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El tajo

De Pierre Legendre en esta colección

Dominium Mundi. El Imperio del Management

La fábrica del hombre occidental. Seguido de El hombre


homicida

Lo que Occidente no ve de Occidente. Conferencias en Japón


El tajo
Discurso a jóvenes estudiantes
sobre la ciencia y la ignorancia

Pierre Legendre

Amorrortu editores
Buenos Aires - Madrid
Colección Nómadas
La balafre, Pierre Legendre
World copyright © Mille et une nuits, département de la Librairie
Arthème Fayard, 2007
Traducción: Irene Agoff
© Todos los derechos de la edición en castellano reservados por
Amorrortu editores España S.L. - C/López de Hoyos 15, 3° izq. -
28006 Madrid
Amorrortu editores SA., Paraguay 1225, 7 o piso - C1057AAS Bue-
nos Aires
www.amorrortueditores.com
La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o mo-
dificada por cualquier medio mecánico, electrónico o informático,
incluyendo fotocopia, grabación, digitalización o cualquier sistema
de almacenamiento y recuperación de información, no autorizada
por los editores, viola derechos reservados.

Queda hecho el depósito que previene la ley n° 11.723


Industria argentina. Made in Argentina

ISBN 978-84-610-9024-2
ISBN 978-2-84205-891-3, París, edición original

Legendre, Pierre
El tajo. Discurso a jóvenes estudiantes sobre la ciencia
y la ignorancia. - Ia ed. - Buenos Aires : Amorrortu, 2008.
112 p., il.; 20x12 cm. - (Colección Nómadas)
Traducción de: Irene Agoff
ISBN 978-84-610-9024-2
' 1. Filosofia. I. Agoff, Irene, trad. II. Título.
CDD 100

Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda,


provincia de Buenos Aires, en septiembre de 2008.

Tirada de esta edición: 2.000 ejemplares.


índice general

9 Prefacio: A la juventud deseosa. ..

17 El tajo
Discurso a jóvenes estudiantes
sobre la ciencia y la ignorancia
(Texto de la conferencia)
25 I. Primera dirección. Una cuestión clave:
¿Qué se dejó de lado en la formación
del sistema moderno de las ciencias?
43 II. Segunda dirección. Hacia lo que las
ciencias no asimilaron: el saber sobre
el sujeto

53 Desarrollos

59 I. Reconocerse. Observaciones sobre


la experiencia occidental
de los indicadores de civilización
68 II. El producto derivado del libreto judeo-
romano-cristiano: el concepto de Estado

7
81 III. Apertura teórica: la estructura
de lenguaje de los montajes sociales

99 Iconografía

105 Occidente conservador de sí mismo:


tres ilustraciones-testigo

8
Prefacio: A la juventud deseosa. ..

«Y también el tiempo avanza - hasta el día en


que percibe uno ante sí una línea de sombra anun-
ciándole que también habrá que dejar atrás la
región de la primera juventud».

J o s e p h Conrad, The Shadow Line

A la edad del público al que hoy me dirijo, vi-


vía yo la perplejidad del joven estudiante frente
al Himalaya de los saberes. Opté por jugar a la
lotería. Y la rueda del destino se detuvo en una
casilla.ciertamente enigmática: «Derecho».
Así comenzó mi navegación por el aprendizaje
jurídico, que era en esa época, como lo descubrí
después, una vía que yo llamaría regia para em-
pezar a comprender la civilización industrial ges-
tada por Occidente. Tuve la buena suerte de co-
nocer un día la dedicatoria con que el emperador
Justiniano introducía a ese manual de derecho
romano tan célebre en la historia de la cultura
europea, llamado Institutiones: «A la juventud

9
PLERRE LEGENDRE

deseosa de las leyes» («Juventuti cupidse legum»).


Esta cálida fórmula resultó inolvidable para mí.
De esas primeras palabras, que recibí enton-
ces como un emblema, hago aquí materia de re-
flexión para revalorizar el deseo de saber, deseo
que amenaza desde siempre con sepultar el en-
gaño pero también, en nuestra época, con su con-
trapartida exacta, esto es, la futilidad exaltada
en nombre de la circulación del conocimiento. De
ahí mi convocatoria: Ala juventud deseosa. ..
Pero, a todo esto, ¿qué significa desear saber?
Las dificultades de orientación práctica, liga-
das a los interrogantes sobre el futuro profesio-
nal, no deben servir de pantalla para tapar la
problemática de fondo. Tenemos detrás de noso-
tros una larga tradición de vacilaciones y dudas
que conducen a la iniciativa moderna de investi-
gar sin obstáculos. Hoy en día, los eruditos ya no
se asombran de descubrirse tan eruditos, como
podía decírselo en el siglo XVIII. Mas, con la fal-
ta de asombro de nuestra época, ya no llega has-
ta IQS jóvenes el eco de esa inquietud humana que
da valor de transposición poética a la prueba del
saber, el nuevo paso que ha de reanudar incesan-
temente el hombre mientras se construye, ajeno
a la ilusión del demiurgo encomendado antes a la
omnipotencia científica.

10
EL TAJO

En esta dirección de pensamiento, sería bue-


no que releyéramos a Montesquieu en su «Dis-
curso sobre los motivos que deben alentarnos pa-
ra las ciencias». Escribía especialmente: «El pri-
mero es la satisfacción interior que se siente al
ver uno incrementarse la excelencia de su ser, y
al ver aumentar su inteligencia».
Precisamente sobre esto me propongo atraer
en forma prioritaria vuestra atención: la curio-
sidad en la búsqueda del saber, hipotecada por la
reivindicación de una ciencia totalizadora, siem-
pre a un paso de expandirse en forma de efectos
totalitarios.
La vivencia de la curiosidad remite a cada
cual a su propia historia genealógica, tanto cul-
tural como familiar, historia que, en el plano al
que me rpfiero, desborda por todos lados las me-
ras comprobaciones sociológicas. La manera pro-
pia de vivir el vínculo con la civilización moviliza
el ser entero, independientemente de la perte-
nencia, sea occidental u otra. Pero aquí, en la ór-
bita de las tradiciones euroamericanas, tenemos
que vérnoslas con rasgos específicos, cuya forma-
ción claroscura, mi conferencia, un tanto esque-
mática, se esforzará en recorrer.
Enfocada de este modo la problemática, es ne-
cesario tomar con pinzas las propagandas ultra-

11
PIERRE LEGENDRE

modernas que hacen de la ciencia un ídolo, del


científico un cientócrata y del vasto público ma-
rionetas que aceptan un fundamentalismo que
se ignora a sí mismo. La realidad salta a la vista:
es posible fabricar ignorancia con ciencia, y pro-
ducir, bajo la advocación científica, regresiones
del espíritu. Estos males no fueron patrimonio
del hitlerismo ni del estalinismo. Lo cual prueba
que no hay lecciones de la historia, ni en este te-
rreno ni en ningún otro.
Subsiste empero, en toda circunstancia, el ho-
rizonte de la comprensión a alcanzar por medios
adecuados. El cientificismo de hoy cuenta con un
precedente: la promesa de los magos. Antes del
Fausto de Goethe, ¿quién dibujó, me atrevería a
decir, su verdadero retrato? En los siglos XIII y
XTV, no fue la doctrina de los criminalistas sino
Dante, el poeta de La divina comedia, quien, con
la imagen del tormento infligido a los magos en
el Infierno (canto XX, versos 11-15) —«extraña-
mente torcidos, la cara vuelta hacia los ríñones,
privados de la vista hacia adelante, deben mar-
char a reculones»—, abarca la tragedia de la om-
nipotencia: sin-Razonar.*

* En el original, dé-Raisonner. El autor separa con un


guión los componentes del verbo déraisonner, cuyo signifi-
cado es «disparatar, desatinar», etc. En vista de la impor-

12
EL TAJO

La grandeza de la ambición de saber estriba


en impulsar al hombre a no permitir que su de-
seo existencial se disuelva en la operatividad de
los procesos descriptos por la investigación o en
las proezas de la técnica. En este nivel de la refle-
xión, lo esencial de lo que, desde el fondo de las
transmisiones de la cultura, no cesa de ser ac-
tual y apremiante para cada generación reside
en esta formulación de lo indefinible que tomo de
un poema de Borges, deudor a su vez de Shakes-
peare: «The thing I am».
Lo que se conserva a la sombra del tiempo que
pasa es sin duda esa «Cosa», el hombre inaccesi-
ble para sí mismo, lo indefinible del sujeto, su pro-
pio secreto desconocido. Bajo el régimen mundial
de la tecno-ciencia-economía, «The thing I am»
escapa a la Globalización. Esto quiere decir que
el futuro de las sociedades humanas no está ce-
rrado, porque los universos genealógicos, como
condición de supervivencia de la especie —única
especie dotada de la palabra, es decir, sometida a

tancia que tiene a lo largo de la obra el término «razón»,


optamos por introducir los neologismos «sin-razón», «sin-
razonar», como manera de sostener en castellano dicho vo-
cablo y concepto •—no sin advertir, desde luego, que no de-
ben ser asimilados al español «sinrazón», de sentido espe-
cífico—, (N. de la T.)

13
PIERRE LEGENDRE

la exigencia de poner en escena la materialidad


del mundo por medio del discurso adecuado para
aprehenderlo—, permanecen inevitablemente
en acción.

14
El tajo es el texto de la conferencia pronuncia-
da ante alumnos de los cursos preparatorios en
el Liceo Louis-le-Grand, de París, en octubre de
2006*
Las páginas tituladas Desarrollos explicitan
algunos puntos mencionados de manera sucinta
en esa conferencia y recapitulan temas tratados
durante el diálogo que le sucedió; apuntan tam-
bién a extender la reflexión ampliando la proble-
mática.
Bajo el acápite Iconografía se reúnen tres
ilustraciones que prolongan el tema del tajo con
el testimonio de objetos-icono responsables de
montar guardia para conservar la identidad de
las sociedades (para el caso, occidentales).

* Se trata de los cursos preparatorios para acceder a las


escuelas de nivel universitario. (TV. de la T.)

15
El tajo
Discurso a jóvenes estudiantes
sobre la ciencia y la ignorancia

Texto de la conferencia
Un poco de ceremonia cada tanto no hace da-
ño: ¡Jóvenes, Señoras y Señores! Alumnos de los
cursos preparatorios, especialmente en discipli-
nas económicas y comerciales.
Al pasar por la prueba de los saberes, se pre-
paran ustedes para vivir los desafíos de la civili-
zación ultramoderna, que son los de la tecno-cien-
cia-economía.
Deberán encarar esta prueba según las cos-
* tumbres francesas: un órgano del Estado deter-
mina cada año el programa de cultura general
para vuestras clases. En cuanto al año en curso,
un decreto ministerial publicado en el Diario
Oficial del 8 de julio de 2006 dirige a los profeso-
res la notificación oficial esperada: el programa
se centra en el estudio del tema «La ciencia» (en-
tre comillas en el texto, artículo I o del decreto).
Así lo exige el ceremonial de nuestra tradición
centralista, perfeccionada desde la Revolución
por las Monarquías y Repúblicas sucesivas.
Observen que este dirigismo del pensamiento
tiene sus méritos, puesto que los franceses, entu-

19
PlERRE LEGENDRE

siastas de la igualdad, no imaginan que las cosas


puedan ser diferentes, y puesto que tal dirigismo
ha dado sus pruebas en el escenario internacio-
nal, donde cada estilo de educación de las élites
es objeto de reconocimiento.
Llevamos así, ustedes y yo, una estampilla,
una etiqueta vinculada a la lengua que habla-
mos y a la historia religiosa y política en la que
estamos inmersos.
Y esta marca de fábrica —no lo olvidemos
nunca— encuentra su lugar entre otras marcas
que corresponden a esa foija común que llama-
mos civilización: en este caso, la fábrica del hom-
bre occidental.
Por lo que a mí respecta, me acomodo a todos
los programas con tal de que el esfuerzo de pen-
sar pueda sacarles provecho. Aquí se trata, como
en una prueba de patinaje sobre hielo, de inter-
pretar una figura impuesta, es decir, de dar vida
a una gran expresión idealizada y hasta momifi-
cada —«-la ciencia», como dice el Ministerio—, de
darle vida tras haberle retirado las cintas que la
envuelven.
Esta es la razón por la que he titulado esta
pequeña conferencia, que voy a infligirles al salir
ustedes de sus clases, «El tajo. Discurso a jóve-
nes estudiantes sobre la ciencia y la ignorancia».

20
EL TAJO

La balafre [el tajo] es, según los diccionarios,


un corte efectuado.con un arma filosa, especial-
mente en el rostro. Es, en suma, una marca, una
especie de firma sobre el cuerpo. Pero nadie ve su
propio rostro si no se ayuda con un espejo. Yo les
traigo un espejo. .. para reflejar y reflexionar.*
He meditado mucho sobre las marcas, las hue-
llas, las cicatrices [cicatrices]. Primero, en mis
misiones africanas para la Unesco y para consul-
torías de organización, donde encontré rostros
con cicatrices dejadas por incisiones rituales.
Además, leí el impresionante cuento de Borges
La forme de l'épée [La forma de la espada], que
empieza así: «Une balafre rancunière lui sillon-
nait le visage. . .».**
Este es un relato sobre la confrontación hu-
mana con la identidad. Como en Dr. Jekyll and

* El verbo francés utilizado, réfléchir, significa ambas


cosas. (N. de la T.}
** El cuento de Borges comienza así: «Le cruzaba la cara
una cicatriz rencorosa». Como se advierte, se plantea una
cuestión polémica entre el término castellano utilizado por
Borges, «cicatriz», y su traducción al francés por balafre,
pues, por otro lado, Legendre utiliza en su texto también
la palabra cicatrices. La cuestión surge ya con nuestra ver-
sión de balafre por «tajo», cuyos elementos sémicos no coin-
ciden exactamente con los del término francés. Balafre: «1)
Herida de forma alargada, producida en general por un ar-

21
PLERRE LEGENDRE

Mr. Hyde, novela de Stevenson, o en la menos co-


nocida del japonés Tanizaki, Histoire de Tomoda
et Matsunaga, se trata del hombre confrontado
consigo mismo, con sus contradicciones.
He aquí nuestro tema: el debate sobre la iden-
tidad. Un debate que irrumpe, por mi interme-
dio, como un aguafiestas para nuestras maneras
académicas de abordar la ciencia. Y cuando tomo
por cuenta propia el título «La ciencia», me refie-
ro tanto a las ciencias duras como a las llamadas
humanas, económicas y sociales.

