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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero
El libro El origen del lenguaje, de Ángel García López, propone una explicación
a la cuestión que le da título que permite integrar las principales aportaciones al respecto
enmarcándolas en una hipótesis unificadora de los enfoques y teorías más aceptados. En
este sentido, su propuesta ofrece una explicación científica que supera las barreras y
limitaciones tradicionales en torno al origen del lenguaje, encarando el tema desde una
perspectiva científica que mantiene el rigor pero también con pretensiones divulgativas,
y recogiendo aportaciones de diversas disciplinas, tanto Ciencias y Humanidades, en la
medida en la que todas ellas permiten acercarse a un fenómeno que tiene implicaciones
en diversos ámbitos de estudio.
A lo largo de la historia, el tema del origen del lenguaje ha sido abordado por
religiones, filósofos, y más recientemente por lingüistas y biólogos. Se trata, pues, de
una cuestión interdisciplinar cuyo tratamiento se ve entorpecido por la diferenciación
entre Humanidades y Ciencias. El lenguaje es, por un lado, una característica
inequívoca de la especie humana, y por tanto susceptible de ser estudiado por las
Ciencias Naturales, como resultado de la configuración genética o neuronal. Pero por
otro lado resulta igualmente indudable su naturaleza mental y social, que propicia su
estudio (hasta ahora más frecuente) desde las disciplinas situadas en el ámbito de las
Humanidades. La tradicional oposición entre estos dos ámbitos científicos dificulta la
interconexión entre unos y otros enfoques, que por otra parte resulta imprescindible para
dar cuenta del fenómeno de un modo global y acorde con su heterogeneidad.
Por otra parte, como señala el propio Ángel López, en los últimos años las
Ciencias se han desarrollado y han sabido establecer cauces divulgativos, mientras que
las Humanidades se han hecho más oscuras, como resultado de su mayor alejamiento
del ser humano. En el ámbito de la Lingüística esta tendencia se manifiesta en el
excesivo formalismo de la disciplina, especialmente a lo largo del siglo XX, que en
muchas ocasiones consiguió aislar el fenómeno de sus implicaciones para la
comprensión del ser humano en general.
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Estas y otras ideas son expuestas por el autor en el prólogo y del primer capítulo
(titulado “Un problema de nuestro tiempo”) a modo de una “declaración de
intenciones”, cuyos objetivos se verán confirmados por la exposición de su teoría en los
capítulos sucesivos. La introducción permite centrar el interés del tema en el ámbito
más general del conocimiento del ser humano y plantea una perspectiva no solo
interesante sino incluso necesaria, especialmente para “rescatar” a las Humanidades del
marasmo que les atribuye el autor. Si bien la separación entre el ámbito de las creencias
religiosas y el ámbito científico es, en general, una realidad en la ciencia
contemporánea, podría pensarse que esa dualidad alma / cuerpo que propone la iglesia
ha permanecido en el fondo de la articulación académica de las disciplinas, incluso
cuando se encaran desde una perspectiva no directamente religiosa, y en particular con
la tajante diferenciación entre Ciencias (encargadas de estudiar los fenómenos físicos o
materiales) y Humanidades (más centradas en realidades inmateriales, de carácter
mental o social). En mi opinión, la falta de conexión entre estos ámbitos ha resultado
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El resto del volumen se compone de seis capítulos más, en los cuales se van
estableciendo los argumentos y evidencias que sustentan la propuesta que el autor
formula, a modo de conclusión, en los capítulos finales. Al tratarse de una propuesta
sincrética, que integra las aportaciones al respecto del tema por parte de diferentes
teorías y disciplinas científicas, el desarrollo ordenado ofrece, al hilo de la exposición,
una panorama general sobre las opiniones y estudios más relevantes en torno al tema del
origen del lenguaje, que justifica el carácter divulgativo de la obra y sienta las bases
para una aproximación más profunda al tema.
