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MULTIPLICADORES FISCALES

Un intenso debate se ha desarrollado durante las últimas dos semanas en el entorno del
partido demócrata y de economistas afines de Estados Unidos. Gerald Friedman, un profesor de
economía, había circulado un estudio analizando los efectos económicos del plan económico y
social propuesto por Bernie Sanders (EEUU).

Lo primero que hay que entender es que “multiplicador fiscal” a secas no significa nada.
Aunque en la conversación cotidiana los economistas empleamos esta expresión, es solamente
porque añadir las adjetivaciones adicionales ralentizaría toda discusión.

Para describir estas adjetivaciones debemos definir un multiplicador fiscal. Un multiplicador


fiscal mide como se traslada un cambio en una variable fiscal sobre la actividad económica,
normalmente el PIB. Formalmente, este multiplicador mide el efecto sobre una variable de
interés, el PIB, en el periodo t+j de un cambio de política fiscal en el periodo t (donde j es igual

o mayor que 0). Hoy, para evitar que esta entrada se alargue excesivamente, pensaremos solo
en el caso de que este cambio de política fiscal es un incremento de gasto público (y, de nuevo,
dejaremos para otro día los multiplicadores de reducciones de impuestos).

Esta definición de multiplicador fiscal clarifica que, al menos tenemos que incorporar cinco
adjetivaciones (y algunas más que nos dejamos en el tintero).

Primero, el horizonte temporal es clave. No es lo mismo el multiplicador de impacto (el


multiplicador en el periodo donde se cambia la política fiscal) que el multiplicador un año
después del cambio de política fiscal o el multiplicador a largo plazo (el multiplicador
suficientemente en el futuro, solo para ser concretos, a entre 5 y 10 años). Por ejemplo,
imaginemos que sin el estímulo fiscal, el gasto hubiese sido 100 en cada trimestre. Con el
estímulo fiscal, el gasto es 101 en el primer trimestre, 100.95 en el segundo trimestre, 100.9025
en el tercer trimestre, así cayendo un 5 por ciento del impulso inicial hasta que volvemos a 100
en el límite. El efecto de este estímulo fiscal en el PIB es muy diferente en el primer trimestre
que en el trimestre 50. Cuando los economistas decimos, sin añadir mucho más, que el
multiplicador del gasto es 1.25, solemos querer decir que en impacto (el primer trimestre) el
multiplicador incrementa el PIB 1.25 euros por cada euro de gasto público adicional, pero NO
queremos decir que en el largo plazo (después de 10 años) el PIB sea 1.25 euros más alto. De
hecho, en la mayoría de los modelos, incluidos en el modelo neokeynesiano standard que se
suele emplear para efectuar estos cálculos, el multiplicador de largo plazo suele ser
ligeramente negativo porque el gasto público adicional tiene que ser financiado con impuestos
que deprimen la actividad económica en el futuro. El que el multiplicador de largo plazo sea
negativo no quiere decir que no haya que emplear la política fiscal como instrumento de
estabilización del ciclo: es solo un recordatorio de los límites de esta política.
Esta aclaración nos lleva a la segunda adjetivación. La persistencia del cambio de
política fiscal es clave, es decir cuál es el perfil temporal del cambio en el instrumento de
política fiscal. Si incrementamos el gasto público un 1 euro hoy y para siempre (es decir, la
nueva senda de gasto público es 101, 101, 101, 101, etc.), tendremos unos multiplicadores muy
diferentes que en el ejercicio anterior (donde la nueva senda de gasto público es 101, 100.95,
100.9025, etc.). Es más, para calcular este multiplicador resulta clave especificar cómo
financiaremos este nuevo gasto público.

La razón es que, como a continuación detallamos, aunque aumentemos de forma


permanente un componente de la demanda agregada, en el largo plazo el nivel de PIB de la
economía está determinado por las características de la oferta. Con un gasto público
incrementado a 101 de manera permanente, habrá un nuevo nivel de recaudación fiscal que
probablemente no pueda financiar el euro adicional de gasto. Incluso con un multiplicador de
largo plazo de un incremento permanente de gasto público de 1 por trimestre (algo que
argumentaremos en un momento es excesivamente optimista), solo generaríamos unos 40-50
céntimos de recaudación fiscal permanente adicional por trimestre. No queda más remedio,
por tanto, que incrementar los impuestos. Y esta subida impositiva reduce la actividad
económica. Cuán de grande es este efecto depende de los detalles: ¿qué impuesto se
incrementa? ¿Cómo de distorsionador es ese impuesto?, etc. De hecho, incluso en el caso de un
incremento transitorio del gasto, raramente la nueva actividad económica generará suficiente
recaudación adicional para financiar ese gasto, pero al requerir una cantidad menor de ingresos
adicionales, el cómo especifiquemos esa recaudación es menos importante para evaluar los
efectos sobre el PIB.

A la vez, gran parte de los beneficios a corto plazo de los incrementos temporales de gasto
público dependen de la forma en la que reaccione la política monetaria. Si el banco central
responde al aumento de gasto temporal subiendo los tipos de interés en respuesta al aumento
de renta y precios (generado por el aumento transitorio del gasto), entonces el multiplicador a
corto plazo se reducirá.

En un modelo neokeynesiano standard, el multiplicador de largo plazo de un incremento


permanente del gasto público financiado con impuestos a la renta o impuestos al consumo es
aproximadamente 0. Podemos jugar con el diseño del programa fiscal (por ejemplo introducir
mayor progresividad en el sistema fiscal muchas veces hace el multiplicador negativo por sus
efectos sobre la acumulación de capital) y, en vez de cero, quizás irnos hasta números bastante
negativos. Pero es difícil construir modelos que cuadren con los datos y donde el multiplicador
de largo plazo de un incremento permanente del gasto público sea sustancialmente positivo.

