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Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo.

¡Cuán
grandes son sus señales, y cuán potentes sus maravillas! Su reino, reino sempiterno, y su señorío
de generación en generación.
(Daniel 4:2-3)
Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del
cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre (si en
el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al paraíso, donde oyó
palabras inefables que no le es dado al hombre expresar.
(2 Corintios 12:2-4)

N
ací en un hogar sin Cristo y carente de la figura de un padre. Ya a la edad de dos años
quedé huérfano de este y su lugar fue ocupado por otro personaje al que llamé padrastro.
Mi niñez transcurrió en un residencial público o como le dirían en Puerto Rico, un caserío.
La vida era difícil allí ya que entre otras cosas abundaban las drogas y la delincuencia, aunque de
todo esto me libró el Señor sin aun conocerle. Mi hogar no manifestaba un ambiente favorable ya
que aquel hombre al cual llamaba padrastro era alcohólico y violento. Yo era el menor de cuatro
hermanos, aunque solo permanecíamos dos con mi madre, mi hermana (siguiente en edad) y este
servidor. Fuimos expuestos al maltrato, lo que provocó en mí la búsqueda de una salida a aquella
situación. No recurrí a los vicios ni a la delincuencia, sino que siendo un niño deseé conocer a
Dios. La Palabra del Señor dice: «Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis;
porque de los tales es el reino de los cielos.» (Mateo 19:14) Cuan sin número de veces pasamos
desapercibidos a los niños o tomamos en poco sus opiniones y deseos, pero Dios no. Él tiene
cuidado de ellos a tal punto que los utilizó de ejemplo: «y dijo: De cierto os digo, que si no os
volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.» (Mateo 18:3).
No tengo explicación lógica del porqué siendo apenas un niño ardía en mí este deseo
inconcebible, pero para los que conocemos al Dios de Poder no hay interrogantes al respecto. Solo
el Espíritu Santo produce sentimientos semejantes. Lamentablemente carecía de dirección, por lo
tanto, ¿cómo conocería de la existencia del Creador? Cierto día tocaron a la puerta de mi hogar.
Dos hombres bien vestidos, con corbatas, camisas de manga larga y en adición un maletín cada
uno en su mano, se presentaron a mi madre. Proclamaban un mensaje acerca de las «Buenas
Nuevas del Reino», término con el que llamaban a su discurso. Luego de dialogar con esta,
solicitaron el poder brindar unas clases donde aclararían y enseñarían las «Verdades del Reino».
Su nombre: Testigos de Jehová. Mi madre nos preguntó a mi hermana y a mí al respecto los cuales
no objetamos la solicitud, y en mi caso fui «seducido» con la presentación expuesta por estos
hombres. La cita estaba acordada, todos los sábados durante la mañana participamos de estudios
basados en "Mi Libro de Historias Bíblicas", el libro "Creación o Evolución", las revistas "Atalaya
y Despertad", así como porciones o referencias de "La Traducción del Nuevo Mundo de las Santas
Escrituras". Comenzó a crecer en mí un anhelo de poder vivir aquellas promesas para los
candidatos al «Reino». Por fin encontraba la salida a mis sufrimientos y desavenencias.

