el concepto mismo de realidad y su proyección en el arte, las difumi-
nadas fronteras de la ficción y la realidad.22 La invasión que realiza la novela de un
terreno tradicionalmente acotado para la poesía es la contrapartida de otra invasión
más profunda y cuyo influjo subterráneo actuó de fermento: el sueño, la memoria,
la imaginación, el tiempo bergsoniano, se instauran legítimamente en el concepto
mismo de realidad. Ante esto es fácil entender que, como dice Morino, “le roman
qui a toutes les faveurs des animateurs de la Revue, est incontestablement le roman
psycologique”.23 La familiaridad de los Contemporáneos con este tipo de ideas jus-
tifica su valoración positiva de Los de abajo frente al resto de las Novelas de la
Revolución pues, como bien ha notado Manuel Durán, las novelas de Azuela
incorporan la novedad de analizar no ya la conciencia sino el inconsciente del indi-
viduo.24 Por eso para Villaurrutia, Azuela “no es el novelista de la Revolución sino
un novelista mexicano revolucionario” y su contemporaneidad con “los mejores
novelistas actuales (Joyce, Virginia Woolf, Gide)” radica en el tratamiento de los
personajes que, como pediría Ortega y Gasset, “no son algo acabado, sino que
viven ante nosotros, improvisándose”.25 La mexicanidad de la obra de Azuela la
entendieron los Contemporáneos “non pas comme la soumission à un slogan ou à
un programme politique, mais comme la reflexion d’un homme sur son identité”26
y en ese sentido Los de abajo cuadró sin problemas en los presupuestos de la nove-
la psicológica de la Nouvelle Revue: de hecho Valéry Larbaud, miembro de la
revista, tradujo el libro al francés prologándolo con mención explícita a los
Contemporáneos.
En España, José Ortega y Gasset, observador privilegiado de estos cambios y
asiduo lector de los nuevos novelistas (Proust, Gide, Giradoux, Joyce, Virginia
Woolf) publica en 1925, el mismo año de la polémica sobre la novela mexicana, La
deshumanización del arte e Ideas sobre la novela. Son textos analíticos y explicati-
vos; en el segundo de ellos, Ortega sintetizó los dos ejes básicos de la polémica
sobre la narrativa de la Nouvelle Revue desde 1909: dictamina el “agotamiento” del
a través de una literatura que participa de las novedades de la occidental, que expe-
rimenta con ella la aspiración a crear una nueva novela y que recupera para sí una
tradición denostada y sustituida por el folklorismo y la ficción indigenista.
Algunos años más tarde, Jorge Cuesta se defenderá de las acusaciones de europei-
zante con el siguiente argumento:
“La vuelta a lo mexicano” no ha dejado de ser un viaje de ida, una protesta contra la
tradición; no ha dejado de ser una idea de Europa contra Europa, un sentimiento anti-
patriótico. Sin embargo, se ofrece como nacionalismo, aunque sólo entiendo como tal
el empequeñecimiento de la nacionalidad”.39
Partiendo pues, de esas dos coordenadas —el debate sobre la novela mexi-
cana y la crisis occidental de la novela como género— se entiende la razón por la
cual estas novelas aparecieron como parte integrante del contexto ideológico de
39 Citado por Carlos Monsiváis: “Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX”, en Historia
General de México, vol. 4, México, 1976, pág. 395.
40 Vargas, Margarita: “Las novelas de los Contemporáneos como ‘textos de goce’”, Hispania,
vol. 69, núm. 1, marzo de 1986, pág. 44.
41 Gullón, Ricardo: La novela lírica, Madrid, 1984, pág. 23.
La revista Ulises y su experiencia narrativa 153
“Con Salvador Novo dirigí una revista, Ulises, que llevaba este subtítulo: “revista de
curiosidad y crítica”. La curiosidad era el veneno y la crítica el antídoto. Y vicever-
sa. No había en aquella revista más doctrina que la que encerraban los epígrafes que
hablaban de la aventura, del viaje alrededor del mundo y alrededor de la alcoba, de la
curiosidad enemiga del tedio, de Simbad que tiene algo de Ulises”.42
“El nombre que se ha dado a la obra entera se explica por su contenido. Un destino
cometa, que de pronto refulge, luego se apaga en largos trechos de sombra, y el
ambiente turbio del México actual, justifican la analogía con la clásica Odisea (...). El
criollismo, o sea la cultura de tipo hispánico, en el fervor de su pelea desigual contra
un indigenismo falsificado y un sajonismo que se disfraza con el colorete de la civi-
lización más deficiente que conoce la historia; tales son los elementos que han libra-
do combate en el alma de este Ulises criollo, lo mismo que en la de cada uno de sus
compatriotas”.44
44 Vasconcelos, José: “Advertencia”, Ulises criollo, México, 1945, s. p. (La cursiva es mía).
45 Lafuente, Fernando R.: “El impulso de los “Contemporáneos”, Las vanguardias tardías en
la poesía hispanoamericana (Ed. Luis Sainz de Medrano), Roma, 1993, pág. 34.
La revista Ulises y su experiencia narrativa 155
con respecto al transcurso político y social de la historia que precisamente por ello,
de alguna manera, podía ser redimida a través de la cultura.46
Ulises, Simbad y el mito o el arquetipo del hijo pródigo, al que se coordinan
sintagmáticamente las novelas de Owen y Villaurrutia —dejando al margen la de
Novo, de 1923, e introducida como suplemento casi a la fuerza— están en la base
argumental de las tres novelas que los Contemporáneos escribieron en el marco de
la revista —junto con la traducción de la novela de Gide, en la misma selecta y pro-
gramada colección “Ulises”—. Margarita de niebla, Novela como nube y Dama
de corazones son variantes de una trama única que, según indica Sheridan, fue
tomada precisamente de uno de los tomos de Proust, A la sombra de las mucha-
chas en flor, cuya traducción había publicado Pedro Salinas en 1924.47 En las tres
novelas, además de un viaje de fondo, existe un regreso —a la familia, al país de
origen— o una detención puntual de un itinerario real y simbólico (interior) pree-
xistente, que se analiza como tal, y cuyas consecuencias son definidas a través de
la atracción que siente el protagonista, en esa detención o en ese regreso, hacia dos
mujeres más o menos antagónicas. En los tres casos también la interrupción del
viaje convierte a los protagonistas en hombres estancados, víctimas de una paráli-
sis existencial que sólo pueden superar a través de las expectativas de un nuevo via-
je, en cumplimiento servil de la máxima de Fenelón que encabezó como epígrafe
uno de los números de la revista: la necesidad de perderse con la inexcusable con-
dición del encuentro final, encuentro con la originaria tierra, como Ulises, pero
también, encuentro consigo mismo, metonimia y circunstancia indispensable para
el reencuentro mayor.
