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VENEZUELA Y SU ECONOMÍA

En cualquier economía, el rendimiento se mide por la productividad del trabajo.


Como lo demostraron los clásicos - Adam Smith y David Ricardo - el progreso
económico es la resultante de la eficiencia en el trabajo. Tanto más avanzado será
un país cuanto más produzca cada uno de sus hombres. El tiempo socialmente
necesario para fabricar, armar o elaborar un objeto o todos los objetos que precisa
la sociedad es la suprema expresión de la superioridad económica.

Con ese criterio, mediremos el proceso de la economía venezolana en los años


del auge. Para ello seguiré un procedimiento de sencillez inobjetable. Dividiremos
el Producto Nacional a precios constantes, o en otras palabras, la Producción Real
entre el número de personas que laboraron en ella.

El Banco Central proporciona en sus informes anuales las cifras del Producto Real
y de la población ocupada. En 1971 los 52.464 millones de bolívares que se
Produjeron en el país según el instituto emisor fueron la obra de 2.880.000
personas. La producción por persona ocupada alcanzó a 16.666 bolívares. Fue la
capacidad de producción de cada sujeto empleado en el proceso.

Para 1975 el Producto económico en términos reales subió a 62.590 millones de


bolívares y la población ocupada se situó en 3.413.000 personas. La productividad
media por trabajador fue de 18.924 bolívares. El incremento correspondiente a ese
lapso de cinco años frisó en el 13,5%.

Si dividimos esta última cifra entre cinco, número de años del periodo considerado,
hallaremos un promedio de 2,7% anual. La productividad sigue creciendo hasta
1977 cuando alcanzó la cifra de 19.782 bolívares por cada hombre ocupado, la
cual superó a la correspondiente a 1975 en un 4,4%.

Hacia 1978 comienzan a advertirse los primeros síntomas de un estancamiento en


la productividad. Ese año, al bajar la producción media por persona ocupada a
19.688, el rendimiento del trabajo cae en el 0,5%. De allí en adelante se esboza,
con firmeza, según las informaciones del Banco Central un firme proceso
descendente.

En 1979 la productividad vuelve a caer, esta vez en el 0,2%. En 1980 se acentúa


la tendencia depresiva cuando la productividad declina en el 4,4 %. La misma
realidad vuelve a advertirse en 1981 y 1982 con tasas de descenso del 3,3 y del
0,1 %.

Antes de analizar las causas de estos procesos contradictorios, de ascenso y


descenso sucesivos vale la pena decir algunas palabras acerca del auge de la
productividad en el período expansivo: La productividad por trabajador al crecer
del 2% en la Venezuela de la prosperidad petrolera, alcanzó los niveles
característicos de las economías más avanzadas del mundo capitalista. En efecto,
según Lester Turow (Ver "The Zero-Surn Societv") la productividad media en la
economía norteamericana, durante el periodo de crecimiento que culmina con la
crisis de 1974 fue del 2,5% por año. Exactamente la misma que marcó Venezuela
entre 1971 y 1977. Es cierto que en otros países capitalistas avanzados, como el
Japón, los incrementos de productividad llegaron por los mismos años al 5%, pero
se trata de casos excepcionales cuya singularidad ha abierto polémicas entre
quienes tratan de interpretarlos.

En la América Latina sólo en contadas ocasiones el incremento de la productividad


por hombre ocupado superó la marca del dos por ciento. La teoría del país
ineficiente y perezoso no parece que cuadra con las cifras de la productividad
hasta 1977. Tendríamos que ver por qué declina luego el rendimiento del trabajo.
En 1979 Venezuela inició la más larga recesión que haya registrado su economía
desde la Primera Guerra Mundial. El Producto Nacional deja de crecer ese año y
en los posteriores, hasta hoy, experimenta retrocesos. Las recesiones son
pródigas en efectos dañinos sobre la productividad como lo han demostrado los
teóricos de la Economía.

