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La función terapéutica debe entenderse en relación a si la calidad de vida y la calidad

relacional del paciente son mejorables o no. El propósito del tratamiento psicoanalítico
(Rycroft, 1956) es “establecer, restaurar o incrementar la capacidad del paciente para las
relaciones objetales y, a partir de ahí, corregir diversas distorsiones” (nosotros añadiríamos,
si es posible). En forma parecida, Rosenfeld (1987) habla de “aumentar la capacidad del
paciente para las relaciones objetales y reforzar su Yo y las funciones de éste, así como su
capacidad para la integración y, especialmente, para el crecimiento mental”.
La postergación del carácter terapéutico del psicoanálisis puede llevar a sobrevalorar la
importancia relativa de la interpretación como vehículo transmisor del conocimiento (del
insight) en detrimento de la importancia de la relación psicoanalítica y de los aspectos
formales del setting necesarios para que esta relación sea posible y se mantenga. Sabemos
que ambos factores técnicos son indispensables para que se cumpla la función del
psicoanalista, que están interrelacionados y que son interdependientes, que no hay
interpretación sin setting ni setting sin interpretación, pero creemos que su valoración
relativa depende en el fondo de que se considere que la función esencial, definitoria, del
análisis es la de fomentar conocimiento desvelando lo inconsciente (“hacer consciente lo
inconsciente”) o la de proporcionar un medio terapéutico que alivie el sufrimiento en el
seno de una relación objetal y desvele capacidades inhibidas en su desarrollo cuando son
todavía recuperables (“donde había Ello que haya Yo”). Proporcionar este medio
terapéutico es la función primordial del setting.
Desde este punto de vista lo esencial de la función psicoanalítica es la relación terapéutica
en el marco del setting psicoanalítico y lo colateral o secundario sería el conocimiento
proporcionado por la interpretación como vehículo de la comprensión. En este sentido
precisa Etchegoyen (1986) que “el insight debe ser algo que surja por obra de nuestra labor
sin que nosotros lo busquemos directamente”. En conjunto sería la situación psicoanalítica,
que incluye setting, interpretación y también elaboración y todo aquello que forma parte del
proceso psicoanalítico, lo que conduciría hacia el cambio terapéutico entendido en sentido
amplio.
La principal función terapéutica del analista consiste en ayudar al paciente a poner en
palabras y en pensamientos conscientes los sentimientos inconscientes y las fantasías
primitivas que le preocupan [...] Según mi experiencia, es cuando el paciente se siente
aceptado y ayudado en el análisis y siente que tiene un espacio para pensar y progresar, que
la envidia disminuye gradualmente [...] Una excesiva acentuación de la interpretación de la
envidia o una sobrevalorización de la contribución del analista en relación a la del paciente
es una causa frecuente de impasse.
El sentirse comprendido y aceptado, sin propósitos moralistas ni de ninguna otra índole que
no sea la terapéutica, es necesario y esencial para el mantenimiento y consolidación de un
setting verdaderamente psicoanalítico. El paciente que no se siente comprendido puede
atacar el setting, puede desesperarse o puede intentar reconciliarse con el analista
idealizándole a él y al método para preservar así el setting, aún a costa de convertirlo en un
setting inauténtico. Esta última posibilidad es la más peligrosa, pues, si pasa inadvertida
para el analista, se constituye en el origen de un proceso colusivo a través de una mutua
idealización del método y de las personas y lleva a la adquisición de una pseudo-identidad
(en el caso del análisis didáctico de una pseudo-identidad de psicoanalista) que, como todas
las pseudo-identidades, tiene que escudarse protectoramente tras posturas de arrogancia,
idealización y dogmatismo para no dejar al descubierto su fragilidad e inconsistencia.
La función del analista es la de actuar “como conciencia del análisis, como mantenedor del
proceso analítico y del trabajo analítico frente a las resistencias y dificultades inevitables.
Cuando el analista tiende a olvidar que el proceso analítico se basa en esta unión dialéctica
de dos funciones psicoanalíticas, la del paciente y la propia, y se refugia en las
interpretaciones saturadas y transmisoras de verdad, tiende en ocasiones a concebir la
interpretación, el habla del analista, como un habla oracular que puede explicar lo que no
puede tener aún explicación.
La principal función del analista consistía en “crear una atmósfera apropiada para que el
paciente pudiera abrirse y evitar la creación de una atmósfera que haga que el paciente se
cierre”.
Creemos que una de las funciones fundamentales de la interpretación consiste en movilizar
el mundo interno del paciente para que éste pueda establecer un contacto más amplio y
profundo con él.
Si el analista no tiene suficientemente en cuenta esta función de la comprensión y de la
interpretación en el mantenimiento del setting, el desgarro puede hacerse insufrible hasta el
punto de romper la relación.
A modo de conclusión quisiéramos decir que la función del psicoanalista es diversa y
compleja y que, a nuestro entender, el aspecto que debe regirla como directriz fundamental
es el terapéutico. Salvando las dificultades y limitaciones que encierra toda definición, nos
adscribimos en términos generales a la que formula Rycroft respecto de la función
terapéutica del psicoanalista: “establecer, restaurar o incrementar la capacidad del paciente
para las relaciones objetales y, a partir de ahí, corregir diversas distorsiones”. Para que se
cumpla la función terapéutica, el trabajo del analista debe ir dirigido esencialmente a la
construcción, consolidación, mantenimiento y reconstrucción del setting, entendido, para
decirlo en dos palabras, como sustrato vincular básico mantenedor de la relación
psicoanalítica. Para ello es fundamental la comprensión del mundo interno en la dinámica
relacional de la transferencia y esta es la función principal de la actividad interpretativa:
fomentar y facilitar la comprensión del mundo interno en la relación psicoanalítica
rigurosamente limitada a y contenida en el setting. Para nosotros el criterio primordial para
que una interpretación sea psicoanalítica no es tanto que se pueda calificar de profunda o
transferencial o verdadera, sino que facilite y promueva el cumplimiento de la función
terapéutica como la hemos definido a lo largo del trabajo.