Pero esa búsqueda, ese viaje momentáneamente estancado para la reflexión,
se establece siempre dentro de los parámetros del individuo en la inauguración del
espacio subjetivo del yo. En una especie de ratificación de la certeza de que la úni-
ca realidad exterior es el yo —según estableció la Nouvelle Revue— Owen meta-
foriza en su novela la implantación de la introspección y el subjetivismo en un
capítulo en el que el ojo —objetividad— es sustituido por la memoria —subjetivi-
dad— como medio para observar el mundo; esa mujer “que anda buscando por la
memoria, alumbrándose con la linterna-botellón”48 en una especie de espeleología
interior, es un ejemplo de cómo la deformación de la realidad exterior por la inte-
rior conduce a la implantación de una realidad más verdadera a la cual se preten-
de acceder. Reivindicando esta idea, el argumento que las novelas presentan por
triplicado ofrece a su vez una lectura metaliteraria que definitivamente desemboca
en esa reivindicación frente al objetivismo realista que la Novela de la Revolución
intentaba imponer para la literatura en México. En Dama de corazones por ejem-
46 Ya desde su primera conferencia en 1924 Villaurrutia parece ser consciente de su situación
y de la de sus compañeros en lo que respecta a la vocación literaria, al percibirla, según indica Sheridan,
en virtud de “la fidelidad a una tradición de heterodoxos” que no por cultivar una poesía sumamente
personal deja por un momento de ser mexicana (Los Contemporáneos..., pág. 165). En ese mismo sen-
tido usa Paz el concepto —tradición de la heterodoxia— para referirse al mexicano en general en Las
peras del olmo, Barcelona, 1983, pág. 12.
47 Sheridan: Los Contemporáneos..., pág. 305.
48 Owen: Obras, pág. 149.
156 Rosa García Gutiérrez
plo, la asociación de cada una de las dos mujeres con un tipo determinado de lite-
ratura se produce de modo expreso: Susana parece apreciar el sentimentalismo
romántico al “gozar inundándose en una pasión artificial” propiciada por esa
“poesía llena de fibras que sacuden el corazón como un muñeco y lo hacen sangrar
con un dolor innecesario”49 pero sin lograr conmover al narrador. Por su parte,
Aurora encarna la nueva estética: su palabra es siempre precisa, exacta: “dice la
verdad naturalmente”; le repugna el sentimentalismo, el exceso de la pasión
romántica, la verborrea retórica: “No puede pensar en una pasión sin escepticis-
mo” y ante el hecho tajante y definitivo de la muerte de su madre sabe que “la
explicación es inútil” y el retoricismo prescindible. Incluso interpreta el sueño
como parte de la vida: “para ella, todo lo que no es sueño no es vida”50 en premo-
nición de la importancia que el sueño tendrá en la obra de alguno de los
Contemporáneos. Para Gilda Rocha Romero no hay duda de que Aurora represen-
ta para Villaurrutia-Julio “el mundo de sus sueños y de su imaginación”,51 mientras
que Susana simboliza “la realidad externa” y, de algún modo, la síntesis final de la
atracción que siente el narrador por ambas mujeres parece haber sido extraída de
la definición que del arte nuevo proporciona Jorge Cuesta en uno de los números
de Ulises: “estiliza la realidad, la deforma (...), lo que quiere decir que la reduce
pero no deja de vivirla”.52
Desde esas dos perspectivas habría que enfocar la reiteración del mismo
argumento por parte de las tres novelas. A la pregunta ¿por qué repetir la misma
trama? la respuesta es única: obedece a una estrategia programada, a la sólida pre-
sentación de un proyecto colectivo, de una propuesta narrativa para la nación, aun-
que luego cada cual intentase figurar como iniciador de la tendencia.53 Pero la res-
puesta al porqué de la elección de esa trama es doble, de la misma manera que fue
doble el contexto en que surgió la propia configuración de Ulises: el debate occi-
dental de la crisis de la novela y la polémica sobre la literatura nacional. Respecto
a la primera respuesta, determinada por el primer contexto, los mismos
Contemporáneos lo explican al calificar sus novelas continuadamente de experi-
mentos narrativos. Torres Bodet, por ejemplo, habla del “ensayo de prosa en que
había resuelto adentrar(se)” y declara que la prosa le interesó más que nada como
“ejercicio”.54 Villaurrutia reproduce, en una de sus páginas autobiográficas, parte
de una carta que escribió a Jorge Mañach —de la Revista de Avance, quien a raíz
de Ulises inició un contacto amplio con los Contemporáneos—, en la que explica
lo siguiente:
No hay que olvidar además que el hecho mismo de repetir el argumento pue-
de ser visto como un intento de demostrar o corroborar los postulados de Ortega
en sus Ideas sobre la novela; en lo que respecta a la novela hoy —dice Ortega—
“es prácticamente imposible hallar nuevos temas”, y no sólo imposible sino inne-
cesario puesto que “la obra de arte lo es merced a la estructura formal que impone
a la materia o al asunto”.59 La elección de un argumento elemental tomado direc-
tamente de Proust pero contextualizado en la referencia de fondo de un viaje —
movimiento— que aparece no sólo en la ideología de la revista sino en el trasfon-
do argumental de las novelas, es un guiño a Ortega cuando afirma —frente a
Proust— que si bien “la acción es un elemento no más que mecánico” que “debe
reducirse al mínimun” éste, sin embargo, es “imprescindible”; Proust y la simbo-
logía del viaje conectados entre sí convierten las novelas en una réplica exacta a la
idea de Ortega según la cual “Proust ha demostrado la necesidad del movimiento
escribiendo una novela paralítica”.60 Lo que Proust demostró inconscientemente,
en opinión de Ortega, lo asumen de forma consciente los Contemporáneos si tene-
mos en cuenta los finales de Dama de corazones o Novela como nube, que son, el
primero, una auténtica invitación a continuar el viaje y, el segundo, una alusión de
Owen a la parálisis existencial, a la detención del viaje, tema fundamental en su
poesía posterior y referencia autobiográfica inevitable.
A partir de la proclamada autonomía del arte de la Nouvelle Revue y las
declaraciones al respecto de Ortega, los tres novelistas de Ulises intentaron ensa-
yar un tipo de narrativa en la que la táctica empleada fue, según la definió Ortega,
“aislar al lector de su horizonte real y aprisionarlo en un pequeño horizonte hermé-
tico e imaginario, que es el ámbito interior de la novela”.61 En ese recinto instau-
rado desde la subjetividad pura, y en el cual debe propiciarse siempre la facultad
de que “entreveamos el horizonte de la realidad”, es donde encontraron los
Contemporáneos la verdadera posibilidad de una literatura mexicana cuya única
tradición real es la estrictamente intelectual. Para Owen, Villaurrutia y Torres
Bodet, México era poseedor de una tradición cultural hispánica que, a raíz de la
Revista de Occidente y su obra narrativa, se ofreció como puente inmejorable de
conexión con Europa. Desde el punto de vista histórico, social o político, esa rei-
vindicación no supuso en ningún momento negar la realidad de los pueblos indí-
genas o las circunstancias de una clase obrera real; sólo reclamaron lo que para
ellos era la única tradición palpable —cultural o más específicamente literaria— y
que interpretaron como hispánica y moderna, es decir, occidental. Con ese contra-
punto de la realidad cuyo horizonte debe observarse desde el privilegiado recinto
atención de los numerosos lectores puede unirlos entre sí” (Novela como nube, pág. 170). En “Film
de ocasión” propone el aprovechamiento literario de técnicas cinematográficas en la narrativa, coinci-
diendo con Antonio Espina y su novela, que reseñó con mención especial a esta cuestión en el primer
número de Ulises. Y parece trazar una concepción de personaje valleinclanesca al afirmar que su pro-
tagonista Ernesto es “un fantoche”, coincidiendo también con Macedonio Fernández y su definición
del personaje como categoría independiente del hombre.
