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Reseña Nº 11: Scott Wallach, Joan (2008) Género e historia. Fondo de Cultura Económica, México, D.F.

Sobre la autora

Joan Scott nació en Brooklyn, Nueva York, en 1941. Es una historiadora estadounidense que se ha especializado
en historia de Francia, además de incurrir en el campo de las mentalidades, aunque sus mayores contribuciones
se sitúan en la historia de género, historia de la mujer e historia intelectual. Se graduó en Brandeis, en 1962,
doctorándose posteriormente de la Universidad de Wisconsin-Madison. Antes de ingresar al Instituto de Estudios
Avanzados, dictó cursos en en la Universidad de Illinois, Chicago; la Universidad del Norte de Carolina, Chape
Hill, entre otras. Actualmente es profesora titular en la Universidad de Princenton, New Jersey. Entre sus libros
más importantes se encuentran: Los vidrieros de Carmaux: artesanos franceses y acción política en una ciudad
del siglo XIX (1974); Mujer, trabajo y familia (1978); Género y política de la historia (1988); Sólo parábolas
que ofrecer: feministas francesas y los Derechos del Hombre (1996); La política del velo (2007), entre otros.

Resumen del texto

En la breve introducción que escribe Joan Scott a su libro, retratará los elementos que motivaron la elaboración
de un trabajo en torno a la relación entre género e historia. El primer ámbito que mencionará será el diálogo que
le interesó establecer alrededor del posestructuralismo y la historia social, que se encaminan a reconocer el
problema también en el plano teórico. A partir de eso establecerá la segunda cuestión: el conocimiento como una
relación de poder en movimiento, especialmente en el marco del desarrollo de conceptualizaciones como la del
género, que para ella toma la forma de un conocimiento de la diferencia sexual. Desde estas dos cuestiones
mencionadas planteará un punto de partida: no existe un saber que sea absoluto ni verdadero, sino que este es
siempre cambiante y relativo.

El aspecto quizá más significativo de este momento introductorio es el claro programa de orden político e
intelectual que propone Joan Scott. Por un lado, sugerir que existen desigualdades manifiestas entre hombres y
mujeres dentro de las investigaciones históricas pero también al interior de la disciplina. Desde esa crítica, que
parece sencilla, impugnar una política feminista más radical, que atraviesa la idea de una historia feminista y una
epistemología radicalizadas, entendiendo que los alcances ofrecidos por la historia social son insuficientes y
debe darse un paso al frente. En definitiva, su esfuerzo se encamina por producir un conocimiento que esté
atravesado por la diferencia sexual, lo que implica entender el género como un fenómeno histórico que se
produce, reproduce y transforma.

La primera parte, denominada Hacia una historia feminista es, grosso modo, un balance general sobre los
alcances que ha tenido el desarrollo teórico de la categoría género. Para ello incursionará específicamente en la
historiografía estadounidense. Si bien plantea que existe un nuevo conocimiento acerca de las mujeres, donde
emergen investigaciones que tienen como sustento la agenda política del movimiento de mujeres, ampliándose
los temas, métodos e interpretaciones, no dejará de sugerir que existe un límite. Antes de ingresar en ellos, no
puede dejarse de enunciar que para Scott, esta historia feminista significó un hito crucial: la inclusión y
construcción de las mujeres como sujetos históricos dentro del ámbito público. Con todas las tensiones y
contradicciones internas, lo que ello supuso fue el establecimiento de un nuevo campo de conocimiento, que en
muchos casos sin proponérselo, tuvo como horizonte de sentido la reescritura de la historia, cuestión decisiva
para la política feminista de las historiadoras.

