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Parte de una serie de notas donde se reflexiona sobre los 4 principios enunciados por Jorge Mario Bergoglio y ratificados por el papa Francisco en diversos documentos pontificios, en especial en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium
Parte de una serie de notas donde se reflexiona sobre los 4 principios enunciados por Jorge Mario Bergoglio y ratificados por el papa Francisco en diversos documentos pontificios, en especial en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium
Parte de una serie de notas donde se reflexiona sobre los 4 principios enunciados por Jorge Mario Bergoglio y ratificados por el papa Francisco en diversos documentos pontificios, en especial en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium
Para abordar este principios vamos a eludir las diversas
concepciones y discusiones filosóficas sobre el tiempo, su relación con el movimiento, la eternidad y su existencia misma. Si nos interesa aclarar que según la concepción de la iglesia desde Leibniz y Santo Tomás la inmensidad de Dios es independiente del espacio y la eternidad de Dios es independiente del tiempo. Y para partir de un concepto claro digamos que según la concepción leibniziana el tiempo es un cierto orden cuya nota típica es la sucesión de nuestros estados de conciencia, o el orden de sucesión de las cosas que no son simultáneas.
Por su parte el término “espacio” en la filosofía es concebido como
habitáculo (Platón), y como “lugar” (Aristóteles). Este último afirma que siempre emana de las cosas y que las cosas ocupan un espacio, distinguiendo el espacio finito siempre enlazado a las cosas, y el espacio imaginario que es infinito. En general –filósofos y científicos -tendieron a considerar a este como una especie de continente universal de los cuerpos físicos. Aunque también se hable de un espacio como lugar imaginario o virtual como cuando por ejemplo hablamos de espacio cultural, teológico o político.
EL TIEMPO COMO PLENITUD
El Papa enseña en la exhortación apostólica Evangelii Gudium, que
“el tiempo, ampliamente considerado, hace referencia a la plenitud como expresión del horizonte que se nos abre y al momento que es expresión del límite que se vive en un espacio acotado” (Evangelii Gaudium -en adelante EG- Nros. 222-199). O sea que, según nuestra lectura hay un tiempo-plenitud y un tiempo-momento.
La plenitud y el momento como magnitudes del tiempo
Plenitud es abundancia, es horizonte sin límite, es vivencia de un
tiempo futuro, es utopía, es libertad, es una causa final, en cambio, momento es una “pared que se nos pone delante”(EG Nro. 222), es la coyuntura, es el límite. Pleno, es la cualidad de estar lleno, completo, terminado: “ Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos… [Mat 14:20]. San Juan reasume esta doctrina en términos sencillos: en su gloria el Hijo unigénito «lleno de gracia y de verdad»(Jn 1:14) derrama sobre los hombres la abundancia inagotable de la benevolencia divina. «Sí, de la plenitud de Cristo todos hemos recibido» (Jn 1:16) y es esa plenitud que recibimos a la que el Santo Padre se refiere al convocarnos a todos a una conversión espiritual en la fe, y al invitarnos a la tarea de compartir esa plenitud de la existencia mediante la misión.
Todavía habría que agregar que hoy lo que vivimos es un tiempo
donde se sintetizan las dos dimensiones que sobre el tiempo habla el Papa: el tiempo-plenitud que le da un sentido nuevo al tiempo-momento. Un tiempo actial que propicia cambios, que nos toca el alma, que nos conmueve. En el reciente análisis del Concilio Vaticano II y la Gaudium et Spes en América Latina el teólogo argentino Carlos Schickendantz, luego de la celebración de las jornadas del I Encuentro Iberoamericano de Teología, llevado a cabo en Boston, Estados Unidos, del 6 al 10 de febrero de 2017, dijo que lo que quedó claro fue que la Iglesia está viviendo el “kairós”… es decir un momento propicio para avanzar en las reformas a la luz del Vaticano II, un momento que hay que aprovechar rápidamente y a fondo para impulsar una nueva primavera en la Iglesia. El Kairós no es el hoy sin horizonte, donde se duda de la existencia de Dios, donde el hombre vive acelerado y aturdido y camina errático en las tinieblas de un capitalismo salvaje, sino el “tiempo oportuno”, un tiempo especial preñado de Dios, yo diría iluminado, frente a un Cronos que significa el hoy del abandono y la resignación.
El Santo Padre nos dice que “en unidad con la fe y la caridad, la
esperanza nos proyecta hacia un futuro cierto…no permitamos que banalicen (la esperanza) con soluciones y propuestas inmediatas que obstruyen el camino, que «fragmentan» el tiempo, transformándolo en espacio. El tiempo es siempre superior al espacio. El espacio cristaliza los procesos; el tiempo, en cambio, proyecta hacia el futuro e impulsa a caminar con esperanza” (Encíclica Lumen fidei nro. 57).
