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Revoluciones que
cambiaron la historia
Sociales, políticas, nacionales, culturales, sexuales
Benoît Bréville,
Dominique Vidal,
Emma Goldman,
Carlos Fuentes,
Serge Halimi
y otros
Textos de:
Jean Genet, Victor Hugo, Victor Serge,
Aimé Césaire, Salvador Allende y otros
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Bréville, Benoît
Revoluciones que cambiaron la historia.
Sociales, políticas, nacionales, culturales, sexuales.
1a ed. - Buenos Aires, Capital Intelectual, 2012
232 págs.; 22 x 15 cm - (Le Monde diplomatique; 61)
ISBN 978-987-614-375-2
1. Sociología de la Cultura. I. Título.
CDD 306
Índice
Introducción
Textos literarios
Guy Hocquenghem, “¡Abajo la dictadura de los ‘normales’!” …….… 39
Jean Genet, “De invisible, el negro se volvió visible” ………….….… 47
Victor Hugo, “Vosotros juzgáis los crímenes de la aurora” ……….… 83
Victor Serge, “Sin abdicación de pensamiento
ni de sentido crítico” ….…………………………………………….… 99
Aimé Césaire, “Pienso en los olvidados” ………………………….… 121
Salvador Allende, “Las grandes alamedas por donde
pase el hombre libre” ……………………………………………….… 129
Georges Bernanos, “La guerra de España es un matadero” ...….… 157
Edgar Snow, “Bandidos rojos” …..………………………………….… 185
Abdelrahman El-Khamissi, “Di adiós” …..………………………….… 201
Revoluciones 8/13/12 6:07 PM Page 9
Introducción
* Tout ça n’empêche pas, Nicolas… en el original francés. El título remite al estribillo de una
canción de Eugène Pottier (el autor de La Internacional) escrita en mayo de 1886, sobre un
tema musical de Victor Parizot, T’en fais pas Nicolas, en recuerdo de la Comuna de París. A
continuación, el estribillo dice: “¡Que la Comuna no ha muerto!”. [N. del T.]
1 París, Stock, 2004.
2 Lenin, La Maladie infantile du communisme (le “gauchisme”) (1920), Éditions du Progrés,
Moscú, 1971. [Hay versión en español: La enfermedad infantil del izquierdismo en el comu-
nismo, sin indicación de traductor, Buenos Aires, Estación Finlandia, 2009.]
* Escrito en 1906, este texto fue traducido [al francés] en 1914 por el anarquista E. Armand,
y luego publicado por la Revue Agone en 2003.
gedia que se juega en las vidas de las mujeres y los hombres contem-
poráneos.
Una inteligencia cultivada y un alma bella son generalmente con-
sideradas como los atributos necesarios de una personalidad noble y
bien templada. Por lo que respecta a la mujer moderna, estos atribu-
tos sirven de obstáculos a la completa afirmación de su ser. Hace
mucho más de un siglo que la antigua y bíblica fórmula del matrimo-
nio “hasta que la muerte los separe” fue denunciada como una insti-
tución que implicaba soberanía del hombre sobre la mujer, sumisión
absoluta de esta última a sus caprichos y a sus órdenes, su dependen-
cia completa tanto para el apellido como para la manutención. Innu-
merables veces se probó irrefutablemente que las viejas relaciones
matrimoniales reducían a la mujer a las funciones de criada del hom-
bre y de madre de sus hijos. Y sin embargo, encontramos a cantidad
de mujeres emancipadas que prefieren el matrimonio, con todas sus
imperfecciones, al aislamiento de una vida de celibato: vida restrin-
gida e insoportable a causa de los prejuicios morales y sociales que
mutilan y atan a la naturaleza femenina.
La explicación de semejante inconsecuencia por parte de muchas
mujeres adelantadas proviene del hecho de que nunca comprendie-
ron verdaderamente lo que significa la emancipación. Ellas se ima-
ginaron que habían cumplido con todo volviéndose independientes
de las tiranías exteriores. Dejaron que las convenciones éticas y so-
ciales y los tiranos interiores, que son mucho más peligrosos para la
vida y el crecimiento individuales, se las arreglaran solos. Y estos pa-
recen ocupar un lugar tan considerable en las cabezas y los corazo-
nes de las más activas de nuestras propagandistas feministas como
en las cabezas y los corazones de nuestras abuelas.