59 Ortega: Ideas..., pág. 399.
60 Ibídem, págs. 404 y 406.
61 Ibídem, pág. 409.
La revista Ulises y su experiencia narrativa 159
A MODO DE CONCLUSIÓN
pueden negarse en ningún momento cuando, todavía en 1992, esta disidencia prac-
ticada por los Contemporáneos sigue manteniendo su vigencia. En un artículo de
la revista Vuelta, con tono de editorial, Aurelio Asiain se defiende de las descalifi-
caciones que la revista de Paz recibe “desde la prensa del gobierno”, apelando a un
argumento comparativo que transluce una específica filiación intelectual:
“No deja de ser revelador que hoy (...) se les haga a los autores de Vuelta el mismo
reproche que se les hizo a los escritores de Contemporáneos y se rechacen “las excen-
tricidades formales de autores de los años 60 y 70, como Salvador Elizondo... (que)
se dejaron de interesar por los lectores”.68
68 Asiain, Aurelio: “Lo que hay que ver. El populismo literario y los nuevos científicos”,
Vuelta, núm. 186, mayo de 1992, pág. 10.
69 Ibídem.
70 Monsiváis: “Notas...”, pág. 349.
HISTORIAS DE AYER, TERRORES DE HOY
H ENRY James sostenía que ser americano era un destino complejo. En efecto,
se piensa que la diversidad de dicho continente ha hecho necesaria la reivin-
dicación de la identidad por el temor al desarraigo o a la desaparición de los con-
trastes que marcan la originalidad de toda cultura. Por otra parte, se ha buscado el
reconocimiento de los europeos. José Carlos Rovira comenta que “desde el siglo
XVIII, por lo menos, la preocupación dominante en la mente de los hispanoameri-
canos ha sido la propia identidad. Se ha llegado a hablar de la angustia ontológica
del criollo, buscándose a sí mismo sin tregua, entre contradicciones, herencias
y disímiles parentescos, a ratos sintiéndose desterrado en su propia tierra, a ratos
actuando como conquistador de ella, con una fluida noción de que todo es posible
y nada está dado de manera definitiva y probada”.1 La narrativa hispanoamericana
ha intentado reflejar estas preocupaciones, buscando frecuentemente sus orígenes a
través de las crónicas, de relatos que provienen de mitologías prehispánicas o de
leyendas africanas. Ante todo se busca un pasado, que suele resultar problemático
y para resolver ese choque, a menudo, se le atribuye un carácter mágico.
Uno de los rostros del miedo, según Pierre Mannoni, es el de lo desconoci-
do. Tememos al otro, al que es distinto y al que no identificamos. Sin embargo,
Freud nos habla de la categoría de “lo siniestro”: “sería aquella suerte de sensación
de espanto que se adhiere a las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás”.2
Octavio Paz considera la época moderna como la aceleración del tiempo histórico,
todos los tiempos y todos los espacios confluyen en un aquí y un ahora.3 Eugenio
Trías hace una valoración del arte como algo siempre ritual: “promueve un des-
censo al infierno, un viaje al imaginario, al horror, pero ese viaje reconduce de nue-
vo a lo cotidiano”.4 De esta forma, el narrador hispanoamericano utiliza el pasado
como argumento terrorífico del arte presente. La visión conflictiva de un ayer
conocido pero a la vez siniestro, no tiene mejor forma de expresión que suscitar
miedo hacia aquello que nos obsesiona y cuya liberación sólo puede conseguirse a
través de una elaboración estética —en este caso el cuento de terror—. De ahí que
muchos de estos relatos tomen como argumento una leyenda, historias de los pue-
blos prehispánicos, etc... Ese afán por ahondar en los orígenes para intentar recu-
1 Rovira, José Carlos: Identidad cultural y literatura, Alicante, 1992, pág. 224.
2 Freud, Sigmund: “Lo siniestro”, en Obras Completas, Madrid, 1974, tomo VII, pág. 2.484.
3 Estas apreciaciones aparecen en su conocido estudio Los hijos del limo, Barcelona, 1987.
4 Trías, Eugenio: Lo bello y lo siniestro, Barcelona, 1988, pág. 77.
164 Cristina Bravo Rozas
“Los indios le tomaron sobre sus hombros, para lo cual se escogieron los más recios
y de más esfuerzo y cuando fueron en la mitad del río, metiéronle debajo del agua
y cargaron con él los que le pasaban e los que habían quedado mirándole, porque
todos iban para su muerte de un acuerdo, e ahogáronle; y después que estuvo muerto
sacáronle a la ribera y costa del río, e decíanle: “Señor Salcedo, levántate y perdóna-
nos que caímos contigo, e iremos nuestro camino”. E con estas preguntas e otras tales
le tuvieron así tres días, hasta que olió mal, y aún hasta entonces ni creían que aquél
estaba muerto, ni que los cristianos morían”.5
Este argumento será recreado por René Marqués en su relato Tres hombres
junto al río (1959). De nuevo se insiste en la materialidad de la muerte, en la des-
composición física del cadáver: es esa delectación en la putrefacción, en la desa-
parición física del ser, lo que provoca el efecto terrorífico:
“El centinela horrorizado trató de volver la cara, pero en todas partes seguía viendo
aquellos ojos, las dos brasas infernales posadas sobre fosas atestadas de gusanos, los
carbúnculos que brillaban sobre un hoyo negro por donde escapaba un torrente incon-
tenible de guabás, ciempiés y salamandras...Por suerte la pesadilla no se repitió. Ni a
la noche siguiente cuando ya había comenzado la descomposición del cuerpo y los
compañeros de la víspera no se presentaron, forzándolo a hacer su guardia con dos
centinelas distintos, ni al atardecer del día siguiente cuando estalló el vientre inflado
lanzando su putrefacción a los cuatro vientos”.7
“He aquí lo que vi: un enorme ídolo de piedra, que era ídolo y altar al mismo tiem-
po...Dos cabezas de serpiente, que eran como brazos o tentáculos del bloque, se jun-
taban en la parte superior, sobre una especie de inmensa testa descarnada, que tenía a
su alrededor una ristra de manos cortadas... y debajo de eso, vi, en vida de vida, un
movimiento monstruoso...”.8
“Aquella virgen era como un sol negro. Según el párroco, habían fundido en la Edad
Media una estatua fenicia de Astarté y con el mismo extraño metal negro habían
fabricado a la virgen... El resplandor del extraño metal obligaba después de un rato a
mirar hacia otro lado: fatigaba los ojos, como cuando miramos el sol directamente”.9
La estatua, al igual que en el caso del dios mejicano, provoca una sensación
atemorizante, quizás porque nos asalta la idea de que pueda estar viva o bien por
el poder psicológico que parece desprender.