Les propongo sencillamente un ejercicio de


desorientación. Difícil ejercicio, que requiere de

ma filosa, especialmente en el rostro. 2) Marca, cicatriz,


dejada por esta herida, especialmente en el rostro». A dife-
rencia de lo establecido para «tajo» por el Diccionario de la
Real Academia Española, otro es el término del cual cabe
afirmar que corresponde estrictamente a balafre. Se trata
de «chirlo»: «1) Herida prolongada en la cara, como la que
hace la cuchillada. 2) Señal o cicatriz que deja [dicha heri-
da] después de curada». Ahora bien, «chirlo» es una pala-
bra prácticamente en desuso en el habla española, sólo de
eventual empleo literario, y esta es la razón por la que he-
mos decidido no servirnos de ella como traducción de bala-
fre, optando, en cambio, por «tajo», en el entendimiento de
que el contexto en que aparece no traiciona el sentido de
los usos que allí se hacen de balafre. (N. de la T.)

22
EL TAJO

cada uno de nosotros la capacidad de romper por


un instante con su equilibrio habitual, es decir,
con sus ideas preconcebidas y la rutina mental.
Para ir de lleno al asunto, les diré lo siguiente:
Al igual que la tecnología, la ciencia moderna
pretende ser universal. Por su principio, por su
modo de razonamiento y por sus aplicaciones po-
tenciales, carece de identidad propia. En la ac-
tualidad, la astronomía y la física no tienen pa-
tria, pese a que salieron históricamente de la Re-
volución científica occidental iniciada en la época
que llamamos Renacimiento.
De la misma manera, lo que dice Karl Popper
sobre las fuentes del conocimiento y de la igno-
rancia y sobre las condiciones de validez de los
enunciados científicos, o lo que dice Thomas Kuhn
sobre el mecanismo de innovación en el interior
del sistema de las ciencias, toda esta teorización
interesa a los investigadores y pensadores, cua-
lesquiera que sean y dondequiera que estén.
Me dirán ustedes, entonces, ¿y dónde está el
problema?
Les responderé: está allí donde no tenemos el
hábito de posar nuestra mirada, allí donde nos
topamos con el sistema de las ciencias como fenó-
meno humano, exclusivamente humano, es de-
cir, en el terreno de las civilizaciones.

23
PIERRE LEGENDRE

La ciencia se confronta con la cuestión de la


identidad, porque es parte de la civilización.
A esto quería llegar, a este problema absolu-
tamente crucial. El mejor medio, el único medio
de abordarlo es retornar sobre nosotros mismos,
sobre la experiencia de la ciencia occidental con-
frontada con la identidad de Occidente.
Para esto, tenemos que (como se diría en el ca-
so de un film) agrandar el campo, es decir, des-
plazar nuestra mirada sobre la ciencia, poner en
perspectiva los enfoques acostumbrados, des-
criptivos, técnicos. Vamos a descubrir lo que no
es objeto de exposiciones ni de enseñanza, pero
que es esencial y hasta determinante porque se
trata del marco portador de las ciencias. Esto va
a llevarnos sucesivamente en dos direcciones.
Primera dirección, el terreno de lo que se dejó
de lado: los trasfondos de la formación del siste-
ma moderno de las ciencias. Se trata de lo que
hemos borrado y que es absolutamente decisivo
para captar la especificidad, o la singularidad, de
Occidente; es decir, su marca.
Segunda dirección, por el lado de lo que no fue
asimilado por las ciencias: el saber sobre el suje-
to, un saber que infiltra las nociones de civiliza-
ción, cultura, sociedad; un saber sin el cual estas
nociones carecerían hoy de interés.

24
I. Primera dirección. Una cuestión clave:
¿Qué se dejó de lado en la formación
del sistema moderno de las ciencias?

Agrego: ¿.. .y que toca al núcleo identitario de


la civilización occidental?
Hablaremos, pues, de Occidente y de lo que se
le sustrae.
Contamos con ese sistema de las ciencias for-
mado mediante separaciones sucesivas respec-
to de un tronco común. Hubo especializaciones,
conformación de cuerpos de saberes estrictos y
delimitados; pero del basamento inicial —es de-
cir, de la confluencia de todos los saberes con la
religión cristiana—hay algo que fue un resto, pe-
ro un resto enteramente activo.
El desconocimiento de este resto ha dado lu-
gar a la ceguera de Occidente, primero acerca de
sí mismo pero también acerca de las relaciones
que las otras culturas (no occidentales) mantie-
nen con la ciencia.
¿Cuál es ese resto? Aquí nos aguarda una sor-
presa.
Si les pregunto de qué fábrica del hombre sa-
len, ustedes no dudarán en responder, de acuer-
do con el discurso cultural vigente: yo soy un pro-

25
PIERRE LEGENDRE

ducto de la cultura judeo-cristiana; y como bue-


nos franceses, agregarán, con un toque de orgu-
llo nacional: ¡y del siglo XVIII, el de la Ilustra-
ción!
Pero, si les preguntara: ¿saben que viven en
la civilización del derecho civil y que esta civili-
zación es el aglutinante que hace posible el Ma-
nagement y sostiene la Mundialización?, se ve-
rían forzados a responder: ¡No, no lo sé! Y podrían
agregar a mi respecto: ¡lo que usted nos dice no
figura en nuestros programas de formación!
Así pues, nosotros mismos nos pillamos en fla-
grante delito de ignorancia.
¿Y por qué somos ignorantes de un capital
histórico tan importante, cuyo conocimiento está
reservado a unos pocos cenáculos de historiado-
res especializados? Agárrense, los ayudaré a no
perder pie. ¡Van a aprender algo nuevo!
Esto nuevo es el papel cumplido por el dere-
cho civil de los romanos (digamos, para abreviar,
el derecho romano) en el advenimiento del mé-
todo científico en Europa, en esa Europa llama-
da judeo-cristiana. Y lo que resta de esa historia,
o, para ser más precisos, de esa capitalización
histórica, en la civilización euroamericana pesa
gravemente sobre la relación que mantenemos
con el sistema de las ciencias.

26
EL TAJO

Lo que voy a poner ante vuestra vista es esa


capitalización histórica de la que somos, diría yo,
los rentistas.

Primero tengo que decirles por qué hablo de


capitalización histórica y no, pura y simplemen-
te, de historia.
Luego les contaré, si quieren, el episodio cen-
tral: la OPA* del cristianismo sobre el derecho
romano, que revela el tráfico de las ciencias con
la religión y con lo político.
Por último, les diré unas palabras sobre nues-
tras maneras doctas de ser los rentistas de esa
civilización judeo-romano-cristiana y laica.

A) En primer lugar, hablemos de nuestras cos-


tumbres occidentales en materia de pensar el pa-
sado, de nuestras maneras de saber y de ignorar
elaboradas por la civilización, en relación aquí
con el advenimiento de las ciencias.

* Siglas de «offre public d'achat» (en español, «oferta pú-


blica de adquisición»), operación bursátil por la que una
persona física o jurídica anuncia públicamente a los accio-
nistas de una sociedad que cotiza en bolsa su intención de
adquirir una cantidad de títulos de aquella a un precio de-
terminado. El objetivo de la OPA es tomar el control de la
sociedad objeto de la oferta. (N. de la T.)

27
PLERRE LEGENDRE

Hay dos obstáculos por levantar.


El primero concierne a la idea que nos hace-
mos del concepto de religión (término de origen
romano). Hoy día, en principio, toda referencia
religiosa resulta políticamente desactivada o
neutralizada por los occidentales. La religión es
dejada a la libre elección de los individuos, una
elección (como si dijéramos un «autoservicio»)
con respecto a aquello que la Corte Suprema fe-
deral de Estados Unidos ha denominado «merca-
do de las ideas».
Si proyectamos esta concepción sobre el pasa-
do, nos condenamos a no entender no sólo la in-
trincación de los discursos religiosos y científicos
en el andamiaje de la civilización europea, sino
también el hecho de que hoy, bajo el imperio de la
tecno-ciencia-economía, la ciencia pasó a ser ob-
jeto de devoción social, sustituto ultramoderno
del Dios todopoderoso que, como afirmaba el Ac-
to de fe cristiano, «no puede ni engañarse ni en-
gañarnos».
Segundo obstáculo: la historia es concebida
como una rememoración científicamente estruc-
turada merced a técnicas precisas de investiga-
ción. Pero esto viene a resultar un teatro de mo-
mentos que se suceden, una representación li-
neal del tiempo.

28
EL TAJO

Ahora bien, es posible razonar de otro modo.


Combinando los datos del tiempo con la metáfo-
ra de las estructuras geológicas, la historia pasa
a ser el equivalente del tiempo geológico: una
acumulación de sedimentos.
Esta idea contribuyó quizás al éxito del famo-
so libro de Oswald Spengler (publicado en Viena
en 1918), La decadencia de Occidente. Más allá
del propio fondo de la obra, lo que me interesa es
lo siguiente:
Spengler tomó de los mineralogistas la noción
de «seudomorfosis» —literalmente, según la eti-
mología griega, una falsa forma—. Esto no signi-
fica que lo nuevo sea un nuevo falso, sino que las
fisuras de lo antiguo —desmoronamiento o fa-
llas, es decir, aquello que, para el campo que nos
interesa, llamamos «crisis»— atraen lo nuevo
hacia lo antiguo imponiéndole su forma. Des-
pués, lo nuevo puede cubrir lo antiguo, sepultar-
lo hasta la próxima sacudida.
He tomado por cuenta propia la noción de seu-
domorfosis. Estamos ante una capitalización de
elementos que se combinan (derecho romano +
cristianismo + formación de las ciencias). Esta-
mos ante capas sedimentarias de más de dos mi-
lenios de edad sobre las cuales se instaló el sedi-
mento más reciente: la tecno-ciencia-economía.

29
PIERRE LEGENDRE

Si escarbamos este suelo de la civilización,


descubrimos los basamentos de Occidente; des-
cubrimos la parte jurídica desconocida por nues-
tros saberes y nuestros programas de formación,
y a la que sólo es posible acceder limitándose al
judeo-cristianismo.

B) Gracias a estas precisiones, podemos anali-


zar el episodio central de nuestra historia: la OPA
del cristianismo sobre el derecho romano, cuya
.enorme importancia podremos apreciar.
He aquí la gran cuestión de la cual ustedes ca-
si no han oído hablar, o no han oído hablar en ab-
soluto.
La historia de Roma y del derecho romano no
interesa solamente a la ciencia del Estado y de
las reglas de la economía de mercado (especial-
mente, la historia del contrato y de la solución de
conflictos por vía judicial); concierne al funciona-
miento del pensamiento científico y a la idea
misma de método científico.
Voy a aclarar estos dos puntos antes de expli-
carles por qué, en qué condiciones, el cristianis-
mo, diría yo, se apoderó del capital jurídico ro-
mano en la Edad Media, mientras que Roma
—la Roma de la Antigüedad que había inventa-
do el sistema— se desmoronaba, quedaba borra-

30
EL TAJO

da del mapa político, aproximadamente seis si-


glos atrás.
¡Una historia extraordinaria!

1°) El derecho romano y el funcionamiento del


pensamiento científico.
No nos desentendamos de ciertos elementos
que de algún modo van a encajar unos en otros.
Ante todo, el Imperio Romano reivindica una
facultad ilimitada: literalmente, la propiedad del
mundo («Dominium Mundi»). Podemos decir que
el derecho de Roma (sobre todo en cuanto a lo que
aquí nos interesa: el contrato, el sistema judicial)
inventó la idea de una gestión universal, del go-
bierno universal por medio del derecho.
El pensamiento científico se formó, por su
lado, conquistando paulatinamente el cuestiona-
miento sin restricciones, la investigación ilimita-
da. Extrapolando la fórmula de Hans Blumen-
berg, diré: «la curiosidad teórica» alcanzó una
fase de «actividad desprovista de escrúpulos».
Comprobaremos aquí una convergencia de la
historia que trabajará por hacer coincidir las dos
nociones de ley: la científica y la jurídica.
Volvamos entonces a las dos fuentes. Pienso
en el manual de derecho elaborado por orden del
emperador Justiniano (un manual que en Euro-

31
PLERRE LEGENDRE

pa seguirá usándose hasta el siglo XIX como in-


troducción tradicional al derecho romano). Este
manual lleva la dedicatoria mencionada: «Ju-
ventuti cupidse legum», es decir: «A la juventud
deseosa de las leyes».
Como pueden ver, se habla de «leyes». Antes
de tener un sentido —hoy banalizado— en las
ciencias modernas, la palabra «ley» estaba reser-
vada al derecho, y cuando el Imperio se hizo cris-
tiano, también a la teología.
Lex. Esta voz latina deriva de un verbo que
significa «leer». Exportada a la ciencia, la pala-
bra «ley» hace pensar que el científico es también
un lector: él lee lo que nosotros llamamos Natu-
raleza y Universo como si se tratara de un Libro.
En efecto, mientras que el jurista es un lector
de textos, un intérprete de la ley imperial, el in-
vestigador se consagra a la lectura del Gran Li-
bro de la Naturaleza; el investigador decodifica,
descifra lo real, donde descubre leyes de otro tipo
que son las leyes científicas.
Observemos la continuidad de esta represen-
tación: a su manera, la ciencia, al hacerse laica,
es una lectura. Y en la era ultramoderna pode-
mos ver de qué modo la tecno-ciencia-economía
procura hacer coincidir (a toda costa) las nocio-
nes jurídica y científica de ley.

