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La Ley y el Nuevo Testamento

Introducción

Hasta ahora, hemos estudiado de manera somera los atributos, fuente y dirección de la ley
de Dios. Hemos dicho que la Escritura reconoce una sola ley, porque la Escritura nos muestra
un solo Dios. Por tanto, hay una sola realidad, un solo universo, una sola verdad absoluta, y
una sola Tora.

Demostramos que solo un ser con los atributos del Dios Trino puede crear ley. Solo un Dios
puede ser fuente de Ley. De ahí la constante reclamación de los reyes paganos de ser dioses
o de ser elegido de los dioses. Los reyes cristianos reclamaban también ser dioses. El rey
Jacobo I de Gran Bretaña dijo ser un rey con la autoridad de Dios y por ello reclamó ser fuente
de ley. Él dijo:

El estado de MONARQUÍA es lo más supremo sobre la tierra: Porque los Reyes no son
solamente DIOSES tenientes sobre la tierra, y sentados en el trono de DIOSES, sino que
aún por Dios mismo se llaman Dioses.1

Como vemos, siempre ha existido la necesidad de la divinidad para justificar la creación de


leyes. Esto no era distinto en Roma. César reclamaba tener el favor de los dioses, y no solo
reclamaba eso, reclamaba ser dios y kyrios (Señor) de la tierra.

Hoy el estado reclama divinidad, pero no dada por los dioses, sino que reclama sin tapujos “el
hombre es dios, y la voluntad de este dios se manifiesta en el estado”. Claro, no lo dirán de
esta manera. Lo dicen así:

La soberanía reside esencialmente en la nación. Su ejercicio se realiza por el pueblo a


través del plebiscito y de elecciones periódicas y, también, por las autoridades que
esta Constitución establezca”2

Pero claro, no se confunda, la nación no es el pueblo. El pueblo es el brazo que ejerce la


soberanía solo cuando acude a plebiscito y elecciones. La constitución se preocupa de decir:

“Ningún sector del pueblo ni individuo alguno puede atribuirse su ejercicio” 3

Así que, en términos prácticos, es el Estado, establecido por esta constitución, el soberano
que trae la palabra-ley del dios hombre. Y al tener al dios-hombre no es que el hombre sea

1
Charles Howrad Mcllwain, ed., The Political Works of James I, Reprinted from the Editions of 1616 (Cambridge,
MA: Harvard University Press, 1918), 307.
2
Constitución Política de la República, edición oficial, especial para estudiantes. Decimoctava edición oficial,
editorial Jurídica de Chile, pg. 9, art. 5.
3
Ibid.

1
dios en el sentido individual, es que es una abstracción. Y cuando hablamos de abstracciones
en lo moral y la justicia, todo vale. Ya lo tratamos en el estudio anterior4

El Pacto

Las constituciones de todas las naciones quieren reemplazar el pacto que Dios entregó al
hombre. Las constituciones más que acercarse a la Escritura y al pacto que Dios le dio al
hombre como su Dios, se acercan a Babel. Leamos el relato de Génesis 11:

1 Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras.

2 Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar,
y se establecieron allí.

3 Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió
el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla.

4 Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo;
y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra.

Los hombres con esto estaban proclamando su soberanía, y creando su propia


constitución. Esto, a todas luces, iba en contra del pecto de Dios dado al hombre.
Según Gén. 1:26-30, Dios ordenó al hombre a

1) señorearse sobre toda la tierra y todo animal;

2) A dar fruto. Aquí personalmente hago una distinción entre fruto y multiplicarse. El
hombre debía dar fruto en todo cuanto hacía. Y el fruto de su obra debía ser bueno y
agradable a Dios, porque lo hacía en los términos de Dios

3) A multiplicarse y llenar la tierra. Dios les ordenó no ha concentrarse y a crear


gobiernos centralistas donde el poder se concentre. Dios entregó a cada individuo el
deber de ejercer gobierno sobre la tierra. Cuán distinto es este pacto de Dios al
contrato social de los hombres.

