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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

FUNDAMENTOS GENÉTICOS DEL LENGUAJE


MÁSTER EN CIENCIA DEL LENGUAJE Y LINGÜÍSTICA HISPÁNICA- UNED
CURSO 2014-2015

Profesor: Ángel López García


Alumna: Paloma Losada Romero

Recensión de Ángel López García (2010): El origen del


lenguaje. Valencia Tirant lo blanc.

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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

El libro El origen del lenguaje, de Ángel García López, propone una explicación
a la cuestión que le da título que permite integrar las principales aportaciones al respecto
enmarcándolas en una hipótesis unificadora de los enfoques y teorías más aceptados. En
este sentido, su propuesta ofrece una explicación científica que supera las barreras y
limitaciones tradicionales en torno al origen del lenguaje, encarando el tema desde una
perspectiva científica que mantiene el rigor pero también con pretensiones divulgativas,
y recogiendo aportaciones de diversas disciplinas, tanto Ciencias y Humanidades, en la
medida en la que todas ellas permiten acercarse a un fenómeno que tiene implicaciones
en diversos ámbitos de estudio.

PRÓLOGO E INTRODUCCIÓN (“UN PROBLEMA DE NUESTRO TIEMPO”)

A lo largo de la historia, el tema del origen del lenguaje ha sido abordado por
religiones, filósofos, y más recientemente por lingüistas y biólogos. Se trata, pues, de
una cuestión interdisciplinar cuyo tratamiento se ve entorpecido por la diferenciación
entre Humanidades y Ciencias. El lenguaje es, por un lado, una característica
inequívoca de la especie humana, y por tanto susceptible de ser estudiado por las
Ciencias Naturales, como resultado de la configuración genética o neuronal. Pero por
otro lado resulta igualmente indudable su naturaleza mental y social, que propicia su
estudio (hasta ahora más frecuente) desde las disciplinas situadas en el ámbito de las
Humanidades. La tradicional oposición entre estos dos ámbitos científicos dificulta la
interconexión entre unos y otros enfoques, que por otra parte resulta imprescindible para
dar cuenta del fenómeno de un modo global y acorde con su heterogeneidad.

Por otra parte, como señala el propio Ángel López, en los últimos años las
Ciencias se han desarrollado y han sabido establecer cauces divulgativos, mientras que
las Humanidades se han hecho más oscuras, como resultado de su mayor alejamiento
del ser humano. En el ámbito de la Lingüística esta tendencia se manifiesta en el
excesivo formalismo de la disciplina, especialmente a lo largo del siglo XX, que en
muchas ocasiones consiguió aislar el fenómeno de sus implicaciones para la
comprensión del ser humano en general.

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En el caso del origen del lenguaje, además, su estudio no solamente se ve


afectado por la posición del tema en relación a las diferentes disciplinas académicas,
sino también por cuestiones ideológicas, en particular en relación a la cuestión religiosa
y a la polémica entre el creacionismo y el evolucionismo. En el ámbito científico, la
teoría de la evolución es algo ya indiscutible, reconocido incluso por la iglesia católica,
y no sería razonable postular un creacionismo radical que se opusiera frontalmente a
ella (y que solo sobrevive en determinados ambientes). Sin embargo, Ángel López
considera que sí es posible conciliar la perspectiva científica y la religiosa, negando la
necesidad de que una contradiga a la otra o viceversa, pues se sitúan en ámbitos
diferentes. La iglesia católica reconoce la pertinencia de la teoría de la evolución para
los aspectos físicos o materiales, pero no cree que pueda explicar el “alma”. Para el
tema que nos ocupa, la cuestión sería que el lenguaje, como propiedad exclusiva de la
especie humana, formaría parte de esa “alma”. Sin embargo, también presenta
indudables ventajas adaptativas, promoviendo redes socializadoras y permitiendo la
continuidad intergeneracional del acervo cognitivo. Desde el punto de vista del autor,
una explicación científica sobre el origen del lenguaje, igual que sobre el origen del
universo, no tiene por qué ser incompatible con la visión religiosa, ya que la ciencia se
ocuparía de los datos objetivos, pero no cierra la puerta a posibles implicaciones
ideológicas de los mismos.

Estas y otras ideas son expuestas por el autor en el prólogo y del primer capítulo
(titulado “Un problema de nuestro tiempo”) a modo de una “declaración de
intenciones”, cuyos objetivos se verán confirmados por la exposición de su teoría en los
capítulos sucesivos. La introducción permite centrar el interés del tema en el ámbito
más general del conocimiento del ser humano y plantea una perspectiva no solo
interesante sino incluso necesaria, especialmente para “rescatar” a las Humanidades del
marasmo que les atribuye el autor. Si bien la separación entre el ámbito de las creencias
religiosas y el ámbito científico es, en general, una realidad en la ciencia
contemporánea, podría pensarse que esa dualidad alma / cuerpo que propone la iglesia
ha permanecido en el fondo de la articulación académica de las disciplinas, incluso
cuando se encaran desde una perspectiva no directamente religiosa, y en particular con
la tajante diferenciación entre Ciencias (encargadas de estudiar los fenómenos físicos o
materiales) y Humanidades (más centradas en realidades inmateriales, de carácter
mental o social). En mi opinión, la falta de conexión entre estos ámbitos ha resultado

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especialmente perjudicial para las Humanidades, obligadas en los últimos siglos a


defender un carácter científico que se les negaba (y todavía, implícitamente, se les niega
en gran medida en ámbitos no académicos) mediante un formalismo que, alejándolas
del ser humano (tal como señala el autor), preservaba ciertos aspectos del estudio del
mismo dentro de un halo que podríamos llamar “espiritual”, por un lado, y sometía a
otros aspectos a un análisis en base a principios científicos diseñados para las realidades
materiales.

El resto del volumen se compone de seis capítulos más, en los cuales se van
estableciendo los argumentos y evidencias que sustentan la propuesta que el autor
formula, a modo de conclusión, en los capítulos finales. Al tratarse de una propuesta
sincrética, que integra las aportaciones al respecto del tema por parte de diferentes
teorías y disciplinas científicas, el desarrollo ordenado ofrece, al hilo de la exposición,
una panorama general sobre las opiniones y estudios más relevantes en torno al tema del
origen del lenguaje, que justifica el carácter divulgativo de la obra y sienta las bases
para una aproximación más profunda al tema.

Así, el tercer capítulo (“El origen del lenguaje, ¿fue gradual o repentino?”)
plantea la cuestión que le da título relacionándola con las disciplinas del ámbito de las
ciencias desde las que se ha intentado explicar (la Biología, para la aparición gradual, y
la Física, para la repentina), y dejando a un lado la aproximación más propiamente
humanística, la de la Sociología, que en cierto modo retomará en el capítulo final (“Otra
vez la sociedad y la cultura”). El cuarto capítulo (“Evolución de las lenguas y evolución
biológica”) justifica la preeminencia de la Biología para el estudio del tema, mostrando
el carácter biológico no solo del lenguaje sino también de sus manifestaciones, las
lenguas. A partir de ahí comienza la exposición propiamente dicha de su propuesta, que
integra la posibilidad de combinar las hipótesis de aparición gradual y repentina (como
afirma el título del capítulo quinto, “¿Existe una solución intermedia?”), el concepto de
“protolenguaje” de Bickerton, una de las más interesantes aportaciones recientes al tema
(capítulo seis, “El protolenguaje, primera fase de la evolución”), y, finalmente, la
similitud entre los códigos genético y lingüístico que, según Ángel López, podría estar
en el origen de las propiedades más nítidamente formales del lenguaje
(fundamentalmente, de la doble articulación).

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EL ORIGEN DEL LENGUAJE, ¿FUE GRADUAL O REPENTINO?

El capítulo comienza planteándose la cuestión de qué disciplina debería ser más


adecuada para ocuparse del origen del lenguaje. A simple vista, parece llamativa la
ausencia de la Lingüística en los debates sobre el tema, que históricamente se ha dejado
más bien en manos de la Biología o de la Religión. Sin embargo, examinando más a
fondo la distribución de las disciplinas con respecto a sus objetos de estudio, este hecho
puede parecer razonable: cada objeto de estudio supone una “emergencia”, un nivel
superior con respecto a otro que constituye el objeto de otra disciplina, y es por ello que
el estudio del origen de un objeto de estudio, al situarse en la frontera entre disciplinas,
implica muy frecuentemente a una materia distinta: así, el origen de la vida compete
más a la Bioquímica (rama de la Química), ya que los seres vivos son resultado de
productos químicos especialmente complejos; lo mismo ocurre con el estudio del origen
de la materia, que desborda el ámbito de la Física y se sitúa dentro de las Matemáticas
(teoría de las cuerdas).

