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Responsabilidad aquiliana
Concepto

¿Dónde se regula?

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I. CONCEPTO

El Código Civil diferencia entre las obligaciones nacidas de


ÍNDICE
actos u omisiones ilícitos constitutivos de infracciones
penales, y las obligaciones nacidas de actos u omisiones > I. CONCEPTO
constitutivos de ilícitos civiles. El artículo 1.089 del Código
> II. PRESUPUESTOS
Civil establece que: “las obligaciones nacen de la ley, de
los contratos, cuasi contratos y de los actos y omisiones > III. REGULACIÓN

ilícitos o en que intervenga cualquier género de culpa o


negligencia”. Se diferencian dos tipos de obligaciones nacidas de culpa o negligencia: las
nacidas de delito o falta, que se regirán por las disposiciones del Código Penal, y las que
derivan de actos u omisiones, que no llegan a constituir infracción penal, pero que constituyen
un ilícito en que interviene culpa o negligencia, y que pueden incidir en el ámbito de los
contratos y que van a generar responsabilidad contractual, o fuera del campo del contrato y
que generan una responsabilidad extracontractual, conocida ya desde el Derecho romano como
culpa aquiliana.
El origen de la normativa se encuentra en la lex Aquilia de damno dato, de ahí que también se
denomine responsabilidad aquiliana, que sometió a reglas uniformes los daños en las cosas
por actos inmediatos del autor, y con posterioridad se extendió a los daños en las personas,
sustituyendo la venganza por otro mecanismo alternativo, la imposición de una sanción. Esta
clase de culpa genera una responsabilidad no porque se incumpla alguna de las obligaciones
del contrato sino porque se omite un deber de diligencia que incumbe a toda persona.
Ahora bien, en el Derecho romano no se hacía referencia a la responsabilidad, si no a la acción
de reclamar el resarcimiento del daño causado, siempre que el deudor deba responder el
incumplimiento, la obligación subsiste, y el acreedor puede pedir en juicio la prestación de la
cosa debida; a falta de cumplimiento de la prestación, la condena ha de recaer sobre una suma
de dinero, cuyo montante determina el propio acreedor, bajo juramento -que no vincula al juez,
pues se trata de un solo elemento de juicio- o directamente el juez. El contenido de la condena
es variable comprendiendo el valor común de la cosa, pudiendo alcanzar la condena a aquello
que es justo y equitativo comprendiendo el daño sufrido y las ganancias frustradas. Las normas
que atañen a la responsabilidad son de carácter dispositivo -a excepción de la represión de
todo acto doloso, porque el pacto en contra se considera contrario al interés general- y,
consiguientemente cabe agravarla o minorarla por convenio de las partes, de ahí la
insuficiencia de normas que se incluyen en los Códigos Civiles posteriores, y ha sido en el siglo
XX cuando, con base a la realidad social, su aplicación se extienda tanto en la legislación como
en la abundante jurisprudencia, por cuanto el progreso hace que quien se beneficia del mismo,
con daño a perjudicados, deba resarcirlos.
La culpa extracontractual, llamada también "aquiliana" o “ex lege Aquilia”, está regulada dentro
de nuestro ordenamiento en los artículos 1.902 y 1.903 del Código Civil. Pueden ser definidas
las obligaciones que generan responsabilidad extracontractual como las que nacen de una
relación jurídica entre dos personas, que no se encuentran previamente unidas por vinculo
contractual alguno, derivadas de actos u omisiones no penados por la ley, imputables a una de
ellas a título de culpa o negligencia, que producen daños en los derechos personales o
patrimoniales de la otra y que se traducen en el deber de indemnizar los mismos.

BBB. Responsabilidad de
administradores sociales
Redacción Wolters Kluwer
(IVA Inc.)
(http://tienda.wolterskluwer.es/p/
responsabilidad-de-
administradores-sociales)
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II. PRESUPUESTOS

