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GALDÓS, LOS ESCRITORES Y EL 98

Pedro Pascual Martínez

Es un juicio demoledor el que hizo D. Benito Pérez Galdós sobre la mitificación


del 98.
El pesimismo que la España caduca nos predica para prepararnos a un deshon-
roso morir, ha generalizado en una idea falsa. La catástrofe del 98 sugiere a mu-
chos la idea de un inmenso bajón de la raza y de su energía. No hay tal bajón ni
cosa que lo valga. Mirando un poco hacia lo pasado, veremos que, con catástrofe
o sin ella, los últimos cincuenta años del siglo anterior marcan un progreso de in-
calculable significación; (...) Va siendo ya general la idea de que se puede vivir
sin abonarse por medio de una credencial a los comederos del Estado; de éste se
espera muy poco en el sentido de abrir caminos anchos y nuevos a los negocios, a
la industria y a las artes. El país se ha mirado en el espejo de su conciencia, ho-
rrorizándose de verse compuesto de un rebaño de analfabetos conducidos a la mi-
seria por otro rebaño de abogados. Del Estado se espera cada día menos; cada día
más del esfuerzo de las colectividades, de la perseverancia y agudeza del indivi-
duo.1
Estas palabras las escribió Pérez Galdós en 1903, aún en plena vitalidad
creadora y cuando ya se hablaba de la generación del 98, a cuyo espíritu se refe-
ría despectivamenmte el novelista grancanario. Tiene muchísima importancia
este juicio porque los del 98 no solamente fueron deudores sino también meros
continuadores de Pérez Galdós, o lo tuvieron muy en cuenta, según ellos mis-
mos confesaron, con lo cual dijeron públicamente que la tal generación del 98
no existió.
Toda generación tiene a la fuerza que tener un principio y un final. No se
puede defender que toda la obra de los componentes de una determinada gene-
ración pertenece al tempus de ésta, porque llega un momento en que las circuns-
tancias que motivaron su nacimiento, desaparecen. Los artículos y libros publi-
cados por los componentes del 98 en la primera mitad de los años 30 del pre-
sente siglo poco tenían que ver con sus trabajos iniciales de finales del siglo
XIX o comienzos del XX. Azorín, Pío Baroja y Ramiro de Maeztu firmaron,
con el pseudónimo de «Los Tres», su Manifiesto en diciembre de 1901, al que
se suele dar la certificación de partida de nacimiento de la generación del 98, en
el que sostenían que