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Fui adoctrinado punto por punto, detalle por detalle, de tal manera que sus enseñanzas
fueron parte integral de mi vida y propósito. Ya no solo participábamos de estudios en nuestro
hogar, sino que también fuimos introducidos a lo que ellos llamaban el "Salón del Reino de los
Testigos de Jehová", un lugar de reunión o templo en donde se discutía y enseñaba la revista
Atalaya y otros recursos. Mi entusiasmo era evidente, el poder pertenecer a los candidatos al Reino
era más de lo que me podía imaginar o tan siquiera soñar. Había en mi hambre y sed de conocer
al único que podría darme alegría y esperanza. Cuan equivocado estaba, mi ignorancia era
evidente. El Señor claramente lo expone en su Palabra: Hay camino que al hombre le parece
derecho; Pero su fin es camino de muerte. (Proverbios 14:12) ¿Quién me mostraría la verdad?
Pasaron los años y ya no solo frecuentaba el Salón del Reino, sino que también participaba
activamente en sus Asambleas, realizadas en Arecibo, Guánica, San Juan, etc. Allí pasaba todo el
día, desde la mañana hasta el atardecer por varios días consecutivos. Las visitas a hogares para
ganar nuevos candidatos al Reino fueron parte integral de mi militancia. Junto a los dos ancianos
que me discipulaban participé en semejante labor. A pesar de todo este esfuerzo comencé a percibir
que la situación de mi hogar no mejoraba, antes iba peor. ¿Por qué Dios no intervenía? No lo
comprendía. Mi fe comenzó a flaquear. La imagen de un paraíso terrenal se desmoronaba frente a
mí. ¿Cuánto más podría soportar? No lo sabía. Tampoco imaginaba lo que la mente de Dios
guardaba. Un día de reunión en el Salón del Reino comencé a sentir algo no experimentado con
anterioridad. En mi interior un vacío era evidente. La discusión de los temas del día no captaba mi
interés por primera vez. Nada de lo que se presentaba me llenaba. Cierta ocasión surgió una
situación en mi hogar que me llevo a subir a mi dormitorio y doblar rodillas, aunque nunca fui
enseñado a orar de semejante forma, y con lágrimas en mis ojos me dirigí hacia Dios con las
siguientes palabras: "Dios, si tú eres real y este no es el camino verdadero sácame de él y llévame
al camino verdadero". Yo no le conocía, pero él si a mí. La Palabra de Dios dice: Los sacrificios
de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.
(Salmos 51:17)
Pasaron unos meses luego de aquella oración inusual, y sin siquiera saber si había sido
escuchado, recibí respuesta. Dentro de un incidente que no mencionaré para ser conciso en mi
testimonio, nos mudamos hacia otro pueblo de la isla. Allí me alejé de los Testigos de Jehová,
aunque mantenía mis convicciones en conformidad con estos. Mi hermana (siguiente en edad) se
convirtió a los «Aleluyas» (nombre con el que se denomina a los pentecostales por los inconversos
y por el cual yo los conocía). Cierto día fue obsequiado de parte de mi cuñado de una Biblia versión
Reina-Valera 1909, la leí y atesoré, pero luego de unos días la almacené junto a una veintena de
libros de los Testigos de Jehová que conservaba en una caja. Pasaron unos años luego de los cuales
regresé junto a mi madre a mi ciudad natal. Residimos en un condominio en el décimo piso con
vista al mar. Luego de adaptarme al área, desarrollé amistades con las cuales compartía
diariamente. Un día de verano del año 1988 y contando con apenas varios meses para cumplir 15
años, tuve que quedarme en mi casa porque mis amistades tenían compromisos y mi único
vehículo, una bicicleta, se le rompió la cadena.
Aburrido y sin idea alguna de que hacer, repentinamente recordé la Biblia Reina-Valera
1909 que me fue obsequiada por mi cuñado. Surgió un deseo inexplicable por leerla, así que me

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dirigí a mi cuarto donde se encontraba la misma almacenada junto a una veintena de libros de los
Testigos de Jehová en una caja. Sacudí el polvo de sobre los libros, hasta que conseguí la preciada
Biblia. No me imaginaba la sorpresa que me esperaba. Tomé la misma y me senté en un sillón de
la sala de mi hogar donde se encontraba mi madre justo al frente de mí, leyendo un periódico. Al
abrirla llegó a mi mente que debía leer en los Evangelios sobre la Historia del Sacrificio de Cristo.
Comencé a leer en cada uno de los Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) el momento donde
el Señor Jesucristo ofrecía su vida por los pecados de la humanidad. La lectura me cautivó de tal
manera que no podía quitar mis ojos de tan hermosas palabras. Como la miel al paladar así eran
las palabras que leía, dulces, refrescantes, codiciables. No podía ni sabía explicar lo que sucedía,
pero me agradaba sobremanera. Mientras esto acontecía, mi cuerpo temblaba, aunque ni hacía frío
ni estaba enfermo.
Inmediatamente ocurrió algo sorprendente, como explicarlo, difícil, solo me hago eco de
las palabras del Apóstol Pablo en los versículos mencionados en el encabezado. Si fue en mi cuerpo
no lo sé, si fue fuera de él, tampoco, solo sé que fui llevado dos mil años atrás al preciso momento
y lugar donde Jesús, crucificado, moría por nuestros pecados. Me encontraba con la ropa de mi
tiempo en medio de una multitud con las vestiduras típicas de aquel momento y ocasión. Tenían
túnicas de diversos colores y formas. Unos tenían barba, otros no. Unos llevaban una especie de
turbantes sobre sus cabezas, otros no. La multitud me apretaba sobremanera, casi no cabía entre
ellos. Me turbé ante aquella escena y decía como era que yo estaba allí, si apenas me encontraba
sentado leyendo la Biblia en la sala de mi hogar. No lo comprendía. De aquella multitud emanaba
odio y desprecio y gritaban a alguien frente a ellos diciendo: "Si eres el Hijo de Dios baja de esa
cruz entonces creeremos en ti". Procedí a levantar mi mirada para ver quién era el objeto de su
clamor.
Al mirar pude ver a un hombre clavado a una cruz, su cuerpo molido, bañado en sangre y
con su rostro en tierra. No pronunciaba palabra alguna contra sus detractores. Se podía ver el
profundo sufrimiento de este. La escena era desgarradora y terrible. Mientras yo observaba tan
impactante suceso, el Señor comenzó a levantar su rostro y al levantarlo, de entre toda la multitud,
me miró a mí. Su mirada se quedó fija a la mía. Sus ojos, bañados en lágrimas y en medio de tan
inmenso dolor, me miraron con ternura y compasión. Conozco el amor de mi madre, el amor de
mis hermanos, de mi esposa, de mis hijos, pero jamás he conocido un amor como el que vi en
aquella mirada. Me perdí en ella como el frescor de un hermoso valle. Entonces comprendí que yo
también era culpable de su muerte, sí, yo lo llevé allí con mi vida pecaminosa y alejada de él. Yo
estaba entre la multitud porque por mí también el daba su vida, aun siglos después de aquel día.
Jesús no abrió su boca para hablarme, tal como dice la Palabra: Angustiado él, y afligido, no abrió
su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores,
enmudeció, y no abrió su boca. (Isaías 53:7) Pero de repente escuché una voz en los aires que
decía y repetía: Mi hijo, Yo te amo, mi hijo yo te amo... Me crie sin un padre terrenal, pero se
cumplió en mí lo dicho en la Escritura: Aunque mi padre y mi madre me dejaran, Con todo, Jehová
me recogerá. (Salmos 27:10) Inmediatamente fui traído a la actualidad mientras aun retumbaba en
mi interior aquellas palabras: Mi hijo, Yo te amo... Lloraba de manera constante y mi cuerpo
temblaba incesantemente. La Palabra también añade: A la presencia de Jehová tiembla la tierra,
A la presencia del Dios de Jacob, (Salmos 114:7) Torné mi mirada hacia la Biblia que estaba