32
EL TAJO

2o) Ahora demos un paso más: el derecho ro-


mano fue portador de algo esencial en lo relativo
al método científico.
Seis siglos después del derrumbe de la Roma
imperial antigua, el derecho romano está de re-
greso (mientras que, en la práctica, otras reglas
sociales se han implantado hace mucho). Está de
regreso, primero y ante todo, por razones políti-
cas que algunas veces fueron resumidas con esta
fórmula expeditiva: la confrontación del Sacer-
docio y el Imperio, asunto que, al oeste del conti-
nente, incide en el modo en que se intentará re-
orientar el sistema feudal.
En el terreno cultural que nos ocupa, esta re-
cuperación de la Idea romana es una ola de fondo
surgida en la civilización europea contra aquello
que los etnólogos llamarían mentalidad mágica
o vestigios del pensamiento salvaje.
Transportémonos a los siglos XI, XII y XIII.
Entre las poblaciones surgidas de las invasiones
que terminaron con el Occidente romanizado, se
gesta un nuevo «melting pot», que va a reformar
su modo de pensamiento. Estas poblaciones prac-
ticaban en gran escala las ordalías, método de
prueba heredado de los derechos bárbaros (que
entraron a competir con el derecho romano al
producirse las invasiones germánicas).

33
PLERRE LEGENDRE

En cualquier conflicto elevado a los jueces, co-


mo también en las acusaciones por asesinato, la
ordalía consistía en apelar al juicio de Dios. El
acusado era sometido a una prueba física (una que-
madura, por ejemplo). Si la Herida curaba, ello sig-
nificaba que el acusado era inocente; de lo contra-
rio, quedaba establecida su culpabilidad. Otra
forma de ordalía: dejar que decidieran los torneos,
el duelo judicial e incluso el juramento (único ves-
tigio hoy subsistente, un tanto folclorizado).
El retorno del derecho romano (que desde la
Antigüedad ha conservado el juramento) deter-
minará un cambio total de estas prácticas y de la
mentalidad concomitante.
El derecho romano impone su sistema gene-
ral de pruebas racionales: el testimonio y la críti-
ca del testimonio, los indicios materiales, la es-
critura autenticada, etc. No es exagerado decir
que el derecho romano anuncia el espíritu de po-
sitividad característico del método científico. Es
significativa esta fórmula de los juristas medie-
vales: «pura y simplemente, el hecho en sí» («sim-
pliciter et puré factum ipsum»).

El retorno del derecho romano trae apareja-


da también otra consecuencia, que prepara, con
mayor profundidad y a más largo plazo, el auge

34
EL TAJO

del método científico en la civilización de Occi-


dente.
La racionalidad de las pruebas en los procesos
es tan sólo un aspecto de la lucha que va a en-
tablarse entre la Cristiandad y la magia en todas
sus formas. La magia va a ser sistemáticamente
criminalizada.
La Iglesia, es verdad, inventa sus propias re-
futaciones, sus modos de represión. Ahora bien,
¿dónde fue a buscar el cristianismo pontifical sus
argumentos racionales para erradicar la magia?
Digo «argumentos racionales» en el sentido jurí-
dico, y no sólo teológico (la teología se remite a la
historia de Simón el mago, narrada en los Hechos
de los apóstoles, capítulo 8: Simón ofrece dinero
para obtener el poder de hacer milagros). Pues
bien, irá a buscar esos argumentos racionales en
los doctos procedimientos del derecho romano,
aliado natural de las instituciones cristianas.
Tocamos aquí un elemento estratégico: la
unión del derecho romano y el cristianismo en la
historia del sistema occidental de los saberes.

3°) Ha llegado el momento de exponerles la


OPA del cristianismo sobre el derecho romano.
Si utilizo la metáfora de la OPA —oferta pú-
blica de adquisición, en el derecho de las grandes

35
PIERRE LEGENDRE

sociedades anónimas que cotizan en bolsa— es


para hacerles ver lo siguiente:
Las relaciones de poder conducen a ciertas
formas de conquista que no son militares, sino
que resultan de una combinación de intereses.
Aquí, tenemos la combinación de intereses polí-
ticos e intereses religiosos.
Retomemos por un momento el hilo de la his-
toria.
En el siglo V se produjo el desmoronamiento
de Roma en la Europa del oeste, es decir, en la
parte occidental del Imperio, mientras que la
parte oriental helenizada —Bizancio— subsisti-
ría todavía mil años más, hasta la caída de Cons-
tantinopla, en 1453, por la acción de los turcos.
Ahora bien, en el oeste, el prestigio del poder ro-
mano y las consecuencias morales de su prolon-
gada dominación sobrevivieron al desastre.
Según un relato legendario (pura leyenda ba-
sada en una falsedad, aunque fundamental para
la Santa Sede), el papa recibió como don las in-
signias imperiales de manos de Constantino,
emperador del siglo IV; este documento, muy co-
mentado en la Edad Media, será llamado «Dona-
ción de Constantino».
Y luego viene Carlomagno, en el siglo IX,
quien reivindica la restauración del Imperio Ro-

36
EL TAJO

mano. Y luego, y luego... lo que siguió. Conocen


ustedes el sorprendente destino de este concepto
de Imperio para los occidentales (imperio, impe-
rialismo. ..).
Pero la prueba decisiva tiene lugar en el siglo
XII (siglo al cual se aplicó también el término
«Renacimiento»). Salen de aquí dos rivales, dos
sistemas de intereses rivales permanentes: el
papado teocrático y el emperador germánico.
En la realidad que nos interesa, el papado es
el más fuerte. Esta es la razón por la que hablo
de OPA. El papado y su inmensa red de juristas
(así como las universidades, verdaderas peque-
ñas repúblicas que al comienzo están en depen-
dencia respecto de la organización pontifical) to-
man las riendas del destino intelectual y, en am-
plia medida, político del derecho romano, hasta
la llegada de los Tiempos Modernos. \
La Modernidad comienza aquí. Y esto me in-
duce a presentarles dos hechos notorios que gi-
ran en torno al problema de la Razón. Un debate
típico de Occidente y reanudado una y otra vez:
debate sobre la Fe y la Razón; en términos laicos,
debate sobre la Religión y la Ciencia. ^J

Veamos el primer hecho, que se sitúa propia-


mente en el origen del debate. Es el combate del

37
PLERRE LEGENDRE

cristianismo contra el judaismo (hoy, después de


la Shoah, se desplaza hacia el Islam).
Recuerdo que el cristianismo es, al principio,
una secta judía que rápidamente, por razones de
fondo expuestas por el apóstol Pablo en sus Epís-
tolas (tan importantes para la teología política),
vuelve la espalda a la tradición, ante todo en el
terreno de la interpretación de la Biblia, la Torá.
Cristo, en tanto Dios encarnado y, como dirán
los teólogos de la Edad Media, «Libre él mismo»
(«Liber ipse»), no es conciliable con la manera
tradicional de abordar el texto de los versículos
bíblicos.
En el siglo VI, el emperador Justiniano (el au-
tor del manual de derecho romano que les cité)
resumirá la polémica cristiana diciendo: «Los ju-
díos se abandonan a interpretaciones disparata-
das», que es como decir que están del lado de la sin-
Razón.
Abro un paréntesis: no por esto el cristianis-
mo abandona la Biblia, sino que la convierte en
una especie de introducción a los Evangelios. En
definitiva, la civilización romano-cristiana se
construye contra el judaismo. Contra, en los dos
sentidos: a la vez apoyándose sobre (sobre el tex-
to sagrado, sobre los componentes de la Biblia ju-
día) y en una suerte de hostilidad de principio. Y

38
EL TAJO

esto hace que el libreto de Occidente tome ele-


mentos de los judíos y de los romanos, que sea ju-
deo-romano-cristiano.
Volvamos a la polémica cristiana. Se advierte
la importancia del asunto: los judíos son acusa-
dos de literalismo, y más tarde se dirá de inter-
pretación «somática», especialmente a causa de
la circuncisión (rechazada también por el dere-
cho romano, pero por motivos propios: la conside-
ra una lesión corporal). A l a interpretación «so-
mática» se le opondrá la interpretación «espiri-
tual» de los cristianos.
El problema es muy profundo: concierne al
fondo de la cultura, a la idea que se tiene de la
relación entre el cuerpo y el fenómeno de la escri-
tura, entre el cuerpo y el acceso a la interpreta-
ción del texto.
Con el cristianismo y su alianza romana, es-
tamos en la fuente de la dicotomía moderna
cuerpo/espíritu (es decir, cuerpo y psique). Esta-
mos en la fuente de un racionalismo descorpori-
zado, que también podemos llamar (tomando la
fórmula del autor español M. de Diéguez) «mito
racional de Occidente».
Un segundo hecho es también importante. Lo
resumiré retrotrayéndome de nuevo a la época
de los comienzos. Contrariamente a la Biblia ju-

39
PLERRE LEGENDRE

día y al Corán, el texto originario del cristianismo


(los Evangelios y los escritos de los apóstoles) está
desprovisto de reglas sociales.
Queda planteada, por tanto, una cuestión de
fondo: ¿dónde podía encontrar esta religión en
expansión las reglas sociales que le faltaban?
Inevitablemente, en el derecho del Imperio
Romano; un imperio que convertirá este derecho
en su religión oficial pero que un buen día, en el
oeste, entrará en descomposición y se derrumba-
rá (siglo V).
Y es entonces cuando, seis o siete siglos des-
pués, tiene lugar la OPA de la que les hablé. Al
salvar el capital jurídico de los romanos, esta
OPA va a pesar también sobre la formación y el
destino del sistema de las ciencias.

1 „ ,
I C) Llego, pues, a la pregunta: ¿qué nos vuelve
fundamentalmente rentistas de esa capitaliza-
ción jurídica?
Dejemos la historia de la lucha contra las or-
dalías y contra la magia, erradicadas hace ya
largo tiempo.
Desaparecidas Roma y la sociedad romana
antigua, en retirada el derecho romano de las so-
ciedades europeas durante seis siglos, ¿qué sig-
nifica este retorno súbito del capital jurídico,

40
EL TAJO

vuelto a utilizar y en cierto modo vuelto a engen-


drar en un contexto de civilización completa-
mente distinto?
Significa que ese vivero, esa reserva de con-
ceptos puede desarrollarse, vivir y prosperar con
una Referencia, un fundamento de recambio.
Porque esta historia no se acaba con la deca-
dencia del papado y de los montajes políticos de
la Edad Media. Incesantemente perfeccionado,
enriquecido y metamorfoseado en derechos na-
cionales y en derecho internacional, este derecho
romano ha servido a todas las causas: a la demo-
cracia parlamentaria inglesa, al centralismo
francés, etc., pero también al Estado hitleriano,
a la Unión Soviética. .. ¡y para qué seguir!
Esta historia extraordinaria nos pone en pre-
sencia de lo siguiente: el triunfo de lo operativo.
Para el Occidente fabricado por el judeo-ro-
mano-cristianismo laico, el fundamento, es decir,
la Razón de las normas, importa muy poco: ¡se la
cambia! Dicho de otra manera, no hay horizonte
más allá de la adaptación funcional. Y en estas
condiciones podemos decir, a nivel de la historia,
sedimentaria de la cultura, que el derecho roma-j
no ha sido vehículo del principio técnico. /
Esto nos ayuda a comprender el nacimiento
de la mentalidad positivista, la masiva apelación

41
PIERRE LEGENDRE

actual a la sociología. Durkheim ya había com-


prendido que el derecho romano se había conver-
tido en una suerte de sociología anterior a la pro-
pia sociología.
Al mismo tiempo, entendemos mejor con qué
facilidad exportamos, a propósito de la sociedad,
de la cultura, de la civilización, lo que yo llamo
«teorías congeladas» aptas para ser consumidas
en cualquier lugar del planeta.

42
II. Segunda dirección.
Hacia lo que las ciencias no asimilaron:
el saber sobre el sujeto

Ahora los llevaré hacia el otro lado. Tal fue el


título de u n a novela fantástica del dibujante
austríaco Kubin (Die andere Seite, 1909), un te-
ma que, después de todo, no es ajeno a lo que voy
a desarrollar en esta segunda dirección.
Estamos frente a lo que yo mencionaba al em-
pezar, el debate que irrumpe, por mi intermedio,
como un aguafiestas para nuestras maneras de
encarar la ciencia: el debate sobre la identidad.

A) Identidad: ¿de qué se trata?


Tenemos el principio lógico de identidad: io
que es, es; lo que no es, no es. Tenemos A y no-A.
La fórmula implica diferenciar entre el sí y el
no. Para el individuo, esto supone haber integra-
do la negación, es decir, haber tenido acceso al
principio de no contradicción. La cosa parece
simple; sin embargo, debo hacer dos puntualiza-
ciones.
Primero, los animales saben diferenciar—por
ejemplo, para alimentarse— lo útil de lo no útil,
el placer del displacer. La cría humana también;

43
PIERRE LEGENDRE

e incluso empieza por ahí, por manifestar ese sa-


ber-diferenciar animal.
Sólo que para el ser humano esto no se acaba
con la satisfacción de la necesidad. Está la di-
mensión de la palabra, y por ahí comienza, diría
yo, la filosofía. Nuestro buen Aristóteles, tan im-
portante para Occidente, registró la diferencia
entre la organización de las abejas y el orden de
las instituciones: «Sólo el hombre, entre los ani-
males, posee la palabra». Encontramos esto en el
tratado titulado La política, libro I.
Una verdad de esta índole debe ser recordada
hoy, en que es de buen tono mezclar las cartas de
la lógica poniendo en un mismo plano de princi-
pio la inteligencia de los primates superiores
(pienso en la moda de festejar a los monos bono-
bos) y los productos de la cultura humana.
Segunda observación, igualmente fundamen-
tal: Hay un ámbito en que el principio de no con-
tradicción no tiene vigencia: la actividad del sue-
ño. En la escena del sueño, todo es posible. No sólo
queda abolido lo que constituye ley en la realidad,
sino que el soñante puede metamorfosearse,
convertirse en otro o en varios. Para el dormido,
aparentemente la identidad de la vida de vigilia
se disuelve.

