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UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN MARTIN Delgado Davila Fidel Bladimir

FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS Semana: 2


ESCUELA ACADÉMICA PROFESIONAL DE ECONOMÍA ciclo: II

DESARROLLO SOSTENIBLE Y NATURALEZA DEL PROBLEMA

La más conocida definición de Desarrollo sostenible es la de la Comisión Mundial sobre


Ambiente y Desarrollo (Comisión Brundtland) que en 1987 definió Desarrollo Sostenible
como:

"El desarrollo que asegura las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de
las futuras generaciones para enfrentarse a sus propias necesidades".

Características de un desarrollo sostenible.

Las características que debe reunir un desarrollo para que lo podamos considerar
sostenible son:

 Busca la manera de que la actividad económica mantenga o mejore el sistema


ambiental.

 Asegura que la actividad económica mejore la calidad de vida de todos, no sólo de


unos pocos selectos.

 Usa los recursos eficientemente.

 Promueve el máximo de reciclaje y reutilización.

 Pone su confianza en el desarrollo e implantación de tecnologías limpias.

 Restaura los ecosistemas dañados.

 Promueve la autosuficiencia regional

 Reconoce la importancia de la naturaleza para el bienestar humano.

Para conseguir un desarrollo sostenible: Un cambio de mentalidad

En la mentalidad humana está firmemente asentada una visión de las relaciones entre el
hombre y la naturaleza que lleva a pensar que:

 Los hombres civilizados estamos fuera de la naturaleza y que no nos afectan sus
leyes
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 El éxito de la humanidad se basa en el control y el dominio de la naturaleza

 La Tierra tiene una ilimitada cantidad de recursos a disposición de los humanos

El desafío de los gobiernos consiste en formular estrategias que contemplen no sólo el


desarrollo sustentable, sino también, el aumento del crecimiento económico y una
adecuada prestación de servicios sociales. En este sentido el gobierno debe de
establecer políticas que logren un equilibrio entre las necesidades económicas, el
crecimiento económico y la protección al medio ambiente.

“La escasez de recursos y exceso de desechos son el principio y fin de nuestra


civilización industrial o, lo que es lo mismo, la problemática ambiental evidencia la
fragilidad de nuestro modelo de desarrollo”.

En estos tiempos modernos, el desarrollo sostenible se presenta como un condicionante


para la existencia de un crecimiento económico saludable. Esto ocurre en varios países,
incluyendo el Perú, donde todavía observamos cierto desequilibrio en aspectos
ambientales y sociales.

En primer lugar, cabe señalar que el auge macroeconómico nacional se debe, en parte, a
la liberalización del mercado, lo que conlleva a la entrada de inversiones extranjeras que
en cierta medida son los pilares del crecimiento. No obstante, el país ha llegado a
depender de los intereses de las grandes trasnacionales, las cuales tienen sus propios
intereses.

Al empresario extranjero le importa poco que el país desarrolle una industria nacional
capaz de competir. Lo importante para ellos es que se le siga vendiendo materia prima.
Por ello, cada vez que surge una propuesta coherente, afín a los intereses sociales, se
debe someter al juicio de los grandes poderes (inversionistas), que decidirán lo que más
les conviene.

En el caso de las mineras, si ven necesario secar varias lagunas para facilitar
extracciones, lo más probable es que lo hagan, escudándose en estudios de impacto
ambiental. En caso la población reclame, empiezan los actos de violencia y se declara.
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Límites del crecimiento

En el contexto de los primeros aportes de importancia sobre temas ambientales debe


destacarse el reporte, “Los límites del crecimiento” preparado por Meadows y colab.
(1972), encargado por el Club de Roma, y realizado en el Instituto de Tec- nología de
Massachusetts (MIT). Ese estudio desencadenó una gran polémica en América Latina.
Allí se sostiene que la Naturaleza es limitada, tanto en los recursos disponibles como en
sus capacidades de amortiguar impactos ambientales. Aquello que siempre apareció
como inmenso, o que nunca suscitó interés en buscarle fronteras, repentinamente se
evidenció como finito y acotado. Es más, y aunque hoy suene ingenuo, la economía
tradicional no habían reparado en que los procesos productivos en realidad descansan
sobre la Naturaleza, y este informe precisamente recordaba ese hecho.