Etchegoyen habla del setting como “continente” necesario para el establecimiento del
proceso analítico

Lo que queda” es una sujeto con un saber asegurado. La cura produjo una
analista con un saber particular que no estaba en sus inicios en ningún lado,
pero que había supuesto ordenado en la persona de la analista y que tiene la
característica de ser un saber que no caduca, más bien es el saber de un
recorrido que autoriza.

El fin del análisis produciría una capacidad nueva para vivir, de saber de
ese resto, saber cómo, de dónde se construye, saber que sin lugar a dudas se
lo brindó el mismo análisis.

Por lo tanto, el final de una cura no será pensada como identificación al analista, en
tanto ideal, que es una de las formas de defenderse contra lo real.

Según la época de su enseñanza, Lacan pondrá el énfasis en que al final el fantasma se


reduce a la pulsión, o bien que al final el sujeto se identifica con su síntoma, con aquello
del síntoma que se muestra más real, imposible de transformar, forma de enfrentarse a
lo incurable.
Lacan utiliza el término de ?destitución subjetiva? para describir el final, en la cual el
sujeto ve abolirse, realizándose como deseo
En el caso de esta analizante, deberá finalmente hacer caer al Otro de la transferencia, el
analista irá a ocupar el lugar de deshecho, reducido a objeto, ya sólo queda separarse de
él, lo que no es sin un duelo, que con el tiempo ,en el mejor de los casos logrará también
desprenderse, y el sujeto estará más para libre para actuar según su deseo y no su
fantasma.
En el caso de esta analizante, deberá finalmente hacer caer al Otro de la transferencia, el
analista irá a ocupar el lugar de deshecho, reducido a objeto, ya sólo queda separarse de
él, lo que no es sin un duelo, que con el tiempo ,en el mejor de los casos logrará también
desprenderse, y el sujeto estará más para libre para actuar según su deseo y no su
fantasma.
Pero el final no nos deja en la impotencia, abatido, o en el sin sentido de la vida, El
haberse desprendido del Otro, no implica que el encuentro con el Otro no es posible, al
contrario no es un fin solitario, autista, regodeándose en su deseo. En varios textos
Lacan remarca que un fin de análisis auténtico deja muchas posibilidades al sujeto. Dice
en Televisión:?de la prueba de lo imposible ,el sujeto sabrá hacerse una conducta?.

La vida comienza a tener otra significación, el sujeto querrá vivirla porque encuentra un
plus de gozar en vivir, las miserias cotidianas adquieren otro valor, el asumir la
castración, la muerte hace que cambie el punto de vista de lo que vale la pena. Una
nueva satisfacción pulsional se produce al abrirse la deriva pulsional retenida en las
fijaciones propias del narcisismo.

Algo se aprende sobre sí mismo en el análisis, sobre lo que se es, pero eso deja lugar a
lo que no se sabe, aún un análisis llevado a su término, deja una parte de no sabido.