Para Scott, el vínculo intrínseco entre historia social e historia feminista ha sido de gran valor en la medida que
la primera le aportó a la segunda en cuatro aspectos fundamentales: i) Contribución en metodologías y
cuantificación; ii) conceptualización de fenómenos históricos; iii) Desafió la línea narrativa de la historia
política; iv) forjó una legitimidad de un interés centrado en grupos excluidos de la historia política. No obstante,
aunque la historia social abrió lugar a una serie de reflexiones, no logró desmarcarse de ciertas categorías que
continuaban produciendo universales sin dotarlas de un contenido específico de subjetividad e identidad. Tal fue
el caso de la clase social. Pero además, hubo una reducción de los agentes humanos a una función de fuerzas
económicas, donde el género tampoco adquirió especificidad.
En esta parte, el ensayo El género: una categoría útil para el análisis histórico es posiblemente el fragmento
más relevante del conjunto del texto. Allí elaborará una reflexión completa en torno a la categoría y su influencia
en la investigación histórica. Incorporando en gran medida las reflexiones provenientes del posestructuralismo,
Scott planteará la importancia del carácter histórico y no fijado de las palabras, que son capaces de producir
significados, prácticas, dominaciones y resistencias. A partir de ello plantea que el género desenvuelve ese
conjunto de expresiones, tanto en la historia como objeto de estudio, como en la disciplina histórica. La
constitución de una nueva historia de las mujeres, capaz de reescribir la historia está atravesada por los alcances
que logre tener el género como categoría de análisis. Su utilidad radica en que los análisis no se ubiquen
solamente en la relación entre hombres y mujeres en el pasado, sino que también en el vínculo entre la historia
del pasado y la práctica histórica común del presente. En ese sentido, el esfuerzo de las historiadoras feministas
pasa por reconciliar la teoría y la historia, profundizando los diálogos existentes y cuestionando los rincones
donde existe resistencia a un programa de este tipo. El género emerge, pues, como una categoría que da
contenido a una carencia o vacío al hablar de la historia de las mujeres. De esta manera, para Scott define el
género en dos vías: como elemento constitutivo de las relaciones sociales que se basen en las diferencias
percibidas entre sexos y como la forma primaria de relaciones simbólicas de poder.

Además de ello, la autora plantea cuatro cuestiones que son características del género y que se interrelacionan
entre sí. En primer lugar, que los símbolos disponibles cargan un contenido que produce representaciones en
torno a la mujer, para lo cual utiliza el ejemplo de María o Eva. En segundo lugar, que existe conceptos
normativos capaces de avanzar interpretaciones sobre los símbolos que intentan limitar y contener las
posibilidades metafóricas de los mismos; es decir, que siempre hay posiciones en el lenguaje que tienen un lugar
de dominación y que toman la forma de un consenso social. En tercer lugar, que existe una idea política que
cuestiona y se dirige principalmente a las instituciones y organizaciones sociales como el mercado de trabajo, la
educación o el régimen gubernamental. Finalmente, la identidad subjetiva, que no es otra cosa que el
planteamiento de cómo se construye la identificación en torno al género.

La segunda parte Género y raza, tiene como objetivo incursionar a profundidad en los lazos que se tejen entre las
teorías sobre el lenguaje el género y las producciones que se escribieron en torno a la clase obrera. Allí Scott va a
cuestionar en cierta medida los alcances que tiene dentro de la historia del trabajo la categoría de género. Si bien
arguye que hay una aceptación por parte de este campo de investigación, y existen trabajos, igualmente planteará
que no hay un interés profundo en la reflexión tanto teórica como de la riqueza analítica, además de relegar la
tarea a las nacientes historiadoras. Para esta parte del libro, la obra del autor inglés E.P. Thompson La formación
de la clase obrera en Inglaterra será fundamental, ya que, incorporando de nuevo la influencia de autores como
Jacques Derrida, sugiere Scott que se deben deconstruir conceptos relativamente fijados como el de clase,
cuestionando la significación que producen, tanto en la forma como en el contenido que está ligado al programa
político que encarnan. Lo que se planteaba en la introducción se ve latente en esta parte, ya que la cuestión del
lenguaje y el discurso cobran mayor valor analítico y crítico, cuestionando que no exista en ciertos exponentes
de la historia social una interrogación sobre el lenguaje.

En la tercera parte El género en la historia hay una experiencia de investigaciones que dan cuenta de la utilidad
del género como categoría de análisis histórico. Los ensayos se ubican principalmente en la realidad obrera de la
Francia decimonónica. De nuevo, las teorías del lenguaje y el discurso operan como lugar de análisis,
sustentando sus argumentos en que la excesiva atención de la que fueron sujetas la economía y la política para
los artesanos implicó una carencia en términos epistemológicos y políticos. De esta manera factores como el
género, la familia, han sido, producto de la efectividad discursiva de las representaciones simbólicas, separados
de la lógica de investigación en torno a la historia del trabajo. Aparece entonces, una vez más, el planteamiento
de reescritura histórica, que implica revisitar metodológicamente las fuentes que sirvieron para construir la
primera historia.