En el caso del lenguaje, la Lingüística sí se ha ocupado con profusión del origen


de las lenguas (recordemos toda la lingüística historicista del XIX), o del origen de
determinadas categorías o fenómenos dentro de cada lengua (como la aparición del
artículo en las lenguas romances). Lo que ha quedado fuera de los estudios lingüísticos
es el origen del lenguaje como facultad de la especie, cuestión que nos llevaría, como en
los ejemplos anteriormente enumerados, a un nivel diferente, a otro objeto de estudio de
nivel inferior. El problema adicional es que, en el caso del lenguaje, ese nivel inferior no
está claro, y ha sido disputado por tres disciplinas diferentes, en relación a la concepción
del lenguaje que se adopte: la Genética, si se interpreta el lenguaje como resultado de la
complicación de los genomas; la Física, si se interpreta como resultado de la
complejidad de los circuitos neuronales; y la Sociología, si se considera que el lenguaje
se origina como resultado de una mayor complejidad y tamaño de las relaciones entre
los individuos.

Esta división está en relación con dos tendencias que han sido una constante en
la historia de la Lingüística: aquella que analiza prioritariamente el lenguaje como
conocimiento (que se inclina por buscarle un origen biológico) y aquella que lo
interpreta preferentemente como medio de comunicación (que defendería el abordaje de
la cuestión desde la Sociología). Evidentemente, todas las escuelas y corrientes

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reconocen estas dos dimensiones del lenguaje, pero siempre hay una de ellas que
aparece como predominante sobre la otra.

Aun reconociendo el papel de la sociedad en el fenómeno, el autor se posiciona


aquí dentro de la primera opción, al centrar el resto del artículo en las aportaciones y
problemas que ofrecen los planteamientos basados en la Biología y en la Física. Como
se verá más adelante, esta postura resulta coherente al considerar que en el lenguaje
existen rasgos inexplicables desde el mundo exterior, y comunes a sociedades y culturas
muy diferentes. Desde una perspectiva culturalista estos rasgos no podrían explicarse, si
bien, tal y como demostrará el capítulo final, la cognición humana determina y está
determinada también (además de sus fundamentos genéticos y neurológicos) por el
carácter social de la especie, por lo que ambas posturas tampoco resultan tan
irreconciliables como podía parecer en una lectura apresurada de este capítulo.

El origen del lenguaje desde la Biología: aparición gradual

Situar el origen del lenguaje en la Biología implicaría que hay determinados


rasgos biológicos, los relacionados con el lenguaje (laringe baja, tamaño del cerebro en
proporción al cuerpo, áreas de Broca y Wernicke), tan exclusivos de la especie humana
como el lenguaje en sí. Sin embargo, estos rasgos, por separado, aparecen también en
otras especies. Habría que deducir, entonces, que lo exclusivo de la especie es el
desarrollo y la combinación de estas características en el caso de nuestra especie,
mediante la intervención de la genética, que los habría ido modelando. Sin embargo, el
análisis del genoma ha desmentido esta posibilidad, al constatarse que la diferencia de
los seres humanos con otras especies cercanas (especialmente el chimpancé) es mucho
menor de lo esperado.

Por otra parte, el innatismo del lenguaje parece probado a la vista de su


universalidad (todos los seres humanos hablan), su especificidad (solo los seres
humanos lo hacen), y de determinados rasgos comunes a todas las lenguas que han sido
bien especificados por los generativistas (la rapidez y universalidad del proceso de
adquisición; la estructura latente, que los niños descubren sin que sea evidente; la
gratuidad; o la probada independencia de cognición y lenguaje, entre otros). Ese
innatismo hace suponer que existen algunos genes responsables de la aparición del
lenguaje, genes que determinarían sobre todo la configuración cerebral, por lo que el
innatismo suele ir de la mano con las teorías modularistas.

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Pues bien, si el lenguaje es innato, y además resulta obviamente adaptativo


(tanto a nivel cognitivo como funcional), habría que pensar en un origen evolutivo que
siguiese las pautas de la selección natural. Pero hay algunos problemas para aceptar
esto. El primero de ellos se refiere al tiempo requerido por la evolución, que suele ser
gradual y lenta, mientras que, de acuerdo con las evidencias simbólicas, el lenguaje
aparece en los homínidos en un tiempo considerablemente más breve que cualquier otra
característica evolutiva.

El segundo problema se refiere a los mecanismos que provocan la evolución,


que puede producirse por mutación, adaptación o exaptación. En el caso del lenguaje,
una mutación explicaría la brevedad de su aparición, ya que esta habilidad se desarrolló
en mucho menos tiempo que cualquier otra evolución, pero dicha mutación debería ser
de tal calibre que forzosamente provocaría la muerte de los organismos que la sufrieran.
La otra posibilidad sería una exaptación baldwiniana, un proceso por el que un órgano o
función que originariamente tenía una finalidad se aprovecha para otra diferente. Esta es
la explicación que ofrecen Calvin & Bickerton, para quienes el lenguaje resultaría de
una exaptación de los códigos sociales de los homínidos. Su explicación resulta
convincente a la hora de explicar la estructura actancial de la oración, lo cual, por otra
parte, no es demasiado novedoso. Sin embargo, no justifica los aspectos más formales
de la gramática, que constituyen lo específico del lenguaje humano y no tienen correlato
en el mundo “real”. Tampoco explican esos rasgos específicos otras teorías que, aun
siendo básicamente culturalistas, intentan explicar el lenguaje como resultado de otras
capacidades orgánicas, como es el caso de la teoría del gesto (Corballis), la teoría vocal
(Dunbar), o derivaciones como la de Carstairs- McArthy.

El origen del lenguaje desde la Física: aparición repentina

Así pues, el principal problema para establecer una relación entre la naturaleza
y el lenguaje es que este es “disfuncional”, es decir, inexplicable desde el mundo. El
generativismo, que incluye este axioma entre sus presupuestos, justifica bien el
innatismo pero, al rechazar una explicación biológica, aísla a la Lingüística de la
ciencia. Para solucionarlo, algunos generativistas recurren a la Física, afirmando que el
lenguaje es resultado de la complejidad.

La teoría de la complejidad, aparecida en el seno de la embriología y aplicada


posteriormente a diversas disciplinas, intenta explicar los casos en los que organismos

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sencillos dan lugar a fenómenos complejos: así, en Biología, Jacob & Monod explican
el hecho de que una sola célula de origen a todo un organismo mediante el concepto de
“autoorganización”, por el cual los genes se expresan de modo diferente en cada lugar
según las interacciones entre células y de estas con su entorno. También se ha utilizado
esta teoría para explicar las construcciones de termitas y hormigas a través de los rastros
que la acción de cada individuo deja para los demás.

Posteriormente esta teoría se ha aplicado a otras disciplinas. En Psicología,


Haken aplica al cerebro el principio matemático de “transición de fases”: estas son
inestabilidades en sistemas complejos, no lineales, que en un momento dado provocan
nuevas simetrías. El cerebro es un sistema complejo, y desde este punto de vista el
lenguaje surgiría como una transición de fase en el cerebro de un homínido que intenta
comunicar a otros pensamientos complejos.

En el ámbito de la Lingüística, Berwick aplica los postulados de la teoría de la


complejidad consiguiendo derivar matemáticamente el merge, la propiedad fundamental
del programa minimalista de los generativistas. Esta propiedad, a su vez, se fundamenta
en la función booleana de canalización, por la cual, dada la unión de dos elementos, el
resultado se corresponde siempre a uno de ellos. Sin embargo, esta propiedad, que en el
fondo es la misma que establecieran los teóricos de la Gestalt entre figura y fondo, no
puede explicar todos los fenómenos gramaticales ni su diversidad, ni siquiera
recurriendo a aspectos culturales (los cuales, frente al universalismo de los hechos
lingüísticos, son heterogéneos).

De este modo, el generativismo, aunque tiene razón al afirmar la falta de base


icónica del lenguaje, fracasa en su intento de darle una base científica, pues cae en una
excesiva simplificación que no permite explicar todos los rasgos específicos del
lenguaje humano ni su diferencia con otros sistemas de percepción o computación.

En conclusión, si bien tanto la Biología como la Física ofrecen aportaciones


indiscutibles al estudio del tema, la adopción de cualquiera de las dos perspectivas
plantea una serie de problemas de difícil solución manteniendo los presupuestos de cada
una: la base biológica del lenguaje no puede ser negada a la vista de su carácter innato y
adaptativo, pero deja sin explicar su especificidad con respecto a los presupuestos de la
selección natural y los mecanismos que la provocan. La Física, por su parte, intenta

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explicar la disfuncionalidad de los rasgos específicos del lenguaje humano, pero no


consigue explicar de manera convincente los mecanismos que los generan ni su
complejidad.