7 Martínez Tolentino, Jaime: Desde el fondo del caracol, San Juan, 1992, pág. 56.
8 Darío, Rubén: Cuentos fantásticos, Madrid, 1979, pág. 86.
9 González, Emiliano: Casa de horror y magia, México, 1989, pág. 67.
166 Cristina Bravo Rozas
Estas temáticas sugieren uno de los factores que enumera Freud para que una
historia se convierta en siniestra (los objetos inanimados que cobran vida).
Relacionado con este motivo, aparece frecuentemente en los cuentos de terror his-
panoamericanos el objeto maléfico; nos referimos a aquel material —casi siempre
antiguo— que cobra vida y actúa de forma negativa sobre el protagonista de la his-
toria. En Chac Mool de Carlos Fuentes, Filiberto compra una estatuilla que imita
a un dios azteca y que con el tiempo adquiere vida propia, e incluso acaba con la
vida de su dueño:
“Creía, nuevamente, que era imaginación: el Chac Mool, blando y elegante, había
cambiado de color en una noche; amarillo, casi dorado, parecía indicarme que era un
Dios, por ahora laxo, con las rodillas menos tensas que antes, con la sonrisa más
benévola. Y ayer, por fin, un despertar sobresaltado, con esa seguridad espantosa de
que hay dos respiraciones en la noche, de que en la oscuridad laten más pulsos que el
propio... El cuarto olía a horror, a incienso y sangre. Con la mirada negra recorrí la
recámara, hasta detenerme en dos orificios de luz parpadeante, en dos flámulas crue-
les y amarillas”.10
“La única pieza indescifrable del museo era un gigantesco muñeco, sentado sobre
unas piernas enanas, que parecía escapado de un ensueño barbárico. Era imposible
descubrir en él algún linaje mítico. El trazo humano lo aislaba de los mitos animales.
Tal parecía que la furia eruptiva había destruido el molde mágico en el mismo instante
en que el fundidor empezaba a estampar su idolatría. Daba la sensación de un miste-
rio interrumpido, de una profecía a medio revelar... En la penumbra se convertía en
un pequeño monstruo rencoroso. Cuando un rayo de luz lograba alcanzarlo era como
un cuerpo transparente que devolvía paisajes y colores fantasmales; chortales rodea-
dos de madrágoras, laureles lívidos, granates ahumados, escamas de azufre”.12
“Soy tuyo. Guárdame y te serviré. Pero cuidado. Tu vida será tan corta como la
mía”.13
“... su rostro se tornó en una mueca de horror cuando se percató de que lo que sos-
tenía en sus manos era ahora un objeto casi irreconocible, negro como la noche, que
comenzaba a desmoronarse por el moho”.14
“Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata,
ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas
columnas de humo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que
chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado que arrastraban para tirarlo rodando
por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimien-
do por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque otra vez estaba
inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte, y cuando
abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el
cuchillo de piedra en la mano”.16
Las religiones primitivas, debido al halo de misterio que las envuelve, suelen
ser argumentos muy apropiados para la narrativa terrorífica hispanoamericana. En
Corinne, muchacha amable (1991), de Mayra Montero, una mujer de la que está
enamorado Apollinaire va a ser asesinada para posteriormente hacerle el “vudú”
y resucitarla como muerta-viva. Su vacilación acerca de la creencia o no en estos
rituales articula la tensión del relato. Todo son conjeturas y el mágico procedi-
miento incluye el asesinato de la joven y su posterior vuelta a la vida tras un rápi-
do desenterramiento. Esta práctica, tan común en esos parajes, produce al enamo-
rado un enorme pavor, sobre todo por las habladurías existentes en torno a las
costumbres de los “no-vivos”:
“Lo que había olvidado preguntarle al houngán, se dijo mientras le venía una arcada,
era si en verdad la piel de las mujeres regresadas se les iba endureciendo con los años,
como la de un cerdo marrón. No quería ni pensar que fuera cierto lo que murmura-
ban los ancianos, que aquellos muertos vivos, con el tiempo, tomaban por costumbre
devorar las alimañas que encontraban por el campo”.17
17 Montero, Mayra: “Corinne, muchacha amable”, en Acevedo, Ramón Luis: Del silencio al
estallido: narrativa femenina puertorriqueña, Puerto Rico, 1991, pág. 196.
18 Fuentes, Carlos: Chac Mool, pág. 15.
19 Parafraseo a Fuentes, Carlos: Carlos Fuentes. El mal del tiempo, Madrid, 1994, vol. I,
pág. 11.
Historias de ayer, terrores de hoy 169
CONSIDERACIONES PREVIAS
Veamos, por tanto, más despacio, la recepción crítica que ha tenido el cuen-
to en la prensa periódica cultural mexicana. Observar el tratamiento crítico de que
es objeto un género literario de cualquier época en las revistas del momento es una
tarea fundamental para explicar el devenir de este género en las páginas de la his-
toria literaria.11 Además, podemos encontrarnos sorpresas como artículos no reco-
gidos posteriormente en libros o reseñas de libros de los que nunca se volvió a
hablar, que pueden arrojar nuevas pistas para los investigadores e historiadores a la
búsqueda de valores olvidados o ignorados.12 Cualquier aproximación a una obra
literaria debe, por tanto, considerar entre sus fuentes de investigación las heme-
rográficas. Desafortunadamente, el acceso a estos materiales es difícil y, en
muchos casos, hasta imposible.
El origen de esta pequeña investigación se remonta, en realidad, a la curiosi-
dad que sentí por el destino de la narrativa breve latinoamericana, borrada del mer-
cado editorial a consecuencia del “boom” de la novela. En concreto, tras leer los
magníficos cuentos de Juan Rulfo y Juan José Arreola, decidí averiguar qué había
pasado con un género de tan grandes cultivadores en México. Así, me adentré en
la lectura de revistas culturales mexicanas a la búsqueda de cualquier nota crítica,
reseña o artículo, relacionado con el cuento escrito en México desde los años cin-
cuenta hasta la fecha.