Así, el tercer capítulo (“El origen del lenguaje, ¿fue gradual o repentino?”)
plantea la cuestión que le da título relacionándola con las disciplinas del ámbito de las
ciencias desde las que se ha intentado explicar (la Biología, para la aparición gradual, y
la Física, para la repentina), y dejando a un lado la aproximación más propiamente
humanística, la de la Sociología, que en cierto modo retomará en el capítulo final (“Otra
vez la sociedad y la cultura”). El cuarto capítulo (“Evolución de las lenguas y evolución
biológica”) justifica la preeminencia de la Biología para el estudio del tema, mostrando
el carácter biológico no solo del lenguaje sino también de sus manifestaciones, las
lenguas. A partir de ahí comienza la exposición propiamente dicha de su propuesta, que
integra la posibilidad de combinar las hipótesis de aparición gradual y repentina (como
afirma el título del capítulo quinto, “¿Existe una solución intermedia?”), el concepto de
“protolenguaje” de Bickerton, una de las más interesantes aportaciones recientes al tema
(capítulo seis, “El protolenguaje, primera fase de la evolución”), y, finalmente, la
similitud entre los códigos genético y lingüístico que, según Ángel López, podría estar
en el origen de las propiedades más nítidamente formales del lenguaje
(fundamentalmente, de la doble articulación).
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Esta división está en relación con dos tendencias que han sido una constante en
la historia de la Lingüística: aquella que analiza prioritariamente el lenguaje como
conocimiento (que se inclina por buscarle un origen biológico) y aquella que lo
interpreta preferentemente como medio de comunicación (que defendería el abordaje de
la cuestión desde la Sociología). Evidentemente, todas las escuelas y corrientes
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reconocen estas dos dimensiones del lenguaje, pero siempre hay una de ellas que
aparece como predominante sobre la otra.
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Así pues, el principal problema para establecer una relación entre la naturaleza
y el lenguaje es que este es “disfuncional”, es decir, inexplicable desde el mundo. El
generativismo, que incluye este axioma entre sus presupuestos, justifica bien el
innatismo pero, al rechazar una explicación biológica, aísla a la Lingüística de la
ciencia. Para solucionarlo, algunos generativistas recurren a la Física, afirmando que el
lenguaje es resultado de la complejidad.
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sencillos dan lugar a fenómenos complejos: así, en Biología, Jacob & Monod explican
el hecho de que una sola célula de origen a todo un organismo mediante el concepto de
“autoorganización”, por el cual los genes se expresan de modo diferente en cada lugar
según las interacciones entre células y de estas con su entorno. También se ha utilizado
esta teoría para explicar las construcciones de termitas y hormigas a través de los rastros
que la acción de cada individuo deja para los demás.
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Así pues, aunque no estén claros sus mecanismos de evolución, queda claro que
del lenguaje, como emergencia bien cognitiva o bien comunicativa, es un fenómeno
biológico, pues es característica de una especie que, además, procede de otras especies
que carecen de él. Podría argüirse, sin embargo, que lo único que existe son las lenguas,
que al fin de al cabo es lo único que percibimos del fenómeno, razón por la cual Ángel
López dedica un largo capítulo a examinar el funcionamiento de las lenguas y de los
procesos implicados en ellas (especialmente, por su relación con el tema del libro, de la
diacronía), en sus relaciones y similitudes con los procesos propiamente biológicos. Si,
tal como sugiere el innatismo y la universalidad del lenguaje en el género humano, este
tiene un fundamento biológico, habría que suponer que también sus diversas
manifestaciones, las lenguas, se vean afectadas por procesos similares a los que se dan
en la naturaleza. En relación con ello, se plantea el problema de si la cuestión de la
evolución de las lenguas pertenece al ámbito de las ciencias de la naturaleza o de las
ciencias de la cultura (o puede enfocarse desde los dos ámbitos, como parece concluirse
del capítulo).
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configuración y una serie de procesos de base neuronal que a su vez están determinados
genéticamente. No ocurre lo mismo con las lenguas, que son productos claramente
sociales: incluso si considerásemos, con F. de Saussure, el carácter mental de la lengua
(por oposición al habla), son los actos de habla, producidos en sociedad, los que la
hacen evolucionar, y por tanto el carácter social del proceso es innegable.
diferentes posibilidades de las cuales unas resultan más adaptativas que otras. En la
evolución de las lenguas ocurre algo parecido: la coexistencia de diferentes
realizaciones (por ejemplo, de sonidos o formas gramaticales), está en el origen de la
evolución, y entre esas realizaciones acaba triunfando una u otra por factores
adaptativos (por ejemplo, por ser la preferida en determinados sectores sociales, o por
ser la que menos confusiones con otras formas provoca).