¿Por qué son tan diferentes los multiplicadores de cambios de gasto público permanentes y
transitorios? Porque en los modelos neokeynesianos la demanda determina parcialmente el
nivel de actividad económica en el corto plazo como consecuencia de las rigideces en la
economía (de precios, salarios nominales, financieras, etc.), pero en el largo plazo lo que
importa es la acumulación de capital, la oferta de trabajo y la productividad. Más gasto público
(por ejemplo en pensiones) ni acumula capital ni incrementa la oferta de trabajo o la
productividad (en un momento matizaremos esta afirmación), pero los impuestos necesarios
para pagar estas pensiones sí que tienen efectos negativos sobre la acumulación de capital (la
inversión y el ahorro) y sobre la oferta y demanda de trabajo.

Esto no quiere decir, en ningún momento, que no existan argumentos para incrementar el
gasto público de manera permanente. Tal posición política es perfectamente legítima. Lo que
no se puede hacer es el “cuento de la lechera” pretendiendo que de alguna manera una parte
importante de ese gasto se autofinanciara. No. Si uno quiere gastar más, tendrá que subir los
impuestos y decírselo a sus votantes. No sólo eso, es necesario además evaluar cuáles impuestos
se aumentarán y qué efectos tendrán, como decíamos antes, sobre la acumulación de capital
(la inversión y el ahorro) y sobre la oferta y demanda de trabajo.

La tercera adjetivación es la matización que avanzábamos hace un momento. El


multiplicador fiscal depende de la composición del gasto adicional. No es lo mismo aumentar
el gasto público para pagar más pensiones que gastar en educación, I+D o infraestructuras.

El gasto en estas partidas puede incrementar la productividad de la economía en el largo


plazo. Pero si uno quiere emplear este argumento, es importante ser honesto con cuatro
aspectos del mismo.

 Primero, incrementar el gasto en educación o la I+D requiere mejorar la calidad de


las mismas, algo que no es siempre el caso: como decenas de estudios han
demostrado, más gasto no se traslada automáticamente en mejores resultados.

 Segundo, este gasto público adicional necesita ser compaginado con reformas desde
el lado de la oferta que permitan que los nuevos factores y tecnologías sean
empleados; no sirve para nada invertir en formar estudiantes si las rigideces
laborales no les permiten encontrar un empleo, o el mercado de trabajo les ofrece
empleos en los que su potencial de productividad no se realiza.

 Tercero, este gasto público adicional tarda décadas/generaciones en tener efecto:


un chaval recibiendo hoy mejor educación pre-escolar tardará 20 años en
incorporarse a la población activa; o los incentivos a invertir en I+D requieren de
suficiente tiempo para trasladarse a nuevos y mejores productos o servicios.

 Y, cuarto, dada la evidencia empírica disponible, lo único que podemos aspirar es a


cambiar la tendencia de la productividad por unas décimas. Para los economistas,
pasar de un crecimiento tendencial de la productividad total de los factores de 1.5
por ciento a 1.8 por ciento es una victoria espectacular y sus efectos en el largo
plazo sobre el nivel de renta de un país son brutales. Sin embargo, estos aumentos
futuros de productividad no son fáciles de trasladar al presente pues no te pagan un
incremento sustancial de gasto público en la próxima legislatura sin necesidad de
emitir más deuda pública. Y, en el caso de España y salvo excepciones puntuales,
ya tenemos casi todas las infraestructuras públicas que necesitamos por una
generación (en el caso de Estados Unidos es diferente; cualquiera que se monte en
el metro de Nueva York sabe que la ciudad necesita inversiones en infraestructura
muy considerables).

La cuarta adjetivación es que el multiplicador marginal puede ser muy diferente del
multiplicador medio. Un multiplicador marginal es el efecto adicional sobre el PIB de
incrementar el gasto público por 1 euro adicional. El multiplicador medio es el efecto de
incrementar el gasto por una cantidad sustancial (por ejemplo, un 5 por ciento del PIB). El
multiplicador medio suele ser mucho más reducido que los multiplicadores marginales. Por
ejemplo, las rigideces de precios y salarios que generan multiplicadores marginales grandes
pueden no verse afectadas por pequeños cambios de política fiscal, pero estas rigideces se
disolverán cuando el cambio de política fiscal sea considerable.

La última adjetivación es que incluso si especificamos el horizonte temporal del


multiplicador, la persistencia del incremento de gasto, los detalles de cómo se financia y los
detalles de cuánto y cómo se gasta, el número todavía depende de la situación de la economía.
La evidencia de los últimos años apunta a que, efectivamente, el multiplicador de impacto de
un incremento transitorio de gasto público cuando estamos en la cota cero de los tipos de
interés nominales es más alto de lo que pensábamos. Pero esta evidencia es difícil de trasladar
a situaciones donde la cota puede dejar de ser operativa. De igual manera, el multiplicador
fiscal cuando se comienza con un 35 por ciento de deuda pública sobre el PIB (como estábamos
al principio de la crisis) puede ser mucho más grande que cuando esa deuda es el 100 por ciento
(aproximadamente nuestra situación actual) ya que, con deudas públicas elevadas, los países
pueden sufrir problemas de financiación como consecuencia de un estímulo fiscal adicional.

El error de Friedman es confundir multiplicadores de impacto con multiplicadores de largo


plazo, multiplicadores de incrementos transitorios con multiplicadores de incrementos
permanentes de gasto público y multiplicadores marginales con multiplicadores medios y -por
supuesto- olvidarse que la renta nacional está determinada en el largo plazo por la oferta de
la economía.

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