En primer término, en esas coyunturas o situaciones el Producto se estanca o


declina. Los empresarios asumen varias actitudes frente a la caída o
estancamiento de su producción. Ante todo, dejan de ampliar su nómina de
trabajadores. Luego, mantienen durante cierto tiempo esa nómina por la
esperanza de una recuperación. Un número de operaciones que es el mismo está
ahora produciendo menos como es obvio. La productividad por hombre ocupado
empieza su declinación en tales circunstancias. Si no sobreviene la recuperación,
los empresarios deciden despedir a una parte de su personal. Pero los contratos
colectivos, la presión sindical y otras circunstancias constituyen un freno para este
propósito. Muchos empresarios, en la grande y mediana industria, no pueden
despedir tantos trabajadores como unidades haya descendido la producción.

La productividad sigue descendiendo porque la producción ha caído más que el


nivel de empleo en el área fabril. Pero hay otro factor. En la medida en que tienda
a crecer el desempleo, el gobierno se ve forzado a enganchar o contratar algunos
trabajadores en sus empresas o institutos autónomos para paliar los problemas
sociales. Hay en el sector público más personas empleadas con la misma
producción o una menor. Y todo ello redunda en detrimento de la productividad. La
recesión venezolana surtió exactamente ese efecto. Muchas fábricas del país
trabajan desde 1980 reduciendo turnos de trabajo para mantener el mismo
personal. En esos casos ha bajado el volumen del salario que perciben los
trabajadores, pero su rendimiento es ahora muy inferior como es natural.

No son raros los ejemplos o circunstancias representados por fábricas que operan
sólo cuatro horas al día o tres días a la semana. Existe en ellas el mismo personal
de otros tiempos pero su tiempo de trabajo y su rendimiento global han caído. Las
bajas de la productividad tienen su explicación en esos procesos dispares del
volumen de la fuerza de trabajo empleada y de los niveles de producción. Estas
discrepancias explican por qué en las recesiones los costos medios de producción
aumentan en algunas empresas. Ello ocurre cuando el ingreso percibido por los
trabajadores no declina lo suficiente hasta emparejarse con la caída de la
producción. El análisis objetivo, hecho con las incuestionables cifras que acabo de
esgrimir, despedaza la tesis del país holgazán e irresponsable.

Durante la prosperidad, hasta 1977, el trabajo venezolano fue rindiendo


volúmenes crecientes de producción. Como ya lo dije, el alza anual de la
productividad en Venezuela, por lo que toca a ese período, se emparejó con las
medias imperantes en los países capitalistas más desarrollados. A partir de 1979
es cuando se afirman las tendencias opuestas. En total, la productividad creció en
un 17,9% a lo largo del ciclo expansivo de nuestra economía que se esboza en
1971 y culmina en 1977. Al sobrevenir un período declinante en 1979 la
productividad se reduce en un 8,5%. Los que estuvieron rindiendo más en el lapso
ascendente son los mismos venezolanos que luego, en la fase contraria, arrojarían
frutos menguantes. No es holgazán o displicente un pueblo que sostiene casi
durante una década una elevación tan persistente de la productividad.

Tanto en el momento del auge como en el de la caída de la productividad


intermediaron factores objetivos. En uno de ellos, la economía crecía, en el otro,
declinaba. La conclusión lícita, desde el ángulo de los análisis científicos, es sólo
una. Si el país reanudase su crecimiento económico, como sucedió hasta 1977, la
productividad por cada persona ocupada volvería a trepar la cuesta. Es un
problema de política económica. Cuando prosperábamos, Venezuela tenía una de
las economías más productivas de la América Latina. A ella podríamos volver con
una línea de crecimiento sostenido, con un Estado con reglas claras en materia
económica que estimule y proteja en términos jurídicos la inversión privada,
nacional e internacional en todos los rubros de quehacer productivo,
perfeccionando la gerencia de aquellas áreas en poder público, consideradas
estratégicas para el desarrollo del país.

De esto se trata: De producir arepas o aviones, pero que cada individuo participe
en el crecimiento económico, así se define una nación.

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