El deseo no es un deseo triste, es un deseo que conmociona, y que puede llevar al


entusiasmo.

Por su parte, Lander (2007) se dedica a comparar a Bion y Lacan. Cree que ambos
autores consideran que el final del análisis supone una des-idealización. Así, Bion habla
de des-idealizar al analista como objeto, y Lacan lo hace en términos de castración. Es
decir que, para Lacan, se trata de que el paciente acepte que el analista es un ser
limitado, que no es el “Sujeto Supuesto Saber”, aceptando así también sus propias
limitaciones –del paciente-.

Lo que se refiere Lacan (1960-1961/2006c) con análisis de la transferencia es que el


paciente, al final de la cura, acepte que el analista no es el experto del que él esperaba
una relación imaginaria, sino alguien que no sabe nada, que también está castrado. El
paciente debe de aceptar que las únicas respuestas las tiene él/ella y que no puede huir
de la castración simbólica, de la falta originaria.

El auténtico fin del análisis: que el paciente reconozca su falta estructural, que
reconozca que el analista no sabe nada de él, no es el terapeuta ideal que
querría.
Para Lacan (1964a/2008a) la clave del final del análisis está en el
atravesamiento del fantasma fundamental del sujeto, es decir de cierta
alteración de su modo de goce.
Para Lacan si el paciente, al final de la cura, se acerca a esta idea de que su
analista no es ideal, también renunciará él mismo a aspirar a serlo. Renunciará
a tratificar siempre las demandas de su yo. Si lo consigue, estará más presente
el orden simbólico (si bien para Lacan el orden imaginario no desaparece, sino
que se anuda de manera deseable con el simbólico). Se habrá conseguido
pues –partiendo de la idea de Lacan que la cura total nunca se consigue- el
objetivo del análisis.
El objetivo final de Lacan es que el paciente asuma que el analista no es el
experto, o Sujeto Supuesto Saber, que fantasea y espera.

Lacan pone especial énfasis en el papel de la imagen, y define la identificación


como “la transformación que se produce en el sujeto cuando asume una
imagen”(recordemos lo que dijimos en nuestro artículo sobre El Estadio del
Espejo). Asumir una imagen es reconocerse en ella y apropiarse de la imagen
como si fuera uno mismo.
Desde el comienzo, Lacan distingue entre identificación imaginaria ( Estadio del
Espejo, constitución del Yo) y la simbólica. La del Estadio del Espejo,
constituye la identificación primaria.
En cambio, la identificación simbólica es la identificación con el padre en la fase
final del Complejo de Edipo, dando origen al Ideal del Yo (metas a alcanzar,
algo así como el acelerador de la personalidad mientras que el Superyo es el
freno).
Gracias a ésta identificación simbólica al padre (en ambos sexos) el sujeto
trasciende la agresividad inherente a la identificación de El Estadio del Espejo;
de modo que, esta identificación secundaria es una especie de normalizador
libidinal.
Esta identificación, también tiene algo de imaginario, pero, a cambio,
representa el pasaje del niño al Orden Simbólico, el Orden de la Cultura, la
entrada en la Cultura.
Para producir el Ideal del Yo, el sujeto se identifica con el “rasgo unario” o
rasgo único, que introyecta del mismo sexo o, al final del Edipo, del padre.
En Psicología de las masas y análisis del Yo, Freud habla de 3 tipos de
identificación, que Lacan retoma: con un rival, con un objeto de amor, o con el
síntoma que padece una persona (identificación histérica; es el caso, tan visto,
de que las histéricas se identifican con casi todas las personas que están
enfermas, etc.).
Lacan se opone firmemente a los autores que describen el fin de análisis como
una identificación con el analista. Por el contrario, opina que las identificaciones
deben ser cuestionadas (lo cual produce angustia temporariamente), que el
sujeto debe diferenciarse y que no debe identificarse con su analista, ya que lo
haría caer en una forma de alienación.