La cuarta parte Igualdad y diferencia, Scott apela a realizar un esbozo de historia conceptual proponiéndose
identificar los usos políticos que se le ha dado al género. Para ello partirá de plantear que el antagonismo entre la
igualdad y la diferencia como expresiones del conflicto histórico y la estrategia política de las mujeres, no
pueden escindirse. La oposición plantea una distancia que no se hace efectiva en términos reales. Por un lado,
dirá que toda demanda de igualdad se va a sustentar en el reconocimiento de la existencia de la diferencia, tanto
social como política, e incluso epistemológica. Por otro lado, plantea que dentro de la estrategias políticas del
feminismo y las historias feministas debe tenerse en cuenta el papel de las operaciones de la diferencia, en parte
a través de insistir sobre las diferencias, pero desde un sentido simple: criticar a las operaciones de la diferencia,
que implican jerarquías normalizadas, que deben ser puestas en cuestión como verdades últimas. Además, Scott
plantea que las historiadoras feministas desarrollaron una estrategia clara: ingresar en el dilema de la igualdad-
diferencia a partir del análisis crítico de las categorías que se dan por sentadas, como es el caso de mujeres,
hombres, igualdad, diferencia, etc. Plantea casi como una genealogía conceptual para poder usar discursivamente
los elementos que tienen contenidas las palabras, lo que supondría un planteamiento de una diferencia clara en
torno a la precisión o rigor con que se definen las categorías de uso.

En el ensayo final ingresará en una discusión que ambientará en gran parte lo ya mencionado, y que para el
feminismo resulta fundamental: la distinción entre sexo y género. De nuevo, esgrime que en cada una de las
categorías existe una forma de conocimiento construido, que está ligada a las asociaciones que aparecen con
respecto a cada uno de los significantes. Allí expresará una cuestión en suma crucial y es la naturalización o la
construcción que se da de ambas palabras, que imposibilitan su distinción. Entonces, hay dos formas de acceder
al conocimiento de esas categorías: la cultura, como acumulación de saber colectivo que es natural y el acceso a
través de teorías y prácticas de la política. Allí discurre en reflexiones en torno al psicoanálisis, el goce y el
deseo, que vislumbran esfuerzos explicativos para distinguir entre una categoría asociada a un ámbito más
natural, como el sexo, y una categoría que se vincula de manera más estricta al ámbito académico e intelectual,
como es el género.

Comentario

En términos generales, al hablar de género e historia, existe una virtud en el texto de Joan Scott, que está ligada a
la riqueza de la propuesta conceptual, como cuestionadora de categorías y explicaciones que ya se habían
desarrollado pero que necesitaban una profundización en tanto emergían sujetos que previamente no habían sido
tenidos en cuenta. Proponer el género como categoría de análisis histórico, en clara crítica a otras
categorizaciones como la clase, supone un esfuerzo significativo por ampliar el marco de posibilidades de
entendimiento histórico sobre cualquier periodo. Ahora bien, no puede dejar de plantearse que existe un peligro
por la hibridación teórica que tiende a construirse, especialmente entre lecturas posestructuralistas, que se sitúan
principalmente en torno al psicoanálisis, el lenguaje y la diferencia política. Aunque hay una amplitud en la
perspectiva la consecuencia puede ser una reducción de la capacidad explicativa y del alcance que tiene el
modelo para la diversidad de casos, sin mencionar los límites en términos metodológicos de aunar estas
teorizaciones para un campo como el histórico.

En segundo lugar, aunque hay un acuerdo con el énfasis parcial y específico del conocimiento –ligado también a
las lecturas posestructuralistas– es innegable que debe existir un proyecto que evoque explicaciones más
acabadas, que contengan indicios de verdad, incluso para una historia feminista. Menguar toda verdad, como
parte de un proyecto político transformador, a su vez puede conllevar a menguar niveles de esperanza para los
sujetos que han sido historizados. El presente no puede diluirse en la vaguedad parcial de lo que se conoce,
pensando que el pasado no puede ser contenedor de verdad.

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