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TEORÍAS ÉTICAS

ÉTICAS TELEOLÓGICAS
ÉTICA DEONTOLÓGICA: EMMANUEL KANT.
ÉTICA COMUNICATIVA: Karl Otto Apel y Jürgen Habermas
ÉTICA DEONTOLÓGICA DE KANT.

A fines del siglo XVIII, Immanuel Kant propone un criterio moral distinto a los que hemos
expuesto. Considera que, ciertamente, los seres humanos desean ser felices y que para
lograrlo han de hacer uso de una razón prudencial y calculadora. Sin embargo, como las
personas imaginamos nuestra felicidad de formas distintas, una razón de este tipo no
puede formular sino consejos.

- No obstante, hay determinados mandatos que pensamos que debemos seguir, nos haga
o no felices obedecerlos. Cuando digo que "no se debe matar" o que "no hay que ser
hipócrita", no estoy pensando en si seguir esos mandatos hace feliz, sino en que es
inhumano actuar de otro modo.

- Así pues, la razón nos impone unas leyes que obligan sin condiciones, es decir, no prometen
la felicidad a cambio: solo prometen realizar la propia humanidad. De ahí que se expresen
como mandatos (imperativos) categóricos, no condicionados a que alguien quiera ser
feliz de un modo u otro. Ser persona es por sí mismo valioso, y la meta de la moral consiste
en querer serlo por encima de cualquier otra meta: en querer tener una buena voluntad. La
razón que da esas leyes morales no es la prudencial ni la calculadura, sino la razón práctica,
que orienta la acción humana de forma incondicionada.

- Para saber que una norma es una ley moral, dada por la razón práctica, Kant propone
someter cada norma al test del imperativo categórico. A continuación tienes dos de las
formulaciones del mismo.

- Formulaciones del imperativo categórico:

1- Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley
universal.
2- Obra de tal modo que trates la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier
otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca como un medio.

En opinión de Kant, una persona es autónoma cuando no se rige por lo que le dicen, pero
tampoco sólo por sus apetencias o por sus instintos, que al fin y al cabo, no elige tener, sino
por un tipo de normas que cree que debería cumplir cualquier persona, le apetezca a él
cumplirlas o no. Esas normas serán las propias de cualquier ser humano. Un ser capaz de
actuar de este modo y que es valioso en sí mismo no puede, según Kant, venderse en el
mercado por un precio, porque para eso habría que fijarle un equivalente. Pero, ¿por qué
podemos intercambiar a un ser humano?, ¿cuál es su equivalente?, ¿cuál es su precio? La
respuesta de Kant es clara: los seres humanos no tienen precio, no pueden intercambiarse
por un equivalente, sino que tienen dignidad. Son dignos de todo respeto.

ÉTICA DIALÓGICA O DISCURSIVA.


A diferencia de la ética de Kant, esta teoría nos dice que debemos tener en cuenta:
* Las consecuencias de las acciones al aplicar la supuesta norma, y
* Los intereses de los individuos.
Por tanto, esta ética no quiere quedarse en ser una ética de la intención, sino que quiere ser
una ética de la responsabilidad. Se trata, pues, de una ética procedimental: el diálogo es
el procedimiento para hallar la norma válida. El propósito del discurso no es sólo hallar
consenso acerca de los principios, normas y valores morales, sino también acerca de qué
intereses de los individuos pueden considerarse universalizables.
La justificación de las normas morales proviene, por tanto, del acuerdo racional y se establece
en función de dos principios:
- Universalización: una norma será válida cuando todos los afectados por ella puedan
aceptar libremente las consecuencias y efectos secundarios que se seguirían,
previsiblemente, de su cumplimiento general para la satisfacción de los intereses de
cada uno.
- Ética del discurso: sólo pueden pretender validez las normas que encuentran (o
podrían encontrar) aceptación por parte de todos los afectados, como participantes en
un discurso práctico.
Así pues, una norma es aceptable sólo en el caso de que todos los afectados por ella estén de
acuerdo en darle su consentimiento porque satisface intereses univeralizables (y no
meramente los intereses de un colectivo o de un individuo).
Los filósofos que defienden estas ideas son conscientes de que los diálogos reales son
bastante diferentes de las condiciones ideales que hemos descrito: estos se producen muchas
veces en condiciones de desigualdad y coacción y los participantes no buscan satisfacer
intereses universalizables, sino intereses individuales o grupales. Por ello, consideran que en
los diálogos reales su teoría ética ha de servir como ideal regulativo, esto es, como una
concepción ideal que se presenta como modelo ejemplar al que la discusión debe intentar
aproximarse cuanto más mejor.
Pero la ética del discurso no pretende quedarse sólo en el plano de la fundamentación teórica,
sino que busca internarse también en la práctica, esto es, en la resolución de conflictos
morales que se plantean de hecho en el momento actual: se refieren sobre todo a la ecología
y medioambiente, el reparto de la riqueza y expolio del tercer mundo, la industria
armamentística y la justificación de las guerras, la biología y la medicina en cuestiones
relacionadas con las posibilidades de la genética, la experimentación con seres vivos, la
eutanasia, etc.

