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- Ah. Y ¿qué?
- Oye la primera vuelta con su musiquilla: “El rapaz que toca el flautín fué a
Palacio a hacerles tilín. Por la gracia del ton y son, le ha ofrecido el Rey un blasón.
‘Ser un noble yo no quiero’ respondió el tonadillero: ‘con blasón en la clave, ya se
hincharía mi sol-fa-la: se diría en plaza y mesón ‘El flautilla ha hecho traición’”
¿Qué tal?
- Por ahora, a lo que dice: ¿es que cualquier venta del arte es una traición?
- Ya. Pero tú (con mil perdones, abuelo) ¿no has vendido también un poco tus
artes algunas veces?
- Sí, pardiez, por más que me pese: yo soy (como tú, rapaz) un tipo real y
contante, y no puedo presumir de estar del todo puro y limpio de dinero, que es la
realidad misma: nadie que tenga una muerte futura puede.
- Tampoco: empezó por ir a Palacio a ganarse con la flauta unas monedillas, ¿no?
- Sí, pero supo distinguir entre eso y el Gran Premio que lo iba a sujetar a la Corte.
- Pues eso es lo que intentamos otros, y no que sea fácil distinguir la raya, pero al
menos... ¿Te acuerdas de aquel cuplé de hace años, el de la Bien Pagá?
- Bueno, pues eso: que, ya que no puede aspirar uno a estar limpio del todo, al
menos pueda decir claro “que yo soy la malpagá”.
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- No: a lo común, a lo que no existe, no se le puede hacer declaración de fe, ni
traición por tanto. Pero, aunque sea imitando la jerga de los mandos, ¿no tendrá
algún sentido que la gente diga del que vende sus artes al Poder que hace
traición?
- Por vía negativa, claro: prestar fe al Poder, al Dinero, al Futuro, a la Muerte, eso
es traicionar a lo común y vivo que nos queda.
- Ya: que ser fiel a eso no es más que no ser fiel a los que lo matan.
- Tú lo has dicho.