44
EL TAJO

Mis dos observaciones se complementan. Po-


nen énfasis en el fenómeno lingüístico propio del
género humano, en la dimensión de lenguaje de
toda actividad humana, incluyendo, por consi-
guiente, ese lugar de lo oscuro que Freud designó
con un término brutal: lo inconsciente, y con una
expresión más suave y hasta simpática: la otra
escena. Una escena oculta y no controlable a la
que cada uno de nosotros sólo tiene acceso direc-
to durante la tregua del reposo.
He aquí la dificultad: pasar de la escena ocul-
ta a la escena consciente.
La identidad del humano resulta de una com-
posición, de un ensamble. Se trata de ensamblar
registros diferenciados: la escena inconsciente y
la escena de la conciencia, el «todo es posible» de
los sueños y fantasías y el principio del límite im-
puesto por la relación con el mundo y por el lazo
social.
Ahora bien, ¿qué es lo que mantiene unidas
las piezas sueltas? ¿Qué poder es capaz de echar
un puente para que cohabiten de manera viva (y
no alocada) un caos de sin-Razón y la Razón?

B) Descubrimos aquí el poder de las institucio-


nes, destinadas también a la condición de len-
guaje.

45
PIERRE LEGENDRE

¿Qué quiere decir «poder de las instituciones»,


y cuál es su funcionamiento concreto en la socie-
dad?

Io) Poder de las instituciones. En realidad, es-


te es el poder al que se alude cuando se pronun-
cia la palabra, bastante imprecisa, «civilización».
Y es precisamente el psicoanálisis el que nos
abre el horizonte al poner de relieve la arquitec-
tura de la construcción del sujeto, la arquitectu-
ra de la identidad. Freud desmontó la lógica que
le corresponde, la lógica edípica (como ustedes
saben, se inspiró en la trama de Edipo rey, trage-
dia de Sófocles); y yo, para extender su campo,
agregaré: lógica genealógica.
Ese accidente del pensamiento científico que
se denomina «psicoanálisis» lleva a tomar en
cuenta toda la sutileza y la complejidad del mon-
taje humano y, por lo tanto, a relativizar nuestras
grandes certidumbres sociales, que van y vienen.
Si aludo a un accidente del pensamiento es
porque el proceder científico de Freud trajo apa-
rejado un descubrimiento que significó una con-
trariedad para la positividad científica y para la
concepción de un individuo monobloque.
El psicoanálisis reveló nuestros trasfondos, es
decir, tanto la paradoja de un saber inconsciente

46
EL TAJO

(del que asimos algunas porciones en nuestros


sueños) como la formación del mito en el interior
mismo del individuo, en el interior del sujeto.
Dicho de otra manera, el psicoanálisis nos
muestra los hilos de la identidad, que son los
mismos en cualquier punto del planeta; él ense-
ña a los occidentales a reencontrar el tren ha-
bitual de la humanidad más allá de su «mito ra-
cional», a reconocer su marca propia, el tajo ge-
nealógico que cada uno de nosotros exhibe sin sa-
berlo, esto es, una firma cultural. ^

2o) Y ahora, unas palabras sobre el funciona-


miento concreto de esta firma cultural.
Dos ejemplos extremos ilustrarán la marca
occidental.

Primer ejemplo. Una anécdota tomada de la


historia del derecho en el Antiguo Régimen: los
procedimientos de sanción contra los suicidas.
La sanción se funda en la prohibición del asesi-
nato. Lo que nos interesa en este caso no es la pe-
na aplicada (por ejemplo, privación de sepultura
cristiana), sino su significado lógico.
Por más estrafalaria que nos parezca dicha
práctica, de todas maneras nos informa de algo
esencial (antropológicamente esencial): el suici-

47
PLERRE LEGENDRE

da ha matado a alguien; se lo trata como a un ho-


micida, como si hubiese en él dos personas: el
asesino y su víctima. _
He aquí una manera de decir (sin saberlo en
absoluto) que, en esta teatralización del pecado
de suicidio, el sujeto es dos y tiene que habérse-
las con otro en su interior. Para nosotros, esto sig-
nifica que el sujeto está dividido, y dividido por el
lenguaje; este es el tajo primero, e invisible, para
todo humano. En términos teóricos, tenemos aquí
la arquitectura de la identidad en su expresión
elemental.
Salta a la vista que el procedimiento penal
que acabo de evocar, tomado del derecho del An-
tiguo Régimen, no tiene nada en absoluto de de-
mostración científica. Pero dice una verdad. Una
verdad asociable a la fórmula de Rimbaud: «Yo
es otro»; y dice también lo que el psicoanálisis
nos enseña acerca de la relación del sujeto con su
imagen y que se da en llamar «lazo especular».

Segundo ejemplo. Un «flash» sobre la confu-


sión reinante en el ámbito de la reproducción hu-
mana, terreno estratégico del destino en el que
se construye para cada sujeto la arquitectura de
la identidad. Veamos una decisión de un tribunal
de Quebec:

48
EL TAJO

Una madre, que había adoptado las caracte-


rísticas de un hombre gracias a una operación
quirúrgica, inició una acción judicial para adop-
tar como padre a su propio hijo de catorce años.
¿Qué creen ustedes que ocurrió? El tribunal aco-
gió esta demanda, por el motivo (sugerido en el
informe de un asistente social) de que —cito—
«para este niño, su madre ha muerto». /

Mi comentario será claro. En los siglos pasa-


dos, querellas teológicas sobre las imágenes deri-
varon en matanzas. El siglo XX inventó el asesi-
nato de las imágenes genealógicas, y el siglo XXI
va en esa línea.
Suelo decir por esto que en Occidente vivimos
la era de las sociedades poshitlerianas. Porque,
en mi opinión, los nazis, en el acto de extermina-
ción de los judíos, embistieron contra el principio
de filiación en sí (la lógica genealógica).
De esa sentencia del tribunal de Quebec pode-
mos extraer una lección de alcance general, esto
es, que dicha sentencia pone de manifiesto —de
manera grotesca, por cierto, pero efectiva— un
dato antropológico de primera importancia: el
sujeto y la civilización se copertenecen mutua-
mente. Freud ya escribía lo siguiente: «El desa-
rrollo de la cultura se asemeja al del individuo y
labora con los mismos medios».

49
PLERRE LEGENDRE

/ Dicho de otra manera, la identidad es una ar-


( quitectura de varios pisos. Suprimir esta lógica
eminentemente universal no está en manos de
nadie, ni siquiera de una tecnocracia política, ad-
ministrativa o judicial.
Esta puntualización es de capital importan-
cia, pues permite entender qué articulación, qué
mediación, posibilita que el sujeto y la civiliza-
ción (la llamemos sociedad o cultura) vivan en
una relación tan estrecha que podemos calificar-
la de copertenencia mutua.
Una copertenencia lingüística cuya articula-
ción el psicoanálisis puso de manifiesto: el sexo,
lugar de encuentro para las apuestas del cuerpo y
la palabra. Por el lado del cuerpo, el sexo es obje-
to científico dependiente de la biología, de la me-
dicina y disciplinas anexas; por el lado de la pala-
bra, es el objeto de un saber sobre el sujeto que
escapa al saber biológico o médico... ¡Salvo que
se aspire al «todo biomédico», en cuyo caso la
idea de civilización —la marca— ya no tendría
ningún sentido!

Voy a concluir.
Para quien no acepte estudiar lo humano se-
parándolo en pedazos y quiera, en cambio, mante-
ner el horizonte de una identidad humana cons-

50
EL TAJO

truida, es f u n d a m e n t a l que lo que constituía


nuestro tema —la ciencia— se inscriba en un or-
den de los saberes; orden que deje abierta la pro-
blemática de la historia sedimentaria sobre la
que se sustenta.

51
Desarrollos
Esta reflexión sobre la ciencia era también
una reflexión sobre la civilización. Llamé la aten-
ción del auditorio acerca de la civilización de fac-
tura occidental, de nuestras maneras de anali-
zarla y, en definitiva, de la relación que cada uno
de nosotros mantiene con los montajes civiliza-
dores.
La civilización, de la que forma parte el siste-
ma de las ciencias, recibe de este modo un signi-
ficado más amplio, significado que una antigua
noción elaborada por los juristas puede ayudar-
nos a comprender: la noción de ley del vivir («lex
vivendi»). Esta formulación de la época escolás-
tica, encuadrada en una doctrina de conjunto su-
mamente instructiva, 1 remite, en efecto, a la idea

1
La formulación es de Ruffin (siglo XII) en su Summa
decretorum (cf. mis Leçons VI, pág. 82). Doctrina general
en las Etimologías de Isidoro de Sevilla, VI, 2, 49-50,
quien explica: los escribas de los libros sagrados transcri-
bieron los preceptos del vivir («prsecepta vivendi») y la re-
gla del creer («credendi regulara»)-, este autor de los siglos

55
PIERRE LEGENDRE

de ley en su sentido más général, implicando al


mismo tiempo varios niveles de lo que nosotros
denominamos «vida»; autoriza, además —sin el
menor forzamiento—, a utilizar en el análisis el
material del derecho, de tanta importancia para
la comprensión de los montajes occidentales.
Los desarrollos que aportaremos, pues, a la
conferencia van a apoyarse en esta considera-
ción primordial —la civilización como expresión
instituida de la ley del vivir—, a partir de la cual
podemos reencontrar, enriquecidos, los dos prin-
cipales temas de mi exposición: por una parte, el
trasfondo de la formación del sistema moderno
de las ciencias; por la otra, el saber sobre el suje-
to, saber que impregna los conceptos de civiliza-
ción, cultura y sociedad.
A modo de preámbulo, veamos dos observa-
ciones tomadas de dos escritores que nos hablan
del fondo de las cosas humanas: el novelista an-
glopolaco Joseph Conrad (ya citado) y el memo-
rialista Amadou Hampaté Bâ, de la República de
Malí.
El primero escribió esta fórmula, que habría
podido llevar la firma de Freud: «Ningún hombre

VI-VII compuso un resumen de las grandes nociones ro-


manas, muy en boga entre los canonistas medievales.

56
EL TAJO

comprende nunca del todo sus propias fintas y


ardides para eludir la siniestra sombra del cono-
cimiento de sí».2 El comentario es válido incluso
respecto de las sociedades.
Y el segundo: «Habrá que contar con la capri-
chosa decisión de los Blancos-blancos (denomi-
nación local de los europeos durante la coloniza-
ción) de querer hacernos vomitar a toda costa
nuestros usos y costumbres para atiborrarnos
con los suyos».3 Ninguna explicitación de la rela-
ción de dominación planetaria es más terminan-
te en cuanto a obligar a mirar de frente lo que, por
reflejo defensivo, las prédicas mediáticas niegan
hoy: el conflicto estructural de las civilizaciones;
dicho de otro modo, la lógica del choque —del
choque en todas sus formas—.
De ahí los desarrollos que siguen.
Apoyado en lo que pueden hacer pensar estos
dos textos, voy a reunir las elaboraciones o preci-
siones exigidas por mi conferencia. Se trata de
volver hacia el pasado de la función institucional
en Occidente, es decir, de volver hacia nuestros

2
Lord Jim, capítulo VII.
3
L'étrange destín de Wangrin, París: Union Générale
d'Editions, 1973; véase la nota 108, donde Hampaté Bá
distingue entre Blancos-blancos y Blancos-negros, funcio-
narios y agentes de la administración.

57
PIERRE LEGENDRE

grandes indicadores de civilización. Hecho esto,


retomaré el elemento teórico central, particular-
mente presente en la segunda parte de mi confe-
rencia, donde destaqué el problema de la condi-
ción lingüística de las instituciones; lo cual dará
ocasión a una apertura teórica que traspasará el
marco de la occidentalidad.

