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De hecho, en nuestro país la primera tesis sobre la i-a en educación se presentó
en 1993; fue en concreto la realizada en la Universidad de Málaga por José Contreras
Domingo, dirigida por el catedrático de Didáctica Ángel Pérez Gómez, con el título de
La investigación en la acción y el problema de la autonomía del profesorado. Justo
un año después, en 1994, Gloria Braga defendería en esta Facultad la primera tesis
asturiana con el título de Desarrollo profesional e investigación-acción en la
enseñanza universitaria: un estudio de caso; tesis dirigida por Wilfred Carr profesor
de la Universidad de Sheffield (Gran Bretaña). Mucho tuvo que ver con ello tanto la
presencia de Stephen Kemmis (profesor australiano en diferentes universidades
anglosajonas) como del propio Wilfred Carr en sendos cursos de doctorado impartidos
en esta Facultad en 1991 y 1990, respectivamente, así como la estancia en Sheffiel
durante un curso académico de Gloria Braga.
Justamente una década antes, concretamente en 1982, fue cuando John Elliot, de
la Universidad de East Anglia, Norwich, discípulo y sustituto de Lawrence Stenhouse
a causa de la enfermedad de este último, presentó en La Manga del Mar Menor, donde
tuvo lugar el I congreso internacional de Didáctica y Didácticas especiales, la primeras
ideas sobre la i-a en educación en nuestro país. Ideas que, acompañadas de la difusión
de los teacher’s centres como instrumentos privilegiados para el desarrollo de la
formación profesional del personal docente en activo, encajaron como anillo al dedo
en la política educativa que se desarrollaba de manera paralela a la experimentación
de la reforma curricular que se vivía en nuestro país tras el acceso del socialismo al
gobierno en 1982.
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profesorado de manera autónoma, sin depender de las Universidades, a través en gran
medida de dinámicas de i-a. Se confiaba en que dichos grupos se reprodujesen como
conejos, como afirmó no hace mucho Ken Zeichner (2010, pp.118) refiriéndose en su
caso al estado de Wisconsin en Estados Unidos, construyendo e implementando los
currícula de las diferentes etapas y áreas, contribuyendo de esta manera al desarrollo
profesional del profesorado en activo y a su formación permanente.
En este sentido, la Casa del Maestro de Gijón fue una peculiar iniciativa
municipal que anticipó, de 1979 a 1984, la institucionalización de los actuales Centros
de Profesores y Recursos pues en ella se desarrollaron diferentes propuestas de i-a en
educación que evidenciaron la implantación de dicha metodología de trabajo en
nuestra comunidad ya en los años 80 (al menos en infantil, además de las áreas de
lengua, sociales y matemáticas de la Educación General Básica –E.G.B.-).
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En educación, por tanto, la investigación-acción la entendemos como el estudio
sistemático que realizamos de nuestra propia manera de enseñar, con el objetivo de
mejorar tanto nuestras prácticas docentes, como nuestra comprensión de las mismas y
el discurso que utilizamos para referirnos a dicha realidad, así como el entorno y el
contexto en el que las desarrollamos.
Tras esta definición se esconden, básicamente, dos supuestos: por un lado, el del
cuestionamiento de la racionalidad tecnológica, la que considera que los problemas
educativos son únicamente de tipo técnico y no moral; por otro, el del rechazo de la
visión instrumental de la práctica educativa, aquella que considera que el
conocimiento experto tiene un valor netamente instrumental para solucionar los
problemas educativos. Se niega así la posibilidad de que, en la práctica, se pueda
aplicar sin más el conocimiento teórico previamente construido, a la vez que se intenta
integrar la construcción de dicho conocimiento con el desarrollo de la propia práctica
profesional, hecho que pone en cuestión el modelo de formación del profesorado en
las antiguas escuelas de Magisterio y en las actuales Facultades de Formación del
Profesorado, pues éstas asumen, al menos de manera implícita, que primero hay que
formarse teóricamente para luego aterrizar en la práctica aplicando en ella las teorías
previamente estudiadas en la Facultad (por eso sus prácticums se inician en el segundo
curso, no nada más ingresar en la institución).
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Fue también Stephen Kemmis, en esta ocasión junto con su compañero Robin
McTaggart, quien nos enseñó, en su texto sobre Planificación de la investigación-
acción, a distinguir entre los diferentes momentos de la i-a: los de discurso entre los
miembros del grupo frente a los de práctica en las aulas, y los reconstructivos de la
acción frente a los de construcción de nuevas prácticas. Momentos que se suceden de
manera cíclica (de ahí la circunferencia que gira en sentido de las agujas del reloj que
me he permitido añadir en la figura adjunta, aunque no se perciba visualmente el
movimiento, se sugiere abiertamente).