EVOLUCIÓN DE LAS LENGUAS Y EVOLUCIÓN BIOLÓGICA

Así pues, aunque no estén claros sus mecanismos de evolución, queda claro que
del lenguaje, como emergencia bien cognitiva o bien comunicativa, es un fenómeno
biológico, pues es característica de una especie que, además, procede de otras especies
que carecen de él. Podría argüirse, sin embargo, que lo único que existe son las lenguas,
que al fin de al cabo es lo único que percibimos del fenómeno, razón por la cual Ángel
López dedica un largo capítulo a examinar el funcionamiento de las lenguas y de los
procesos implicados en ellas (especialmente, por su relación con el tema del libro, de la
diacronía), en sus relaciones y similitudes con los procesos propiamente biológicos. Si,
tal como sugiere el innatismo y la universalidad del lenguaje en el género humano, este
tiene un fundamento biológico, habría que suponer que también sus diversas
manifestaciones, las lenguas, se vean afectadas por procesos similares a los que se dan
en la naturaleza. En relación con ello, se plantea el problema de si la cuestión de la
evolución de las lenguas pertenece al ámbito de las ciencias de la naturaleza o de las
ciencias de la cultura (o puede enfocarse desde los dos ámbitos, como parece concluirse
del capítulo).

Entre los múltiples aspectos, sociales y / o naturales, que configuran el lenguaje,


tres de ellos están relacionados con el concepto de evolución: el origen o emergencia del
lenguaje como característica humana, el proceso de adquisición de la lengua por parte
de los niños, y la evolución de las lenguas a lo largo del tiempo (diacronía). De los tres,
el último es el único que no ha sido relacionado con la aparición del lenguaje, aunque sí
se le han aplicado los principios de la teoría de la evolución (el mismo Darwin
reconoció el paralelismo entre la evolución de las lenguas y de las etnias humanas). Esto
es debido a que las lenguas, y en particular su evolución, tienen una dimensión social
que las ha situado preferentemente en el dominio de las ciencias de la cultura y no en el
de las ciencias de la naturaleza. Por el contrario, el lenguaje, como rasgo de las especie,
es claramente biológico, como se ha demostrado en el apartado anterior. Las bases
biológicas del proceso de adquisición también están claras, pues depende de una

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configuración y una serie de procesos de base neuronal que a su vez están determinados
genéticamente. No ocurre lo mismo con las lenguas, que son productos claramente
sociales: incluso si considerásemos, con F. de Saussure, el carácter mental de la lengua
(por oposición al habla), son los actos de habla, producidos en sociedad, los que la
hacen evolucionar, y por tanto el carácter social del proceso es innegable.

Esto nos lleva a la cuestión de la relación entre los fenómenos naturales y


culturales. En este sentido, uno de los intentos más destacados de relacionar lo biológico
y lo social es la teoría de Richard Dawkins sobre lo que él ha llamado “memes”, y que
define como unidades culturales que se transmiten entre los individuos o sociedades y
que, como los genes, aspiran a perpetuarse. Si los genes, cadenas de nucleótidos,
sustentan las proteínas de las que se componen los seres vivos, las cadenas de signos
lingüísticos sustentarían los memes. Los primeros pertenecen al dominio de las leyes
científicas, mientras que el lenguaje y los memes pertenecen al dominio de las ciencias
de la cultura.

Por otra parte, la adscripción de la lengua al dominio de la ciencia de la cultura


no está tan clara para otros estudiosos: los formalistas, por ejemplo, al considerar que la
facultad lingüística es innata, proponen que las lenguas son como manifestaciones
fenotípicas de un mismo genotipo (la gramática universal). Los funcionalistas creen que
el lenguaje es una facultad adaptativa, pero entonces debería desarrollarse igual en
condiciones similares, y esto no es así: hay rasgos tipológicos que aparecen en
sociedades muy diferentes, y por tanto no podrían responder a factores externos.

En cualquier caso, desde la perspectiva darwiniana, si el lenguaje es una


propiedad biológica, es normal que sus manifestaciones, las lenguas, pertenezcan
también al dominio biológico, y por tanto no deberían ser adscritas solamente al
dominio de las ciencias de la cultura. En este sentido, Ángel López establece un
paralelismo entre las causas y modos de la evolución natural de las especies y la de las
lenguas que desarrolla en esta parte de su libro.

En primer lugar, en la evolución de las especies juega un papel importante la


selección natural: cada rasgo genotípico admite diferentes manifestaciones, entre las
cuales aquellas que resultan más adaptativas permiten a los sujetos vivir más,
incrementando la reproducción y favoreciendo la generalización y desarrollo de
determinado rasgo. Esas variaciones, además, (como demostró Mendel) no se mezclan,
sino que se combinan entre sí de modo diferente en los descendientes de una pareja, en
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diferentes posibilidades de las cuales unas resultan más adaptativas que otras. En la
evolución de las lenguas ocurre algo parecido: la coexistencia de diferentes
realizaciones (por ejemplo, de sonidos o formas gramaticales), está en el origen de la
evolución, y entre esas realizaciones acaba triunfando una u otra por factores
adaptativos (por ejemplo, por ser la preferida en determinados sectores sociales, o por
ser la que menos confusiones con otras formas provoca).

Otra causa de evolución biológica es la mutación, que se produce cuando en el


seno del genoma se produce una supresión, un cambio de lugar o una inserción de
ADN. En la lengua, también se producen esos tres fenómenos, cuando determinados
sonidos o significados se pierden, cambian de lugar o se insertan.

En segundo lugar, los datos que permiten analizar la evolución también


manifiestan una serie de similitudes entre los procedimiento seguidos por la Biología y
por la Lingüística. En Biología se utilizan los fósiles, las similitudes anatómicas y las
similitudes embrionarias. En la evolución de las lenguas, los testimonios de diversas
fases de las palabras en los textos equivalen a los fósiles. Las similitudes anatómicas
resultan de la comparación de palabras en lenguas diferentes de la misma familia, que
testimonian su origen común. En cuanto a las similitudes embrionarias (en Biología,
restos de órganos anteriores, que evidencian su origen común con otras especies), lo
lógico es que aparecieran en el lenguaje infantil, pero esto no ocurre. Jackendorf
considera equivalentes a las similitudes embrionarias las interjecciones (originadas en
zonas del cerebro de evolución anterior al neocórtex) y los adverbios, pero Ángel López
rechaza esta propuesta considerando que la ausencia de este tipo de fósiles se debe a que
el lenguaje es una evolución muy reciente con respecto a otras.

Por otra parte, la influencia del entorno se considera fundamental en la evolución


de las lenguas, dada su adscripción a las Ciencias Sociales o humanísticas. Esta
influencia se ha aducido para justificar el carácter social, y no natural, de las lenguas.
Sin embargo, en Biología, la variación y la selección natural también operan en relación
a factores externos. En concreto, solo interviene un factor, el aislamiento (que supone la
incapacidad de reproducirse para individuos de especies diferentes), pero este factor
adquiere diversas modalidades que también se ven en las lenguas: aislamiento
geográfico (separación territorial), ecológico (las especies se dan en un medio
diferente), estacional (especies que se reproducen en diferentes momentos), conductual
(especies con diferentes rituales y señales de cortejo) y físico (incompatibilidad de los

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órganos sexuales). Todos ellos pueden ser reconocidos en la evolución de las lenguas,
argumento que Ángel López defiende con ejemplos bastante convincentes. Así, el
aislamiento geográfico se produce en las lenguas cuando ocurre una diversificación
territorial; el ecológico, cuando se produce una diversificación en los usos, como
ocurrió con el latín culto y vulgar; el estacional, en evoluciones como el paso del inglés
antiguo al medio, debido a la influencia normanda que asumió una generación y no la
anterior; un ejemplo de aislamiento conductual serían los argots que pueden derivar en
criollos, etc.

También las distintas modalidades que adopta la selección natural se producen


en la evolución de las lenguas. Así, la selección estabilizadora, que privilegia valores
medios, regula la evolución en los casos de normativización, mientras que en ausencia
de la misma se produce una selección direccional, que hace cambiar la media hacia un
extremo (en el caso de las lenguas, normalmente hacia los usos más vulgares). También
existe la selección diversificadora, que produce, dentro de una especie, diferencias entre
los individuos, como la que se produce en las lenguas cuando se acomodan a un entorno
nuevo.

En cuanto a los ritmos que se siguen en la evolución, los defensores de la teoría


de la evolución suelen discutir si esta se produce de manera lenta y gradual
(gradualismo darwinista) o mediante lo que llaman equilibrio interrumpido, una
alternancia entre largos períodos de estabilidad y otros, más cortos, de cambios rápidos.
Ambas tendencias son, nuevamente, reconocibles en las lenguas. Así, el mismo Ángel
López, en un trabajo de 2000, justifica de modo convincente, para el paso del latín a las
lenguas romances, una evolución gradual en el componente fónico, junto con una
evolución de tipo de equilibrio interrumpido para el componente sintáctico.

