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Contaminar es malo y eso es lo único que sabemos

Quisiera empezar esta columna con dos premisas sobre las cuales, sentido común
mediante, debiera existir relativo consenso. La primera, que la contaminación, en tanto
alteración negativa de un ecosistema, es algo que como humanos debiésemos propender
a disminuir. Podemos discutir si acaso se da en la práctica, pero yo le asignaría un valor
de verdad social similar al ”matar es malo”. Hay gente que mata, por supuesto. Hay gente
que justifica matar, claro. Pero es relativamente universal que uno no debiera matar, y que
si lo hace al menos debiera hacer el intento de ocultarlo o estar dispuesto a pasar una
temporada en un calabozo.

La segunda premisa no resulta tan universal, pero desde una perspectiva científica es al
menos lógica: el estado actual de las Ciencias de la Tierra y la complejidad del problema
de la contaminación, en todas sus dimensiones, hacen prácticamente imposible un análisis
coherente del momento actual, ni permiten la toma de decisiones a futuro basadas en
criterios técnicos. En términos simples, no tenemos una idea acabada de cómo funciona
la Tierra. No entendemos muy bien qué pasa, ni qué podría pasar, y muchas veces lo poco
que logramos dilucidar lo hacemos pésimo. Aquí discrepo parcialmente de planteamientos
reduccionistas como el de Al Gore en su documental, dónde de un modo muy efectista
pone esas curvas de temperatura y concentración de CO2 y de pronto da la impresión que
todo hace sentido. No dudo de aquello, ni es un mal comienzo, pero las leyes físicas que
gobiernan el comportamiento del clima y de los procesos químicos que ocurren en nuestro
planeta distan mucho de ser así de simples.

Un ejemplo: en su afán de adoptar políticas verdes, políticamente correctas, la OMI


(Organización Marítima Internacional, organismo rector del transporte marítimo mundial)
ha decretado una reducción en la cantidad de azufre presente en el combustible de los
barcos (menos refinado que el combustible usual) de un 4.5% a un 0.5% de aquí al 2020;
se estima que con esta medida se logra prevenir alrededor de 40.000 muertes al año
relacionadas con la contaminación con azufre (esta estadística es tan cierta como cuando
en el comercial de aspirina se asegura que ésta previene 1 de cada 2 infartos). Sin
embargo, es sabido que este mismo azufre, al ser expulsado por las chimeneas de los
buques, genera procesos químicos que poseen un efecto de enfriamiento en nuestra
atmósfera, compensando el efecto calentador de aproximadamente el 40% del CO2
generado por humanos.

Tenemos entonces una relación un tanto desafortunada entre calidad del aire y
calentamiento global: paradójicamente, el aire contaminado con azufre posee un efecto
positivo sobre otros procesos geofísicos. Y así como éste caso hay muchas relaciones
tanto o más complejas. Y si, al igual que la OMI, seguimos actuando de modo tan tuerto,
sacando tierra de un hoyo para tapar otro, es poco probable que podamos hacernos cargo
del problema del calentamiento global en un plazo razonable.
Sobre los verdes, el “fair trade” y tantas otras hierbas
Creo que desde que vivo en Noruega caí en la cuenta de todo el fraude. No todo lo que
brilla es oro, ni todo lo que es etiquetado de “verde” necesariamente implica un mejor
ecosistema. Dinamarca y los países bajos han llenado su paisaje de aerogeneradores.
Con datos en mano, ningún proyecto eólico en la actualidad alcanza a generar siquiera el
25% de la energía que prometió cuando fue formulado en papel, y los habitantes de esos
países han terminado pagando la energía más cara de Europa subvencionando
experimentos fallidos. Ni hablar de la disrupción en el paisaje, ni del problema que generan
los molinos al desorientar bandadas de aves que de pronto ven interrumpidas sus rutas
con turbinas gigantes.

La gente con la que trabajo tiene dos filiales: una en Oslo, y la casa matriz en Bergen, un
pueblo al oeste en los fiordos noruegos. Esto durante años ha generado una cantidad de
viajes considerable de empleados entre ambas ciudades, y como el terreno es escarpado,
lo que en tren se hace en ocho horas y media, en avión dura cuarenta minutos, al mismo
costo. En la cena de fin de año, la gerente (en noruega las mujeres mandan, por cierto)
anuncia que a partir de este año usaremos un sistema de teleconferencias de última
generación para evitar tanto viaje. Y como ellos son verdes, han calculado la cuota de
CO2 que han puesto con sus viajes, más el dinero que han ahorrado con el
nuevo sistema, y han comprado el equivalente en bonos de carbón, que no es más que
una forma de especular financieramente con la contaminación, disfrazada de conciencia
ecológica.
En el supermercado noruego, hay de todo, un poco congelado y desabrido, pero de todo.
Paltas chilenas, peruanas, israelíes o mexicanas dependiendo de la temporada. En el
pasillo del café, si bien en Noruega jamás se ha producido un grano pero en el
supermercado hay más variedad que en cualquier otro lado del mundo, una amiga me
comenta que ella sólo compra fair trade; en lugar de comprar el café a la transnacional
explotadora, ella compra un café que viene con una foto de un desdentado campesino de
algún país caribeño, al cual otra transnacional explotadora ha certificado pagar un precio
”justo” por el grano. Ella se siente sustentable, el campesino seguramente se sigue
muriendo de hambre, pero para poder ganar dinero a costa de la conciencia de mi amiga,
la transnacional explotadora ha debido llenar un buque transatlántico para llevar café
desde el Caribe a un sitio donde por milenios no ha habido más que árboles y rocas.
Ahora que lo pienso, ese buque pone azufre en el aire que ayuda a mitigar el efecto de la
contaminación que genera la gente que trabaja conmigo cuando vuela, pero cuando ellos
dejen de volar y hablen por teleconferencia, el buque usará combustible sin azufre y ya no
enfriará. No les he contado que el avión despegará igual con o sin mis colegas, así que al
final del día probablemente el resultado será igual, quizás peor. En teoría algo debiese
ayudar ese bono de carbón que supuestamente preserva unos metros cuadrados de selva
amazónica, pero los brasileños no son tontos, y como saben que eso se va a secar pronto,
mejor la echan abajo antes ellos y hacen algo de dinero.