En esta búsqueda di con un número reducido de artículos centrados en el
cuento; la mayoría de los textos eran apenas reseñas de publicaciones o anuncios
de otras futuras, aportando juicios sobre ellas. Escasos eran los artículos que ana-
lizaban la situación de este género, sus representantes, sus características. Sin
embargo, a medida que avanzaba cronológicamente en la investigación, el cuento
iba adquiriendo mayor protagonismo. Incluso algunas revistas centraban su mate-
rial en la narrativa breve y las noticias sobre reediciones de determinadas obras
atestiguando su éxito de público, las reseñas y los ensayos iban creciendo en
número, tamaño y profundidad.
En los años cincuenta surgieron varias revistas que desempeñaron una desta-
cada función cultural, especialmente como difusoras de la obra nacional, incluido
el cuento. Destacan Estaciones, Ábside, Revista Mexicana de Literatura, Las letras
patrias, La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Et caetera, Creación,
Columna, Hoja al viento, Metáfora o Cuadernos americanos. Sin embargo, al reu-
nir el material crítico referente al cuento, el resultado es bastante descorazonador.
Consuelo Triviño
Universidad de Cádiz
nos.3 La razón era obvia para él: América se revela al mundo, con su geografía y
sus hombres, como un problema que da lugar a revoluciones científicas y a gran-
des transformaciones en el pensamiento. De la necesidad de entender y explicar
este problema surge el ensayo. Desde entonces, el continente de siete colores —
como lo designa Arciniegas— ha sido un fascinante laboratorio de ideas y una
fuente de inspiración para los soñadores de utopías.
Arciniegas no duda al afirmar que en América, precisamente, se ensayan la
revolución de independencia, la democracia, la libertad religiosa y de culto, la tole-
rancia, la utopía. Tales experimentos, vistos como ensayos, nos sugieren la idea de
que allí nada es definitivo, que si se fracasa, se pueden volver a intentar nuevos
proyectos. Lo cierto es que la condición de materia propicia para los sueños, de
personaje en proceso formativo, hace del nuevo continente el espacio ideal para la
creación y la reflexión tan propias del ensayo.
Que el género y su materia surjan al mismo tiempo es una coincidencia que
Arciniegas no pasa por alto. Al contrario, esto le sirve de argumento para afirmar
que el ensayo aparece antes que Montaigne, en el momento del descubrimiento,
con Vespucci y Colón, quienes discuten en sus primeros escritos los temas que
ocuparán gran parte de la ensayística hispanoamericana a lo largo de su historia:
los seres humanos y el medio geográfico en el que se desarrollan.
En efecto, las crónicas suscitan verdaderas polémicas en Europa. Montaigne,
inspirado en la lectura de López de Gómara,4 se ocupa del Nuevo Mundo, criti-
cando duramente la política colonialista en un capítulo de los Essais titulado “Los
coches”.5 Es evidente en estos ensayos la escritura como confesión, como informe,
como elemento de persuasión, como posibilidad de ser, frente a la necesidad de
entender una realidad inédita que se muestra compleja, ambigua, diversa, amena-
zante y poderosamente seductora.
Además de la guerra y la aventura, a los conquistadores les atraía enfrentar
los problemas intelectuales. Las crónicas son una clara muestra del deseo de expli-
car el Nuevo Mundo. Esta tendencia cognitiva, constante en la ensayística hispa-
noamericana al decir de Alberto Zum-Felde, abarca diferentes ramas del saber,
desde la sociología, la filosofía de la historia, la cultura o la política, casi siempre
en función de una historicidad americana concreta que, como se sabe, tiene sus
máximos exponentes en Bello, Sarmiento, Alberti, Lastarría, Martí, Rodó,
Vasconcelos, Arguedas, Mariátegui, Henríquez Ureña, Martínez Estrada, Paz y
Arciniegas, entre otros.
Arciniegas pertenece a este excepcional grupo de intelectuales como Martí y
Vasconcelos, su maestro, que añoran el ideal bolivariano, la unión de las repúbli-
cas hispanoamericanas y el fortalecimiento de esa “raza síntesis” —pueblo en su
caso— en la que forjan su esperanza. Sin poner el acento en su carácter latino
3 Arciniegas, Germán: “Nuestra América es un ensayo”, en Cuadernos, núm. 73, París, 1963,
pág. 9.
4 Jean Terrasse en Rhétorique de l’essai littéraire, Quebec, 1977, sugiere la hipótesis de una
lectura previa de la Historia general de las Indias por Montaigne.
5 Montaigne, Michel de: Essais III, Paris, 1994, cap. VI, págs. 170-177.
Germán Arciniegas: América es otra cosa 183
hablar del “ser mexicano”, por ejemplo, lo estamos haciendo del “hombre concre-
to”. José E. Iturriaba planteaba los aspectos polémicos de esta concepción del ser
humano en El carácter del mexicano: “Ha sido un tema de vasta meditación la
existencia de un carácter nacional de cada pueblo, en cuya virtud los individuos
que van brotando y formándose en su seno poseen un sello inconfundible que los
distingue de los otros pueblos. Parejamente a esta tesis o, mejor aún, en oposición
a ella, existe otra teoría según la cual un hombre —independientemente de su
oriundez— en último análisis es igual e idéntico a cualquiera otro”.8 La artificiali-
dad de este problema está en la falsa dicotomía entre lo que se entiende por uni-
versal o abstracto y lo que se entiende por particular, concreto o nacional.
Si bien todas las ciencias humanas aspiran a la generalidad, a fijar valores
cognitivos, a establecer modelos y a formular leyes, no es menos cierto que los cri-
terios de validez universal se fijan por lo general desde una posición eurocentrista,
esto es, desconociendo las particularidades que resultan extrañas, si no invisibles,
a los ojos de los europeos. Esta pretendida universalidad ha sido cuestionada por
filósofos como Derrida, quienes desmontan, por decirlo de algún modo, el logo-
centrismo occidental basado en dualidades y oposiciones.
Zum-Felde, prisionero de antítesis tan engañosas como lo individual y lo
humano, lo nacional y lo internacional o universal, mide los alcances de la ensayís-
tica hispanoamericana tomando como modelo el pensamiento europeo. La posi-
ción mental del hombre americano, a su juicio, está limitada por su condición
histórica, de modo que en sus argumentos prevalece el factor territorial, telúrico.
Este determinismo ambiental, argumento positivista, cuestionaría también la posi-
ción mental de los europeos que se apoyan en este método para analizar los pro-
blemas del individuo. En la narrativa hispanoamericana tenemos numerosos ejem-
plos, Rivera es uno de ellos, en los que el medio geográfico no sólo explica los
problemas sino que sirve a los fines estéticos del autor, a la vez que permite pene-
trar en el fondo de la consciencia de los personajes. Recurriendo a la metáfora de
la selva, Rivera da cuenta de la angustia existencial del individuo contemporáneo.