58
I. Reconocerse. Observaciones sobre
la experiencia occidental
de los indicadores de civilización

Si aplicamos a la civilización la problemática


del conocimiento de sí, no tardamos en descubrir
la imposibilidad, para cualquier sociedad, de re-
velarse a sí misma como transparente a sí mis-
ma. Semejante poder absolutista fue delegado
por la cultura occidental a la instancia de un Dios
soberano y omnisciente; un Dios al que, en el ima-
ginario contemporáneo, sucede la Ciencia con
mayúscula, investida de una omnisciencia vir-
tual. En este campo, la problemática del conoci-
miento de sí debe contentarse con averiguar, en-
tre el andamiaje de los discursos constitutivos de
la tradición euroamericana, sobre qué bases de
ignorancia y de saber construye y renueva Occi-
dente, con el correr del tiempo, la representación
de su identidad.
La primera precisión, de carácter general,
consiste en recordar la dificultad extrema que
tienen los occidentales para analizar su propia
opacidad, cuando por otro lado aspiran a la cien-
tifización generalizada. Nuestra cultura, al igual
que las demás, es prisionera de su génesis. La

59
PIERRE LEGENDRE

historia del surgimiento de las ciencias moder-


nas está tan ligada a esta génesis, a la formación
de un pensamiento europeo deseoso de convertir-
se en estándar mundial, que en nuestras socie-
dades no es posible disociar las conquistas cientí-
ficas de la ley del vivir, es decir, de la institucio-
nalidad propia de este espacio geográfico.
La consecuencia puede resumirse en térmi-
nos simples. Según esta lógica, los otros, que son
compradores de las adquisiciones científicas y
técnicas de Occidente, son compradores también
de un modo de vida y de los valores concomitan-
tes. Así razona la doxa, opinión común estableci-
da que trasciende a las divisiones políticas, reli-
giosas y otras. El rechazo, no bien despunta, es
considerado como manifestación de una inercia
social que debe ser erradicada.
Desde dicha perspectiva, se entiende que el
planeta entero puede y sobre todo debe seguir los
meandros de nuestra propia evolución. Este no
es un asunto nuevo, y la empresa de conversión
continúa, no ya bautizando por la fuerza sino oc-
cidentalizando con conceptos. Hoy, sin embargo,
la organización social, que ha alcanzado una fase
calificada por algunos de «suicidio cultural», 1 co-
1
Samuel Huntington, The Clash of Civilizations and
the Remaking of World Order (1996); traducción francesa

60
EL TAJO

noce y difunde lo que llamaríamos, para tomar la


expresión rusa de la época estalinista, una «revi-
sión de los valores»; no, por cierto, en el estilo de
los bolcheviques, sino de una descomposición li-
beral-libertaria de los montajes de la civilización
(es decir, de los montajes que instituyen la ley del
vivir), cuyos efectos desestructurantes tienen
una amplitud comparable a las Revoluciones pro-
piciadas por el siglo XIX industrial.
Estos efectos se hacen ver en la «pérdida de
indicadores» que agobia a las nuevas generacio-
nes, pero la comprobación del fenómeno por par-
te de las ciencias sociales y humanas es incapaz
de suministrar, en cambio, su hilo histórico-lógi-
co. Actúa de modo subyacente un desconocimien-
to que podría ser, si no desbaratado, al menos

(título mutilado, ¿por qué?): Le choc des civilisations, Pa-


rís: Odile Jacob, 1997, pág. 336, evoca «problemas mucho
más cargados de sentido que las cuestiones económicas o
demográficas», sobre todo «el desarrollo de las conductas
antisociales» (droga, violencia), «el ocaso de la familia» (ta-
sas de divorcios, embarazos de adolescentes, familias mo-
noparentales), etc. Asimismo, Michel Houellebecq, quien,
en Les particules élémentaires, al explorar la conciencia
contemporánea y el hedonismo como forma del tormento
existencial, dice: «En medio del suicidio occidental, estaba
claro que no tenían ninguna posibilidad. ..» (fragmento 19).

61
PLERRE LEGENDRE

parcialmente esclarecido si se ejerciera un es-


fuerzo crítico referido a nuestras maneras de
evacuar la función institucional, ese núcleo de la
civilización en el que se organiza la articulación
normativa del lazo subjetivo y social.
Nos confrontamos con la transmisión de un
modo de acceso a la representación de la identi-
dad que toca el punto de juntura, la articulación
entre sujeto y sociedad, disociando radicalmente
ambos términos. El individualismo moderno nos
resultaría más comprensible si dispusiéramos
de una mirada más experimentada sobre el hilo
histórico-lógico que une la actualidad, hoy domi-
nada por la revisión de los valores, a su pasado,
al pasado de la función institucional. De este pa-
sado que nos posee, he instado a los jóvenes estu-
diantes a esforzarse por ser lúcidos herederos.

Subrayemos primero, pues, lo que puede sig-


nificar la idea de indicadores de civilización, ayu-
dándonos con nociones elementales vinculadas a
la perspectiva histórica.
De este modo, los señalamientos efectuados
en la primera parte de la conferencia van a ad-
quirir un nuevo relieve. En el nivel en que me si-
túo, se trata de los montajes que hacen posible la
articulación entre sujeto y sociedad; dicho en

62
EL TAJO

otras palabras (como en términos cinematográfi-


cos), se trata de procedimientos de ensamblaje
de planos, que son aquí planos de discurso, para
obrar de tal modo que «eso se sostenga» [que «ça
tienne»]. O, incluso, yo diría: para sostener [faire
tenir), a semejanza de la junta o la clavija que
sostiene los elementos del armazón. Esta es la
esencia de la función institucional. Las metáfo-
ras del cine y del armazón nos remiten a los ras-
gos característicos de un indicador: al mismo
tiempo se inscribe en un orden del sentido y debe
resistir al tiempo. Tenemos aquí una definición
coherente del término «institución»: la función
de sostener, e incluso más precisamente, de soste-
ner de pie. Por lo demás, la etimología revela que
tal es cabalmente el significado de una familia de
palabras de origen latino de la que es tributario
el orden normativo entero, resumido por un bi-
nomio típicamente occidental y proyectado sobre
la totalidad del planeta: «Estado y Derecho».2

2
Sostener de pie [«faire tenir debout»] se enlaza aquí al
latín stare, «mantenerse de pie». La metáfora de la posi-
ción del cuerpo es célebre en la escolástica, que ha trabaja-
do alrededor del término status, transmitido a las lenguas
europeas para designar%1 Estado (inglés State, italiano
Stato, español Estado. . .); cf. mis Leçons VII, págs. 52,
237, 242. «Estado» tiene, pues, literalmente, el sentido de

63
PIERRE LEGENDRE

Es fácil ahora retomar los dos planos de dis-


curso antes despejados, que son los dos elemen-
tos esenciales —en términos tecnocráticos: dos
indicadores de la civilización occidental— men-
cionados por mi conferencia: el judeo-cristianis- \
mo y la capitalización jurídica. Se trata de los
dos indicadores constitutivos de la civilización
europea cuya complejidad e intrincación he evo-
cado, destacando al mismo tiempo la opacidad
que envuelve a estas cuestiones y enfatizando
así la importancia de una memoria selectiva des-
tinada a acreditar una representación aplanada
de la identidad moderna.
De mis desarrollos relativos a la OPA del cris-
tianismo sobre el derecho romano resultaba que
somos históricamente los rentistas de una capi-
talización jurídica que fue, en la civilización, ve-
hículo del principio técnico incluso antes de que
aparecieran la ciencia y la tecnicidad modernas.
Al final de la exposición, se puso sobre la mesa la
noción de Estado, pero sin abundar más al res-
pecto. \
Ahora bien, es preciso subrayar que el Estado
—debería decir, mejor, el principio estatal— es

modos de disposición que permiten a las cosas del poder


mantenerse de pie.

64
EL TAJO

crucial, porque ha relevado al orden religioso ;


teocrático (del que tomó la columna vertebral del
cristianismo pontifical), pero también debido a
que se construyó como instancia lógica (junta o
clavija del armazón) destinada a organizar la ar-
ticulación normativa del lazo subjetivo y social.
En otros términos, el Estado es, a un tiempo (to- »
mando el vocabulario de Calvin), «la institución
cristiana» por excelencia, pero liberada de su fac-
tura medieval, y, razonando antropológicamen-
te, una entidad que, proyectada al mundo de la
«Naturaleza», sería el equivalente del Tótem, esa I
forma «salvaje» del Soberano, garante genealó-
gico de las filiaciones y, por consiguiente, garante
del lazo subjetivo y social por mediación de un
montaje de interpretaciones (la hermenéutica de
las interdicciones).
Dicho esto, ¿en qué pendiente evolutiva nos ')
hallamos hoy?
Según esta perspectiva claramente antropoló-
gica, ajena por ahora a nuestras maneras habi-
tuales de considerar los montajes, el Estado en
cuanto indicador de civilización no es solamente
heredero de las elaboraciones imputables al ju-
deo-romano-cristianismo (que describí de modo
sumario en mi conferencia con relación a la OPA);
puede ser visto también como un «objeto natu- i

65
PIERRE LEGENDRE

ral», pero en el sentido del pensamiento salvaje


combatido por los medievales (lucha contra las
ordalías y la magia), y considerar que ha sido li-
quidado por la modernidad. J
Para el laicismo positivista occidental, el Es-
tado no posee ningún espíritu de tipo animista,
como el Tótem, animal o planta, al que se atribu-
ye una voluntad productora de normas. En la
práctica, el Estado se ha despegado incluso del
juramento de fidelidad a una tradición sagrada
para alcanzar ahora otro tipo de existencia, la de
un objeto institucional de serie en la nueva Natu-
raleza engendrada por la tecno-ciencia-econo- j
mía: para la civilización del Management gene-
ralizado, el Estado habría abandonado la zona
oscura del mito (en este caso, del mito genealógi-
co de proveniencia cristiana) y habría entrado
definitivamente en un universo de transparen-
cia que lo haría tributario de saberes desprovis-
tos de religiosidad (saberes correspondientes a la
objetividad gestionaria).

Para discernir ahora el principio estatal en


cuanto indicador político-religioso de la moderni-
dad europea y como instrumento institucional
estratégico del Occidente expansionista, tendre-
mos que volver a examinar el concepto de Estado,

66
EL TAJO

no desde un ángulo operativo necesariamente


estrecho, sino en continuidad con las puntualiza-
dones que preceden, es decir, como producto de-
rivado de un libreto fundacional, el judeo-roma-
no-cristianismo, del que voy a precisar los com-
ponentes esenciales, religioso y jurídico, ya lar-
gamente evocados ante mi auditorio.

67
II. El producto derivado del libreto judeo-
romano-cristiano: el concepto de Estado

En esta dirección, que me llevará a reunir las


piezas sueltas de la tradición institucional here-
dada de los medievales por la modernidad euro-
pea —tradición que, lo recuerdo, se mantenía se-
parada del sello helénico en la juridicidad roma-
na—, retendré los siguientes puntos sustanciales:

A) De nuevo, el componente religioso: la di-


mensión canónica del Estado.
He aquí el difícil viraje que debemos efectuar
en este inhabitual trayecto reflexivo.
El término «canónico» se utiliza, por cierto, en la
teoría de las ecuaciones matemáticas y en otros
campos, pero sirve primero para calificar las re-
glas elaboradas en su seno por la Iglesia, inicial-
mente en el Oriente helenizado y luego entre los
latinos. Empleo aquí esta palabra según la acep-
ción foijada en la Edad Media para designar el
edificio normativo pontifical, que no puede ser
pensado sino bajo la referencia expresa al Me-
sías, a Cristo, de quien el sumo pontífice es el re-
presentante en la tierra; el papa es un vice-Cris-

68
EL TAJO

to. Dicho de otra manera, las normas canónicas


son la expresión, en la escena social, del vasto \
andamiaje de creencias —para el caso, cristia- I
ñas— cuyo equivalente lógico, fuera de la cultu- /
ra europea, serían las creencias totémicas, por I
ejemplo, necesarias también para la legitimación
de normas específicas.
Traduzcamos todo esto para discernir bien
nuestro concepto de Estado. Si, respaldándome
en el historiador del derecho Gabriel Le Bras,
examino las fuentes canónicas de las normas de
la Administración francesa, puedo decir enton-
ces que Francia, de tradición católica y laica,
abreva en las fuentes pontificales con la misma
inocencia política que Gran Bretaña o Estados
Unidos de América, marcados por el protestan-
tismo y por la tolerancia liberal. Esto no significa
en absoluto fidelidad alguna a las doctrinas emi-
tidas hoy por la Santa Sede. Se trata de un fenó-
meno genealógico que concierne a la transmisión
de lo que llamaré, ayudándome con una metáfo-
ra informática, una «fuente de caracteres»; dicho
de otra manera, un modo de escritura social del
lazo fiumano en el que se reencuentran, entre la
diversidad de estilos nacionales, a la vez cierto
régimen de creencias (con respaldo en la estruc-
tura del monoteísmo occidental) y el despliegue

69
PLERRE LEGENDRE

concreto de normas compatibles con dicho régi-


men (incluyendo la apelación masiva a las reglas
y conceptos pregonados por el derecho romano).
En consecuencia, hablar de dimensión canó-
nica del Estado equivale a hablar de Estado-pon-
tificio, es decir, no del contenido de los discursos
que legitiman su función —Europa ha pasado
así del mito teocrático a la investidura democrá-
tica—, sino de un tipo de supremacía organiza-
cional capaz de resistir al tiempo adaptándose a
los cambios profundos, y de exportarse diversifi-
cando sus formas constitucionales.
Si extendemos esta consideración, podemos
ver que la dimensión canónica concierne tam-
bién a la comunidad internacional, donde los Es-
tados forman sociedad bajo la égida de cierto nú-
mero de reglas históricamente fundadas y en cu-
ya elaboración el papado medieval cumplió un
papel de primer orden (sobre la base de la máxi-
ma: «La Iglesia no tiene territorio»). Las doctri-
nas teológicas y canónicas del papa Inocencio IV
en el siglo XIII, así como las del publicista pro-
testante Hugo Grotius en el siglo XVII, integran
el basamento del edificio internacional moderno.^
Es posible individualizar entonces ciertos da-
tos que están en la base de la supremacía organi-
zacional del Estado en la tradición surgida del

70
EL TAJO

crisol medieval. Destacaré algunos, ligados prin-


cipalmente al sistema pontifical que en la Edad
Media fue el centro de gravedad teocrático del or-
den feudal europeo, con sus reinos y principados
en formación, pero también con el gran rival y fi-
gurante político, el Sacro Imperio germánico:

En primer lugar, la concepción religiosa (en el


sentido de la Iglesia occidental) sobre el origen
del poder hizo del Estado un producto derivado
del monoteísmo latino. Retengamos un aspecto
clave de esta caracterización: la anti-judeidad,
más precisamente, la oposición del montaje pon-
tifical al modo judío de escritura de las reglas so-
ciales, es un dato constitutivo del principio esta-
tal. Y esto hace que el concepto de Estado conti-
núe siendo todavía hoy vehículo de la maniobra
institucional heredada del romano-cristianismo
(testimoniada por todos los Estados, el de Israel
incluso). No insisto en el judeo-cristianismo, fór-
mula de escasa solidez como para caracterizar la
historia de los montajes occidentales y que sólo
se hace plausible si se añade la referencia roma-
na (como lo señado mi conferencia), tan amplia-
mente desconocida. 1 De ahí que sea más justo
1
Los historiadores de la noción de judeo-cristianismo se
concentran en la dimensión teológica y en la coexistencia

71
PIERRE LEGENDRE

evocar, como fundamento histórico del Estado, el


libreto judeo-romano-cristiano.

