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Evaluación de Proceso
UNIDAD Nº1 "Héroes y heroínas"
Objetivo: Demostrar los conocimientos y habilidades de comprensión lectora adquiridas durante el proceso
de enseñanza/aprendizaje de la unidad nº 1 y refuerzo, a través de la resolución de una prueba escrita.
INSTRUCCIONES:
Lee con mucha atención cada pregunta y piensa la respuesta antes de contestar.
Subraya aquella información que te permite responder cada pregunta formulada.
Cuando estés completamente seguro(a) de tu respuesta, marca con una X la letra de la alternativa que
consideres correcta.
Utiliza lápiz pasta azul o negro para responder.
En caso de correcciones o selección de más de una alternativa, la respuesta se considerará NULA.
Un día, Isaí le dijo a su hijo David: «Toma esta bolsa de trigo tostado y estos diez panes, y vete
pronto al campamento para dárselos a tus hermanos. Lleva también estos diez quesos para el jefe del
batallón. Averigua cómo les va a tus hermanos, y tráeme una prueba de que ellos están bien. Los
encontrarás en el valle de Elá, con Saúl y todos los soldados israelitas, peleando contra los filisteos».
David cumplió con las instrucciones de Isaí. Se levantó muy de mañana y, después de
encargarle el rebaño a un pastor, tomó las provisiones y se puso en camino. Llegó al campamento en el
Corporación Educacional San Sebastián Profesor(a): Paulina Flores Echeverría
Escuela Básica “San Sebastián” Asignatura: Lenguaje y Comunicación
PADRE LAS CASAS Curso: 7º básico
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momento en que los soldados, lanzando gritos de guerra, salían a tomar sus posiciones. Los israelitas y
los filisteos se alinearon frente a frente. David, por su parte, dejó su carga al cuidado del encargado de
las provisiones, y corrió a las filas para saludar a sus hermanos. Mientras conversaban, Goliat, el gran
guerrero filisteo de Gat, salió de entre las filas para repetir su desafío, y David lo oyó. Cada vez que los
israelitas veían a Goliat huían despavoridos. Algunos decían: «¿Ven a ese hombre que sale a desafiar a
Israel? A quien lo venza y lo mate, el rey lo colmará de riquezas. Además, le dará su hija como esposa,
y su familia quedará exenta de impuestos aquí en Israel».
David preguntó a los que estaban con él:
―¿Qué dicen que le darán a quien mate a ese filisteo y salve así el honor de Israel? ¿Quién se cree este
filisteo pagano, que se atreve a desafiar al ejército del Dios viviente?
―Al que lo mate —repitieron— se le dará la recompensa anunciada.
Eliab, el hermano mayor de David, lo oyó hablar con los hombres y se puso furioso con él. Le
reclamó:
―¿Qué has venido a hacer aquí? ¿Con quién has dejado esas pocas ovejas en el desierto? Yo te
conozco. Eres un atrevido y mal intencionado. ¡Seguro que has venido para ver la batalla!
―¿Y ahora qué hice? —protestó David—. ¡Si apenas he abierto la boca!
Apartándose de su hermano, les preguntó a otros, quienes le dijeron lo mismo. Algunos que oyeron lo
que había dicho David se lo contaron a Saúl, y este mandó a llamarlo. Entonces David le dijo a Saúl:
―¡Nadie tiene por qué desanimarse a causa de este filisteo! Yo mismo iré a pelear contra él.
―¡Cómo vas a pelear tú solo contra este filisteo! —replicó Saúl—. No eres más que un muchacho,
mientras que él ha sido un guerrero toda la vida.
David le respondió:
- A mí me toca cuidar el rebaño de mi padre. Cuando un león o un oso viene y se lleva una oveja del
rebaño, yo lo persigo y lo golpeo hasta que suelta la presa. Y, si el animal me ataca, lo agarro por la
melena y lo sigo golpeando hasta matarlo. Si este siervo de Su Majestad ha matado leones y osos, lo
mismo puede hacer con ese filisteo pagano, porque está desafiando al ejército del Dios viviente. El
Señor, que me libró de las garras del león y del oso, también me librará del poder de ese filisteo.
―Anda, pues —dijo Saúl—, y que el Señor te acompañe.
Luego Saúl vistió a David con su uniforme de campaña. Le entregó también un casco de bronce y le
puso una coraza. David se ciñó la espada sobre la armadura e intentó caminar, pero no pudo porque no
estaba acostumbrado.
―No puedo andar con todo esto —le dijo a Saúl—; no estoy entrenado para ello.
De modo que se quitó todo aquello, tomó su bastón, fue al río a escoger cinco piedras lisas, y las
metió en su bolsa de pastor. Luego, honda en mano, se acercó al filisteo. Este, por su parte, también
avanzaba hacia David detrás de su escudero. Le echó una mirada a David y, al darse cuenta de que era
apenas un muchacho, trigueño y buen mozo, con desprecio le dijo:
―¿Soy acaso un perro para que vengas a atacarme con palos?