Si una persona debe impartir docencia para sobrevivir en jornadas de mañana (en
un centro) y tarde (en otro), como viene siendo habitual en países latinoamericanos,
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desde Cuba a México pasando por Perú o El Salvador, ¿de dónde va a sacar tiempo
para dedicarse a investigar sobre su propio trabajo? Bastante tiene con atender de
manera digna la docencia que debe impartir. Pretender difundir la i-a, entendida al
modo “occidental” en un contexto diferente en el que las agotadoras jornadas de
trabajo entran en colisión con el tiempo requerido para reflexionar, planificar, actuar y
observar no tiene ningún sentido, por muy buenas intenciones tengan quienes lo
intenten. Además de unas condiciones materiales mínimas, el sistema educativo debe
garantizar unas posibilidades de crítica de los currícula estatales: sin poder cuestionar
los dogmas escolares establecidos no tiene sentido el trabajo de grupos de
investigación que pongan en cuestión el status quo vigente en educación.
Por un lado, y en primer lugar, el sistema educativo debería asumir entre las
funciones del profesorado, además de las de docencia, orientación y tutoría, ya
asumidas y retribuidas como tales, la de investigación sobre su propia práctica. Si ésta
no se considera como tal y, consecuentemente con ello, es retribuida de manera
adecuada, ¿por qué vamos a dedicar nuestros esfuerzos a mejorar nuestras prácticas a
través de la i-a en niveles no universitarios? ¿Cómo es posible que se reconozca la
capacidad investigadora del profesorado universitario y no la del profesorado no
universitario? ¿Qué sentido tiene esta partición?
Por otro lado, y en segundo lugar, las instituciones dedicadas a la formación del
profesorado en las universidades deberían introducir de manera relevante en sus planes
de estudios unos créditos de formación en i-a pues de otra forma, sin un conocimiento
adecuado y una seguridad en el manejo de los recursos y métodos de la i-a, ésta no
podrá realizarse de manera natural.
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observadas, a planificar las subsiguientes acciones, etc., se hace imposible, por lo que
la supuesta proliferación de grupos de i-a a la que se refería Zeichner se convierte en
una quimera en nuestro país.
De lo segundo tampoco hay noticia, más bien al contrario. Las personas que se
gradúan en tanto en Magisterio como en Pedagogía finalizan sus estudios sin haber
oído siquiera qué es eso de investigar sobre la propia práctica: acaban su período
formativo inicial considerando que la investigación deben realizarla otras personas, no
las y los docentes, aquellas que dominan un bagaje de conocimientos muy alejados de
los considerados asumibles por el personal docente. Ellos y ellas podrán, como mucho
atreverse a innovar: la investigación la perciben fuera de su alcance.
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Por tanto, ¿cómo van a integrar en su horizonte profesional las y los educadores
del ámbito formal y no formal investigaciones en la acción si su formación está
orientada hacia métodos meramente cuantitativos, basados en la estadística descriptiva
e inferencial –los cuáles nunca los van a considerar como instrumentos de su trabajo
en las prácticas sociales en las que se verán inmersos en el futuro, salvo contadas
excepciones que se integren en grupos de investigación de los departamentos
universitarios, pues los consideran en gran medida inasumibles e incomprensibles–?
¿Cómo pueden entonces comprender la necesidad de transformar sus propias prácticas
docentes y pedagógicas?
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a tanto en educación como en sociología y en su versión “occidental” como
“participativa”. Década en que precisamente empieza a recurrirse a ella al abordar la
temática coeducativa, inicialmente en Cataluña.
2. La coeducación en España
Al igual que la obra de Kurt Lewin dio origen a la i-a, el libro Rosa y Azul de las
sociólogas Marina Subirats y Cristina Brullet (1988) recoge la primera investigación
en nuestro país que abre la puerta al movimiento coeducativo en las aulas. Aunque casi
ni utilicen el término en su libro (en la ultima página afirman que construir una
escuela coeducativa requiere, p.148), su análisis riguroso de las relaciones verbales
entre el personal docente y los niños y niñas de preescolar y E.G.B. en diferentes
centros catalanes, de las opiniones sobre las posibles diferencias de comportamiento y
actitud entre niñas y niños, así como su análisis de los comportamientos verbales entre
estos últimos, evidenció que la escuela mixta no era el instrumento adecuado para
erradicar el sexismo imperante, sino que había que avanzar más allá, hacia lo que
después de denominó como escuela coeducativa (término que ya no se equiparaba,
como hizo la Institución Libre de Enseñanza en el siglo XIX, con el de escuela mixta).
Su trabajo se desarrolla en líneas de investigación empíricas y estadísticas que no
tienen aún nada que ver con la i-a: ni siquiera hay una referencia al término en su
extenso y detallado estudio.