' Benito Pérez Galdós, «Soñemos, alma, soñemos», Alma española, Madrid, n.° 1, nov. 1903.
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No puede servir de base de unión de unos y otros el dogma religioso, que unos
sienten y otros no, ni el doctrinarismo republicano o socialista, ni siquiera el ideal
democrático, (...) ese mejoramiento sólo lo puede dar la ciencia, única base inde-
rruíble de la humanidad. (...) hasta producir un movimiento de opinión que pueda
influir en los gobiernos y despierte las iniciativas particulares para aquellas solu-
ciones en que por fortuna se pueda prescindir del Estado.2
La revista «Juventud», fundada por Baroja y Azorín, que vivió muy poco
tiempo (l-X-1901 / 27-111-1902) fue la tribuna pública de «Los Tres», en la que
dieron a conocer su pensamiento ellos y otros jóvenes escritores que se sumaron
a la corriente de protesta regeneracionista, base del espíritu del 98.
Ramiro de Maeztu se apartó pronto de los ideales literarios y de medias tin-
tas de sus amigos y rechazó su inclusión en el grupo por ser un «concepto im-
preciso y falso». Olvidó al ambiente noventayochista porque pensaba que «aque-
llo durante varios años fue una tragicomedia de despropósitos, donde sentíamos
el espíritu del tiempo, pero no el de la tradición, por ignorarlo».3
Pío Baroja, en un buen número de páginas de sus Memorias,4 explica y razo-
na que la tal generación del 98 no existió.
Yo siempre he afirmado que no creía que existiera una generación del 98. El
invento fue de Azorín, y aunque no me parece de mucha exactitud, no cabe duda
que tuvo un gran éxito (...). Una generación que no tiene puntos de vista comu-
nes, ni aspiraciones iguales, ni solidaridad espiritual, ni siquiera el nexo de la
edad, no es una generación. La fecha tampoco es muy auténtica (...). Yo, que apa-
rezco en el elenco, no había publicado por esa época más que algunos articulitos
en periódicos de provincias (...). Tampoco se sabe a punto fijo quiénes formaban
parte de esa generación (...). En esta generación fantasma de 1898, formada por
escritores que comenzaron a destacarse a principios del siglo XX, yo no advierto
la menor unidad de ideas (...) Se ha dicho que la generación seguía la tendencia
de Ganivet. Yo, entre los escritores que conocí, no había nadie que hubiese leído
a Ganivet. Yo, tampoco. Ganivet, en ese tiempo, era desconocido (...). ¿Había al-
go en común de la generación del 98? Yo creo que nada (...). El 98 no tenia ideas,
porque éstas eran tan contradictorias, que no podían formar un sistema ni un
cuerpo de doctrina (...). El año 1898 no existía entre nosotros nada que tuviera ca-
rácter de grupo (...). Yo he intentado, si no definir, caracterizar lo que era esta ge-
neración nuestra, que se llamó de 1898, y que yo creo que podría denominarse,
por la fecha de nacimiento de la mayoría de los que la formaban, de 1870, y por
su época de iniciación en la literatura ante el público, de 1900. Fue una genera-
ción excesivamente libresca. No supo, ni pudo vivir con cierta amplitud, porque
era difícil en el ambiente mezquino en el que se encontraba. En general, sus indi-
viduos pertenecían en casi totalidad, a la pequeña burguesía, con pocos medios de
fortuna.

2
Luis S. Granjel, La generación literaria del 98, Salamanca: Anaya, 1966, págs. 208-11.
3
Juan Manuel Rozas López, Historia de la Literatura II, Madrid: UNED-MEC, 1982, pág. 418.
4
Pío Baroja, Desde la última vuelta del camino, Memorias, ts. I-III, Madrid: Caro Raggio, 1982,
págs. 157-70 y 7.
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Unamuno, en 1916, cuando la generación del 98 era ya un recuerdo, expri-


mió su alma para decir en un artículo titulado «Nuestra egolatría de los del 98»
que «los que en 1898 saltamos renegando contra la España constituida y ponien-
do al desnudo las lacerías de la patria éramos, quién más, quién menos, unos
ególatras».5 Dos años después, Don Miguel de Unamuno expuso, con la madu-
rez que dan los años y el tiempo, su nítida definición de lo que había sido la ge-
neración del 98. «Sólo nos unían el tiempo y el lugar, y acaso un común dolor:
la angustia de no respirar en aquella España que es la misma de hoy. El que
partiéramos casi al mismo tiempo a raíz del desastre colonial no quiere decir que
lo hiciéramos de acuerdo». Esto lo decía Unamuno en 1918, en un artículo pu-
blicado en «Nuevo Mundo», titulado «La hermandad futura». Manuel Tuñón de
Lara indica que
mito hay, y mito por partida doble, al evocar al grupo impropiamente llamado
«generación del 1898. (...) un mito elaborado durante más de medio siglo, un do-
ble mito, que nos ha presentado una «generación del 98» como expresión de una
concepción del mundo y casi un cuerpo cerrado de doctrina, lo cual está a mil le-
guas de la realidad. Ha habido, en primer lugar, el mito «liberal» que, por añadi-
dura, ha mezclado institucionismo, hombres del 98, laicismo y qué se yo más. Se
ha repetido hasta la saciedad, sin poder apoyarse en la menor prueba, que los del
98 llegaron a gobernar en el 31 o por lo menos su espíritu. Lo peor de ese mito es
su carácter «ahistórico», al querer proponer como modelo contemporáneo lo que
fue una apertura intelectual hace casi setenta años.6
La negación de la existencia de la generación, más clara y terminante, más
coherente y sincera, la hizo el propio inventor del término, Azorín. En 1913
publicó cuatro artículos que en ese mismo año recogió en el libro «Clasicos y
modernos»7 con el título de «Generación del 98». Es el entierro perpetuo de la
generación del 98, aunque sus componentes siguieron vivos y trabajando mu-
chísimo, pero ya como personalidades individuales y sin afán de grupo.
Existe una cierta ilusión óptica referente a la moderna literatura española de
crítica social y política; se cree generalmente que toda esa copiosa bibliografía
«regeneradora», que todos esos trabajos formados bajo la obsesión del problema
de España, han brotado a raíz del desastre colonial y como una consecuencia de
él. Nada más erróneo; la literatura regeneradora, producida de 1898 hasta años
después, no es sino una prolongación, una continuación lógica, coherente, de la
crítica política y social que desde mucho antes de las guerras coloniales venía
ejerciéndose. El desastre avivó, sí, el movimiento; pero la tendencia era ya anti-
gua, ininterrumpida (...). No seríamos exactos si no dijéramos que el renacimiento
literario de que hablamos no se inicia precisamente en 1898. Si la protesta se de-
fine en ese año, ya antes había comenzado a manifestarse (...). La generación de

