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Pienso en la ciencia

Por Carlos Julio Castellanos

Pienso en la Ciencia , lo que es, y no puedo dejar de figurarme a Aglaura, la


ciudad de la que Italo Calvino, en ese libro traslúcido al que ha dado en llamar
Las Ciudades Invisibles, dice:

Tal vez ni la Aglaura que se dice ni la Aglaura que


se ve hayan cambiado mucho desde entonces, pero
lo que era excéntrico se ha vuelto usual, ex-
trañeza lo que pasaba por norma, y las virtudes
y los defectos han perdido excelencia o desdoro
en un concierto de virtudes y defectos distribuí-
dos de otra manera. En este sentido no hay nada
de cierto en cuanto se dice de Aglaura, y sin em-
bargo de ello surge una imagen de ciudad sólida
y compacta, mientras que los juicios dispersos
que se pueden enunciar viviendo en ella no llegan
a tener igual consistencia. El resultado es este:
la ciudad de la que se habla tiene mucho de lo
que se necesita para existir, mientras que la
ciudad que existe en su lugar existe menos. 1

Apuesto a esa arisca Aglaura como metáfora para definir la ciencia en tanto
hecho histórico. ¿Cuánto de lo que ayer ocupaba el ámbito teratológico del
conocimiento no ha venido a ocupar hoy el centro? y ¿cuánto de lo que ayer
permanecía inmóvil en el centro no se haya arrojado hoy por abra suya en los
confines de la periferia? Nuestro propio mundo entre muchas otras cosas
¿cuánto se puede desdecir de ella y con fundamento? Y sin embargo, cuán
sólida y compacta es su arquitectura . ¿Cuánto se puede sesgar habitando en
sus recintos? ¿Cuánto ha cambiado? ¿cuánto se conserva de ella desde el hito
de la modernidad?

El terreno es deleznable, y sin embargo, mucha agua ha corrido bajo el puente


en lo que va de la revolución copernicana a la teoría del big-bang; de la teoría

1
Italo Calvino. Las Ciudades Invisibles. Madrid, Unidad Editorial, 1999, págs. 56-57

Así lo señala Luis Enrique Ruiz cuando dice: “El hecho es tan contundente, que autores como el filósofo de
la ciencia Mario Bunge, han llegado a proponer (…) que se construya ya , de manera intencional una cultura
planetaria fundada sobres bases estrictamente científicas, que le permita al ser humano el desarrollo de una
racionalidad plena y de un racionalismo total” . (Cfr. Luis Enrique Ruiz “Filosofía de las Ciencias” . Bogotá:
Unad, 2002, pág. 18.
de la gravitación universal a la física cuántica. Hay un hecho contundente y
limítrofe, el báculo con el que la ciencia positiva estropeó durante siglos el
lomo de la filosofía y de las ciencias del espíritu –esto es, la física- se ha
trocado en serpiente y le ha estrechado el cuello a todas las certidumbres.

La nueva filosofía de la física es humilde


y balbuciente, mientras la antigua filoso-
fía era orgullosa y dictatorial.2

Decía ya Bertrand Russell hacia el cuarto decenio del siglo pasado, para
ilustrar un poco esa sensación de profundo malestar que en el mundo de la
ciencia causaba la pérdida de fuerza operante de la fe en el determinismo
mecanicista de las leyes físicas.

Ello, en consecuencia, ha implicado cambios en la imagen de la ciencia. Mientras


en el siglo XIX la triunfante y atronadora voz de Augusto Comte reclamaba
para el positivismo el monopolio absoluto del ámbito científico y en
consecuencia la cognoscibilidad de todos los fenómenos (incluidos los antropo-
sociales) en tanto sometidos a leyes naturales invariables 3, en un despliegue
soberbio de de eso que Morin ha señalado como una patología del conocimiento,
la inteligencia ciega4; desde el siglo XX las voces disidentes, ante el
surgimiento de nuevas evidencias y nuevos paradigmas, se han constituido en
legión y han producido notables transformaciones en el estatuto científico ,
para ellos la experiencia científica tiene una connotación profundamente
subjetiva, en la que el mundo no es un objeto dado e inamovible, sino que es un
constructo cargado de las múltiples significaciones que cada sujeto
cognoscente, cada cultura y cada época concreta le confiere a través del
lenguaje y de sus sistemas de representaciones 5. En el punto más extremo de
esas posturas se ubican quienes plantean el fin de la ciencia, de la ciencia en
tanto sinónimo de certidumbre. Así lo vaticina Ilya Prigogine:

Hoy creemos estar en un punto crucial de esa


aventura, en el punto de partida de una nueva
racionalidad, que ya no identifica ciencia y cer-
tidumbre, probabilidad e ignorancia. 6