El mensaje del estudio era muy claro: no podía invocarse un crecimiento económico
continuado ya que los recursos eran finitos. Más tarde o más temprano se chocaría contra
esos límites. La Naturaleza, que siempre se mantuvo por fuera de la temática del
desarrollo, repentinamente toma un papel central en la discusión. La reacción en América
Latina contra esas ideas fue virulenta. Desde las más diversas tiendas fueron
interpretadas como un ataque directo a la base de la concepción del progreso continuado,
y desde un flanco que se consideraba menor (el ambiental). Tanto gobiernos como
intelectuales tras atacar el informe invocaban la necesidad de mantener el proceso de
desarrollo de la región, considerando que los problemas ambientales eran propios de los
países industrializados y no de América Latina.

Estas discusiones continuaron en Estocolmo, durante la primera conferencia de las


Naciones Unidas sobre ambiente y desarrollo, también en 1972. Con ella la temática
ambiental pasó al primer plano, haciéndose explícita su vinculación con el desarrollo. La
reunión se centró en temas como la responsabilidad de los países industrializados en la
contaminación o las consecuencias del crecimiento poblacional. Las naciones
latinoamericanas sostuvieron que cada Estado era soberano en manejar sus recursos
naturales, por lo que al decir del entonces secretario general de la OEA Galo Plaza, “las
normas ambientales de los países desarrollados no pueden ser aplicadas a los países en
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vías de desarrollo”. Esa postura terminó convirtiéndose en un pretexto para minimizar las
medidas ambientales efectivas.

Por ejemplo, el destacado Helio Jaguaribe señalaba en 1973 que el continente no


enfrentaba una sobre explotación ecológica ni una sobrepoblación, y tildaba al estudio del
MIT como neo-malthusiano. Muchos latinoamericanos estaban en lo cierto cuando
señalaban que en gran medida las proclamas ecológicas de los países industrializados
ocultaban otros componentes, usualmente vinculados al comercio internacional y la
intervención política. Sin embargo, quedaron atrapados en defender a sus gobiernos, los
que no eran mejores a la hora de proteger sus ambientes naturales, y legitimaron así el
utilitarismo sobre la Naturaleza. Los dependientitas criticaron el enfoque ecológico, y
como respuesta lo re-interpretaron como un problema más del subdesarrollo, acuñando el
famoso slogan de que la “pobreza es el primer problema ambiental” de América Latina. La
respuesta más elaborada contra los estudios del MIT provino de la Fundación Bariloche
(Argentina). La réplica, a cargo de Amílcar O. Herrera y un equipo de colaboradores,
buscó “probar más allá de toda duda legítima que en el futuro previsible el medio
ambiente y los recursos naturales no impondrán límites físicos.

Geografía y desarrollo

Si se siguiera la teoría tradicional, la enorme riqueza en recursos naturales de América


Latina debería haber desencadenado un progreso económico fenomenal. Sin embargo, el
continente continua sumido en la pobreza y se suman los impactos ambientales. Por otro
lado, muchos de los intentos actuales por preservar esos ecosistemas chocan contra
rechazos basados en la necesidad de apropiación de los recursos para alimentar las
economías nacionales y sus exportaciones. Estos he- chos ejemplifican que es necesario
repasar la discusión contemporánea sobre la disponibilidad de recursos naturales y el
desarrollo.
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Este asunto en la actualidad se encuentra en el centro de un acalorado debate debido a


que varios analistas consideran que una gran abundancia en recursos natu- rales sería un
impedimento para el desarrollo.

En los informes anuales del BID para 1997 y 1998-99 así como en algunos reportes técnicos
(especialmente Gavin y Hausmann, 1998; Londoño y Székely, 1997), se pos- tula que la
alta desigualdad del ingreso en América Latina se debe a varios factores, en especial la
riqueza en recursos naturales, donde los países tropicales tienden a ser más pobres y
desiguales. La inequidad se correspondería con la latitud. Por ejemplo, la dotación de
recursos, especialmente los minerales y la disponibilidad de tierra para cultivos y ganados,
está fuertemente asociada con la inequidad. La contracara de esta vinculación se observa
en países que poseen dotaciones reducidas en recur- sos, pero que han ganado en riqueza
y equidad. A juicio del BID, cuanto más rico sea un país en recursos naturales, más lento
será su desarrollo.