Finalmente, la evolución de las lenguas sigue también los patrones reconocidos


para la evolución de las especies. Estas pueden ser de tres tipos:

- homologías, es decir, similitudes debidas a un origen común, como el paso del


aspecto a una estructura predominantemente temporal en el sistema verbal del
latín a las lenguas romances.

- analogías, o similitudes debidas a una función común, como la que se da en la


semejanza de funciones en la expresión de la necesidad y de la posibilidad, o en
las conjunciones y / o.

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- homologías seriadas, similaridades encadenadas o correlativas, como la


evolución de las fricativas.

Antes de extraer las implicaciones de estas analogías, el autor previene el riesgo


de una malinterpretación o simplificación de su teoría, en paralelo a otras tentativas de
asimilar la Lingüística a las ciencias “duras” (Química, Matemáticas, Física, etc.), que
para él deben más bien interpretarse como metáforas, porque está claro que las lenguas
no forman parte de ninguna de estas disciplinas. Sin embargo, la integración con la
Biología tiene que tener, forzosamente, un estatus diferente, considerando que son
producto de un organismo vivo, por lo que la dimensión natural de las lenguas tiene una
base más sólida que esos otros intentos de asimilación.

Además, las similitudes entre Biología y Lingüística no pueden aplicarse a otros


fenómenos de las ciencias humanas, como la evolución de las sociedades, en las que
predomina la libertad sobre la necesidad. Frente a ellas, la intervención voluntaria en la
evolución de las lenguas no es posible.

En definitiva, junto a la innegable realidad social que constituyen las lenguas,


existen en ellas rasgos biológicos que abren la puerta a un estudio no solo como
fenómeno social, sino también natural. El enfoque biológico no es nuevo, en realidad, y
estaba ya presente en la Lingüística al menos desde el siglo XIX. Pero las
aproximaciones biologicistas, como la de Schleicher, que interpretaban la lengua como
un organismo, la identificaban excesivamente con los órganos en los que se origina
(cerebro y aparato fonador, fundamentalmente). En este sentido, el autor comparte la
crítica de Jespersen al respecto, aduciendo que una lengua no es solamente un conjunto
de conexiones cerebrales y movimientos articulatorios, sino un conjunto de actos de
habla que tienen lugar entre los individuos que pertenecen a una comunidad. Entonces,
¿cómo puede integrarse el estudio de esa realidad social en el seno de las ciencias de la
naturaleza? ¿Cuál sería el objeto de estudio, la dimensión “natural” de las lenguas que
debe abordarse desde las Ciencias?

Ángel López cita aquí la propuesta de W. Croft, quien, partiendo de la diferencia


entre genes y memes de Dawkins, establece un concepto intermedio: el lingüema. Los
lingüemas son unidades de estructura lingüística, integrados en los enunciados, que se
“replican” en la respuesta de un modo similar al modo en el que los genes se replican en
los organismos. Estas unidades están antes que los memes, y son más parecidos a los

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genes porque, como ellos, “saltan” de un individuo a otro con pequeñas variaciones,
asegurando la pervivencia de la lengua más allá de los organismos que la reproducen.
La cercanía de los lingüemas con los genes y sus procesos justifica, pues, el estudio de
las lenguas como fenómeno natural.

Hay, sin embargo, algunas diferencias entre la replicación genética y la


lingüística. En primer lugar, los genes únicamente se replican en la meiosis, no en la
mitosis, y por tanto solo producen evolución en los descendientes, en la generación
siguiente. En el lenguaje, por el contrario, esa evolución se produce en cada acto de
producción- expresión. Además, la evolución biológica la producen los descendientes
(los “receptores” de la información genética), mientras que en la lingüística, tal como la
propone Croft, los agentes son siempre los hablantes, y solo hay evolución cuando el
oyente reproduce el enunciado, con pequeñas variaciones, convirtiéndose en hablante.
Finalmente, en la replicación genética se reproduce el genoma completo, mientras que
la variación lingüística afecta solo a un fonema o categoría.

Todas estas diferencias, por otra parte, no impiden que la lengua pueda
considerarse biológicamente, como un conjunto de procesos que afectan a los
organismos y que evolucionan de la misma manera en que lo hacen otros órganos
vitales. La propuesta de Croft presenta otras dificultades mayores que esta, entre las que
destaca que los cambios duran muy poco (un intercambio comunicativo), mientras que
los cambios genéticos duran toda la vida. Para solventarlas, J. L. Mendívil propone
matizar las ideas de Croft considerando que lo que cambia no es la lengua, sino la
conciencia lingüística de los hablantes. De esta manera, en la propuesta de Mendívil el
conocimiento lingüístico individual es el equivalente al organismo, mientras que la
lengua equivaldría a la especie.

En cualquier caso, lo que evolucionan son las lenguas, no el lenguaje como


facultad, que es la misma desde que existe. Esto también ocurre con el código genético,
ya que el código genético que subyace a todos los seres vivos también es el mismo, y
apareció una sola vez en la historia. Así que se puede concluir que las bases de la
evolución biológica y la lingüística, tanto en lo relativo a las lenguas como al lenguaje
en sí, presentan suficientes analogías como para justificar la búsqueda de una hipótesis
biológica para la aparición del lenguaje.

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Como se puede observar, este capítulo valida la afirmación inicial del autor
situando su propuesta más allá de la diferencia entre Ciencias y Humanidades. Si bien,
tal como el propio Ángel López observa, muchas de las propuestas de análisis
“científico” del lenguaje se basan en una trasposición predominantemente
metodológica, la suya consigue llegar más allá al justificar, y además de manera
convincente, el carácter natural del propio objeto de estudio. Mantiene, sin embargo, la
oposición entre Ciencias Naturales y Sociales (basando la diferencia en el carácter
obligatorio o electivo del objeto de estudio) y no descarta la posibilidad de estudiar la
lengua, también, como objeto social. Una dualidad que resulta muy sugerente en cuanto
a la posibilidad del estudio lingüístico como puente entre estos dos aspectos de la
realidad, en la que los lectores interesados pueden profundizar (pues el tema sobrepasa,
lógicamente, la intención concreta de este libro) a través de las abundantes teorías y
autores citados para justificar la exposición (Dawkins, Croft, Mendívil…).

Otro aspecto interesante en el que se podría profundizar, nuevamente más allá de


los límites de este libro, sería el análisis de estas analogías en el tercer proceso de
evolución que se menciona al comienzo, el proceso de adquisición del lenguaje y de la
lengua por parte de los niños.

¿EXISTE UNA SOLUCIÓN INTERMEDIA?

Justificado, pues, el carácter biológico del fenómeno analizado, el autor retoma


las dos explicaciones posibles al origen del lenguaje, la gradual (propia de la Biología) y
la repentina (característica de los enfoques basados en la Física). Tal como había
señalado en la primera parte del libro, las dos presentan problemas, ante los cuales
Ángel López se propone la posibilidad de hallar una solución intermedia.

Las dos posturas coinciden con los modelos matemáticos explicativos de


continuidad y discontinuidad, que han sido utilizados para explicar el comportamiento
del mundo tanto en las Ciencias Sociales como en las Naturales. En estas últimas
predominó el esquema de continuidad hasta que la teoría de las catástrofes de René
Thom permitió dar cuenta de cambios de estado como los del agua (de sólido a líquido
y de este a gaseoso, y viceversa) o los procesos de fusión y fisión nuclear. Por el

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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

contrario, en las Ciencias Sociales se han utilizado preferentemente modelos basados en


la discontinuidad, por el cual regímenes sucesivos se oponen como incompatibles.
Curiosamente, en Lingüística se ha seguido una opción contraria a este esquema: así, las
explicaciones basadas en la concepción de la lengua como organismo han preferido
esquemas discontinuos (Bickerton) o dejar sin explicación la cuestión de la evolución,
mientras que las que la conciben como producto social suelen ser gradualistas (como la
teoría funcionalista de la gramaticalización).

La conciliación de ambas posturas viene de la mano de la aplicación a la


Lingüística de la “Teoría biológica del equilibrio interrumpido”, surgida en 1972. Ese
año, Eldredge y Gould demostraron que el gradualismo darwinista basado en la
evolución lenta promovida por la selección natural no es aplicable a todos los
fenómenos relacionados con la evolución de las especies, sino que en muchas de ellas se
produce un periodo breve de muchos cambios tras el cual la especie permanece
prácticamente inalterable. La teoría, que autores como Dixon o Mendívil aplican al
lenguaje, puede aplicarse tanto a la evolución de las lenguas o al paso de una lengua a
otra como a la evolución del lenguaje, concebida como el paso de una comunicación no
lingüística a otra lingüística. La diferencia entre estos procesos es que el primero es
totalmente cultural, no afecta al genoma ni al cerebro, mientras que la segunda
probablemente tenga componentes naturales.

