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TRATADO DE LA BARBARIE
DE LOS PUEBLOS
CIVILIZADOS
TE
EN
Edición de
GONZALO PONTÓN
ES
Traducción de
PALMIRA FEIXAS
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DO
SA
PA
BARCELONA
TE
EN
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
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1. Sobre la religión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
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2. Sobre la moral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
SA
Sobre el despotismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
El interés del gobierno es el mismo que el de la
nación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
La cesión de súbditos de una potencia a otra . . . . . 68
Sobre el impuesto y el crédito público . . . . . . . . . 70
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5. Sobre la guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
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6. Sobre el comercio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
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Sobre las colonias en general . . . . . . . . . . . . . . . . . 113
Las colonias francesas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126
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En el año 1770 se publicó en Amsterdam, en francés, un libro
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que llevaba el largo título de Histoire philosophique et politique
des établissements et du commerce des Européens dans les deux
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madora de la acción de los imperios, que implicaba rechazar
los fundamentos mismos de su «derecho» a colonizar y escla-
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vizar a otros seres humanos, convertía a la Historia en un libro
profundamente subversivo y por lo tanto atractivo para un
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lector que quisiera estar à la page y que pudiera encontrar en su
lectura, además, la fuente de placer estético que buscaba en
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TE
de las poco más de tres mil de que constaba la edición de 1780.
Nos ha parecido, pues, que valía la pena rescatar esos
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textos políticos de Diderot, prácticamente desconocidos e
inéditos hasta ahora en lengua castellana. Ante la inconve-
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niencia material de reproducirlos todos, hemos recogido en
este libro, siguiendo en ello la edición de Laurent Versini,2
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razón y que tenga como objetivo la búsqueda de la felicidad
general.
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Para Diderot, la principal obligación del estado nacido
del pacto social es, precisamente, la persecución de esa feli-
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cidad general, del «bien común», que lo legitimará a su vez
para exigir al hombre que vive en sociedad su entrega al
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TE
fanático y sedicioso, hasta el punto de aconsejar a Luis XVI
que lo reduzca a una indigencia que «lo haga tan vil como
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inútil».
Aunque protegido por el anonimato, Diderot sabe bien
ES
que lo que está diciendo es anatema en su mundo y en su
época: «el hombre que reivindique los derechos del hombre
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colonias americanas?
A Diderot le interesa denunciar esa barbarie, pero más
allá de abundar en el viejo relato de la inhumanidad de espa-
ñoles, portugueses, franceses o ingleses, lo que le importa es
profundizar en las causas de un comportamiento que, como
europeo, le repugna y le avergüenza. Por eso, antes de re-
procharles su miseria y su maldad, los contempla a través del
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Diderot es un moralista, y el cauce literario más adecuado
que encontrará para sus invectivas éticas será el del apóstrofe y
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el del diálogo imaginario o fingido. Utilizará el apóstrofe —a
Luis XVI para reprocharle sus gastos escandalosos y recor-
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darle que sus súbditos pasan hambre, a los soberanos de las
naciones coloniales y, sobre todo, a los reyes de España para
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es decir, de que se convierta en un estado del bienestar avant
la lettre, se traducirán en hechos durante la Revolución fran-
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cesa; mejor dicho, durante el régimen jacobino, que, ampara-
do por la Constitución del año 1793, instituirá, aunque sea de
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forma efímera,4 una estructura de beneficencia, un programa
nacional de bienestar social y un sistema de enseñanza obliga-
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TE
Dice Diderot que la libertad de los indígenas ha sido
conculcada desde el momento en que los europeos ocupa-
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ron sus tierras por la fuerza de las armas, y afirma que los
recién llegados al Nuevo Mundo solo tenían derecho a es-
ES
tablecerse en lugares desiertos y deshabitados, puesto que
si la región estaba poblada solo podían pretender la hospi-
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TE
los tiranos se los expulsa o se los aniquila: después de la
razón, la libertad es el carácter distintivo del hombre, y «lo
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que iban a perder, la libertad, no podía ser compensado
por lo que debían conservar». En su discurso, Diderot de-
ES
nuncia la injusticia que reina en Europa por la desigualdad
artificial de las fortunas, agudizada por el oro de las Indias,
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han vivido tan aislados como se pretende. Siempre han al-
bergado un germen de sociabilidad que tiende a desarrollar-
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se sin cesar». Y contra Rousseau, no solo no cree que sea un
error atribuir al hombre natural una concepción del mundo,
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sino que exige respeto para las instituciones y las formas
culturales propias de los indígenas. No solo niega que los
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TE
no va a mejorar, ¡ojalá se extinga!». Más de dos siglos des-
pués de que Diderot escribiera estas terribles palabras, la
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especie humana, por fortuna, no se ha extinguido, pero,
cuando en nuestros días otras colonizaciones y nuevos im-
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perialismos atentan contra nuestra dignidad, tal vez quepa
preguntarse: ¿hemos sabido hacerla mejor?
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Gonzalo Pontón
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5. Josep Fontana, Europa ante el espejo, Crítica, Barcelona, 1994, p. 107.