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órganos sexuales). Todos ellos pueden ser reconocidos en la evolución de las lenguas,
argumento que Ángel López defiende con ejemplos bastante convincentes. Así, el
aislamiento geográfico se produce en las lenguas cuando ocurre una diversificación
territorial; el ecológico, cuando se produce una diversificación en los usos, como
ocurrió con el latín culto y vulgar; el estacional, en evoluciones como el paso del inglés
antiguo al medio, debido a la influencia normanda que asumió una generación y no la
anterior; un ejemplo de aislamiento conductual serían los argots que pueden derivar en
criollos, etc.
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genes porque, como ellos, “saltan” de un individuo a otro con pequeñas variaciones,
asegurando la pervivencia de la lengua más allá de los organismos que la reproducen.
La cercanía de los lingüemas con los genes y sus procesos justifica, pues, el estudio de
las lenguas como fenómeno natural.
Todas estas diferencias, por otra parte, no impiden que la lengua pueda
considerarse biológicamente, como un conjunto de procesos que afectan a los
organismos y que evolucionan de la misma manera en que lo hacen otros órganos
vitales. La propuesta de Croft presenta otras dificultades mayores que esta, entre las que
destaca que los cambios duran muy poco (un intercambio comunicativo), mientras que
los cambios genéticos duran toda la vida. Para solventarlas, J. L. Mendívil propone
matizar las ideas de Croft considerando que lo que cambia no es la lengua, sino la
conciencia lingüística de los hablantes. De esta manera, en la propuesta de Mendívil el
conocimiento lingüístico individual es el equivalente al organismo, mientras que la
lengua equivaldría a la especie.
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Como se puede observar, este capítulo valida la afirmación inicial del autor
situando su propuesta más allá de la diferencia entre Ciencias y Humanidades. Si bien,
tal como el propio Ángel López observa, muchas de las propuestas de análisis
“científico” del lenguaje se basan en una trasposición predominantemente
metodológica, la suya consigue llegar más allá al justificar, y además de manera
convincente, el carácter natural del propio objeto de estudio. Mantiene, sin embargo, la
oposición entre Ciencias Naturales y Sociales (basando la diferencia en el carácter
obligatorio o electivo del objeto de estudio) y no descarta la posibilidad de estudiar la
lengua, también, como objeto social. Una dualidad que resulta muy sugerente en cuanto
a la posibilidad del estudio lingüístico como puente entre estos dos aspectos de la
realidad, en la que los lectores interesados pueden profundizar (pues el tema sobrepasa,
lógicamente, la intención concreta de este libro) a través de las abundantes teorías y
autores citados para justificar la exposición (Dawkins, Croft, Mendívil…).
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En los casos de evolución de lenguas que podemos estudiar (como el del latín a
las lenguas romances), se observa que el desarrollo gradual y el interrumpido se alternan
tanto en el tiempo como en los componentes afectados. A este respecto, el propio Ángel
López, en un trabajo del año 2000, constató cómo dicha evolución se produce de modo
gradual en el componente fónico, mientras que la evolución de los módulos sintáctico y
morfológico responde más bien a un modelo de desarrollo interrumpido, con una
“interrupción” en el siglo IV para la sintaxis y otra en el siglo IX para la morfología.