5
Miguel Unamuno, «Nuestra egolatría de los del 98», El Imparcial, Madrid, 31-1-1916.
6
Manuel Tuñón de Lara, Medio siglo de cultura española (1885-1936), Madrid: Tecnos, 1984,
págs., 103-04.
7
Azorín, Clásicos y modernos, Buenos Aires: Losada, 1971.
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1898, en suma, no ha hecho sino continuar el movimiento ideológico de la gene-


ración anterior; ha tenido el grito pasional de Echegaray, el espíritu corrosivo de
Campoamor y el amor a la realidad de Galdós. Ha tenido todo eso; y la curiosidad
mental por lo extranjero y el espectáculo del Desastre -fracaso de toda la política
española- han avivado su sensibilidad y han puesto en ella una variante que antes
no había en España.
Estas palabras de Azorín fueron un inmenso jarro de agua fría, aunque la
mayoría de los escritores y tratadistas fueron insensibles a esta ducha azorinia-
na. Y lo siguen siendo. Azorín desmiente que la literatura del 98 naciera en el
98 y se confiesa mero seguidor y continuador de lo que estaban haciendo los de
antes, Echegaray, Campoamor, Galdós.
La Gloriosa Revolución de 1868 supuso una crisis profundísima, en cuya so-
lución se pusieron grandes esperanzas. Al no haberse resuelto de forma ni me-
dianamente satisfactoria, unido a la efímera I República y la llegada de la Res-
tauración Canovista, la situación impulsó de forma imparable, cada día con ma-
yor fuerza en sus exigencias, la aparición de escritores empeñados en sacudir el
sesteo permanente de la burguesía y la nobleza, los cuales realizaron la crítica
despiadada contra un régimen, unos partidos y unos políticos que se repartían a
su gusto la tarta nacional sin pensar si había otros ciudadanos que también que-
rían comer todos los días. Por poner unos pocos ejemplos de escritores de diver-
sas tendencias, Gumersindo de Azcárate no esperó a 1898 para publicar sus
obras que eran agudas censuras al régimen político, ni tampoco lo hizo Francis-
co Giner de los Ríos para fundar (1876) la Institución Libre de Enseñanza y es-
cribir una buena parte de su obra, ni Miguel de Unamuno para entregar (1895)
su En torno al casticismo a los lectores, ni «Clarín» para escribir sus artículos
que eran críticas demoledoras a Cánovas del Castillo y dar a conocer La Re-
genta, una de las novelas más importantes de todos los tiempos en idioma espa-
ñol, la cual es la descripción más certera, sarcástica y aguda de la sociedad de la
Restauración Canovista, de su burguesía, de sus hipocresías, sus caciquismos y
olvido de los problemas sociales. Benito Pérez Galdós con sus novelas Fortu-
nata y Jacinta (1887) y Miau (1888) hizo fotografías realísimas de la sociedad
madrileña.
De la generación del 98 se ha hecho un mito construido sobre un pedestal de
arena mojada. Desde hace cerca de un siglo se fundamenta y hace coincidir su
nacimiento como consecuencia del final de la guerra en Filipinas y Cuba y de
las derrotas militares españolas subsiguientes, lo cual también derivó en una su-
puesta crisis institucional, ante la que un pequeño grupo de escritores jóvenes se
convirtió en la conciencia crítica nacional del país para sacar a España de la mo-
dorra en que vivía. Es decir, que hasta que no llegan los del 98, los intelectuales
y escritores españoles anteriores se habían dedicado a sestear y si existieron, su
obra pasó tan desapercibida que no la conocieron ni ellos.
Para empezar hay que dejar bien sentado que a los de la generación del 98 la
pérdida del imperio ultramarino español les trajo sin cuidado. Fuera de algún
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escaso artículo periodístico hecho por alguno de ellos de forma ocasional, ni