Para la prosperabilidad de una pretensión resarcitoria por culpa extracontractual o aquiliana se


precisa la concurrencia de los siguientes presupuestos básicos:

a) La existencia de una acción u omisión constitutiva de conducta ilícita, esto es, un obrar
humano controlable por la voluntad y consciente y, en consecuencia, imputable
subjetivamente al agente, el cual habrá de responder jurídicamente incluso de aquellos
efectos de su actuación relacionados directamente con su intervención, e incluso de aquellos
que no haya previsto ni aún querido, pero con los cuales, según la ordinaria previsión
humana, debió contar, y que por lo mismo han de considerarse sometidos al imperio de su
control y al señorío de su voluntad;

b) La antijuridicidad de la referida conducta, en cuanto contraríe determinadas normas de


comportamiento positivas o afecte a bienes o derechos ajenos protegidos, o porque
representen una infracción contra el mandato general de diligencia arriesgando, en el mejor
de los casos, lesionando efectivamente en el peor y desgraciadamente más frecuente,
intereses jurídicamente reconocidos y tutelados;

c) La culpa del agente, en la forma que será examinada en las siguientes consideraciones;

d) La existencia de un daño, menoscabo material o moral infligido contraviniendo una norma


positiva en la esfera jurídica patrimonial o extrapatrimonial de alguna persona, susceptible de
resarcimiento por su causante; y

e) La existencia de una relación causal entre la conducta y el resultado lesivo o dañoso, esto
es, de un enlace preciso y directo que individualiza al responsable y determina el contenido
de la obligación indemnizatoria.