Para Lacan hay que añadir algo del orden del saber. Lacan se refiere al final del análisis
kleiniano como un ideal de alegría sexual. Se trataría de un ideal de relación sexual
como posible y el analista sabría cual es.
Melanie Klein: SOBRE LOS CRITERIOS PARA LA TERMINACIÓN DE UN
PSICOANALISIS (1950)
SOBRE LOS CRITERIOS PARA LA TERMINACIÓN DE UN PSICOANALISIS
(1950)
Los criterios para la terminación de un análisis constituyen un importante
problema para cualquier psicoanalista. Hay muchos criterios sobre los
cuales todos nos pondríamos de acuerdo. Quiero proponer aquí un enfoque
diferente del problema.
Se señala a menudo que la terminación de un análisis reactiva en el
paciente las situaciones más tempranas de separación, que es como una
experiencia de destete. Esto implica, según me lo ha mostrado mi trabajo, que
las emociones que siente el bebé en el momento del destete, cuando los
conflictos infantiles llegan a su cúspide, se reviven intensamente al finalizar un
análisis. De acuerdo con esto, llegué a la conclusión de que antes de dar por
terminado un análisis tengo que preguntarme si los conflictos y las ansiedades
experimentadas en el primer año de vida han sido suficientemente analizados y
elaborados en el curso del tratamiento.
Mi trabajo sobre el desarrollo temprano (Klein, 1935, 1940, 1946, 1948b) me ha
permitido distinguir dos formas de ansiedad: la persecutoria, que predomina
durante los primeros meses de la vida y es fuente de la "posición esquizo-
paranoide", y la depresiva, que culmina alrededor de la mitad del primer año y
es fuente de la "posición depresiva". He llegado a la conclusión de que al
principio de su vida postnatal el niño siente la ansiedad persecutoria en relación
con fuentes a la vez externas e internas: externas, en tanto que la experiencia
del nacimiento se vive como un ataque; e internas, porque la amenaza para el
organismo proveniente, de acuerdo con Freud, del instinto de muerte, suscita a
mi criterio el miedo a la aniquilación -el miedo a la muerte-. Es este miedo lo
que considero la causa primaria de la ansiedad.
La ansiedad persecutoria se vincula principalmente a peligros sentidos como
amenazando el yo; la ansiedad depresiva, a peligros sentidos como
amenazando el objeto de amor, en primer término por la agresión del sujeto.
La ansiedad depresiva surge de procesos de síntesis en el yo; porque como
resultado de una creciente integración, el amor y el odio, y, en consecuencia,
los aspectos buenos y malos de los objetos, se vuelven más cercanos en la
mente del niño. Un cierto grado de integración es también una de las
condiciones previas de la introyección de la madre como persona total. Los
sentimientos y la ansiedad depresivos llegan a su cúspide -la posición
depresiva- alrededor de la mitad del primer año. Entonces, la ansiedad
persecutoria ha disminuido, aunque sigue desempeñando un papel importante.
El sentimiento de culpa, vinculado con la ansiedad depresiva, se refiere al daño
causado por los deseos canibalistas y sádicos. La culpa hace surgir el impulso
a reparar el objeto de amor así dañado, a preservarlo o restaurarlo, impulso
que profundiza los sentimientos de amor y promueve relaciones objetales.
En el momento del destete, el niño siente que pierde su primer objeto de amor -
el pecho de la madre- tanto como objeto externo y como introyectado, y que
esta pérdida se debe a su odio, agresión y voracidad.
Entonces el destete incrementa sus sentimientos depresivos, que evolucionan
hacia un proceso de duelo. El sufrimiento propio de la posición depresiva está
vinculado a un incremento de la comprensión de la realidad psíquica, que a su
vez contribuye a una mejor comprensión del mundo externo. Gracias a su
creciente adaptación a la realidad y a la mayor amplitud de las relaciones
objetales, el niño es capaz de combatir y disminuir sus ansiedades depresivas
y, en cierta medida, establecer firmemente sus buenos objetos internalizados,
es decir, el aspecto favorable y protector del superyó.
Freud describió la prueba de realidad como parte esencial del trabajo del duelo.
A mi criterio, es en la temprana infancia cuando se utiliza por primera vez la
prueba de realidad para superar el dolor vinculado a la posición depresiva; y
cada vez que se experimenta un duelo, estos procesos tempranos se reactivan.
He comprobado que el éxito del trabajo del duelo en los adultos depende no