4) Dios le entregó una ley y les dejó en claro que solo Dios era el soberano y dueño
absoluto de la tierra. Por ello Él le permitió al hombre comer de todo árbol del Huerto,
excepto uno. Y el hombre debía someterse a la Palabra-Ley de Dios. Sigamos leyendo
el capítulo 11 y veamos como actúa el Celo de Dios de llevar a cabo su voluntad. (Gén.
2:16,17)

4
Lo vimos cuando discutimos la verdad de que la ley y la moral y toda realidad descansa en una Persona, en la
persona del Dios Trino. Por tanto la abstracción en temas morales, jurídicos y de soberanía es una artimaña de
satanás para usurpar la soberanía y reinado de Cristo.

2
5 Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los
hombres.

6 Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo lenguaje; y han
comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer.

Dios es Uno Dios en Trinidad, y Trinidad en unidad. La tendencia del hombre es la de


hacerse “uno”. El hombre sin Dios busca la unidad y desprecia la individualidad. Pero
en Dios la unidad no es más fundamental que la individualidad, ni la individualidad
más que la unidad. Aquí los hombres iban en contra del orden de Dios, y como vimos
en el estudio anterior, Dios confunde a todos los hombres que niegan su ley:

7 Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno


entienda el habla de su compañero.

8 Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar
la ciudad.

9 Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió Jehová el
lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra.

La reciente filosofía del contrato social enseñada por Rousseau, no es nueva, es la vieja
tendencia del hombre de proclamarse soberano y de negar la Tora de Dios.

Hagamos un acercamiento a la doctrina del pacto para poder entender ley protagonismo de
Ley en el Nuevo Testamento. Todo lo que hemos estado hablando tiene todo que ver con la
ley y el Nuevo Testamento. Ya lo verá.

Y él os anunció su pacto, el cual os mandó poner por obra; los diez


mandamientos, y los escribió en dos tablas de piedra. (Dt. 4:13)
Ya vimos en el capítulo anterior, que el pacto que Dios entregó a Israel es su ley. El texto
citado lo deja muy en claro. Sabemos que Dios es inmutable y que Él no cambia. Él es el mismo
ayer, hoy y por los siglos. Y sabemos que la Palabra es Jesucristo, quien es la Palabra
Encarnada (Jn. 1:1, 14). Por tanto, el contenido del pacto, que era la ley en Israel, no puede
ser distinto en contenido con respecto al pacto que Dios le entregó a Adán, Abraham, Israel y
al nuevo Israel, la Congregación de Dios, la Iglesia de Dios.

Cuando Dios dijo de Abraham “por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis
mandamientos, mis estatutos y mis leyes.” (Gén. 26:5), no estaba diciendo algo distinto
cuando le dijo a Israel “Estos, pues, son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová
vuestro Dios mandó que os enseñase, para que los pongáis por obra” (Dt. 6:1). Y tampoco dijo
algo distinto cuando les dijo a los discípulos “Si me amáis, guardad mis mandamientos.” (Jn.
14:15).

3
¡Hermanos amados! Dios no tiene distintas palabras y distintas leyes. Nada de lo que dijo
Cristo contradecía al Padre, porque Cristo siempre nos ha revelado al Padre, y toda la ley que
recibió Moisés, la recibió de Cristo ¡Porque Cristo es la Palabra de Dios!

Volvamos al evangelio de Juan capítulo 14 y leamos los siguientes versos:

20 En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo


en vosotros.

21 El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me
ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.

¿Acaso no nos recuerda esto a Dt. 6:1-9 que nos enseñan que amar a Dios es obedecer
su ley como tanto lo hemos estudiado anteriormente?

22 Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y


no al mundo?

23 Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará,


y vendremos a él, y haremos morada con él.

24 El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía,
sino del Padre que me envió.

Todas estas palabras de Cristo, nuestro Señor, están en completa armonía con la ley y los
profetas.

Fijémonos que Cristo promete al Espíritu Santo en este pasaje (vv. 16,17). Pero esta promesa
no fue dada por primera vez en esa ocasión. Cristo ya la había dado muchos años antes. Y es
ahora en que entramos de lleno en el Nuevo Pacto y las diferencias con el Antiguo Pacto.

El Antiguo y el Nuevo Pacto.

Ya demostramos que el pacto siempre tiene el mismo contenido. Lo que no hemos tratado es
que el pacto ha tenido distintas administraciones en el tiempo. La administración no cambia
el contenido, sino la forma externa de su observación.

