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Mead, M. (1975) “Adolescencia, sexo y cultura en Samoa”. Laia Ed. Pp.

11-13

PREFACIO

Franz Boas

Las modernas descripciones de pueblos primitivos nos ofrecen un cuadro

de su cultura clasificada de acuerdo con los diversos aspectos de la vida humana.

Nos enteramos de sus invenciones, economía doméstica, organización familiar y

política, creencias y prácticas religiosas. A través de un estudio comparativo de

estos datos y de la información que nos refiere su crecimiento y desenvolvimiento,

nos esforzamos por reconstruir, lo mejor posible, la historia de cada cultura

particular. Algunos antropólogos hasta confían en que el estudio comparativo

revele ciertas tendencias de desarrollo que, al repetirse con frecuencia, permitirán

descubrir significativas generalizaciones con relación al proceso del crecimiento

cultural.

Para el lector profano estos estudios son interesantes debido a lo extraño de

la escena, las actitudes peculiares características de culturas extranjeras que hacen

resaltar con fuerte luz nuestras propias acciones y conducta. Sin embargo, una

descripción sistemática de las actividades humanas nos proporciona muy escasa

comprensión de las actitudes mentales del individuo. Sus pensamientos y acciones

aparecen meramente como expresiones de formas culturales estrictamente

definidas. Aprendemos poco sobre su estructura racional, sus amistades y

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conflictos con sus semejantes. El aspecto personal de la vida del individuo se ha

eliminado casi en la presentación sistemática de la vida cultural del pueblo. El

cuadro es uniforme, al igual que una colección de leyes que nos dicen cómo

debemos o no comportarnos, lo mismo que reglas establecidas que definen el estilo

del arte, pero no la forma en que el artista elabora sus ideas de la belleza; como un

catálogo de invenciones que no establece la forma en que el individuo supera las

dificultades técnicas que ellas presentan.

Y, sin embargo, la forma en que la personalidad reacciona ante la cultura es

una cuestión que debe importarnos profundamente y que convierte el estudio de

las culturas extranjeras en un campo de investigación fructífero y eficaz. Estamos

acostumbrados a considerar todas esas acciones que constituyen el contenido de

nuestra cultura como modelos que seguimos automáticamente en tanto son

comunes a toda la humanidad. Se hallan hondamente arraigados en nuestra

conducta. Estamos moldeados en sus formas de modo tal que no podemos pensar

sino que deben ser válidas en todas partes.

La cortesía, la modestia, las buenas maneras, la conformidad con normas

éticas definidas, son formas universales, pero su contenido específico no lo es. Es

instructivo saber que los modelos difieren de la manera más inesperada y es aún

más importante observar cómo reaccionan los individuos ante estos modelos.

En nuestra civilización el individuo está rodeado de dificultades que

tendemos a atribuir a rasgos humanos fundamentales. Cuando hablamos de las

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dificultades de la niñez y la adolescencia, pensamos en ellas como en periodos

inevitables de adaptación por los cuales deben pasar todos. El enfoque

psicoanalítico está ampliamente basado en esta suposición.

El antropólogo duda de lo correcto de estas opiniones, pero hasta ahora casi

nadie se ha tomado el trabajo de identificarse suficientemente con una población

primitiva a fin de obtener una comprensión de estos problemas. Por lo tanto,

sentimos gratitud hacia Margaret Mead por haber intentado una identificación tan

completa con la juventud samoana, dándonos un cuadro lúcido y claro de las

alegrías y dificultades con que tropiezan los jóvenes en una cultura tan distinta de

la nuestra. Los resultados de su seria investigación confirman la sospecha

largamente alimentada Por los antropólogos, acerca de que mucho de lo que

atribuimos a la naturaleza humana no es más que una reacción frente a las

restricciones que nos impone nuestra civilización.

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