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Hace 139 años, un 14 de febrero de 1879, tropas chilenas

invaden territorio boliviano.

LA GUERRA DEL SALITRE


Iván Ljubetic Vargas, historiador del
Centro de Extensión e Investigación
Luis Emilio Recabarren, CEILER

“La Guerra de 1879 en que la clase gobernante


de Chile anexó la región del salitre”
(Luis Emilio Recabarren: “Pobres y ricos”.
Rengo, 1910)

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Los historiadores burgueses llaman Guerra del Pacífico al
conflicto bélico que, entre 1879 y 1883, desangró a Chile,
Bolivia y Perú. Ello para ocultar la verdadera causa de la
conflagración: el salitre.
El océano Pacífico es la mayor masa marítima del planeta.
Su superficie abarca 180 millones de kilómetros cuadrados y
sus aguas bañan tres continentes: América, Asia y Australia.
La guerra que nos preocupa se desarrolló en un mínimo
rincón de ese océano y en su transcurso hubo sólo dos
combates navales: el de Iquique, el 21 de mayo de 1879, y el
de Punta de Angamos, el 8 de octubre del mismo año. Ambos
duraron unas pocas horas y participaron seis naves. Dos
peruanas, el Huáscar y la Independencia; cuatro chilenas, la
Esmeralda, la Covadonga, el Cochrane y el Blanco
Encalada. Posteriormente, la flota chilena surcó el Pacífico en
tres ocasiones y sólo para transportar tropas. El escenario
naval de ese conflicto abarcó desde Antofagasta a Pisco,
unos 2 mil kilómetros.

CAUSAS DEL CONFLICTO


Historiadores alemanes denominan a esta conflagración
Salpeterkrieg (Guerra del Salitre). Y es el nombre adecuado.
Durante años, el desierto de Atacama –al sur de Bolivia y al
norte de Chile- fue despreciado por ambos países. Pero todo
cambió al descubrirse el valor del salitre y que en el desolado
de Atacama, como también se le llamaba, existían
importantes yacimientos de nitrato.
Comenzaron las discusiones sobre la frontera. El primer
tratado de límites entre Chile y Bolivia, firmado en 1866, fijó
como frontera el paralelo 24º latitud sur y dejó una zona
compartida entre ambos países, el territorio comprendido
entre los paralelos 23 y 25. Chile y Bolivia se repartirían por
partes iguales las riquezas que se produjeran en esa franja.
En 1874 se suscribió un segundo tratado, que mantuvo la
frontera en el paralelo 24, eliminándose la zona compartida.

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En compensación, Bolivia se comprometió a no alzar durante
25 años los impuestos “a las personas, industrias y capitales
chilenos”.

CHILENOS EXPLOTAN SALITRE BOLIVIANO


En Antofagasta, territorio boliviano, se instaló la Compañía de
Salitre de Antofagasta, de capitales chilenos, que el 1º de
Mayo de 1872 inició las exportaciones del “oro blanco” a
Europa.
Más al norte, Perú puso en vigencia, con fecha 28 de marzo
de 1875, una ley mediante la cual expropió las oficinas
salitreras de Tarapacá, pagando a sus antiguos propietarios
con certificados.
En 1879 el Presidente de Bolivia Tomás Frías fue derrocado
por un golpe militar, encabezado por el general patriota
Hilarión Daza. Este gravó con un impuesto de 10 centavos
cada quintal de salitre exportado desde territorio boliviano.
La Compañía de Salitre de Antofagasta se negó a cancelarlo.
Entonces Daza ordenó el embargo y el remate de esa
empresa.

DEFENDIENDO A CAPITALISTAS
El Gobierno chileno salió en defensa de los capitalistas
connacionales. Rompió relaciones con Bolivia y el 14 de
febrero de 1879, día señalado para el remate, 200 soldados
al mando del coronel Emilio Sotomayor, invadieron suelo
boliviano, ocuparon Antofagasta, impidiendo la subasta.
Ante este atropello a su soberanía, Bolivia declaró la guerra a
Chile el 1º de marzo. Otro tanto hizo Perú, que había firmado
un pacto con Bolivia.
El 5 de abril, Chile declaró la guerra a los aliados. Comenzó
la conflagración con triunfos de las tropas chilenas, que hacia
fines de 1879 tenían en sus manos la región de Tarapacá.

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LA OTRA GUERRA
Pero en la región se libraba otra guerra secreta. Los
protagonistas eran dos ingleses que no usaban fusiles ni
cañones. Sus armas consistían en la especulación y la falta
de escrúpulos.
Uno era Robert Harvey, que había llegado a Tarapacá en
1874.
Poco antes de la ocupación de esa provincia por los
chilenos, el gobierno peruano lo había designado Inspector
General de Salitreras. En 1880, fue confirmado en ese cargo
por el gobierno de Chile, otorgándole amplias atribuciones.
Recibía sueldo de los dos países y a ambos entregaba
informes falsos.