uno de aquellos autores escribió un libro o un folleto sobre lo que significó per-
der los archipiélagos del Atlántico y del Pacífico. He reunido las fichas de 435
obras publicadas por autores españoles sobre Cuba desde 1868 a los primeros
años del siglo XX, y ni una es de los componentes del 98. Por lo tanto vincular
la generación del 98 con la pérdida de las posesiones cubana y filipina, no se
tiene en pie. Si a esto se une que el Manifiesto de «Los tres» lo firmaron en
1901, a tres años de la terminación de la guerra en Cuba y Filipinas, cuando la
contienda era ya un lejano recuerdo en la memoria colectiva de los españoles,
que todo el mundo quería olvidar, hay que llegar a la conclusión de que la reac-
ción de los del 98 fue con una espoleta muy retardada.
Las generaciones, tal como hoy las conocemos, empezaron a estudiarse en el
primer tercio del siglo XIX por pensadores como A. Comte, J. S. Mili, J. Dro-
mell, J. L. Giraud, A. A. Cournot, G. Ferrari, G. R. Lümelin, W. Dilthey, L. Von
Ranke, O. Lorenz y alcanzó su cénit con el alemán Julius Petersen, quien siste-
matizó los puntos clave de lo que constituye una generación: nacimientos en fe-
chas poco diferenciadas, similar formación intelectual, mutuas relaciones, parti-
cipación en actos organizados por ellos, acontecimiento generacional que atine
deseos e intenciones, personalidad emblemática, esclerosis de la generación an-
terior. Apenas si alguno de esos aspectos, sobre todo el último, se da en la del
98, como sus propios componentes explicaron. No hay más que ver, por ejem-
plo, las obras escritas y publicadas por Benito Pérez Galdós, después de 1898.
En cuanto a Unamuno, nadie le reconocía como personalidad emblemática. Lo
dijo Azonn y lo recogió Baroja en sus memorias al citar unos párrafos de un ar-
tículo azoriniano titulado «1898», en el que comentaba el libro «España», de
Salvador de Madariaga y en el que éste dice que los maestros del 98 fueron
Costa, Ganivet, Ortega y Gasset y Unamuno. Azorín desmiente esta afirmación
al decir que
ninguno de los maestros citados fue maestro de los escritores de 1898. A Costa
le teníamos por un político elocuente, y nosotros abominábamos de la oratoria y
de la elocuencia. A Ganivet no le conocíamos; le leímos mucho después. Ortega
no era maestro entonces; lo fue más tarde; tenía Ortega en 1898 la bella edad de
quince años. En cuanto a Unamuno, no era entonces tampoco un maestro nuestro;
lo fue también luego; era Unamuno un buen camarada.8
El que sí fue maestro, al menos inicialmente, fue Pérez Galdós. Miguel de
Unamuno definió con exactitud el mundo que Pérez Galdós reflejó en sus no-
velas, adelantándose a los del 98. 9
un mundo de pequeños tenderos, de pequeños oficinistas, de pequeños usureros
o más bien de prestamistas; un mundo de una pequenez abrumadora (...). La obra

Baroja. op. cit.