Los argumentos de Arciniegas no se reducen al esquema positivista del deter-
minismo ambiental, pese a que en su discurso la geografía americana, la historia y
el individuo, explican los problemas —si pensamos, por ejemplo, en Biografía del
Caribe—. Arciniegas no asimila las teorías europeas para alcanzar el nivel de uni-
versalidad idealizado por Zum-Felde, sino para cuestionarlas o enriquecerlas con
su experiencia. La diferencia entre los dos ensayistas es que el colombiano empie-
za cuestionando el logocentrismo europeo, enfrentando otras culturas y otras
sociedades que funcionan con sus propias reglas y guardan una lógica interna que,
a su juicio, debe ser respetada y comprendida, no juzgada.
Con una sencilla afirmación, Arciniegas defiende —frente a las dicotomías
entre lo universal y lo particular— la diferencia y la pluralidad como rasgos fun-
damentales de lo americano: América es otra cosa, algo por definir, algo incon-
8 Iturriaga, José E.: “El carácter del mexicano”, en Martínez, José Luis: El ensayo mexicano
moderno, México, 1971, 2.ª ed., págs. 449-450.
Germán Arciniegas: América es otra cosa 185
cluso, un experimento: “De todos los personajes que han entrado a la escena en el
teatro de las ideas universales, ninguno tan inesperado ni tan extraño como
América”.9 Y es que Arciniegas, presa del asombro juvenil que lo caracteriza, no
deja de ensayar para mostrar a sus lectores las diferentes formas de lo americano.
Así, nos presenta una materia rica en referencias visuales, en imágenes, en metá-
foras, en paradojas, de modo que ya no sabemos si lo que sale de ese laboratorio
es poesía o sociología.
Desde la publicación del primer libro, El estudiante de la mesa redonda, en
1932, hasta el último, América es otra cosa, en 1992, Arciniegas ha escrito más de
cincuenta títulos. Este curioso impertinente para muchos se acerca a los temas des-
de distintas perspectivas: la del estudiante, la del historiador, el periodista, el fabu-
lador, el poeta y el humanista. Asimismo mezcla y utiliza diferentes géneros: bio-
grafía e historia en El caballero de el Dorado, Amérigo y el Nuevo Mundo, Bolívar,
el hombre de la gloria; historia, en Los alemanes en la conquista de América;
ensayo sociológico, en América tierra firme; ensayo político en Entre la libertad y
el miedo; periodismo, en En el país de los rascacielos las zanahorias; ensayo
sociológico, historia y poesía en Biografía del Caribe, América mágica, El conti-
nente de los siete colores; autobiografía y novela en A medio camino de la vida,
etc. Tal variedad de miradas y géneros resumen desde mi punto de vista su necesi-
dad de buscar una forma adecuada para expresar lo americano.
EL ETERNO ESTUDIANTE
EL HISTORIADOR O EL FABULADOR
ros cuando la llamaban por el nombre de ¡Santiago!, lo mismo que las sorpresi-
vas apariciones del demonio, son la más auténtica verdad de aquellos días”.12
Frente a los hechos del pasado, Arciniegas es un “curioso” que trata de introdu-
cirse en las conversaciones de los soldados que de América llegan a Cádiz. Por
eso tiene que recurrir a la imaginación, para llenar estas zonas oscuras de la his-
toria. En El caballero de el Dorado Arciniegas cuenta las hazañas de Jiménez de
Quesada —buscando el soñado tesoro en la sabana de Bogotá—, condimentando
la historia con la malicia indígena y despojándola así de dramatismo: “Estos
indios cavilosos siempre son así. Cuando los caciques son requeridos para que
vayan a visitar al general, nunca dicen que no, pero visten de caciques a sus sir-
vientes, y en el fondo de los bohíos se quedan tostados de risa al pensar en los
obsequios y reverencias que el general les hace a quienes no son, en realidad, sino
unos pobres criados”.13
Entre los críticos de Arciniegas, quizá sea el colombiano Juan Gustavo Cobo
Borda el que mejor ha comprendido sus métodos, su manera de plantear los pro-
blemas y su forma de delinear los contornos de los personajes que intervienen en
la historia. Refiriéndose a Los comuneros, nos dice: “No es que haya sólo buenos
o malos. Si bien las simpatías por los comuneros son evidentes, los retratos que
hace de las figuras protagónicas tienen, todos ellos, el matiz de un perfil noveles-
co. La historia como desventura que debe narrarse de nuevo, desvelando los entre-
sijos de una trama que ahora, y no en los libros de historia, se nos ha vuelto por fin
tan persuasiva como clara”.14
En 1940 Arciniegas defendía la “historia vulgar” y proponía una historia no
de los héroes, sino de los de abajo, indios y negros, desde las clases populares:
“Hoy, el problema esencial de la historia consiste en buscar el otro término que han
dejado intacto los narradores de vidas heroicas, para caer en ese plano miserable
donde se mueve la gente común. Mientras el gran capitán hacía brillar la punta de
su espada, debemos indagar qué era del artesano desconocido, del labriego olvida-
do, del señor anónimo que tenía un negocio de paños o del pescador que remen-
daba velas en un puerto sin nombre”.15
La deuda de Arciniegas con el historiador americano Waldo Frank es indu-
dable. En América Hispana, un retrato y una perspectiva16 este autor no sólo mues-
tra una gran sensibilidad hacia las clases menos favorecidas, sino que da vida al
paisaje, desde la selva a la pampa pasando por los Andes, situando a los seres en
relación íntima con la naturaleza, entendiendo la filosofía animista de las culturas
precolombinas pero teniendo en cuenta la perspectiva de los conquistadores y valo-
rando el carácter unificador del catolicismo, que en algunas comunidades hispa-
17 Sobre los orígenes del ensayo ver: Terrase, Jean: Rhétorique de l’essai littéraire, Quebec,
1977; Butor, Michel: Essais sur les essais, París, 1968; Sayce, R.A.: The Essays of Montaigne. A criti-
cal Exploration, London, 1972; Naudeau, Oliver: La pensée de Montaigne et la composition des
“Essais”, Genève, 1972.
18 Arciniegas, Germán: “El ensayo en nuestra América”, en Cuadernos, París, 1956, núm. 19,
pág. 125.
Germán Arciniegas: América es otra cosa 189
tiéndose en una firme crítica, no sólo de lo que implica en la historia el invento del
cerrojo —el hábito del robo en la sociedad— sino de las generalizaciones europe-
as que no tienen en cuenta las costumbres americanas. Para el colombiano, la pri-
mera puerta de la humanidad no fue una piedra, porque los nativos del trópico no
habitaron en cavernas, ni tampoco vieron la necesidad de las puertas por no exis-
tir entre ellos la fea costumbre de robar.
EL AMERICANISMO DE ARCINIEGAS
21 Arciniegas se refiere a doña Inés de Hinojosa cuyas liviandades la llevan a la horca como
cuenta Rodríguez Freile en El Carnero.