La explotación de los recursos naturales, sigue explicando el BID, genera una renta que va
a unas pocas personas, se desenvuelve por prácticas que requieren empleo reducido y una
mínima educación, lo que junto con el concurso de otros factores termina desencadenando
la situación de pobreza y desigualdad actual. El banco defiende un determinismo
geográfico, donde los países tropicales, más cer- canos a la línea del Ecuador, al poseer
comparativamente mayores dotaciones de recursos naturales, terminan degenerando hacia
condiciones de pobreza.

La forma en que se distribuye la propiedad de los bienes productivos es tan importante para
la distribución del ingreso como lo son los volúmenes de esos recursos. En este terreno,
según el BID, América Latina está en desventaja ya que la propiedad sobre los recursos
naturales y las oportunidades para la educación están muy concentradas. Entonces el
crecimiento económico y las nuevas oportunidades económicas que se brindan no están
equitativamente disponibles para to dos los grupos de población, y en casos extremos la
concentración tiende a intensificarse. Muchos coincidirían con esa afirmación, y de hecho
eso es parte del problema. Pero el razonamiento del BID apunta en otro sentido. En tanto
América Latina tiene aproximadamente la misma cantidad relativa de capital físico que otras
regiones del mundo, se diferencia a la vez por la abundancia en recursos naturales y por
menores indicadores en capital humano. Esos dos extremos se asociarían para explicar el
atraso, la pobreza y la desigualdad. El BID realiza una serie de análisis donde correlaciona
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los niveles de desigualdad (medidos por el coeficiente de Gini), con la disponibilidad de


recursos. Encuentra que la mayor correlación se da entre la latitud y la desigualdad,
afirmando que los “países cercanos al ecuador poseen sistemáticamente mayores
inequidades en el ingreso, incluso después de tener en cuenta el hecho que los países en
los trópicos tienden a ser menos desarrollados que los países en otras regiones templadas.
Esto es verdad a nivel global, y también en América Latina.” El análisis avanza todavía más:
los “países tropicales, especialmente cuando sus economías son intensivas en tierra y
recursos minerales, tienden a ser más desiguales”, ya que éstos usan intensivamente la
tierra, una mayor proporción del ingreso se acumula en ella, y tiende a convertirse en un
bien con una propiedad más concentrada. Las tierras tropicales y sus cultivos ofrecerían la
posibilidad de grandes economías de escala bajo condiciones climáticas más adversas y
con menores innovaciones tecnológicas que en zonas templadas. El resultado ha sido,
según el BID, una baja productividad relativa del trabajo en los trópicos. que ha deprimido
los salarios fomentando empleos sin calificación. El banco también considera que los
recursos naturales son “sumideros de capital” en tanto succionan capitales intensamente,
haciéndolo todavía más escaso, y generando poco empleo.

Una de las principales causas de las condicionantes negativas de los trópicos se debería,
a juicio del BID, a que la vida en esas áreas es complicada por las enfermedades, las
pestes, los problemas con el clima, y la calidad del agua. Estos factores han limitado la
productividad del trabajo y en especial minan la eficiencia productiva de la agropecuaria.
El banco afirma que “el esfuerzo físico que un individuo puede hacer cuando está a
merced de los trópicos es substancialmente menos que en un país con estaciones
moderadas”. Afirmaciones de este calibre son casi iguales a las de los exploradores
europeos del siglo XVII a XIX, cuando describían a la

Naturaleza que les rodeaba como un “infierno”. Sostener el mismo argumento en la época
actual parecería indicar que los técnicos del BID creen que en las regiones templadas no
existe el frío, las nevadas o una caída en la disponibilidad de recursos durante el invierno,
por lo que podría seguir cultivándose la tierra o criando ganado sin mayores problemas;
de la misma manera, tampoco existirían importantes enfermedades o “pestes” en esos
países (las recurrentes epidemias de influenza que azotaban los países boreales no
existen en el modelo del banco). Finalmente, cuando el banco sostiene que una persona
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en los trópicos hace esfuerzos físicos menores, si bien no lo dice, parecería aludir a que
allí se trabaja menos.

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