Y maldiciendo a David en nombre de sus dioses, añadió:
―¡Ven acá, que les voy a echar tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo!
David le contestó:
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3. Completa los espacios de la siguiente oración, escogiendo el par de palabras que faltan en el
orden que corresponde:
En el texto se afirma que Goliat era………………………….. y David……………………….
A. Creyente - Ateo
B. Ateo- creyente
C. Filisteo - israleí
D. Israelí - filisteo
13. ¿Por qué Saúl no creyó que David fuese capaz de derrotar a Goliat?
A. Por su apariencia física
B. Por su corta edad
C. Porque no lo conocía
D. Por todas las anteriores
A. Un narrador protagonista
B. Un narrador testigo
C. A Goliat
D. ayc
15. A partir de las siguientes expresiones ¿ Con cuál se infiere que David confiaba en que Dios lo
ayudaría?:
A. "La batalla es del Señor, y él los entregará a ustedes en nuestras manos."
B. "¿Quién se cree este filisteo pagano, que se atreve a desafiar al ejército del Dios viviente?"
C. "…yo vengo a ti en el nombre del Señor Todopoderoso"
D. "…todo el mundo sabrá que hay un Dios en Israel."
POEMA DE EL CID
B. Lo llevó a un circo.
C. Lo llevó a la jaula.
D. Lo adoptó como mascota.
25. Al final del poema se dice que los infantes de Carrión se sintieron:
A. Orgullosos.
B. Avergonzados.
C. Contentos.
D. Tristes
Príamo, muriendo los demás. Zeus ordena que lo dejes libre: no está condenado a morir lejos de los
suyos, sino a reunirse con ellos.
- Crueles sois los dioses, que no aceptáis que una diosa pueda unirse a un hombre que ama y a quien
salvó cuando flotaba sobre el mar tomado de un madero de su nave. Lo he cuidado con amor y me
prometía hacerlo inmortal y librarlo de la terrible vejez. Pero si Zeus lo quiere y ya que nadie puede
oponerse a su voluntad, que se vaya a lo largo y a lo ancho del mar. No puedo 1levarlo yo, pero le
aconsejaré el mejor medio de llegar a su tierra.
El mensajero le aconsejó que no olvidara el mandato de Zeus y partió, dirigiéndose entonces
Calipso a donde estaba Ulises llorando, pues lo que al principio le pareció una dulce vida se había
convertido para él en suplicio, la ninfa y sus encantos ya no le atraían. La ninfa de hermosos bucles se
acercó y le dijo:
-No llores más, divino Ulises: he decidido dejarte ir. Para ello, sin embargo, habrás de construir tú
mismo una balsa con un puente que te permita navegar en alta mar. Yo te daré pan, vino y viandas para
que no mueras de hambre, y vestidos y todo lo necesario para que llegues a tu tierra.
Ulises le preguntó a la ninfa si quizás planeaba algo más que su retorno, pues era difícil atravesar los
mares en una frágil balsa. Debería jurarle que no ocultaba otro designio. Palabras a las que Calipso
contestó diciendo que sólo a un malvado inteligente podían ocurrírsele palabras semejantes. Y ante él
pronunció de inmediato el juramento de que no abrigaba nada malo contra él y que, al contrario, lo
aconsejaría como nadie. Lo llevó, entonces, hacia la gruta, sentándose Ulises en el asiento que había
ocupado Hermes. Luego la ninfa sirvió bebidas y viandas y disfrutaron juntos de ellas. Al terminar de
comer habló Calipso:
- Ingenioso Ulises, hijo de Laertes, ¿es cierto que quieres volverte a tu amada tierra? Deseo que lo
hagas con la mayor felicidad, pero si supieras los riesgos que te esperan en el viaje, preferirías quedarte
aquí conmigo, deleitándote en esta gruta y con la esperanza de llegar a ser inmortal; llegarías incluso a
olvidar a tu esposa. No creo tener menos belleza que ella, pues los dioses somos superiores a los
mortales.
- No te enojes conmigo, diosa - se disculpó el astuto Ulises-; pero aunque Penélope no pueda nunca
igualarte en belleza, quiero volver a mí casa, y si antes de llegar a ella un dios me hundiera en el mar,
deberé resignarme, pues estoy resuelto a hacer frente a lo que venga.
El sol cayó y Ulises y Calipso se dirigieron al fondo de la gruta a pasar su última noche de amor.