9
Miguel Unamuno, «Nuestra impresión de Galdós», El Mercantil Valenciano, Valencia, 8-1-1920.
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novelesca de Galdós es la pintura de una época y de una gente profundamente


antiheróicas (...)• Y es que había dado en ser realista, y la realidad que tenía de-
lante era una muy triste realidad, una realidad anémica y fofa.
La continuidad, el ser los del 98 meros seguidores de Galdós, lo reafirmó un
autor de años posteriores, Ramón Pérez de Ayala, al que se le incluye en la ge-
neración del 14, sucesora de la del 98, quien al hablar de la atmósfera religiosa
dijo que 10
esta atmósfera gravita sobre todos los escritores del 98, sensiblemente, eviden-
temente: Unamuno, Azorín, Maeztu, Grandmontagne, Valle Inclán, Baroja. To-
dos ellos (sé que esta afirmación 'todos ellos' me la repudiarán) son la prole fe-
cunda y diversa del patriarca Galdós. El sentido de la reverencia ante la vida (su-
peración de la literatura amena) y la conciencia ética de España frente a la Huma-
nidad (como conocimiento de sí propio y como deber) que representan ante todo
los del 98, son herencias galdosianas y en nuestra literatura aparecen por primera
vez con Galdós.
Conocer hoy quiénes fueron los componentes de la generación del 98 es una
tarea imposible, porque a medida que han pasado los años, cada experto, cada
tratadista, cada estudioso ha confeccionado una lista distinta, con lo cual lo que
para unos es bueno, para otros no es que sea malo, es que no existe y el confu-
sionismo a que se ha llegado supera todo lo imaginable. ¿Dónde está la verdad,
quién tiene la razón?
Azorín dijo que los componentes de la generación del 98 fueron Ramón del
Valle Inclán, Miguel Unamuno, Pío Baroja, Jacinto Benavente, Ramiro de
Maeztu y Rubén Darío, y, por supuesto, él mismo.11
El hispanista alemán Hans Jeschke sostenía en 1934 que los precursores fue-
ron Unamuno. R. Darío y Ángel Ganivet, si bien no se puede incluir con pro-
piedad a Ganivet y Maeztu en el grupo, que lo deja formado por Azorín, Baroja,
Benavente, Antonio Machado, Manuel Machado y Valle Inclán.12
Pedro Salinas, en 1935, da estos nombres: Azorín, Baroja, Benavente, los
hermanos Machado, Valle Inclán y Unamuno.
José Luis Abellán da por buena la lista de Pedro Salinas, pero excluye a Be-
navente y coloca a Ganivet.
Pedro Laín Entralgo lo enreda más y pone a Unamuno, Azorín, A. Machado,
Baroja, Valle Inclán y Ramón Menéndez Pidal, y precediéndoles o subsiguién-
doles en algo, Ganivet, Maeztu, Benavente, el pintor Ignacio Zuloaga, M. Ma-
chado, los hermanos Serafín y Joaquín Alvarez Quintero, Manuel Bueno, Silve-
rio Lanza, tal vez el pintor Darío de Regoyos, y los más jóvenes Gabriel Miró y
Juan Ramón Jiménez.13

10
Ramón Pérez de Ayala, Divagaciones literarias, Madrid, 1958.
1
' Azorín, ap. cit.
Hans Jeschke, La generación de 1898, 1934 (trd. del alemán).
Pedro Laín Entralgo, La generación del 98, Madrid: Espasa Calpe. 1947.
350 P. PASCUAL MARTÍNEZ