Partiendo de tal constatación, se puede sospechar que la evolución del lenguaje haya
seguido un esquema similar, de modo que esta facultad no aparecería de una sola vez,
sino incorporando de manera sucesiva diferentes módulos conforme al modelo del
equilibrio interrumpido. Esta concepción permite, además, integrar otras teorías que se
han propuesto para explicar la emergencia filogenética del lenguaje:
- la propuesta de la teoría del gesto (Dunbar), por la cual los primates poseen una
pragmática social que se expresa mediante gestos, y que se transforma en vocal
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cuando crecen las necesidades comunicativas (lo cual explicaría el desarrollo del
componente fonético);
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Hoy en día tenemos muchos datos sobre el origen y evolución del universo, de la
vida y del género humano, pero todos esos conocimientos no aportan prácticamente
nada a nuestro conocimiento sobre el origen del lenguaje, aunque sí han suscitado un
renovado interés por el tema. La hipótesis darwiniana de una evolución desde la
comunicación animal a la humana ha sido contestada no solo por el creacionismo sino
también, con más credibilidad, por el innatismo propuesto por Chomsky, que defendió
una base genética para la facultad del lenguaje. Sin embargo, el reciente descubrimiento
y análisis de genoma descarta la posibilidad tal y como la plantea el generativismo,
pues, además de la sorprendente similitud entre nuestro genoma y el de otros animales,
no se encontraron genes específicamente humanos que puedan justificarlo. Tampoco las
hipótesis aportadas por los avances neurológicos proporcionan datos definitivos, pues
solamente prueban que hay áreas cerebrales que participan en determinadas funciones
lingüísticas, pero no que estas sean el lenguaje en sí. En definitiva, los avances de
ambas disciplinas (Genética y Neurología) arrojan alguna luz, parcial, sobre las bases
físicas del lenguaje, pero ninguno tan definitivo como para explicarlo y justificarlo por
completo.
Por otra parte, también se han desarrollado experimentos, sobre todo con
chimpancés, orientados a verificar la relación entre la comunicación animal y la
humana. Entre todos ellos, el que más se ha acercado al éxito ha sido el intento de
enseñarles el lenguaje de signos americano (Ameslan), con el que se ha logrado que los
chimpancés lleguen a manejar algo más que un ciento de signos y a combinarlos en
grupos de dos elementos. Comparando esos resultados con secuencias emitidas por
niños menores de dos años, por un lado, y con otras pertenecientes a lenguas pidgin, por
otra, Derek Bickerton estableció la existencia de lo que llamó “protolenguaje”, un
sistema de comunicación previo al lenguaje en sí y que se diferencia de él en tres
rasgos: las combinaciones son fijas, en oposición a la combinatoria abierta del lenguaje
natural; no existe creatividad, aunque sí redundancia; y hay una relación biunívoca entre
las señales, por un lado, y los acontecimientos y los contextos, por otro (relación que es
plurívoca en el lenguaje natural).
Parece razonable suponer que el protolenguaje sea innato, pues incluso los
chimpancés, con capacidades cognitivas inferiores al hombre, son capaces de aprenderlo
en sus primeros meses de vida, lo que descarta una dependencia del protolenguaje con
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respecto a capacidades cognitivas generales. Sin embargo, ese innatismo tampoco puede
ser específicamente lingüístico, puesto que los animales, a diferencia de los humanos,
no desarrollan el protolenguaje de manera natural, sino solamente si son
específicamente entrenados para ello.
Así pues, resulta razonable pensar que los patrones neuronales responsables del
procesamiento visual, que producen una percepción inmediata, se aprovechen para el
procesamiento de secuencias sonoras articuladas (percepción mediada) para la aparición
del protolenguaje en el género humano: en un momento dado, un grupo de simios
aprovechó esos circuitos para realizar ciertas funciones simbólicas incipientes, en un
proceso de trasferencia de lo visual, que es necesariamente icónico (motivado), a lo
acústico (no motivado), transferencia en la cual aparece la arbitrariedad entre el
significante y el significado.
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mundo de los sonidos. ¿Cuáles son los elementos de procesamiento visual que se
aplican en la gramática? Ángel López demuestra en el resto del capítulo el paralelismo
entre ambos.
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convertirse en innata no queda muy clara en la teoría de estos autores, como tampoco
aquellos elementos del lenguaje que no tienen explicación directa desde el mundo. Por
el contrario, los principios fenomenológicos de la lingüística perceptiva, que considera
el lenguaje como un modo de captación del mundo materializado de modo diferente en
cada lengua, en función del entorno cultural que las hace evolucionar, no solamente
proporcionan, como demuestra este capítulo, una explicación convincente sobre la
aparición y funcionamiento del protolenguaje, sino que además permiten establecer un
puente entre la doble dimensión, natural y social, de las lenguas, que se había
demostrado en el capitulo anterior.