22 Cobo Borda: Germán Arciniegas, pág. 6.
Germán Arciniegas: América es otra cosa 191
23 Arciniegas, Germán: América, tierra firme, Santiago de Chile, 1937, pág. 54.
192 Consuelo Triviño
UN MUNDO PLURAL
Esta posición pluralista y paradójica, por decirlo de algún modo, puede apre-
ciarse en sus libros, tanto en los que se refieren a personajes como Jiménez de
Quesada, Bolívar, Colón o Vespucci, como en los que tienen un carácter docu-
mental como 20.000 comuneros hacia Santa Fe, o en sus artículos de periódico,
recopilados en volúmenes como Transparencias de Colombia o América es otra
cosa. En este último uno de sus artículos —titulado “América, civilizando a los
europeos”—, recurre al humor y al uso de los diminutivos para desdramatizar el
trauma de la conquista: “Una locura. ¿Cuántos se quedaron allá? Para ser exactos,
no muchos. No pocos importunaban luego para volver. Pero se quedaron los pri-
meros que vinieron a ser americanos. Habían traído yeguas y gatas y burras...No
mujeres. Encontraron que las indias de que hablaba Colón eran como las pintaba
el Almirante: hermosas, nadadoras, cariñosas. La conquista, por ese lado, no siem-
pre acabó en física violencia. Hubo casos de amor. El mestizaje tuvo sus conse-
cuencias, como suele ocurrir en esa clase de encuentros. A los nueve o diez meses
saltaban a la arena mesticitos como cocos”.26
No nos engañemos al creer que Arciniegas coloca inconscientemente a las
mujeres al lado de las yeguas, las burras y las gatas. En todo caso lo hace desde la
mentalidad de una época donde el género femenino se considera “por naturaleza”
inferior. En América, tierra firme Arciniegas rinde homenaje al valor de las pri-
meras mujeres que se unieron a la aventura de colonizar las Indias: “Digamos que
estas aventureras, bravas en el amor, sagaces en la economía, dadivosas en el sos-
tenimiento del culto, no quedan mal como nudos en donde se reúnan y se amarren
los hilos de las intrincadas genealogías”.27
Más que un espacio geográfico que Colón comparó con el paraíso terrenal,
nuestra América es para Arciniegas el lugar de la utopía soñada por Tomás Moro
y antes por Platón, espacio donde se ensayan la democracia, las revoluciones, la
tolerancia; la esperanza de tantos europeos desterrados que atravesaron el océano;
el reducto del pensamiento mágico y, sobre todo, poesía rica en referencia visua-
les, en sonidos, en olores y sabores.
Amigo de las cosas elementales, como Neruda, Arciniegas dedica un ensayo
a las humildes y silvestres frutas americanas, la granadilla, la curuba, las uchuvas
que “son como un farolillo de hojas secas, con un tomatito anaranjado adentro”,
pero lo hace presa del mismo asombro que debió apoderarse de los descubridores,
haciéndonos sentir los sabores y contagiándonos de su sorpresa. En Biografía del
Caribe, Arciniegas describe el cuadro de Boticelli El nacimiento de Venus y seña-
la la coincidencia entre este cuadro y el descubrimiento del mar Caribe con una
gran riqueza de imágenes y colores: “No hay que pensar que en estas islas de los
28 Arciniegas, Germán: Biografía del Caribe, Buenos Aires, 1963, pág. 201.
29 Arciniegas, Germán: “Vidas paralelas de dos mares: el Mediterráneo y el Caribe”, en
América es otra cosa, Bogotá, 1992, pág. 61.
30 Ibídem, pág. 64.
31 Zea, Leopoldo: “En torno a una filosofía americana”, en Martínez: El ensayo..., págs. 338-359.
Germán Arciniegas: América es otra cosa 195
E STA ponencia propone una reflexión acerca de la frecuencia con que aparece
en la dramaturgia cubana contemporánea la técnica metateatral. Es uno de
los primeros elementos que Matías Montes Huidobro comienza destacando en su
estudio sobre la producción teatral en Cuba, presente desde el “teatro bufo” de
comienzos de siglo hasta las últimas promociones de autores. Este juego del teatro
dentro del teatro guarda relación, según el crítico citado, con el “natural sentido
escénico del cubano, que parece encontrarse siempre en el plano de actor y de
innato dramaturgo”.1 Todo ello nos conduciría al problema esencial: “Cuba, su
vida y su máscara, el anhelo de llegar a su persona”; la búsqueda de una identidad,
de una definición de lo cubano.
Resultaría en verdad complejo ahondar en las motivaciones psicológicas o
históricas que expliquen la “naturalización” de la técnica en la escena cubana. Tal
exégesis hermenéutica escapa a nuestros propósitos, que se ciñen más bien al aná-
lisis del fenómeno en una serie de autores y a la comprobación de cómo el ele-
mento ‘juego’ aparece asociado a él de manera recurrente.
Ello no implica, sin embargo, renunciar por completo a lo interpretativo pues
habrá de concluirse cómo, en muchos casos, esa ficción en segundo grado remite
de manera inequívoca a ciertos referentes históricos. Para empezar, la historia de
la isla ofrece nutridos ejemplos de una relación ambivalente con el concepto de
libertad y autodeterminación —cuestiones claves en el juego metateatral—: el
miedo a no saber qué hacer con la propia libertad es casi tan intenso como el deseo
de alcanzarla.
Nuestro acercamiento a algunas obras de José Triana nos revelará este mis-
mo ideologema subyacente: la ruptura con la Autoridad es, casi siempre, un acto
fallido y su repetida búsqueda se convierte en acto ritual sustitutorio del fin del
vasallaje.
Como acabamos de anticipar, uno de los paradigmas más claros de esta ten-
dencia en la dramaturgia cubana lo constituye La noche de los asesinos,2 de José
Triana, y su inquietante propuesta de la destrucción del orden institucional, social
1 Montes Huidobro, M.: Persona, vida y máscara en el teatro cubano, Miami, 1973, pági-
nas 20 y 21.
2 Escrita en 1964, es considerada la obra más conseguida de Triana. Recogida en Teatro
Cubano. Antología, Madrid, 1992.
198 María Teresa Pérez Rodríguez
3 Piñera, Virgilio: Dos viejos pánicos, Buenos Aires, 1968. Estrenada por el grupo La Mama,
de Bogotá, en 1969.
4 Joel Cano es el dramaturgo menos conocido y el más joven de los citados aquí. Nació en
Santa Clara, en 1966, y ha cursado estudios de Dramaturgia en el Instituto Superior de Arte. La mayoría
de sus obras esta inédita. Timeball está recogida en la Antología de teatro cubano señalada más arriba.
Para las citas se utiliza esta edición.
5 Teatro Cubano..., pág. 716.
Juego y metateatro en el drama cubano contemporáneo 199
“Lalo (Frenético): Diles que se vayan, Cuca. Diles que se vayan al carajo. (Como si
tuviera un látigo y los amenazara). Fuera, fuera de aquí. A la calle.