En tiempos de Adán se observaba en una absoluta obediencia a Dios demostrada en no comer


del árbol del conocimiento del bien y del mal. En tiempos de Moisés se observaba según las
ordenanzas de la circuncisión y la pascua más las leyes sacerdotales y del levirato. En nuestros
tiempos se observa ya no externamente según las leyes del sacerdocio aróonico, pues aquél
sacerdocio dejó de ser, sino en el poder del Espíritu, en el sacerdocio según el orden de
Melquisedec. guardando dos ordenanzas: El bautismo y la santa cena y presentando
sacrificios espirituales agradables a Dios.

Demostremos lo dicho anteriormente con un pasaje del Antiguo Testamento.

4
31 He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de
Israel y con la casa de Judá.

32 No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos
de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para
ellos, dice Jehová.

Hasta aquí, un lector que no conozca todo lo que hemos venido tratando, podría
concluir que Dios desechará el antiguo pacto y traerá algo completamente nuevo. Pero
es solo cuestión de seguir leyendo.

33 Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice
Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios,
y ellos me serán por pueblo.

Resulta que lo “nuevo” es el viejo mandamiento de Dr. 6:5-9. Pero claramente hay
algo nuevo.

34 Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo:


Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta
el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré
más de su pecado.

Hagámonos una pregunta ¿Qué es lo que cambia entonces respecto del antiguo pacto? No
cambia el contenido del pacto (la ley) porque sabemos que Dios no cambia, como tratamos
más arriba, y además el texto mismo de Jeremías nos dice que el propósito del Nuevo Pacto
es el cumplimiento de la ley por parte del pueblo de Dios. ¿Entonces qué es lo que camba?

El Espíritu de Dios

Para entender cuál es el cambio en el Nuevo Pacto debemos entender el rol del Espíritu de
Dios en el pueblo de Dios en el Nuevo Pacto. Ezequiel nos da más luz acerca de este nuevo
pacto:

25 Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras


inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré.

26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de


vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.

27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y


guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.

28 Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y


yo seré a vosotros por Dios.

5
El Nuevo Pacto es una obra de Dios en nuestro ser conocida como “regeneración” o “nuevo
nacimiento” en el Nuevo Testamento y “un corazón de carne” o “circuncisión del corazón” en
el Antiguo Testamento. Todos estos términos son sinónimos y hablan de lo mismo: El poder
del Espíritu de Dios obrando en un pecador vendido al pecado, muerto en sus delitos y
pecados, y lo hace tener vida por medio de la resurrección. Veamos cómo en Efesios 2:1-10
el apóstol Pablo nos relata el cumplimiento del Nuevo Pacto en los creyentes:

1 Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados,

2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo,


conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos
de desobediencia,

3 entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de
nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por
naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.

4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó,

5 aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por
gracia sois salvos),

6 y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares
celestiales con Cristo Jesús,

7 para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su


bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don
de Dios;

9 no por obras, para que nadie se gloríe.

10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales
Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.

Todo, absolutamente todo es obra de Dios en nuestra introducción al Nuevo Pacto. Él nos
escoge, redime, da vida y nos da el poder de obrar su Ley.

Es por ello que Cristo vino proclamando el cumplimiento del Nuevo Pacto en la última cena.
No explicó el Nuevo Pacto como si los discípulos no supieran de qué se trataba. Ellos ya habían
leído a Jeremías y a Ezequiel y todo el Antiguo Testamento.

El “defecto” del Antiguo Pacto no era en el pacto mismo, sino en nosotros que somos
vendidos al pecado y aborrecedores naturales de Dios. Por ello el apóstol dice del nuevo pacto

6
“el cual [Dios] asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra,
sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica.” (2 Co. 3:6).

El pacto siempre, en toda época y lugar, exige la muerte del que se rebela contra Dios. Pero
ha hecho una obra portentosa, en la que Él mismo se encarga de que su pueblo sea santo,
que ande en sus caminos, en su Tora, que lo ame y guarde sus mandamientos. Esta es la
maravillosa obra de Dios en todo creyente. Aún los creyentes que niegan la ley de Dios, si son
verdaderos creyentes, son llevados por el Espíritu de Dios a cumplir con la ley de Dios, porque
“porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena
voluntad.” (Efe. 2:13).