En los casos de evolución de lenguas que podemos estudiar (como el del latín a
las lenguas romances), se observa que el desarrollo gradual y el interrumpido se alternan
tanto en el tiempo como en los componentes afectados. A este respecto, el propio Ángel
López, en un trabajo del año 2000, constató cómo dicha evolución se produce de modo
gradual en el componente fónico, mientras que la evolución de los módulos sintáctico y
morfológico responde más bien a un modelo de desarrollo interrumpido, con una
“interrupción” en el siglo IV para la sintaxis y otra en el siglo IX para la morfología.
Partiendo de tal constatación, se puede sospechar que la evolución del lenguaje haya
seguido un esquema similar, de modo que esta facultad no aparecería de una sola vez,
sino incorporando de manera sucesiva diferentes módulos conforme al modelo del
equilibrio interrumpido. Esta concepción permite, además, integrar otras teorías que se
han propuesto para explicar la emergencia filogenética del lenguaje:

- la propuesta de la teoría del gesto (Dunbar), por la cual los primates poseen una
pragmática social que se expresa mediante gestos, y que se transforma en vocal

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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

cuando crecen las necesidades comunicativas (lo cual explicaría el desarrollo del
componente fonético);

- las teorías que hacen predominar la función simbólica, como la de Deacon,


quien propone que el lenguaje surge cuando los signos dejan de evocar
solamente referentes presentes y pasan a evocar también realidades pasadas,
futuras e incluso conceptos de cierta abstracción (por tanto, teorías que
privilegian la Semántica);

- La teoría generativista, según la cual las propiedades formales (estructura de la


frase, movimiento de elementos, categorías vacías, etc), aparecen de forma
brusca a partir de las cualidades de los lexemas.

Conjugando estas propuestas entre sí y con la teoría del equilibrio interrumpido,


Ángel López propone la aparición sucesiva de los módulos pragmático, fonético,
semántico y sintáctico. A partir de un módulo pragmático inicial, manifestado en gestos
con valor emocional y social, aparecerían segmentos vocales con un sentido ocasional,
haciendo emerger el módulo fonético. En un momento dado, esas secuencias fónicas se
interpretan como símbolos, desarrollando sentidos permanentes y no solo ocasionales,
con lo que aparecería el módulo semántico. Finalmente, esas secuencias empezarían a
combinarse conforme a determinadas leyes, lo que supone la aparición de la sintaxis.

Esta propuesta, siguiendo el modelo del equilibrio interrumpido, permite integrar


las pruebas constatables de la evolución (aumento progresivo del cerebro, acomodación
de los órganos fonadores, existencia de pragmática en los primates) con la ausencia de
fósiles o especies que evidencien un estadio intermedio entre el no lenguaje y el
lenguaje. Un contraste que la teoría gradualista, según la cual los diferentes módulos
surgen a la vez, en una versión más sencilla que a lo largo del tiempo se irá
complicando, no podía explicar. Por otra parte, la hipótesis del equilibrio interrumpido
se justifica por la existencia, aunque no demasiado frecuente, de procesos que dejan ver
ejemplos de saltos evolutivos en los que se produce algún tipo de adición, y no una
simple transformación, de funciones.

17
Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

EL PROTOLENGUAJE, PRIMERA FASE DE LA EVOLUCIÓN LINGÜÍSTICA

Hoy en día tenemos muchos datos sobre el origen y evolución del universo, de la
vida y del género humano, pero todos esos conocimientos no aportan prácticamente
nada a nuestro conocimiento sobre el origen del lenguaje, aunque sí han suscitado un
renovado interés por el tema. La hipótesis darwiniana de una evolución desde la
comunicación animal a la humana ha sido contestada no solo por el creacionismo sino
también, con más credibilidad, por el innatismo propuesto por Chomsky, que defendió
una base genética para la facultad del lenguaje. Sin embargo, el reciente descubrimiento
y análisis de genoma descarta la posibilidad tal y como la plantea el generativismo,
pues, además de la sorprendente similitud entre nuestro genoma y el de otros animales,
no se encontraron genes específicamente humanos que puedan justificarlo. Tampoco las
hipótesis aportadas por los avances neurológicos proporcionan datos definitivos, pues
solamente prueban que hay áreas cerebrales que participan en determinadas funciones
lingüísticas, pero no que estas sean el lenguaje en sí. En definitiva, los avances de
ambas disciplinas (Genética y Neurología) arrojan alguna luz, parcial, sobre las bases
físicas del lenguaje, pero ninguno tan definitivo como para explicarlo y justificarlo por
completo.

Por otra parte, también se han desarrollado experimentos, sobre todo con
chimpancés, orientados a verificar la relación entre la comunicación animal y la
humana. Entre todos ellos, el que más se ha acercado al éxito ha sido el intento de
enseñarles el lenguaje de signos americano (Ameslan), con el que se ha logrado que los
chimpancés lleguen a manejar algo más que un ciento de signos y a combinarlos en
grupos de dos elementos. Comparando esos resultados con secuencias emitidas por
niños menores de dos años, por un lado, y con otras pertenecientes a lenguas pidgin, por
otra, Derek Bickerton estableció la existencia de lo que llamó “protolenguaje”, un
sistema de comunicación previo al lenguaje en sí y que se diferencia de él en tres
rasgos: las combinaciones son fijas, en oposición a la combinatoria abierta del lenguaje
natural; no existe creatividad, aunque sí redundancia; y hay una relación biunívoca entre
las señales, por un lado, y los acontecimientos y los contextos, por otro (relación que es
plurívoca en el lenguaje natural).

Parece razonable suponer que el protolenguaje sea innato, pues incluso los
chimpancés, con capacidades cognitivas inferiores al hombre, son capaces de aprenderlo
en sus primeros meses de vida, lo que descarta una dependencia del protolenguaje con

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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

respecto a capacidades cognitivas generales. Sin embargo, ese innatismo tampoco puede
ser específicamente lingüístico, puesto que los animales, a diferencia de los humanos,
no desarrollan el protolenguaje de manera natural, sino solamente si son
específicamente entrenados para ello.

Hay, pues, que buscar un componente innato no específicamente humano pero


que al mismo tiempo pueda explicar la emergencia de este tipo de comunicación en
nuestra especie. Ángel López argumenta que ese componente innato podría relacionarse
con las habilidades perceptivas, hipótesis que se ve corroborada por ciertas relaciones
observadas recientemente en las bases cerebrales de ambos sentidos. Se ha descubierto
que el nervio óptico, que enlaza la retina con el córtex visual, continúa después de este
último y se bifurca en dos ramas que conducen a las ramas lingüísticas y que tienen
funciones similares a ellas: la rama dorsal (encargada de las relaciones espaciales y el
movimiento) conduce al área de Broca (encargada de la codificiación y de la sintaxis), y
la ventral (encargada del reconocimiento de objetos) al área de Wernicke (encargada de
la descodificación y de la semántica). Por otro lado, se observa una jerarquía en el uso
de los sentidos por los diferentes grupos de animales: los animales inferiores sólo se
sirven del tacto, del gusto y del olfato. Los superiores, además, utilizan “sentidos de la
distancia”, el oído y la vista, siendo los antropoides los que manifiestan una mayor
capacidad visual. Finalmente, solo el ser humano utiliza, junto a todos ellos, el lenguaje,
lo que permite suponer que existe alguna relación entre ellos. Por si esto fuera poco,
algunos experimentos realizados con pacientes afásicos demuestran la utilidad de los
estímulos visuales en la superación de sus limitaciones lingüísticas.

Así pues, resulta razonable pensar que los patrones neuronales responsables del
procesamiento visual, que producen una percepción inmediata, se aprovechen para el
procesamiento de secuencias sonoras articuladas (percepción mediada) para la aparición
del protolenguaje en el género humano: en un momento dado, un grupo de simios
aprovechó esos circuitos para realizar ciertas funciones simbólicas incipientes, en un
proceso de trasferencia de lo visual, que es necesariamente icónico (motivado), a lo
acústico (no motivado), transferencia en la cual aparece la arbitrariedad entre el
significante y el significado.

Ahora bien, la relación arbitraria entre significante y significado no es suficiente


para explicar el lenguaje humano, cuya especificidad viene determinada por la creación
de un componente nuevo, la gramática, que media entre el mundo de las cosas y el

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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

mundo de los sonidos. ¿Cuáles son los elementos de procesamiento visual que se
aplican en la gramática? Ángel López demuestra en el resto del capítulo el paralelismo
entre ambos.