Cuca (A Lalo. Dueña de la situación): Tú, por lo visto, pierdes los estribos muy fácil-
mente”.6
En esta última intervención Cuca ha vuelto a ser ella misma para observar
cómo el juego está tomando unas dimensiones descontroladas.
El desdoblamiento de los personajes, además de su valor funcional, adquie-
re connotaciones simbólicas. La bipolaridad víctima-victimario es subvertida y
mostrado, por ejemplo en Lalo, la condición de víctima del asesino. El juego se
hace entonces trascendente: los padres se proyectan hacia otros elementos de la
sociedad y simbolizan el orden y la costumbre. El autor evita, sin embargo, todo
posible maniqueísmo: no se pretende identificar a un culpable completo para este
ambiente de desolación y fracaso. Si miramos con detenimiento comprobamos
cómo padres e hijos son víctimas por igual. Contra lo que pudiera pensarse, pues,
no se trata estrictamente del conflicto entre padres e hijos, sino que la denuncia va
más allá del choque generacional, hacia todo mecanismo de opresión —aun el más
sutil, a saber, la alienación y el automatismo impuestos por una sociedad donde
todo está previsto, el orden establecido, las cosas en su sitio—.
Desde el primer momento el espectador conoce el juego dramático, o ceremo-
nia ritual, puesto que los personajes subrayan su conciencia de la teatralidad. Así,
en el primer acto, oímos a Beba decir: “La representación ha empezado”; se nos
invita a una escenificación segunda que, a medida que la obra avanza, va perdiendo
sus connotaciones lúdicas, para transformarse más bien en un ensayo preparatorio
de una acción real permanentemente aplazada. Cuca habla de la posibilidad de que
se realicen sus proyecciones “algún día...’’, mientras el segundo acto nos ofrece, de
nuevo en clave irreal, la consumación del asesinato y sus consecuencias.
6 Ibídem, pág. 728.
200 María Teresa Pérez Rodríguez
“Ella, en sus declaraciones, insiste en que ustedes jugaban de una manera especial...
¿Qué tipo de juego tenían en la casa? ¿No había en él algo... enfermizo? Responda:
¿No era un juego monstruoso?”
y esta otra:
“No, señores del jurado. No, señores de la sala. Mil veces no. La justicia no puede
permitir tamaño desacato. La justicia impone la familia. La justicia ha creado el orden
(...) exige las buenas costumbres (...), salvaguarda al hombre de los instintos primiti-
vos y corruptores...”7
Si esta última intervención nos remite de nuevo a la postura crítica ante las
instituciones o cualquier signo de opresión, la primera propone una definición, des-
de dentro, de la práctica a que se lanzan los hermanos. El juego adquiere connota-
ciones transgresoras, pasa de ser elemento lúdico, imaginativo, para proponerse
como cruda realidad (“Siempre hay que jugársela. No importa ganar o perder”).
Frank Dauster, en un lúcido análisis de la producción dramática de Triana, ha
subrayado cómo esta clave del juego está presente en otras obras suyas. La muer-
te del Ñeque (1963) nos reenvía, otra vez desde su mismo título, al ámbito trágico
del asesinato, construido sobre personajes del solar o arrabal cubano. Hay un enre-
do amoroso (Hilario García, el Ñeque, personaje corrompido y violento, su hijo y
la amante de aquél, Blanca Estela) y una conspiración para matar al policía orga-
nizada por Juvencio, hijo de una de las víctimas del Ñeque y que ejecutarán al cabo
tres maleantes —Pepe, Juan el Cojo y Ñico—. A partir de esta trama banal, Triana
consigue alzarse a otro nivel simbólico y hasta mítico. Hilario parece ser castiga-
do por su soberbia (hybris) y sólo al azar es imputable su caída en desgracia. Los
tres asesinos cumplen además otra capital función: la del comentario de la acción,
al estilo del coro griego, y terminan por simbolizar el destino que acecha, las
Parcas a la espera del momento oportuno.
Cuando se inicia la obra los tres están jugando a los dados y, a medida que ésta
se desarrolla, las alusiones al juego se multiplican, con asociaciones semánticas
relativas al crimen y lo sexual. Puede elaborarse todo un campo semántico que gira
en torno a esta idea del juego, lo cual, en último término, nos está remitiendo a una
determinada concepción de la existencia humana. Como bien concluye Dauster:
La palabra juego adquiere cada vez matices más sombríos, desde las proca-
ces alusiones a lo sexual, a partir de una imaginaria partida de billar, hasta un ame-
nazador “Éste es el juego”, con toda la carga de tragedia, de lo inevitable que está
por venir.
El acto final semeja una parodia, grotesca y terrible, de algún ‘divertimento’
infantil:
“Los tres personajes entran, agarran violentamente a Hilario. Luego hacen una rueda.
Hilario lucha por salir de la rueda. Los tres personajes lo arrastran hasta la escalera y
allí lo matan”.
“Un sótano o el último cuarto-desván. Una mesa, tres sillas, alfombras raídas, corti-
nas sucias con grandes parches de telas floreadas, floreros, un cuchillo y algunos
objetos ya en desuso, arrinconados junto a la escoba y el plumero”.9
“Como en las cartas del juego aquí se habla de destino, por tanto se puede comenzar
por cualquier destino, por lo tanto se puede comenzar por cualquier carta-página.
Usted mismo elige al azar cuál será el devenir de la historia y el desarrollo de los per-
sonajes (...)”.
“Baraje las páginas-cartas, desordenando así los nexos habituales del drama.
Reparta las cartas-páginas entre los jugadores-directores-actores”.
No hace falta ser un avezado lector para darse cuenta de las implicaciones
trascendentes del juego. El asunto de la obra lo constituye el tiempo nuestro de
cada día y los actores-jugadores que se esfuerzan por entender algo en ese juego
del “Timeball” donde están metidos, guardan un parecido insoslayable con nues-
tra lucha por desenredar los hilos del texto vitae.
Vamos descubriendo cómo la ingenuidad de los personajes no es sino el
ropaje poético elegido por el autor como vehículo para plantear un discurso sim-
ple en apariencia pero grávido de interrogantes esenciales.
Como en la obra de Triana, los protagonistas son también conscientes de
estar representando pero la amplitud de la intención es aquí mayor, como más
intensa también la apelación al espectador. Somos convocados para el descifra-
miento de los códigos, para la re-creación de las secuencias. Constatamos aquí,
asimismo, un círculo mágico y, desgarradoramente, a un tiempo somos elevados a
la condición de conciencia externa que articula el juego, como llevados a recono-
cernos en los jugadores.
Y ese espacio mágico está constituido, como en La noche de los asesinos,
como en la obra de Piñera arriba aludida, por la memoria, con ese lugar, punto de
encuentro forzoso de cualquier tentativa de identidad.
Esta obra se terminó de imprimir
el 30 de diciembre de 1999
en los talleres de
El Adalid Seráfico,
Sevilla