La Historia de la Literatura Española da como núcleo a Maeztu, Baroja y


Azorín, y añade a Unamuno y Valle Inclán.14
La Historia de la Literatura II habla del Baroja, Azorín y Maeztu, a los que
se suelen añadir Unamuno y Ganivet como anteriores y A. Machado como pos-
terior.15
Donald Shaw hace la nómina con Baroja, A. Machado, Unamuno, Maeztu
y Azorín, y como nuevas direcciones Ramón Pérez de Ayala y José Ortega y
Gasset.16
Historia y Crítica de la Literatura Española, al cuidado de Francisco Rico,
en su antología del regeneracionismo recoge artículos de Joaquín Costa, Gani-
vet, Maeztu, Unamuno, Valle Inclán, Baroja, Azorín y A. Machado. 17
José García López coloca a Ganivet como precedente y hace la lista con
Unamuno, Azorín, Maeztu, A. Machado y Menéndez Pidal.18
En la Introducción a la literatura española a través de los textos se habla de
Ganivet, Azorín, Maeztu, Unamuno, Baroja y A. Machado. 19
Cierro esta relación con un libro de Julián Marías dedicado a estudiar las ge-
neraciones. En esta breve relación hay manuales, libros de texto, de lectura o
consulta obligada en el bachillerato, COU y universidades de España, para que
se pueda ver la forma de enseñanza existente en torno a una cuestión que se vie-
ne debatiendo desde hace años.
Julián Marías ve y explica la generación del 98 a través de Rubén Darío.
Estos son los nombres: Manuel Bueno, Unamuno, Santiago Rusiñol, Benavente,
Antonio Palomero, Manéndez Pidal, Navarro Ledesma, Grandmontagne, Ricar-
do Fuente, José María Llanas Aguilaniedo, Valle Inclán, Azorín, Maeztu, A.
Machado. 20
Un libro bastante reciente, ¿Invento o realidad? La generación española de
1898,21 de Bernal Muñoz, hace un estudio, con muchas cautelas, de compendio
de las conclusiones y listas a las que llegaron estudiosos de este tema. Y dice
que «de todas las listas seleccionadas destacan por su adscripción a la genera-
ción del noventa y ocho Azorín y Pío Baroja, seguidos por Unamuno, Ramiro de
Maeztu, Valle Inclán y Antonio Machado, y ya a cierta distancia Benavente».

14
Varios, Historia de la Literatura Española, Barcelona: Orbis, 1982, vol. IV, págs. 89-152.
15
J. Manuel Rozas López, dtor., Historia de la Literatura 11, Madrid: UNED-MEC, 1982, pág. 418.
16
Donald Shaw, La generación del 98, trad. C. Hierro, Madrid: Cátedra, 1985.
17
José Carlos Mainer y Francisco Rico, Historia y crítica de la Literatura Española, t. VI, Moder-
nismo y 98, Barcelona: Crítica-Grijalbo, 1984.
18
José García López, Historia de la Literatura Española, Barcelona: Vicens Vives, 1985,.págs.
591-600.
19
Varios, Introducción a ¡a literartura española a través de los textos, Madrid: Istmo, Col. Fun-
damentos, 1984, vol. III.
20
Julián Marías, Generaciones y constelaciones, Madrid: Alianza Universidad, 1989, págs. 253-57.
21
José Luis Bernal Muñoz, ¿Invento o realidad? La generación española de 1898, Valencia: Pre-
textos, 1996, pág. 93.
GALDÓS, LOS ESCRITORES Y EL 98 351