El principal problema relacionado con el calentamiento global, no tiene que ver con osos
polares que mueren en el Ártico buscando algo firme y comida (de hecho hay países que
se benefician del derretimiento del Ártico para utilizar nuevas rutas de navegación más
expeditas). El principal problema es geopolítico: se trata de cientos de millones de
personas que en los próximos 50 años deberán desplazarse desde su hogares donde la
agricultura no será posible ni contarán con los medios para importar alimentos. Se trata de
toda la franja ecuatorial, que tal como hoy, emigra hacia el norte, sólo que a un ritmo
mucho mayor al actual. Estados Unidos ya ha previsto esto y cada día endurece más su
control fronterizo en el sur. A China le ayuda su geografía montañosa. El resto, o se morirá
de hambre o tratará de emigrar a Europa. Europa, que actualmente a duras penas lidia
con la immigración desde África del Norte y Asia Occidental, tendrá que enfrentar un flujo
aún mayor de personas que huyen de la precariedad económica y alimentaria generada
por la alteración de los ecosistemas allí existentes. No es casualidad entonces que los más
verdes, lo más preocupados por solucionar esto del calentamiento global, los que más
gozan con estos conceptos de mentira, con la falsa sensación de que algo se está
logrando, sean aquellos que en el futuro próximo vivirán en su propio territorio las
consecuencias que ha generado la explotación irracional de recursos que han llevado a
cabo desde que decidieron salir a ”colonizar”.
Entonces, lo mejor sería que viniera un meteorito y nos
borrara de una.
Es natural en este punto preguntarse, y entonces qué? Nos matamos? Contaminamos y
empatamos? En lo personal creo que cualquier estrategia debe basarse en las dos
premisas que establecí al inicio: que contaminar es malo y que es poco lo que sabemos
más allá de eso. Como no hay muchos criterios técnicos para decidir, lo único que nos
queda es guiarnos por un principio que establezca que, idealmente, nuestros actos
debiesen tender a tener un impacto mínimo en nuestro entorno. Reciclar, por ejemplo, por
muy tedioso que resulte, jamás sera algo que contribuya a contaminar y por tanto es una
práctica que se debiera fomentar.

Si repasamos la escena del supermercado, qué tanto sentido tiene que un país de 4
millones y medio de habitantes, en el polo norte, por haber tenido la suerte de estar
sentado sobre petróleo, tenga acceso a una cantidad absurda de bienes que no son
generados ahí? En Noruega jamás han habido paltas, es realmente necesario que por
darle en el gusto a alguien, sólo porque está dispuesto a pagar por ello, las hayan los 365
días del año? Yo entiendo que con esto de la globalización y la economía de mercado
resulta un tanto irreal pensar en medidas que vayan contra el libre acceso al consumo,
pero también entiendo que es necesario para la supervivencia del género humano un
replanteamiento urgente de las escalas en las que queremos vivir.
Hace poco en Chile se inauguró una nueva torre, la más alta, y después vendrá otra con
más metros, y uno prende la tele en el Discovery Channel y salen las megaconstrucciones,
los megapuentes, las megaciudades del futuro, y los megabarcos para llevar miles de
autos desde Japón hasta Sudamérica, y yo creo que si no queremos enfrentar un
megadesastre la micro va para otro lado. Creo que no es necesario comprarlo todo ni
comérselo todo, y en cambio debemos aprender a vivir a escala humana. Ni micro ni
mega. Humana. Ciudades limpias, sin tanta gente, donde quizás no se pueda comprar
todo lo que hay en el resto del mundo, ni frutas exóticas, pero donde se pueda vivir bien, o
al menos vivir. Siempre me ha llamado la atención cómo lo hacen las comunidades
indígenas para vivir con a veces tan sólo decenas de personas, pues a ratos me
acostumbré a lo otro y me parece que no puede haber vida humana a esa escala. Y eso
es un error fundamental, no se trata de volver a las cavernas, pero sí de deshacer un par
de pasos, al menos hasta el punto donde perdimos el ritmo.

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