sólo de establecer dentro del yo la persona perdida (como lo hemos aprendido
de Freud y Abraham), sino también de restablecer los primeros objetos
amados, que en la temprana infancia fueron destruidos o puestos en peligro
por los impulsos destructivos.
Aunque los primeros pasos para contrarrestar la posición depresiva se realizan
durante el primer año de vida, los sentimientos persecutorios y depresivos
reaparecen en el curso de la infancia. Estas ansiedades son elaboradas y
superadas con amplitud en el curso de la neurosis infantil, y normalmente,
cuando comienza el período de latencia, se han desarrollado defensas
adecuadas y se ha alcanzado ya un cierto grado de estabilización.
Esto significa que se han conseguido la primacía genital y relaciones objetales
satisfactorias, y que el complejo edípico ha perdido fuerza.
Extraeré ahora una conclusión de la definición dada acerca de que la ansiedad
persecutoria se refiere a peligros sentidos como amenazando el yo y la
ansiedad depresiva a peligros sentidos como amenazando el objeto amado.
Esto significa que estas dos formas de ansiedad comprenden todas las
situaciones de ansiedad por las cuales pasa el niño. Así, el miedo de ser
devorado, de ser envenenado, de ser castrado, el miedo a ataques en el
"interior" de su cuerpo, pertenecen a la ansiedad persecutoria, mientras todas
las ansiedades referidas a los objetos de amor son de naturaleza depresiva.
Sin embargo, las ansiedades persecutoria y depresiva, aunque
conceptualmente distintas desde el punto de vista clínico, a menudo se
mezclan. Por ejemplo, considero que el miedo a la castración, la principal
ansiedad en el varón, es persecutorio. Este miedo se mezcla con ansiedad
depresiva en la medida en que produce el sentimiento de no poder fecundar a
una mujer, en última instancia de no poder fecundar a la madre amada, y en
consecuencia de no ser capaz de reparar el daño que ella sufrió por los
impulsos sádicos del niño. No es necesario recordar que la impotencia produce
a menudo una severa depresión en los hombres. Consideremos ahora la
principal ansiedad en las mujeres. El miedo de la niña de que la madre
terrorífica ataque su cuerpo y los bebés que contiene, -que, a mi juicio,
constituye la situación de ansiedad femenina fundamental- es persecutorio por
definición. Pero en tanto que este miedo implica la destrucción de sus objetos
amados -los bebés que siente dentro de ella-, posee un fuerte elemento de
ansiedad depresiva.
De acuerdo con mi tesis, una condición previa para el desarrollo normal es que
tanto las ansiedades persecutorias como las depresivas hayan sido
ampliamente reducidas y modificadas. En consecuencia, como espero que
haya resultado claro de mí exposición anterior, mi enfoque del problema de la
terminación de los análisis de niños y de adultos puede definirse así: que
la ansiedad persecutoria y depresiva haya sido suficientemente reducida, lo
que -a mi criterio- presupone el análisis de las primeras experiencias de
duelo.
Debo decir, sin embargo, que aun si el análisis retrocede hasta las etapas
más tempranas del desarrollo, base para mi nuevo criterio, los resultados
todavía podrán variar de acuerdo con la severidad y la estructura del caso. En
otras palabras, a pesar del progreso de nuestra teoría y nuestra técnica,
debemos tener presentes las limitaciones de la terapia psicoanalítica.
¿Qué relación tiene el enfoque que estoy sugiriendo con algunos de los
criterios ya bien conocidos, como los de una potencia sexual y una
heterosexualidad bien establecida, la capacidad de amor, de relaciones
objetales y de trabajo, y determinadas características del yo que tiendan a una
estabilidad psíquica y estén ligadas a defensas adecuadas? Todos estos
aspectos del desarrollo tienen una relación recíproca con la modificación de la
ansiedad persecutoria y depresiva. En cuanto a la capacidad de amor y de
relaciones objetales, se puede ver fácilmente que sólo se desarrolla libremente
si las ansiedades persecutorias y depresivas no son excesivas. La solución es
más compleja en lo que se refiere al desarrollo del yo. A este respecto, se
enfatizan habitualmente dos rasgos, el incremento en estabilidad y en el
sentido de realidad, pero opino que la extensión en la profundidad del yo
también es esencial. Un elemento intrínseco de una personalidad profunda y
completa es la riqueza de la vida de fantasía y la capacidad de sentir