Segundo dato capital: la verticalidad del siste-


ma judicial y el ejercicio de un derecho de última
palabra por parte de una instancia suprema.
Este dato demuestra que, al absorber el mito
imperial, el cristianismo latino funcionó como
una esponja: «El emperador tiene todo el derecho
en el archivo de su corazón». Lo cual significa, con-
cretamente: el emperador es el juez que, al no
haber ninguno por encima de él (salvo la divini-
dad), constituye el último recurso en los diferen-
dos. Los canonistas medievales, esos especialis-
tas en transposición política, aplicaron esa sen-
tencia al papa, y en virtud de ello teorizaron la
función combinada de papa-emperador como
instancia investida del poder de pronunciar la
última palabra en los conflictos. Tal es el origen
de este pilar portador del sistema judicial practi-
cado y exportado por Occidente: un juez sobera-
no que, en estilo norteamericano, se llama Corte
Suprema, y en el caso francés, por razones histó-

de «dos religiones contiguas», según la significativa expre-


sión de J. Teixidor, Le judéo-christianisme, París: Galli-
mard, 2006, págs. 174 y sigs.

72
EL TAJO

ricas ligadas a la tradición católica, se desdobla


en Corte de Casación y Consejo de Estado. 2

B) La capitalización jurídica occidental y la


aparición del principio estatal como primera he-
rramienta estandarizada de las relaciones mun-
diales.
La dimensión canónica del Estado permite
observar que la capitalización jurídica encubre
una intrincación de lo religioso, lo político y lo ju-
rídico en la construcción histórica de la moderni-
dad europea. Consecuencia de ello es que la ex-

2
La Corte de Casación juzga en última instancia los pro-
cesos entre personas privadas. El Consejo de Estado es
juez supremo en los confictos entre personas privadas y
entidades públicas (gobierno, administraciones, estableci-
mientos públicos, etc.), transposición al derecho francés
del principio propuesto en el siglo XI por los reformadores
gregorianos (del nombre del papa Gregorio VII): «La Igle-
sia no es juzgada por nadie»; consecuencia: sus actos o de-
cisiones son exclusiva competencia de un tribunal espe-
cial. Ultimo eco de esta larga historia: el discurso de Gam-
betta justificando el mantenimiento de dicho Consejo de
Estado por la III a República: «El Estado no es un simple
particular», por lo cual no se lo debe «poner en actas» (es
decir, citarlo ante un juez ordinario). [«Poner en actas» tra-
duce «mettre augreffe», antigua fórmula notarial y judicial
francesa. (N. de la TI)]

73
PIERRE LEGENDRE

portación a todo el mundo de esta forma de orga-


nización, portadora del sistema industrial que
alcanzó hoy el estatus de la Globalización, con-
lleva una marca civilizacional que, para expan-
dirse mundialmente, debe pensarse y postularse
de una manera comparable a la producción de
electricidad o de automóviles; esto es, como equi-
valente de una conquista tecnológica domeñado-
ra del poder, cual si este fuera una materia pri-
ma a utilizar o transformar empleando métodos
de ingeniería especializada. En estas condicio-
nes, el control de la dominación planetaria impli-
ca un disimulo —mecánico, diría yo— de las pos-
turas fundamentales, especialmente religiosas,
atacadas defacto por el judeo-romano-cristianis-
mo coextensivo a la institucionalidad estatal.
Si no se acepta este hecho contundente, por
fuerza se opondrá una negación sistemática al
nuevo choque de las civilizaciones (diferente de
los choques antiguos), cualquiera que sea su for-
ma, inaparente o violenta. Y para hacerme en-
tender bien utilizaré un texto del novelista Wil-
liam Faulkner referido a la moral. La sustitución
aquí de la palabra «moral» por «Estado» da lugar
a un texto asombrosamente verdadero: «.. .esa
inocencia que creía que los ingredientes del Esta-
do eran como los de una torta o un pastel, que

74
EL TAJO

una vez medidos, pesados, mezclados y puestos


en el horno, todo estaba dicho y de ello sólo podía
resultar una tarta o un pastel». 3
Este ejercicio de interpolación h a r á percep-
tible al lector la cuestión más seria, que formu-
laré sacando partido de la ironía de Faulkner:
¿cuáles son los ingredientes que hacen del Esta-
do un tópico* de la ciencia política mundializa-
da? Voy a señalar dos datos que ponen de relieve
la capacidad de diseminación de los montajes
normativos occidentales y, al mismo tiempo, con-
tribuyen a explicar por qué el discurso contem-
poráneo sobre el fenómeno institucional parece
hoy inaccesible a la duda, es decir, parece haber
renunciado a pensar.
Estos datos revelan la eficacia de un aparato
jurídico aplicado durante siglos y que hoy funcio-
na a la par de un sistema robotizado:

Io) Bajo la égida del Estado jurista, se inventó


y difundió el instrumento estándar del mercado:
la institución del contrato. Todo el mundo conoce
la importancia de este concepto, tan fértil en el

3
¡Absalón, Absalón!, capítulo VII.
* En el original, tarte á la créme, locución del arte culi-
nario en su letra, pero cuyo sentido lingüístico es «tópico,
lugar común». (N. de la T.)

75
PLERRE LEGENDRE

terreno político —véase el famoso Contrato so-


cial de Rousseau, pero también los tratados en-
tre Estados que son fundamento de la comuni-
dad internacional—; no obstante, cuesta mucho
imaginar el tiempo que se necesitó para que Eu-
ropa alcanzase esta idea para nosotros familiar:
la de que una simple conversación entre indivi-
duos pueda producir una norma sancionada por
la justicia del Estado. Pese a su fuerza creativa,
el derecho romano antiguo no llegó hasta eso, si-
no que fue, en cambio, la doctrina de los canonis-
tas, en plena Edad Media y tras múltiples ro-
deos, la que planteó y propagó el principio en su
forma más general. 4
Lo que se retendrá como esencial es un con-
texto que, desbordando prácticas rutinarias o
usos inmemoriales, inaugura la tendencia a la

4
La formulación definitiva se debe a Bernardo de Par-
ma (siglo XIII), quien glosa el canon Antigonus en la colec-
ción de las Decretales de Gregorio IX, a propósito de los
pactos, I, 35,1 (texto capital en las discusiones futuras so-
bre el respeto de los tratados entre Estados): «Entre un ju-
ramento y una simple palabra, Dios no hace diferencia»,
alusión al subterfugio usual: hacer jurar sobre los Evange-
lios. La violación del juramento era severamente sanciona-
da, con lo que se intentaba forzar a los contratantes a res-
petar sus compromisos.

76
EL TAJO

autonomía de la voluntad individual, principio


dominado hoy por la ideología del mercado gene-
ralizada. Bajo la férula de las escuelas norte-
americanas de análisis económico, la autonomía,
sometida al criterio del rendimiento, reivindica
el derecho de romper el compromiso libremente
consentido, hasta ahora ley.5

2o) La diferenciación institucional en el seno


de Occidente pone en evidencia una capacidad
tradicional de adaptación cuyas ventajas son os-
tensibles: nacionalidad de los Estados, plastici-
dad de las formas jurídicas. La institución roma-
no-canónica medieval es comparable a un garito
o una vasta casa de juegos donde, bajo la égida
de poderes emprendedores y rivales, múltiples
participantes hacen apuestas dirigidas a adue-
ñarse del material jurídico a fin de adaptarlo a
situaciones religiosas, económicas y políticas pre-
cisas. Todo el sistema feudal quedó embarcado

5
La teoría gira en torno al problema clásico de los daños
y perjuicios en caso de incumplimiento de contrato. El uti-
litarismo de tipo norteamericano (especialmente según la
Chicago Law School), que rechaza el cumplimiento forza-
do, ha desarrollado una doctrina del «incumplimiento efi-
caz del contrato» (efficient breach ofcontract). Cf. M. Fabre-
Magnan, Les obligations, París: PUF, 2004, págs. 616-9.

77
PIERRE LEGENDRE

en este juego, a través del cual se esbozó, desde el


interior de esa nebulosa que la Edad Media lla-
maba «Jus Commune» (Derecho Común; entién-
dase: del mundo cristiano), una verdadera sepa-
ración cultural, el disenso entre los países some-
tidos al régimen del «Common Law» (bajo in-
fluencia británica, derecho formado en esencia
por las costumbres y por las interpretaciones de
los jueces) y las regiones continentales, en las
que iba a imponerse poco a poco la idea de un de-
recho fundado primeramente en la legislación.
Por más variadas que sean estas modulacio-
nes, de alto tecnicismo jurídico, sin duda, pero
que la sagaz observación de Tocqueville mostró
comprensibles y llenas de vida, 6 ellas proceden de
un solo y mismo basamento, que mi conferencia
ha intentado describir. Y este mecanizado de las
naciones modernas efectuado por el derecho nos
remite a la historia intelectual de una auténtica
internacional de juristas regida por un sistema
universitario dispersado en los cuatro puntos
cardinales del planeta; una historia ininterrum-
pida desde la Edad Media hasta nosotros y a la

6
En un texto notable (que sorprende al espíritu francés,
revolucionario y codificador) de Tocqueville: «Common
Law», Voyage en Amérique, en Œuvres, París: Gallimard, I,
1991, págs. 316-621.

78
EL TAJO

cual se deben, al final, la emergencia y la teoriza-


ción coherente de lo que el vocabulario político
designó, en el siglo XIX, mediante una fórmula
que se ha hecho célebre: Estado de derecho.

C) ¿Qué concluir de estas observaciones?


Tres cosas.
En primer lugar, para acceder a los repliegues
de la civilización occidental es necesario estudiar
la protohistoria del Estado y del derecho, indiso-
ciable tanto de las prácticas teocráticas ejercidas
en Europa como del pensamiento desarrollado
por los comentadores medievales, designados
con el término genérico de «glosadores» (autores
de un equivalente cristiano del Talmud).
Después, hay que tomar nota, en la época lla-
mada Tiempos Modernos, del proceso de diversi-
ficación del conjunto, repartido ahora en subcon-
juntos nacionales productores de regímenes jurí-
dicos más o menos compatibles entre sí y que,
aun perteneciendo a la misma cepa, reflejan los
grandes fenómenos genealógicos de Europa.
Por último, tras haber hecho su entrada el Ma-
nagement, la tecno-ciencia-economía viene a su-
plantar a los ideales políticos y a imponer un hi- ,
per-discurso globalizador, una suerte de sinteti-
zador normativo negador de las divergencias

79
PIERRE LEGENDRE

culturales pero dominado, en la vertiente jurídi-


ca, por un economicismo anglosajón ligado al es-
píritu del Common Lavo. Preso en la red de una
tradición que no es la suya, pero enganchado to-
davía a representaciones no criticadas (notoria-
mente, el viejo odio a la juridicidad medieval), el
sistema institucional francés intenta manifies-
tamente alinearse, antes que afrontar su propia
historicidad. 7

7
Significativo discurso del primer presidente de la Cor-
te de Casación en la audiencia de apertura del año judi-
cial, en enero de 2005. Tras celebrar los méritos del Código
Civil presentado por Portalis en 1804, el orador se refirió
(no sin reservas que parecen de pura forma) al «imperati-
vo de eficiencia» definido por escuelas norteamericanas de
análisis económico, para emprender «un ambicioso pro-
grama de modernización de nuestro aparato legal y juris-
diccional».

80
III. Apertura teórica: la estructura
de lenguaje de los montajes sociales

Voy a explicitar algunos elementos teóricos


que sostuvieron la conferencia, principalmente
en su segunda parte, donde dejé planteada la
cuestión de la identidad de la civilización bajo la
luz del saber conquistado por el psicoanálisis: el
saber sobre el sujeto. Se trata de superar el habi-
tual desconocimiento sobre el núcleo de la vida
subjetiva y social, a fin de aprehender un fenó-
meno de base: la estructura de lenguaje, es decir,
la ley de la palabra, cuyo finito es el sujeto, así co-
mo los montajes designados con los términos «ci-
vilización», «cultura», «sociedad» —nociones es-
tas que, a la larga, se hicieron imprecisas o inter-
cambiables—.
Nos encontramos ante una lógica que es co-
mún a las manifestaciones del juego específica-
mente humano de la identidad, juego que remite
al plan universal de la vida y de la reproducción
de la vida en la especie hablante —en un sentido
que incluye el enunciado jurídico romano «vitam
instituere» («instituir la vida»)— y, por lo tanto,
al plan que obliga a superar nuestras propias

81
PIERRE LEGENDRE

elaboraciones institucionales y sedimentos his-


tóricos. En consecuencia, si pretendemos inscri-
bir a Occidente entre los sistemas normativos
que se reparten el planeta, debemos tomar con-
ciencia del tenor cultural de nuestros estánda-
res, es decir, ante todo, del valor representacio-
nal de nuestras categorías estandarizadas, evi-
tando proyectar sobre los otros, casi mecánica-
mente, contenidos representativos que les son
ajenos.
Por esta razón, partiré de un intento de defini-
ción lo más simple, desprovisto de ambigüedad y
fundamental que sea posible: hay sociedad, cul-
tura, civilización, en el sentido del corte lingüís-
tico que nos separa de los otros animales, cuando
existe un sistema de ficciones, que son ficciones
de discurso sin las cuales la vida y la reproduc-
ción de la vida no serían posibles. A este sistema
de ficciones lo llamaremos aquí «estructura de
montajes»: estructura, porque está operando una
composición normativa; montajes, porque su ela-
boración utiliza elementos que corresponden a
registros diferentes.
Estas indicaciones clarifican mi postulación
de una copertenencia estructural del sujeto y la
cultura. Lo cual significa, concretamente, que
aquello a lo que se aludía en la segunda parte de

82
EL TAJO

la conferencia descansa sobre la puesta en rela-


ción de la dimensión institucional, objeto de las
descripciones del derecho y de la ciencia política,
con la vida de la representación, objeto de las in-
terrogaciones que, a partir de Freud, ha hecho
posibles el psicoanálisis, el cual tiene por hori-
zonte la construcción del sujeto —una construc-
ción que implica, por encima de todo, el marco
instituyente de la cultura, el discurso que ella
profiere—.
Las puntualizaciones que siguen pueden con-
tribuir a resolver el enigma que para mis jóvenes
oyentes constituía la postura teórica que tendía
un puente entre el derecho y el psicoanálisis; pe-
ro también presentan el interés de inducir a esta
reflexión sobre el fondo a inscribirse en el deve-
nir de las grandes interrogaciones antropoló-
gicas, válidas en cualquier civilización.