¿Qué importa que estos tiranos interiores se presenten en la for-
ma de la opinión pública o de qué dirá de esto mamá o mi tía, o los
vecinos, el padre, el pudor, el patrón o el consejo de disciplina?…
Hasta que la mujer haya aprendido a desafiar a todos esos gruñones,
a todos esos “detectives” morales, a todos esos carceleros del espíri-
tu humano; hasta que ella haya aprendido a permanecer firme en su
terreno y a insistir en el ejercicio de su propia libertad, sin restriccio-
* Escritor mexicano (fallecido en 2012). Últimas obras traducidas al francés: Le Bonheur des
familles (2009), En inquiétante compagnie (2007), Les Deux Rives (2007), La Desdichada >>
Era un hombre del norte, alto y robusto, con un torso más largo
que sus cortas piernas indias, con brazos largos y manos poderosas
y esa cabeza que parecía cercenada hace tiempo del cuerpo de otro
hombre, hace mucho y muy lejos también, una cabeza cortada del
pasado aleada como un casco de metal precioso a un cuerpo mor-
tal, útil pero inútil, del presente. Los ojos orientales, risueños pero
crueles, rodeados de un llano de divertidas arrugas, la sonrisa pron-
ta, los dientes salidos brillando como granos de maíz muy blanco,
el bigote raído y la barba con tres días de crecimiento: una cabeza
que había estado en Mongolia y Andalucía y el Rif, entre las tribus
errantes del norte americano y ahora aquí en Camargo, Chihuahua,
sonriendo y parpadeando y angostando la mirada contra los emba-
tes de la luz, con vastas reservas de intuición y ferocidad y genero-
sidad. La cabeza había venido a reposarse sobre los hombros de
Pancho Villa.
Los terratenientes habían huido y los prestamistas se habían es-
condido. Villa rió frenando apenas su caballo castaño en las calles
empedradas de Camargo, donde su columna central de la División
del Norte se reunía con las de los demás generales antes del asalto
sobre Zacatecas, el empalme comercial de las haciendas devastadas
que él había saqueado para liberar al pueblo de la esclavitud y el
agio y las tiendas de raya. Entró pisando fuerte sobre el empedrado,
encabezando un séquito de rumores metálicos en contrapunto a la
oquedad extraña de las calles de piedra: chocaban los frenos de hie-
rro, las barbadas de argolla, los cabestrillos y los frenos de cobre;
chasqueaban los vaquerillos con crin de caballo y los acicates y los
fuetes.
Todo el pueblo estaba allí, tirando confeti desde los balcones de
hierro forjado, serpentinas desde los postes de luz, apaciguando el
encuentro de metal y piedras con la marea color de rosa, azul y es-
carlata de las fiestas mexicanas, desbordada en los grandes garrafo-
<< (2007), todas en las ediciones Gallimard, París. [Respectivamente, Todas las familias feli-
ces; Inquieta compañía; Las dos orillas; La desdichada. El texto que aquí se ofrece no es una
traducción, sino el original de Carlos Fuentes. (N. del T.)]
68 NDLR. Carlos Fuentes se refiere aquí al cineasta norteamericano Raoul Walsh –autor, en-
tre otros, de: El ladrón de Bagdad (1924), Al rojo vivo (1949), Los desnudos y los muertos
(1958), Una trompeta lejana (1964)– que efectivamente realizó en 1915 en México un film
sobre Pancho Villa, Life of Villa, siguiendo las campañas del general revolucionario. Walsh
describió las peripecias de ese rodaje en su libro Un demi-siècle à Hollywood y, más particu-
larmente, en un capítulo titulado “¡Viva Villa!”. [Hay versión en español: La vida de un hom-
bre, traducción de Marta Pessarrodona, Barcelona, Editorial Grijalbo, 1982.]
Dice que ella fue testigo de los hechos. A su padre se le había dado
como perdido en acción desde la guerra en Cuba. Parece que sólo
quería evadir las obligaciones familiares, pero luego quiso ver a su
hijita ya crecida antes de morirse. Ella vino aquí a verlo. Acusan a
un general de su ejército, general. ¿Cómo dices que se llama, Art?
—Arroyo es el nombre, general Tomás Arroyo. Ella dice que lo
vio balacear a su papá hasta matarlo.
—Con todo respeto, general, le recordamos que los cuerpos de
los ciudadanos de los Estados Unidos matados en México o en
cualquier parte del mundo tienen que ser regresados a solicitud de
sus familiares para recibir un entierro cristiano y decente.
—¿Eso dice la ley? –gruñó Villa.
—Exactamente, general.
—Muéstreme dónde está escrito.
—Muchas de nuestras leyes no están escritas, general Villa.
—¿Una ley que no está escrita en papel? ¿Entonces para qué de-
monios aprender a leer? –dijo con una sonrisa de sorna asombrada
Villa, luego rió y todos rieron con él y le abrieron paso al hombre
que representaba a la revolución y que se preparaba a demostrarle al
mundo que no era Carranza, un viejo senador perfumado, parte de
la llamada gente decente de México, quien merecía esa representa-
ción, sino precisamente lo que Carranza más odiaba, un campesino
descalzo, iletrado, bebedor de pulque y mascador de tacos llegado
de las colinas inquietas de Durango, que fue azotado por los mismos
hacendados que violaron a sus hermanas.
—No –se rió y le aseguró a su distinguido artillero el general
Felipe Ángeles, graduado de la academia francesa de St. Cyr–, no
lo digo por usted, don Felipe, sino por ellos, los acaba de ver: los
gringos nunca se acuerdan de nosotros como si no existiéramos y
un buen día nos descubren, ay nanita, y somos el mero diablo en
persona que los vamos a despojar de vidas y haciendas, ¿pues por
qué no darles un susto de a de veras –sonrió Pancho Villa–, por qué
no invadirlos una vez nomás, pa que vean lo que se siente?
Luego le entró una cólera espantosa de que hubiera quienes no
entendían la situación. […]