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CRÍTICA , Revista Hispanoamericana de Filosofı́a

Vol. XXXII, No. 96 (diciembre 2000): 121–125

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

Ramón del Castillo, Conocimiento y acción. El giro prag-


mático de la filosofı́a, UNED, Madrid, 1995.

¿Por qué filosófos como Rorty, Putnam y Cavell han insistido


en comparar la filosofı́a del segundo Wittgenstein con el prag-
matismo? ¿Cómo juzgar lo anterior desde el punto de vista de
la historia de las ideas? Ramón del Castillo responde ambas pre-
guntas en su Conocimiento y acción. El giro pragmático de la
filosofı́a. Si bien ha transcurrido un lustro desde su publicación,
me parece que éste no ha dejado de tener actualidad y utilidad;
es más, soy de la opinión de que es el estudio más interesante
que se haya escrito sobre el pragmatismo en nuestro idioma.1
El panorama que del Castillo nos ofrece del giro pragmático y
de sus repercusiones en diversos campos de la ciencia, la cultura
y la sociedad es muy esclarecedor. No sólo examina el llama-
do giro pragmático, sino que lo ubica en un marco histórico
más amplio, tanto americano como europeo. Resultan ilumina-
doras, por ejemplo, las comparaciones que hace entre los prag-
matistas y filósofos de otras épocas y escuelas. Quizá hubiera
sido interesante que, para redondear el cuadro, el autor hubie-
ra dicho más sobre otros pragmatistas o neopragmatistas como
Mead, Schiller, Lewis, Hook, Morris, Quine o Putnam, pero
hay que reconocer que ello hubiera exigido un libro de ma-
yores dimensiones. Cabe también subrayar la manera tan in-
teresante en la que del Castillo expone y analiza el enfoque
pragmatista de cuestiones morales, religiosas, estéticas, socia-
les y polı́ticas. Se extraña, sin embargo, un examen algo más

1
Cabe señalar que en años más recientes, del Castillo nos ha ofre-
cido una introducción a Lecciones de Pragmatismo de William James,
impresa por Santillana en 1997, y un excelente estudio introductorio y
traducción de Pragmatismo, publicado por Alianza Editorial en 2000.

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detallado del tratamiento pragmatista de ciertas cuestiones epis-
temológicas y metafı́sicas. Por ejemplo, la crı́tica al represen-
tacionismo epistémico y semántico —subrayada por Rorty en
Philosophy and the Mirror of Nature y ahora tan discutida
a partir de los libros de John McDowell, Mind and World y
de Robert Brandom, Making it Explicit —quizá pudo haberse
tratado con mayor amplitud y detalle. Sin embargo, hay que
reiterar que el autor se ocupa de todos los temas centrales del
pragmatismo y que lo hace con un sentido histórico y crı́tico
excepcional.
William James dijo que habı́a tal confusión respecto al nom-
bre “pragmatismo” que la torre de Babel resultaba monótona en
comparación. Rorty, Putnam y Cavell han afirmado que existen
suficientes semejanzas entre los pragmatistas y el segundo Witt-
genstein como para hablar de un giro pragmático en ambos
lados del Atlántico. Del Castillo concuerda con esta interpreta-
ción. Según él, el pragmatismo no es una doctrina o una escuela
sino más bien un nombre para una familia de predisposiciones
hacia ciertos problemas filosóficos, como la relación entre razón
y práctica o entre el significado y la realidad. En contra de esto
podrı́a sostenerse que este uso del término “pragmatismo” es
equı́voco. Uno es, se dirı́a, el pragmatismo original, tradición
estrictamente americana, y otro, el pragmatismo en el que po-
demos incluir sin cortos circuitos a filósofos tan dispares como
Peirce y Wittgenstein. Es cierto que, como dice el autor, hay
predisposiciones comunes. Pero, ¿acaso no las hay también en-
tre los pragmatistas y los neokantianos? Esta cuestión merece
una discusión seria, pero pienso que uno de los mayores aportes
del libro reseñado es dar una base sólida a una versión de esta
concepción amplia del pragmatismo (el capı́tulo I trata precisa-
mente sobre cómo identificar el giro pragmático). Además, hay
que decir que el autor es sumamente cuidadoso de no caer en
interpretaciones históricas fáciles como las que a veces hacen
Rorty o Putnam. Siempre que hay ocasión señala las diferencias
entre Wittgenstein y los pragmatistas americanos e incluso pro-
pone, como una de las tesis del libro, una lectura de la filosofı́a
del segundo Wittgenstein en la que podemos hallar lı́mites al
pragmatismo.
Conocimiento y acción se divide en dos partes. En la prime-
ra, “El pragmatismo y los lı́mites de la racionalidad formal”, se