Estructura de lenguaje: empecemos por evo-


car los procedimientos Acciónales que hacen po-
sible la comunicación humana. Ya los signos lin-
güísticos, las palabras, nos encaminan hacia la
comprensión de su fuente, porque prueban una
desmaterialización de la materialidad, una deso-
pacificación de lo real por medio del lenguaje, fe-
nómeno que transforma al mundo en una escena

83
PIERRE LEGENDRE

y separa al hombre, su «mirada pensante», 1 de


esta escena y a la vez de sí mismo.
Esta proposición equivale a una definición ge-
neral de la organización simbólica del universo
humano-, simbólica, en el sentido literal antiguo
de objeto cortado en dos pedazos que se inter-
cambian, para reconocerse, dos personas ligadas
por una obligación.2 La noción de orden simbóli-
co, hoy banalizada sin que llegue a comprendér-
sela en toda su dimensión, significa que el ani-
mal hablante mantiene con el mundo un lazo de
identidad/alteridad y que cada sujeto mantiene
consigo mismo un lazo de similar naturaleza. Así
precisado, lo simbólico conlleva la idea de un ele-
mento coactivo, característico de la estructura de
lenguaje.
Para ilustrar lo que precede, evocaré el mon-
taje especular: la verdad del espejo no se discute.
La autoridad indiscutible de la presencia instau-
rada por el espejo indica que la relación con las

1
Fórmula de Parménides que resume exactamente la
pregunta del sujeto frente al enigma de su relación consi-
go mismo y con el mundo: «Vedlos igualmente ausentes-
presentes. / Vedlos, para la mirada pensante, / en el pleno
vigor del ser» {El poema, fragmento 4).
2
El verbo griego av>nPáMxo (symballó) significa «reunir,
aproximar».

84
EL TAJO

imágenes (en este caso, la imagen de uno mismo)


es intrínsecamente normativa. Y podemos decir
que, a consecuencia de la inquebrantable lógica
de lugares que preside este enfrentamiento dog-
mático, la verdad del lazo del sujeto con su propia
imagen «se produce», diría yo, teatralmente, en
una afirmación escénica. Esta problemática ex-
cede a la positividad científica tal como nosotros
la entendemos, porque corresponde a la zona os-
cura —el otro lado, dije en mi conferencia (ver
pág. 43)— en que la racionalidad halla en cierto
modo sus bajos fondos irracionales, eventual-
mente explorados por el psicoanálisis pero a los
que la poesía, en todas sus formas, dio siempre
condición de palabra. Con gran justeza, Borges
decía afrontar «la verdad alarmante de los espe-
jos», y Lewis Carroll, matemático-poeta, hizo de
esto el tema de un tratado sobre lo fantástico ac-
cesible a los niños («Trough the looking-glass»).
Vemos así que el paradigma del espejo es un
condensado de la estructura, por una doble ra-
zón: por un lado, toca a la escena de la identidad
propia de lo humano, escena que constituye el
meollo del célebre mito de Narciso relatado por
el poeta latino Ovidio3 y tomado por Freud para

3
Ovidio, Las metamorfosis, libro III, versos 339 a 510.

85
PIERRE LEGENDRE

problematizar el juego subjetivo de las imáge-


nes; por el otro, ofrece a la interrogación sobre los
montajes institucionales la posibilidad de des-
cubrir la estructura ternaria: el lugar de la ins-
tancia tercera separadora de dos elementos. Des-
de esta perspectiva, el espejo es la metáfora de
una función de poder y del efecto normativo liga-
do a esta función —determinación teórica capi-
tal, si pensamos en la historia del principio esta-
tal en la civilización de Occidente, tema clave
que fue uno de los puntos de mira de mi confe-
rencia—.
Si tomamos nota de tamaña profundidad y
complejidad de la estructura, que conllevan la
necesidad teórica de investigar la disposición de
una escena del mundo con estatus de exteriori-
dad —aunque de una exterioridad capturada en
los envites de la escena interior de cada sujeto—,
resulta más fácil apreciar la finalidad de los
montajes institucionales, que son los grandes
medios inventados por la especie hablante, en
cierto modo los cordeles que permiten sujetar la
representación del mundo bajo el principio de no
contradicción. Conquistar la Razón (a la vez CQ-
mo razón del mundo y como razón para vivir), es-
tablecer la no confusión de las dos escenas, exte-
rior/interior: tal es la dimensión simbólica de la

86
EL TAJO

identidad en la civilización, con sus múltiples fa-


cetas y sus consecuencias normativas en los ni-
veles político, familiar y subjetivo de la reproduc-
ción de la vida.

En este terreno de estudio concerniente a la


relación entre la ficción y el lenguaje, el fondo pa-
rece inagotable. Tomaré el camino seguido por
Paul Valéry al proponerse analizar lo que él lla-
ma «política del espíritu». Valéry no era filósofo
ni profesional de la psicología, era poeta; es decir
que estaba conectado a la fuente ignorada de la
condición humana y, en tal carácter, meditaba
sobre el enigma que consiste en pensar el mundo
a través de la poesía. Valiéndose de la metáfora
jurídica de los instrumentos bancarios (el crédi-
to), su estudio alude a «la estructura fiduciaria
exigida por todo el edificio de la civilización y que
es la obra del espíritu». 4 «Espíritu» ha de tomar-
se aquí en el sentido que el poeta mismo descu-
bre: «lo imaginario». Esto nos incita a compren-
der que, efectivamente, la relación del lenguaje
con la materialidad del mundo es asunto de cré-
dito, por cuanto moviliza la fe en las imágenes,

4
Paul Valéry, «La politique de l'esprit», Essais quasi po-
litiques, en Œuvres, Paris: Gallimard, 1,1957, en particular
págs. 1033-4.

87
PIERRE LEGENDRE

cierta creencia en la verdad. En otros términos,


la realidad debe ser acreditada, y el mecanismo
de esta acreditación es lo que nos interesa aquí
particularmente porque está en la base de las
construcciones institucionales.
Si no fuera así, si lo imaginario no estuviera
presente, el problema filosófico de la representa-
ción, la cuestión de nuestro lazo legalista con la
realidad por mediación de las palabras —dicho
de otra manera, la cuestión de la relación insti-
tuida de significación (ligazón normativa de la
palabra y la cosa)— no se plantearía. Ejemplo: el
significante «mesa» se vincula con un significado
indisponible y designaría un objeto determina-
do, y no otro (una mesa no es una silla). Desde es-
ta perspectiva, la institución de la significación
quiere decir que las palabras, a semejanza de los
billetes de banco, tienen un curso forzoso; y, por lo
tanto, que nadie es libre de aceptar o rechazar
este curso. Más aún, la significación instituida es
incluso el basamento de la propia licencia poética.
Nosotros no sospechamos que la realidad ne-
cesita de una puesta en escena fundadora de la
creencia en la verdad del mundo, y que sin esto
la condición del animal hablante se derrumba-
ría. Encontramos aquí, para aplicarla al lengua-
je, la idea de Valéry sobre «la vida fiduciaria del

88
EL TAJO

mundo y de su estructura»: las palabras son va-


lores fundados en la confianza otorgada a la ins-
tancia que los garantiza. Esta indicación da nue-
vo impulso a la pregunta por el poder: ¿Qué ga-
rantiza el valor de las categorías lingüísticas? ¿Y
a qué se refieren, en el fondo, estos términos: ga-
rantía y valor en la civilización?
Así pues, la aparente simplicidad de algunas
observaciones muy concretas sobre el lenguaje a
partir del discurso de un poeta nos lleva irresisti-
blemente hacia una zona abandonada, en el sen-
tido de un suburbio de los saberes abandonado
por las ciencias afirmadas y reconocidas. El Occi-
dente contemporáneo vive una «revisión de valo-
res» 5 cuya amplitud es comparable a la empresa
totalitaria de la época estalinista, ahora de estilo
liberal-libertario, y que pone en tela de juicio la
primacía del principio de no contradicción en los
montajes sociales.
Seamos más precisos:
El núcleo de la identidad evocado por mi con-
ferencia —el sexo, lugar de encuentro del cuerpo
y la palabra— ocupa un puesto central en las pro-
pagandas de des-simbolización de masas, que
5
La omnipresencia de este tema propagandístico fue
descripta en particular por la viuda del poeta ruso Ossip
Mandelstam (muerto en un campo soviético en 1937).

89
PIERRE LEGENDRE

desarman la estructuración lingüística de la di-


ferencia de sexos, imponiendo la normatividad
a-normativa inventada por la ideología homose-
xualista. Derrota atestiguada por sus traduccio-
nes jurídicas. 6 Nueva firma cultural occidental,
esta debacle de los montajes da fe, sin embargo
(a contrario), de una lógica indestructible: la pér-
dida de los indicadores de la identidad se paga a
la vez con la liquidación del cuestionamiento y con
una concatenación de efectos de destrucción del
sujeto. Para los espíritus no formateados, seme-
jante regresión en la civilización remarca el inte-
rés de dar cabida a la problemática del garante.

La identidad es una arquitectura de varios ni-


veles. Este dato primordial permite captar an-
tropológicamente, en los montajes de toda civili-
zación, la presencia de un discurso preeminente
que asume la función de último garante bajo las
especies del poder de fundar. A punto de concluir

6
Por ejemplo, la ley española del I o de julio de 2005 ,que
autoriza el matrimonio homosexual dispara la consecuen-
cia lingüística; en los fundamentos se expresa que, en el
Código Civil así reformado, las referencias al marido y a la
mujer, al padre y a la madre, serán reemplazadas por la
mención de los cónyuges o los padres («los cónyuges o los
consortes»).

90
EL TAJO

ya el capítulo «Desarrollos», quisiera llamar la


atención sobre este punto capital, gracias al cual
es posible comprender la estructura de lenguaje
inherente a la organización de las sociedades: a
través de la noción de «fundar», percibiremos de
manera concreta la fábrica del lazo social, es de-
cir, ese poder por el cual el artificio que denomi-
namos cuerpo social se mantiene merced a un
ensamblaje de imágenes y palabras tributarias
de la lógica genealógica.
Vayamos, pues, a este atributo de la civiliza-
ción: fundar. No fundar esto o aquello, sino fun-
dar en términos absolutos. En nuestras socieda-
des ultramodernas individualistas y fragmenta-
das, las propagandas publicitarias ejercen una
función semejante; ellas manipulan las imáge-
nes divinizadas de hoy, asociadas a significantes
fundacionales como la Ciencia y la Democracia,
que son objetos de veneración y que en este ca-
rácter traen aparejadas consecuencias institu-
cionales. Dichas entidades se encuentran en
posición de Referencia absoluta, de tope causal
en cierto modo; ellas responden de la hermenéu-
tica social en su conjunto. La Referencia absolu-
ta es fuente de la legitimidad de las interpreta-
ciones políticas y jurídicas, gestadas por ella en
una modalidad, estrictamente hablando, genea-

91
PIERRE LEGENDRE

lógica. Descubrimos así que la problemática del


garante se enraiza en la fe en las representacio-
nes instituidas, que remiten directa o indirecta-
mente a los fundamentos de la reproducción hu-
mana, caracterizados con acierto por el historia-
dor-antropólogo Bachofen: Muttertum (imperio
de la Madre) y Vatertum (imperio del Padre). 7
En el caso occidental particularizado por cier-
to monoteísmo portador del concepto de Estado,
la fórmula del Acto de fe cristiano sigue siendo
aplicable a la vida fiduciaria del mundo contem-
poráneo: a semejanza de Dios, la Ciencia y la De-
mocracia no pueden «ni engañarse ni engañar-
nos». La misma fórmula explicaría perfectamen-
te el estatus de la Referencia animista propia de
la escenificación de las culturas totémicas. Mate-
ria que nos remite a las figuras de la infancia,
restituidas por el psicoanálisis en el puzle de las
imágenes constitutivas del sujeto y también, por
lo tanto, de la civilización. En la trastienda de to-

7
Esta formulación se encuentra en el libro Dc^s Mutter-
recht, 2 volúmenes de las Gesammelte Werke, II y III, ree-
dición Bâle, Benno Schwabe and Co., 1948; cf. págs. 103 y
sigs., 631 y sigs. (En 1996 se publicó una traducción fran-
cesa: Le droit maternel, Lausana: L'Âge d'Homme.) Co-
mentario en mis Leçons II, especialmente págs. 141-2, y
Leçons IV, págs. 317-8.