III. REGULACIÓN

El artículo 1.902 del Código Civil se puede estimar como uno de los preceptos emblemáticos del
Código Civil, del cual surge la figura de la responsabilidad o culpa extracontractual -también
“aquiliana” por haber sido introducida en el área jurídica por la “Lex Aquilia del siglo III antes
de Cristo”- figura que, en el fondo y forma, está sufriendo una evolución progresiva, no solo en
el campo de la doctrina sino también en el de la jurisprudencia, y ello debido a dos datos
remarcables, como son un sistema de vida acelerado y de enorme interrelación, y la tendencia
a ampliar la cobertura de las consecuencias dañosas de la actividad humana. Todo lo cual lleva
inexorablemente a objetivizar la responsabilidad, perdiendo importancia, en el campo
sustantivo la teoría culpabilista, y en el campo procesal, la imposición de la inversión de la
carga de la prueba.
Y esta necesidad de una cumplida justificación, no puede quedar desvirtuada por una posible
aplicación de la teoría del riesgo o la inversión de la carga de la prueba, aplicables en la
interpretación de los artículos 1.902 y 1.903 del Código Civil, pues “el cómo y el por qué se
produjo el accidente”, constituye elementos indispensables en el examen de la causa eficiente
del evento dañoso. Y como se indica en la sentencia del Tribunal Suprermo de 14 de septiembre
de 2001, el requisito de la culpa o negligencia presupone un juicio de reproche a una persona.
En este sentido es muy reiterada la doctrina jurisprudencial que señala que el principio de
responsabilidad por culpa es básico en nuestro ordenamiento jurídico, encontrándose recogido
en el artículo 1.902 del Código Civil, cuya aplicación requiere, por regla general, la necesidad
ineludible de un reproche culpabilístico al eventual responsable de un resultado dañoso. En la
doctrina ha sido caracterizada la culpa como una inobservancia de un deber de prudencia que
pesa sobre cada miembro de la comunidad ciudadana en su vida de relación suponiendo un
desvío de un modelo ideal de conducta representado, a veces por la buena fe o por la
diligencia exigible a un buen padre de familia.
La medida de la diligencia exigible es variable para cada caso; según el artículo 1.104 del Código
Civil, dependerá de la naturaleza de la obligación y ha de corresponder a las circunstancias de
las personas, del tiempo y del lugar. El Código Civil establece en el artículo 1.104 como módulo
para los casos en que la obligación no exprese la diligencia que ha de prestarse en su
cumplimiento, el de que ha de exigirse la que correspondería a un buen padre de familia, que
se toma como tipo medio de persona diligente. En esto el Código Civil está influenciado por el
Derecho romano, del que toma el tipo de la culpa leve, pero, modernamente, y como reacción a
la complicación de la graduación de la culpa surge la teoría del arbitrio judicial, que entrega la
apreciación de la culpa y la extensión de sus responsabilidades a la sana crítica de los
Tribunales. Se funda en la exigencia de que siempre es necesario que el juez atienda a las
circunstancias especiales del caso y fallar con arreglo a la equidad. Serán pues los Tribunales,
caso por caso, los que habrán de resolver cuál es la diligencia exigible y la culpa de la que debe
responder el deudor.
Así pues, cuando la obligación no exprese la diligencia que debe prestarse en su cumplimiento,
se exigirá la que correspondería a un buen padre de familia. La interpretación que al respecto
merece el artículo 1.104 del Código Civil es que remite a un estándar de la exigencia que
correspondería a un buen padre de familia, expresivo de que la medida de diligencia exigible es
variable en cada caso, y según la doctrina atiende a un criterio objetivo o abstracto y es “la
diligencia que dentro de la vida social puede ser exigida en la situación concreta a persona
razonable y sensata correspondiente al sector del tráfico de la vida social, cualificados por la
clase de actividad a enjuiciar” (Santos Briz). La previsibilidad, muy unida a la evitabilidad son
características de la culpa, en la cual no se ha querido el efecto, pero se considera que la
persona causante debió mostrar más diligencia para evitarlo.
Cabe concluir, en esencia, que si bien el principio de responsabilidad por culpa es básico en
nuestro ordenamiento positivo, cuya aplicación requiere por regla general la necesidad
ineludible de un reproche culpabilístico al eventual responsable del evento dañoso, es cierto
que la jurisprudencia ha evolucionado en el sentido de objetivizar la responsabilidad
extracontractual, no lo es menos que tal cambio se ha hecho moderadamente, recomendando
una inversión de la carga de la prueba y acentuando el rigor de la diligencia requerida, según
las circunstancias del caso..., pero sin erigir el riesgo en fundamento único de la obligación de
resarcir y sin excluir en todo caso y de modo absoluto, el clásico principio de la responsabilidad
culposa, de modo que dichas soluciones cuasiobjetivas vienen demandadas por el incremento
de actividades peligrosas propio del desarrollo tecnológico y por el principio de ponerse a
cargo de quien obtiene el beneficio o provecho, la indemnización del quebranto sufrido por
tercero.
Para la determinación de la existencia de la relación o enlace preciso y directo entre la acción u
omisión -causa- y el daño o perjuicio resultante -efecto-, la doctrina jurisprudencial vienen
aplicando el principio de causalidad adecuada, que exige, para apreciar la culpa del agente,
que el resultado sea una consecuencia natural, adecuada y suficiente de la determinación de la
voluntad; debiendo entenderse por consecuencia natural, aquella propicia, entre el acto inicial
y el resultado dañoso, una relación de necesidad, conforme a los conocimientos normalmente
aceptados; y debiendo valorarse en cada caso concreto, si el acto antecedente que se presenta
como causa, tiene virtualidad suficiente para que del mismo se derive, como consecuencia
necesaria, el efecto lesivo producido, no siendo suficiente las simples conjeturas, o la existencia
de datos fácticos, que por una mera coincidencia, induzcan a pensar en una posible