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leyendo en la sala de mi hogar, cuando las páginas de esta comenzaron a pasar como si un fuerte
viento soplara sobre ellas. Entonces pude ver que de entre ellas salieron las siguientes palabras:
"El mensaje central de la Palabra de Dios: El amor de Dios por el hombre". Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se
pierda, más tenga vida eterna. (Juan 3:16)
En ese instante sentí que alguien se paró a mi lado derecho, frente a mí. Aunque no le veía
sabía que había una persona frente a mí, a mi derecha. De este personaje emanaba un poder
extraordinario y mi cuerpo no paraba de temblar con intensidad. En la doctrina de los llamados
Testigos de Jehová se me enseño que no había algo como la persona del Espíritu Santo, sino que
el Espíritu de Dios era una fuerza activa, no una persona. Pero frente a mi estaba una persona.
Aquella persona extendió su mano y tocó mi pecho, yo sentí una mano literal. Su mano penetró
mi pecho y tocó mi corazón, entonces sentí y oí cuando arrancó una venda. Luego la mano se
extendió por segunda vez y tocó mis ojos, otra venda fue arrancada de allí. La Biblia dice: en los
cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca
la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios. (2 Corintios 4:4) Luego
de esto me incorporé con mi rostro bañado en lágrimas y caminé en dirección del balcón del
apartamento y donde estaba mi madre leyendo un periódico. Cuando comencé a caminar no sentía
casi mis pasos, me sentía que flotaba, me sentía en el aire, como sobre una nube; una pesada carga
me había sido quitada. Mientras me dirigía hacia el balcón miré los árboles, las montañas, el mar
y en todo veía algo diferente, algo que no había visto anteriormente, veía la mano de un Creador.
Aun el respirar era diferente, respiraba una fragancia fresca, pura, divina. Llegué donde mi madre
y ella me miró. Vio mi rostro bañado en lágrimas y me preguntó que me pasaba. Le respondí:
"Mami yo me quiero convertir". Ella me dijo: "Que tú dices nene, si tú eres Testigo de Jehová".
Ella no comprendía aquellas palabras que nunca antes había escuchado de mi boca. Le continué
diciendo: "Estaba engañado y hoy he tenido una experiencia con Dios".
Desde aquel día mi vida no fue igual, al fin pude conocer el verdadero camino de salvación:
Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan
14:6)
Hermano y amigo, Dios es real y desea más que nunca que te acerques a él. Si no le conoces
es imperativo que acudas a él hoy, mañana pudiera ser muy tarde: Buscad a Jehová mientras puede
ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. (Isaías 55:6) No pierdas tu tiempo y entrégate
cuerpo, alma y espíritu para Gloria y Alabanza de su nombre. Los días se acortan y su venida está
a las puertas: Porque aún un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará. (Hebreos 10:37)
Espero verle pronto; en las moradas eternas…
¡Dios le Bendiga!
Su Hno. y Amigo En Cristo,
JCV

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