Como se ve continúa la tendencia a decir sí a todo y en modo alguno ningu-


near a la generación del 98. No se plantean dos cuestiones vitales en torno a una
cuestión como esta:
P. Si los propios componentes de la generación del 98 confesaron y demos-
traron su inexistencia, lo menos que se puede hacer con un escritor es respetar
sus escritos, sus pensamientos y sus ideas. No hacerlo me parece una manipula-
ción descarada y vergonzosa, como más de un ensayista ha hecho para poder
seguir hablando de lo que no existe.
2a. La corriente ideológica del 98 no la formaron exclusivamente los nom-
bres dados en estas listas que acabo de ofrecer. En ese tiempo hubo una larga
serie de magníficos escritores, que en prosa y en verso, en el teatro, en el ensayo
y en la narrativa hicieron tanto o más que los «auténticos» por la doble ver-
tiente noventayochista, la crítica social y política y la renovación de las letras
españolas.
En mi libro Escritores y editores en la Restauración Canovista22 he recogido
una nómina de 839 autores y autoras de toda España, incluidos los catalanes, la
mitad de los cuales fueron algo en su tiempo, poco o mucho.
Cuando se estudia este período de las letras españolas o en idioma español
no vale ya seguir empecinados en centrar toda la atención en la muy mal llama-
da generación del 98, como si la media docena de nombres que forman el elenco
que aparece en cualquier manual lo hubieran hecho todo. Hubo una generación
fin de siglo en América, con figuras coetáneas como Carlos Reyles, Mariano
Azuela, Pedro César Dominici, Manuel Díaz Rodríguez, Emilio Coll, Alcides
Arguedas, Jaime Mendoza, Amado Ñervo, Leopoldo Lugones, Ricardo James
Freyre, José Santos Chocano, Julio Herrera y Reissig, Guillermo Valencia, En-
rique Larreta, Horacio Quiroga y José Enrique Rodó, que realizaron una impre-
sionante labor de modernización literaria del idioma español. Y si se habla de
España, hay que recordar a las figuras de la literatura catalana, desde Joan Ma-
ragall a Eugenio D'Ors y sus seguidores del noucentisme. Los del 98, como los
del 14, miraron muy poco a Cataluña, pues su atención fue centralista, ante todo
y sobre todo.
Andrés Trapiello acaba de publicar un libro23 muy clarificador, pues además
de poner en cuestión la existencia de la tal generación del 98, lo que ofrece es
un estudio sereno de escritores de la época que han quedado olvidados, cuyos
méritos nadie les puede regatear, como Ciro Bayo, Silverio Lanza, Ruiz Contre-
ras, Alejandro Sawa, Luis Bonafoux, Manuel Bueno, Rafael Lleyda, José María
Salaverría, Vicente Blasco Ibáñez, Gabriel Miró, Gabriel y Galán, Gómez Ca-
rrillo, Francisco Villaespesa, Antonio de Zayas, Andrés González Blanco, Cor-
pus Barga, Enrique de Mesa, Fernando Fortún, Felipe Trigo, Manuel Ciges

" Pedro Pascual, Escritores y editores en la Restauración canovista (1875-1923), Madrid: Eds. de
la Torre, 1994, 2 vols.
23
Andrés Trapiello, Los nietos del Cid, Barcelona: Planeta, 1997.
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Aparicio, Eugenio Noel, Parmeno, Carmen de Burgos, Luis Bello, y otros más
cuyos nombres apenas merecen un par de lineas en las historias de la literatura
española. A. Trapiello ofrece como clave de aquel momento literario y para dar
de lado a las polémicas hablar de la «generación del novecientos», porque en
ella cabrían naturalistas, realistas, modernistas y los del comienzo de siglo.
El compromiso político del intelectual en la España del último tercio del si-
glo XIX y primero del XX tuvo en los escritores su expresión más reveladora
con la crítica a una situación que se arrastraba desde hacía años. Era la España
de cartón piedra, del caciquismo, la corrupción generalizada y los amaños elec-
torales. En las obras del naturalismo y del realismo de los autores que se afian-
zaron tras la revolución de 1868 se ve esa critica, en la que bebieron los que
después fueron llamados del 98.
En el análisis comparativo que he hecho entre autores anteriores y posterio-
res del 98 se puede apreciar cómo una literatura bien hecha y comprometida con
la situación social y política no nace de forma espontánea debido a una derrota
militar y a la desaparición del imperio ultramarino. Todo fue fruto de circuns-
tancias muchísimo más complejas, que eran las dadas por la propia situación de
España, que no cambió con la muerte de Cánovas del Castillo y la derrota mili-
tar en Filipinas y Cuba, sino que siguió con los mismos modos políticos anterio-
res, con las mismas familias políticas repartiéndose el poder en el gobierno y los
escaños en parlamento, con la corrupción generalizada en la vida económica.
Esa frase tan repetida de que el tiempo pone a cada uno en su sitio, a veces
es rotundamente falsa. Se ha gastado mucha tinta y mucho esfuerzo inútil en ha-
blar de los del núcleo del 98, sin fijarse en qué páginas, de éstos o de otros, es-
taba el espiritu del 98. En una gran parte de la obra de Azorín, que escribía en su
poltrona oficial ocupando cargos políticos o parlamentarios desde 1910, lo que
le impedía ejercer una crítica al poder, desde luego que no.

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