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Este mismo autor presentó en el concurso nacional de proyectos de investigación
educativa de 1992, la primera investigación en la acción sobre coeducación. Su trabajo
titulado Investigación-acción en educación no-sexista, incluye un capítulo tercero que
se titula de manera más concreta como la investigación-acción en el ámbito específico
de las ciencias experimentales y las matemáticas. Curiosamente, aunque ya distingue
en este texto, así como en su análisis posterior de 1997 sobre las actitudes del
profesorado ante la coeducación entre las fases de sensibilización y la propia de
investigación acción (ambas de una duración aproximada de una año) y dentro de ésta
distingue las etapas de definición del problema y construcción de hipótesis; contraste
de hipótesis; interpretación de resultados; reflexión y propuesta de acción:
experimentación y evaluación, en ningún momento fundamenta su labor investigadora
en la corriente histórica de la i-a, aunque incluya referencias de obras de Carr y
Kemmis o de John Elliot en este último libro. Ni define ni contrasta sus ideas sobre las
etapas de la i-a con las ya conocidas de estos autores.
Por esas fechas Marina Subirats (1994) publicó y difundió por España y
Latinoamérica su ensayo sobre la coeducación y en él, justo antes de citar 7 medidas
coeducativas positivas que se están trabajando en otros países (se supone que en
nuestro entorno europeo), cita en una ocasión la i-a. Es cuando afirma que una de las
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vías más adecuadas e interesantes que se proponen es la de llevar a término procesos
de investigación-acción, es decir, trabajos de observación de los diversos
comportamientos en el aula, realizados por los docentes, que permitan detectar y
corregir las formas de actuación no igualitarias. Identificar a estas alturas i-a con
trabajos de observación supone a mi juicio manifestar un desconocimiento de lo que se
entendía por i-a no en el resto del mundo, sino en nuestro país.
Por otro lado, creemos relevante hacer explícita la séptima recomendación para
promover escuelas coeducativas que Marina Subirats hizo en su ensayo ya en 1994,
considerando necesario “el nombramiento de personas, en cada centro escolar o área
geográfica, que revisen periódicamente la forma en que se realizan las promociones
profesionales y fuercen así a que se tenga en cuenta a las mujeres”. Dicha
recomendación fue recogida en el marco legal educativo aprobado en el año 2006 en
nuestro país, en consonancia con los principios y medidas para la igualdad efectiva de
mujeres y hombres –consolidados en Ley Orgánica en 2007–. En este sentido, el
artículo 126.2. del Capítulo III de la Ley Orgánica de Educación (2006), de
composición del Consejo Escolar, afirma que “una vez constituido el Consejo Escolar
del centro, éste designará una persona que impulse medidas educativas que fomenten
la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres”, artículo mantenido en la vigente
Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa. Recomendación plasmada en
articulado legal: todo un éxito, sin ninguna duda (una de cal).
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opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Asimismo
afirma que “no constituye discriminación la admisión de alumnos y alumnas o la
organización de la enseñanza diferenciadas por sexos”, destacando además que esta
elección en ningún caso podrá “implicar, para las familias, alumnos y alumnas y
centros correspondientes, un trato menos favorable, ni una desventaja, a la hora de
suscribir conciertos con las Administraciones educativas”. La escuela coeducativa se
diluye en el consentimiento legal y la financiación pública de la escuela privada-
segregada.
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propia práctica, para orientar las futuras acciones hacia mayores cuotas de equidad y
justicia social, que, en definitiva, son las que permite hablar de calidad educativa real.
Autores de la comunicación:
Josetxu Arrieta Gallastegui (profesor de Didáctica) y Cristina Bayarri López
(licenciada en Ciencias de la Educación), ambos de la Universidad de Oviedo.
Referencias bibliográficas
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- Kemmis, S. (1989). “Investigación en la acción”. Entrada en Husén, T. y
Postlewhite, T.N. Enciclopedia Internacional de la Educación. Vicens Vives-
M.E.C., Barcelona, pp. 3330-3337.
- Kemmis, S. (2007). Action research as a practice-changing practice. Opening Adress
for the IV Congreso Internacional Sobre Investigación-Acción Participativa.
Valladolid, octubre.
- Lewin K. (1947). “La investigación acción y los problemas de las minorías”.
Capítulo de libro en Salazar,M.C. (1993), La investigación-acción participativa.
Inicios y desarrollos. Popular, Madrid, pp. 13-25.
- M.E.C. (1989): Plan Nacional de Investigación Educativa y Formación del
Profesorado. Madrid.
- Pérez Gómez, A. Y otros (2009): “The Impact of Action Research in Spanish
Schools in the Post-Franco Era”. En Noffke y Somekh B. The SAGE Handbook of
Educational Action Research, pp-481-495.
- Stenhouse, L. (1984). Investigación y desarrollo del currículo. Morata, Madrid.
- Subirats, M y Brullet, C. (1988). Rosa y Azul. La transmisión de los géneros en la
escuela mixta. Instituto de la Mujer, Madrid.
- Subirats, M. (1994): “Conquistar la igualdad: la coeducación hoy”. Revista
iberoamericana de educación nº 6. Género y Educación.
- Subirats, M y Tomé, A. (2013). Balones fuera. Reconstruir los espacios desde la
coeducación. Octaedro, Barcelona.
- Zeichner, K. (2010). La formación del profesorado y la lucha por la justicia
social. Morata, Madrid
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