Cuando surgió la hija de la mañana, la Aurora de rosados dedos, Ulises se levantó y, junto con él, la
ninfa, que se preocupó de preparar la marcha de Ulises. Le dio un hacha de fina madera y lo condujo
hacia el lugar de la isla en donde podrían encontrar árboles de madera apropiada. Allí lo dejó,
empezando el divino Ulises a cortar lo que necesitaba, desbastando, puliendo y alineando las tablas,
tablas que luego, al llegar Calipso con herramientas adecuadas, cortó, perforó y unió, construyendo,
con ayuda de la ninfa, una balsa de buenas dimensiones, a la cual puso mástil, velas, timón y bordas. A
los cuatro días pudo dar por terminado su trabajo y al quinto Calipso le permitió abandonar la isla,
luego de bañarlo y vestirlo con ropas muy finas y perfumadas. En la balsa llevaba vino, agua, víveres
y ropas, todo puesto ahí por la enamorada, quien en el momento adecuado hizo soplar una brisa que
desplegara bien 1as velas. Ulises, sentado en el timón, partió y entró en la noche navegando por medio
de las observaciones del cielo: las Pléyades, el Boyero, y la Osa, llamada por algunos Carro, la única
constelación que no se hunde en el mar. Ulises navegó, sin tropiezos durante diecisiete días, al cabo de
los cuales descubrió en el horizonte las sombrías tierras de los feacios.
En dicho instante Poseidón dejaba el país de los etíopes y desde la cumbre del monte Solimos
descubrió, navegando, la barca de Ulises. Enojado, exclamó:
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- Parece que mientras estaba en Etiopía los dioses cambiaron de parecer respecto de Ulises y ahí veo
que se acerca a la tierra feacia, donde podría librarse de la mala suerte que le ha perseguido. Me las
arreglaré para que no sea así.
Reunió sombrías nubes e hizo levantar las olas, moviendo hacía aquel lugar poderosos vientos; hizo
venir la noche, y Ulises, ante todo esto, se sintió morir. ¿Qué peligros lo amenazaban de nuevo? ¿Irían
a cumplirse las predicciones de Calipso, se acercaría la muerte ya? ¡Ojalá hubiera sucumbido en Troya
o después en el mar, con sus compañeros! Y en los instantes en que, atemorizado, se hacía estas
preguntas, una inmensa ola se precipitó sobre su frágil balsa, echándolo a él al agua. El viento partió el
mástil y Ulises se vio sumergido en el obscuro mar, aunque pudo recuperarse un poco y nadar hacia la
balsa, a la que se subió, salvándose. La embarcación, sin dirección, tomó el rumbo que el viento quiso.
La Diosa de hermosos tobillos, Ino, hija de Cadmo, vio la situación en que se hallaba Ulises, y, como
había sido mortal, se compadeció de él. Se transformó en gaviota, se posó sobre la balsa y habló así a
Ulises:
- ¿Por qué Poseidón está tan irritado contra ti? No lo sé, pero te ayudaré. Mira: sácate esa ropa, deja la
balsa y nada con toda tu fuerza hacia la tierra de los feacios. Toma este velo de inmortal y sujétalo a tu
pecho; te librará de todo; pero en cuanto toques la orilla desátatelo y échalo al mar sin mirarlo.
Dicho esto, desapareció. Ulises empezó a reflexionar sobre lo que le había ocurrido y lo que
había visto y oído y se preguntó si no se trataba de alguna nueva mentira. Resolvió sujetarse a la balsa
y seguir. Pero apenas había resuelto eso se levantó otra inmensa ola que lo dejó a merced de las olas.
Ulises tomó uno de los maderos de la balsa, se sacó las ropas dadas por Calipso, se ciñó al pecho el
velo dado por Ino, llamada ahora Leucotea, diosa de las profundidades del mar, y comenzó a nadar.
Poseidón, viendo todo esto, hizo un gesto de ira y se dijo que sin duda Zeus quería que los sufrimientos
de Ulises se calmaran un poco, permitiéndole llegar a tierra, pero que él se encargaría de que todo no le
saliera tan bien. En seguida, fustigó sus veloces corceles y desapareció, momento que aprovechó
Atenea para frenar los vientos y permitir que Ulises braceara bien en su marcha hacia tierra.
Nadó durante dos días y dos noches, y cuando ya creía que moriría en el mar, pudo ver, desde lo alto de
una ola, una costa cercana, cuya vista le inspiró fuertes bríos, nadando hacia la ribera. Pronto, sin
embargo, advirtió que no había allí playa alguna a que arribar, sino acantilados, arrecifes y remolinos, y
ese espectáculo lo sumió en una triste divagación sobre su destino, divagación que una enorme ola
interrumpió al lanzarlo con toda violencia hacia la costa. Y se habría estrellado y hecho pedazos si
Atenea no le hubiese inspirado el gesto de tomarse a una roca con fuerza, siendo sacado de allí por la
fuerte resaca, que volvió a lanzarlo adentro. Atenea acudió de nuevo en su auxilio e hizo que nadara a
lo largo de la costa hasta la boca de un pequeño y hermoso río, de suave corriente y sin rocas, por el
cual entró sin tropiezos. Al llegar al lugar más seguro dirigió una oración a la diosa, agradeciéndole su
ayuda y rogándole no lo abandonara.
(La Odisea. Homero)