El carácter deontológico de la ética discursiva es definido así por Apel: Es deontológica en la


medida en que plantea la pregunta por lo obligatoriamente debido para todos, previamente a
la pregunta platónico–aristotélica –y nuevamente utilitarista– por el télos de la vida buena, por
ejemplo, por la felicidad del individuo o de una comunidad. La ética discursiva actúa de este
modo, no porque menosprecie el problema de la vida buena o perfecta o del bienestar de una
comunidad, ni porque no lo considere problema de la ética, sino fundamentalmente porque, en
cuanto ética crítico–universalista, ni puede ni quiere prejuzgar dogmáticamente el télos–
felicidad de los individuos y las comunidades, sino dejarlos a su discreción.
(K.O. Apel “¿Límites de la ética discursiva?”)
Biografías de Filósofos - Aristóteles
Debemos al historiador griego Diógenes Laercio los principales datos sobre la vida y obras de este
filósofo que junto con Sócrates y Platón simbolizan la búsqueda filosófica occidental. Nace en 384
a.C. en Estagira (Tracia) y muere en Calcis (Eubea) en 322 a.C..

Su padre, Nicómaco, era el médico de Amintas, padre de Filipo y rey de Macedonia. A la muerte de
Nicómaco se hace cargo del joven Aristóteles su pariente Proxeno, hasta que, a los 17 años, se
traslada a Atenas para ingresar como discípulo en la Academia de Platón, donde permanece durante
veinte años, hasta la muerte de su maestro en 347. Se ha conjeturado si su marcha estuvo
relacionada con el hecho de no haber sido elegido como sucesor al frente de la escuela filosófica, o
bien se debió a la guerra entre macedonios y atenienses, iniciada en 359.