2
Bertrand Russell. La Perspectiva Científica. Barcelona, Ariel, 1983, pág. 71
3
Cfr. Luis Enrique Ruiz “Filosofía de las Ciencias. Bogotá: Unad, 2002, pág. 19.
4
Cfr. Edgar Morin. “Introducción al Pensamiento Complejo”. Barcelona: Gedisa, 2001, pág 29.
Cfr. Luis Enrique Ruiz. Op. Cit. Pág. 20.
5
6
Ilya Prigogine “El Fin de las Certidumbres”. Madrid: Taurus, 2001, pág. 12.
Esas nuevas formas de concebir lo que es la ciencia, conducen necesariamente
a mirar la historia de su producción con ojos nuevos; es así como Luis Enrique
Ruiz en su breve esbozo de la historia de la ciencia nos refiere que desde
cierta perspectiva social de la historia de las ciencias, que concibe aquella
como la exploración sistemática de los fenómenos, muchos de los conocimientos
adquiridos durante la prehistoria encuadrarían en el ámbito de una ciencia, que
aunque incipiente7, tendría el valor de hacer un uso sistemático de la razón; así
lo afirma también S. F. Mason en su Historia de las Ciencias cuando dice:

las raíces de la ciencia se extienden


muy profundamente, alcanzando hasta un
periodo anterior al surgimiento de la civiliza-
ción. Por más que retrocedamos en la histo-
ria siempre existieron algunas técnicas, he-
chos y concepciones, conocidos por los ar-
tesanos o las personas cultas, que poseían
un carácter científico. . .8

En tal sentido es pertinente hablar de una ciencia antigua cuya cimiente


estaría en las civilizaciones de los valles del Eufrates y el Tigris y del Nilo y
cuyos aportes más prominentes habrían sido, entre otros, la rueda del alfarero,
la metalurgia del bronce, el transporte sobre ruedas, el primer sistema
numérico y la primera escritura pictográfica de que se tenga conocimiento (el
sistema decimal, el sistema sexagesimal y la escritura cuneiforme),
desarrollados por los Sumerios; los importantes avances en matemáticas,
geometría y álgebra, así como los conocimientos astronómicos que
desembocaron en la concepción de las unidades de tiempo que hoy en día
aplicamos (año, mes, semana , día, hora, minutos y segundos) y el nombre de las
constelaciones que en la actualidad conocemos, llevados a cabo todos por los
babilonios9. Los egipcios por su parte hicieron importantes aportes en el campo
de la medicina, dejando consignada en papiros la descripción de un buen número
de enfermedades, sus síntomas, diagnóstico y prescripción.

Anota sin embargo el autor de Filosofía de la Ciencia, continuando el primer


capítulo, que tales avances no respondían a un interés científico o teórico como
tal, sino a un interés práctico, que devino – diría yo- en una tradición técnica
subsecuentemente transmitida de generación en generación.
7
Cfr. Luis Enrique Ruiz. Op. Cit, pág 21.
8
Stephen F. Mason. Historia de la Ciencia. Madrid: Alianza Editorial, 2001, pág 9.
9
Cfr. Stephen F. Mason. Op. Cit., pág. 14 -19.
La preocupación por un conocimiento con las connotaciones señaladas se da por
primera vez en Grecia con los filósofos milesios, también llamados naturalistas
o físicos –Tales, Anaximandro y Anaxímenes - , quienes se aventuran, a partir
de las realidades dadas por la experiencia, en la búsqueda racional y verificable
de aquello que sería el principio constituyente y ordenador de lo existente
(arché) en tanto manifestación de potencias vivas: “todo esta lleno de dioses”
decía Tales, y Anaximandro “aquella forma de las que las cosas surgen habrán
de retornar una vez más, como conviene, pues dan reparación y satisfacción
unas a otras según el orden del tiempo” 10. A esa búsqueda de leyes naturales y
su pretendido esclarecimiento mediante la razón, es a lo que, en términos
genéricos, desde entonces y hasta hoy, conocemos con el nombre de ciencia.

Pero no fueron estos los únicos aportes de los griegos al desarrollo de la


ciencia, muchos más cosas se hicieron en campos muy diversos: Demócrito y los
llamados atomistas plantearon por vez primera una teoría sobre la composición
de la materia, Euclides elaboró la síntesis de los conocimientos matemáticos
existentes hasta entonces, aplicando el método deductivo, Arquímedes dejó las
bases de la matemática aplicada y la mecánica, Platón y Aristóteles la logística
del pensamiento , Hiparco la trigonometría, Serófilo y Herasístrato los
fundamentos de la biología humana . . . Sin embargo, aunque originalmente la
palabra sofía significaba habilidad técnica , finalmente desembocó en la
acepción que hoy nos es más familiar, sabiduría intelectual11, lo que no es de
extrañar, pues los aristócratas griegos siempre tuvieron una fuerte aversión a
las labores técnicas, ello explica en buena medida que sus aportes a la ciencia
se hallen en el ámbito especulativo y simbólico y que no hayan declinado a la
experimentación.

