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Luego de que Rosario fue devastada por King

Kong salí a la calle a gritar mi palabra. Bueno


bueno, en realidad no salí, porque mi casa ya
era la calle, le faltaba una pared, como al tea-
tro, al escenario. No me quedaba privacidad y
entonces opté, por fin, por salir a lanzar mi pa-
labra a los cuatro vientos, ¡y que se rompiera!
Pero nunca hay viento acá, y encima ahora ya
no hay nadie, no sólo viento. La humedad
queda, sí, y la humedad se traga las palabras
innecesarias, es decir, las verdaderas. Empezás
a gritarlas y al cabo –pero al cabo de apenas
10 segundos- te las empezás a tragar sutil-
mente. Te vas cansando, la voz se apaga. La
humedad te hace una densa respiración boca a
boca anónima, aérea, asfixiante. Me apagué en
breve. En breve. El cansancio, espontáneo me
ganó. Miré para todos lados, además, y no ha-
bía nadie. Estaba todo roto, las casas aplasta-
das, los autos desintegrados, exagerando un
poco (soy exagerado, lo sé, ustedes me cono-
cen de antaño, de chico). Miré un poco mejor,
estaba equivocado: había un perro. Perro más
bien pequeño. Color negro y bastante sarnoso.
Entonces comenzó a hablarme, su falta de pe-
digrí se notaba en su acento, que era una cruza
del de un locutor uruguayo de la CNN y el de
un profesor norteamericano de literatura hispa-
noamericana que intenta remedar el argot ar-
gentino: –Barthes está demodé, ya fue, ahí le
pifiaste –me expresa con pérfido aplomo–, mirá
cómo terminó todo en la ciudad de la soja y de
los poetas buenaondas… Te fuiste de mambo,
Lucianito… un exceso de credulidad a mi crite-
rio… Yo por ejemplo (tose un poco) tenía un
talento para las matemáticas…uf… llegué a ga-
nar un torneo en el Politécnico, y al ir a cobrar
el premio… ni siquiera me lo negaron al advertir
mi facha cuadrúpeda… mi semblante cánido…
por decirlo metonímicamente… no… Me lo die-
ron…me lo dieron… pero me pagaron con seis
kilos de aguja… entregando (más que tosiendo,
carraspeando ahora) el dinero al que alcanzó
el segundo puesto… Tardé en comprenderlo –
dijo unos largos segundos después durante los
que se mostró reconcentrado, caviloso-… pero
al final lo comprendí. ¿Por qué cae la lluvia?...
–Sentimiento, periferias de voz… la sinrazón bi-
jouterie fuera de catálogo, ¡perro del orto! –le
espeté desde el profuso huerto de mi hastío pa-
trimonial, y le lancé sobre la marcha una pa-
tada en los cuartos traseros, y entró como un
suspiro–. ¡Fessus es, vocem peripheriis!… ¡Que
el culo se te haga mosca! Entonces el viento sí
corrió, con su incolora traza foránea. El resto
fue esperarte, ingrata.

Acus
(Y King Kong fue tras ella gimiendo)

Yanina Saralegui
¡A tirar mi voz a todos los vientos!... Y King
Kong fue tras ella gimiendo y Rosario arruinó
mi palabra. Es así, ¿a quién no dejar?
Al tirar mi voz a todos los vientos, por fin se
comprende el secreto de esta alternativa: la hu-
medad es decir, y las palabras de la humedad,
superfluas, es decir: tragó.
Sentimiento, periferias de voz.
La fatiga, mi propio ritmo.
Que ahora soy una calle de la pared y perecie-
ron, como un escenario, vario alimento.
¿Soy, saldré?... y luego, por fin, se comprende
el secreto de esta alternativa, y lo partió, y
ahora no hay nadie en la parte superior del
viento pero no es así en este caso.
Vahes y confesar que: la boca del gordo que
anónimamente aire, la boca del sofocante hace.
Pronto se volvió hacia ella. En breve.
Dondequiera que miraba, no había tanto, es
así.
Vi un poco más, era posible, un perro. Pero el
pequeño perro. Color negro y muy áspero. Y
comenzó a hablar, podía decir de él que vino.
Se rompió cuando… exagerada, ya sé que me
conocés, soy viejo, un niño.
Él falta por su acento, que era de la cruz, tra-
tando de imitar: la conquista de, la conexión
con, y él estaba allí, pifiaste sería, en lo que
respecta a todos, que es en la ciudad de soja y
terminó... que dejaste atrás. Mambo del poeta,
en mi opinión. La comida se hizo entender a
los pocos días en la sinrazón, joyería de la im-
presión del perro, y rompí un majestuoso jardín
de mi herencia de saciedad. Lo echarán en las
habitaciones al final.

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