El caso es que, junto con Jenócrates, se traslada a Assos y allí se casa con Pitia, hija adoptiva de
Hermias el tirano, con la cual tuvo una hija, Pitia. Merece subrayar el hecho de que Hermias,
además de suegro, podría calificarse como discípulo del filósofo, así lo indican sus últimas palabras
al caer en poder de los persas y ser torturado: "Decid a mis amigos y colegas que no me he
doblegado ni he hecho nada indigno de la filosofía". A la muerte de su esposa Pitia, convive con
Herpilis, de quien tuvo a Nicómaco, su hijo y destinatario de un tratado sobre ética. Durante su
estancia en Assos forma escuela con algunos condiscípulos de la academia, entre ellos Teofrasto,
que sería su sucesor en el Liceo. De allí se traslada a Mitilene, ciudad de la isla de Lesbos hasta que
Filipo le llama a la corte macedonia en 343 para hacerse cargo de la educación de su hijo Alejandro,
que a la sazón contaba trece años de edad. A los cuarenta y nueve años de edad, en 335, Aristóteles
regresa a Atenas y es entonces cuando funda un nuevo centro de enseñanza, el Liceo, pero la muerte
de Alejandro exacerba el odio ateniense hacia los macedonios y es amenazado con un proceso por
impiedad, por lo que se ve obligado a refugiarse en Calcis, donde muere, a los sesenta y dos años de
edad.
Inmanuel Kant
Considerado por muchos como el más influyente filósofo de la era moderna, Inmanuel Kant nació
en Königsberg el 22 de abril de 1724, cuarto hijo de una familia humilde de once hermanos.
Fue educado en el espíritu religioso del pietismo, en el Collegium Fredericianum cuyo director,
Francisco Alberto Schultz, personalidad notable del pietismo en aquel tiempo, se vio atraído por las
sorprendentes cualidades intelectuales de Kant, pese a su corta edad. Allí trabaría amistad con
Runken –quien llegaría a ser uno de los profesores más célebres de Leyde– con quien leía a los
autores clásicos, pues ambos cifraban sus placeres en este estudio y en una sana lucha de talento.
A los dieciséis años ingresó en la Universidad de Königsberg, donde estudió filosofía, matemáticas
y física newtoniana y, sobre todo, a los clásicos; su maestro fue Martin Knutzen, wolffiano
heterodoxo de ideas renovadoras. La situación de crisis de la metafísica racionalista de Wolf, y los
problemas surgidos de los nuevos planteamientos de la física de Newton, junto con el pietismo
ambiental vivido desde su infancia, configuran el ambiente intelectual de la juventud de Kant.
Aunque tras la muerte de su padre tuvo que abandonar sus estudios universitarios y ejercer como
tutor, en 1755 reanudó sus estudios, consiguiendo el doctorado con su disertación "Principiorum
cognitionis metaphysicae nova dilucidatio", obteniendo la libre docencia en la Universidad de
Kõnigsberg, donde impartió durante quince años sus cursos libres sobre diversas disciplinas,
disertando sobre ciencia y matemática, hasta llegar a tocar casi todas las ramas de la filosofía.
En 1766 fue nombrado bibliotecario de la Biblioteca Privada de Kõnigsberg y cuatro años más
tarde, en 1770, se le concedió la cátedra de lógica y metafísica en la Universidad, con su tesis sobre
el fuego. Kant ejerció este cargo hasta su muerte, cumpliendo escrupulosamente sus deberes
académicos, a pesar de la enfermedad senil que sufrió en los últimos años de su vida.
Vida de Kant
La vida de Kant carece de acontecimientos especiales, pues permaneció profundamente concentrado
en un esfuerzo continuo de pensamiento. Sin embargo, simpatizó con la guerra de independencia
americana y con los postulados de la Revolución Francesa. Consideraba que ambos procesos se
encaminaban hacia la realización del ideal de libertad política, según expuso en su obra "Por la paz
perpetua", consistente en una constitución republicana fundada sobre tres principios: en primer
lugar, el principio de libertad de los miembros de una sociedad, como hombres, en segundo lugar,
sobre el principio de independencia de todos, como súbditos y en tercer lugar, sobre la ley de
igualdad como ciudadanos.
Sus enseñanzas poco ortodoxas sobre religión, que se basaban más en el racionalismo que en la
revelación divina, le acarrearon grandes problemas, y le llevaron al único incidente de su vida, al
entrar en conflicto con el gobierno prusiano, después de la publicación de la segunda edición de la
"Religión dentro de los límites de la razón". El rey Guillermo II de Prusia había restringido en 1788
la libertad de imprenta, sometiendo a censura previa las publicaciones de carácter religioso; y a
pesar de que la obra de Kant había sido censurada previamente, recibió una carta del rey por la que,
considerando que sus ideas conculcaban los principios fundamentales de la Biblia y del
cristianismo, a partir de ese momento se le prohibía a Kant impartir clases o escribir sobre asuntos
religiosos. En su respuesta, el filósofo rechazó la acusación, pero prometió atenerse al veto "como
súbdito de su Majestad", frase con la cual entendía librarse de su obligación a la muerte del
monarca. En efecto, con la llegada al trono de Federico Guillermo III en 1797, la libertad de prensa
fue restaurada y Kant pudo reivindicar nuevamente la libertad de pensamiento y de expresión, frente
a las arbitrariedades del despotismo.
En los últimos años de su vida sufrió una debilidad senil que mermó progresivamente sus
facultades, hasta morir el 12 de febrero de 1804; las últimas palabras que pronunció fueron: "Está
bien", como broche a su extraordinaria existencia.
Era profundamente reflexivo, de imperturbable serenidad, dotado de una amplia erudición, que
adornaba con una agudeza y sentido del humor notables.
Su pensamiento se nutrió de las ideas de Leibniz, Wolff, Baumgarten, Crusius y Hume, de las leyes
naturales descubiertas por Newton y Kepler, entre otros físicos, y acogió con un inmenso interés la
obra de Montesquieu, Gibbon, Robertson y Rousseau, concretamente el Eloísa, y el Emilio, cuya
lectura fue lo único que le hizo variar sus estrictas costumbres cotidianas de vida. La historia de los
hombres, los pueblos y la naturaleza, las matemáticas y la experiencia, eran sus fuentes. Cultivó las
bellas letras, prefiriendo a Klopstock y a Wieland entre todos los poetas alemanes.
Epicuro nació en Gargeta, en el año 341 aC y murió en Ática, en 270 aC. Fue un filósofo griego,
fundador de la escuela a la que dio nombre.
De padres pobres (Neocles, su padre, era maestro de escuela y Queréstrates, su madre, adivina)
se educó en Samos, lugar en el que los atenienses habían establecido una colonia, de la que pasó a
Atenas a la edad de diez años, ciudad que abandonó a la muerte de Alejandro Magno.
Según Demetrio de Magnesia, citado por Diógenes Laercio, Epicuro recibió en Atenas las
lecciones del académico Jenócrates, abriendo en Lampsaco, a la edad de 39 años, una escuela que
luego trasladaría a Atenas. Otras fuentes señalan, sin embargo, que originalmente la escuela se
fundó en la isla de Lesbos, trasladándose con posterioridad a Lampsaco.
En cualquier caso, una vez en Atenas, fue jefe de la secta que lleva su nombre hasta su
fallecimiento a la edad de 72 años, dejando la dirección de su escuela en manos de Hérmaco de
Mitilena, quien afirmó que su maestro, después de haber sido atormentado por crueles dolores
durante catorce días, sucumbió víctima de una retención de orina causada por el mal de la piedra.
En su testamento, conservado por Laercio, otorgó la libertad a cuatro de sus esclavos.
A su muerte dejó 300 manuscritos, incluyendo 37 tratados sobre física y numerosas obras sobre
el amor, la justicia, los dioses y otros temas, según refiere el Laercio en el siglo III.
A pesar de ello, de sus escritos sólo se han conservado tres cartas y algunos fragmentos breves.
Las principales fuentes sobre las doctrinas de Epicuro son las obras de los escritores romanos
Cicerón, Séneca, Plutarco y Lucrecio, cuyo poema "De rerum natura" (De la naturaleza de las
cosas) describe el epicureísmo en detalle.

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