En la edad media ubicamos centros de producción científica en varias de las


culturas más consolidadas del planeta: China, India, Europa, el mundo árabe y
los mayas. Los chinos nos heredaron la pólvora, la brújula, la imprenta y algunos
conocimientos en matemáticas; los hindúes por su parte nos aportaron la
numeración indo-arábiga y la trigonometría. Aunque Europa tuvo poco
desarrollo técnico – científico durante este periodo, en ella surgieron las
modernas universidades en donde tuvo lugar el desarrollo del pensamiento
racional y los primeros esbozos del método científico con Roger Bacon. A los
mayas se les destaca por sus importantes avances en la astronomía y el
10
Cfr. S. F. Mason. Op. Cit , pág. 29.
11
Cfr. S. F. Mason. Op. Cit., pág 38.
descubrimiento del cero y los árabes sobresalieron en conocimientos
matemáticos y en la difusión del pensamiento griego en occidente.

A partir del siglo XIII el hombre tiende de nuevo, como en el clasicismo


antiguo, a terrenalizar su mirada, de nuevo los asuntos de la naturaleza
problematizan el pensar, dando inicio a un proceso que

se sustentó principalmente en recuperar


la capacidad del hombre de comprender
la naturaleza de un modo inteligible (. . .)
entender la naturaleza como un todo con
la ayuda de su entendimiento. 12

Es así como podemos ubicar los inicios de la ciencia experimental a finales del
siglo XVI con los trabajos de Galileo sobre la dinámica de los cuerpos, su
confirmación del sistema copernicano y la utilización y el perfeccionamiento de
instrumentos de precisión como el telescopio; además Galileo fue el primero en
dar aplicación al método científico en sus investigaciones 13.

A la física moderna advenimos con la teoría newtoniana sobre la gravitación


universal y a la química con Lavoisier y sus estudios sobre la conservación de la
materia en el siglo XVIII, y en el XIX Darwin, por el lado del naturalismo, nos
sorprende con su teoría evolucionista. El siglo XX da inicio con dos grandes
destellos como fueron la teoría de los cuanta formulada por Planck y la
relatividad de Einstein. Esto sólo fue el abrebocas a un siglo de
superespecialización y superproducción científica, como lo precisa Ruiz L. al
comienzo del capítulo I, cuando dice que el siglo XX ha sido la fuente de
producción de entre el 90 y el 95% de todo el conocimiento acumulado por la
humanidad14.

Y todo ello a la luz de una manera de hacer ciencia que surge, y que de alguna
forma funda la modernidad: la ciencia experimental, una ciencia que deslinda su
territorio con la tradición precedente mediante la instalación de tres mojones:
la reducción, la experimentación y la matematización. Reducción por cuanto
para la que la ciencia moderna pueda hacer algo congnoscible, requiere
separarlo de lo demás, allí está el origen de la especialización;
12
Rubén Sánchez Godoy. Epistemología de las ciencias naturales. Bogotá: Unad, 1998, pág. 41-42.

Isaac Asimov le pone un año exacto: 1589 (Cfr. Isaac Asimov. Grandes Ideas de la Ciencia. Madrid:
Alianza Editorial, 2001, pág. 34
13
Cfr. Isaac Asimov. Momentos Estelares de la Ciencia. Madrid: Alianza Ed. , 2001, pág. 32-33.
14
Cfr. L. E. Ruiz. Op. Cit. , pág, 18.
experimentación, ya que la confirmación o negación de una hipótesis se
fundamenta en la observación y verificación de los fenómenos, y
matematización en tanto lo observado debe proveer datos exactos de medida
y cantidad15.

A esta ciencia debemos, en muy buena proporción, el entorno objetual y


simbólico contemporáneo, la tecnología posibilitada por ella ha poblado el
mundo de artefactos deslumbrantes; hoy podemos decir que el orbe entero se
ha humanizado y que el ser humano ha liberado su existencia de cargas
onerosas, pero, como diría Saint-John Perse -comentado por Emil Cioran en uno
de sus bellos textos-,

¿Qué es, oh, qué es eso que en todo, de


repente, falta?16

Y quizás podríamos responder con muchos de los que hoy se dedican a hacer o a pensar la
ciencia: “la certidumbre”

15
Cfr. Martín Heidegger. La Época de la Imagen del Mundo, en Sendas Perdidas. Buenos Aires: Losada,
1960.
16
Cfr. Emil Cioran. Saint-John Perse o el Vértigo de la Plenitud, en Ensayo sobre el Pensamiento
Reaccionario y otros textos. Bogotá: Tercer mundo, 1992.

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