En primer lugar, analizando la secuencia del procesamiento visual establecida


recientemente por David Marr, vemos una similitud con los componentes que
intervienen en el proceso de descodificación lingüística. Según este estudioso, el
procesamiento visual comienza con un esbozo en dos dimensiones (fase 2D), que
genera una imagen plana bidimensional caracterizada por una serie de manchas en los
bordes. Para distinguir las diferencias de color debidas a dichos bordes de las causadas
por otros factores, se incorporan unos “vectores de orientación” que generan un esbozo
en dos dimensiones y media (fase 2 1/5D). Finalmente, el punto de vista se traslada del
objeto al sujeto, que utiliza su memoria para relacionar la imagen con otras genéricas
(fase 3 D). A nivel lingüístico, la fase 2D se corresponde con el reconocimiento fónico,
la fase 2 1/5 D con el gramatical (que “orienta” las relaciones entre los elementos), y la
fase 3D se corresponde con la semántica, que relaciona el enunciado con el mundo
cognitivo. De este modo, las fases implicadas en el procesamiento visual han podido
modelar el análisis de secuencias lingüísticas, y son también las que utilizan los
primates a los que se ha enseñado el lenguaje de signos. En el caso de los humanos, esa
trasferencia se produjo hace decenas de miles de años pero, a diferencia de los primates
actuales, los humanos las incorporaron a su genoma convirtiendo en innata esa
capacidad lingüística.

Con respecto al componente estrictamente gramatical, las leyes sintácticas


universales siguen los principios generales de agrupación de estímulos que intervienen
en la percepción. Según la teoría de la Gestalt, las escenas se interpretan conforme a
una serie de leyes, entre las que destacan: la ley de la proximidad (por la que el ser
humano tiende a agrupar preferentemente elementos que están cercanos); la ley de la
semejanza, (tendencia a agrupar los elementos similares) y la ley de la clausura
(tendencia a percibir figuras que conformen un espacio cerrado). En el orden
gramatical, la ley de proximidad determina las relaciones temáticas, el grado de
tematicidad o rematicidad de un elemento en función de su cercanía a otro que se toma
como punto de partida en la cadena. La ley de semejanza fundamenta la concordancia
(elementos que comparten un rasgo común). La ley de clausura explica la rección, ya
que en virtud de la dependencia dos elementos pasan a valer por uno solo. Esas tres

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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

propiedades (concordancia, rección y tematicidad) están en todas las lenguas, y su


relación con las leyes de la percepción justifican también el innatismo del lenguaje,
entendido como una predisposición para reconocer la forma concreta en que esas leyes
se manifiestan en la lengua que se adquiere. Junto a los universales, existen otras
relaciones más específicas, que varían de lengua a lengua, y que determinan la mayor
influencia del aprendizaje en la adquisición de la lengua que en la percepción, que se
desarrolla de manera totalmente natural.

En el protolenguaje, que carece de estos patrones particulares determinados por


la influencia social, se puede observar una manifestación primigenia de las tres
relaciones gramaticales fundamentales: una proto-rección, que consigue aunar grupos de
dos elementos que funcionan de hecho como un sintagma; una protosucesión temática,
ya que los grupos se suceden en el orden en el que los hablantes los perciben (de ahí su
dependencia del mundo y del contexto), y una protoconcordancia que, a falta de
procedimientos gramaticales, se manifiesta en la frecuencia de la repetición como medio
de dar cohesión al discurso.

Así pues, el protolenguaje, analizado como trasferencia de la percepción visual,


se generan parte de los rasgos universales que caracterizan al lenguaje humano: la
arbitrariedad, la presencia de los componentes fónico, gramatical y semántico, y las
leyes sintácticas universales. Queda por explicar, finalmente, el paso del protolenguaje
al lenguaje propiamente dicho, pues a pesar de estos rasgos comunes entre ellos hay un
salto evolutivo importante. Para ese proceso pueden contemplarse dos posibilidades: o
bien un desarrollo neurológico, o bien una mutación que convierte lo aprendido en
innato. Ángel López defiende la segunda posibilidad, ya que la primera exigiría una
gradación entre los sistemas comunicativos animales y el humano que no existe en la
naturaleza (el lenguaje es una característica totalmente diferente del resto de sistemas
comunicativos existentes en ella, y no se conocen estadios intermedios).

Aunque no la discute explícitamente en este capítulo, este autor excluye la


explicación de Calvin y Bickerton, que interpretan esa trasferencia como exaptación de
papeles actanciales necesarios para la cohesión grupal (con papeles como agente,
paciente, instrumento, etc.), en un proceso que introduce la recursividad en el
protolenguaje, para posteriormente desarrollar procedimientos gramaticales como
mecanismos de desambiguación. Lo cierto es que, si bien estas estructuras actanciales
son indiscutibles, el proceso por el que la complejidad del lenguaje humano llega a

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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

convertirse en innata no queda muy clara en la teoría de estos autores, como tampoco
aquellos elementos del lenguaje que no tienen explicación directa desde el mundo. Por
el contrario, los principios fenomenológicos de la lingüística perceptiva, que considera
el lenguaje como un modo de captación del mundo materializado de modo diferente en
cada lengua, en función del entorno cultural que las hace evolucionar, no solamente
proporcionan, como demuestra este capítulo, una explicación convincente sobre la
aparición y funcionamiento del protolenguaje, sino que además permiten establecer un
puente entre la doble dimensión, natural y social, de las lenguas, que se había
demostrado en el capitulo anterior.

EL CÓDIGO DE LA VIDA COMO ORIGEN FORMAL DEL LENGUAJE

Para dar cuenta del proceso que lleva del protolenguaje al lenguaje humano
propiamente dicho, es necesario examinar primero los rasgos universales que
determinan la especificidad de este último. La búsqueda de similitudes y paralelismos
entre la comunicación animal y el lenguaje humano ha terminado siempre en fracaso
desde el punto de vista de los lingüistas, a pesar de que psicólogos y etólogos se
muestran más optimistas a la hora de interpretar los datos.

Charles Hockett y S. Altmant, analizando varios sistemas comunicativos


animales y humanos, llegaron a la conclusión de que el lenguaje humano tiene tres
cualidades específicas: la doble articulación, por la cual los enunciados pueden
dividirse, bien en unidades con solo sonido, bien en unidades con sonido y sentido a la
vez; la reflexividad, es decir, la capacidad para hablar de sí mismo; y la prevaricación, o
capacidad de alejarse del referente e incluso de mentir.

Estas tres propiedades, como demuestra Ángel López, están relacionadas, de


modo que una vez adquirida la primera, se está en condiciones de desarrollar las otras
dos: la doble articulación permite la reflexividad porque, al separar el sonido del
conjunto sonido-sentido, se pueden aplicar los sonidos de un signo a sentidos diferentes
del original, e incluso a los rasgos formales del propio signo. Esas prácticas sustitutivas
basadas en la reflexividad favorecen un alejamiento de los enunciados con respecto del
mundo (de los referentes) que permite la prevaricación, pues esta se produce cuando el
significado carece de referente en cualquier mundo, real o posible.

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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

En la naturaleza, sin embargo, los signos no están articulados, lo cual implica


que no hay separación entre el significante y el significado. Algunos estudiosos han
relacionado esto con las diferencias entre la comunicación analógica y digital, pero esto
no es totalmente exacto: por un lado, porque hay componente icónicos (motivados) en
el lenguaje humano, como está demostrando la lingüística cognitiva; y, por otro, porque
en el lenguaje animal sí hay ejemplos de lenguaje no motivado, pero no articulado,
como la danza de las abejas. Además, los animales también pueden engañar o mentir,
aunque lo hacen en base a una codificación genéticamente determinada, sin intención
real de comunicar. Esto quiere decir que no articulan estos “falsos” mensajes con el
propósito de influir en el receptor ni son capaces de adaptarlos a los posibles cambios
que surjan en el proceso.

Queda, pues, probado que la característica específica que sustenta las


posibilidades del lenguaje humano es la doble articulación. En la segunda parte de este
capítulo Ángel López demuestra que, si bien no se puede establecer una relación de
similitud en base a esta doble articulación entre las lenguas naturales y el código
genético, esta similitud sí existe al analizar el funcionamiento de los elementos
químicos, que constituyen el código de la materia.