La plenitud y el poder
Bergoglio al explicar este principio alude al “poder político y
social”, primero cuando dice que “Uno de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos.” (EG Nro. 223) y en seguida dice: “A veces me pregunto quiénes son los que en el mundo actual se preocupan realmente por generar procesos que construyan pueblo, más que por obtener resultados inmediatos que producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no construyen plenitud humana.” (EG Nro. 224)
La lectura de este principio, según el cual el tiempo es superior al
espacio debe –a nuestro entender –leerse a la luz de los otros principios a lo menos aquel según el cual “la realidad es superior a la idea” y esto nos remite al rechazo de Bergoglio hacia las ideologías como cristalización del pensamiento y deformación de la realidad, cuestión que analizaremos en otra oportunidad. En esa lectura es preciso considerar la relación del poder (o más propiamente la potencia) con la realidad y la posibilidad.
Porque el término poder –de por sí anfibológico -hay que
entenderlo, según nuestra propia lectura del mensaje bergogliano como el poder hacer que significa potencia, realidad y posibilidad. La potencia es acto, es lo que el hombre hace, y por medio de lo cual la realidad se genera, y es también lo que el hombre puede hacer. Lo posible. Lo posible es el resultado de un proceso que se desarrolla en nuestro pasado durante el cual lo ya hecho posibilita el hacer del presente. Y esto depende no sólo de lo que el hombre hizo sino también del contexto o circunstancia en la que se encuentra, lo que se relaciona no ya sólo con su potencia natural sino con el afuera. “No traces tu frontera, ni cuides tu perfil, todo eso es cosa de fuera” decía sabiamente Antonio Machado.
El poder contra el tiempo por el lugar
Quienes luchan por el poder en la actividad política y social a la que
se dirige el Papa (EG, Nros. 223 y 224) muchas veces lo hacen denodadamente y contra el tiempo, con el propósito de ocupar espacios. Sentarse en el siempre acotado lugar del sillón, autoafirmarse, llenarse a sí mismos, -de riquezas materiales o inmateriales -en lugar de buscar la plenitud. Ahora bien, según el mandato divino y el que surge de la naturaleza de las cosas, el hombre debe –según nos dice el Papa – antes que entrar en una carrera por el poder obedecer al tiempo porque es este el que “rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno” (EG Nro. 223, pag. 200). Los espacios pueden estar completos de horizonte, de la benevolencia que recibimos del Señor, de causa final, o estar vacíos. Cuando esos espacios no son el producto de una carrera individual por el poder y los que los ocupan son hombres y mujeres generados por procesos destinados a construir pueblo (EG Nro. 224), iluminados por el tiempo, el resultado será transformador y de crecimiento. Por eso hoy es tiempo de “generar procesos que construyan pueblo”. No es el tiempo para el que busca el “rédito político fácil, rápido, efímero” ya que este “no construye la plenitud humana”. El papa Francisco transcribe en este punto haciendo suyo un párrafo del gran teólogo ítalo-alemán Romano Guardini: “El único patrón para valorar con acierto una época es preguntar hasta qué punto se desarrolla en ella y alcanza una auténtica razón de ser la plenitud de la existencia humana, de acuerdo con el carácter peculiar y las posibilidades de dicha época”(EG, 224, de Das Ende der Neuzeit, Würzburg 1965, 30-31). “Este criterio –dice Francisco –también es muy propio de la evangelización, que requiere tener presente el horizonte, asumir los procesos posibles y el camino largo”. El Evangelio según San Mateo 13-24-30 cuya lectura nos recomienda aquí dice: "Jesús les propuso otra parábola: «Aquí tienen una figura del Reino de los Cielos. Un hombre sembró buena semilla en su campo, 25.pero mientras la gente estaba durmiendo, vino su enemigo, sembró malas hierbas en medio del trigo, y se fue. 26.Cuando el trigo creció y empezó a echar espigas, apareció también la maleza. 27.Entonces los trabajadores fueron a decirle al patrón: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, viene esa maleza?» 28.Respondió el patrón: «Eso es obra de un enemigo.» Los obreros le preguntaron: «¿Quieres que arranquemos la maleza?» 29.«No, dijo el patrón, pues al quitar la maleza, podrían arrancar también el trigo. 30.Déjenlos crecer juntos hasta la hora de la cosecha. Entonces diré a los segadores: Corten primero las malas hierbas, hagan fardos y arrójenlos al fuego. Después cosechen el trigo y guárdenlo en mis bodegas.»" (EG, Nro. 225). Dice Francisco: “la bondad del trigo se manifiesta con el tiempo”. El tiempo es superior al espacio. Que es el pueblo para Bergoglio?
Abusaríamos de este espacio si pretendiéramos desarrollar lo que a
nuestro entender significa el término “pueblo” para el Papa Francisco. Pero podemos brevemente decir que según surge de sus mensajes y documentos el “pueblo” no es una suma de individuos (liberalismo), tampoco la “clase” de los proletarios (marxismo) ni tampoco el “pueblo pobre” (teología de la liberación). Para Francisco el pueblo somos todos, todos los grupos o segmentos sociales que componemos la sociedad. Dentro de esa suma de partes del todo, como ya vimos, el todo es superior a la parte y la suma de ellas, pero la parte que representa al “pueblo pobre trabajador” es el núcleo central y los demás segmentos tenemos la obligación cristiana de acompañar a esa parte en su exilio (salida) de la pobreza. Y eso se hace a través, no del “derrame” ni de la lucha de clases, sino del diálogo social. Desarrollaremos este punto en otra oportunidad, si Dios quiere.