libremente las emociones. Estas características, a mi criterio, presuponen que
la posición depresiva infantil fue elaborada, es decir, que toda la escala de
amor y odio, ansiedad, pena y culpa en relación con los objetos primarios ha
sido experimentada una y otra vez. Este desarrollo emocional está ligado a la
naturaleza de las defensas. Una falla en la elaboración de la posición depresiva
se une inextricablemente con el predominio de defensas que provocan un
bloqueo de las emociones y de la vida de fantasía e impiden la introvisión
(insight.) Tales defensas, que he designado como "defensas maníacas",
aunque no son incompatibles con un cierto grado de estabilidad y de fortaleza
del yo, van juntas con una falta de profundidad. Si en el curso de un análisis
conseguimos reducir las ansiedades persecutorias y depresivas, y, en
consecuencia, disminuir las defensas maníacas, uno de los resultados será un
incremento tanto de la fortaleza como de la profundidad del yo.
Aun si se han obtenido resultados satisfactorios, la terminación de un análisis
conlleva el surgimiento de sentimientos penosos y hace revivir
ansiedades tempranas; culmina en un estado de duelo. Cuando se ha
producido la pérdida que representa el final del análisis, el paciente todavía
tiene que llevar a cabo por su cuenta una parte del trabajo del duelo. Creo que
esto explica el hecho de que a menudo, después de la terminación de un
análisis, se consigue un mayor progreso; se puede prever más fácilmente
hasta qué punto se logrará, si aplicamos el criterio que he sugerido. Porque
sólo si han sido ampliamente modificadas las ansiedades persecutorias y
depresivas el paciente puede llevar a buen término por sí mismo la parte final
del trabajo del duelo, lo que implica de nuevo una prueba de realidad.
Creo, además, que cuando decidimos que un análisis puede terminar, es
muy útil que el paciente sepa la fecha de la terminación con varios meses
de anticipación. Esto lo ayuda a elaborar y disminuir el sufrimiento inevitable
de la separación mientras está todavía en análisis y le allana el camino para
que termine exitosamente el trabajo del duelo por su propia cuenta.
En este artículo aclaré que el criterio que sugiero presupone que el
análisis ha sido llevado hasta los estadios tempranos del desarrollo y a
capas profundas del psiquismo, y ha incluido la elaboración de las
ansiedades persecutoria y depresiva.
Esto me lleva a una conclusión en cuanto a la técnica. En el curso de un
análisis, el psicoanalista a menudo aparece como una figura idealizada.
La idealización se usa como defensa contra la ansiedad persecutoria y su
corolario. Sí el analista deja que persista una idealización excesiva -es decir, si
se apoya sobre todo en la transferencia positiva- puede ser capaz de conseguir
cierta mejoría. Pero lo mismo podría decirse de cualquier psicoterapia exitosa.
Solo analizando la transferencia negativa tanto como la positiva se reduce la
ansiedad radicalmente. En el curso del tratamiento el psicoanalista llega a
representar, en la situación de transferencia, una cantidad de figuras que
corresponden a las que fueron introyectadas en el desarrollo temprano (Klein,
1929; Strachey, l934). A veces es introyectado como perseguidor y otras veces
como figura idealizada, con todos los matices y grados posibles entre ambos.
Cuando las ansiedades persecutorias y depresivas son experimentadas y
finalmente reducidas en el curso del análisis, se produce una mayor síntesis
entre los variados aspectos del analista junto con una mayor síntesis entre los
variados aspectos del superyó. En otras palabras, las más tempranas figuras
terroríficas sufren un cambio esencial en la mente del paciente -se podría decir
básicamente que mejoran-. Los objetos buenos -distintos de los idealizados-
pueden establecerse con seguridad en la mente sólo si el definido clivaje entre
las figuras persecutorias e idealizadas ha disminuido, si las pulsiones agresivas
y libidinales se han acercado unas a otras y sí el odio ha sido mitigado por el
amor. Este aumento en la capacidad de síntesis prueba que los procesos de
clivaje que, en mi opinión, se originan en la infancia más temprana, han
disminuido, y que se ha alcanzado una integración del yo en profundidad.
Cuando estos rasgos positivos están suficientemente establecidos,
tenemos motivo para pensar que la terminación de un análisis no es
prematura aunque pueda hacer revivir todavía una ansiedad aguda.