John Thomas North, el “rey del salitre”

El otro británico, John Thomas North, llegó a Chile en 1866


con 10 libras esterlinas en los bolsillos. Trabajó como
mecánico en la maestranza ferroviaria de Caldera. Después
se trasladó a Tarapacá, donde se asoció con su compatriota
Harvey.
Ambos aprovecharon la caótica situación producida por la
guerra y, con triquiñuelas y engaños, compraron certificados

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que el gobierno peruano emitió al expropiar las salitreras,
cuando se cotizaban a un 11% de su valor nominal. Pudieron
hacer esas compras gracias a los generosos créditos que les
otorgaron los bancos chilenos Edwards y Valparaíso.

EL SALITRE A MANOS IMPERIALISTAS


Aún no finalizaba la guerra cuando el gobierno chileno de
Domingo Santa María decretó, el 28 de marzo de 1882, la
entrega de títulos de propiedad definitiva a quienes tuviesen
certificados salitreros. De esta forma fueron entregadas a
particulares más de 80 oficinas salitreras. Otras 71 quedaron
provisoriamente en manos del Estado chileno.
Algunos tenedores de certificados como John Thomas North,
Robert Harvey y la Casa Gibbs, pasaron a ser propietarios de
las más importantes y ricas oficinas salitreras, controlando la
industria del nitrato y transformando el Norte Grande chileno
en una factoría británica.
John Thomas North se convirtió en el “rey del salitre”, uno de
los hombres más ricos del mundo. Fue dueño de numerosas
oficinas salitreras, de los ferrocarriles y de una serie de otras
empresas; monopolizó la distribución del agua potable y del
comercio en la pampa, desde la harina y carbón hasta la
carne y verduras. Fundó el Bank of Tarapacá and London
Ltda.. Tuvo a su servicio a abogados y parlamentarios
liberales, conservadores y radicales. Hizo importantes
inversiones en Inglaterra, Francia, Bélgica, Egipto, Australia y
Brasil.

CONSECUENCIAS DE LA GUERRA
El 10 de julio de 1883 se libró en Huamachuco, el último
combate de una guerra en que murieron 23 mil soldados
bolivianos, chilenos y peruanos. Chile conquistó dos
provincias, Tarapacá y Antofagasta, pero el salitre, razón y
motivo del conflicto, pasó en su mayor parte a manos de

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capitalistas británicos. Fue así como el imperialismo inglés
clavó su lanza en Chile.

Con esta guerra de conquista, el territorio chileno se extendió


al norte del río Copiapó, límite que tenía desde fines del siglo
XVI. Creció en 180 mil kilómetros cuadrados, con una
población que sumaba algo más 100 mil habitantes, de los
cuales el 40% constituía la población activa. Hacia 1885 los
obreros salitreros eran 4.571; en 1895 alcanzaban a 22.500 y
en 1912, más de 40.000.
La guerra del salitre significó un aumento en cantidad y
calidad del proletariado chileno.

A SEGUIR EL EJEMPLO DE RECABARREN


El historiador boliviano Guillermo Lora en su obra “Historia del
Movimiento Obrero Boliviano”, escribió: “En 1919 la
Federación Obrera de Chile, se dirigió a las organizaciones
obreras bolivianas para estrechar relaciones y procurar una
actuación coordinada:
‘Debemos considerar, queridos compañeros, que todos los
que pertenecemos a la clase trabajadora no podemos contar

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con más apoyo que el que puedan proporcionarnos nuestros
hermanos y que jamás podremos conseguir el triunfo de
nuestros ideales si no formamos un block único y sólido,
capaz de oponer formal resistencia a ese monstruo fatídico y
avasallador: la explotación capitalista... Por esto creo,
estimadísimos compañeros, que sería de gran conveniencia
para todos consolidar fuertemente el cariño que mutuamente
se profesan las clases trabajadoras de Bolivia y Chile’.”
Esta nota, redactada por Luis Emilio Recabarren, a sólo 26
años de haber finalizado la Guerra del Salitre, es una cabal
expresión del internacionalismo proletario, que Marx y Engels
proclamaron en el “Manifiesto del Partido Comunista”,
cuando finalizaron este inmortal documento con la frase:
“Proletarios de todos los países, uníos”.

En nuestros días, ser consecuentes herederos de Recabarren


es proclamar “Mar para Bolivia”. Devolver a ese país, parte de
una región, que –al decir de Recabarren- la clase gobernante
de Chile anexó.

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