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Mujeres histéricas-Una mirada desde el psicoanálisis

Freud descubrió que las mujeres que padecen de histeria van a pedir cosas que ya saben
de antemano que el otro no les va a dar, y si se los llega a dar, van a desear otra cosa.
Van a querer tener un deseo que no se satisfaga.
Lo que esconde su pedido es amor: demandan amor y su neurosis histérica hace que lo
hagan de esa manera tan conflictiva, consiguiendo a veces todo lo contrario.
Desde el psicoanálisis se entiende que las mujeres histéricas inconscientemente buscan
en un hombre a un padre idealizado, a un “amo” para que les dé cosas, para amarlo y
venerarlo. Pero como descubren que ese hombre no tiene nada de ideal, surge la
insatisfacción que nunca será colmada… porque el ideal no existe.
La mujer histérica nunca ve la imagen esperada cuando se mira al espejo. Si ella se ve
gorda y su marido le dice que está flaca, se va a enojar porque le está mintiendo... pero
si le dice que está “rellenita”: ¡mamita, la que se arma!.
Ellas sólo buscan al hombre perfecto para luego encontrarle una falla y no sentirse tan
en falta. Y lo difícil es que se den cuenta de que son cómplices de lo que se quejan.
Las histéricas sienten que ellas son las que tienen la verdad, el saber. A diferencia de los
hombres que suelen dudar sobre sus acciones, ellas sienten más seguridad para pelear
por lo que quieren… aunque sólo peleen.
Es por esto que cuando los demás no hacen lo que ellas esperan, van a sentirse víctimas:
“¡Nadie me entiende!”. Jaques Lacan señala que la mujer histérica siente que vive
rodeada de un desorden del mundo, sin haberlo causado, teniendo que ser testigo de eso
y sufrirlo sin poder modificarlo.
Algo a conseguir en un análisis es que estas mujeres puedan ver su complicidad en eso
que las perturba para poder cambiarlo, en lugar de ver la falla sólo en el otro.
Pero hoy en día abundan las mujeres que se quejan de que “no hay hombres” o que “son
todos iguales”. Están solas o con relaciones poco duraderas. Viven a la defensiva y
consideran al juego con un hombre como perdido de antemano. Saben que el hombre
ideal no existe, ¿entonces para qué gastarse en buscarlo?
Las histéricas se presentan con un saber acerca de cómo actuar con el otro sexo. Para
ellas saber significa tener poder, y es a lo que aspiran. Desconfían: “Éste me va a
chamuyar seguro”. Creen saber lo que está tramando el otro: “Yo no voy a entrar en su
juego”. Pero ¿de qué se trata sino de animarse a jugar al juego del amor, donde las
reglas no son claras y no se pierde ni se gana, sino que se participa?.
Entonces si no entran en el juego, es muy difícil que se puedan dejar tomar por un
hombre, bajar la guardia y ser ese objeto que él desea. Porque para poder entregarse a
un hombre, tendrían que admitir que hay algo que no saben, que no pueden todo y
dejarse apoderar por él.
Estas mujeres inconscientemente se preguntan por ese brillo que tiene la otra que atrae
al hombre. Entonces cuando le demandan saber a dónde va o con quién está, quieren
saber sobre eso que provoca el deseo en él. Quieren saber sobre la otra mujer y no sobre
él. Una mujer histérica busca en la otra un modelo para responderse sobre lo que es ser
una mujer. Necesita el fantasma de una tercera para poder relacionarse con su hombre.
En la relación amorosa son tres como mínimo (lo lleven o no a la práctica).
A la histérica le gusta seducir y despertar el deseo en el otro, ya sea hombre o mujer.
Están las famosas “calienta pavas que no se toman el mate”. Son aquellas que hacen
desear al hombre pero para no entregar su cuerpo. Otros ejemplos de esto son la frigidez
o los malestares somáticos que aquejan a algunas mujeres. Éstas, inconscientemente,
hacen que el goce sexual no se lleve a cabo en su cuerpo.
Un caso paradigmático es la esposa que noche por medio le duele la cabeza. Freud
ubicó este doble mensaje de la histérica que con una mano levanta la falda y con la otra
la baja. Mientras que algunas quieren gozar, otras –histéricas‐ se conforman con ser
algo para el otro. Necesitan que les lleven bombones, que las presenten en sociedad.
Necesitan sentir que son un objeto preciado para ellos. Y les cuesta aceptar que los
hombres se van a enamorar de ellas y a desearlas como objetos sexuales también: tetas,
culos, piernas… pero sus tetas, sus partes del cuerpo con las que gozar. Así aman los
hombres.
Se trata de que la mujer pueda prestarse a ser eso con lo que goza el hombre y poder
gozar ella también en el proceso, sin necesariamente sentirse desvalorada.
Son muchas las mujeres que vienen a consultar por desengaños amorosos envueltas en
llanto. Porque dejan de ser ese objeto preciado para el otro, entonces pierden su ser. Se
quedan vacías. También están aquellas que no pueden estar solas, que rotan de novio en
novio, porque si no son un objeto de amor para un hombre sienten que no son nada. Es
por esto que se suelen preguntar: “¿qué soy yo para el otro?, ¿le hago falta?”.
A muchas les alcanza que su pareja les diga que las ama, aunque luego las maltrate. Y
no se dan cuenta que con la misma intensidad que las aman, las aporrean. Entonces,
¿alcanza con ser un objeto preciado para un hombre o también es necesario poder gozar,
sentir placer en esa relación?
Por otro lado, está la otra cara de la moneda. Las mujeres que van de hombre en hombre
creyendo que sólo quieren gozar sexualmente, sin compromisos. Estas histéricas
terminan igual de insatisfechas que las otras porque en verdad no se relacionan con
ningún hombre, sólo con ellas mismas. Logran satisfacciones efímeras pero solas al fin,
quedándose con una insatisfacción final.
Seducir, cautivar, sentirse un objeto valioso… Todo eso caracteriza a la histérica. Pero
no se dirigen únicamente al hombre, sino hacia la otra mujer. Buscan saber cómo
relacionarse con un hombre, y muchas veces el creer que se las saben todas hace que el
chico se vaya corriendo. Está claro que cuando ellas puedan dejar de buscar la fórmula
del amor (¡que no existe!), de preocuparse por valer más que la otra, aceptándose con
sus propias fallas, van a poder gozar y ser deseadas. ¿O acaso alguien sabe cómo se es
mujer?

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