La finalización del análisis es una etapa normal del proceso psicoanalítico -que
perdurará por el resto de la vida- que se inicia con la internalización de las
funciones del analista, en la cual los analizandos son capaces de reconocer y
analizar sus conflictos por sí solos hasta llegar al “autoanálisis” que continuará sin
el terapeuta y perdurará por el resto de su vida. Este período produce variados
sentimientos en ambos miembros de la pareja, tales como el dolor y pesar ante
la separación, determinando un duelo que debe ser elaborado por ambos. Por
ello debemos tener en cuenta las metas y criterios para la finalización y, si se
llega a la conclusión de que se han cumplido y que la transferencia neurótica
se ha resuelto, se llega a un acuerdo mutuo para la fecha de finalización y se
sustituye la relación analítica por una relación madura. Casi siempre existe una
intuición simultánea, tanto en el analizando como en el terapeuta, de que ha
llegado el momento de culminación, momento en el cual pueden aparecer
numerosas manifestaciones transferenciales y contratransferenciales.
CRITERIOS PARA LA TERMINACIÓN
Balint (1950) cita los primeros criterios señalados por Freud: la superación de la resistencia
del paciente, la eliminación de la amnesia infantil, el logro de que lo inconsciente se torne
consciente “donde estuvo el Ello estará el Yo (Freud 1923).
Numerosos autores han destacado la tendencia a reconocer la capacidad para el
autoanálisis como uno de los criterios principales para la terminación. Cuando el terapeuta
y el paciente llegan a la conclusión de que las metas establecidas al principio del
tratamiento se han cumplido y que la transferencia neurótica se ha resuelto acuerdan una
fecha para ello.
En cuanto a las metas, Gabbard las sintetiza así: resolución de conflictos; búsqueda de la
verdad; mejorar la capacidad de encontrar objetos del self apropiados; mejoría en las
relaciones interpersonales como resultado de las relaciones de objeto internas; generación
de significados en el diálogo terapéutico; mejoría en la función reflectiva.
Los pacientes buscan cambios en sus vidas, pero los terapeutas están más inclinados a
los cambios intrapsíquicos. El autor plantea la necesidad de acuerdos, para formular metas
realistas. También nos advierte sobre el negativo sobre involucramiento del terapeuta en el
cumplimiento de las metas, sin tener en cuenta la diversidad de las formas resistenciales
que presentan los pacientes.
Casi siempre existe una simultánea intuición tanto en el paciente como en el analista de
que ha llegado el momento de la culminación, que podríamos llamar acuerdos
inconscientes.
Por otro lado, existen mensajes mutuos de aproximación de un final de análisis que se
detectan a veces a través de los sueños (Méndez 2003).
Reikman (1950) enumeró varios criterios y los resumió así: la eliminación de la amnesia
infantil, vencer las resistencias y hacer consciente lo inconsciente. Estos criterios están
relacionados con la disminución de las defensas, una disminución de las escisiones
internas o de las disociaciones en la psique.
Glen O Gabbard (2004) propone, como guía para la Terminación, algunos factores
positivos y negativos para tener en cuenta.
Dentro de los positivos, cuando el paciente se siente autor de su propia vida y ha
incorporado una nueva forma de pensar que le permita elaborar sus problemas de forma
adecuada; este es un indicador positivo de finalización.
Dentro de los negativos, el mantenimiento de un modo de relación infantil, tanto en lo
transferencial como en los vínculos sociales, así como el apoyarse en “objetos malos”
provenientes del pasado.
En contraste en una terapia abierta (libre) la decisión de Terminación surgirá cuando uno o
ambos participantes empiecen a sentir que ya es tiempo de terminar, aunque puede aún
no serlo ya que un buen número de pacientes retornan al tratamiento; en estos casos, es
más adecuado hablar de interrupción del tratamiento.
b) El duelo
1. Jonathan ha comparado la Finalización del análisis con el duelo y eso se encuentra
vinculado al fenómeno de la internalización de los objetos perdidos en el duelo.
Balint (1950) al describir su concepto sobre “un nuevo comienzo”, el cual ocurre al final del
análisis exitoso, escribe que la atmósfera general es de abandonar para siempre algo muy
querido, muy apreciado, con todo el pesar y el duelo que ello entraña. El duelo y la
internalización se reconocen como fenómenos estrechamente ligados en la Terminación y
en otras etapas evolutivas.
Sylvia Payne (1950) compara la Finalización del análisis con diversas etapas evolutivas
tales como la angustia de crecer, dejar la escuela o la universidad, el renacimiento, el
destete, el final del duelo, todos los cuales son momentos críticos que suponen una
reorganización del yo y de los intereses libidinales.
En el analista, además del duelo por la pérdida de su paciente, se debe tener en cuenta su
parte contratransferencial que, en una u otra forma, puede influir para retener al paciente o
para que se vaya antes de tiempo.
Existen analistas perfeccionistas insatisfechos de su trabajo que pueden prolongar
innecesariamente un análisis. Existe también el peligro de que el analista, en el periodo
final, abandone la relación analítica, para mantener una relación distinta. Hemos de
mantener la relación analítica desde la primera a la última sesión. Debemos tener en
cuenta que en el analizado hay limitaciones y que habrá cosas que no podrá superar
nunca, limitaciones que debemos hacer conocer al paciente a través de las
interpretaciones, igual el analista tiene sus limitaciones que debe reconocer y tener en
cuenta.
Algunos pacientes están siempre en el plan de acrecentar la autoestima del analista para
que se le dificulte dejarlo ir; lo mismo puede ocurrir cuando se trata de pacientes muy
adinerados.
Otros pacientes, muy perturbados, pueden requerir terapia indefinidamente en forma
infrecuente. Una vez se ha acordado la fecha de Terminación, pueden aparecer
numerosas manifestaciones transferenciales y contratransferenciales y reaparecer algunos
síntomas originales.
La transferencia negativa puede emerger, por primera vez, cuando el paciente advierte
que el terapeuta no estará allí para siempre.
Dados los formidables desafíos enfrentados por el terapeuta en el proceso de Finalización,
muchos terapeutas prefieren continuar con el mismo número de sesiones hasta el final,
mientras otros las disminuyen gradualmente; yo, personalmente, pienso que depende de
las circunstancias particulares que se vayan presentando: lo importante es que se analice
paso a paso el material y la decisión de la finalización sea analizada y elaborada de mutuo
acuerdo (Méndez, 2003).
Después de la Finalización, algunos pacientes no vuelven; otros telefonean de vez en
cuando. Algunos analistas desean saber de sus pacientes. Yo, personalmente, siento
alegría de saber algo de ellos y considero que debemos permitir que el paciente vuelva
cuando quiera, pues se supone que tienen libertad y criterio para hacerlo o no. Freud
recomendaba la Retoma de análisis especialmente a quienes ya habían terminado la
formación.