En el paralelismo entre ambos códigos (genético y lingüístico), que ya


mencionara Jakobson en 1976 y que solo recientemente ha sido retomado por otros
estudiosos, se corre el riesgo de interpretar los datos en base a una terminología que
podría ser más metafórica que realmente descriptiva, desde el punto de vista científico.
Así, para Jakobson la doble articulación se manifestaría en el código genético en la
diferencia entre, por un lado, las bases nucleotídicas, que equivaldrían a las “letras” (así
se les ha llamado, alimentando la confusión), y por tanto a la segunda articulación, y,
por otro, los aminoácidos que forman esas bases, que se han identificado con la primera
articulación, considerándolas “unidades significativas”. En esta interpretación la
“forma” del aminoácido sería descomponible en unidades no significativas, las bases
nucleotídicas, y con un conjunto de cuatro bases se pueden formar hasta 64
combinaciones de tres letras (aunque solamente 20 aminoácidos, pues cada uno de ellos
puede estar representado por varias combinaciones diferentes de bases). Además, al
igual que en el código lingüístico, el orden de las bases es relevante para formar
aminoácidos diferentes. También se extendido el paralelismo con la articulación

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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

lingüística a la combinación de codones o tripletes (los conjuntos de tres bases que


forman los aminoácidos) en cistrones, operones, etc.

Sin embargo, esta analogía está mal planteada: al segmentar una secuencia
lingüística siguiendo la primera o la segunda articulación se obtienen unidades que no
tienen nada que ver unas con las otras (por un lado, oraciones, sintagmas, palabras,
rasgos semánticos; por otro, sílabas, fonemas, rasgos fónicos), mientras que al
segmentar un aminoácido o una base se obtienen, en los dos casos, elementos químicos
similares (hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, carbono…), aunque en proporciones
diferentes. En realidad, la diferencia entre ellos no está en su composición, sino en las
posibilidades combinatorias que les permiten asociarse en una cadena. Si entendemos
como significado ese tipo de restricciones combinatorias, no existiría un paralelismo
con la doble articulación del lenguaje, pues este fenómeno afecta en las lenguas tanto a
la segunda articulación (cualidades de los fonemas que les permiten formar sílabas o no)
como en la primera (semas que permiten asociar palabras o sintagmas entre ellos).
Entonces, las bases nucleotídicas no equivaldrían a los fonemas, sino que en todo caso
serían los términos de una segunda articulación transicional, vinculada a la primera por
algunos términos comunes.

Por otra parte, en los enunciados lingüísticos el sentido funciona como clave
interpretativa para las unidades de la primera articulación, pero no para las de la
segunda. Sin embargo, en la interpretación de cadenas de ADN se ha demostrado que el
reconocimiento de las bases nucleotídicas y de sus secuencias se hace en función de las
proteínas que codifican, ya que su comportamiento es indisociable del de ellas. Así, se
descubrió que un porcentaje de las cadenas de ADN (el llamado “ADN basura”) no
codifica ninguna proteína, y aun no se ha descubierto su función. Estas tiras sin sentido
tampoco pueden pertenecer a la segunda articulación.

El código genético no tendría, pues, doble articulación, pero esto no quiere decir
que no puedan buscarse funcionamientos similares en la naturaleza. En concreto, Ángel
López los encuentra en el lenguaje de la Química: un compuesto químico como el ácido
sulfúrico está constituido por componentes más básicos (ácido sulfúrico y agua), que a
su vez están formados por ciertas moléculas. Todos estos componentes tienen un
“sentido químico” que determina las combinaciones. Pero una vez que llegamos a los
elementos mínimos, la segmentación cambia de sentido, y nos encontramos con las
partículas atómicas (protones, neutrones, electrones). Estas partículas son las mismas en

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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

todos los elementos, que se diferencian entre sí por el número y distribución de los
electrones en los orbitales. No es que sean totalmente equivalentes a la segunda
articulación, ya que condicionan los elementos de manera diferente a los sonidos en el
lenguaje, pero sí existen ciertas similitudes: por ejemplo, la diferencia de un solo
electrón produce elementos con propiedades totalmente diferentes, igual que la
diferencia en un solo fonema produce palabras completamente distintas. En definitiva, a
pesar de las diferencias, los compuestos químicos, como el lenguaje, están doblemente
articulados: las partículas subatómicas y sus combinaciones equivalen a la segunda
articulación, y los compuestos químicos y sus combinaciones constituyen la primera.

Además, tanto en las lenguas naturales como en el lenguaje de la química ambas


articulaciones se rigen por tres principios organizativos: el principio de elección, por el
cual ciertos “huecos” pueden ser ocupados por determinados elementos pero no por
otros; el principio de cierre, que determina los límites de las unidades (una secuencia
solo puede comenzar cuando acaba la anterior); y el principio de cohesión, que
determina el grado de fuerza de los vínculos entre los elementos que se combinan.
Curiosamente, estos principios son equivalentes a los que la teoría generativa de la
rección y el ligamiento estableció para la sintaxis de las lenguas naturales
(subcategorización-rección, subyacencia y ligamiento).

Este sorprendente paralelismo en el comportamiento de la materia (recordemos


que se trata de todo tipo de materia, y no solo células) y el del lenguaje, el cual, como
propiedad de un organismo, forma parte de la materia viva, obliga necesariamente a
examinar su comportamiento en el código genético, base de la vida.

En el siglo XIX, a partir de ciertos experimentos que consiguieron obtener


productos orgánicos a partir de otros inorgánicos, se sentaron las bases para el posterior
desarrollo de la bioquímica, que permite analizar las similitudes y las diferencias entre
la materia inorgánica y la orgánica. Ahora sabemos que la vida está hecha de la misma
materia que la materia inerte, pero articulada en unas formas de organización diferente:
la forma de la materia inorgánica (moléculas) depende de las atracciones entre sus
átomos; la forma de la materia orgánica (proteínas, lípidos e hidratos de carbono),
depende de la cadena de ADN que codifica cada proteína.

Pues bien, en el lenguaje, las unidades reales básicas no son las palabras, que no
se corresponden a elementos separables de la realidad, sino las frases, que son las que
pueden convertirse en enunciados para representar un referente del mundo: esta mesa
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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

negra de madera, aun constando de varias palabras, designa conjuntamente a un solo


referente. Las palabras que componen esta u otras frases no se pueden definir en
relación al referente, sino por su pertenencia a una clase determinada (determinante,
núcleo, modificador), con un sentido muy general que determina en su conjunto el
sentido de la frase. Este sería el equivalente real a la relación entre las bases
nucleotídicas que forman los codones y el aminoácido que resulta: el equivalente de las
bases no son los fonemas, sino las funciones dentro de la frase, y el aminoácido no
equivale a las palabras, sino a la frase en su conjunto.

Otros datos que apoyan esta hipótesis es que también en los aminoácidos
homónimos, igual que en las frases, hay elementos “fijos”, como el núcleo y el
determinante de la frase nominal: así, los diferentes codones que pueden equivaler a un
mismo aminoácido comparten las dos primeras bases, diferenciándose en la tercera. En
una forma parecida se encuentra en el código lingüístico la forma abstracta de los
elementos no icónicos de las lenguas (categorías léxicas, reglas de movimiento,
proformas, reglas de cohesión y coherencia…). Hay que suponer que estos fenómenos,
que están en todas las lenguas, estarían ya también en la lengua original, así como en el
genoma.

Por otra parte, la descodificación del genoma humano ha revelado que este es
más pequeño de lo esperado, y que tenemos mucho más en común con otros seres vivos,
incluso con seres muy diferentes a nosotros, de lo que se podía pensar. Parece que lo
específico del nuestro no es la cantidad de genes diferentes, sino un número mayor de
duplicaciones. Para Ángel López, una de estas duplicaciones pudo aprovecharse para
una función diferente de la habitual (que sería codificar proteínas), y generar la forma
de la sintaxis del lenguaje.

De esta forma, el lenguaje surgiría por una evolución natural desde los sistemas
comunicativos de nuestros antecesores, combinándose una evolución gradual con dos
cambios bruscos: el primero originó el “protolenguaje” a partir de la sintaxis visual; y el
segundo, mediante una exaptación adaptativa del código genético, provocó el
surgimiento de la sintaxis formal, que mantiene las propiedades de aquel.

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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

OTRA VEZ LA SOCIEDAD Y LA CULTURA

Ahora bien, la explicación natural que proporciona Ángel López sobre el origen
del lenguaje no debe hacernos olvidar que estamos ante un producto humano con una
importante dimensión social. Tal como el mismo autor proponía en el prólogo, su
propuesta se sitúa en la frontera entre las Ciencias y las Humanidades, en un intento por
superar los límites que tal separación impone para una comprensión cabal del
fenómeno.

