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En el contexto internacional contemporáneo, la experiencia de cambios

revolucionarios engendrada en Venezuela ha tenido, sin duda, sus repercusiones


en las luchas populares, específicamente en lo que respecta a nuestra América y
el mar Caribe, aun cuando sus respectivos gobiernos difieran, en uno u otro
sentido, del venezolano. Esta nueva situación ha supuesto un enorme reto para
los sectores dominantes tradicionales, lo mismo que para su tutor imperial,
Estados Unidos, en momentos que se creyó exterminada toda referencia a Marx,
Engels, Lenin y demás teóricos del socialismo revolucionario mundial, ya que la
misma no es posible enfrentarla, acusando -como siempre lo hizo durante la
Guerra Fría- a su extinto enemigo imperialista, la URSS, de desestabilizar la paz
mundial. Ahora, este reto de los pueblos de nuestra América debilita cada día la
legitimidad y continuidad de las diversas estructuras sobre las cuales se erigió el
sistema capitalista y su enunciado político: la democracia representativa. Así, en la
búsqueda de opciones que pudieran recoger y reflejar la diversidad de las luchas
populares de nuestro continente, en Venezuela se comienza a gestar una nueva
visión de lo que sería el socialismo revolucionario, deslastrándolo de las malas
interpretaciones que pudo tener en el pasado y en consonancia con la memoria
histórica de nuestros pueblos, estableciendo una línea de continuidad con lo
hecho por quienes guiaron la resistencia indígena y la guerra de independencia.
Por supuesto, esta influencia de Venezuela no podría partir de un hecho aislado,
al igual que sucediera con la gesta independentista de hace doscientos años,
conjugándose una misma aspiración emancipadora desde el sur del río Bravo
hasta la Patagonia. En la actualidad, al dar nacimiento a diferentes organismos de
integración regionales, como la CELAC, UNASUR y ALBA-TCP, nuestra América
recoge esa necesidad de lucha común que hermanó a las antiguas colonias en
contra de la monarquía española, esta vez en contra de la hegemonía imperialista
estadounidense y la globalización neoliberal económica que amenazan con acabar
con cualquier vestigio de soberanía nacional a fin de imponer sus propios
intereses y controlar los vastos recursos naturales estratégicos que poseen
nuestras naciones, utilizando para ello su supremacía militar y su predominio en
los organismos multilaterales.

Como lo contempla el Proyecto Nacional Simón Bolívar, en su Primer Plan


Socialista del Desarrollo Económico y Social de la Nación para el período 2007-
2013, “la construcción de un mundo multipolar implica la creación de nuevos polos
de poder que representen el quiebre de la hegemonía unipolar, en la búsqueda de
la justicia social, la solidaridad y las garantías de paz, bajo la profundización del
diálogo fraterno entre los pueblos, su autodeterminación y el respeto de las
libertades de pensamiento”; cuestión ésta que incomoda sobremanera a
Washington y a sus socios imperialistas al constituir un contrapoder que desafía
abiertamente su papel hegemónico y lo relega en cuanto a aspectos de
importancia en materia económica y financiera, como lo serían las políticas de
integración regional promovidas, básicamente, por Cuba, Ecuador, Bolivia,
Nicaragua y Venezuela, a los cuales se suman los países integrantes de
Mercosur. De ahí que la experiencia revolucionaria venezolana adquiera una
importancia geopolítica vital en el actual contexto latinoamericano y caribeño, al
reafirmar los valores de la independencia y de la identidad nacional de nuestros
pueblos.-

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