92
EL TAJO

do sistema institucional es inevitable encontrar,


transfiguradas, las figuras edípicas del Padre y
de la Madre, esos materiales primeros de lo reli-
gioso, así fuese laico.
Para ilustrar mi exposición, pondré ante la
mirada del lector dos grabados del siglo XVII que
informaban a los sujetos de la época barroca (pa-
ra tomar los términos de Valéry) sobre «la vida
fiduciaria del mundo y de su estructura». Tene-
mos aquí una expresión teatral radicalizada del
imaginario del crédito, tanto en el estrato del su-
jeto como en el de la civilización. El grabado 1
describe el trono celeste de la Ciencia: una Ma-
dre solar, provista de los atributos de la omnipo-
tencia, expone el gran arte de saber; el grabado 2
representa al Poder como Padre soberano: Júpi-
ter coronado gobierna el Universo.
Estos señalamientos de considerable impor-
tancia nos llevarían al terreno estratégico de las
construcciones familiares de la garantía o, para
ser más precisos, el que atañe a la institución de
las funciones cruzadas de los padres, de uno y
otro sexo, en la estructura de poder en que están
inmersos los niños. Pero no es este el tema que
nos ocupa aquí.
Me limitaré a insistir sobre un rasgo rara vez
destacado entre los procedimientos con que se

93
PIERRE LEGENDRE

elabora «la vida fiduciaria del mundo y de su es-


tructura» —en última instancia, los de elabora-
ción del discurso de la garantía— en la órbita de
influencia euroamericana, y que concierne a la
estética en su función de instituir,8 Para hacerme
entender, formularé algunas preguntas un tanto
desconcertantes. ¿Por qué jamás se ha visto ni se
verá gobernar una sociedad sin música, sin em-
blemas, sin algún dispositivo ceremonial? O in-
cluso: ¿por qué se habla de escritura de la danza
en Occidente y no en relación con las elaboradas
coreografías de múltiples tradiciones africanas?
Este último punto hace resaltar la imposibili-
dad, para el intelecto occidental, de concebir el
pensamiento como no sea en la modalidad abs-
tractivista heredada de su propia tradición. Em-
pero, de estas interrogaciones, que la doxa es in-
capaz de oír, yo destaco que apuntan a una heri-
da jamás cerrada pese al eficaz combate romano-
cristiano, y luego laico, contra lo irracional (que
los medievales llamaban «cultura»):*9 la persis-

8
Problemática largamente desarrollada en mi libro No-
menclátor. Sur la question dogmatique, II, 2006, págs. 29
y sigs.
* En latín en el original, cultura. (N. de la T.)
9
Según la definición canónica, este término designa las
costumbres paganas: observar los augurios idolátricos, in-

94
EL TAJO

tencia del pensamiento salvaje en el corazón de la


modernidad.
Valgan como prueba la temática de El Ojo de
la Ley, recientemente examinada con lupa por
Michael Stolleis, 10 y otras indicaciones acerca de
la disociación de un cuerpo de ficción.

Y ahora, concluyamos.
Los documentos de la larga historia de las me-
táforas corporales religiosas y políticas —metá-
foras-testigo del pensamiento salvaje a la mane-
ra occidental— son dignos de reflexión. La extra-
ñeza misma de estas formaciones simbólicas
(más allá del conocido ámbito de la heráldica) de-
be atraer nuestra atención, pues son un conden-
sado de la estructura lingüística de los montajes
sociales.

dagar en el curso de las estrellas, practicar la circuncisión.


Véase el texto central, el canon Sed et illud, en la compila-
ción de Graciano (siglo XII), traducido en mis Leçons I,
pág. 357. Cultura pasará a ser un genérico que compren-
derá las prescripciones no cristianas, más tarde califica-
das de «salvajes».
10
Michael Stolleis, Das Auge des Gesetzes. Geschichte
einer Metapher, Munich: Beck, 2004; traducción francesa,
L'Œil de la Loi. Histoire d'une métaphore, Paris: Mille et
une nuits, 2006.

95
PIERRE LEGENDRE

Algo esencial demanda de entrada nuestra


atención. Órganos privilegiados —el corazón, los
ojos, pero también los pies y las manos— fueron
puestos en escena no por pasión decorativa, sino
para demostrar la eficiencia de las construccio-
nes discursivas institucionales, para garantizar
finalmente la legitimidad y justeza de las sen-
tencias de quienes expresan el derecho. En este
caso, la garantía resulta de procedimientos cere-
moniales destinados a indicar e investir ritual-
mente un lugar tercero, lugar de un poder fuera
de alcance (a semejanza del espejo). Como si, por
una suerte de forzamiento de fronteras repre-
sentado por la utilización ritual de medios en
apariencia poco racionales, los «misterios» (tomo
la palabra de Kantorowicz) de la instancia que
algún día habría de ser llamada el Estado se
volvieran algo sobre lo que era posible hablar y
pensar, tras haber sido laboriosamente extraídos
de un caos comparable al teatro del sueño y de la
fantasía, ese universo de omnipotencia que, no
cabe duda, constituye el crisol delirante de la Ra-
zón política, y de la Razón a secas. Desde esta
perspectiva, lo institucional es, ante todo, pro-
ducto de una teatralidad de segundo grado.
Mis observaciones se asocian todavía a otros
testimonios que conciernen a la tradición canóni-

96
EL TAJO

ca medieval. Si el pecho del papa (como en otro


tiempo el del emperador romano) es mitológica-
mente sede de los archivos del derecho; si los pre-
lados y funcionarios quedan equiparados a los
ojos del Bienamado del Cantar de los cantares,
todo este aparato de metáforas poéticas movili-
zadoras de las fuentes jurídicas o bíblicas forma
parte de un andamiaje en cuya cúspide está ins-
cripta la metáfora suprema, «los ojos de Dios»,11
que notifica a los intérpretes del lugar de lo abso-
luto, es decir, del lugar de un garante, figura sim-
bólica que se interpone entre el sujeto y la nada.
Estas elaboraciones del poder soberano por
parte de los teóricos premodernos muestran, co-
mo a través de una pintura que, inspirada en el
surrealismo, desguazara la realidad para poner
a la vista su montaje, la lógica estructural subya-
cente. Por mediación de una metáfora tomada
de la corporalidad de un animal o una planta, la
misma lógica ha producido en las civilizaciones
ajenas a Europa la teatralización del lugar de lo
absoluto bajo las especies del Tótem, la instancia
genealógica ya mencionada y de la que procede

11
La fórmula «los ojos de Dios» se encuentra también en
los canonistas medievales; por ejemplo, en la compilación
de Graciano (citada supra, págs. 94-5, nota 9): distinción
45, canon 9.

97
PIERRE LEGENDRE

una concatenación de efectos normativos análo-


gos en su principio a los efectos jurídicos que nos
son familiares. De lo absoluto, término heredado
de la latinidad, debo recordar su sentido literal:
lo que está desligado, desprendido, de todo crédi-
to o deuda. O sea, en teología, el Dios del mono-
teísmo; y en la teoría política del Soberano demo-
crático, el Pueblo.

98
Iconografía
La iconografía presenta aquí el interés de
plantear el tema de la función estética, provee-
dora de objetos-icono para uso de las sociedades
y no solamente de los individuos.
En este sentido, la civilización occidental no
hace más que seguir la vía que llevaba a las cul-
turas antiguas, o a las inventariadas por la etno-
grafía, a producir formas trazadas, esculpidas,
cinceladas en escritura, y hasta joyas con divisas
incrustadas; entre los griegos, todo esto se resu-
mía en un término genérico que pasó al léxico re-
ligioso: las filacterias-1 En la tradición latina, se
trata de los amuletos («amuletum»).

1
El sustantivo se formó sobre (pu^áoam ifylasso), «mon-
tar guardia, proteger, conservar». En la liturgia judía ha
servido para denominar unas cintas de pergamino o de vi-
tela donde se han inscripto versículos de la Torá y que se
llevan en la frente y el brazo durante la oración. Por el la-
do cristiano, el término tiene relación con los relicarios.
Resumen de los significados que aparecen en A. Biaise,
Dictionnaire latin-français des auteurs chrétiens, Turn-
hout: Brepols, 1954, v° Phylacterium. Acerca de esta no-

101
PIERRE LEGENDRE

Estas expresiones de lo fantástico en la esce-


na social se vinculan a la instancia de la fantasía
en la economía de un sujeto. Nos encontramos
ante la misma irracionalidad que la del sueño,
moderada, diría yo, por su reactualización en la
cultura. En este terreno, el psicoanálisis abre el
camino de la comprensión. Las fílacterias, arran-
cadas en cierto modo a lo indecible, son imágenes
encarnadas por objetos mediadores, portadores
de una cuestión inserta en la palabra misma que
los designa: montar guardia. Pero, ¿para prote-
ger o defender qué cosa?
Conociendo «la vida fiduciaria del mundo y de
su estructura» (recuerdo la formulación decisiva
de Valéry), es fácil responder: para recibir la se-
guridad de que el montaje «aguanta», es decir,
defender la representación de la identidad pro-
pia por mediación de esos objetos-icono puestos
en escena como interlocutores que dan fe. Descu-
brimos entonces la problemática de la interlocu-
ción hombre/mundo, tan difícil de concebir bajo
el imperio del mito racional de Occidente.
Si introducimos esa cuestión en la historia del
arte; si, por lo tanto, pensamos que las produc-

ción, cf. mis Leçons I, pâgs. 13-5 («Exégèse d'un bijou an-
tique conservé au British Muséum»),

102
EL TAJO

ciones estéticas en general de una civilización


pueden tener también el carácter de amuletos,
talismanes o joyas, en una escala que ya no es la
del sujeto legitimado en sus procedimientos ig-
norados de autoprotección, entonces, la respues-
ta parece imponerse por sí sola: las sociedades
exploran la representación de su ser propio, se
conservan en cuanto fundadas sobre el principio
de identidad, mediante las producciones del arte.
En este sentido, el arte monta guardia.
Hay en estos hechos de representación algo
vertiginoso y aparentemente impenetrable, cuyo
alcance no obstante imaginaremos por poco que
aceptemos rescatar no sólo las invenciones ico-
nográficas de la tradición (de lo cual dan testimo-
nio los grabados que se reproducen a continua-
ción), sino también las prácticas contemporá-
neas de desenfrenada publicidad, cuyo ritmo res-
ponde al de una humanidad que jamás carecerá
de hallazgos que la convenzan de su existencia.

103
Occidente conservador de sí mismo:
tres ilustraciones-testigo

Tomados del arte del grabado en el siglo XVII,


tres ejemplos van a ilustrar esa conservación es-
tilizada de imágenes genealógicas constitutivas
de la identidad occidental.

105
PIERRE LEGENDRE

1. Grabado de introducción al Ars magna sciendi,


del j e s u í t a A t h a n a s e Kircher, edición A m s t e r d a m ,
1669: sobre el trono de la Ciencia, u n a Madre solar,
provista de los atributos de la omnipotencia, expone
el g r a n a r t e de saber.

106
EL TAJO

2. G r a b a d o a l e m á n del siglo XVII p a r a un libro no


identificado. Pone en escena al Padre soberano míti-
co, figurado por J ú p i t e r coronado gobernando el uni-
verso.

Estos dos grabados, 1 y 2, f u e r o n evocados en el ca-


pítulo «Desarrollos», pág. 93, en referencia a las cate-
gorías genealógicas de Muttertum (imperio de la Ma-
dre) y Vatertum (imperio del Padre).

107
PIERRE LEGENDRE

^A Princes mofi emubiing Parts,


Jre Sh!lin Arme$}and Lovtto Arts.

1 LLVAXK, X X X I I . Sxi. 1.

3. Grabado inglés extraído de George Wither, A Co-


llection of Emblems, 1630. Enuncia la representación
iconica del Estado en Europa, sobre un fondo romano-
cristiano: el César, amo del Libro y de la Espada.

108
Colección Nómadas

Pierre Alféri, Buscar una frase


Alain Badiou, De un desastre oscuro. Sobre el fin de la verdad de
Estado
Jean Baudrillard, El complot del arte. Ilusión y desilusión estéti-
cas
Georges Charbonnier, Entrevistas con Claude Lévi-Strauss
Hélène Cixous, La llegada a la escritura
Jacques Derrida, Aprender por fin a vivir (Entrevista con J e a n
Birnbaum)
Alain Finkielkraut y Peter Sloterdijk, Los latidos del mundo.
Diálogo
Martin Heidegger, La pobreza
Pierre Legendre, Dominium Mundi. El Imperio del Management
Pierre Legendre, El tajo. Discurso a jóvenes estudiantes sobre la
ciencia y la ignorancia
Pierre Legendre, La fábrica del hombre occidental. Seguido de El
hombre homicida
Pierre Legendre, Lo que Occidente no ve de Occidente. Conferen-
cias en Japón
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Shoah. Un soplo
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Jean Baudrillard, El pacto de lucidez o la inteligencia del Mal
Georges Canguilhem, Escritos sobre la medicina
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Roberto Esposito, Bios. Biopolítica y filosofía
Roberto Esposito, Communitas. Origen y destino de la comunidad
Roberto Esposito, Immunitas. Protección y negación de la vida
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Jean-Claude Milner, El paso filosófico de Roland Barthes
Jean-Luc Nancy, Las Musas
Myriam Revault d'Allonnes, El poder de los comienzos. Ensayo
sobre la autoridad
Gérard Wajcman, El objeto del siglo

Obras en preparación

Jacques Derrida, El gusto del secreto. Entrevistas con Maurizio


Ferraris, 1993-1995
Roberto Esposito, Tercera persona. Política de la vida y filosofía de
lo impersonal

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