Entonces, recapitulando, Dios solo ha entregado un pacto al hombre. El pacto siempre ha


tenido el mismo contenido, pero ha tenido distintas administraciones en la historia de la
redención.

El nuevo pacto no es un “borrón y cuenta nueva”. El cambio no es en el contenido del pacto


sino en el pueblo de Dios. Se promete que Dios dará un nuevo corazón y una nueva mente
para que guarden su ley y las tengan en sus mentes y escritas en sus corazones.

Esto es importante de señalar; Todo lo que apuntaba a Cristo en la administración del antiguo
pacto se cumplió en Cristo y ya no se demanda nuestra observación externa de aquella
administración. Todas las leyes de los sacrificios, las ofrendas de pan, harina, etc., el
sacerdocio, el templo, y todo aquello que apuntaba a Cristo, ya no lo tenemos que observar
externamente porque ahora tenemos a Cristo.

Si una persona tiene un boleto de la lotería que es el ganador de 100 mil millones de dólares,
no le sirve de nada quedarse con el boleto si no lo cobra. El boleto apunta a su premio, pero
no es el premio. Así que sería un necio quedarse con el boleto y no ir a cobrar el premio. Así
de necio eran los judíos que rechazaron a Cristo. Así de necios eran los hebreos que querían
volver al antiguo pacto y que el autor a la epístola a los hebreos llamó la atención a no
apostatar de Cristo por quedarse con las sombras.

Ahora, todo lo que no apunta a Cristo, sino a nosotros, se mantiene eternamente. Esa es la
Ley Moral de Moisés. La fuente de justicia, verdad, santidad y sabiduría están en esas leyes.
Negarlas es de necios, simples, bobos, inicuos, perversos, hijos de ira como el apóstol escribió
en Efesios 2.

¿Cómo negar toda la ley moral de Dios que es la señal de la sabiduría del pueblo de Dios y que
Dios con tanto celo ha obrado en nosotros la regeneración para que tengamos Su ley como
preciosa y obrando en ella demostremos el amor a Dios y el agradecimiento santo a su gracia
y bondad? Precisamente en guardar la ley de Dios está nuestra sabiduría como el pueblo de
Dios:

7
1 Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los
ejecutéis, y viváis, y entréis y poseáis la tierra que Jehová el Dios de vuestros padres
os da.

2 No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella,(A) para que


guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno.

3 Vuestros ojos vieron lo que hizo Jehová con motivo de Baal-peor; que a todo hombre
que fue en pos de Baal-peor destruyó Jehová tu Dios de en medio de ti.(B)

4 Mas vosotros que seguisteis a Jehová vuestro Dios, todos estáis vivos hoy.

5 Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como Jehová mi Dios me mandó,


para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella.

6 Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra
inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán:
Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta.

7 Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está
Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos?

8 Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley
que yo pongo hoy delante de vosotros? (Dt. 4)

Y si usted encuentra que cito mucho el Antiguo Testamento, aquí tiene el mismo principio
dado por Cristo en el sermón del monte (aunque debemos entender que toda la Biblia es la
Palabra de Cristo):

24 Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre
prudente, que edificó su casa sobre la roca.

25 Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella


casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.

26 Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre
insensato, que edificó su casa sobre la arena;

27 y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra
aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.

28 Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina;

29 porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.

Puede usted comparar estas palabras con Deuteronomio capítulo 28 y ver que nuestro Señor
siempre piensa “pactualmente” porque Él es el que nos entregó el pacto, y las exigencias del

8
pacto son las exigencias de Cristo. Y qué hermoso es saber que nuestro Señor, el dador del
pacto, cumplió en lugar nuestro la condenación que el pacto exigía sobre nosotros.

Y termino citando el texto base de la segunda parte de nuestro estudio de la Ley y el Nuevo
Testamento que tendremos la próxima semana:

17 No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para
abrogar, sino para cumplir.

18 Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una
tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.

19 De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy


pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los
cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino
de los cielos.

20 Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y
fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.

Dios les bendiga y llene de gracia y paz mis hermanos.

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