La dimensión humana del problema fue planteada primeramente por las


religiones, cuyas hipótesis, aun no respondiendo, lógicamente, a los presupuestos
científicos, resultan de interés por ser representativas de las preocupaciones de los seres
humanos en cuanto tales hacia el tema. En la tradición cristiana, la explicación bíblica
interpreta el lenguaje como una creación repentina, que surge del propio hombre para,
en primer lugar, dar nombre a las cosas, y, en segundo lugar, tras la creación de Eva,
para la comunicación. Dejando al margen la visión creacionista, que asume esta visión
de modo más o menos literal, y algunas hipótesis más o menos heterodoxas, la postura
oficial de la Iglesia en la actualidad insiste en la separación cuerpo / alma, admitiendo la
evolución para el primero pero no para la segunda, que sería una creación divina. Otros
textos, como el Popol Vuh, adoptan una visión gradualista, en la que los dioses van
creando animales con habilidades comunicativas progresivamente más complejas hasta
llegar al lenguaje. Ambos textos coinciden en presentar la diversidad lingüística en
relación a la dispersión, bien previa o bien posterior a su aparición, y también coinciden
en relacionar el dominio del lenguaje con el progreso tecnológico.

Pero incluso dentro de una perspectiva académica dentro de las Ciencias


Sociales es necesario tener en cuenta la influencia del entorno. Por otra parte, esta
tampoco es incompatible con la teoría darwiniana, según la cual la evolución promueve
las innovaciones adaptativas al favorecerse la supervivencia de los individuos mejor
adaptados. En el caso de la especie humana, tanto en la exaptación de la percepción
visual que dio origen al protolenguaje como en la posterior exaptación del código
genético al código lingüístico hay que tener en cuenta, también, el factor social.

Dentro de la lingüística, sólo las hipótesis culturalistas atienden a esta


interrelación con el entorno, pero afirmando que es el lenguaje el que se adapta al
cerebro, y no al revés. Sin embargo, las lenguas presentan una complejidad similar

27
Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

incluso en culturas diferentes, independientemente de la de los circuitos neuronales, lo


cual hace pensar que la complejidad lingüística pertenece a la condición humana.

Por su parte, las corrientes lingüísticas innatistas tienen dificultades para integrar
la influencia del entorno exterior en el lenguaje a causa de su empeño en defender la
autonomía de la sintaxis y circunscribirla a la propiedad de la recursividad. Aunque es
cierto que la sintaxis no tiene correspondencia en el mundo real y es el componente que
permite relacionar los sonidos y el vocabulario, esto no implica, como señalan los
generativistas, que su naturaleza tenga que ser puramente algorítmica. En este sentido,
la visión generativista asume una perspectiva individualista e inmanentista heredera de
la tradición occidental, y que sólo algunos pensadores (Habermas, Bourdieu…)
cuestionan en alguna medida, al introducir una perspectiva social y criticar el
aislamiento al que las teorías formalistas someten a la lengua.

Entre los autores que integran la perspectiva social en la evolución, destacan los
aportes de Mithen, que analiza la evolución de la capacidad cognitiva desde los
animales hasta el ser humano, y de Widgen, sobre el desarrollo de la función simbólica.
El primero sostiene que, mientras que la mayoría de los animales no tienen el cerebro
modularizado (lo cual implica que su capacidad cognitiva se aplica por igual a todas las
conductas), los primates se caracterizan por el alto desarrollo de su inteligencia social,
junto a unas incipientes inteligencias tecnológica y natural. Los humanos, sin embargo,
tenemos una mente modular más marcada y más equilibrada, que además permite la
diversidad de aptitudes y la especialización. Los tres módulos (cognición técnica, social
y natural) se relacionan en el grupo social, lo cual hace necesario el lenguaje como
elemento mediador entre ellos.

Widgen, por su parte, dibuja un escenario multilateral que permite el desarrollo


de la función simbólica a partir de la capacidad de los animales, en un proceso gradual
con periodos de aceleración y de estancamiento. Según él, para llegar a la teoría de la
mente propia de la especie humana, lo decisivo no es la proposición, como creía Fodor,
sino la argumentación, con la contribución de la religión y de la fabricación de
instrumentos y la intervención fundamental del arte como medio de fijación de lo
simbólico. En su propuesta, el componente simbólico surge como resultado de la
categorización, lo cual implicaría que los módulos fónico y semántico son previos al
sintáctico, y por tanto que este no es tan central como preconiza el generativismo.

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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

La categorización se produce a partir de la percepción sensorial, que analiza los


elementos de la realidad en diferentes aspectos para construir una idea a partir de ellos,
partiendo de una serie de conexiones entre células nerviosas. En el caso del lenguaje se
sigue un proceso similar, tal como revelan recientes investigaciones que prueban que, al
activar un concepto, se activan simultáneamente los rasgos perceptivos de su referente y
del patrón fónico de la palabra en la memoria. Los diversos tipos de memoria necesarios
para este proceso se alojan en zonas subcorticales del cerebro, con excepción de la
memoria semántica a largo plazo, localizada en la zona cortical pero conforme al patrón
marcado por los ganglios basales, que dan consistencia y recursividad a los datos, y que
intervienen también en la secuenciación automática de acciones, y por tanto en la
sintaxis. De este modo, las investigaciones demuestran que la sintaxis no es algorítmica,
sino que está fundamentada en la categorización y en la creación de escenas.

La comunicación, por otro lado, exige la participación de espacios mentales


complejos (categorías léxico-formales, emociones, inferencias y otros efectos
pragmáticos…) articulados en un cuadro mental coherente y adaptado a los oyentes. De
este modo, son las exigencias comunicativas las que hacen triunfar las innovaciones
adaptativas (la exaptación del protolenguaje desde las imágenes visuales, primero, y de
la forma abstracta del código lingüístico desde el genético, después) que dieron origen
al lenguaje.

Así, en este capítulo se demuestra nuevamente cómo una aproximación


cognitiva, de base fenomenológica, permite integrar las bases natural y social del
lenguaje, proporcionando una explicación de base neurológica no solo a la relación del
lenguaje con la percepción y la cognición, sino también a la influencia de la
comunicación en su desarrollo, más allá de la influencia particular que cada entorno
cultural pueda tener en las lenguas concretas.

Como se ha podido comprobar, la propuesta desgranada en el libro de Ángel


López García, además de una sólida y documentada base científica, abre las puertas a un
estudio integrador del lenguaje más allá de la fragmentación académica de las ciencias

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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

humanas y naturales, pero también de los diferentes enfoques y disciplinas existentes


dentro de ellas. Una fragmentación que, si bien resulta indudablemente fructífera para el
análisis de aspectos concretos del fenómeno, también corre el peligro de alimentar ideas
preconcebidas que impidan comprender la globalidad, o de provocar hipótesis que
generan lagunas en un aspecto debido al empeño en mantener las que se han mostrado
válidas para otro, tal y como el volumen demuestra en varias ocasiones.

Por el contrario, la visión integradora propuesta en este libro permite solventar


estos problemas y al mismo tiempo recoger las aportaciones y progresos de todas en un
marco común en el que cada uno de ellos adquiere un sentido en relación a la
globalidad. La exposición de las mismas, al hilo de la hipótesis sobre el origen del
lenguaje propuesta por el autor, permite que el libro ofrezca a los no iniciados una
visión global sobre las principales teorías que a lo largo de la historia, y especialmente
en épocas recientes, han proporcionado algún tipo de aportación al respecto.

Como ejes integradores de la teoría operan, del lado de las Ciencias Naturales, la
teoría de la evolución, que incluye el concepto de “entorno” en una base biológica; y,
del lado de las Humanidades, la visión fenomenológica, que a su vez integra lo natural
por la importancia de la percepción y por la búsqueda de bases neurológicas al concepto
de representación. Este último aspecto enlaza la propuesta del libro con el marco más
amplio de la lingüística perceptiva y, en general, cognitiva, probablemente la corriente
que en la actualidad está abriendo más caminos en la disciplina, al mismo tiempo que
recupera un estudio del lenguaje en relación a la actividad humana poco frecuentado en
el siglo anterior.

Por su parte, la perspectiva biológica, que conecta el lenguaje con otros


fenómenos evolutivos, no se limita a una comparación metafórica o a una mera
aplicación de los métodos propiamente científicos, sino que va un paso más allá al
sostener el carácter biológico del propio objeto de estudio. A pesar de la diferencia
cualitativa entre los aspectos naturales y sociales o mentales de la realidad, la búsqueda
de conexiones rigurosas y científicas entre ambos resulta de capital importancia para
una comprensión coherente y global de la realidad y, más particularmente, del ser
humano y sus manifestaciones.

En este sentido, como aspecto central en la configuración de la especie humana,


a nivel individual y social, hay que destacar que el lenguaje está implicado en muchos

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Fundamentos genéticos del lenguaje Paloma Losada Romero

de los aspectos que configuran nuestra realidad, tal como la percibimos y compartimos,
y por tanto es un objeto privilegiado para acceder a ese conocimiento global de la
misma, y resultaría un enfoque interesante para abordar no solo el origen del lenguaje
como otros muchos aspectos relacionados con él o que se generan o manifiestan,
individual y socialmente, en relación a él.

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