interrelación de esos acontecimientos, sino que es precisa la existencia de una prueba
terminante relativa al nexo entre la conducta del agente y la producción del daño, de tal forma
que haga patente la culpabilidad que obliga a repararlo.
Por lo que se refiere al vínculo causal entre la acción u omisión de los accionados y el
resultado dañoso, el Tribunal Supremo ha precisado que indiscutida doctrinal y
jurisprudencialmente la tendencia objetivadora de la responsabilidad, en todo caso se precisa
la existencia de una prueba terminante relativa al nexo entre la conducta del agente y la
producción del daño, de tal forma que haga patente la culpabilidad que obliga a repararlo y
esta necesidad de una cumplida justificación no puede quedar desvirtuada por una posible
aplicación de la teoría del riesgo, la objetivización de la responsabilidad o la inversión de la
carga de la prueba, aplicables en la interpretación del artículo 1.902, pues el cómo y el porqué
se produjo el accidente constituyen elementos indispensables en el examen de la causa
eficiente del evento dañoso. De ello se desprende, pues, que este Tribunal debe revisar las
pruebas practicadas en el pleito por lo que concierne a ese nexo causal, cuya carga probatoria
incumbe a la parte demandante.
En conclusión como pone de manifiesto la Sentencia del Tribunal Suprermo de 17 de octubre de
2001 “Partiendo de que la apreciación de responsabilidad extracontractual exige, a tenor de lo
dispuesto en el artículo 1.902 del Código Civil, la constatación de un acto y omisión, imputable
objetivamente al que se reputa responsable, una adecuada relación de causalidad entre la
conducta de éste y el daño, y, en fin, la actuación culposa o negligente del agente, la
jurisprudencia del Tribunal Supremo ha relevado al demandante de la carga de probar este
elemento subjetivo, siendo el demandado, por contra, quien ha de acreditar que, en el caso
concreto, adoptó todas las precauciones exigidas y exigibles, obrando con la mas exquisita
prudencia. Ahora bien, tal doctrina, que, en realidad y en último término, no es sino expresión
del principio de justicia distributiva que se traduce en la exigencia de la prueba a la parte que
en mejores condiciones está de realizarla, no afecta a los demás elementos o presupuestos de
la acción, y en concreto, en modo alguno puede relevarse al demandante de la carga de probar
la ejecución del acto o de la omisión y la relación de causalidad con el daño.” Posteriormente,
dicha resolución indica: “En este sentido resultan de aplicación las sentencias del Tribunal
Supremo que han venido a establecer que la culpa extracontractual sancionada en el artículo
1.902 del Código Civil, no consiste en la omisión de normas inexcusables o aconsejadas por la
más elemental experiencia, sino en el actuar no ajustado a la diligencia exigible según las
circunstancias del caso concreto, de las personas, tiempo y lugar. Por este motivo no es
suficiente haber acreditado que se procedió con sujeción a las disposiciones legales para
prevenir y evitar los daños previsibles y evitables, pues, al no haberse ofrecido un resultado
positivo, se revela su insuficiencia y que faltaba algo por prevenir, estando por tanto incompleta
la necesaria diligencia”.
Por lo que respecta finalmente a la cuantía de la indemnización derivada de responsabilidad
aquiliana o extracontractual ya se suscito en la Roma clásica, y fue objeto de solución en la
“Lex Aquilia de damno iniuria dato” (286 antes de Cristo), la que en su capítulo I señalaba para
supuestos de muerte de ganado, etc. producidos por culpa lata, que el autor sería condenado a
pagar al propietario tanto dinero como fuera su valor máximo ese año, previniendo el capítulo
III de la calendada norma que en los casos de que el daño se hubiese producido por
imprudencia, el valor que se veía obligado a satisfacer el autor, era el del mes anterior a ocurrir
el hecho. En la Instituta Gaii, y señaladamente en el comentario tercero párrafo 211 se
concretaba el concepto del adverbio ”injustamente” contenido en el capítulo I de la Lex Aquilia,
precisándose que el mismo abarcaba los conceptos de dolo o culpa, y asimismo se señalaba
que atendido el elemento temporal que podía diferir la valoración, resultaba posible la
existencia de una sobre restauración, como consecuencia de los menoscabos que el objeto
dañado o destruido habría podido sufrir dentro del citado plazo (párrafo 214). Los precedentes
elementos valorativos no se agotaron en el Derecho Romano, sino que en sentido y con un
contenido análogo se reflejaron en nuestro derecho clásico y en igual forma se encontraban
incluidos en las Partidas (Partida Séptima, Titulo XV, Ley XVIII) y, en consecuencia, proyectaron
su vigencia hasta la publicación del Código Civil.
Se evidencia, así, que el Derecho en la antigüedad intentó solventar las cuestiones que se hoy
se debaten mediante reglas determinadas de acuerdo con las cuales debía efectuarse la
valoración, a partir de la cual entraba en juego el criterio valorativo del Juez, que gozaba de la
potestad de determinar con exactitud el daño, pues los citados conceptos eran de ”máximo”,
cantidades que podían ser reducidas al daño concreto en función de la equidad, sin olvidar el
carácter punitivo de la norma pues en las Partidas se encontraban dentro de la regulación de
las cuestiones de carácter penal. Análogamente, en la actualidad se pretenden establecer
limitación semejantes a las que fueron suprimidas con la Codificación, e inexistentes en
nuestro vigente ordenamiento con referencia a los daños materiales, el único techo de los
cuales, por lo mismo, se encuentra en la interdicción del enriquecimiento injusto.

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hace 15 horas

Aunque dentro de la unidad familiar


no se incluya a los menores en
régimen de acogimiento, la Ley del
Impuesto prevé la aplicación del
mínimo por descendientes a
aquellas personas que por razón
de tutela o acogimiento estén
vinculadas al obligado tributario
asimilándolos así, a sus
descendientes.

¿Es posible presentar decla


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