¿Altera la concepción kleiniana el criterio de terminación de análisis y sus propósitos


terapéuticos? a nivel básico, no (remover represión, comprender y liberar al paciente de
sus antiguas fijaciones e inhibiciones, capacitándolo para establecer relaciones personales
plena y satisfactorias).
• El análisis kleiniano se orientará a la evaluación del proceso terapéutico, de la integración
yoica, los objetos internos y la capacidad de mantener el estado de integración en
situaciones violentas.
• Klein: Si se han reducido las ansiedades depresivas y persecutorias, y las relaciones del
paciente con el mundo externo han quedado fortalecidas, se puede comenzar con el
término del análisis.

Se deben abordar los fenómenos clínicos que aparecen asociados con la terminación y los
relaciona con las ansiedades de separación, el duelo por la terminación de la relación
terapéutica y por la renuncia a determinadas expectativas, así como con las resistencias a
la introyección y la posterior elaboración.
 Los objetivos de la etapa de terminación serían:
 La elaboración del duelo por el final.
 La evaluación de resultados y la elaboración de las limitaciones de lo conseguido.
 La comprensión del retorno de los síntomas como resistencia a la terminación y el
reconocimiento de objetivos no cumplidos. Cabe señalar que esta tarea implica un
duelo del paciente y también del terapeuta

Al revisar las ideas de los psicoanalistas poskleinianos nos encontramos con el trabajo de
Meltzer para quien existen dos logros básicos en la fase de terminación del análisis: la
introyección de las partes infantiles de la mente con el objeto interno (pecho de la madre) y
la diferenciación de la parte más madura de la personalidad mediante la identificación
introyectiva. Estas ideas, en opinión de los autores, guardan ciertas semejanzas con las de
Gertrude y Rubin Blanck (1988) desde una perspectiva mahleriana (véase p. 189). Esta no
es la única coincidencia ya que, como bien dicen, la mayoría de los psicoanalistas
considera imprescindibles los aspectos de duelo para la adecuada terminación del
tratamiento (véase p. 191).

Meltzer propone un fin de análisis en relación con la capacidad de autoanálisis. El proceso


termina, cuando el paciente está en condiciones de continuar por sí mismo la ardua tarea
de integración de las partes escindidas del self, que dura toda la vida.
Entonces un fin de análisis implica el haber alcanzado el estado de sexualidad adulta de la
mente, que se constituye en base al superyó-ideal, como resultado de la introyección de la
pareja parental, en sus papeles femenino y masculino, en una relación amorosa en la que
no hay control ni dominación. Sin embargo, todavía podrían presentarse contaminaciones
de sexualidad infantil polimorfa y perversa en los juegos preliminares, no así en el coito
que es algo serio, es trabajo y no juego, y es además el fundamento de la capacidad de
trabajo, no en el sentido de la sublimación de Freud, sino como el impulso a la
conservación de los niños, que es en última instancia, la conservación de la especie, pero
no a su creación, reservada a los padres internos, que son los dioses de otros tiempos.
La sexualidad

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