Para dar cuenta del proceso que lleva del protolenguaje al lenguaje humano
propiamente dicho, es necesario examinar primero los rasgos universales que
determinan la especificidad de este último. La búsqueda de similitudes y paralelismos
entre la comunicación animal y el lenguaje humano ha terminado siempre en fracaso
desde el punto de vista de los lingüistas, a pesar de que psicólogos y etólogos se
muestran más optimistas a la hora de interpretar los datos.
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Sin embargo, esta analogía está mal planteada: al segmentar una secuencia
lingüística siguiendo la primera o la segunda articulación se obtienen unidades que no
tienen nada que ver unas con las otras (por un lado, oraciones, sintagmas, palabras,
rasgos semánticos; por otro, sílabas, fonemas, rasgos fónicos), mientras que al
segmentar un aminoácido o una base se obtienen, en los dos casos, elementos químicos
similares (hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, carbono…), aunque en proporciones
diferentes. En realidad, la diferencia entre ellos no está en su composición, sino en las
posibilidades combinatorias que les permiten asociarse en una cadena. Si entendemos
como significado ese tipo de restricciones combinatorias, no existiría un paralelismo
con la doble articulación del lenguaje, pues este fenómeno afecta en las lenguas tanto a
la segunda articulación (cualidades de los fonemas que les permiten formar sílabas o no)
como en la primera (semas que permiten asociar palabras o sintagmas entre ellos).
Entonces, las bases nucleotídicas no equivaldrían a los fonemas, sino que en todo caso
serían los términos de una segunda articulación transicional, vinculada a la primera por
algunos términos comunes.
Por otra parte, en los enunciados lingüísticos el sentido funciona como clave
interpretativa para las unidades de la primera articulación, pero no para las de la
segunda. Sin embargo, en la interpretación de cadenas de ADN se ha demostrado que el
reconocimiento de las bases nucleotídicas y de sus secuencias se hace en función de las
proteínas que codifican, ya que su comportamiento es indisociable del de ellas. Así, se
descubrió que un porcentaje de las cadenas de ADN (el llamado “ADN basura”) no
codifica ninguna proteína, y aun no se ha descubierto su función. Estas tiras sin sentido
tampoco pueden pertenecer a la segunda articulación.
El código genético no tendría, pues, doble articulación, pero esto no quiere decir
que no puedan buscarse funcionamientos similares en la naturaleza. En concreto, Ángel
López los encuentra en el lenguaje de la Química: un compuesto químico como el ácido
sulfúrico está constituido por componentes más básicos (ácido sulfúrico y agua), que a
su vez están formados por ciertas moléculas. Todos estos componentes tienen un
“sentido químico” que determina las combinaciones. Pero una vez que llegamos a los
elementos mínimos, la segmentación cambia de sentido, y nos encontramos con las
partículas atómicas (protones, neutrones, electrones). Estas partículas son las mismas en
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todos los elementos, que se diferencian entre sí por el número y distribución de los
electrones en los orbitales. No es que sean totalmente equivalentes a la segunda
articulación, ya que condicionan los elementos de manera diferente a los sonidos en el
lenguaje, pero sí existen ciertas similitudes: por ejemplo, la diferencia de un solo
electrón produce elementos con propiedades totalmente diferentes, igual que la
diferencia en un solo fonema produce palabras completamente distintas. En definitiva, a
pesar de las diferencias, los compuestos químicos, como el lenguaje, están doblemente
articulados: las partículas subatómicas y sus combinaciones equivalen a la segunda
articulación, y los compuestos químicos y sus combinaciones constituyen la primera.
Pues bien, en el lenguaje, las unidades reales básicas no son las palabras, que no
se corresponden a elementos separables de la realidad, sino las frases, que son las que
pueden convertirse en enunciados para representar un referente del mundo: esta mesa
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Otros datos que apoyan esta hipótesis es que también en los aminoácidos
homónimos, igual que en las frases, hay elementos “fijos”, como el núcleo y el
determinante de la frase nominal: así, los diferentes codones que pueden equivaler a un
mismo aminoácido comparten las dos primeras bases, diferenciándose en la tercera. En
una forma parecida se encuentra en el código lingüístico la forma abstracta de los
elementos no icónicos de las lenguas (categorías léxicas, reglas de movimiento,
proformas, reglas de cohesión y coherencia…). Hay que suponer que estos fenómenos,
que están en todas las lenguas, estarían ya también en la lengua original, así como en el
genoma.