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examinan las ideas principales del giro pragmático y se explican
algunos rasgos por los que puede reconocerse esta tradición en
cuatro conjuntos de temas: teorı́a de la ciencia, problemas de
significado, de decisión y de acción. A cada uno de ellos se le
dedica un capı́tulo. En el capı́tulo V, “La crı́tica pragmatista al
racionalismo”, del Castillo enfatiza, por una parte, las influencias
en el pragmatismo americano del idealismo postkantiano y del
naturalismo y, por otra, la manera en la que los pragmatistas
y Wittgenstein opusieron la noción de “interpretación” a la de
“práctica“, tema del que se ocupa ampliamente el capı́tulo III,
en el que se exponen y analizan las ideas de los pragmatistas
y del segundo Wittgenstein en torno al significado. Es impor-
tante señalar que en el capı́tulo que versa sobre la crı́tica al
racionalismo, el autor tiene el cuidado de ubicar a Wittgenstein
dentro de una crı́tica europea al racionalismo. Un apartado de
dicho capı́tulo se ocupa, por dar un ejemplo, de comparar las
opiniones de Wittgenstein y Heidegger sobre la precompren-
sión.
En la segunda parte del libro, “Los dilemas del pragmatis-
mo”, se analiza qué origen y desenvolvimiento particular tuvo
el giro pragmatista en Peirce, Dewey y Wittgenstein, los tres
autores sobre los que gira la mayor parte del libro. Del Casti-
llo afirma que Peirce, Dewey y Wittgenstein cayeron en con-
tradicciones —aunque creo que algunas de ellas son, en reali-
dad, meros conflictos, tensiones o incluso peligros— respecto
a la manera en la que cada uno de ellos desarrolló sus prin-
cipios pragmatistas. Según el autor, Peirce no supo bien qué
hacer con las consecuencias que suscitaban sus concepciones re-
volucionarias acerca de la naturaleza social de la investigación
y sobre la naturaleza normativa de los conceptos de verdad y
realidad y se aferró conservadoramente a un aristotelismo y
a una vertiente de la filosofı́a del common sense. Dewey, por
el contrario, trató de ir más allá de Peirce y abandonar por
completo la concepción de la filosofı́a como un saber sustan-
tivo. Pero según el autor, Dewey tampoco pudo sustraerse a
contradicciones similares a las de Peirce, ya que podrı́a decirse
que su “teorı́a de las prácticas” puede verse como un método
más. El caso de Wittgenstein es algo más complicado. Aquı́
más que con contradicciones nos hallamos con un desarrollo
del pragmatismo que amenaza con socavar sus propias bases.

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Del Castillo sostiene que Wittgenstein es un voluntarista. Es-
te voluntarismo tiene como origen la tesis de que el origen
último del significado —y, por tanto, de toda forma de inte-
rrelación social compleja— se encuentra en la voluntad. Ahora
bien, a pesar de que este voluntarismo estaba delimitado por
un naturalismo bastante peculiar, no se puede evitar el peli-
gro de caer en una concepción de la racionalidad demasiado
cercana a una mera coordinación temporal y contextual entre
prácticas.
Hacial el final del libro, se examinan las diferencias que
hay entre los pragmatistas y Wittgenstein respecto a sus vi-
siones sobre la moral y polı́tica. A pesar de todos los años
que Wittgenstein radicó en Inglaterra, podrı́amos decir que
nunca dejó de ser un centroeuropeo en su cultura y que sus
simpatı́as polı́ticas no estuvieron totalmente del lado de la de-
mocracia anglosajona. Recientemente, K. Cornish ha llegado a
formular en The Jew from Linz la hipótesis algo descabella-
da de que Wittgenstein fue un espı́a soviético. Pero más allá
de tales especulaciones, lo importante es determinar por qué
el pensamiento de Wittgenstein no coincidı́a con el de De-
wey respecto a la relación entre la crı́tica de la razón abso-
luta y el sistema democrático. El fondo del asunto, según el
autor, consiste en que Wittgenstein tenı́a una actitud diferen-
te a la de los pragmatistas respecto al papel que desempeña
o debe desempeñar la acción en la vida pública. Los pragma-
tistas le objetarı́an a Wittgenstein que su reflexión sobre los
lı́mites de la teorı́a y la interpretación pueden crear un tipo
de separación entre la persecución del bien individual y el in-
cremento del bien público. Dewey insistirı́a en que la libertad
negativa que aparentemente suscribe Wittgenstein no asegura,
por sı́ sola, una vida democrática. Es preciso hacer algo más
—por eso el énfasis que ponı́a Dewey en la educación para
la democracia—, es preciso, se dirı́a, fomentar formas de vi-
da pública en las que se cultive la tolerancia y demás virtu-
des democráticas. El problema para quienes, como Rorty, pre-
tenden hacer compatibles a Wittgenstein y a Dewey en este
punto —problema que ha sido señalado por Nancy Frazer—
es el siguiente: ¿cómo compaginar la libertad negativa de Witt-
genstein, con la idea de solidaridad de Dewey? Del Castillo se
muestra escéptico respecto a la manera en la que Rorty inten-

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ta acortar esa brecha. A mı́ me parece que sus dudas están
bien fundamentadas y que el asunto no es de poca impor-
tancia, pero también me pregunto, ¿no serı́a ésta otra buena
razón para no poner a Dewey y a Wittgenstein en un mismo
saco?
GUILLERMO HURTADO

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