Por otra parte, la descodificación del genoma humano ha revelado que este es
más pequeño de lo esperado, y que tenemos mucho más en común con otros seres vivos,
incluso con seres muy diferentes a nosotros, de lo que se podía pensar. Parece que lo
específico del nuestro no es la cantidad de genes diferentes, sino un número mayor de
duplicaciones. Para Ángel López, una de estas duplicaciones pudo aprovecharse para
una función diferente de la habitual (que sería codificar proteínas), y generar la forma
de la sintaxis del lenguaje.
De esta forma, el lenguaje surgiría por una evolución natural desde los sistemas
comunicativos de nuestros antecesores, combinándose una evolución gradual con dos
cambios bruscos: el primero originó el “protolenguaje” a partir de la sintaxis visual; y el
segundo, mediante una exaptación adaptativa del código genético, provocó el
surgimiento de la sintaxis formal, que mantiene las propiedades de aquel.
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Ahora bien, la explicación natural que proporciona Ángel López sobre el origen
del lenguaje no debe hacernos olvidar que estamos ante un producto humano con una
importante dimensión social. Tal como el mismo autor proponía en el prólogo, su
propuesta se sitúa en la frontera entre las Ciencias y las Humanidades, en un intento por
superar los límites que tal separación impone para una comprensión cabal del
fenómeno.
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Por su parte, las corrientes lingüísticas innatistas tienen dificultades para integrar
la influencia del entorno exterior en el lenguaje a causa de su empeño en defender la
autonomía de la sintaxis y circunscribirla a la propiedad de la recursividad. Aunque es
cierto que la sintaxis no tiene correspondencia en el mundo real y es el componente que
permite relacionar los sonidos y el vocabulario, esto no implica, como señalan los
generativistas, que su naturaleza tenga que ser puramente algorítmica. En este sentido,
la visión generativista asume una perspectiva individualista e inmanentista heredera de
la tradición occidental, y que sólo algunos pensadores (Habermas, Bourdieu…)
cuestionan en alguna medida, al introducir una perspectiva social y criticar el
aislamiento al que las teorías formalistas someten a la lengua.
Entre los autores que integran la perspectiva social en la evolución, destacan los
aportes de Mithen, que analiza la evolución de la capacidad cognitiva desde los
animales hasta el ser humano, y de Widgen, sobre el desarrollo de la función simbólica.
El primero sostiene que, mientras que la mayoría de los animales no tienen el cerebro
modularizado (lo cual implica que su capacidad cognitiva se aplica por igual a todas las
conductas), los primates se caracterizan por el alto desarrollo de su inteligencia social,
junto a unas incipientes inteligencias tecnológica y natural. Los humanos, sin embargo,
tenemos una mente modular más marcada y más equilibrada, que además permite la
diversidad de aptitudes y la especialización. Los tres módulos (cognición técnica, social
y natural) se relacionan en el grupo social, lo cual hace necesario el lenguaje como
elemento mediador entre ellos.
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Como ejes integradores de la teoría operan, del lado de las Ciencias Naturales, la
teoría de la evolución, que incluye el concepto de “entorno” en una base biológica; y,
del lado de las Humanidades, la visión fenomenológica, que a su vez integra lo natural
por la importancia de la percepción y por la búsqueda de bases neurológicas al concepto
de representación. Este último aspecto enlaza la propuesta del libro con el marco más
amplio de la lingüística perceptiva y, en general, cognitiva, probablemente la corriente
que en la actualidad está abriendo más caminos en la disciplina, al mismo tiempo que
recupera un estudio del lenguaje en relación a la actividad humana poco frecuentado en
el siglo anterior.
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de los aspectos que configuran nuestra realidad, tal como la percibimos y compartimos,
y por tanto es un objeto privilegiado para acceder a ese conocimiento global de la
misma, y resultaría un enfoque interesante para abordar no solo el origen del lenguaje
como otros muchos aspectos relacionados con él o que se generan o manifiestan,
individual y socialmente, en relación a él.
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